Editoriales Avvenire

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Opinión – La economía que pone en el centro la dignidad de la persona. No con rentas y asistencia, sino con reciprocidad y responsabilidad

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 24/05/2017

Sul confine e oltre 07 ridSalir de las trampas de la pobreza ha sido siempre enormemente difícil. La razón fundamental es que la pobreza económica se manifiesta como una falta de ingresos, pero esa falta de ingresos depende de una escasez de capitales: capitales sociales, relacionales, familiares, educativos, etc. Por consiguiente, si no se actúa en el plano de los capitales, los flujos de ingresos no llegan y, cuando llegan, se derrochan sin sacar a la persona de su condición de pobreza. Con frecuencia incluso empeoran la situación, como cuando ese dinero acaba en los peores lugares, como máquinas tragaperras y otros juegos de azar.

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El carisma franciscano siempre supo esto y lo sabe también hoy. Para curar las distintas pobrezas, los franciscanos siempre han prestado una gran atención a los capitales de las personas y de las comunidades, sabiendo que se trata de acciones, inversiones y acumulaciones que duran años, cuestan mucho y su resultado siempre es incierto. Si no tomamos en serio esta dimensión de la sabiduría franciscana, no entenderemos cómo es que los Montes de Piedad, que eran unos proto-bancos de microcrédito cuyo objetivo era sacar a los pobres de la condición de vulnerabilidad económica, nacieron en la segunda mitad del siglo XV de los Frailes de la Observancia. Merece la pena hablar de ello y hacer alguna aportación al debate sobre la “renta de ciudadanía”, ahora que el Movimiento 5 Estrellas, en Italia, recurre a los franciscanos para apoyarla. Aquellos franciscanos no crearon entes asistenciales (podían haberlo hecho y muchos lo hicieron) sino contratos, préstamos, en los que sus beneficiarios se comprometían con responsabilidad a devolver el dinero. Ciertamente eran instituciones humanitarias, porque tenían como objetivo la lucha contra la pobreza y la inclusión social, pero su carisma les sugirió instrumentos más sofisticados que la limosna, instrumentos basados en el registro de la reciprocidad.

La reciprocidad es precisamente la cuestión decisiva, que involucra tanto a la pobreza como al trabajo. Cuando una persona sale de la red de relaciones de reciprocidad que conforman la vida civil y económica y se encuentra sin trabajo y por tanto sin ingresos, la enfermedad que se crea en el cuerpo social es la ruptura de relaciones de reciprocidad. La renta del trabajo (sueldo, salario) es el resultado de una relación entre personas e instituciones ligadas por vínculos recíprocos: A ofrece una prestación de trabajo a B, y B corresponde dando dinero a A. En cambio, cuando los ingresos no nacen de relaciones mutuamente provechosas, se producen relaciones sociales enfermizas o al menos parciales, que reciben el nombre de rentas o asistencia, donde los flujos de ingresos están desconectados de relaciones recíprocas. Por eso la tradición franciscana afirmaba que “cuando hay un pobre en la ciudad, toda la ciudad está enferma”, porque cuando un miembro del cuerpo social queda aislado del flujo que le une a todos los demás, comienza la gangrena.

Así pues, el principal peligro en los procesos de lucha contra la pobreza anida precisamente en el olvido de la dimensión de la reciprocidad. Cuando percibo un renta sin que antes o simultáneamente haya una prestación mía en provecho de otro, esa renta es raro que me ayude a salir de las trampas en las que me encuentro, porque sigo siendo un pobre aunque con un poco de renta para sobrevivir. Para salir de la condición de pobreza, para liberarme de la indigencia, debo reinsertarme en unas relaciones sociales de mutuo provecho. Todos sabemos que 500 euros obtenidos trabajando y 500 euros obtenidos gracias a un cheque social son dos cosas totalmente distintas. Parecen iguales pero el sabor de la dignidad y del respeto las hacen distintas. Los primeros ingresos son expresión de una relación que el economista napolitano Antonio Genovesi llamaba de “mutua asistencia”. Los segundos se parece mucho a la paga que le damos a un hijo antes de que empiece a trabajar, y ningún padre responsable quiere que el hijo sobreviva mucho tiempo con la paga que le da. Por eso, es muy franciscano el artículo 1 de la Constitución Italiana, que fundamenta la democracia en el trabajo. En una sociedad en la que había muchos más pobres que hoy, la Constitución quiso señalar la única vía civil posible para luchar contra la pobreza: el trabajo, la gran red que nos une unos a otros en relaciones de igual dignidad.

Además, si la pobreza es una carencia de capitales que se expresa en una falta de ingresos, los capitales más importantes no son los individuales sino los comunitarios y sociales. Por consiguiente, los bienes públicos y los bienes comunes son parte integrante de la riqueza y de los capitales de las personas, y tienen más peso que la cuenta corriente.

Cuando veo a una persona que vive en condiciones de pobreza, si verdaderamente quiero curarla, debo sanar sus relaciones, porque la pobreza es una serie de relaciones enfermas. El trabajo para todos es la tierra prometida de la Constitución, mucho más exigente que la renta para todos. Una promesa-profecía que hoy asume un significado aún más importante que entonces, porque hay una ideología global que va en aumento y niega la posibilidad de trabajo para todos, en el tiempo de la robótica y de la informática. La verdadera amenaza que tenemos ante nosotros está en renunciar a fundamentar las democracias en el trabajo, conformándonos con sociedades en las que trabajen el 50% o el 60% de las personas en edad de trabajar y a todos los demás se les permita sobrevivir con una renta de ciudadanía, creando una verdadera sociedad del descarte, “vendida” tal vez como solidaridad. Esta tierra del trabajo parcial no puede ni debe ser la tierra prometida.

Aquellos que hoy siguen pensando que es posible luchar contra la pobreza dando algunos centenares de euros a cada individuo, se olvidan de la naturaleza social y política de la pobreza y caen en visiones individualistas y no-relacionales. Para luchar contra las antiguas y nuevas pobrezas debemos reactivar las comunidades, las asociaciones de la sociedad civil, la cooperación social y todos esos mundos vitales en los que las personas viven y florecen.

Para terminar, tal vez Francisco de Asís nos diría hoy otras dos cosas. La primera se refiere a la palabra pobreza. Francisco la llamaba “hermana”, la veía como un camino de felicidad y de vida buena. Los franciscanos elegían libremente la pobreza para liberar a aquellos que no la habían elegido sino que la padecían. Sabían que no todas las pobrezas son malas, porque la pobreza es también una palabra del evangelio: “bienaventurados los pobres”. Y por tanto hoy usarían otras palabras distintas para la pobreza mala y no elegida (exclusión, indigencia, vulnerabilidad económica…) y nos ayudarían a apreciar la hermosa pobreza elegida en el compartir y en una vida sobria y generosa. Finalmente nos recordarían que la primera cura de la pobreza es el abrazo al pobre. Francisco comenzó su vida nueva abrazando y besando al leproso de Rivotorto. Podemos concebir mil medidas contra la “pobreza”, podemos darles renta y crear nuevas instituciones que se encarguen de los pobres, pero si no volvemos a ver y abrazar a los pobres de nuestras ciudades, estaremos muy lejos de Francisco y de su fraternidad.

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Opinión – La economía que pone en el centro la dignidad de la persona. No con rentas y asistencia, sino con reciprocidad y responsabilidad

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 24/05/2017

Sul confine e oltre 07 ridSalir de las trampas de la pobreza ha sido siempre enormemente difícil. La razón fundamental es que la pobreza económica se manifiesta como una falta de ingresos, pero esa falta de ingresos depende de una escasez de capitales: capitales sociales, relacionales, familiares, educativos, etc. Por consiguiente, si no se actúa en el plano de los capitales, los flujos de ingresos no llegan y, cuando llegan, se derrochan sin sacar a la persona de su condición de pobreza. Con frecuencia incluso empeoran la situación, como cuando ese dinero acaba en los peores lugares, como máquinas tragaperras y otros juegos de azar.

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Trabajo y pobreza: la verdadera lección de los franciscanos

Trabajo y pobreza: la verdadera lección de los franciscanos

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Premio a la simple y desastrosa «teoría de los contratos»

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 11/10/2016

Oliver Hart Bengt Holmstroem ridLa cultura del contrato es la gran triunfadora de un tiempo como el nuestro, donde hay demasiados perdedores pobres. Se ha desarrollado sobre las cenizas de la cultura del pacto, que fue uno de los pilares del edificio familiar, cívico y político de las generaciones anteriores. Hasta hace unas décadas, el reino del contrato, aun siendo importante, era limitado, porque la mayor parte de la vida de la gente estaba regida por el registro del pacto (familia, amistad, política, religión, trabajo...).

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Los pactos y los contratos han convivido durante muchos siglos. Eran instrumentos complementarios para la vida social. Pero la globalización de los mercados y las finanzas, junto con la emersión de un ethos donde todo vínculo se vive como un lazo para el individuo, decretaron la transformación progresiva de todos los pactos en contratos. El pacto es (era) un hecho comunitario y simbólico. No surge sólo del registro del interés personal, sino que encuentra en la gratuidad, en el perdón y en los vínculos e intereses colectivos, sus elementos constitutivos. El matrimonio, las cooperativas, las ciudades, la constitución y el trabajo eran pactos y no contratos. Y mientras estén “vivos” lo siguen siendo. Al individuo postmoderno le gustan mucho los contratos, porque se le presentan como “relaciones humanas sin herida”, es decir relaciones con costes “de activación” y “de salida” muy bajos, desde luego más bajos que los costes de los pactos.

Así pues, el contrato está sustituyendo muy rápidamente al pacto en la familia, en la escuela, en la sanidad y en el “mercado de trabajo”, presentándose como el único instrumento verdaderamente liberal y cívico para regular las relaciones humanas, todas ellas si es posible. Así se comprende por qué el Comité del premio Nobel de Economía, al premiar ayer a los economistas Oliver Hart y Bengt Holmström, motivó su decisión diciendo que su trabajo sobre la teoría de los contratos abarca hoy un área cada vez más extensa, que va «desde la regulación de las quiebras empresariales hasta el diseño de las constituciones».

La teoría económica de los contratos ya se ha convertido en una gramática universal para diseñar las relaciones humanas no sólo en las empresas sino también en las universidades, en la política y en todo tipo de organizaciones. La Real Academia Sueca de Ciencias da muestras de saber muy bien todo esto. Pero lo que tal vez no sepa, o al menos no dice, es que la teoría de los contratos está cambiando profundamente nuestra forma de estar juntos en el mundo, y no para mejor. Es el vehículo de una visión muy concreta del hombre y de una ideología, cada vez más invasora e influyente, que se basa en algunos axiomas-dogmas que en absoluto son éticamente neutros. El principal y el más potente de ellos es la teoría del incentivo, según la cual puedes obtener prácticamente cualquier cosa de un ser humano si le pagas de forma adecuada y sofisticada.

Así pues, no hay que tomar en serio todas las demás motivaciones no monetarias o no auto-interesadas de los seres humanos porque no son creíbles ni dignas de confianza. Según esta teoría económica, si un trabajador o un ciudadano trabajan bien, no es porque atribuyan un valor en sí mismo al trabajo bien hecho sino sólo porque reciben una remuneración adecuada. Los economistas llevan décadas pensando, escribiendo y enseñando todo eso. Por eso, cada vez es más difícil encontrar a alguien que piense que la primera motivación que impulsa a una persona a trabajar bien es su ética profesional o su propio deber.

Un efecto colateral de esta recién premiada teoría de los contratos consiste en presentar todas las relaciones humanas como relaciones libres entre iguales (como contratos, precisamente). Nos encontramos ante el eclipse del gran tema de poder, que se interpreta como una simple cuestión de incentivos justos. Todo simple, demasiado simple. Una simplicidad basada en el gran vulnus de un fuerte reduccionismo antropológico del que la teoría de los contratos es su máxima expresión.

