Editoriales Avvenire

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Comentario – Origen de una crisis y posibles salidas

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 2/07/2015

Crisi greca ridAntes de convertirse en ministro de economía del actual gobierno griego, Yanis Varufakis era ya muy conocido entre los economistas por sus trabajos sobre ‘Teoría de juegos’. Varufakis estudia las decisiones racionales que toman, en una situación determinada, dos o más agentes obedeciendo a una lógica estratégica, es decir tratando de anticipar sus recíprocos movimientos. Así pues, el ministro griego conoce muy bien el llamado “juego de la gallina” (o, mejor dicho, del gallina), que describe una situación muy parecida a la de una conocida escena de la película “Rebelde sin causa”.

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Jim (James Dean) reta a Buzz a una loca competición: ambos conducirán sus automóviles a toda velocidad hacia un precipicio y ganará aquel que salga más tarde del automóvil, justo antes de caer por el barranco. El peor resultado posible del “juego del gallina” es la caída de ambos pilotos al precipicio, si, para ganar la competición, tardan demasiado en salir del automóvil.

Imaginar hoy que el gobierno griego y sus contrapartes están jugando a un juego parecido al del ‘gallina’, puede alentar la esperanza de que el juego aún no ha terminado y los jugadores siguen en la carrera. Esperemos que el resultado sea el que dicta la razón y no las emociones o las pasiones.

La salida de Grecia del euro no le conviene a nadie, se entienda lo que se entienda por convenir. Sería malo para todos y no sería bueno para nadie. , me acaba de escribir un compañero economista de la Universidad de Atenas. Desde luego, sería mucho peor para los pobres, los jóvenes y los niños griegos, que nunca han firmado ningún contrato y a lo mejor nunca han obtenido beneficio alguno del dinero que sus gobernantes han despilfarrado en el pasado.

Se trata de un escenario oscuro y tremendamente confuso, del que se desprende una recomendación general de método para aquellos que en estos días tienen que hablar y escribir: evitar concebir soluciones sencillas para una situación enormemente compleja; no dividir la escena en buenos y malos, a favor o en contra de Grecia.

Un primer elemento de complejidad viene de los datos históricos. La economía griega fue una de las más afectadas por la crisis financiera de 2007. Hasta entonces, Grecia crecía y atraía a muchos inversores internacionales. Entre 2007 y 2012 su deuda pública se duplicó. La relación deuda/PIB en 2007 apenas llegaba al 95.59%, pero en 2010 pasó a ser del 130.2% y después, en 2012, al 143.5%. Grecia se endeudó con la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional entre 2010 y 2012, obligada por una situación económico-financiera que la crisis hizo insostenible. Las olas provocadas por el tsunami financiero de Estados Unidos llegaron a las costas griegas y provocaron ingentes daños. Sin la crisis de 2007 el escenario actual sería completamente distinto.

Pero los datos y las cifras no ayudan a encontrar soluciones si no se leen e interpretan dentro de un contexto relacional idóneo. Son innumerables los conflictos generados y alimentados por lecturas contrapuestas de unos mismos datos. El entorno humano en el que se desarrollan desde hace años las negociaciones sobre el caso griego es muy negativo, por no decir pésimo. Las crisis, todas las crisis, son un ‘test de estrés’ de la calidad de las relaciones entre las personas e instituciones. Por ejemplo, habría que purificar radicalmente el lenguaje que se usa a todos los niveles. Es urgente que la UE, el FMI y también el gobierno griego dejen de culpabilizar a la otra parte.

Sobre todo, es fundamental cambiar el lenguaje sobre las ‘culpas’ de los griegos. Muchas veces, a lo largo de la historia, hemos visto cómo se buscaba una solución inmediata y fácil a problemas complejos creando alguna teoría que demostrara que el otro merecía su desgracia por ser culpable. El libro de Job, por ejemplo, lucha sobre todo contra esta ideología. Se oyen y se leen demasiados razonamientos muy peligrosos acerca de las culpas de los griegos. ‘Merecen lo que les pasa porque han tenido gobiernos corruptos y también porque los ciudadanos son vagos, dependientes del estado y grandes evasores fiscales’. Estos comentarios y discursos ideológicos son graves, ya vengan de países como Italia, que en estos temas no puede dar lecciones morales a nadie, ya vengan de periodistas o políticos alemanes y franceses, porque olvidan las grandes y graves lecciones de la historia y porque eclipsan las otras razones de la crisis, razones de mucho peso incluso cuantitativamente. Atribuyendo las causas de los problemas que hay que resolver al ‘carácter’ nacional o a la ‘mentalidad’ de los pueblos, lo único que se consigue es alejar la solución, porque el ‘carácter’ y la ‘mentalidad’ son variables que escapan al control de aquellos que tienen que tomar las decisiones. Repartir culpas y apelar al carácter y a la mentalidad puede ser útil, y a veces funciona, si lo que se desea es reducir el coste ético de unas decisiones difíciles.

Deuda y culpa son dos palabras que, en algunos idiomas, tienen la misma raíz. Hubo un tiempo en que las deudas convertían a uno en esclavo y a veces implicaban incluso la condena a muerte. Generaciones enteras dieron su vida y su sangre para que la democracia pusiera fin a la esclavitud por las deudas, afirmando que ninguna deuda es tan grande como para reducir a nadie, incluso a una sola persona, a la esclavitud. No digamos si se trata de un pueblo entero.

Debería elaborarse un verdadero plan responsable para relanzar Grecia en un periodo de tiempo de cinco o diez años, durante el cual se suspenda el reembolso de la deuda exterior. Debemos trabajar todos juntos y a todos los niveles para crear las inversiones y las condiciones necesarias para que la deuda de los estados no se convierta en una vía postmoderna hacia nuevas formas de esclavitud de los pueblos. Nos lo pide incluso la Laudato si’. Debe encontrarse una solución, para evitar que esta ‘competición’ acabe como la de “Rebelde sin causa”.

Por último, la moralidad y la justicia de una decisión dramática pueden juzgarse desde muchas perspectivas. Una de las mejores es ver sus costes y beneficios desde el punto de vista de los niños. Es un ejercicio que siempre ayuda y a veces puede ser decisivo.

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Comentario – Origen de una crisis y posibles salidas

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No es tiempo para juegos

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La encíclica «Laudato si’» es cualquier cosa menos anti-empresa. Pero leámosla en un bosque.

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 24/06/2015

Sobre nuestro sistema capitalista se cierne una enorme demanda de justicia, que se eleva desde las víctimas y los excluidos. Una demanda que ya no se ve ni se oye y por eso es especialmente grave. El Papa Francisco es hoy la única autoridad moral global capaz, antes que nada, de ver y oír esta gran demanda ética sobre el mundo (esto depende de su propio carisma) para, después, plantear preguntas radicales (esto nace de su ágape).

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No hay ninguna “agencia” mundial tan libre como él de los poderes fuertes de la economía y la política. Por desgracia, ni la ONU ni la Comisión Europea ni, mucho menos, los políticos nacionales demuestran tener una libertad semejante, hasta el punto de que siguen «vendiendo al pobre por un par de sandalias» (Amós). Véase lo que está ocurriendo en Italia con la nueva regulación de los juegos de azar.

Algunos comentaristas, sedicentes amantes del libre mercado, han escrito que la encíclica Laudato si’ va contra el mercado y contra la libertad económica; que es una expresión del anti-modernismo e incluso marxismo de este Papa «venido casi del fin del mundo». En la encíclica no hay nada de eso, todo lo contrario. Francisco nos recuerda que el mercado y la empresa son valiosos aliados del bien común mientras no se conviertan en ideología, mientras la parte (el mercado) no se convierta en el todo (la vida). El mercado es una dimensión de la vida social esencial para todo bien común (son muchas las palabras de la encíclica que elogian a los empresarios responsables y a las tecnologías puestas al servicio de un mercado que incluye y crea trabajo). Pero esta dimensión no es la única, ni siquiera la primera.

El Papa, en primer lugar, le recuerda al mercado su vocación de reciprocidad y de «mutuo provecho». En base a esto, critica a las empresas que depredan a las personas y a la tierra (y lo hacen a menudo), porque con ello niegan la naturaleza misma del mercado, enriqueciéndose gracias al empobrecimiento de la parte más débil.

En un segundo nivel, Francisco nos recuerda algo fundamental que hoy se olvida sistemáticamente. La tan cacareada «eficiencia», palabra clave de la nueva ideología global, no es nunca un asunto meramente técnico y por tanto éticamente neutral (34). El cálculo coste-beneficio, que se encuentra en la base de todas las elecciones “racionales” de las empresas y las administraciones públicas, depende claramente de qué se consideren costes y de qué se consideren beneficios. Durante décadas hemos pensado que eran eficientes las empresas que no incluían entre sus costes el daño que causaban a los mares, a los ríos o a la atmósfera. Pero el Papa nos invita a ampliar el cálculo a todas las especies, incluyéndolas en una fraternidad cósmica, extendiendo la reciprocidad también a los seres vivos no humanos, dándoles voz en nuestros balances económicos y políticos.

Pero hay todavía un tercer nivel. Aunque se reconozca el «mutuo provecho» como ley fundamental del mercado civil e incluso se extienda a la relación con otras especies vivas y con la tierra, el «mutuo provecho» no puede y no debe ser la única ley de la vida. Es importante, pero no la única. También existe lo que el economista y filósofo indio Amartya Sen llama «obligaciones de poder». Debemos actuar responsablemente con la creación porque hoy la técnica ha puesto en nuestras manos un poder que nos permite originar unilateralmente consecuencias muy graves para otros seres vivos con los que estamos vinculados. Todo en el universo está vivo, y todo nos llama a la responsabilidad. Tenemos obligaciones morales que no nos generan ningún provecho. El «mutuo provecho» del buen mercado no es suficiente para cubrir todo el espectro de la responsabilidad y de la justicia. Incluso el mejor mercado, si se convierte en el único criterio, se transforma en un monstruo. No hay ninguna lógica económica que nos impulse a dejar bosques en herencia a los que vivirán dentro de mil años, y sin embargo tenemos obligaciones morales para con esos futuros habitantes de la tierra.

Otra cuestión muy importante es la de la «deuda ecológica» (51), que representa uno de los puntos más elevados y proféticos de la encíclica. La despiadada lógica de la deuda de los estados domina la tierra, pone de rodillas a pueblos enteros (como en el caso de Grecia) y a muchos otros los tiene bajo chantaje. En el mundo, se ejerce mucho poder en nombre de la deuda y el crédito. Pero también existe una gran «deuda ecológica» del Norte del mundo con respecto al Sur. Un 10% de la humanidad ha construido su propio bienestar descargando los costes en la atmósfera de todos, y sigue produciendo “cambios climáticos ".

La expresión “cambios” despista, porque es éticamente neutral. El Papa, en cambio, habla de «contaminación» y de deterioro de ese bien común llamado clima (23). El deterioro del clima contribuye a la desertificación de regiones enteras, que influye decisivamente en la miseria, la muerte y la migración de los pueblos (25). Esta inmensa «deuda ecológica» y de justicia global no la tenemos en cuenta cuando cerramos nuestras fronteras a los que vienen hasta nosotros porque estamos quemando su casa. Esta deuda ecológica no tiene ningún peso en el orden político mundial. Ninguna Troika condena a un país porque haya contaminado o desertificado otro país, y así la «deuda ecológica» sigue creciendo ante la indiferencia de los grandes y poderosos.

Termino con un consejo para aquellos que todavía no hayan leído esta maravillosa encíclica. No empiecen a leerla en su estudio o sentados en el sofá. Salgan de casa, vayan a un prado o a un bosque y empiecen allí a meditar el cántico del Papa Francisco. La tierra de la que nos habla es una tierra real, que se puede tocar, sentir, oler, ver y amar. Y terminen después la lectura en alguna periferia real, entre los pobres. Vean el mundo de los ricos epulones desde los lázaros y abracen al menos a uno de ellos, como Francisco. En estos lugares podremos aprender de nuevo a «sorprendernos» (11) por las maravillas de la tierra y de los hombres, y así tal vez podamos comprender y rezar Laudato si’.

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Luigino Bruni

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Encíclica, el mercado bueno de Francisco

Encíclica, el mercado bueno de Francisco

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por Luigino Bruni

publicado en  pdf Avvenire (201 KB)  el 12/05/2015

Adamo Eva Poussin cropLa protección es una vocación universal de todos y de cada uno. La economía, pese a que su etimología (oikos nomos) evoca el oikos, el medio ambiente, la casa, en las últimas décadas está traicionando esta vocación de protección porque está demasiado condicionada por los rendimientos y los beneficios a corto plazo. El homo oeconomicus, tal y como lo ha pensado hasta ahora la ciencia y la praxis económica, no tiene lugares donde vivir sino espacios que ocupar. El lugar, lo sabemos, tiene que ver con la identidad, la especificidad, las raíces. El espacio es la dimensión racional de los lugares: es uniforme, sin raíces ni destino. Y así, nuestro capitalismo especulativo está eliminando las especificidades y las identidades de los lugares, de sus tradiciones sociales y económicas, para poderlos controlar y orientar al mercado, dando vida a un mundo uniforme, sin biodiversidad en cuanto a formas de empresa, de trabajo, de vida.

