Editoriales Avvenire

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Mesa redonda de Avvenire sobre la Expo 2015, con Carlin Petrini, fundador de Slow Food, el crítico enogastronómico Paolo Massobrio y Luigino Bruni

por Alessandro Zaccuri

publicado en Avvenire el 18/12/2014

Bruni Pedrini Tarquinio Massobrio Zaccuri ridEl cocinero del mundo, las lentejas de Esaú y el desdén hacia los chefs estrellas que, quién sabe por qué, son todos hombres. «Y las mujeres que cada noche llevan la cena a la mesa, ¿eh? A ellas no les da nadie las gracias, y sin embargo son ellas las que conservan el verdadero valor de la comida», dice Carlin Petrini, fundador de Slow Food y de Terra Madre. Milán, una mañana un poco gris de mediados de diciembre.

Estamos en la sede de Avvenire, a pocos kilómetros de distancia de las obras de la Expo 2015, hablando de cómo debería ser – y de cómo aún puede ser – el acontecimiento planetario sobre el que en los últimos meses se han cernido los nubarrones del escándalo y la criminalidad. Un motivo más para volver a las raíces de la cuestión y redescubrir la importancia de un tema tan sugerente como el que en 2008 hizo que Italia ganara el concurso internacional para organizar la Expo: “Nutrir el planeta, energía para la vida”. Con Petrini dialogan dos prestigiosas firmas de Avvenire: Luigino Bruni, teórico de la economía de comunión y el crítico enogastronómico Paolo Massobrio.

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Hasta ahora, la opinión pública se ha concentrado más en las noticias de actualidad, no siempre halagüeñas, que en los contenidos de la Expo 2015. ¿Cuáles son y cuáles deberían ser estos contenidos?

Petrini:  «Yo diría que los mismos que nos habíamos marcado en la fase preparatoria. Yo formé parte del comité que apoyaba la candidatura de Italia, promoviendo una Expo caracterizada por la sostenibilidad. Costes muy bajos, estructuras ligeras y el compromiso de devolver los terrenos a la agricultura una vez terminada la muestra. De este planteamiento, por desgracia, no queda nada. Pero quedan dos aspectos que todavía pueden ser puestos en valor. El primero es una mayor sensibilidad con respecto a las distorsiones del sistema alimentario, tan injusto que perjudica tanto a la humanidad como al planeta. A la humanidad, porque la muerte de hambre y la desnutrición van de la mano con las patologías de la hiperalimentación y con el escándalo del despilfarro de recursos. En la Tierra viven 7.300 millones de seres humanos, la comida que se produce actualmente permitiría alimentar a 12.000 millones, pero el 40% no se utiliza y hay 850 millones de personas que padecen malnutrición. Además, se hace daño al planeta por esta tendencia a pedirle a la tierra siempre más, recurriendo a ayudas químicas y utilizando el agua con desmesura. Los resultados están a la vista de todo el mundo: desde 1900 hasta hoy se ha perdido el 70% de la biodiversidad. El segundo aspecto se refiere a la concepción de la gastronomía, que no es la de los espectáculos televisivos de cocina, sino una ciencia holística, en la que confluyen distintos saberes, como la física, la antropología, la química y la economía política».