La complejidad motivacional, simbólica, relacional y espiritual de las personas queda en segundo plano. Los hombres y mujeres que se dibujan son demasiado simplificados, y se construyen contratos reales a la medida de estos “hombrecillos económicos”. Al final acabamos creyendo que de verdad somos como nos ve una economía que persigue la antigua utopía de reducir las relaciones humanas a una cuestión técnica y por consiguiente éticamente neutra, universal y abstracta.

E inútil, si no fuera manipuladora. La verdadera pregunta es: ¿Estamos seguros de que hoy, cuando todavía estamos pagando sus desastrosas consecuencias, es oportuno premiar a los mayores representantes de esta teoría económica y financiera que se presenta como una simple “caja de instrumentos”? Si queremos que la gente vuelva a ser amiga de la teoría económica y que la teoría económica se demuestre amiga de la gente, tal vez nos hagan falta economistas más humanistas y menos técnicos. Especialistas que a la pregunta: «¿qué te ha impulsado a ser economista?», respondan algo parecido a lo que dijo hace casi un siglo el gran (y olvidado) Achille Loria: «El dolor humano».

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Premio a la simple y desastrosa «teoría de los contratos»

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 11/10/2016

Oliver Hart Bengt Holmstroem ridLa cultura del contrato es la gran triunfadora de un tiempo como el nuestro, donde hay demasiados perdedores pobres. Se ha desarrollado sobre las cenizas de la cultura del pacto, que fue uno de los pilares del edificio familiar, cívico y político de las generaciones anteriores. Hasta hace unas décadas, el reino del contrato, aun siendo importante, era limitado, porque la mayor parte de la vida de la gente estaba regida por el registro del pacto (familia, amistad, política, religión, trabajo...).

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Un Nobel de economía que acumula cenizas

Un Nobel de economía que acumula cenizas

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Comentario – Después de las Olimpiadas

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 26/08/2016

Las Olimpiadas no son un acontecimiento deportivo como cualquier otro. Nunca lo han sido. No son los mundiales de fútbol, ni Wimbledon, ni el Tour de France. O no lo eran, porque en esta 31ª edición de Rio de Janeiro (excelente en muchos aspectos), ha comenzado, o ha prosperado mucho, el intento de asimilarlas al deporte-negocio del capitalismo actual. En una sociedad orientada cada vez más al mercado, durante mucho tiempo las Olimpiadas fueron una zona franca protegida de la lógica del beneficio. El tenis, el fútbol, el ciclismo, el baloncesto o el golf, es decir los deportes más “comerciales”, no eran los más importantes, porque las Olimpiadas eran otra cosa.

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El negocio siempre ha sido muy importante (no hay más que ver el medallero, que se corresponde casi perfectamente con el G8 o el G20), pero durante mucho tiempo estaba incluido dentro de otros símbolos y valores más grandes. La relación entre mercado y deporte es especialmente importante y delicada. El deporte es un ámbito tan limítrofe con el mercado que a veces es difícil ver la profunda diversidad que existe entre estas dos esferas de la vida. En el deporte y en el mercado capitalista se compite, hace falta innovación y excelencia, se pueden hacer trampas y se puede ser leal. Así, muchos, olvidando las diferencias radicales, cometen el grave error de usar metáforas y lenguajes deportivos para describir empresas y mercados, y viceversa. Un atleta puede ser excelente aunque no gane (por ejemplo, si compite en los cien metros lisos con Bolt). El resultado no es el primer indicador de la excelencia de un deportista.

Ciertamente la victoria es importante, entre otras cosas porque es un signo de virtud (cuando el deportista, el sistema y los competidores son leales) que genera imitación, innovación, mejores prestaciones y récords. Ganar no es la finalidad del deporte, el telos, como dirían los griegos. La medalla olímpica no es un incentivo. Es un premio, es decir un signo que reconoce y refuerza la virtud-excelencia de un deportista, que activa la emulación virtuosa. Cuando la medalla se transforma de premio en incentivo, el deporte se convierte en otra cosa peor. En esto se basa la ética originaria de las olimpiadas modernas, que son el paradigma de la práctica del deporte. Entonces, cuando el mercado capitalista se hace cargo del deporte, inevitablemente produce un cambio y una profunda deformación de su naturaleza, porque actúa sobre la finalidad, sobre la razón de ser de esta práctica, sobre su telos, y después sobre la motivación de los deportistas, los que están en activo y aún más los futuros campeones, que cada vez estarán menos interesados en los premios y más en los incentivos. Este es un asunto serio, que no tiene nada que ver con el romanticismo nostálgico del tiempo pasado.

Alguien puede incluso sentirse satisfecho con esta mercantilización del deporte (al igual que la de otros juegos, la educación, la sanidad), pero todos debemos ser conscientes de que la apuesta es muy alta. Volviendo a Rio, ha habido muchas señales de que también las Olimpiadas están sufriendo (o han sufrido ya) una mutación genética. Empezando por la ubicación del pebetero olímpico en Maracaná, mítico templo del fútbol, y no en el estadio de atletismo. Un estadio de fútbol que ha sido mucho más frecuentado que las piscinas, los gimnasios y las pistas de atletismo, y no sólo por tratarse de Brasil. Otra señal ha sido la creciente espectacularización de los acontecimientos deportivos. Algunos reglamentos (por ejemplo, el de tiro) se han modificado para hacerlos más televisivos y excitantes, ignorando las protestas de los atletas que se sentían tratados como artistas de circo o malabaristas, profesiones estupendas pero en su contexto. También ha sido impresionante la metamorfosis de las ceremonias de imposición de medallas, donde hemos sido testigos de tonos, gritos, músicas y dj’s que cada vez se parecen más a los que primero se inventaron en el fútbol americano y después se importaron a los estadios de fútbol.

Además, se ha admitido a muchos atletas profesionales, incluso en el boxeo. Por no hablar de la discutible idea de volver a introducir el golf que – colmo de la burla – no ha contado con la participación de los jugadores más famosos, sensibles a incentivos muy distintos. Pero la señal más preocupante ha llegado de Italia. El tradicional color azul de nuestros uniformes olímpicos ha sido ocultado por el gigantesco número 7 (blanco sobre fondo negro) del patrocinador. El himno nacional de nuestras (muchas) medallas se ha convertido de hecho en columna sonora de esa empresa. Verdaderamente no ha sido una gran presentación de la candidatura de Roma para el 2024. En síntesis, la delgada pero clara línea que separa el deporte-negocio del deporte-sin-más se está haciendo invisible porque el mercado capitalista no puede conocer esa gratuidad que es la naturaleza más profunda del deporte, al menos del deporte olímpico. Ahora el test definitivo serán los Juegos Paralímpicos, las Olimpiadas de “diferentes capacidades”, que corren peligro de pagar las dificultades financieras generadas por las hermanas mayores (con las que comparten presupuesto), en las que los negocios los han hecho otros sujetos distintos de los organizadores. A partir del 7 de septiembre veremos – por la presencia de espectadores y la atención de los medios – qué queda del espíritu olímpico, si su último soplo es libre para volar sin el lastre del negocio.

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Comentario – Después de las Olimpiadas

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 26/08/2016

Las Olimpiadas no son un acontecimiento deportivo como cualquier otro. Nunca lo han sido. No son los mundiales de fútbol, ni Wimbledon, ni el Tour de France. O no lo eran, porque en esta 31ª edición de Rio de Janeiro (excelente en muchos aspectos), ha comenzado, o ha prosperado mucho, el intento de asimilarlas al deporte-negocio del capitalismo actual. En una sociedad orientada cada vez más al mercado, durante mucho tiempo las Olimpiadas fueron una zona franca protegida de la lógica del beneficio. El tenis, el fútbol, el ciclismo, el baloncesto o el golf, es decir los deportes más “comerciales”, no eran los más importantes, porque las Olimpiadas eran otra cosa.

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Deporte y negocio: lo que queda de Olimpia

Deporte y negocio: lo que queda de Olimpia

Comentario – Después de las Olimpiadas Luigino Bruni Publicado en Avvenire el 26/08/2016 Las Olimpiadas no son un acontecimiento deportivo como cualquier otro. Nunca lo han sido. No son los mundiales de fútbol, ni Wimbledon, ni el Tour de France. O no lo eran, porque en esta 31ª edición de Rio de...
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Comentario - El trabajo, sus no-lugares y su valor

Luigino Bruni

Publicado en pdf Avvenire (23 KB) el 01/05/2016

Falegname ridUna de las grandes utopías de nuestro capitalismo es la construcción de una sociedad en la que el trabajo humano deje de ser necesario. Determinada economía siempre ha soñado con empresas y mercados tan “perfectos” que permitieran prescindir de los seres humanos. Dirigir y controlar hombres y mujeres es mucho más difícil que gestionar dóciles máquinas y obedientes algoritmos. Las personas concretas tienen crisis, protestan, entran en conflicto unas con otras y siempre hacen cosas distintas de las que deberían hacer según la descripción de su puesto de trabajo, muchas veces cosas mejores.

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Es que sencillamente somos seres espirituales, libres, y por consiguiente sobrepasamos los deberes, los contratos y los incentivos. Un mercado verdaderamente perfecto sería aquel sistema de técnicas, controles, incentivos e instrumentos, capaz de garantizar la máxima eficiencia y la máxima producción de riqueza, reduciendo, hasta eliminarla, la presencia humana en las nuevas ciudades de la nueva economía.

Hoy, gracias a las extraordinarias metas alcanzadas por la automatización y la digitalización, existe un serio peligro de que esta antigua utopía se haga realidad. Si observamos atentamente el clima que se respira dentro de las grandes empresas, nos daremos cuenta de que el objetivo que oculta la retórica de una determinada cultura de la dirección (que afirma exactamente lo contrario) es el de estandarizar, prever y formatear los comportamientos de los trabajadores, para debilitar esa carga de libertad que no tiene cabida en la racionalidad de la técnica. Lo deseable serían prestaciones laborales sin trabajadores, trabajo sin personas, donde la acción humana se limitara a los actos perfectamente alineados con los objetivos de la propiedad. En su esencia más pura, esta es la naturaleza de la sofisticada ideología del incentivo, que es la nueva religión del capitalismo post-moderno.

Pero si el trabajo quedara reducido a una técnica y a una prestación, si las organizaciones fueran tan racionales que llegaran a “construir” trabajadores que imitaran la lógica de las máquinas, entonces no quedaría nada de esa actividad antropológica primaria que es el trabajo humano, ni de su misterio. Si los hombres y las mujeres perdieran su capacidad de trabajar, perderían mucho, demasiado. Perderían casi toda la dignidad que les da haber sido hechos "poco menos que Elohim" (Salmo 8). La realización de la utopía del trabajo-sin-humanos no sería más que la actualización de la perfecta deshumanización de la vida en común. Para seguir viviendo, nos veríamos obligados a emigrar en masa otra tierras y a otros planetas donde todavía fuera posible trabajar de verdad.

Esta fiesta del trabajo puede ser un momento propicio para recordar y recordarnos qué es el trabajo y qué son los trabajadores. Por ejemplo, deberíamos recordar que para conocer de verdad a una persona es necesario verla trabajar. Ahí es donde se nos revela en toda su humanidad. Ahí se encuentran su ambivalencia y sus limitaciones, pero también, sobre todo, su capacidad de don y su excedencia. Podemos hacer fiesta juntos, salir a cenar o a jugar al fútbol con los amigos, pero la mejor ventana antropológica y espiritual para saber quién es el que está a nuestro lado es el trabajo. Muchas veces creemos conocer a un amigo, a un padre o a un hijo, hasta que de repente un día les vemos trabajar y nos damos cuenta de que no era así. Había una dimensión esencial de su persona que nos estaba velada, y que sólo se desvela cuando les vemos trabajar arreglando un un automóvil, limpiando un baño, dando clase o preparando una comida. Todos nosotros estamos presentes en la mano que aprieta el tornillo, en la pluma que escribe y en el trapo que seca. Ahí es donde encontramos nuestra humanidad y la de los otros. Y casi siempre nace en nosotros una nueva estima y una nueva gratitud por el trabajo que vemos y descubrimos como don. Pocas realidades proporcionan más alegría que el trabajo bien hecho y, por consiguiente, muy pocas cosas causan más infelicidad que trabajar mal, aun cuando no podamos hacer otra cosa. Nos hacemos mayores viendo trabajar a los mayores.

Yo “conocí” a mi abuelo Domingo cuando, de pequeño, vi cómo construía con sus manos, en su taller, un pequeño banco para mí. Sólo entonces comprendí de verdad el significado de sus grandes, callosas y sabias manos. Desde entonces lo sé. Hoy lo único que me queda de él es este banco, que guardo en mi estudio al lado de los libros. En esos trozos de madera está su alma, a la que un día vi encarnarse en aquel objeto, construido como regalo para mí.

Muchos de nuestros hijos ya no pueden ver el trabajo de los adultos y eso es una grave forma de pobreza. Hay demasiados trabajos abstractos, invisibles, desterrados a no-lugares lejanos e inaccesibles sobre todo para niños y jóvenes. ¿Qué trabajo van a crear mañana si hoy viven inmersos en mil espectáculos pero se ven privados del mayor espectáculo de la tierra, que es el trabajo? Dar a los hijos la posibilidad de ver el trabajo verdadero y concreto, para que puedan empezar a ver el mundo desde allí, es un gran don.

Pasar por la ciudad y ver a la gente trabajando es una de las experiencias humanas y espirituales más verdaderas. La mejor manera de festejar el trabajo es mirarlo, verlo y reconocerlo de nuevo, para estar agradecidos. La primera y verdadera reforma que necesita el mundo del trabajo es nuestra estima, personal y colectiva, por el trabajo y los trabajadores. A lo mejor, en este día de no-trabajo, podríamos volver a leer algunas páginas de los clásicos de la economía civil sobre el trabajo: "No hay trabajo ni capital - escribía Carlo Cattaneo - que no comience con un acto de la inteligencia. Antes de cualquier trabajo, antes de cualquier capital, está la inteligencia, que comienza la obra e imprime en ella por vez primera el carácter de riqueza".

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Comentario - El trabajo, sus no-lugares y su valor

Luigino Bruni

Publicado en pdf Avvenire (23 KB) el 01/05/2016

Falegname ridUna de las grandes utopías de nuestro capitalismo es la construcción de una sociedad en la que el trabajo humano deje de ser necesario. Determinada economía siempre ha soñado con empresas y mercados tan “perfectos” que permitieran prescindir de los seres humanos. Dirigir y controlar hombres y mujeres es mucho más difícil que gestionar dóciles máquinas y obedientes algoritmos. Las personas concretas tienen crisis, protestan, entran en conflicto unas con otras y siempre hacen cosas distintas de las que deberían hacer según la descripción de su puesto de trabajo, muchas veces cosas mejores.

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La riqueza humana

La riqueza humana

Comentario - El trabajo, sus no-lugares y su valor Luigino Bruni Publicado en pdf Avvenire (23 KB) el 01/05/2016 Una de las grandes utopías de nuestro capitalismo es la construcción de una sociedad en la que el trabajo humano deje de ser necesario. Determinada economía siempre ha soña...
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Comentario – Así las llagas y las crisis se convierten en bendiciones

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire (26 KB) el 27/03/2016

Gesù Risorto Pochet 01 ridResurrección es una de las grandes palabras de esta tierra. La vida que renace de la muerte es la primera ley de la naturaleza, las plantas y las flores, que llenan de colores y belleza el mundo y nos dicen que la vida es más grande que la muerte que la nutre. Las mujeres y los hombres renacen muchas veces a lo largo de su existencia. Se encuentran resucitados después de haber sido crucificados por un luto, un abandono, una depresión o una enfermedad. A veces resucitamos resucitando a otros de sus sepulcros. Esas son las resurrecciones más hermosas y verdaderas. Si la resurrección no fuera una palabra humana, amiga y de casa, aquellas mujeres y hombres de Galilea no hubieran sido capaces de intuir algo del misterio, único, que se realizó entre la cruz y el día posterior al sábado.

Pero si la resurrección es una palabra humana, también es una palabra de la economía. Hay mucha resurrección en la economía, en las empresas, en el mundo del trabajo. Podemos verla todas las mañanas, incluso en estos tiempos de crisis, sobre todo en estos tiempos de crisis.

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Pero debemos aprender a ver y a reconocer la resurrección, mirando el mundo con “ojos de resucitado”. No es fácil ver y reconocer las resurrecciones ni a los resucitados, por muchos motivos. Sobre todo porque los cuerpos de los resucitados llevan los estigmas de la pasión. Las heridas, propias y ajenas, nos dan miedo. Huimos de ellas. No somos capaces de vivirlas como el comienzo de la resurrección y el sacramento que siempre la acompaña. Pero cuando buscamos una resurrección sin llagas ni dolor, no la encontramos e incluso podemos confundirla con el éxito. No vemos la resurrección porque pensamos que es la anti-cruz, lo contrario de la pasión, y no su cumplimiento. Huimos de los crucificados y los abandonados y así no vemos a los resucitados, que sólo se encuentran ahí. La resurrección comienza en la cruz y sus señales son para siempre.

La resurrección de Cristo es la resurrección de su cuerpo herido. La novedad de esta resurrección está, entre otras cosas, en su corporeidad. Pero la resurrección del cuerpo no es un regreso al cuerpo del jueves. El acontecimiento de la resurrección no borra las señales de la flagelación y la vía crucis. Cristo se aparece con sus llagas, la luz de la resurrección elimina los estigmas del viernes santo. La gloria del resucitado no es como la de los héroes antiguos; su gloria es humilde, herida, débil. Los resucitados que se aparecen sin llagas son fantasmas, ilusiones, sueños o ideologías y por consiguiente no tienen luz. Nuestra resurrección comienza con el grito de abandono en la cruz. Si no aprendemos a gritar, tampoco aprendemos a resurgir. La lógica de las bienaventuranzas sólo se entiende desde la perspectiva de un resucitado con estigmas.

Las llagas que perduran tras la resurrección son un elemento fundamental para entender la economía de la salvación, pero también la salvación de la economía. Si las heridas permanecen en los cuerpos resucitados, entonces no existe una economía para los crucificados y otra economía para los resucitados. La cruz y la resurrección están dentro de la misma economía, dentro de la misma vida. Si queremos encontrar las verdaderas resurrecciones de nuestra sociedad y de nuestra economía, debemos buscarlas donde ya nadie las busca: entre las muchas empresas que están naciendo de los inmigrantes con sus heridas, en las múltiples cooperativas que florecen dentro de las cárceles, entre los jóvenes que deciden no dejar su tierra y aprender humildemente los antiguos saberes de las manos, en medio de los trabajadores que no se rinden ante todas las razones de la propiedad y el mercado y hacen resurgir su empresa. Sin cometer el error de pensar que las heridas que generan la resurrección un día desaparecerán y todo será luz y sólo luz.

Si escondemos las señales de las llagas, nuestras historias de resurrección, aunque sean auténticas, no se convertirán en lugares creíbles de esperanza para otros que todavía están en la etapa de la cruz. En nuestra economía hay demasiados desmoralizados que sólo esperan poder meter sus manos en las llagas resucitadas para comprender y amar de distinta manera sus propias llagas aún no resucitadas. La resurrección no llega cuando se acaban las heridas sino dentro de ellas.

Uno de los muchos significados de la palabra pésaj, la primera pascua, es el verbo cojear (psj). Cuando el lector de la Biblia lee “cojear” piensa en Jacob, el gran cojo. En el vado nocturno del río Yaboq, Elohim le hirió en el nervio ciático, le dejó cojo y le cambió su nombre por el de Israel. Según una tradición rabínica Jacob cojeó durante el resto de su vida. En el combate nocturno, en el vado del Mar Rojo renació el nuevo pueblo, pero la señal-recuerdo de la esclavitud de Egipto no desapareció nunca de su cuerpo. Del gran combate del Gólgota brotó un cuerpo resucitado con estigmas. La resurrección no borra las heridas, sino que las transforma en bendiciones. En la resurrección, las heridas permanecen pero se hacen luminosas. Las verdaderas resurrecciones se reconocen por la luz que irradian sus llagas.

Ndr – La imagen de “Jesús Resucitado” de Michel Pochet (CentroMaria) se encuentra en la Mariápolis Faro (Križevci, Croacia).

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Comentario – Así las llagas y las crisis se convierten en bendiciones

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire (26 KB) el 27/03/2016

Gesù Risorto Pochet 01 ridResurrección es una de las grandes palabras de esta tierra. La vida que renace de la muerte es la primera ley de la naturaleza, las plantas y las flores, que llenan de colores y belleza el mundo y nos dicen que la vida es más grande que la muerte que la nutre. Las mujeres y los hombres renacen muchas veces a lo largo de su existencia. Se encuentran resucitados después de haber sido crucificados por un luto, un abandono, una depresión o una enfermedad. A veces resucitamos resucitando a otros de sus sepulcros. Esas son las resurrecciones más hermosas y verdaderas. Si la resurrección no fuera una palabra humana, amiga y de casa, aquellas mujeres y hombres de Galilea no hubieran sido capaces de intuir algo del misterio, único, que se realizó entre la cruz y el día posterior al sábado.

Pero si la resurrección es una palabra humana, también es una palabra de la economía. Hay mucha resurrección en la economía, en las empresas, en el mundo del trabajo. Podemos verla todas las mañanas, incluso en estos tiempos de crisis, sobre todo en estos tiempos de crisis.

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Con ojos de resucitado

Con ojos de resucitado

Comentario – Así las llagas y las crisis se convierten en bendiciones Luigino Bruni Publicado en  pdf Avvenire (26 KB) el 27/03/2016 Resurrección es una de las grandes palabras de esta tierra. La vida que renace de la muerte es la primera ley de la naturaleza, las plantas y las f...
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Comentario - El mal que alimentamos

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 17/11/2015

Siria LapresseFo 48406984 300 ridEn las guerras siempre han combatido muchos inocentes, pobres y jóvenes, enviados a la muerte por unos cuantos ricos, poderosos y culpables. Así estos últimos eludían morir en unas guerras que ellos mismos buscaban y alimentaban con sus intereses. Esta antigua y profunda verdad es hoy menos evidente pero no menos cierta. Realmente estamos dentro de una guerra mundial, distinta de las guerras del siglo XX pero no menos trágica. Una guerra que no se sabe bien cuándo y dónde comenzó, ni cuándo, dónde y cómo terminará. Es una guerra líquida en una sociedad líquida. Los intereses en juego son (casi) invisibles. No sabemos bien quién quiere la guerra, quién gana con ella, quién no quiere que se acabe.

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Esta incapacidad para entender, que se da en todas las guerras complejas, es especialmente fuerte en esta guerra. Pero no por eso debemos renunciar al esfuerzo de pensar y luchar contra las tesis falsas e ideológicas que nos están inundando desde el día siguiente a la masacre de París.

Hay una tesis muy popular que pone a la religión, especialmente a la supuesta naturaleza intrínsecamente violenta del Islam, como la principal razón de esta guerra, si no la única. Es una tesis tan extendida como equivocada. Es cierto que el Corán es ambivalente con respecto a la violencia. Tiene pasajes en los que invita a la guerra santa. Pero también tiene una versión del fratricidio entre Caín y Abel que habla de no violencia con más fuerza incluso que la Biblia judeocristiana. En el relato del Corán los dos hermanos se hablan en el campo. Abel intuye que Caín está levantando su mano contra él para matarle y le dice: «Aunque uses tu mano para matarme, yo no usaré mi mano para matarte a ti» (El sagrado Corán, al-Ma’idah: Sura 5,28). Abel es presentado como el primer no violento de la historia, que muere para no convertirse en un asesino. Esto también está en el Corán. Como en la Biblia están los benjaminitas, la hija de Jefté, las páginas en las que se alaba a Dios porque estrella contra las rocas las cabezas de los hijos de los enemigos, el Señor de los ejércitos, o Jesús cuando dice que ha venido a traer “la espada y no la paz” (Mateo 10). Los libros sagrados de las religiones se escribieron en épocas en las que la guerra era parte corriente de la vida (“En un tiempo en el que los reyes solían ir a la guerra”, 2 Samuel, 11). Al mismo tiempo, las grandes religiones (el Islam es una de ellas) han desarrollado una literatura sapiencial (sirva de ejemplo toda la tradición Sufi) que ha realizado lecturas simbólicas y alegóricas también de las páginas más duras y arcaicas. En algunas épocas, de las páginas más luminosas del Corán emanaba una luz tal que oscurecía los pasajes más tenebrosos. En otras épocas, los párrafos violentos fueron instrumentalizados por los que, en nombre de la religión, simplemente buscaban poder y dinero. Hoy el Islam vive una época difícil. Sectas fundamentalistas utilizan pasajes del Corán para captar jóvenes, víctimas y verdugos de un loco sueño-pesadilla en el que han caído. Son presas en la trampa del cazador de ‘mártires’ a los que usa para fines en los que el Corán es simplemente el cebo. Para combatir este mal que hoy anida en el corazón del Islam y lo está minando desde dentro, es necesario reforzar las defensas inmunitarias para mantener el organismo, que en su conjunto está sano pero sufre. El cuerpo mismo debe expulsar con mayor decisión el virus que ha recibido, resistir contra las células enloquecidas que lo están debilitando infligiéndole mucho dolor. Pero todos los que aman la vida deben ayudar al Islam a conseguirlo. En la era de la globalización no puede lograrlo solo.

Al mismo tiempo, no debemos ser tan ingenuos como para olvidar que en esta guerra hay en juego aspectos económicos de una magnitud enorme. No es casualidad que los terroristas belgas de París vengan de la ciudad más pobre de Bélgica, con una tasa de paro juvenil cercana al 50%. La primera guerra del Golfo en 1991 ciertamente no tuvo su origen en la prevención del fundamentalismo.

En estos meses se habla mucho de las armas que alimentan esta guerra. Hay que seguir hablando de ellas, porque son un elemento decisivo. Precisamente hace pocos días en Cagliari se embarcaban con destino a Siria misiles fabricados y vendidos por empresas italianas. Francia, junto a Italia, es uno de los mayores exportadores de armas de guerra a los países árabes, a pesar de que en nuestro país hay una ley de 1990 que prohíbe la venta de armas a países en guerra. Los mismos políticos que lloran, tal vez con corazón sincero, y declaran una guerra sin cuartel al terrorismo, no hacen nada para reducir la exportación de armas y defienden estas industrias nacionales que mueven grandes cuotas del PIB y cientos de miles de puestos de trabajo. Una moratoria internacional seria que impusiera una prohibición absoluta de venta de armas a países en guerra ciertamente no supondría el fin del califato, el ISIS y el terrorismo, pero sería un movimiento decisivo en la dirección correcta. No se puede alimentar el mal que se quiere combatir. Nosotros lo estamos haciendo desde hace años. No nos damos cuenta hasta que algunas esquirlas de esas guerras entran en nuestras casas y matan a nuestros hijos. En realidad sabemos que mientras la economía y el beneficio sean las últimas palabras de las decisiones políticas, poderes tan fuertes que ninguna política consigue frenar, seguiremos llorando por el luto que contribuimos a provocar.

Hollande se ha equivocado al hablar de “venganza” al día siguiente de la masacre y al perpetrarla después el domingo bombardeando Siria, respondiendo a la sangre con más sangre. Esta no es más que la ley de Lamek, precedente de la misma ‘ley del talión’. La venganza no debe ser nunca la reacción de los pueblos cívicos, ni siquiera después de una de las noches más oscuras de la historia reciente de Europa. La derrota más grande sería el regreso de palabras como ‘venganza’ al léxico de nuestras democracias, que las eliminaron tras milenios de civilización, sangre y dolor.

Para terminar, debemos apoyar, seria y decididamente, a los que se atreven a defender la paz y el diálogo en estos tiempos tan difíciles. En primer lugar al papa Francisco, al que no podemos dejar sólo como única voz pidiendo la paz y la no-violencia. Si millones de nosotros gritáramos que la única respuesta a la muerte es la vida, y lo dijéramos junto a muchos musulmanes heridos y desgarrados como nosotros; si dijéramos ‘no’ a la producción y venta de armas a los que las usan para matarse y matarnos, entonces tal vez las palabras proféticas de Francisco tendrían más eco. Podrían incluso ser tan fuertes como para mover los bajos intereses económicos que cada vez controlan y dominan más el mundo, las religiones y la vida.

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Comentario - El mal que alimentamos

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 17/11/2015

Siria LapresseFo 48406984 300 ridEn las guerras siempre han combatido muchos inocentes, pobres y jóvenes, enviados a la muerte por unos cuantos ricos, poderosos y culpables. Así estos últimos eludían morir en unas guerras que ellos mismos buscaban y alimentaban con sus intereses. Esta antigua y profunda verdad es hoy menos evidente pero no menos cierta. Realmente estamos dentro de una guerra mundial, distinta de las guerras del siglo XX pero no menos trágica. Una guerra que no se sabe bien cuándo y dónde comenzó, ni cuándo, dónde y cómo terminará. Es una guerra líquida en una sociedad líquida. Los intereses en juego son (casi) invisibles. No sabemos bien quién quiere la guerra, quién gana con ella, quién no quiere que se acabe.

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Basta ya de armar la guerra

Basta ya de armar la guerra

Comentario - El mal que alimentamos de Luigino Bruni publicado en Avvenire el 17/11/2015 En las guerras siempre han combatido muchos inocentes, pobres y jóvenes, enviados a la muerte por unos cuantos ricos, poderosos y culpables. Así estos últimos eludían morir en unas guerras que ellos mismos ...
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Comentario - Altas finanzas, alto riesgo

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire (25 KB) el 25/08/2015

Sabemos todos muy poco de lo que verdaderamente está ocurriendo en los mercados y en la bolsa de Shanghai. Esto en sí ya es una mala noticia, porque si hay algo que preocupa a los mercados (y a todos nosotros) es precisamente la falta de transparencia. El temor y la incertidumbre provocan ventas y fugas de capitales que ayer causaron las mayores pérdidas desde 2007 (-8,49%), arrastrando a las bolsas europeas a su peor caída desde 2011. Sin embargo, algo sabemos.

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No hay duda de que el mercado financiero chino ha crecido demasiado y demasiado deprisa en los últimos años, mientras el crecimiento de la economía real y de la actividad manufacturera se ralentizaba. Sobre todo sabemos que en el coloso asiático capitalismo y control estatal están entrelazados de una forma misteriosa y única en la historia. En pocos años la economía china ha sufrido una transformación radical. China ha pasado de ser el país de Jauja para los empresarios occidentales que deslocalizaban sus industrias atraídos por los bajos costes del trabajo, a ser hoy uno de los principales mercados mundiales para el consumo, también de bienes de lujo (no es casualidad que los títulos italianos que más se hunden en Milán sean los de la alta moda). El sector financiero ha experimentado un crecimiento exponencial, gracias, entre otras cosas, al cambio normativo de octubre de 2014 que abrió el mercado bursátil a los inversores internacionales, convirtiendo así las bolsas chinas, que eran plazas periféricas, en el segundo mercado mundial (por detrás tan sólo de Wall Street). Cuando las finanzas crecen a tipos tan altos mientras la economía real se ralentiza, lo que se forma es una burbuja especulativa que, como nos enseña la historia económica, antes o después termina estallando.

Es todavía demasiado pronto para saber si estamos en vísperas de otro tsunami financiero mundial con epicentro en China o si únicamente se trata de un rebote y un ajuste de ciclo de las rentas financieras chinas que, después de haber crecido mucho el último año, ahora están devolviendo las ganancias (hasta hoy las pérdidas veraniegas ‘solamente’ han dejado en cero las ganancias de los últimos doce meses). Pero si nos fijamos bien en lo que está ocurriendo en el mundo (en la política monetaria de la Reserva Federal, en la caída del precio del petróleo o en las incertidumbres sobre el futuro de Grecia y de Europa), podemos intentar algunas consideraciones de carácter general sobre el estado de salud del sistema económico-financiero global.

Lo primero que esta crisis china nos dice es que, a pesar de los efectos devastadores de la última gran crisis financiera norteamericana y europea, la especulación no se ha detenido en ningún país, orientándose más hacia las economías emergentes, China en primer lugar. Las instituciones políticas, económicas y financieras no han aprendido ninguna lección de las lágrimas de estos ocho años. En cuanto las economías de Estados Unidos y de los estados europeos más fuertes han vuelto a crecer, las políticas, las leyes y sobre todo la actitud cultural de las instituciones en relación con las finanzas han vuelto a ser esencialmente las mismas que antes del 2007. En materia de economía y finanzas la historia es una maestra que sólo tiene pésimos alumnos. La crisis del euro y de Grecia ha distraído de nuevo a la opinión pública, que ha dejado de ocupare, con oportuno sentido crítico, del mundo de las grandes finanzas, las cuales han seguido, durante nuestra distracción, haciendo tranquilamente lo que mejor saben hacer.

Así pues, el primer mensaje de estas turbulencias chinas es fuerte y claro: las altas finanzas hoy son el único y verdadero poder mundial y no podemos permitirnos ignorarlo o dejarlo únicamente en manos de los especialistas (que, entre otras cosas, llevaban meses dando la voz de alarma sobre las bolsas chinas), porque cuando las grandes burbujas financieras estallan siempre es demasiado tarde.

El segundo mensaje tiene que ver con la suerte del capitalismo global. Aunque la retórica de las grandes potencias enfatice la salud de las economías occidentales, en realidad nuestro sistema global es extremadamente vulnerable, porque lo estamos alejando progresivamente del trabajo humano y de la economía real para basarlo en riquezas demasiado abstractas y virtuales. Preguntémonos: ¿qué valor ha creado la economía china este último año, si ha quedado destruido en unas cuantas sesiones de la bolsa? ¿Sobre qué valor y sobre qué valores se apoya nuestro nuevo mundo? 

Desde estas páginas, mientras arreciaban nuestras crisis económicas y financieras, varias veces y con distintas voces hemos recordado que las grandes burbujas especulativas se convertirían en la norma y no en la excepción del nuevo capitalismo financiero. Si nuestras economías producen bienestar desconectadas de nuestro trabajo, es probable que la burbuja china de hoy o una mega-burbuja financiera mañana destruyan en pocos días la pseudo-riqueza en la que creíamos que se basaban nuestros consumos y nuestras hipotecas. Para evitar este triste escenario, no demasiado improbable, es necesario un nuevo protagonismo de la política local y global. En el fondo, los torpes intentos del gobierno chino para gobernar una finanzas que se han convertido en ingobernables, nos dicen también que una economía y unas finanzas totalmente fuera de las dinámicas democráticas se transforman en máquinas incontrolables, que hoy nos hacen exultar por unas ganancias sin esfuerzo y mañana llorar por unas pérdidas que recaen mayoritariamente sobre los que nunca habían disfrutado de las primeras y fáciles ganancias.

Mientras todos contenemos la respiración en espera de los acontecimientos de los próximos días, volvamos a ocuparnos de las finanzas, a estudiarlas más; ejerzamos nuestra soberanía de ciudadanos, pidamos más democracia económica y financiera, si no queremos resignarnos a convertirnos cada vez más en súbditos de un imperio invisible.

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Comentario - Altas finanzas, alto riesgo

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire (25 KB) el 25/08/2015

Sabemos todos muy poco de lo que verdaderamente está ocurriendo en los mercados y en la bolsa de Shanghai. Esto en sí ya es una mala noticia, porque si hay algo que preocupa a los mercados (y a todos nosotros) es precisamente la falta de transparencia. El temor y la incertidumbre provocan ventas y fugas de capitales que ayer causaron las mayores pérdidas desde 2007 (-8,49%), arrastrando a las bolsas europeas a su peor caída desde 2011. Sin embargo, algo sabemos.

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El imperio invisible

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Comentario - Altas finanzas, alto riesgo Luigino Bruni Publicado en  pdf Avvenire (25 KB) el 25/08/2015 Sabemos todos muy poco de lo que verdaderamente está ocurriendo en los mercados y en la bolsa de Shanghai. Esto en sí ya es una mala noticia, porque si hay algo que preocupa a lo...
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Comentario – La hospitalidad, fundamento de nuestra civilización

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire (41 KB) el 19/08/2015

Immigrazione 02 ridEl deber de la hospitalidad es el muro de carga de la civilización occidental y el ABC de una buena humanidad. En el mundo griego, el forastero era portador de una presencia divina. Son muchos los mitos en los que los dioses adquieren la semblanza de un extranjero de paso. La Odisea es, entre otras cosas, una gran enseñanza sobre el valor de la hospitalidad (Nausícaa, Circe…) y  sobre la gravedad de su profanación (Polifemo, Antínoo). En la antigüedad, la hospitalidad estaba regulada por auténticos ritos sagrados, expresión de la reciprocidad de dones. El que ofrecía hospitalidad realizaba un primer gesto de acogida y, al despedir al huésped, le entregaba un “regalo de despedida”. Éste, por su parte, debía ser discreto y sobre todo agradecido.

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La hospitalidad es una relación. En realidad, la palabra huésped designa tanto a la persona hospedada como a la que hospeda (aunque esta segunda acepción se use poco, ndt). Al forastero no se le preguntaba el nombre ni la identidad antes de acogerlo en casa. Ser extranjero y necesitado eran suficientes razones para que se pusiera en marcha la gramática de la hospitalidad. La reciprocidad en las relaciones de acogida se encontraba en la base de las alianzas entre personas y comunidades, que conformaban la gramática fundamental de la convivencia pacífica entre los pueblos.

La guerra de Troya, icono mítico de todas las guerras, nació de una violación de la hospitalidad (por parte de Paris). La civilización romana mantuvo el reconocimiento del carácter sagrado de la hospitalidad y también la reguló jurídicamente. La Biblia, por su parte, es un continuo canto al valor absoluto de la hospitalidad y la acogida de los forasteros, a los que con frecuencia se les ve como “ángeles”. El primer gran pecado de Sodoma consistió en negar la hospitalidad a dos de los hombres que fueron huéspedes de Abraham y Sara en el encinar de Mambré (Génesis, 18-19). Uno de los episodios bíblicos más espeluznantes es otra profanación de la hospitalidad: la violación homicida de los benjaminitas de Guibeá (Libro de los Jueces, 19). El cristianismo recogió estas tradiciones sobre la hospitalidad y las interpretó como una declinación del mandamiento del agape y como expresión directa de la predilección de Jesús por los últimos y los pobres: “Era extranjero y me acogisteis” (Mateo 25,35).

En aquellas culturas antiguas, en las que que seguía vigente la “ley del talión” y aún no se habían reconocido casi ninguno de los derechos humanos que Occidente ha conquistado y proclamado en estos últimos siglos, la hospitalidad fue elegida como la primera piedra de una civilización de la que después florecería la nuestra. En un mundo mucho más inseguro, indigente y violento que el nuestro, aquellos hombres antiguos comprendieron que el deber de hospitalidad era esencial para salir de la barbarie. Los pueblos bárbaros y poco civilizados no conocen ni reconocen al huésped. Polifemo es la imagen perfecta de la falta de civilización y la deshumanización, porque devora a sus huéspedes en lugar de acogerlos. La hospitalidad es la primera palabra de la civilización, porque donde no se practica la hospitalidad se practica la guerra y se impide la paz (shalom) y el bienestar.

Así pues, cuando interrumpimos la antiquísima práctica de la hospitalidad, olvidamos que somos cívicos, humanos e inteligentes. Si la hospitalidad es el primer paso para entrar en el territorio de la civilización, su negación automáticamente se convierte en el primer paso para volver hacia atrás, al mundo de los cíclopes, donde sólo reinan la fuerza física y la altura.

Los pueblos sabios saben que la hospitalidad nos conviene a todos, aunque nos cueste a cada uno individualmente. Por eso es necesario protegerla y hablar muy bien de ella, si queremos que resista cuando los costes son elevados. La reciprocidad de la hospitalidad no es un contrato, porque no hay equivalencia entre lo que damos y lo que recibimos y, sobre todo, porque el hecho de ser acogedores hoy no genera ningún tipo de garantía de que encontraremos acogida mañana, cuando la necesitemos. No existe un contrato de seguro que cubra la falta de acogida mañana de los que hoy han sido acogedores. Por eso la hospitalidad es un bien común y, en consecuencia, frágil. Como todos los bienes comunes, se destruye si no está sostenido por una inteligencia colectiva más grande que los intereses individuales y de parte. Pero, como ocurre con todos los bienes comunes, una vez que se ha destruido el bien ya nadie puede disfrutar de él y es casi imposible reconstruirlo.

Europa nació del encuentro entre el humanismo judeocristiano y los humanismos griego y romano basados en la hospitalidad. Pero Occidente ha mantenido también siempre viva un alma benjaminita y polifémica, que ha llegado a ser dominante durante largos periodos, siempre oscuros. Es el alma que ve a los huéspedes sólo como amenazas o como presas. Hoy este espíritu oscuro, incivil y nada inteligente está aflorando de nuevo, y es urgente ejercitar el valioso discernimiento de los espíritus. Evitando, por ejemplo, dar crédito a quien nos cuenta que Polifemo ha devorado a los compañeros de Ulises porque eran demasiados a bordo y la nave podía hundirse de regreso a Itaca, o que los benjaminitas querían encontrar a los huéspedes de Lot sólo para revisar sus documentos. El reconocimiento del valor y del derecho de la hospitalidad es anterior a todas las políticas y las técnicas para gestionarla y hacerla sostenible.

La hospitalidad es un espíritu, un espíritu bueno. Se nota cuando falta. Hay que conocer los espíritus, reconocerlos y llamarlos por su nombre, y a los malos espíritus simplemente hay que echarlos.

En la casa de la humanidad, si no hay sitio para el otro tampoco hay sitio para mí. Está escrito: "No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles" (Carta a los Hebreos).

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Comentario – La hospitalidad, fundamento de nuestra civilización

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire (41 KB) el 19/08/2015

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No somos Cíclopes

No somos Cíclopes

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No hay perdón para los pueblos, pero sí para las instituciones financieras

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 15/07/2015

Comunità europeaLa comunidad europea, al igual que cualquier otra comunidad, es una forma de bien común. La ciencia económica nos enseña que los bienes comunes, por su naturaleza, son susceptibles de ser destruidos. Es de sobra conocida la ‘Tragedia de los bienes comunes’ (Garrett Hardin, 1968), que ocurre cuando los usuarios de un bien común tratan de maximizar su interés individual, olvidando, o poniendo muy en segundo plano, el hecho de que ese bien común se deteriora por el consumo. Según el conocido ejemplo, cuando los usuarios de un prado comunal sólo ven sus costes y beneficios subjetivos, se sienten incentivados a llevar a pastar al mayor número posible de vacas, y el resultado final del proceso es la destrucción del pasto.

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El principal mensaje de la teoría de los bienes comunes es la destrucción del bien como efecto no intencionado: nadie lo desea, pero todos contribuyen a destruirlo.

La crisis de Grecia nos muestra que los distintos países que dieron vida a la Unión hoy corren el peligro de destruir el bien común que construyeron en décadas pasadas. La premio Nobel de economía Elinor Ostrom decía que sólo es posible evitar la tragedia de los bienes comunes cambiando la perspectiva cultural: hay que pasar de la lógica del “yo” a la del “nosotros”, y empezar a ver el bien común como un ‘bien de todos’ y no como un ‘bien de nadie’.

En las comunidades, nos lo dice incluso su raíz etimológica (cum-munus), los dones y las obligaciones se encuentran entrelazados. La palabra latina munus significa don y obligación, ambas cosas. Sabemos que el don por sí solo no es suficiente, pero tampoco lo es la obligación; ambos son co-esenciales. Los contratos y las reglas son una de las dos caras de la moneda de las comunidades. Cuando falta la otra cara, la del don, las comunidades implosionan, se colapsan, se autodestruyen. Hoy en Europa falta la cara del don, un don que, sin embargo, fue un elemento fundamental de su creación en la postguerra. Ahora las reglas han ocupado todos los espacios, y el pacto fundacional se está viendo reducido a simple contrato. Pero en los contratos, a diferencia de lo que ocurre en los pactos, no hay espacio para el don. Las comunidades desaparecen y en su lugar surgen los clubs.

Una solución posible y sostenible de la crisis griega debería haber contemplado la con-donación parcial de la deuda, porque, dadas las condiciones económicas, psicológicas y sociales en las que se encuentra Grecia, es impensable que pueda devolver una deuda tan elevada generando más deuda mediante nuevos préstamos despiadados. En realidad, la paradoja más desconcertante de estos años de crisis financiera y económica es cómo se aplica el registro del don a las deudas de las finanzas mientras se niega a los pueblos y a los ciudadanos. ¿Cuántos miles de millones de deuda se han condonado a las instituciones financieras?

El grave error de la Europa de hoy o, mejor dicho, de algunos de sus gobernantes más poderosos, está en pensar que pueden resolver la crisis del pacto recurriendo únicamente al registro del contrato. De toda gran crisis se sale con una buena combinación de reglas y dones, nunca con el simple endurecimiento de las reglas. Los dones se fortalecen con la educación a la responsabilidad ante las reglas, y las reglas se humanizan cuando van acompañadas de la gratuidad del don. Pero, antes de dar a los que han cometido errores (y también los griegos los han cometido), es necesario mostrar aprecio y confianza en que ese pueblo y sus ciudadanos cuentan con las energías morales necesarias para volver a empezar y ser dignos de una nueva confianza. La confianza verdadera es antes que nada don, porque cuando la confianza se basa únicamente en los contratos, éstos acaban por destruir la confianza que intentaban regenerar.

Las reglas sin perdón, las obligaciones sin don, nunca son capaces de mantener los bienes comunes, en particular los bienes primarios sobre los que se apoya nuestra frágil democracia.

Hemos llegado a Plutón, hemos hecho progresos extraordinarios y maravillosos en ciencia y tecnología. Esta crisis nos está mostrando que en la capacidad relacional y ética para gestionar grandes crisis colectivas nos parecemos todavía demasiado a los hombres del Neolítico y que probablemente hayamos perdido algunas de las habilidades y sabidurías que el Medievo cristiano y la modernidad nos dejaron en herencia.

La oikonomia, es decir las reglas de la casa, no son suficientes para edificar una buena polis. En Europa hoy hace falta don y per-dón, una palabra extraña a la economía capitalista, que nadie tiene el valor de evocar en las mesas importantes, entre otras cosas porque la hemos gastado, devaluado y reducido a fruslería y a filantropía privada. Pero si no recuperamos esta gran palabra, fundamento de la comunidad, estamos condenados a asistir al inexorable declive de una tierra común que todavía puede tener recursos para nutrirnos.

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No hay perdón para los pueblos, pero sí para las instituciones financieras

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 15/07/2015

Comunità europeaLa comunidad europea, al igual que cualquier otra comunidad, es una forma de bien común. La ciencia económica nos enseña que los bienes comunes, por su naturaleza, son susceptibles de ser destruidos. Es de sobra conocida la ‘Tragedia de los bienes comunes’ (Garrett Hardin, 1968), que ocurre cuando los usuarios de un bien común tratan de maximizar su interés individual, olvidando, o poniendo muy en segundo plano, el hecho de que ese bien común se deteriora por el consumo. Según el conocido ejemplo, cuando los usuarios de un prado comunal sólo ven sus costes y beneficios subjetivos, se sienten incentivados a llevar a pastar al mayor número posible de vacas, y el resultado final del proceso es la destrucción del pasto.

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Las (i)lógicas insidias al bien común llamado Europa

Las (i)lógicas insidias al bien común llamado Europa

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Comentario – Origen de una crisis y posibles salidas

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 2/07/2015

Crisi greca ridAntes de convertirse en ministro de economía del actual gobierno griego, Yanis Varufakis era ya muy conocido entre los economistas por sus trabajos sobre ‘Teoría de juegos’. Varufakis estudia las decisiones racionales que toman, en una situación determinada, dos o más agentes obedeciendo a una lógica estratégica, es decir tratando de anticipar sus recíprocos movimientos. Así pues, el ministro griego conoce muy bien el llamado “juego de la gallina” (o, mejor dicho, del gallina), que describe una situación muy parecida a la de una conocida escena de la película “Rebelde sin causa”.

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Jim (James Dean) reta a Buzz a una loca competición: ambos conducirán sus automóviles a toda velocidad hacia un precipicio y ganará aquel que salga más tarde del automóvil, justo antes de caer por el barranco. El peor resultado posible del “juego del gallina” es la caída de ambos pilotos al precipicio, si, para ganar la competición, tardan demasiado en salir del automóvil.

Imaginar hoy que el gobierno griego y sus contrapartes están jugando a un juego parecido al del ‘gallina’, puede alentar la esperanza de que el juego aún no ha terminado y los jugadores siguen en la carrera. Esperemos que el resultado sea el que dicta la razón y no las emociones o las pasiones.

La salida de Grecia del euro no le conviene a nadie, se entienda lo que se entienda por convenir. Sería malo para todos y no sería bueno para nadie. , me acaba de escribir un compañero economista de la Universidad de Atenas. Desde luego, sería mucho peor para los pobres, los jóvenes y los niños griegos, que nunca han firmado ningún contrato y a lo mejor nunca han obtenido beneficio alguno del dinero que sus gobernantes han despilfarrado en el pasado.

Se trata de un escenario oscuro y tremendamente confuso, del que se desprende una recomendación general de método para aquellos que en estos días tienen que hablar y escribir: evitar concebir soluciones sencillas para una situación enormemente compleja; no dividir la escena en buenos y malos, a favor o en contra de Grecia.

Un primer elemento de complejidad viene de los datos históricos. La economía griega fue una de las más afectadas por la crisis financiera de 2007. Hasta entonces, Grecia crecía y atraía a muchos inversores internacionales. Entre 2007 y 2012 su deuda pública se duplicó. La relación deuda/PIB en 2007 apenas llegaba al 95.59%, pero en 2010 pasó a ser del 130.2% y después, en 2012, al 143.5%. Grecia se endeudó con la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional entre 2010 y 2012, obligada por una situación económico-financiera que la crisis hizo insostenible. Las olas provocadas por el tsunami financiero de Estados Unidos llegaron a las costas griegas y provocaron ingentes daños. Sin la crisis de 2007 el escenario actual sería completamente distinto.

Pero los datos y las cifras no ayudan a encontrar soluciones si no se leen e interpretan dentro de un contexto relacional idóneo. Son innumerables los conflictos generados y alimentados por lecturas contrapuestas de unos mismos datos. El entorno humano en el que se desarrollan desde hace años las negociaciones sobre el caso griego es muy negativo, por no decir pésimo. Las crisis, todas las crisis, son un ‘test de estrés’ de la calidad de las relaciones entre las personas e instituciones. Por ejemplo, habría que purificar radicalmente el lenguaje que se usa a todos los niveles. Es urgente que la UE, el FMI y también el gobierno griego dejen de culpabilizar a la otra parte.

Sobre todo, es fundamental cambiar el lenguaje sobre las ‘culpas’ de los griegos. Muchas veces, a lo largo de la historia, hemos visto cómo se buscaba una solución inmediata y fácil a problemas complejos creando alguna teoría que demostrara que el otro merecía su desgracia por ser culpable. El libro de Job, por ejemplo, lucha sobre todo contra esta ideología. Se oyen y se leen demasiados razonamientos muy peligrosos acerca de las culpas de los griegos. ‘Merecen lo que les pasa porque han tenido gobiernos corruptos y también porque los ciudadanos son vagos, dependientes del estado y grandes evasores fiscales’. Estos comentarios y discursos ideológicos son graves, ya vengan de países como Italia, que en estos temas no puede dar lecciones morales a nadie, ya vengan de periodistas o políticos alemanes y franceses, porque olvidan las grandes y graves lecciones de la historia y porque eclipsan las otras razones de la crisis, razones de mucho peso incluso cuantitativamente. Atribuyendo las causas de los problemas que hay que resolver al ‘carácter’ nacional o a la ‘mentalidad’ de los pueblos, lo único que se consigue es alejar la solución, porque el ‘carácter’ y la ‘mentalidad’ son variables que escapan al control de aquellos que tienen que tomar las decisiones. Repartir culpas y apelar al carácter y a la mentalidad puede ser útil, y a veces funciona, si lo que se desea es reducir el coste ético de unas decisiones difíciles.

Deuda y culpa son dos palabras que, en algunos idiomas, tienen la misma raíz. Hubo un tiempo en que las deudas convertían a uno en esclavo y a veces implicaban incluso la condena a muerte. Generaciones enteras dieron su vida y su sangre para que la democracia pusiera fin a la esclavitud por las deudas, afirmando que ninguna deuda es tan grande como para reducir a nadie, incluso a una sola persona, a la esclavitud. No digamos si se trata de un pueblo entero.

Debería elaborarse un verdadero plan responsable para relanzar Grecia en un periodo de tiempo de cinco o diez años, durante el cual se suspenda el reembolso de la deuda exterior. Debemos trabajar todos juntos y a todos los niveles para crear las inversiones y las condiciones necesarias para que la deuda de los estados no se convierta en una vía postmoderna hacia nuevas formas de esclavitud de los pueblos. Nos lo pide incluso la Laudato si’. Debe encontrarse una solución, para evitar que esta ‘competición’ acabe como la de “Rebelde sin causa”.

Por último, la moralidad y la justicia de una decisión dramática pueden juzgarse desde muchas perspectivas. Una de las mejores es ver sus costes y beneficios desde el punto de vista de los niños. Es un ejercicio que siempre ayuda y a veces puede ser decisivo.

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Comentario – Origen de una crisis y posibles salidas

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 2/07/2015

Crisi greca ridAntes de convertirse en ministro de economía del actual gobierno griego, Yanis Varufakis era ya muy conocido entre los economistas por sus trabajos sobre ‘Teoría de juegos’. Varufakis estudia las decisiones racionales que toman, en una situación determinada, dos o más agentes obedeciendo a una lógica estratégica, es decir tratando de anticipar sus recíprocos movimientos. Así pues, el ministro griego conoce muy bien el llamado “juego de la gallina” (o, mejor dicho, del gallina), que describe una situación muy parecida a la de una conocida escena de la película “Rebelde sin causa”.

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No es tiempo para juegos

No es tiempo para juegos

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La encíclica «Laudato si’» es cualquier cosa menos anti-empresa. Pero leámosla en un bosque.

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 24/06/2015

Sobre nuestro sistema capitalista se cierne una enorme demanda de justicia, que se eleva desde las víctimas y los excluidos. Una demanda que ya no se ve ni se oye y por eso es especialmente grave. El Papa Francisco es hoy la única autoridad moral global capaz, antes que nada, de ver y oír esta gran demanda ética sobre el mundo (esto depende de su propio carisma) para, después, plantear preguntas radicales (esto nace de su ágape).

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No hay ninguna “agencia” mundial tan libre como él de los poderes fuertes de la economía y la política. Por desgracia, ni la ONU ni la Comisión Europea ni, mucho menos, los políticos nacionales demuestran tener una libertad semejante, hasta el punto de que siguen «vendiendo al pobre por un par de sandalias» (Amós). Véase lo que está ocurriendo en Italia con la nueva regulación de los juegos de azar.

Algunos comentaristas, sedicentes amantes del libre mercado, han escrito que la encíclica Laudato si’ va contra el mercado y contra la libertad económica; que es una expresión del anti-modernismo e incluso marxismo de este Papa «venido casi del fin del mundo». En la encíclica no hay nada de eso, todo lo contrario. Francisco nos recuerda que el mercado y la empresa son valiosos aliados del bien común mientras no se conviertan en ideología, mientras la parte (el mercado) no se convierta en el todo (la vida). El mercado es una dimensión de la vida social esencial para todo bien común (son muchas las palabras de la encíclica que elogian a los empresarios responsables y a las tecnologías puestas al servicio de un mercado que incluye y crea trabajo). Pero esta dimensión no es la única, ni siquiera la primera.

El Papa, en primer lugar, le recuerda al mercado su vocación de reciprocidad y de «mutuo provecho». En base a esto, critica a las empresas que depredan a las personas y a la tierra (y lo hacen a menudo), porque con ello niegan la naturaleza misma del mercado, enriqueciéndose gracias al empobrecimiento de la parte más débil.

En un segundo nivel, Francisco nos recuerda algo fundamental que hoy se olvida sistemáticamente. La tan cacareada «eficiencia», palabra clave de la nueva ideología global, no es nunca un asunto meramente técnico y por tanto éticamente neutral (34). El cálculo coste-beneficio, que se encuentra en la base de todas las elecciones “racionales” de las empresas y las administraciones públicas, depende claramente de qué se consideren costes y de qué se consideren beneficios. Durante décadas hemos pensado que eran eficientes las empresas que no incluían entre sus costes el daño que causaban a los mares, a los ríos o a la atmósfera. Pero el Papa nos invita a ampliar el cálculo a todas las especies, incluyéndolas en una fraternidad cósmica, extendiendo la reciprocidad también a los seres vivos no humanos, dándoles voz en nuestros balances económicos y políticos.

Pero hay todavía un tercer nivel. Aunque se reconozca el «mutuo provecho» como ley fundamental del mercado civil e incluso se extienda a la relación con otras especies vivas y con la tierra, el «mutuo provecho» no puede y no debe ser la única ley de la vida. Es importante, pero no la única. También existe lo que el economista y filósofo indio Amartya Sen llama «obligaciones de poder». Debemos actuar responsablemente con la creación porque hoy la técnica ha puesto en nuestras manos un poder que nos permite originar unilateralmente consecuencias muy graves para otros seres vivos con los que estamos vinculados. Todo en el universo está vivo, y todo nos llama a la responsabilidad. Tenemos obligaciones morales que no nos generan ningún provecho. El «mutuo provecho» del buen mercado no es suficiente para cubrir todo el espectro de la responsabilidad y de la justicia. Incluso el mejor mercado, si se convierte en el único criterio, se transforma en un monstruo. No hay ninguna lógica económica que nos impulse a dejar bosques en herencia a los que vivirán dentro de mil años, y sin embargo tenemos obligaciones morales para con esos futuros habitantes de la tierra.

Otra cuestión muy importante es la de la «deuda ecológica» (51), que representa uno de los puntos más elevados y proféticos de la encíclica. La despiadada lógica de la deuda de los estados domina la tierra, pone de rodillas a pueblos enteros (como en el caso de Grecia) y a muchos otros los tiene bajo chantaje. En el mundo, se ejerce mucho poder en nombre de la deuda y el crédito. Pero también existe una gran «deuda ecológica» del Norte del mundo con respecto al Sur. Un 10% de la humanidad ha construido su propio bienestar descargando los costes en la atmósfera de todos, y sigue produciendo “cambios climáticos ".

La expresión “cambios” despista, porque es éticamente neutral. El Papa, en cambio, habla de «contaminación» y de deterioro de ese bien común llamado clima (23). El deterioro del clima contribuye a la desertificación de regiones enteras, que influye decisivamente en la miseria, la muerte y la migración de los pueblos (25). Esta inmensa «deuda ecológica» y de justicia global no la tenemos en cuenta cuando cerramos nuestras fronteras a los que vienen hasta nosotros porque estamos quemando su casa. Esta deuda ecológica no tiene ningún peso en el orden político mundial. Ninguna Troika condena a un país porque haya contaminado o desertificado otro país, y así la «deuda ecológica» sigue creciendo ante la indiferencia de los grandes y poderosos.

Termino con un consejo para aquellos que todavía no hayan leído esta maravillosa encíclica. No empiecen a leerla en su estudio o sentados en el sofá. Salgan de casa, vayan a un prado o a un bosque y empiecen allí a meditar el cántico del Papa Francisco. La tierra de la que nos habla es una tierra real, que se puede tocar, sentir, oler, ver y amar. Y terminen después la lectura en alguna periferia real, entre los pobres. Vean el mundo de los ricos epulones desde los lázaros y abracen al menos a uno de ellos, como Francisco. En estos lugares podremos aprender de nuevo a «sorprendernos» (11) por las maravillas de la tierra y de los hombres, y así tal vez podamos comprender y rezar Laudato si’.

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La encíclica «Laudato si’» es cualquier cosa menos anti-empresa. Pero leámosla en un bosque.

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 24/06/2015

Sobre nuestro sistema capitalista se cierne una enorme demanda de justicia, que se eleva desde las víctimas y los excluidos. Una demanda que ya no se ve ni se oye y por eso es especialmente grave. El Papa Francisco es hoy la única autoridad moral global capaz, antes que nada, de ver y oír esta gran demanda ética sobre el mundo (esto depende de su propio carisma) para, después, plantear preguntas radicales (esto nace de su ágape).

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Encíclica, el mercado bueno de Francisco

Encíclica, el mercado bueno de Francisco

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Tratamos de convencernos de que, para actuar, necesitamos incentivos y de que las personas responden sólo a intereses… Pero la defensa de los bienes comunes requiere gratuidad: ¡No hay que contaminar un lago sólo porque no nos convenga!

por Luigino Bruni

publicado en  pdf Avvenire (201 KB)  el 12/05/2015

Adamo Eva Poussin cropLa protección es una vocación universal de todos y de cada uno. La economía, pese a que su etimología (oikos nomos) evoca el oikos, el medio ambiente, la casa, en las últimas décadas está traicionando esta vocación de protección porque está demasiado condicionada por los rendimientos y los beneficios a corto plazo. El homo oeconomicus, tal y como lo ha pensado hasta ahora la ciencia y la praxis económica, no tiene lugares donde vivir sino espacios que ocupar. El lugar, lo sabemos, tiene que ver con la identidad, la especificidad, las raíces. El espacio es la dimensión racional de los lugares: es uniforme, sin raíces ni destino. Y así, nuestro capitalismo especulativo está eliminando las especificidades y las identidades de los lugares, de sus tradiciones sociales y económicas, para poderlos controlar y orientar al mercado, dando vida a un mundo uniforme, sin biodiversidad en cuanto a formas de empresa, de trabajo, de vida.

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La lógica económica imperante no comprende la protección, la custodia, porque no comprende la gratuidad. El mercado tal y como lo conocemos hoy está cada vez más definido por la lógica del incentivo y, por tanto, del cálculo coste-beneficio. Tratamos de convencernos de que, para actuar en el ámbito económico y, por tanto, laboral, debemos ser incentivados, porque las personas sólo responden a intereses. Pero para proteger la creación, la tierra, los bienes comunes, las relaciones, para cuidar de los demás y de nosotros mismos, es esencial la dimensión de la gratuidad o, al menos, una lógica más compleja que la mera razón económica, que es demasiado simple. La única razón para no contaminar un lago no puede ser la conveniencia de tenerlo limpio, sino, antes que nada, el respeto a una realidad viva como nosotros. El respeto, la dignidad, la gratitud no son categorías económicas pero son palabras fundamentales para vivir y dar vida. Las razones que llevaron a nuestros abuelos a cuidar los ríos y los valles no fueron solo ni principalmente económicas: existía un instinto ancestral, incluso religioso, que los llevaba a comportarse de una manera no depredadora con el medio ambiente que los acogía. Una relación no depredadora que también otras culturas no occidentales han sabido salvaguardar a través de los siglos. La protección forma parte de la condición humana. Pero es ajena a nuestro capitalismo, que sigue cuidando a los hijos de Abel con fundaciones creadas por los hijos de Caín, como cuando las multinacionales de los juegos de apuestas patrocinan a asociaciones que tratan a jugadores patológicos. O cuando las multinacionales del armamento ‘protegen’ a los huérfanos de las guerras. Esta protección es lo opuesto a lo que aparece en la tradición bíblica y en cualquier humanismo verdadero, que nos recuerdan que el ser humano es un animal capaz de proteger, de cuidar. Y, por tanto, capaz de cuidar de sí mismo, de los demás y de la naturaleza.

No es casualidad que en el libro del Génesis encontramos la misma palabra, shamar, cuando se habla del Adam como ‘protector’ del jardín (capítulo 1), y cuando Caín homicida-fratricida vuelve de los campos y se declara no guardián, shamar, de su hermano (capítulo 4).

La custodia es una expresión directa de otra gran palabra humana: responsabilidad. Caín no se sentía guardián y, por tanto, no se sentía responsable. De hecho, ante la pregunta de Dios: “¿Dónde está tu hermano?”, no responde sino que plantea otra pregunta: “No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. De nuevo, shamar: Adán se sentía el guardián del Edén, Caín no se sentía guardián de su hermano y, por tanto, no había custodiado ni las relaciones ni la tierra de los hombres. Tras cada una de estas solicitudes de protección se esconde la pregunta radical de la fraternidad, inter-humana y cósmica (los seres humanos no agotan la vocación universal a la fraternidad, como comprendieron muy bien Job o San Francisco).

La protección del mundo y la protección de los demás son lo mismo. Cuando falta, prevalece la muerte. Muere Abel y junto a él mueren también los animales, las plantas, la creación que, al igual que el hermano, nos pide protección.

La protección nos obliga a salir de nosotros mismos para ocuparnos del otro. Por lo tanto, por naturaleza, es anti-narcisista, en cuanto a que nos descentra. Y en una civilización donde el narcisismo se está convirtiendo en una enfermedad endémica, la protección no se comprende y no se ve.

Se dan algunos desafíos culturales y sociales de los que dependen la calidad, la cantidad y, quizás, la supervivencia de lo que conocemos como protección de nuestra sociedad. El primero se refiere a los niños y ancianos. Las familias, donde aún siguen existiendo, ya no son capaces, a grandes rasgos, de asegurar la protección y el cuidado del despertar y el ocaso de la vida. Debemos reinventar nuevas formas de protección de las relaciones y de las personas en estas fases fundamentales, porque no puede ser el mercado, junto con lo que queda del estado social, los que protejan nuestras relaciones primarias. Es necesaria, como recuerda la filósofa Jennifer Nedelsky, una revolución en la cultura del cuidado, que lleve a toda persona adulta a cuidar de sus propias comunidades y sus propios lugares, si queremos salvarnos.

El segundo tiene que ver con los bienes comunes. No se pueden salvar los mares, los glaciares, los bosques, los espacios verdes y la biodiversidad, dejando su gestión y su ‘custodia’ en manos de la mera lógica económica, como viene ocurriendo. Entre otras cosas, porque estamos descargando sobre los pobres muchos de los costes de nuestras ‘soluciones’.

Es necesario hablar más de protección, es necesario hablar más de gratuidad, es necesario hablar más de vida. Y pedir más. Quizás haya alguien que responda.

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Tratamos de convencernos de que, para actuar, necesitamos incentivos y de que las personas responden sólo a intereses… Pero la defensa de los bienes comunes requiere gratuidad: ¡No hay que contaminar un lago sólo porque no nos convenga!

por Luigino Bruni

publicado en  pdf Avvenire (201 KB)  el 12/05/2015

Adamo Eva Poussin cropLa protección es una vocación universal de todos y de cada uno. La economía, pese a que su etimología (oikos nomos) evoca el oikos, el medio ambiente, la casa, en las últimas décadas está traicionando esta vocación de protección porque está demasiado condicionada por los rendimientos y los beneficios a corto plazo. El homo oeconomicus, tal y como lo ha pensado hasta ahora la ciencia y la praxis económica, no tiene lugares donde vivir sino espacios que ocupar. El lugar, lo sabemos, tiene que ver con la identidad, la especificidad, las raíces. El espacio es la dimensión racional de los lugares: es uniforme, sin raíces ni destino. Y así, nuestro capitalismo especulativo está eliminando las especificidades y las identidades de los lugares, de sus tradiciones sociales y económicas, para poderlos controlar y orientar al mercado, dando vida a un mundo uniforme, sin biodiversidad en cuanto a formas de empresa, de trabajo, de vida.

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La economía busca protectores

La economía busca protectores

Tratamos de convencernos de que, para actuar, necesitamos incentivos y de que las personas responden sólo a intereses… Pero la defensa de los bienes comunes requiere gratuidad: ¡No hay que contaminar un lago sólo porque no nos convenga! por Luigino Bruni publicado en  pdf Avvenire (201 KB...
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El mensaje del día de los trabajadores

Luigino Bruni

pulicado en Avvenire el 1/05/2015

primo maggio 2015Cada Primero de Mayo lleva un mensaje que hay que buscar, descubrir y descifrar entre los pliegues de nuestro presente, entre sus contradicciones,  dolo-res y esperanzas.

Tras unos años muy duros, estamos intentando volver a crecer. Debemos ser conscientes de que el primer indicador que nos dirá si ha llegado de verdad el alba de un nuevo día es nuestra capacidad de volver a crear trabajo para todos, en primer lugar para los jóvenes. Cuando un país no logra dar ocupación a sus jóvenes, que son su parte mejor y más creativa, sufre dos daños muy graves: pierde la energía más poderosa que posee y priva a su mejor presente y a su futuro de la posibilidad de fructificar. 

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Cuando una joven o un joven, después de completar su formación, no encuentran pronto una oportunidad concreta para hacer fructificar su formación en un trabajo, ven con tristeza cómo su potencial creativo se marchita y su capital humano se deteriora. No olvidemos nunca que los capitales de un país están formados ciertamente por su tecnología, su patrimonio natural y cultural, y sus medios financieros y económicos; pero su capital más productivo y valioso son las personas, especialmente los jóvenes. Dejar que estos capitales personales se marchiten es un delito cívico y moral que nunca queda impune. Despilfarrar hoy estos capitales hace que mañana (un mañana muy cercano) la competitividad económica y la robustez ética y social se vean reducidas, el vínculo social debilitado y todos estemos más empobrecidos. Es un delito que llevamos ya demasiado tiempo perpetrando y que debemos definitivamente detener. A todos los niveles.

Empezando por el plano político, institucional y sindical. Debemos llevar a la práctica con carácter inmediato una redistribución del trabajo que existe. Debemos incentivar el trabajo a tiempo parcial para los mayores de 55 (con las oportunas medidas fiscales y de seguridad social que no penalicen demasiado a quienes tomen esta decisión), de forma que una cantidad significativa de jóvenes pueda disfrutar de este “trabajo liberado”. Un país en el que los adultos no sientan la urgencia ética de dejar espacio a los jóvenes es estúpido y carente de futuro. Se trata de una aplicación concreta de la fraternidad civil que pusimos en el centro del humanismo moderno, un principio esencial en tiempos de crisis. Hemos sido capaces de hacerlo después de terremotos y catástrofes naturales y civiles; hoy debemos serlo de nuevo, para salir de esta crisis de trabajo que no está causando menos víctimas.

Por otra parte, queda mucho trabajo por hacer en el ámbito de la enseñanza y la educación. No podemos reformar el sistema educativo haciendo palanca en el incentivo y la profesionalización de la dirección de los centros. Hace falta más innovación y visión. Italia inventó hace siglos las universidades, las escuelas y las academias. El mundo entero aprendió de nosotros. Hoy, en cambio, no sólo hemos dejado de innovar, sino que estamos servilmente importando lógicas e instrumentos de gestión de otros universos culturales que interpretan la escuela y la enseñanza dentro de la “lógica de mercado” inventada por ellos. La escuela y la universidad deben actualizarse para seguir el paso de un mundo y un trabajo que cambian muy rápidamente, tal vez demasiado. Pero no lo lograremos transformando las escuelas en empresas. Es demasiado fácil y demasiado poco. Los niños y los jóvenes son demasiado valiosos como para dejarlos en manos de la lógica del coste-beneficio. Todo proceso educativo es un entramado de bienes relacionales, confianza, aprecio, reconocimiento, reciprocidad y gratitud. También de incentivos, pero éstos sólo funcionan si están incluidos dentro de esta gramática más grande. Hay demasiada economía y demasiado lenguaje económico dentro de los lugares de la educación. El presupuesto y los recursos financieros no son fines, sino vínculos y medios de la educación. Cuando se convierten en fines, la escuela fracasa, aunque sus cuentas estén saneadas.

Finalmente, la Fiesta de hoy debe recordarnos que sin trabajo no sabemos hablar bien unos con otros. El trabajo es el “verbo” de la gramática social, lo que une y da sentido a nuestras relaciones. Todos los días nos encontramos, hablamos y cooperamos gracias a nuestro trabajo. En nuestra sociedad, cuando demasiada gente se queda fuera del mundo del trabajo, muchas “palabras” pierden significado social, nuestro discurso colectivo se queda cojo, nuestra democracia y nuestra república pierden su primer fundamento. Italia es una república democrática porque está fundada en el trabajo.

Para terminar, es muy significativo e importante que nuestra civilización honre el trabajo con un día de fiesta, con un día de no trabajo. El trabajo es necesario para la buena fiesta, y viceversa. Cuando, queriendo y debiendo trabajar, no hay trabajo, también la fiesta se entristece. Privar a una persona del trabajo significa privarla también de la alegría de la fiesta. Demasiados trabajadores han perdido en estos años difíciles su Primero de Mayo. Es hora de que vuelvan a hacer fiesta.

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El mensaje del día de los trabajadores

Luigino Bruni

pulicado en Avvenire el 1/05/2015

primo maggio 2015Cada Primero de Mayo lleva un mensaje que hay que buscar, descubrir y descifrar entre los pliegues de nuestro presente, entre sus contradicciones,  dolo-res y esperanzas.

Tras unos años muy duros, estamos intentando volver a crecer. Debemos ser conscientes de que el primer indicador que nos dirá si ha llegado de verdad el alba de un nuevo día es nuestra capacidad de volver a crear trabajo para todos, en primer lugar para los jóvenes. Cuando un país no logra dar ocupación a sus jóvenes, que son su parte mejor y más creativa, sufre dos daños muy graves: pierde la energía más poderosa que posee y priva a su mejor presente y a su futuro de la posibilidad de fructificar. 

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Que vuelva la fiesta

Que vuelva la fiesta

El mensaje del día de los trabajadores Luigino Bruni pulicado en Avvenire el 1/05/2015 Cada Primero de Mayo lleva un mensaje que hay que buscar, descubrir y descifrar entre los pliegues de nuestro presente, entre sus contradicciones,  dolo-res y esperanzas. Tras unos años muy duros, estamos intentan...
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Reglas para afrontar las dificultades

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 15/04/2015

Son muchos los que hablan de la recuperación de la economía y del PIB (Producto Interior Bruto), como si el PIB fuese capaz de hablar por sí mismo de cosas buenas. La verdadera realidad de nuestra economía dice que las empresas lo pasan mal y seguirán haciéndolo durante mucho tiempo, y con ellas el mundo del trabajo. Lo pasan mal y cierran no sólo por falta de mercados y ventas. Una causa común de sufrimiento y fracaso se encuentra en algunos errores típicos en la gestión de los trabajadores durante las crisis. Cuando se atraviesan fases difíciles y largas, es más fácil cometer errores graves en la relación entre la clase dirigente y los trabajadores.

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Cada vez hay más empresas grandes que, cuando tienen que enfrentarse a una crisis con reducción de personal (no olvidemos que reducir el personal durante las crisis no es un dogma, sino, casi siempre, una elección), se mueven enteramente en el plano 'político': la propiedad se reúne con los sindicatos, propone un plan de viabilidad y la crisis se negocia 'políticamente', decidiendo cuántos trabajadores hay que sacrificar en aras de la supervivencia; trabajadores a los que, de manera intencionada, nunca se les considera ni se les escucha.

Otras empresas, por su parte, cuando tienen que despedir siguen el camino del mercado, y ofrecen incentivos individuales y compensaciones monetarias a los despedidos. Pero en ambos casos falta el sujeto principal: la comunidad de trabajadores. En el primer caso hay una mediación, están representados, y en el segundo caso sólo hay individuos (muchas veces en conflicto entre ellos). Sin embargo, una empresa no es ni un pequeño parlamento ni un conjunto de individuos separados, vinculados por un contrato con la propiedad. Las empresas reales tienen vida si son capaces de crear un organismo vivo de relaciones virtuosas entre todos los distintos componentes de la organización. Cuando comienza una crisis seria en una empresa, se deben seguir algunas reglas fundamentales, si se desea que los trabajadores se involucren de verdad en la búsqueda de soluciones para superarla, a veces incluso saliendo en mejor posición.

La primera se llama oportunidad: para afrontar bien una crisis es fundamental intervenir a tiempo, no cuando el proceso ya ha avanzado y se ha agravado. Una buena clase dirigente debe adelantarse a las crisis importantes, y por tanto, entender cuál es el momento adecuado para intervenir, interpretando las débiles señales que permiten prever cuándo va a estallar. Después, es necesario comenzar a escuchar a los trabajadores al principio de la crisis (externa o interna) y no al final, cuando a veces la única comunicación que queda es la de una solución ya decidida a otro nivel. ‘Involucrar’ a los trabajadores en esta fase terminal, además de no ser de utilidad, sólo sirve para aumentar el sufrimiento.

Segunda regla: si se quiere escuchar a los trabajadores, hay que escucharles de verdad. Es necesario crear un contexto de confianza, en el que los trabajadores puedan decir lo que piensan, y puedan percibir que se les escucha de verdad. Es un proceso que requiere sus espacios y sus lugares, pero sobretodo requiere tiempo (no se pueden hacer reuniones de una hora para empezar a hablar de una crisis seria). Una involucración falsa hace más daño que la falta de involucración. Y hay que escuchar a los verdaderos trabajadores, si es posible a todos, no solo a sus representantes.

Tercero: Es necesario presentarse a los trabajadores cuando el tema está en sus comienzos y todavía totalmente abierto, diciéndoles que hay muchas posibles soluciones e involucrándoles en su búsqueda. He conocido trabajadores que juntos han sido capaces de realizar actos heroicos (como una reducción significativa del salario durante años, para salvar algún puesto de trabajo), que la dirección no había ni siquiera imaginado. Porque se les tomó en serio desde el comienzo de la crisis, y se les consideró como el gran valor de la empresa y no como el principal problema. Se entiende que en estos casos el lenguaje y la elección de las palabras es muy importante.

El cuarto principio se llama subsidiariedad. Cualquier terapia que se proponga llegar a la curación de una crisis (en muchas crisis empresariales de estos tiempos, lamentablemente, lo único que se busca es vender la empresa a los fondos de inversión o liquidarla), debe partir del supuesto de que las personas que pueden señalar posibles soluciones son sobre todo las que están en contacto todos los días con el trabajo, y no los miembros del Consejo de Administración que casi siempre están lejos y, por tanto, son 'incompetentes' en ese trabajo específico, por muy competentes que sean en estrategia y finanzas. Sin la estrecha colaboración de los que trabajan de verdad dentro de la empresa, no se pueden encontrar soluciones buenas y verdaderas, porque la competencia más preciosa es siempre la que llevan en las manos y en las mentes los que viven el trabajo y no los que lo conocen por lo que han oído contar al gerente o por lo que representan los números.

Para terminar, el principal error que hay que evitar es dividir a la comunidad de los trabajadores. El verdadero arte de aquellos que deben administrar una crisis difícil en una empresa consiste en no dividir, en mantener compacta a toda la comunidad del trabajo, en crear un ambiente parecido al que viven los marineros cuando tienen que hacer frente a una tempestad. Pero para hacer esto es necesario que se desencadene la lógica del «nosotros» y no sólo la lógica del «yo», y esto sólo es posible si los gerentes son capaces de hacer que cada trabajador se sienta en el centro de la solución, tratado como si todo dependiera de él o de ella. Es un arte raro y muy difícil, sobre todo en nuestro capitalismo financiero. Cada uno de nosotros es una mezcla de motivaciones, intereses, vicios y virtudes. Sobre todo en tiempos de crisis, es la cultura organizativa, en la que los gerentes tienen un papel clave, la que favorece que en el puesto de trabajo surja lo mejor de nosotros o lo peor. Todo proceso positivo de participación de los trabajadores es siempre muy arriesgado, y exige una mirada justa y buena, la capacidad de mirar los trabajadores, a todos los trabajadores, como algo positivo y bueno y no como holgazanes y oportunistas. Si el empresario, el gerente e incluso las mismas organizaciones sindicales parten de la hipótesis que los trabajadores son gandules y oportunistas, es cierto que verán confirmada su hipótesis, porque habrán creado un clima de desconfianza y de negatividad que sacará la parte menos cooperativa y más egoísta de las personas. La primera riqueza de toda empresa y de toda organización son las personas, su competencia, su energía moral, su corazón. Las crisis se superan cuando se tienen la sabiduría y el coraje de volver a empezar desde esta antigua, grande y olvidada verdad.

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Crisis empresariales, sirve el «nosotros» para recomenzar

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