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La lógica económica imperante no comprende la protección, la custodia, porque no comprende la gratuidad. El mercado tal y como lo conocemos hoy está cada vez más definido por la lógica del incentivo y, por tanto, del cálculo coste-beneficio. Tratamos de convencernos de que, para actuar en el ámbito económico y, por tanto, laboral, debemos ser incentivados, porque las personas sólo responden a intereses. Pero para proteger la creación, la tierra, los bienes comunes, las relaciones, para cuidar de los demás y de nosotros mismos, es esencial la dimensión de la gratuidad o, al menos, una lógica más compleja que la mera razón económica, que es demasiado simple. La única razón para no contaminar un lago no puede ser la conveniencia de tenerlo limpio, sino, antes que nada, el respeto a una realidad viva como nosotros. El respeto, la dignidad, la gratitud no son categorías económicas pero son palabras fundamentales para vivir y dar vida. Las razones que llevaron a nuestros abuelos a cuidar los ríos y los valles no fueron solo ni principalmente económicas: existía un instinto ancestral, incluso religioso, que los llevaba a comportarse de una manera no depredadora con el medio ambiente que los acogía. Una relación no depredadora que también otras culturas no occidentales han sabido salvaguardar a través de los siglos. La protección forma parte de la condición humana. Pero es ajena a nuestro capitalismo, que sigue cuidando a los hijos de Abel con fundaciones creadas por los hijos de Caín, como cuando las multinacionales de los juegos de apuestas patrocinan a asociaciones que tratan a jugadores patológicos. O cuando las multinacionales del armamento ‘protegen’ a los huérfanos de las guerras. Esta protección es lo opuesto a lo que aparece en la tradición bíblica y en cualquier humanismo verdadero, que nos recuerdan que el ser humano es un animal capaz de proteger, de cuidar. Y, por tanto, capaz de cuidar de sí mismo, de los demás y de la naturaleza.

No es casualidad que en el libro del Génesis encontramos la misma palabra, shamar, cuando se habla del Adam como ‘protector’ del jardín (capítulo 1), y cuando Caín homicida-fratricida vuelve de los campos y se declara no guardián, shamar, de su hermano (capítulo 4).

La custodia es una expresión directa de otra gran palabra humana: responsabilidad. Caín no se sentía guardián y, por tanto, no se sentía responsable. De hecho, ante la pregunta de Dios: “¿Dónde está tu hermano?”, no responde sino que plantea otra pregunta: “No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. De nuevo, shamar: Adán se sentía el guardián del Edén, Caín no se sentía guardián de su hermano y, por tanto, no había custodiado ni las relaciones ni la tierra de los hombres. Tras cada una de estas solicitudes de protección se esconde la pregunta radical de la fraternidad, inter-humana y cósmica (los seres humanos no agotan la vocación universal a la fraternidad, como comprendieron muy bien Job o San Francisco).

La protección del mundo y la protección de los demás son lo mismo. Cuando falta, prevalece la muerte. Muere Abel y junto a él mueren también los animales, las plantas, la creación que, al igual que el hermano, nos pide protección.

La protección nos obliga a salir de nosotros mismos para ocuparnos del otro. Por lo tanto, por naturaleza, es anti-narcisista, en cuanto a que nos descentra. Y en una civilización donde el narcisismo se está convirtiendo en una enfermedad endémica, la protección no se comprende y no se ve.

Se dan algunos desafíos culturales y sociales de los que dependen la calidad, la cantidad y, quizás, la supervivencia de lo que conocemos como protección de nuestra sociedad. El primero se refiere a los niños y ancianos. Las familias, donde aún siguen existiendo, ya no son capaces, a grandes rasgos, de asegurar la protección y el cuidado del despertar y el ocaso de la vida. Debemos reinventar nuevas formas de protección de las relaciones y de las personas en estas fases fundamentales, porque no puede ser el mercado, junto con lo que queda del estado social, los que protejan nuestras relaciones primarias. Es necesaria, como recuerda la filósofa Jennifer Nedelsky, una revolución en la cultura del cuidado, que lleve a toda persona adulta a cuidar de sus propias comunidades y sus propios lugares, si queremos salvarnos.

El segundo tiene que ver con los bienes comunes. No se pueden salvar los mares, los glaciares, los bosques, los espacios verdes y la biodiversidad, dejando su gestión y su ‘custodia’ en manos de la mera lógica económica, como viene ocurriendo. Entre otras cosas, porque estamos descargando sobre los pobres muchos de los costes de nuestras ‘soluciones’.

Es necesario hablar más de protección, es necesario hablar más de gratuidad, es necesario hablar más de vida. Y pedir más. Quizás haya alguien que responda.

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Tratamos de convencernos de que, para actuar, necesitamos incentivos y de que las personas responden sólo a intereses… Pero la defensa de los bienes comunes requiere gratuidad: ¡No hay que contaminar un lago sólo porque no nos convenga!

por Luigino Bruni

publicado en  pdf Avvenire (201 KB)  el 12/05/2015

Adamo Eva Poussin cropLa protección es una vocación universal de todos y de cada uno. La economía, pese a que su etimología (oikos nomos) evoca el oikos, el medio ambiente, la casa, en las últimas décadas está traicionando esta vocación de protección porque está demasiado condicionada por los rendimientos y los beneficios a corto plazo. El homo oeconomicus, tal y como lo ha pensado hasta ahora la ciencia y la praxis económica, no tiene lugares donde vivir sino espacios que ocupar. El lugar, lo sabemos, tiene que ver con la identidad, la especificidad, las raíces. El espacio es la dimensión racional de los lugares: es uniforme, sin raíces ni destino. Y así, nuestro capitalismo especulativo está eliminando las especificidades y las identidades de los lugares, de sus tradiciones sociales y económicas, para poderlos controlar y orientar al mercado, dando vida a un mundo uniforme, sin biodiversidad en cuanto a formas de empresa, de trabajo, de vida.

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La economía busca protectores

La economía busca protectores

Tratamos de convencernos de que, para actuar, necesitamos incentivos y de que las personas responden sólo a intereses… Pero la defensa de los bienes comunes requiere gratuidad: ¡No hay que contaminar un lago sólo porque no nos convenga! por Luigino Bruni publicado en  pdf Avvenire (201 KB...
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El mensaje del día de los trabajadores

Luigino Bruni

pulicado en Avvenire el 1/05/2015

primo maggio 2015Cada Primero de Mayo lleva un mensaje que hay que buscar, descubrir y descifrar entre los pliegues de nuestro presente, entre sus contradicciones,  dolo-res y esperanzas.

Tras unos años muy duros, estamos intentando volver a crecer. Debemos ser conscientes de que el primer indicador que nos dirá si ha llegado de verdad el alba de un nuevo día es nuestra capacidad de volver a crear trabajo para todos, en primer lugar para los jóvenes. Cuando un país no logra dar ocupación a sus jóvenes, que son su parte mejor y más creativa, sufre dos daños muy graves: pierde la energía más poderosa que posee y priva a su mejor presente y a su futuro de la posibilidad de fructificar. 

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Cuando una joven o un joven, después de completar su formación, no encuentran pronto una oportunidad concreta para hacer fructificar su formación en un trabajo, ven con tristeza cómo su potencial creativo se marchita y su capital humano se deteriora. No olvidemos nunca que los capitales de un país están formados ciertamente por su tecnología, su patrimonio natural y cultural, y sus medios financieros y económicos; pero su capital más productivo y valioso son las personas, especialmente los jóvenes. Dejar que estos capitales personales se marchiten es un delito cívico y moral que nunca queda impune. Despilfarrar hoy estos capitales hace que mañana (un mañana muy cercano) la competitividad económica y la robustez ética y social se vean reducidas, el vínculo social debilitado y todos estemos más empobrecidos. Es un delito que llevamos ya demasiado tiempo perpetrando y que debemos definitivamente detener. A todos los niveles.

Empezando por el plano político, institucional y sindical. Debemos llevar a la práctica con carácter inmediato una redistribución del trabajo que existe. Debemos incentivar el trabajo a tiempo parcial para los mayores de 55 (con las oportunas medidas fiscales y de seguridad social que no penalicen demasiado a quienes tomen esta decisión), de forma que una cantidad significativa de jóvenes pueda disfrutar de este “trabajo liberado”. Un país en el que los adultos no sientan la urgencia ética de dejar espacio a los jóvenes es estúpido y carente de futuro. Se trata de una aplicación concreta de la fraternidad civil que pusimos en el centro del humanismo moderno, un principio esencial en tiempos de crisis. Hemos sido capaces de hacerlo después de terremotos y catástrofes naturales y civiles; hoy debemos serlo de nuevo, para salir de esta crisis de trabajo que no está causando menos víctimas.

Por otra parte, queda mucho trabajo por hacer en el ámbito de la enseñanza y la educación. No podemos reformar el sistema educativo haciendo palanca en el incentivo y la profesionalización de la dirección de los centros. Hace falta más innovación y visión. Italia inventó hace siglos las universidades, las escuelas y las academias. El mundo entero aprendió de nosotros. Hoy, en cambio, no sólo hemos dejado de innovar, sino que estamos servilmente importando lógicas e instrumentos de gestión de otros universos culturales que interpretan la escuela y la enseñanza dentro de la “lógica de mercado” inventada por ellos. La escuela y la universidad deben actualizarse para seguir el paso de un mundo y un trabajo que cambian muy rápidamente, tal vez demasiado. Pero no lo lograremos transformando las escuelas en empresas. Es demasiado fácil y demasiado poco. Los niños y los jóvenes son demasiado valiosos como para dejarlos en manos de la lógica del coste-beneficio. Todo proceso educativo es un entramado de bienes relacionales, confianza, aprecio, reconocimiento, reciprocidad y gratitud. También de incentivos, pero éstos sólo funcionan si están incluidos dentro de esta gramática más grande. Hay demasiada economía y demasiado lenguaje económico dentro de los lugares de la educación. El presupuesto y los recursos financieros no son fines, sino vínculos y medios de la educación. Cuando se convierten en fines, la escuela fracasa, aunque sus cuentas estén saneadas.

Finalmente, la Fiesta de hoy debe recordarnos que sin trabajo no sabemos hablar bien unos con otros. El trabajo es el “verbo” de la gramática social, lo que une y da sentido a nuestras relaciones. Todos los días nos encontramos, hablamos y cooperamos gracias a nuestro trabajo. En nuestra sociedad, cuando demasiada gente se queda fuera del mundo del trabajo, muchas “palabras” pierden significado social, nuestro discurso colectivo se queda cojo, nuestra democracia y nuestra república pierden su primer fundamento. Italia es una república democrática porque está fundada en el trabajo.

Para terminar, es muy significativo e importante que nuestra civilización honre el trabajo con un día de fiesta, con un día de no trabajo. El trabajo es necesario para la buena fiesta, y viceversa. Cuando, queriendo y debiendo trabajar, no hay trabajo, también la fiesta se entristece. Privar a una persona del trabajo significa privarla también de la alegría de la fiesta. Demasiados trabajadores han perdido en estos años difíciles su Primero de Mayo. Es hora de que vuelvan a hacer fiesta.

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El mensaje del día de los trabajadores

Luigino Bruni

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primo maggio 2015Cada Primero de Mayo lleva un mensaje que hay que buscar, descubrir y descifrar entre los pliegues de nuestro presente, entre sus contradicciones,  dolo-res y esperanzas.

Tras unos años muy duros, estamos intentando volver a crecer. Debemos ser conscientes de que el primer indicador que nos dirá si ha llegado de verdad el alba de un nuevo día es nuestra capacidad de volver a crear trabajo para todos, en primer lugar para los jóvenes. Cuando un país no logra dar ocupación a sus jóvenes, que son su parte mejor y más creativa, sufre dos daños muy graves: pierde la energía más poderosa que posee y priva a su mejor presente y a su futuro de la posibilidad de fructificar. 

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Que vuelva la fiesta

Que vuelva la fiesta

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Reglas para afrontar las dificultades

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 15/04/2015

Son muchos los que hablan de la recuperación de la economía y del PIB (Producto Interior Bruto), como si el PIB fuese capaz de hablar por sí mismo de cosas buenas. La verdadera realidad de nuestra economía dice que las empresas lo pasan mal y seguirán haciéndolo durante mucho tiempo, y con ellas el mundo del trabajo. Lo pasan mal y cierran no sólo por falta de mercados y ventas. Una causa común de sufrimiento y fracaso se encuentra en algunos errores típicos en la gestión de los trabajadores durante las crisis. Cuando se atraviesan fases difíciles y largas, es más fácil cometer errores graves en la relación entre la clase dirigente y los trabajadores.