Bruni: «Es verdad, la comida es una realidad que engloba muchas otras. Un buen resultado para la Expo sería despertar la conciencia acerca de esta complejidad. Desde mi punto de vista, considero que es urgente reconocer que el acceso a la comida constituye un derecho fundamental de la persona. Más aún, es un derecho que precede a todos los demás derechos, una forma de libertad de la necesidad que es la premisa de toda libertad civil. En este sentido, me parece que hay espacio para conjugar el tema de la biodiversidad, evocado con razón por Petrini, en términos todavía más amplios. Debemos evitar el reduccionismo alimentario, de acuerdo, pero al mismo tiempo debemos hacer que se preserve la biodiversidad económica y social. Quiero decir que no puede existir un único modo de hacer empresa, de gestionar un banco o de constituir una comunidad. Es una cuestión de democracia en la que, una vez más, la comida juega un papel fundamental. Hay que redescubrir, por ejemplo, el valor de la subsidiariedad: las decisiones que tienen que ver con la comida hay que tomarlas cerca, sobre el terreno, mientras que desde lejos se puede actuar pero de forma subsidiaria. Sobre todo hay que recuperar una costumbre totalmente abandonada en occidente. Me refiero al barbecho, al descanso sabático de la tierra. Porque la tierra, como el tiempo, no pertenece a nadie ni puede ser objeto de intercambio. El motivo por el que no se puede reducir la comida a simple mercancía es su naturaleza relacional. En todas las culturas se come en compañía, porque el “pan de cada día”, como recuerda Enzo Bianchi, es siempre “nuestro”, funda la comunidad, reorganiza las relaciones. No es un razonamiento abstracto: pienso en la lección de Amartya Sen sobre las carestías, cuya verdadera causa no está tanto en la penuria de alimentos sino en la ruptura de relaciones sociales. Comida hay, incluso en abundancia, pero lo que falta es compartirla. Es exactamente lo que está ocurriendo hoy a escala mundial».

Massobrio: «Yo también participé, como Petrini, en la fase preparatoria de la Expo 2015. También recuerdo el entusiasmo de entonces y comparto el temor de que ahora no se logre hacer la síntesis de las innumerables riquezas que Italia tiene. Pero no quiero ser pesimista. Al contrario, considero que es oportuno recordar los motivos de la concesión. La Expo 2015 se realiza en Milán porque nuestro país ha sido reconocido como un terreno de experiencias. Un país de fronteras frágiles, invadido varias veces por otros pueblos a lo largo de los siglos, pero precisamente por eso capaz de elaborar una extraordinaria diversidad de núcleos de población, tradiciones y saberes que se han extendido por todo el mundo. Italia fue elegida para esto. Fue elegida para una exposición universal, no para una sesión de la FAO. De Milán no se esperan respuestas inmediatas, pero sí que sea una ocasión de encuentro y contaminación entre las culturas alimentarias del planeta. Una vez dicho esto, hay un contenido que debería quedar de manifiesto y sin embargo continuamente se aparta la mirada de él. Es el gran tema del orden que preside la vida en general y la comida en particular. La alternancia entre noche y día, las estaciones, el ambiente al que pertenecemos: todo está regulado por un orden fuera del cual no puede haber más que desorden. Con esto vuelvo a la espinosa cuestión de las patologías de la alimentación, cada más extendidas y paradójicas. Tomemos como ejemplo la obesidad, que ya está presente también en muchos países pobres, en los que se han sustituido las dietas tradicionales por el menú impuesto por lo que yo llamaría el “cocinero del mundo”, una entidad impersonal que el día de mañana podría decidir que nos alimentemos con una píldora, siempre que resulte conveniente y permita ganar más. Pero Dios, cuando creó al hombre, no lo preparó para tragar píldoras, sino para experimentar placer gracias a la comida. Esto es un misterio, pero es de ese misterio de lo que debería ocuparse la Expo».

En las últimas décadas ha aumentado mucho la sensibilidad teológica y eclesial con respecto a la ecología. ¿En la Expo 2015 habrá espacio para la dimensión espiritual?

Bruni: «No hay duda de que la Expo puede ser una oportunidad para poner de relieve la visión cristiana de la conservación de la creación, una posible tercera vía entre el ecologismo extremo y el antropocentrismo exclusivo. El mandato de Dios a Adán de ser guardián de la naturaleza se expresa en hebreo con el mismo verbo, shamàr, que utilizará Caín para protestar a propósito de Abel: ‘¿soy yo el guardián de mi hermano?’. En la Biblia “guardar” contempla el matiz de “cuidar” y remite siempre a la necesidad de hacerse cargo del otro en cuanto alteridad. El otro es la naturaleza y el ser humano, el hermano y la tierra. La disciplina del descanso sabático es la misma que la del barbecho, en ambas actúa la misma necesidad de dar y encontrar aliento. Estoy convencido de que el lenguaje del humanismo bíblico es perfectamente adecuado para nuestra condición postmoderna. Intento argumentarlo remitiéndome a tres imágenes, a tres episodios que todos conocemos. El primero es la parábola evangélica de Lázaro y el rico Epulón, que invita a dar un vuelco a la forma en que habitualmente vemos el hambre y la malnutrición. La mirada no puede ser la del que se harta de comida y, como mucho, deja caer algunas migajas bajo la mesa. No, la mirada cristiana coincide con la del que recoge las migajas, como muchos mendigos de comida que llenan las calles del mundo. También aquí, en Milán, en la ciudad que está preparando la Expo y que no puede olvidarse de sus pobres. La segunda imagen es del mismo tenor. El intercambio entre Jacob y Esaú representa el primer contrato documentado por la Biblia, y es un contrato inicuo. No se hacen acuerdos con quien tiene hambre, porque a cambio de la comida (el famoso pacto de las lentejas) está dispuesto a ceder en todo, incluso en la posesión más preciada (la primogenitura). Esta es también la gran lección del Éxodo, el tercer texto al que quiero aludir. En el desierto, el pueblo se queja porque le falta pan y agua y Dios le escucha, interviene, porque una oración así no puede quedar sin ser escuchada. De no ser así, a la queja le sustituye la nostalgia de la esclavitud, donde al menos se comía carne y cebollas. Una advertencia hoy más actual que nunca: no es la abundancia de comida la que nos hace libres, porque hay una esclavitud moral que pasa también y especialmente por las necesidades primarias. La libertad, lo repito, es el primer alimento del que debemos nutrirnos».

Petrini:

«Me remito a la experiencia de Terra Madre, la red que reúne desde hace diez años a las comunidades alimentarias de todo el mundo. En ella hay ya 175 países, cada uno con su cultura, también religiosa. Todos están de acuerdo en una convicción fundamental: la tierra es nuestra madre. Para todos no será la Pachamama venerada por las poblaciones de América Central, pero todos tienen muy presente este elemento femenino. Nada que ver con los chefs estrellas, todos masculinos, de la televisión. En todos los lugares del planeta son las mujeres las que tienen viva la dimensión sagrada de la comida. Silenciosamente, fielmente, sin que nadie les de nunca las gracias. No es casualidad que todas las cosmogonías concuerden en el dato primordial de la maternidad de la tierra, capaz de generar y nutrir a la vez. Son visiones diferentes a la cristiana, pero igualmente dignas de respeto y comprensión. Si tuviera que señalar un valor común del que partir para recuperar este patrimonio olvidado, elegiría la fraternidad, la Cenicienta de la Revolución Francesa. En nombre de la libertad hemos hecho toda clase de barbaridades, y ¡cuántos muertos en nombre de la igualdad! Pero nos hemos olvidado de la fraternidad, que significa escucha, comprensión del otro, más allá de las diferencias, reconocimiento de que somos hermanos por haber nacido de la misma tierra. De ahí se deriva el concepto mismo de “comunidad”, central en Terra Madre. Los pilares de nuestra historia hasta ahora han sido la inteligencia afectiva, que viene en ayuda de las capacidades exclusivamente racionales, y algo que me gusta definir como “austera anarquía”. Cada uno respeta la soberanía alimentaria del otro, nadie se hace ilusiones de poseer soluciones adaptables a cualquier circunstancia. Un campesino de Patagonia no necesita un experto occidental que le sugiera la simiente. Él ya sabe qué cultivar, tiene una tradición milenaria que, en todo caso, hay que fortalecer y redescubrir. Por eso, yo sería un poco más prudente que el amigo Massobrio en lo que se refiere al énfasis sobre la italianidad que Italia debería expresar en la Expo 2015. Es un punto de vista que comparto, siempre que sea conjugada de forma acogedora: nosotros mostramos nuestros saberes y el resto del mundo hace lo mismo. Con igualdad, con espíritu de fraternidad. Por desgracia, esa no es la impresión que Italia está dando en estos momentos. Nos seguimos creyendo los más listos, anhelamos la llegada de turistas que, según se dice, vendrán a millones, estamos preparando una kermesse que relanzará el crecimiento. ¿Pero qué crecimiento? Las vicisitudes de la Expo giran alrededor de esta pregunta, que es económica y espiritual al mismo tiempo».

Massobrio: «Como cristiano, creo observar que el gran enemigo contra el que estamos llamados a combatir hoy es la homologación. La homogeneización es la operación diabólica por excelencia, porque quita la memoria y hace imposible reconstruir el camino de la existencia. De dónde venimos, a dónde vamos, de quién lo hemos recibido todo. Entre otras cosas, nuestra sociedad no reconoce ya el valor altamente religioso de la comida de temporada. Pensad en la fuerza del gesto que hacían nuestras madres cuando llevaban a la mesa las cerezas, las fresas o los kakis. Era una forma de recordar que en ese tiempo la tierra daba esos frutos, y era la misma visión mística que Santa Hildegarda von Bingen guardaba en el corazón de la Edad Media. En Europa toda la historia de la comida es historia espiritual, estrechamente entretejida con el monacato, al cual debemos la arquitectura global de la moderna cultura de la comida, desde el saneamiento agrícola de las ciénagas hasta las maravillas del vino de Borgoña, pasando por la asignación del lugar en la mesa. Desde el momento en que intenta borrar este origen, Europa pierde de vista los motivos profundos de la empresa monástica, que se basaba en la voluntad de respetar y exaltar la tierra en todas sus expresiones. No pienso en los monasterios como tales, sino en las comunidades, con frecuencia populosas, que se reunían alrededor de los monasterios. Todo esto no puede olvidarse, esta raíz no puede arrancarse. Pero hay que prestar atención, porque la verdadera memoria se realiza en el reconocimiento del otro. Europa debe recordarse a sí misma y, mientras tanto, mirar a otras tradiciones, asimilar la riqueza. Pero sin caer nunca en la homologación. Para mí es decisivo el principio de restitución que, en este sentido y sólo en este sentido, es tarea de Italia. No debemos imponernos como modelo, es cierto, pero tampoco podemos permitir que los modelos sean dictados por las multinacionales».

Queda claro que la comida sugiere muchas cosas de tipo simbólico y en relación con los valores. Una perspectiva así es indispensable, pero la Expo 2015 no será sólo eso. ¿Qué falta hoy concretamente?

Petrini: «Falta la política, pero ésta no es una carencia sólo milanesa o italiana. Sufrimos por la falta de un gobierno planetario, que sepa gestionar de forma adecuada un drama como el del hambre. Bastarían 34.000 millones de euros para parar este flagelo. ¿Por qué se encuentra dinero para salvar a los bancos y no para salvar vidas humanas? El Papa Francisco es hoy la única autoridad a nivel mundial que tiene el valor de hacer frente con claridad a estos temas. Su discurso en la FAO de noviembre pasado es un documento de una fuerza política explosiva. Es una pena que pocos se hayan dado cuenta».

Massobrio: «No debemos rendirnos ante la ausencia de la política. La Expo del año próximo nos afecta directamente, es algo que ocurre en nuestro país, en nuestro presente. Como si no fuera suficiente, el tema de la muestra gira en torno a una palabra crucial: “vida”. Como hombres y como país, no podemos correr el riesgo de representar ante el mundo entero nuestras habituales divisiones. Debemos levantar la mirada para actuar de inmediato, mientras siga habiendo tiempo, en el plano de la reflexión y la comunicación».

Bruni: «Hasta ahora hemos hablado de comida, pero tal vez la verdadera cuestión sea el cuerpo o, mejor dicho, la vulnerabilidad que tienen en común el cuerpo humano y la naturaleza. Algo que a nuestra sociedad le cuesta mucho aceptar y de lo que deberíamos reapropiarnos. La Expo se presenta como una gran obra, pero la primera gran obra de la que la Biblia da testimonio no es la torre de Babel, sino el arca en la cual todas las especies de la tierra encuentran refugio cuando la tierra, arrasada por el diluvio, revela su fragilidad. Y Noé, el primer constructor, es también el primer viñador, el que descubre el proceso para destilar el vino de la uva. Pero me gustaría concluir con otro primado, que me parece muy significativo. El primer salario citado en el texto bíblico se refiere, una vez más, a la comida: una nutrición esencial, femenina, materna. Es la retribución que la hija del Faraón promete a la nodriza por amamantar al pequeño Moisés. El origen de la comida siempre tiene que ver con las mujeres. Este es otro motivo por el que la Expo 2015 no puede plegarse a una lógica predominantemente comercial»

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Mesa redonda de Avvenire sobre la Expo 2015, con Carlin Petrini, fundador de Slow Food, el crítico enogastronómico Paolo Massobrio y Luigino Bruni

por Alessandro Zaccuri

publicado en Avvenire el 18/12/2014

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COMIDA & EXPO, el banquete de la fraternidad

COMIDA & EXPO, el banquete de la fraternidad

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Entrevista a la filósofa política canadiense Jennifer Nedelsky

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 4/10/2014

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Icare 300 ridLa canadiense Jennifer Nedelsky, profesora de filosofía política en la Universidad de Toronto, es una de las voces más innovadoras en el debate actual sobre la atención a las personas, los derechos y las relaciones sociales. Está convencida de que en nuestra época hay una gran prioridad que, por desgracia, nuestras democracias dejan en segundo plano: la revisión profunda de la relación que debe existir entre el trabajo y el cuidado de las personas, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, ricos y pobres. Un tema esencial en un mundo en el que cada vez hay más ancianos que, gracias a Dios, viven más tiempo. Si no cambia, de forma colectiva y profunda, la cultura del cuidado de las personas en relación con la cultura del trabajo, al final lo que se niega es la democracia y la igualdad sustancial entre las personas. Hace años que la conozco (por eso en la conversación que sigue he traducido la palabra inglesa “you” por tú) y me he reunido con ella en el Instituto Universitario Sophia de Loppiano (Italia). Le he hecho algunas preguntas sobre temas que, en mi opinión, deberían estar hoy en el centro de la agenda política y civil de nuestro país.

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En tu opinión, ¿qué hay de malo en comprar en el mercado servicios de atención a las personas, en usar la moneda para que los más ricos puedan “comprar” asistencia a los más pobres? En el fondo, lo positivo del mercado está precisamente en el encuentro entre personas distintas que intercambian “bienes” distintos en su mutuo provecho.

«Yo no estoy en absoluto en contra del "mercado de la asistencia". El sistema que propongo permitiría comprar una parte de los cuidados, porque así, por ejemplo, las mujeres tendrían más tiempo libre para sus hijos y también para trabajar. Mi propuesta es que cada persona deba donar un tiempo para cuidar de ella misma y de los demás. Lo que diferencia mi enfoque de otros (pienso en los que propone un salario para las amas de casa) es que a mí me gustaría que todos los ciudadanos adultos (hombres y mujeres, de todas las clases sociales) dedicaran un tiempo a actividades gratuitas (no retribuidas) de atención a las persona; me gustaría que se ocuparan de ellos mismos en vez de “comprar” en el mercado a alguien que lo haga por ellos, y me gustaría que se ocuparan también del cuidado de su familia, de sus padres y también de las comunidades a las que pertenecen. Como mínimo durante 12 horas a la semana».

No olvidemos que detrás del “mercado de la atención a las personas” existe también una cuestión de poder entre distintas regiones del mundo, donde los más ricos delegan los trabajos que no les gustan en los más pobres. Las democracias han luchado durante siglos para reducir o eliminar la posibilidad de que unos cuantos poderosos dispongan de las personas pobres. Hoy estamos volviendo a introducir algo parecido, a través de un “neofeudalismo” en el que el dinero ocupa el lugar de la sangre azul, pero desempeñando la misma función de dominio sobre las personas. Volvamos a las 12 horas que tú propones dedicar a cuidar de otros ¿serían dentro de la familia o también fuera de casa?.

«Sí, pienso y hablo de cualquier tipo de cuidados. Si en un momento importante de tu vida tienes responsabilidades importantes (con niños, padres, ancianos…) tal vez en esos años los cuidados se darán exclusivamente (o casi) en el ámbito de la familia. Pero cuando estas obligaciones acaben, eres libre de ocuparte de otros cuidados dentro del círculo más amplio de la comunidad a la que perteneces».

¿Te gustaría que este “cuidado para todos” fuera obligatorio?

«Toda norma es obligatoria, aunque las formas de enforcement, de aplicación, varían según el tipo de norma. Lo que me parece muy importante es que la norma que yo propongo ("cuidados a tiempo parcial para todos y trabajo a tiempo parcial para todos") no sea impuesta desde arriba por el Estado y por su ley, sino que sea eficaz como consecuencia de los poderosos mecanismos de estima y desaprobación social. Pongo un ejemplo (no casual): a causa de las normas sociales hoy vigentes a propósito de la relación entre hombre y mujer, las mujeres hacen una enorme cantidad de trabajo no retribuido dentro de casa, y esto sólo a causa de normas sociales muy eficaces y fundamentales en nuestra vida. Esto demuestra que todas las normas “obligan” y no sólo las normas de ley. Pongo otro ejemplo: si hoy un hombre de 30 años va a una fiesta y dice que no ha trabajado nunca ni piensa buscar trabajo, lo más probable es que esa afirmación reciba una fuerte desaprobación social, mientras que hace uno o dos siglos tal condición era señal de nobleza y de aprecio (y envidia) social. Yo deseo un mundo donde si eres una persona (hombre o mujer) y participas en una fiesta y al presentarte dices “nunca he trabajado en el cuidado de mí mismo ni de los demás”, termines sencillamente por avergonzarte, al recibir la desaprobación de los demás. Y lo mismo debería sucederte si dices: “No tengo tiempo para cocinar, ni para planchar, ni para ocuparme de mis padres o de mi comunidad, porque tengo un trabajo demasiado importante que me ocupa totalmente". Deberíamos llegar a decir sin tardanza que una vida hecha de “sólo trabajo y sin cuidados” es una vida socialmente inmadura, que no merece nuestro aprecio. Hay que superar esa idea como hemos superado la idea de que la nobleza va asociada a las rentas y no al trabajo».

Me parece evidente que un cambio cultural de tal calado debe partir no sólo de la familia, sino también de la escuela. 

«Sí, estoy reflexionando mucho sobre la escuela. Estoy convencida, por ejemplo, de que antes de graduarse, un joven debería ser capaz de planificar el menú semanal, conocer cuánto cuesta, saber dónde hacer la compra y cómo cocinar lo que compra. Toda persona adulta debería saber hacer estas cosas, y no dejarlas únicamente en manos del mercado ni en manos de las mujeres, entre otras cosas porque nadie tiene derecho a pensar que otros deban hacer estas cosas en su lugar».

En tus libros propones algunos cambios importantes en el lugar de trabajo.

«Es cierto. Yo pienso que hay dos aspectos principales que están íntimamente relacionados. El primero es la igualdad entre sexos. Vivimos en una fase de gran estrés para las familias. Pero hay algo que no se pone suficientemente de relieve: los policy makers [podríamos traducirlo como “los interlocutores institucionales del ciudadano ", ndr] son, por lo general, personas que no han realizado ni van a realizar trabajos de cuidado personal. En general son ignorantes…».

…porque son ricos, porque son varones o por ambas cosas.

«…Son ignorantes de estas dimensiones fundamentales de la vida humana. Y así establecen las políticas de atención a las personas o de bienestar sin tener una experiencia cotidiana. Debemos eliminar o reducir el “gap” entre los que viven en lo concreto los cuidados y los que legislan sobre ellos, y, en consecuencia, debemos reajustar tanto los lugares de trabajo como las normas relativas al cuidado de las personas. En relación con el trabajo, me gustaría que nadie trabajara más de 30 horas a la semana. Y en relación con el cuidado de las personas, me gustaría que ningún adulto dedicara menos de 12 horas a la semana. Todos deben proporcionar cuidados y nadie debe estar en casa desocupado. Todos deben tener un trabajo remunerado; aunque sea a tiempo parcial debe ser un “buen” trabajo (con todos los derechos, un salario adecuado, etc.). Para ello, hay que revisar la expresión “tiempo parcial”, que no debe entenderse como se entiende hoy, sino como una nueva forma de vivir el trabajo, un nuevo “trabajo a jornada completa” para todos, sin separarlo de los cuidados. