Editoriales Avvenire

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por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 9/02/2011

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Italia ha sido cuna de la tradición civil. Las abadías y los monasterios fueron los lugares donde se formó principalmente la cultura de la economía mercantil y de la participación, de la cual surgieron las innovaciones técnicas y contables, así como los estatutos de las ciudades libres de Italia.

La época comunal primero y el humanismo civil después, dieron vida a una gran eclosión de lo civil, retomando y desarrollando la cultura grecorromana de las virtudes civiles. En el siglo XVIII los temas civiles, de la felicidad pública y la economía tuvieron un gran desarrollo, haciendo de Italia una de las patrias de la ciencia económica moderna.

Esta tradición se mantuvo muy viva hasta el comienzo del Risorgimento, para conocer después un eclipse de más de un siglo que coincide además con la historia de la Italia unida.

 

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La época comunal primero y el humanismo civil después, dieron vida a una gran eclosión de lo civil, retomando y desarrollando la cultura grecorromana de las virtudes civiles. En el siglo XVIII los temas civiles, de la felicidad pública y la economía tuvieron un gran desarrollo, haciendo de Italia una de las patrias de la ciencia económica moderna.

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El «alba incompleta» del modelo económico italiano

El «alba incompleta» del modelo económico italiano

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por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 23/09/2010

Vuelve a hablarse, por fin, de gratuidad (véase la página de «Avvenire» del martes 21), en los debates públicos sobre economía e incluso en la ciencia económica.

No debería asombrar que la economía recupere el interés por la gratuidad. Pensemos que la palabra latina 'charitas', elegida por los cristianos para traducir la palabra griega 'agape', el amor gratuito, tenía un origen y un uso económicos. Significaba lo caro, lo que cuesta en el mercado. Este renovado interés está acompañado por un uso no siempre atento y fiel a la gran reflexión filosófica, espiritual y sobre todo humana (solo el ser humano la conoce) sobre la gratuidad. En mi opinión hay dos errores que se cometen con frecuencia cuando se habla de gratuidad. Antes que nada se la identifica con lo que se da 'gratis', a precio cero: «Paco trabaja gratuitamente», trabaja gratis, por lo que su salario es igual a cero. Sin embargo, por la gran tradición franciscana sabemos que la gratuidad tiene, en cierto sentido, un  valor infinito.

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Cuando Francisco enviaba a los frailes a dar el evangelio, les decía que no aceptaran dinero a cambio de la predicación. ¿Por qué? «Si tuvieran que pagaros haría falta todo el oro del mundo», cuenta la tradición. Y así aceptar una cantidad de dinero inferior a «todo el oro del mundo» hubiera significado «malvender» la gratuidad, hacer dumping relacional y espiritual.

De ahí viene la tradición franciscana de aceptar dones como respuesta de reciprocidad. Cuando hoy identificamos la gratuidad con lo gratis corremos el riesgo de borrar esta verdad fundamental y le hacemos un flaco favor tanto a la gratuidad (malvendida y despreciada) como al mercado. ¿Por qué también al mercado?
Vamos con el segundo error.

Identificar la gratuidad con lo gratis (precio cero) ha comportado y comporta cada vez más, asociar el mercado, los contratos y los intercambios mercantiles con la no gratuidad. Si la gratuidad fuera lo gratis, cualquier realidad en la que existan precios y dinero dejaría de tener relación con la gratuidad. La gratuidad puede estar presente en el mercado bajo la forma de un descuento o un artículo promocional, (aunque en realidad son la ‘vacuna’ con la que nos inmunizamos de la auténtica gratuidad); o también puede aparecer 'después del mercado’, cuando el empresario, como cualquier ciudadano particular, hace una donación o constituye una fundación para vivir finalmente esa gratuidad ajena a la acción propiamente económica y empresarial. Podrían decirse muchas cosas sobre el surgimiento del modelo filantrópico americano que, como reacción al excesivo lazo entre gratuidad (charis) y mercado (las indulgencias), ha construido todo un sistema económico dicotómico, donde 'los negocios son los negocios' y los dones son algo totalmente privado y distinto de los negocios (hay que señalar que en los EE.UU. ni siquiera existe una palabra para nombrar la gratuidad; 'gratuity' no es más que la propia que se da a los camareros). En realidad el auténtico gran reto cultural de la gratuidad es concebirla, en línea con lo que dice la 'Caritas in veritate', como una dimensión fundante de cualquier experiencia humana, desde la familia hasta la empresa y desde la política hasta los contratos. Muchas experiencias de microcrédito, desde los franciscanos de la Edad Media hasta Yunus, han vivido extraordinarias experiencias de gratuidad liberando de la miseria y la exclusión a millones de personas, sin ningún regalo o prestación ‘gratuita’ (gratis), sino con contratos, con normas bien condicionadas, con una gratuidad acompañada por el deber. La gratuidad que hoy se le pide al sistema bancario no es la de los patrocinadores o la de las fundaciones bancarias, sino la que informa, o no informa, la normalidad del hacer banca, desde la responsabilidad hasta la transparencia. La gratuidad que importa verdaderamente no es la de ese 2% de los beneficios sino la del 98% restante. En caso contrario, la gratuidad se reduce al licor al final de la comida, o a un tapagujeros, a lo que sobra y que, al no ser debido, se convierte en no necesario y en superfluo.

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No debería asombrar que la economía recupere el interés por la gratuidad. Pensemos que la palabra latina 'charitas', elegida por los cristianos para traducir la palabra griega 'agape', el amor gratuito, tenía un origen y un uso económicos. Significaba lo caro, lo que cuesta en el mercado. Este renovado interés está acompañado por un uso no siempre atento y fiel a la gran reflexión filosófica, espiritual y sobre todo humana (solo el ser humano la conoce) sobre la gratuidad. En mi opinión hay dos errores que se cometen con frecuencia cuando se habla de gratuidad. Antes que nada se la identifica con lo que se da 'gratis', a precio cero: «Paco trabaja gratuitamente», trabaja gratis, por lo que su salario es igual a cero. Sin embargo, por la gran tradición franciscana sabemos que la gratuidad tiene, en cierto sentido, un  valor infinito.

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La gratuidad puede convivir con el mercado

La gratuidad puede convivir con el mercado

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Editorial

por Luigino Bruni

publicado en la sección "Agorà", de Avvenire, el 5/02/2010

«La Italia hecha en casa» (Mondadori), de los economistas Alberto Alesina y Andrea Ichino, es un libro lleno de datos importantes, sobre los que está bien reflexionar pero tal vez para llegar a conclusiones distintas de las que proponen sus autores. La tesis del libro es que el retraso económico de Italia es principalmente un retraso cultural, a causa de nuestra tradición familiar que hace que gran parte de los trabajos domésticos y el cuidado de las personas sean realizados por mujeres que, por ello, trabajan demasiado poco ‘fuera de casa’, en el mercado.

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La receta consiste, entonces, en bajar los impuestos sobre la renta del trabajo femenino para incentivar que las mujeres trabajen más. Es incuestionable que todavía hoy existe en Italia  una significativa asimetría en las oportunidades de desarrollo profesional entre hombres y mujeres y que hacen falta intervenciones urgentes de tipo legislativo, económico y social que faciliten el trabajo femenino en el mercado, reequilibrando el peso relativo del trabajo doméstico. Desde este punto de vista, este libro puede desempeñar una importante función de cara a alimentar un debate cívico relevante. Pero la visión cultural que subyace en el libro considera los vínculos fuertes, sobre todo los de tipo familiar y comunitario, como el mayor fardo social de Italia y de la cultura mediterránea con respecto a los países nórdicos, más desarrollados económica y civilmente.

Hay algunas afirmaciones que tienden a rebajar esta tesis tan radical, pero la orientación general del trabajo es coherente con esta tesis: si somos capaces de abandonar el modelo italiano de familia para imitar el modelo social noruego o danés, nos convertiremos por fin en un país postmoderno, democrático, más rico y tal vez más feliz. Pero esta tesis no es convincente, no sólo porque esa gran felicidad ‘nórdica’ no existe, sino sobre todo por la ausencia de la idea de familia como sujeto colectivo. Para los autores, la familia es esencialmente una suma de individuos separados. No se ven las relaciones, sino los individuos. De ahí la crítica a la propuesta del ‘cociente familiar’ que permitiría que las rentas de los cónyuges tributaran como la media de una renta conjunta. «Si consideramos que la participación de la mujer en el trabajo es un objetivo importante para nuestro país, es evidente que el método del cociente familiar nos alejaría de este objetivo y por eso es preferible la tributación individual». La tributación individual ve a la pareja como un hombre y una mujer aislados; pero la familia es sobre todo un pacto que hace de dos personas individuales un sujeto colectivo, en el que las decisiones se discuten y se toman conjuntamente, incluso las decisiones laborales. Criar y educar a un niño, sobre todo durante los primeros años de vida, no es un asunto privado de los padres o de la madre, no es una ‘mercancía’ como el transporte o la limpieza doméstica que se pueden comprar y vender eficientemente en base a la ley de la oferta y la demanda. Hoy la mejor teoría económica lo reconoce, cuando interpreta la familia como productora no sólo de servicios sino también de ‘bienes relacionales’ (que sí son bienes pero no son mercancías) y cuando muestra (véase el Nobel Heckman) que los primeros años de vida son los que más influyen en el éxito incluso económico de las personas. Antes de realizar cualquier reforma económica o fiscal sobre las familias italianas, es necesario reconocer que son un gran recurso y un gran patrimonio cívico y sólo después ocuparse de sus problemas.

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Editorial

por Luigino Bruni

publicado en la sección "Agorà", de Avvenire, el 5/02/2010

«La Italia hecha en casa» (Mondadori), de los economistas Alberto Alesina y Andrea Ichino, es un libro lleno de datos importantes, sobre los que está bien reflexionar pero tal vez para llegar a conclusiones distintas de las que proponen sus autores. La tesis del libro es que el retraso económico de Italia es principalmente un retraso cultural, a causa de nuestra tradición familiar que hace que gran parte de los trabajos domésticos y el cuidado de las personas sean realizados por mujeres que, por ello, trabajan demasiado poco ‘fuera de casa’, en el mercado.

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La familia no es ningún obstáculo para el desarrollo

La familia no es ningún obstáculo para el desarrollo

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