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Cada vez hay más empresas grandes que, cuando tienen que enfrentarse a una crisis con reducción de personal (no olvidemos que reducir el personal durante las crisis no es un dogma, sino, casi siempre, una elección), se mueven enteramente en el plano 'político': la propiedad se reúne con los sindicatos, propone un plan de viabilidad y la crisis se negocia 'políticamente', decidiendo cuántos trabajadores hay que sacrificar en aras de la supervivencia; trabajadores a los que, de manera intencionada, nunca se les considera ni se les escucha.

Otras empresas, por su parte, cuando tienen que despedir siguen el camino del mercado, y ofrecen incentivos individuales y compensaciones monetarias a los despedidos. Pero en ambos casos falta el sujeto principal: la comunidad de trabajadores. En el primer caso hay una mediación, están representados, y en el segundo caso sólo hay individuos (muchas veces en conflicto entre ellos). Sin embargo, una empresa no es ni un pequeño parlamento ni un conjunto de individuos separados, vinculados por un contrato con la propiedad. Las empresas reales tienen vida si son capaces de crear un organismo vivo de relaciones virtuosas entre todos los distintos componentes de la organización. Cuando comienza una crisis seria en una empresa, se deben seguir algunas reglas fundamentales, si se desea que los trabajadores se involucren de verdad en la búsqueda de soluciones para superarla, a veces incluso saliendo en mejor posición.

La primera se llama oportunidad: para afrontar bien una crisis es fundamental intervenir a tiempo, no cuando el proceso ya ha avanzado y se ha agravado. Una buena clase dirigente debe adelantarse a las crisis importantes, y por tanto, entender cuál es el momento adecuado para intervenir, interpretando las débiles señales que permiten prever cuándo va a estallar. Después, es necesario comenzar a escuchar a los trabajadores al principio de la crisis (externa o interna) y no al final, cuando a veces la única comunicación que queda es la de una solución ya decidida a otro nivel. ‘Involucrar’ a los trabajadores en esta fase terminal, además de no ser de utilidad, sólo sirve para aumentar el sufrimiento.

Segunda regla: si se quiere escuchar a los trabajadores, hay que escucharles de verdad. Es necesario crear un contexto de confianza, en el que los trabajadores puedan decir lo que piensan, y puedan percibir que se les escucha de verdad. Es un proceso que requiere sus espacios y sus lugares, pero sobretodo requiere tiempo (no se pueden hacer reuniones de una hora para empezar a hablar de una crisis seria). Una involucración falsa hace más daño que la falta de involucración. Y hay que escuchar a los verdaderos trabajadores, si es posible a todos, no solo a sus representantes.

Tercero: Es necesario presentarse a los trabajadores cuando el tema está en sus comienzos y todavía totalmente abierto, diciéndoles que hay muchas posibles soluciones e involucrándoles en su búsqueda. He conocido trabajadores que juntos han sido capaces de realizar actos heroicos (como una reducción significativa del salario durante años, para salvar algún puesto de trabajo), que la dirección no había ni siquiera imaginado. Porque se les tomó en serio desde el comienzo de la crisis, y se les consideró como el gran valor de la empresa y no como el principal problema. Se entiende que en estos casos el lenguaje y la elección de las palabras es muy importante.

El cuarto principio se llama subsidiariedad. Cualquier terapia que se proponga llegar a la curación de una crisis (en muchas crisis empresariales de estos tiempos, lamentablemente, lo único que se busca es vender la empresa a los fondos de inversión o liquidarla), debe partir del supuesto de que las personas que pueden señalar posibles soluciones son sobre todo las que están en contacto todos los días con el trabajo, y no los miembros del Consejo de Administración que casi siempre están lejos y, por tanto, son 'incompetentes' en ese trabajo específico, por muy competentes que sean en estrategia y finanzas. Sin la estrecha colaboración de los que trabajan de verdad dentro de la empresa, no se pueden encontrar soluciones buenas y verdaderas, porque la competencia más preciosa es siempre la que llevan en las manos y en las mentes los que viven el trabajo y no los que lo conocen por lo que han oído contar al gerente o por lo que representan los números.

Para terminar, el principal error que hay que evitar es dividir a la comunidad de los trabajadores. El verdadero arte de aquellos que deben administrar una crisis difícil en una empresa consiste en no dividir, en mantener compacta a toda la comunidad del trabajo, en crear un ambiente parecido al que viven los marineros cuando tienen que hacer frente a una tempestad. Pero para hacer esto es necesario que se desencadene la lógica del «nosotros» y no sólo la lógica del «yo», y esto sólo es posible si los gerentes son capaces de hacer que cada trabajador se sienta en el centro de la solución, tratado como si todo dependiera de él o de ella. Es un arte raro y muy difícil, sobre todo en nuestro capitalismo financiero. Cada uno de nosotros es una mezcla de motivaciones, intereses, vicios y virtudes. Sobre todo en tiempos de crisis, es la cultura organizativa, en la que los gerentes tienen un papel clave, la que favorece que en el puesto de trabajo surja lo mejor de nosotros o lo peor. Todo proceso positivo de participación de los trabajadores es siempre muy arriesgado, y exige una mirada justa y buena, la capacidad de mirar los trabajadores, a todos los trabajadores, como algo positivo y bueno y no como holgazanes y oportunistas. Si el empresario, el gerente e incluso las mismas organizaciones sindicales parten de la hipótesis que los trabajadores son gandules y oportunistas, es cierto que verán confirmada su hipótesis, porque habrán creado un clima de desconfianza y de negatividad que sacará la parte menos cooperativa y más egoísta de las personas. La primera riqueza de toda empresa y de toda organización son las personas, su competencia, su energía moral, su corazón. Las crisis se superan cuando se tienen la sabiduría y el coraje de volver a empezar desde esta antigua, grande y olvidada verdad.

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Reglas para afrontar las dificultades

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 15/04/2015

Son muchos los que hablan de la recuperación de la economía y del PIB (Producto Interior Bruto), como si el PIB fuese capaz de hablar por sí mismo de cosas buenas. La verdadera realidad de nuestra economía dice que las empresas lo pasan mal y seguirán haciéndolo durante mucho tiempo, y con ellas el mundo del trabajo. Lo pasan mal y cierran no sólo por falta de mercados y ventas. Una causa común de sufrimiento y fracaso se encuentra en algunos errores típicos en la gestión de los trabajadores durante las crisis. Cuando se atraviesan fases difíciles y largas, es más fácil cometer errores graves en la relación entre la clase dirigente y los trabajadores.

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Crisis empresariales, sirve el «nosotros» para recomenzar

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Mesa redonda de Avvenire sobre la Expo 2015, con Carlin Petrini, fundador de Slow Food, el crítico enogastronómico Paolo Massobrio y Luigino Bruni

por Alessandro Zaccuri

publicado en Avvenire el 18/12/2014

Bruni Pedrini Tarquinio Massobrio Zaccuri ridEl cocinero del mundo, las lentejas de Esaú y el desdén hacia los chefs estrellas que, quién sabe por qué, son todos hombres. «Y las mujeres que cada noche llevan la cena a la mesa, ¿eh? A ellas no les da nadie las gracias, y sin embargo son ellas las que conservan el verdadero valor de la comida», dice Carlin Petrini, fundador de Slow Food y de Terra Madre. Milán, una mañana un poco gris de mediados de diciembre.

Estamos en la sede de Avvenire, a pocos kilómetros de distancia de las obras de la Expo 2015, hablando de cómo debería ser – y de cómo aún puede ser – el acontecimiento planetario sobre el que en los últimos meses se han cernido los nubarrones del escándalo y la criminalidad. Un motivo más para volver a las raíces de la cuestión y redescubrir la importancia de un tema tan sugerente como el que en 2008 hizo que Italia ganara el concurso internacional para organizar la Expo: “Nutrir el planeta, energía para la vida”. Con Petrini dialogan dos prestigiosas firmas de Avvenire: Luigino Bruni, teórico de la economía de comunión y el crítico enogastronómico Paolo Massobrio.

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Hasta ahora, la opinión pública se ha concentrado más en las noticias de actualidad, no siempre halagüeñas, que en los contenidos de la Expo 2015. ¿Cuáles son y cuáles deberían ser estos contenidos?

Petrini:  «Yo diría que los mismos que nos habíamos marcado en la fase preparatoria. Yo formé parte del comité que apoyaba la candidatura de Italia, promoviendo una Expo caracterizada por la sostenibilidad. Costes muy bajos, estructuras ligeras y el compromiso de devolver los terrenos a la agricultura una vez terminada la muestra. De este planteamiento, por desgracia, no queda nada. Pero quedan dos aspectos que todavía pueden ser puestos en valor. El primero es una mayor sensibilidad con respecto a las distorsiones del sistema alimentario, tan injusto que perjudica tanto a la humanidad como al planeta. A la humanidad, porque la muerte de hambre y la desnutrición van de la mano con las patologías de la hiperalimentación y con el escándalo del despilfarro de recursos. En la Tierra viven 7.300 millones de seres humanos, la comida que se produce actualmente permitiría alimentar a 12.000 millones, pero el 40% no se utiliza y hay 850 millones de personas que padecen malnutrición. Además, se hace daño al planeta por esta tendencia a pedirle a la tierra siempre más, recurriendo a ayudas químicas y utilizando el agua con desmesura. Los resultados están a la vista de todo el mundo: desde 1900 hasta hoy se ha perdido el 70% de la biodiversidad. El segundo aspecto se refiere a la concepción de la gastronomía, que no es la de los espectáculos televisivos de cocina, sino una ciencia holística, en la que confluyen distintos saberes, como la física, la antropología, la química y la economía política».

Bruni: «Es verdad, la comida es una realidad que engloba muchas otras. Un buen resultado para la Expo sería despertar la conciencia acerca de esta complejidad. Desde mi punto de vista, considero que es urgente reconocer que el acceso a la comida constituye un derecho fundamental de la persona. Más aún, es un derecho que precede a todos los demás derechos, una forma de libertad de la necesidad que es la premisa de toda libertad civil. En este sentido, me parece que hay espacio para conjugar el tema de la biodiversidad, evocado con razón por Petrini, en términos todavía más amplios. Debemos evitar el reduccionismo alimentario, de acuerdo, pero al mismo tiempo debemos hacer que se preserve la biodiversidad económica y social. Quiero decir que no puede existir un único modo de hacer empresa, de gestionar un banco o de constituir una comunidad. Es una cuestión de democracia en la que, una vez más, la comida juega un papel fundamental. Hay que redescubrir, por ejemplo, el valor de la subsidiariedad: las decisiones que tienen que ver con la comida hay que tomarlas cerca, sobre el terreno, mientras que desde lejos se puede actuar pero de forma subsidiaria. Sobre todo hay que recuperar una costumbre totalmente abandonada en occidente. Me refiero al barbecho, al descanso sabático de la tierra. Porque la tierra, como el tiempo, no pertenece a nadie ni puede ser objeto de intercambio. El motivo por el que no se puede reducir la comida a simple mercancía es su naturaleza relacional. En todas las culturas se come en compañía, porque el “pan de cada día”, como recuerda Enzo Bianchi, es siempre “nuestro”, funda la comunidad, reorganiza las relaciones. No es un razonamiento abstracto: pienso en la lección de Amartya Sen sobre las carestías, cuya verdadera causa no está tanto en la penuria de alimentos sino en la ruptura de relaciones sociales. Comida hay, incluso en abundancia, pero lo que falta es compartirla. Es exactamente lo que está ocurriendo hoy a escala mundial».

Massobrio: «Yo también participé, como Petrini, en la fase preparatoria de la Expo 2015. También recuerdo el entusiasmo de entonces y comparto el temor de que ahora no se logre hacer la síntesis de las innumerables riquezas que Italia tiene. Pero no quiero ser pesimista. Al contrario, considero que es oportuno recordar los motivos de la concesión. La Expo 2015 se realiza en Milán porque nuestro país ha sido reconocido como un terreno de experiencias. Un país de fronteras frágiles, invadido varias veces por otros pueblos a lo largo de los siglos, pero precisamente por eso capaz de elaborar una extraordinaria diversidad de núcleos de población, tradiciones y saberes que se han extendido por todo el mundo. Italia fue elegida para esto. Fue elegida para una exposición universal, no para una sesión de la FAO. De Milán no se esperan respuestas inmediatas, pero sí que sea una ocasión de encuentro y contaminación entre las culturas alimentarias del planeta. Una vez dicho esto, hay un contenido que debería quedar de manifiesto y sin embargo continuamente se aparta la mirada de él. Es el gran tema del orden que preside la vida en general y la comida en particular. La alternancia entre noche y día, las estaciones, el ambiente al que pertenecemos: todo está regulado por un orden fuera del cual no puede haber más que desorden. Con esto vuelvo a la espinosa cuestión de las patologías de la alimentación, cada más extendidas y paradójicas. Tomemos como ejemplo la obesidad, que ya está presente también en muchos países pobres, en los que se han sustituido las dietas tradicionales por el menú impuesto por lo que yo llamaría el “cocinero del mundo”, una entidad impersonal que el día de mañana podría decidir que nos alimentemos con una píldora, siempre que resulte conveniente y permita ganar más. Pero Dios, cuando creó al hombre, no lo preparó para tragar píldoras, sino para experimentar placer gracias a la comida. Esto es un misterio, pero es de ese misterio de lo que debería ocuparse la Expo».

En las últimas décadas ha aumentado mucho la sensibilidad teológica y eclesial con respecto a la ecología. ¿En la Expo 2015 habrá espacio para la dimensión espiritual?

Bruni: «No hay duda de que la Expo puede ser una oportunidad para poner de relieve la visión cristiana de la conservación de la creación, una posible tercera vía entre el ecologismo extremo y el antropocentrismo exclusivo. El mandato de Dios a Adán de ser guardián de la naturaleza se expresa en hebreo con el mismo verbo, shamàr, que utilizará Caín para protestar a propósito de Abel: ‘¿soy yo el guardián de mi hermano?’. En la Biblia “guardar” contempla el matiz de “cuidar” y remite siempre a la necesidad de hacerse cargo del otro en cuanto alteridad. El otro es la naturaleza y el ser humano, el hermano y la tierra. La disciplina del descanso sabático es la misma que la del barbecho, en ambas actúa la misma necesidad de dar y encontrar aliento. Estoy convencido de que el lenguaje del humanismo bíblico es perfectamente adecuado para nuestra condición postmoderna. Intento argumentarlo remitiéndome a tres imágenes, a tres episodios que todos conocemos. El primero es la parábola evangélica de Lázaro y el rico Epulón, que invita a dar un vuelco a la forma en que habitualmente vemos el hambre y la malnutrición. La mirada no puede ser la del que se harta de comida y, como mucho, deja caer algunas migajas bajo la mesa. No, la mirada cristiana coincide con la del que recoge las migajas, como muchos mendigos de comida que llenan las calles del mundo. También aquí, en Milán, en la ciudad que está preparando la Expo y que no puede olvidarse de sus pobres. La segunda imagen es del mismo tenor. El intercambio entre Jacob y Esaú representa el primer contrato documentado por la Biblia, y es un contrato inicuo. No se hacen acuerdos con quien tiene hambre, porque a cambio de la comida (el famoso pacto de las lentejas) está dispuesto a ceder en todo, incluso en la posesión más preciada (la primogenitura). Esta es también la gran lección del Éxodo, el tercer texto al que quiero aludir. En el desierto, el pueblo se queja porque le falta pan y agua y Dios le escucha, interviene, porque una oración así no puede quedar sin ser escuchada. De no ser así, a la queja le sustituye la nostalgia de la esclavitud, donde al menos se comía carne y cebollas. Una advertencia hoy más actual que nunca: no es la abundancia de comida la que nos hace libres, porque hay una esclavitud moral que pasa también y especialmente por las necesidades primarias. La libertad, lo repito, es el primer alimento del que debemos nutrirnos».

Petrini:

«Me remito a la experiencia de Terra Madre, la red que reúne desde hace diez años a las comunidades alimentarias de todo el mundo. En ella hay ya 175 países, cada uno con su cultura, también religiosa. Todos están de acuerdo en una convicción fundamental: la tierra es nuestra madre. Para todos no será la Pachamama venerada por las poblaciones de América Central, pero todos tienen muy presente este elemento femenino. Nada que ver con los chefs estrellas, todos masculinos, de la televisión. En todos los lugares del planeta son las mujeres las que tienen viva la dimensión sagrada de la comida. Silenciosamente, fielmente, sin que nadie les de nunca las gracias. No es casualidad que todas las cosmogonías concuerden en el dato primordial de la maternidad de la tierra, capaz de generar y nutrir a la vez. Son visiones diferentes a la cristiana, pero igualmente dignas de respeto y comprensión. Si tuviera que señalar un valor común del que partir para recuperar este patrimonio olvidado, elegiría la fraternidad, la Cenicienta de la Revolución Francesa. En nombre de la libertad hemos hecho toda clase de barbaridades, y ¡cuántos muertos en nombre de la igualdad! Pero nos hemos olvidado de la fraternidad, que significa escucha, comprensión del otro, más allá de las diferencias, reconocimiento de que somos hermanos por haber nacido de la misma tierra. De ahí se deriva el concepto mismo de “comunidad”, central en Terra Madre. Los pilares de nuestra historia hasta ahora han sido la inteligencia afectiva, que viene en ayuda de las capacidades exclusivamente racionales, y algo que me gusta definir como “austera anarquía”. Cada uno respeta la soberanía alimentaria del otro, nadie se hace ilusiones de poseer soluciones adaptables a cualquier circunstancia. Un campesino de Patagonia no necesita un experto occidental que le sugiera la simiente. Él ya sabe qué cultivar, tiene una tradición milenaria que, en todo caso, hay que fortalecer y redescubrir. Por eso, yo sería un poco más prudente que el amigo Massobrio en lo que se refiere al énfasis sobre la italianidad que Italia debería expresar en la Expo 2015. Es un punto de vista que comparto, siempre que sea conjugada de forma acogedora: nosotros mostramos nuestros saberes y el resto del mundo hace lo mismo. Con igualdad, con espíritu de fraternidad. Por desgracia, esa no es la impresión que Italia está dando en estos momentos. Nos seguimos creyendo los más listos, anhelamos la llegada de turistas que, según se dice, vendrán a millones, estamos preparando una kermesse que relanzará el crecimiento. ¿Pero qué crecimiento? Las vicisitudes de la Expo giran alrededor de esta pregunta, que es económica y espiritual al mismo tiempo».

Massobrio: «Como cristiano, creo observar que el gran enemigo contra el que estamos llamados a combatir hoy es la homologación. La homogeneización es la operación diabólica por excelencia, porque quita la memoria y hace imposible reconstruir el camino de la existencia. De dónde venimos, a dónde vamos, de quién lo hemos recibido todo. Entre otras cosas, nuestra sociedad no reconoce ya el valor altamente religioso de la comida de temporada. Pensad en la fuerza del gesto que hacían nuestras madres cuando llevaban a la mesa las cerezas, las fresas o los kakis. Era una forma de recordar que en ese tiempo la tierra daba esos frutos, y era la misma visión mística que Santa Hildegarda von Bingen guardaba en el corazón de la Edad Media. En Europa toda la historia de la comida es historia espiritual, estrechamente entretejida con el monacato, al cual debemos la arquitectura global de la moderna cultura de la comida, desde el saneamiento agrícola de las ciénagas hasta las maravillas del vino de Borgoña, pasando por la asignación del lugar en la mesa. Desde el momento en que intenta borrar este origen, Europa pierde de vista los motivos profundos de la empresa monástica, que se basaba en la voluntad de respetar y exaltar la tierra en todas sus expresiones. No pienso en los monasterios como tales, sino en las comunidades, con frecuencia populosas, que se reunían alrededor de los monasterios. Todo esto no puede olvidarse, esta raíz no puede arrancarse. Pero hay que prestar atención, porque la verdadera memoria se realiza en el reconocimiento del otro. Europa debe recordarse a sí misma y, mientras tanto, mirar a otras tradiciones, asimilar la riqueza. Pero sin caer nunca en la homologación. Para mí es decisivo el principio de restitución que, en este sentido y sólo en este sentido, es tarea de Italia. No debemos imponernos como modelo, es cierto, pero tampoco podemos permitir que los modelos sean dictados por las multinacionales».

Queda claro que la comida sugiere muchas cosas de tipo simbólico y en relación con los valores. Una perspectiva así es indispensable, pero la Expo 2015 no será sólo eso. ¿Qué falta hoy concretamente?

Petrini: «Falta la política, pero ésta no es una carencia sólo milanesa o italiana. Sufrimos por la falta de un gobierno planetario, que sepa gestionar de forma adecuada un drama como el del hambre. Bastarían 34.000 millones de euros para parar este flagelo. ¿Por qué se encuentra dinero para salvar a los bancos y no para salvar vidas humanas? El Papa Francisco es hoy la única autoridad a nivel mundial que tiene el valor de hacer frente con claridad a estos temas. Su discurso en la FAO de noviembre pasado es un documento de una fuerza política explosiva. Es una pena que pocos se hayan dado cuenta».

Massobrio: «No debemos rendirnos ante la ausencia de la política. La Expo del año próximo nos afecta directamente, es algo que ocurre en nuestro país, en nuestro presente. Como si no fuera suficiente, el tema de la muestra gira en torno a una palabra crucial: “vida”. Como hombres y como país, no podemos correr el riesgo de representar ante el mundo entero nuestras habituales divisiones. Debemos levantar la mirada para actuar de inmediato, mientras siga habiendo tiempo, en el plano de la reflexión y la comunicación».

Bruni: «Hasta ahora hemos hablado de comida, pero tal vez la verdadera cuestión sea el cuerpo o, mejor dicho, la vulnerabilidad que tienen en común el cuerpo humano y la naturaleza. Algo que a nuestra sociedad le cuesta mucho aceptar y de lo que deberíamos reapropiarnos. La Expo se presenta como una gran obra, pero la primera gran obra de la que la Biblia da testimonio no es la torre de Babel, sino el arca en la cual todas las especies de la tierra encuentran refugio cuando la tierra, arrasada por el diluvio, revela su fragilidad. Y Noé, el primer constructor, es también el primer viñador, el que descubre el proceso para destilar el vino de la uva. Pero me gustaría concluir con otro primado, que me parece muy significativo. El primer salario citado en el texto bíblico se refiere, una vez más, a la comida: una nutrición esencial, femenina, materna. Es la retribución que la hija del Faraón promete a la nodriza por amamantar al pequeño Moisés. El origen de la comida siempre tiene que ver con las mujeres. Este es otro motivo por el que la Expo 2015 no puede plegarse a una lógica predominantemente comercial»

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Mesa redonda de Avvenire sobre la Expo 2015, con Carlin Petrini, fundador de Slow Food, el crítico enogastronómico Paolo Massobrio y Luigino Bruni

por Alessandro Zaccuri

publicado en Avvenire el 18/12/2014

Bruni Pedrini Tarquinio Massobrio Zaccuri ridEl cocinero del mundo, las lentejas de Esaú y el desdén hacia los chefs estrellas que, quién sabe por qué, son todos hombres. «Y las mujeres que cada noche llevan la cena a la mesa, ¿eh? A ellas no les da nadie las gracias, y sin embargo son ellas las que conservan el verdadero valor de la comida», dice Carlin Petrini, fundador de Slow Food y de Terra Madre. Milán, una mañana un poco gris de mediados de diciembre.

Estamos en la sede de Avvenire, a pocos kilómetros de distancia de las obras de la Expo 2015, hablando de cómo debería ser – y de cómo aún puede ser – el acontecimiento planetario sobre el que en los últimos meses se han cernido los nubarrones del escándalo y la criminalidad. Un motivo más para volver a las raíces de la cuestión y redescubrir la importancia de un tema tan sugerente como el que en 2008 hizo que Italia ganara el concurso internacional para organizar la Expo: “Nutrir el planeta, energía para la vida”. Con Petrini dialogan dos prestigiosas firmas de Avvenire: Luigino Bruni, teórico de la economía de comunión y el crítico enogastronómico Paolo Massobrio.

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COMIDA & EXPO, el banquete de la fraternidad

COMIDA & EXPO, el banquete de la fraternidad

Mesa redonda de Avvenire sobre la Expo 2015, con Carlin Petrini, fundador de Slow Food, el crítico enogastronómico Paolo Massobrio y Luigino Bruni por Alessandro Zaccuri publicado en Avvenire el 18/12/2014 El cocinero del mundo, las lentejas de Esaú y el desdén hacia los chefs estrellas que, qu...
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Entrevista a la filósofa política canadiense Jennifer Nedelsky

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 4/10/2014

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Icare 300 ridLa canadiense Jennifer Nedelsky, profesora de filosofía política en la Universidad de Toronto, es una de las voces más innovadoras en el debate actual sobre la atención a las personas, los derechos y las relaciones sociales. Está convencida de que en nuestra época hay una gran prioridad que, por desgracia, nuestras democracias dejan en segundo plano: la revisión profunda de la relación que debe existir entre el trabajo y el cuidado de las personas, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, ricos y pobres. Un tema esencial en un mundo en el que cada vez hay más ancianos que, gracias a Dios, viven más tiempo. Si no cambia, de forma colectiva y profunda, la cultura del cuidado de las personas en relación con la cultura del trabajo, al final lo que se niega es la democracia y la igualdad sustancial entre las personas. Hace años que la conozco (por eso en la conversación que sigue he traducido la palabra inglesa “you” por tú) y me he reunido con ella en el Instituto Universitario Sophia de Loppiano (Italia). Le he hecho algunas preguntas sobre temas que, en mi opinión, deberían estar hoy en el centro de la agenda política y civil de nuestro país.

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En tu opinión, ¿qué hay de malo en comprar en el mercado servicios de atención a las personas, en usar la moneda para que los más ricos puedan “comprar” asistencia a los más pobres? En el fondo, lo positivo del mercado está precisamente en el encuentro entre personas distintas que intercambian “bienes” distintos en su mutuo provecho.

«Yo no estoy en absoluto en contra del "mercado de la asistencia". El sistema que propongo permitiría comprar una parte de los cuidados, porque así, por ejemplo, las mujeres tendrían más tiempo libre para sus hijos y también para trabajar. Mi propuesta es que cada persona deba donar un tiempo para cuidar de ella misma y de los demás. Lo que diferencia mi enfoque de otros (pienso en los que propone un salario para las amas de casa) es que a mí me gustaría que todos los ciudadanos adultos (hombres y mujeres, de todas las clases sociales) dedicaran un tiempo a actividades gratuitas (no retribuidas) de atención a las persona; me gustaría que se ocuparan de ellos mismos en vez de “comprar” en el mercado a alguien que lo haga por ellos, y me gustaría que se ocuparan también del cuidado de su familia, de sus padres y también de las comunidades a las que pertenecen. Como mínimo durante 12 horas a la semana».

No olvidemos que detrás del “mercado de la atención a las personas” existe también una cuestión de poder entre distintas regiones del mundo, donde los más ricos delegan los trabajos que no les gustan en los más pobres. Las democracias han luchado durante siglos para reducir o eliminar la posibilidad de que unos cuantos poderosos dispongan de las personas pobres. Hoy estamos volviendo a introducir algo parecido, a través de un “neofeudalismo” en el que el dinero ocupa el lugar de la sangre azul, pero desempeñando la misma función de dominio sobre las personas. Volvamos a las 12 horas que tú propones dedicar a cuidar de otros ¿serían dentro de la familia o también fuera de casa?.

«Sí, pienso y hablo de cualquier tipo de cuidados. Si en un momento importante de tu vida tienes responsabilidades importantes (con niños, padres, ancianos…) tal vez en esos años los cuidados se darán exclusivamente (o casi) en el ámbito de la familia. Pero cuando estas obligaciones acaben, eres libre de ocuparte de otros cuidados dentro del círculo más amplio de la comunidad a la que perteneces».

¿Te gustaría que este “cuidado para todos” fuera obligatorio?

«Toda norma es obligatoria, aunque las formas de enforcement, de aplicación, varían según el tipo de norma. Lo que me parece muy importante es que la norma que yo propongo ("cuidados a tiempo parcial para todos y trabajo a tiempo parcial para todos") no sea impuesta desde arriba por el Estado y por su ley, sino que sea eficaz como consecuencia de los poderosos mecanismos de estima y desaprobación social. Pongo un ejemplo (no casual): a causa de las normas sociales hoy vigentes a propósito de la relación entre hombre y mujer, las mujeres hacen una enorme cantidad de trabajo no retribuido dentro de casa, y esto sólo a causa de normas sociales muy eficaces y fundamentales en nuestra vida. Esto demuestra que todas las normas “obligan” y no sólo las normas de ley. Pongo otro ejemplo: si hoy un hombre de 30 años va a una fiesta y dice que no ha trabajado nunca ni piensa buscar trabajo, lo más probable es que esa afirmación reciba una fuerte desaprobación social, mientras que hace uno o dos siglos tal condición era señal de nobleza y de aprecio (y envidia) social. Yo deseo un mundo donde si eres una persona (hombre o mujer) y participas en una fiesta y al presentarte dices “nunca he trabajado en el cuidado de mí mismo ni de los demás”, termines sencillamente por avergonzarte, al recibir la desaprobación de los demás. Y lo mismo debería sucederte si dices: “No tengo tiempo para cocinar, ni para planchar, ni para ocuparme de mis padres o de mi comunidad, porque tengo un trabajo demasiado importante que me ocupa totalmente". Deberíamos llegar a decir sin tardanza que una vida hecha de “sólo trabajo y sin cuidados” es una vida socialmente inmadura, que no merece nuestro aprecio. Hay que superar esa idea como hemos superado la idea de que la nobleza va asociada a las rentas y no al trabajo».

Me parece evidente que un cambio cultural de tal calado debe partir no sólo de la familia, sino también de la escuela. 

«Sí, estoy reflexionando mucho sobre la escuela. Estoy convencida, por ejemplo, de que antes de graduarse, un joven debería ser capaz de planificar el menú semanal, conocer cuánto cuesta, saber dónde hacer la compra y cómo cocinar lo que compra. Toda persona adulta debería saber hacer estas cosas, y no dejarlas únicamente en manos del mercado ni en manos de las mujeres, entre otras cosas porque nadie tiene derecho a pensar que otros deban hacer estas cosas en su lugar».

En tus libros propones algunos cambios importantes en el lugar de trabajo.

«Es cierto. Yo pienso que hay dos aspectos principales que están íntimamente relacionados. El primero es la igualdad entre sexos. Vivimos en una fase de gran estrés para las familias. Pero hay algo que no se pone suficientemente de relieve: los policy makers [podríamos traducirlo como “los interlocutores institucionales del ciudadano ", ndr] son, por lo general, personas que no han realizado ni van a realizar trabajos de cuidado personal. En general son ignorantes…».

…porque son ricos, porque son varones o por ambas cosas.

«…Son ignorantes de estas dimensiones fundamentales de la vida humana. Y así establecen las políticas de atención a las personas o de bienestar sin tener una experiencia cotidiana. Debemos eliminar o reducir el “gap” entre los que viven en lo concreto los cuidados y los que legislan sobre ellos, y, en consecuencia, debemos reajustar tanto los lugares de trabajo como las normas relativas al cuidado de las personas. En relación con el trabajo, me gustaría que nadie trabajara más de 30 horas a la semana. Y en relación con el cuidado de las personas, me gustaría que ningún adulto dedicara menos de 12 horas a la semana. Todos deben proporcionar cuidados y nadie debe estar en casa desocupado. Todos deben tener un trabajo remunerado; aunque sea a tiempo parcial debe ser un “buen” trabajo (con todos los derechos, un salario adecuado, etc.). Para ello, hay que revisar la expresión “tiempo parcial”, que no debe entenderse como se entiende hoy, sino como una nueva forma de vivir el trabajo, un nuevo “trabajo a jornada completa” para todos, sin separarlo de los cuidados. Pero, lo repito, yo creo en un cambio cultural. Si tú le dices a alguien: “Mi trabajo de médico o de ingeniero es verdaderamente importante y tengo que trabajar 80 horas a la semana”, la gente debería responderte: “No eres un buen doctor ni un buen ingeniero”. El exceso de trabajo (y la falta de cuidados) debería dejar de ser considerado como un elemento de estima para ser visto como un factor de desaprobación».

Eso sería tanto como decir que hace falta cambiar la idea de la “estima social”, para convertirla en un concepto mucho más amplio que la estima profesional. Deberíamos estimar a los trabajadores también como personas capaces de hacer algo más que trabajar, sobre todo cuidar de sí mismos y de los demás. Lo comparto plenamente. Pero ¿no crees que hay trabajos que por su naturaleza exigen mucha dedicación y muchas horas de trabajo para alcanzar la excelencia (medicina, ciencia, política, sacerdocio, deporte…)?

«Mi sistema permite desarrollar la excelencia absolutamente. Si eres un científico y estás realizando un experimento complejo, puedes y debes trabajar incluso 12 horas al día y 90 a la semana. Hay muchos trabajos que requieren períodos muy intensos. Pero después debes recuperar y tomarte días libres. Mis treinta horas son una media indicativa a largo plazo. Pero nadie debe poder decir: “Mi trabajo es muy importante y otro debe lavar mis calcetines"».

¿Así que tú criticas el capitalismo actual?

«Sí y no. Me gustaría que mi sistema se aplicara inmediatamente, sin esperar a una hipotética sociedad distinta. Desde luego estoy preocupada con nuestro capitalismo financiero, sobre todo por su desigualdad. Pensemos en las diferencias cada vez mayores entre los salarios de nuestras grandes empresas. Es un fracaso económico, pero también político y moral. No siempre ha sido así. El capitalismo ha conocido altos ejecutivos con salarios mucho más bajos y había más democracia. Así pues, la introducción de esas 12 horas gratuitas a la semana para todos sería también un eficaz camino para aumentar la democracia y la igualdad verdadera entre las personas.
Pero debemos ser conscientes de que nuestro capitalismo camina hoy en la dirección opuesta: en los Estados Unidos las horas de trabajo semanales son ya 47-48 por término medio. Yo quiero un cambio cultural en la familia, en las empresas y en la política. Pero ya, empezando a educarnos en una idea distinta de excelencia, donde la excelencia se extienda a nuestra capacidad de amar, de cuidar de los demás. En lugar de decir: “Eres un doctor excelente”, empezar a decir: “Eres una persona excelente, porque además de trabajar te ocupas de ti mismo y de tu comunidad”. Excelencia en la vida y no sólo en el trabajo.»

Es como si nos invitaras a buscar un nuevo progreso humano “relacional”.

«Sí, lo que necesitamos es una nueva idea de “éxito” o de “florecimiento humano”, donde el trabajo y el dinero sean redimensionados y los criterios de éxito sean muchos. Pero no quiero abandonar el trabajo: a mí me gusta mi trabajo, y espero que cada vez más personas puedan trabajar siguiendo su vocación, y tener tiempo para hacer juntos muchas otras cosas».

 

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Entrevista a la filósofa política canadiense Jennifer Nedelsky

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 4/10/2014

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“I care”, el secreto del éxito

“I care”, el secreto del éxito

Entrevista a la filósofa política canadiense Jennifer Nedelsky por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 4/10/2014 descarga el pdf La canadiense Jennifer Nedelsky, profesora de filosofía política en la Universidad de Toronto, es una de las voces más innovadoras en el debate actual sobre...
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Comentario – Viejos males acrecentados por la crisis

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 10/07/2014

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Usura rid«A medida que la crisis ha ido ganando en intensidad, hemos ido observado una mayor propagación del fenómeno de la usura, como atestigua el hecho de que el número de denuncias se haya duplicado en 2013 con respecto al año anteriores». Hay documentos, como este que acaba de publicar la Unidad de Información Financiera de la Banca de Italia, que todo ciudadano responsable y maduro debería leer y meditar, para actuar en consecuencia. La usura es una enfermedad típica de toda sociedad monetaria, puesto que es el fenómeno visible de las relaciones de fuerza y de poder que se esconde bajo la aparente neutralidad de la moneda. La existencia de la moneda produce muchos beneficios, pero también genera altos costes, que crecen en intensidad y relevancia al ampliarse el área cubierta por la moneda dentro de la sociedad.

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Así pues, la usura crece junto a la mercantilización de las relaciones sociales y, como también dice la Banca de Italia, crece en tiempos de crisis, cuando aumenta la demanda de moneda por parte de aquellos que se encuentran en los márgenes o directamente fuera de los circuitos oficiales del crédito. Ningún otro sistema social ha producido tanta usura como nuestro capitalismo financiero, donde, al poder comprar casi todo, la moneda lo es casi todo y estamos dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de poseerla. Así pues, la usura es un indicador elocuente e infalible de la “escoria” que nuestro capitalismo produce y no es capaz de reciclar, pero también de la incapacidad de los bancos y los circuitos legales y buenos del dinero para responder a la demanda de moneda que procede de las periferias del imperio (que mira hacia otro lado). Pero es también una señal de todo el dolor que se esconde detrás de las crisis de tantas empresas y de las engañosas promesas de lujo fácil para los pobres.

Sería interesante y extremadamente útil “abrir” estos datos y leer las historias que ocultan. Encontraríamos una humanidad muy variada: empresarios en crisis que han llegado a su penúltima playas, personas frágiles que han caído en la perversa rueda de los juegos de azar, las máquinas tragaperras y las trampas del crédito fácil que ofrecen ambiguas agencias que arruinan a las familias más vulnerables prometiéndoles que pueden mantener un consumo insostenible. La corrupción legal, no sólo la ilegal, es la gran enfermedad de nuestro sistema.

No debemos olvidar que las víctimas de la usura son los pobres. Siempre lo han sido, pero hoy lo son todavía más. Por eso resulta especialmente útil releer una original traducción del conocido pasaje del Evangelio de Lucas (6,35), escrita por Antonio Genovesi en sus “Lecciones de economía civil”: «Prestad sin decepcionar a los necesitados y a los pobres, que esperan en vuestra liberalidad, y no les hagais desesperar (mutuum date, neminem desperare facientes)» (1766). Genovesi, heredero e innovador de la gran visión clásica de la moneda, admitía en general que se prestara dinero con intereses, pero con una clara excepción: «que no fueran pobres». En realidad, aunque Genovesi no podía imaginarlo, el capitalismo se ha convertido a lo largo de los siglos en un sistema que presta a usura, sobre todo (aunque no sólo) a los pobres, llevándolos cada vez más a la desesperación. A los pobres de dinero y, antes que a ellos, a los pobres en relaciones, que son capturados y machacados por unos usureros sanguijuela, después de haber quedado aislados. Mientras tengamos personas amigas que nos escuchen, aconsejen y protejan, no acabaremos en las redes de la usura. La usura primero aísla, después pone contra la pared y finalmente actúa destruyendo.

¿Qué hacer? La cura de la usura, de esta enfermedad de la economía monetaria, nunca ha venido de los bancos privados que buscan rentas. Algunas curas han venido de instituciones que, bajo impulso de los ciudadanos, han redactado y mejorado las leyes anti usura; pero sobre todo, la cura radical viene de la creación de otros bancos distintos, de instituciones financieras nacidas con fines más grandes que las rentas y los beneficios. La tradición social y solidaria de la banca floreció cuando en la segunda mitad del siglo XV, en plena crisis social debida también al boom de los mercados de la usura, los franciscanos menores (Giacomo della Marca, Giovanni da Capestrano, Marco da Montegallo …) inventaron los Montes de Piedad, una de las mayores innovaciones financieras y económicas de Europa. Y lo hicieron como expresión de charitas, de amor civil hacia su gente que pedía pan y buen crédito. Frente a una grave crisis, aquellos cristianos y amigos del hombre no escribieron sólo tratados ni se limitaron a dar conferencias: fueron capaces de engendrar obras, instituciones, bancos. Si hoy queremos reducir la usura, debemos seguir actuando sobre las instituciones y pedir, como ciudadanos, leyes mejores que favorezcan a los más frágiles. Pero, sobre todo, las asociaciones y los movimientos de la sociedad civil deberían crear nuevas instituciones financieras, fondos de microfinanzas y nuevos bancos.

Nuestro sistema económico y financiero no está en condiciones de autoregenerarse, lo vemos todos los días. El mismo informe de la Banca de Italia nos dice que las sospechas de reciclaje de dinero se han multiplicado por seis desde 2007 hasta hoy. Demasiadas empresas fundadas por ex artesanos que practicaban las virtudes civiles han pasado a manos de los especuladores, y muchos bancos tradicionales responden a unos directivos puestos por una propiedad que busca la maximización de las rentas, guiados por algoritmos demasiado alejados de las personas. Hay una necesidad cada vez mayor de obras de bien común. Hay señales positivas, pero no conseguimos interpretarlas todavía, y no somos capaces de hacer con estas voces un coro.

Sin nuevas obras de bien común seguiremos comentando los informes sobre la usura y sobre la corrupción, deprimiéndonos y esperando pasiva y corresponsablemente el siguiente y triste informe o haciéndonos ilusiones de una ‘recuperación’ prometida por los nuevos adivinos. Y los pobres seguirán siendo llevados a la deseperación.

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Comentario – Viejos males acrecentados por la crisis

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 10/07/2014

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Usura rid«A medida que la crisis ha ido ganando en intensidad, hemos ido observado una mayor propagación del fenómeno de la usura, como atestigua el hecho de que el número de denuncias se haya duplicado en 2013 con respecto al año anteriores». Hay documentos, como este que acaba de publicar la Unidad de Información Financiera de la Banca de Italia, que todo ciudadano responsable y maduro debería leer y meditar, para actuar en consecuencia. La usura es una enfermedad típica de toda sociedad monetaria, puesto que es el fenómeno visible de las relaciones de fuerza y de poder que se esconde bajo la aparente neutralidad de la moneda. La existencia de la moneda produce muchos beneficios, pero también genera altos costes, que crecen en intensidad y relevancia al ampliarse el área cubierta por la moneda dentro de la sociedad.

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Una cura necesaria

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Comentario – A propósito de la "apertura"

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 18/06/2014

 classe vuota ridLa escuela es un espejo cóncavo de la sociedad, que refleja, ampliándolas y a veces dándoles la vuelta, sus potencialidades y virtudes junto a sus ineficiencias y vicios. Pero, antes que nada, la escuela, de todo tipo y grado, es uno de los grandes “bienes comunes” de nuestra sociedad. Es allí donde se unen las generaciones y donde se mezclan los saberes, donde aprendemos a gestionar nuestras frustraciones, donde hacemos amistad con nuestras limitaciones y las de los demás, y donde aprendemos que la cooperación y la competición pueden y deben convivir. Es el lugar donde descubrimos que existen reglas anteriores a nosotros, que no son un “producto” nuestro. Es donde nos hacemos mayores. Donde aprendemos la poesía.

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En las sociedades tradicionales, la escuela era un bien común más de la comunidad. Las iglesias, la familia en sentido amplio, los partidos políticos, los oratorios y las grandes narrativas del mundo eran otros grandes lugares de bien común, en sinergia con ella. Por eso, la escuela no debía ser demasiado invasiva y debía permanecer en su ámbito y en su lugar. En esta fase nuestra de fragilidad de los vínculos civiles y de las comunidades primarias (empezando por la familia), debemos volver a ver a la escuela como un gran e indispensable bien común, que puede desempeñar un papel único en la regeneración de los vínculos y en la reconstrucción de la cuerda que nos une: la confianza-fides civil. Sin un nuevo y gran plan para la educación es impensable que podamos vencer el virus de la grave corrupción de nuestras clases dirigentes y la inmoralidad de nuestra esfera pública. Es escandaloso, por ejemplo, tener que ver estos días cómo se han malvendido los mundiales de fútbol a las sociedades de apuestas, que nos bombardean antes, durante y después de los partidos que ven millones de adolescentes ¿Esta es su idea de servicio público?

Así pues, hay que ver el complejo tema de las “vacaciones escolares” de los profesores, administrativos y alumnos, como parte de un tema más amplio. Los tres meses y medio de vacaciones escolares que tienen el 90% de los estudiantes es, sobre todo, una herencia de una sociedad en la que la mayor parte de las madres eran amas de casa (algunas, maestras) y había otras comunidades primarias vivas y fuertes en todas partes. En los meses de verano, todos nuestros adolescentes y jóvenes tenían otros lugares donde crecer y crecer bien. La pluralidad y la biodiversidad de los lugares educativos sigue siendo hoy un principio fundamental de la vida buena en común, que hay que salvaguardar y proteger decididamente. Pero debemos tomar nota de que la sociedad ha cambiado y la mayor parte de las madres de hoy trabaja fuera de casa (aunque todavía sean demasiado pocas y aunque durante esta crisis el número de madres trabajadoras se haya reducido). En verano, la vida se hace aún más complicada y estresante, sobre todo para las mujeres con hijos en edad escolar. No olvidemos que existe una seria “cuestión femenina” oculta detrás de este gran tema. Tampoco hay que olvidar que las actividades veraniegas de los oratorios no son suficientes y no llegan a todos, mientras que aumenta exponencialmente el negocio privado de campamentos de verano que llegan a costar 200 euros por semana. Una tendencia que tiene efectos éticos importantes, porque las familias más pobres se convierten también en las más cansadas y pueden caer en verdaderas “trampas de pobreza”.

La educación para todos fue y sigue siendo una gran política redistributiva de renta y sobre todo, de oportunidades. En Italia está aumentando la desigualdad económica y social, entre otras cosas, porque en los últimos treinta años hemos dejado de invertir en educación. Salimos del feudalismo yendo todos a la escuela, sentándonos pobres y ricos en los mismos pupitres. Y volvemos a él cada vez que, como ahora, aumenta la dispersión escolar y los niños no aprenden poesía, que es el primer ejercicio de ciudadanía.

Ampliar la apertura de las escuelas hasta primeros de julio y comenzar las clases el uno de septiembre, como ocurre en casi todos los países de Europa, incluso en los más “cálidos”, sería una operación muy útil y necesaria. También ha sido útil el debate suscitado por la reflexión de Giorgio Paolucci desde estas mismas columnas.  Pero hay un punto importante: este gran cambio no puede apoyarse únicamente sobre el mundo de la educación. Es necesaria una nueva alianza o un nuevo pacto social a todos los niveles. La sociedad civil debe estar cada vez más presente en la escuela y hace falta más sinergia entre el sector público, la ciudadanía, las asociaciones, las parroquias y los movimientos. Todavía está muy poco desarrollado el voluntariado escolar (sobre todo en la escuela pública) que, sin embargo, podría ser un recurso esencial sobre todo en verano. Evidentemente habría que contar con nuevas infraestructuras (en algunas regiones a finales de mayo se jadea en clase pero también se jadea en las casas de los más pobres) y programas adecuados para la estación veraniega, sin tener a los niños y adolescentes en los pupitres con 35 grados, organizando talleres al aire libre y experiencias de trabajo para los cursos superiores (demasiado alejados del trabajo de verdad).

Un primer y muy necesario “plan keynesiano” para salir de la crisis del trabajo debe encontrar pronto concreción en un gran plan para la escuela, porque, cuando una sociedad no invierte en educación, años después está obligada a invertir en servicios de rehabilitación de toxicomanías y en cárceles. Estamos dejando en herencia a nuestros jóvenes un país más endeudado y un planeta contaminado y empobrecido en reservas naturales. Volver a invertir seriamente en educación sería un acto de reciprocidad y de justicia hacia ellos.

 

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Comentario – A propósito de la "apertura"

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 18/06/2014

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Más y mejor educación

Más y mejor educación

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Comentario – Decisión que reniega de los fines de la economía

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 29/05/2014

Eurostat ridSiempre hemos sabido que el Producto Interior Bruto no mide mucho y que muchas de las cosas que mide las mide mal. Desde estas páginas lo hemos repetido a menudo y gustosamente. Pero a nadie se le ha ocurrido eliminar el PIB para dar lugar a otros indicadores de bienestar, porque si bien la democracia tiene una creciente necesidad de más indicadores económico-sociales, sigue siendo importante tener un indicador de la producción de bienes y servicios de un país. El PIB está lleno de datos que dicen poco sobre nuestro bienestar o dicen exactamente lo contrario (por ejemplo, en los juegos de azar).

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Pero, hasta ahora, toda esta gran cantidad de datos de signo ético contradictorio, se movía (o al menos así queríamos que fuera) dentro de los limites marcados por la legalidad. Según lo anunciado esta semana, si se avanza en la dirección indicada por Eurostat,  además de la conocida ambivalencia de esos datos tendremos también un cambio de naturaleza: el PIB dejará de tener vínculos con la vida civil y con la esfera moral.

Si de veras se incorporan al PIB actividades criminales (como el tráfico de drogas, la explotación de la prostitución y el contrabando), la variación de este indicador no nos dará ninguna indicación sustancial y será ejercicio inútil alegrarse porque vuelva a estar en zona positiva. Los primeros que deberíamos entristecernos por este importante cambio somos nosotros, los economistas, una categoría que, en cambio, brilla muchas veces por su cinismo y por considerar que estos temas son cosas de moralistas nostálgicos, un poco ingenuos y tal vez no demasiado inteligentes. Por el contrario, deberíamos entristecernos y protestar mucho, porque un PIB así pierde todo contacto con la gran tradición de la ciencia económica. Y no sólo con la Economía Civil de Antonio Genovesi, esto es obvio, sino también con la de Adam Smith, una tradición que ha considerado siempre la producción de bienes y servicios como algo éticamente bueno en su conjunto. No protestar hoy con fuerza contra esta innovación incivil implica de hecho ratificar y aprobar la salida de la economía de las cosas buenas de la vida en común. Es muy triste constatar lo bajo que ha caído, con este “vuelco”, la cultura civil y económica de nuestros técnicos y funcionarios.

La estadística, noble arte de la vida social buena, siempre ha tenido en Italia una riquísima tradición humanista, porque era considerada parte integrante de la civilización, por usar una expresión de uno de los fundadores de la estadística moderna, el milanés Melchiorre Gioja. Por eso, hay que tratar de que el ISTAT promueva una protesta y de una acción a nivel europeo, a partir de sus raíces y de su propia historia. La estadística es el espejo de la cultura de un país, porque mide algo que ya de antemano conocemos y queremos “ver” en base a una civilización y a una idea de bien común. Aquellos que hoy quieren introducir esta modificación en el PI están diciendo que ya no hay diferencia de naturaleza entre un empresario que produce y paga los impuestos y un empresario mafioso; entre los que contratan y los que dan trabajo en negro; entre los que respetan la ley los que la niegan. Esta noticia reniega de siglos de tradición y de estadística humanista y ofende a los que trabajan y viven en la legalidad. Y así seguimos humillando la honradez y la virtud y poniéndonos al servicio de los  deshonestos, dándoles dignidad civil y económica. ¿Hasta cuándo y hasta dónde queremos seguir por este camino?

 

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Comentario – Decisión que reniega de los fines de la economía

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 29/05/2014

Eurostat ridSiempre hemos sabido que el Producto Interior Bruto no mide mucho y que muchas de las cosas que mide las mide mal. Desde estas páginas lo hemos repetido a menudo y gustosamente. Pero a nadie se le ha ocurrido eliminar el PIB para dar lugar a otros indicadores de bienestar, porque si bien la democracia tiene una creciente necesidad de más indicadores económico-sociales, sigue siendo importante tener un indicador de la producción de bienes y servicios de un país. El PIB está lleno de datos que dicen poco sobre nuestro bienestar o dicen exactamente lo contrario (por ejemplo, en los juegos de azar).

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PIB “negro”, fuera del bien común

PIB “negro”, fuera del bien común

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Entrevista a Luigino Bruni

por Diego Motta

publicado en Avvenire el 3/04/2014

Logo formazione personalizzata SEC ridEl Premio Nobel Amartya Sen decía que «el homo oeconomicus puro está muy cerca del idiota social». Estas palabras podrían ser suficientes para presentar la Escuela de Economía Civil de Loppiano, un proyecto que se propone como un laboratorio de formación permanente para aquellos que tienen en el corazón una visión "alta" del hombre y de su acción social y económica.

Tras los empresarios y directivos, ahora el reto es poner en el centro de los programas de formación a los centros educativos, empezando por el escalón más alto: los profesores. Hasta el 10 de abril estará abierto el plazo de inscripción en el primer curso dirigido a profesores de secundaria y bachillerato que quieran introducir la economía civil dentro de sus programas educativos.

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«En un mundo en el que las finanzas y la economía tienen un peso enorme, como demuestra la crisis que todavía estamos viviendo, es necesario estudiar para ser libres» sostiene uno de los fundadores de la escuela, el profesor Luigino Bruni.

 

Estudiar no es sólo para los jóvenes estudiantes, sino también para los profesores...

Exacto. Este es el primer curso que organizamos para profesores de secundaria y bachillerato interesados en la economía civil. Estamos preparando un manual ad hoc para los libros de texto y queremos hacer partícipe al público más amplio posible. No sólo a los que enseñan economía sino también a los profesores de lengua, historia y religión. Nuestro reto es el humanismo civil.

¿Por qué empezar precisamente por la escuela?

Después de la segunda guerra mundial, Italia sólo salió de los escombros gracias a un gran proyecto educativo. Del mismo modo, hoy no conseguiremos salir de esta crisis sin un nuevo y gran proyecto que vuelva a poner en el centro la dimensión educativa, apostando en primer lugar por la comunidad educativa. Para hablar de finanzas los conocimientos técnicos no bastan. Hace falta una visión nueva. Debemos crear desde abajo una vía italiana a la economía.

En las universidades en las que usted enseña, ¿qué sensibilidad hay hacia estos temas?

Cada vez más. Por fin nos sentimos escuchados. No hay duda de que es necesario seguir trabajando mucho, pero en un momento como este quienes quieran colaborar en Italia, desde una cátedra universitaria hasta el departamento de producción de una empresa, saben que el camino pasa por juntar piezas e historias distintas. Construir y no destruir. La tentación de encerrarse en modernas torres de Babel puede ser fuerte para algunos, pero para ganar hace falta que los talentos se dispersen de forma fecunda.

Es una respuesta a la cerrazón muchas veces autorreferencial de muchas élites pequeñas...

Nuestro sueño es volver a las plazas. El tercer pilar de nuestra escuela, después de la formación y la empresa, tiene que ver con el mundo de los jóvenes. Queremos abrir una escuela popular de economía para todos. Hay que construir una alianza con las nuevas generaciones, que sepa valorar de verdad el "genius loci" de este país.

El programa es muy denso y no contiene sólo teoría. La cita es para los días 8 y 9 de mayo en la sede de la Escuela de Economía Civil en Incisa Val D’Arno. Pero antes es necesario inscribirse antes del 10 de abril (para más información visitar la web www.scuoladieconomiacivile.it). Abrirá los trabajos Silvia Vacca, presidenta del consejo de administración de la escuela. Después será el turno de Luigino Bruni, quien ilustrará las raíces históricas de a economía civil desde el monacato hasta los distritos industriales. Por la tarde Stefano Zamagni abordará las perspectivas de esta nueva vía al desarrollo. La fórmula será el diálogo entre el público y los profesores. Al día siguiente, sor Alessandra Smerilli introducirá la necesidad de formas de cooperación, mediante un innovador experimento didáctico. El curso intensivo va dirigido a profesores de secundaria y bachillerato de toda Italia.

 

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Entrevista a Luigino Bruni

por Diego Motta

publicado en Avvenire el 3/04/2014

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Profesores a clase de economía civil

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Comentario – Un Día Internacional de la ONU que dice mucho de nosotros

por Luigino Bruni

publicado por Avvenire el 20/03/2014

Logo Giornata Felicita rid

Cuando en 2012 la Asamblea de la ONU instituyó el «Día Internacional de la Felicidad» probablemente no fue consciente de que Italia era la patria de la felicidad que los gobiernos y los pueblos se planteaban como un objetivo. La idea de la felicidad como objetivo de la vida es tan antigua como la humanidad (o al menos como la filosofía griega). Pero el reto de hacer de la felicidad «el objeto de los buenos principios», como dice el subtítulo del libro de Ludovico Antonio Muratori "De la felicidad pública" (1749), es latino, italiano. El mismo «derecho a la felicidad» (1776), que la ONU pone en el centro de este Día Internacional, fue un brote americano de un movimiento europeo, sobre todo latino y más concretamente napolitano.

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Thomas Paine, uno de los padres de la revolución americana, reconoce a Giacinto Dragonetti, discípulo de Antonio Genovesi y autor del importante aunque olvidado tratado "De las virtudes y de los premios" (1766), la paternidad de la idea fundamental sobre la relación entre felicidad y libertad. En su influyente libro "Common sense" (1776), Paine cita la siguiente frase de Dragonetti: «La ciencia de los políticos consiste en encontrar el verdadero punto a partir del cual los hombres puedan ser felices y libres».

Así pues, este Día Internacional debería ser una ocasión para reflexionar sobre la tradición civil y económica italiana y sobre nuestra vocación como país. Italia comenzó la reflexión moderna sobre la economía y sobre el progreso poniendo en el centro de la nueva sociedad moderna precisamente la felicidad, a la que inmediatamente le añadió el adjetivo «pública», un adjetivo calificativo importante, que unía a la Italia moderna con la tradición medieval del bien común. Pero la felicidad pública también puede ser interpretada como una declinación moderna del bien común, alrededor del cual se construyó toda la civilización medieval, humanismo incluido.

¿Qué pistas nos ofrece hoy esta antigua y moderna tradición? En primer lugar, la vía latina a la felicidad (pública) nos dice que los símbolos de la felicidad no son ni el “smile” ni la cometa, sino otros más profundos y relevantes que ya usaban los romanos en el reverso de las monedas, donde grababan la expresión felicitas publica: las mujeres, las fértiles campiñas, los instrumentos de trabajo y sobre todo los niños. Hoy debemos proteger a la felicidad, esa gran palabra, de una happiness demasiado vinculada al placer y a la diversión, cuando no a la frivolidad. Algunos filósofos de lengua inglesa han dejado de usar la palabra happiness y en su lugar usan human flourishing (florecimiento humano) para expresar lo que quería decir la antigua palabra latina felicitas o la griega eudaimonia.

Esta felicidad está en el corazón del pacto político y se refiere al florecimiento de las personas y de los pueblos, a su vida buena. Tiene poco que ver con los centros de wellness y los masajes y mucho que ver con los parlamentos, las escuelas, las familias y las virtudes civiles. No olvidemos que felicidad tiene la misma raíz que fértil, femenina y feto.

Otro mensaje es el relativo al trabajo. La felicidad sin trabajo muchas veces no es más que una ilusión, incluso opio del pueblo o un engaño, cuando es una promesa de ganancia fácil en los juegos de azar o en la especulación financiera. La patria de la nueva búsqueda de la felicidad pública fue al principio el Reino de Nápoles, una provincia periférica del gran y multinacional Reino de los Borbones. La nueva felicidad pública también tiene que pasar por el Sur y por las periferias del nuevo Reino-Imperio, aprendiendo a crear trabajo. Sólo nos salvaremos trabajando.

Para terminar, en estos momentos en los que el narcisismo se está convirtiendo en una auténtica pandemia en Occidente, la tradición de la felicidad pública nos recuerda que existe un nexo imprescindible entre la vida buena y las relaciones sociales: no es posible ser felices en solitario, porque la felicidad en su esencia más profunda es un bien relacional. Así se comprende que la felicidad se invoque sobre todo como instrumento de crítica al status quo y a la vena hedonista que desde la antigüedad ha atravesado nuestra civilización y se ha hecho dominante en los tiempos del declive y la decadencia. Debemos tomar conciencia de que no basta que la variación del PIB vuelva a ser positiva para que podamos decir de verdad que «la mala noche ha pasado».

Sólo cuando volvamos a crear buen trabajo, sobre todo para los jóvenes, la mala noche se encaminará hacia el alba. Todos los demás indicadores hay que tomárselos con un fuerte sentido crítico, porque muchas veces esconden manipulaciones. Incluidos los indicadores de la felicidad individual que están apareciendo aquí y allá, siempre que no vayan acompañados de indicadores de felicidad pública, que se mide con la calidad de las relaciones en nuestras ciudades, con el estado de salud de nuestros territorios, con la custodia de los bienes comunes, con la calidad de las escuelas y más aún con la cantidad y la calidad del trabajo (no todo trabajo es bueno).

Finalmente, pero no en último lugar, los niños. La felicidad pública necesita de los niños. Porque la primera señal de un pueblo deprimido y triste es renunciar a traer al mundo hijos e hijas por miedo a la falta de trabajo, al futuro. Pero el amor es más fuerte que la muerte. Feliz fiesta de la felicidad pública a todos.

 

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Comentario – Un Día Internacional de la ONU que dice mucho de nosotros

por Luigino Bruni

publicado por Avvenire el 20/03/2014

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Cuando en 2012 la Asamblea de la ONU instituyó el «Día Internacional de la Felicidad» probablemente no fue consciente de que Italia era la patria de la felicidad que los gobiernos y los pueblos se planteaban como un objetivo. La idea de la felicidad como objetivo de la vida es tan antigua como la humanidad (o al menos como la filosofía griega). Pero el reto de hacer de la felicidad «el objeto de los buenos principios», como dice el subtítulo del libro de Ludovico Antonio Muratori "De la felicidad pública" (1749), es latino, italiano. El mismo «derecho a la felicidad» (1776), que la ONU pone en el centro de este Día Internacional, fue un brote americano de un movimiento europeo, sobre todo latino y más concretamente napolitano.

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La felicidad es hija nuestra

La felicidad es hija nuestra

Comentario – Un Día Internacional de la ONU que dice mucho de nosotros por Luigino Bruni publicado por Avvenire el 20/03/2014 Cuando en 2012 la Asamblea de la ONU instituyó el «Día Internacional de la Felicidad» probablemente no fue consciente de que Italia era la patria de la felicidad que lo...
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Iglesia y economía - Al Papa Francisco no le basta dejar la pobreza en manos de los efectos "no intencionales" de las acciones individuales; pone en discusión todo el banquete y no sólo las migajas.

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 30/01/2014

Ricco Epulone rid

”Exhortación apostólica” es la definición que mejor le cuadra a la Evangelii gaudium del Papa Francisco. Exhortación viene del verbo latino ex-hortari, que tiene un doble significado: “inducir, incitar a hacer algo” y también “consolar, levantar” (tiene la misma raíz que confortar). La Evangelii gaudium es efectivamente un documento que nos incita con fuerza a cambiar de dirección, y lo hace con la misma fuerza con la que los apóstoles se dirigían a sus Iglesias (pensemos en Pablo), usando un tono fuerte y duro cuando era necesario. Pero, emulando la actitud apostólica, esta exhortación a la vez que nos incita y nos impulsa a rectificar, nos conforta y nos ayuda en el acto de levantarnos.

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El Papa Francisco nos ha regalado un texto al mismo tiempo fuerte y consolatorio. En él nos invita a cambiar con palabras fuertes, pero entre palabra y palabra se percibe el buen olor del pastor al que le importa, antes que cualquier otra cosa, el bien del rebaño. Sobre todo cuando teme que el rebaño se esté acercando peligrosamente a un barranco, aún más peligroso por estar precedido de verdes pastos que ocultan detrás de las hojas un escarpado y mortal despeñadero. Por eso, el primer y grave error que hay que evitar al leer la exhortación es reducir su magnitud mediante una lectura falsamente irenista y tranquilizadora que suavice las tesis más fuertes, normalizándolas y reduciendo la carga profética de incitación al cambio.

Decir, por poner un ejemplo ilustre e influyente, que la Evangelii gaudium hay que leerla «a través de la mirada del profesor-obispo-papa nacido y crecido en Argentina» (Michael Novak, “Corriere della sera”, 12 de diciembre de 2013), significa querer debilitar la carga cultural universal y general de la exhortación y calificarla en la práctica de irrelevante. Por el contario, estoy convencido de que el único modo de apreciar la exhortación y acogerla como don de bien común, pasa precisamente por no apagar su grave crítica (reconfortante para aquellos que la entienden) a la fase actual del sistema capitalista. ¿Qué capitalismo es el que critica el Papa? Sabemos que en el pasado ha habido distintos capitalismos, pero también sabemos que en la fase actual de desarrollo de la economía mundial, el capitalismo de matriz individualista que ha puesto al frente a las finanzas se está convirtiendo en el único capitalismo. Con ello se olvida toda la biodiversidad cultural y económica del siglo XX, cuando los capitalismos eran muchos y respondían a distintas antropologías y concepciones del mundo.

Así pues, la crítica que el Papa Bergoglio dirige a la versión actual del capitalismo individualista y financiero es de carácter general, y toca una idea clave de la ideología que está en la base de nuestro modelo de desarrollo, que se articula en dos puntos: la naturaleza excluyente de nuestro sistema económico (nº 53), y la idea que él llama del “derrame” (nº 54). La economía de mercado conquistó su estatuto ético y fue moralmente aceptada en la Edad Media por los franciscanos, por los dominicos (con alguna reserva) y por toda la comunidad cristiana (aunque con variaciones y acentos diversos al pasar del mundo católico al protestante), precisamente por su capacidad de incluir a los excluidos y no sólo de crear riqueza. Si comparamos el origen de la economía de mercado con el feudalismo, es decir con la única alternativa históricamente disponible, es innegable que el desarrollo histórico de la economía de mercado ha llevado consigo la inclusión productiva primero de millones de siervos de la gleba, después de los campesinos y desde hace unas décadas también de las mujeres, que tras milenios al margen de la vida civil, se han convertido en ciudadanas libres trabajando y consumiendo.

El desarrollo de la libertad de mercado fue la otra cara, inseparable, del desarrollo de la democracia, los derechos y las libertades. Esta es la historia. ¿Y hoy? No olvidemos que el Papa escribe en 2013, en un periodo histórico en el que esa economía de mercado (si queremos podemos llamarla también capitalismo, aunque no es necesario) está conociendo una enfermedad grave, con dos grandes síntomas: la deriva solitaria, infeliz y consumista de los individuos («El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada», nº 2); y la financiarización de la economía.

No podemos olvidar que cuando las finanzas especulativas se hacen con la propiedad y el control de los bancos y las empresas (y del trabajo y las familias junto con ellos), se producen al menos dos graves patologías civiles: las rentas domina sobre los beneficios de los empresarios y sobre los trabajadores, y las relaciones entre los agentes se parecen cada vez más a los llamados “juegos de suma cero”. Cada vez son más las transacciones financieras (no todas) que se configuran como una apuesta, donde las ganancias de una parte se corresponden exactamente con las pérdidas de la otra (como en toda apuesta). Cuando la economía asume este cariz de tragaperras (un cariz hoy muy visible y esperemos que reversible), el mercado traiciona su naturaleza inclusiva y deja de estar basado en la regla de oro del “provecho mutuo” (el de Smith o el de Genovesi). Por eso hay que criticarlo. El “derrame”, más allá de las exégesis y traducciones lingüísticas, es un pilar de la ideología capitalista, según la cual cuando sube la marea todos los barcos se elevan, también los más pequeños: la riqueza de los ricos beneficia también a los pobres, que recogen las migajas que involuntariamente caen de la mesa de los poderosos.

Esta es una versión del capitalismo que podríamos llamar del “rico Epulón”, que mientras come opíparamente deja caer, sin quererlo, las migajas a los perros que están debajo de la mesa. Al Papa Francisco no le basta que la justicia y la lucha contra la pobreza y la exclusión se deje en manos de los efectos “no intencionales” de unos comportamientos intencionalmente tendentes a intereses meramente individuales. Quiere poner en discusión el banquete entero y no sólo las migajas. Discutir quién y cómo come, quién se queda fuera de la mesa, qué relaciones sociales se esconden tras las personas. La suya es una legítima y necesaria crítica a una idea de solidaridad de mercado y de bien común que queda en manos principalmente de los efectos indirectos.

Las virtudes sociales (la justicia es siempre la reina de las virtudes sociales) nacen de las virtudes individuales, que son muy intencionales, de las virtudes de aquellos que ven hoy a los nuevos Lázaros y no les dejan bajo la mesa donde ya no tienen ni siquiera la compañía de los perros (que hoy reciben por fin un trato respetuoso y digno). La Evangelii gaudium es un documento que hay que leer dentro de la gran tradición clásica del bien común, humanista y cristiana (desde Aristóteles, Tomás y los franciscanos hasta Genovesi o Toniolo) que nunca ha concebido el bien común como un efecto positivo no intencionado de acciones encaminadas al propio interés, sino que lo ha relacionado con las virtudes privadas y públicas. Esta tradición considera el bien común como fruto de acciones públicas y civiles correctivas, tendentes a mitigar las pasiones sobre todo a través de instituciones justas, y no lo ve como un efecto indirecto de las acciones “naturales” y espontáneas de los individuos, como dirían Amintore Fanfani o Federico Caffé. No todas las formas de buscar el interés personal son buenas, justas y ecuánimes.

La idea de mercado que nace de esta tradición, de la que Francisco es intérprete y continuador creativo, es la de una gran operación de cooperación internacional, un ejercicio de las virtudes sociales, un asunto comunitario y personal: «Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado» (nº 204). Tomémoslo en serio, y demos vida a una nueva etapa de pensamiento económico a la altura de la exhortación de Francisco.

 

Los comentarios de Luigino Bruni publicados en Avvenire se encuentran en el menú Editoriales Avvenire 

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Iglesia y economía - Al Papa Francisco no le basta dejar la pobreza en manos de los efectos "no intencionales" de las acciones individuales; pone en discusión todo el banquete y no sólo las migajas.

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 30/01/2014

Ricco Epulone rid

”Exhortación apostólica” es la definición que mejor le cuadra a la Evangelii gaudium del Papa Francisco. Exhortación viene del verbo latino ex-hortari, que tiene un doble significado: “inducir, incitar a hacer algo” y también “consolar, levantar” (tiene la misma raíz que confortar). La Evangelii gaudium es efectivamente un documento que nos incita con fuerza a cambiar de dirección, y lo hace con la misma fuerza con la que los apóstoles se dirigían a sus Iglesias (pensemos en Pablo), usando un tono fuerte y duro cuando era necesario. Pero, emulando la actitud apostólica, esta exhortación a la vez que nos incita y nos impulsa a rectificar, nos conforta y nos ayuda en el acto de levantarnos.

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El capitalismo gastado del rico Epulón

El capitalismo gastado del rico Epulón

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Davos: el Papa, la realidad que falta

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 23/01/2014

Logo Davos WEF ridSe respira optimismo en Davos 2014. La crisis que comenzó en 2008 ya se intuye superada y son muchos los que se aprestan a archivarla en los libros de historia y en el cajón de los recuerdos tristes de las familias y los pueblos. Lástima que ese optimismo no pueda apoyarse en bases sólidas. Entonces la pregunta que surge es: ¿Por qué motivos quiere Davos ofrecer a la opinión pública un cuadro económico tan distinto del que bien ve la mayor parte de la gente?

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La respuesta está en la lista de los protagonistas del “World Economic Forum”, compuesta por líderes de las finanzas mundiales y de grandes lobbies transnacionales, con los representantes políticos e institucionales en el papel fundamentalmente de espectadores, cuando no de clientes. Son élites con una representatividad mínima. La economía capitalista no es democrática: no votan las personas (una persona, un voto) sino los capitales. En este tipo de simposios se puede palpar cuánta verdad había en las palabras de Federico Caffè, cuando decía hace años que los mercados no son anónimos, sino que tienen "nombre, apellidos y sobrenombre".

Para entender un poco este optimismo, hay que tener en cuenta que para estas élites y paras las personas físicas y jurídicas a las que representan, la economía en definitiva no va tan mal; digamos que en realidad va bastante bien. Una vez conjurado (de momento) el peligro de bancarrota del sistema financiero global, que hace un par de años no estaba tan lejos, las operaciones de las finanzas especulativas siguen dando pingües beneficios y sobre todo rentas doradas. Para entender lo que de verdad está sucediendo en Davos deberíamos leer a la vez el informe presentado hace unos días por Oxfam (Working for the few), donde, entre otras cosas, se afirma que las 85 personas más ricas poseen lo equivalente a la mitad de la población mundial. Estos 85, y con ellos algunos millones de personas más repartidos por todos los países (en la India el número de supermillonarios se ha multiplicado por 10 en la última década), están muy bien representados en Davos. Los que faltan son los otros y no sólo los que viven en situación de pobreza extrema en países africanos devastados por muchas de las multinacionales que hoy, entre las montañas suizas, exhiben sus refulgentes balances sociales, sino también muchas familias europeas que se están empobreciendo por una crisis del trabajo cuyo precedente más parecido habría que buscarlo al comienzo de la revolución industrial.

El segundo motivo para este extraño “optimismo de unos pocos” tiene que ver con la distancia creciente entre los representantes reunidos en Davos y la vida de la gente común, sobre todo de los pobres. ¿Qué saben esas élites de la vida de una familia en un poblado del Sur de Sudán o de una familia europea con dos o tres niños pequeños y un cónyuge en el paro? Prácticamente nada. Una de las enfermedades más graves del capitalismo actual es la total separación entre los top managers de las grandes empresas, bancos y fondos (incluidas algunas organizaciones humanitarias globales) y la gente corriente. Cuando los que gobiernan dejan de sentir el olor de la gente que hace fila en las tiendas, en el metro o en los trenes de cercanías, estos poderosos ya no saben si manejan personas o máquinas, almas o centros de costes e ingresos. El metro y el tráfico urbano normal (no el de los coches con sirenas ni el de los helicópteros privados) son los primeros lugares donde hoy se ejerce la ciudadanía y donde se comprenden sus paradojas y su valor. El pacto social se romperá antes o después si durante demasiado tiempo no respiramos todos los mismos olores de la vida, los malos y los buenos.

El Papa con su mensaje ha querido lanzar, en nombre de las no-élites, un grito de alarma a estas élites que están a punto de perder el contacto con los lugares auténticos de la vida social. Pero el peligro más grande es que a esta advertencia le ocurra lo que le ocurrió al director del relato de Søren Kierkegaard: "Un director de teatro se presenta en el escenario para advertir al público de que ha estallado un incendio; pero los espectadores creen que su aparición forma parte de la representación y así, cuanto más grita, con más fuerza suenan los aplausos". Para que las palabras de Francisco dieran todo su fruto, harían falta otros Forum, en los que los pobres y los países periféricos excluidos de Davos pudieran contar otras historias sobre este capitalismo financiero y los políticos y los poderosos las escucharan sentados en silencio.

La sede más natural para un Forum alternativo como este sería la Roma de Francisco, el único que hoy cuenta con la autoridad y la credibilidad suficientes para reunir a todos en torno a él. La nueva economía que muchos deseamos llegará, invirtiendo la mirada y los protagonistas, si volvemos a empezar desde los pobres y desde las periferias. Una realidad inmensa que hoy es “la más pequeña de las ciudades”.

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Davos: el Papa, la realidad que falta

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 23/01/2014

Logo Davos WEF ridSe respira optimismo en Davos 2014. La crisis que comenzó en 2008 ya se intuye superada y son muchos los que se aprestan a archivarla en los libros de historia y en el cajón de los recuerdos tristes de las familias y los pueblos. Lástima que ese optimismo no pueda apoyarse en bases sólidas. Entonces la pregunta que surge es: ¿Por qué motivos quiere Davos ofrecer a la opinión pública un cuadro económico tan distinto del que bien ve la mayor parte de la gente?

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Escuchar a las no-élites

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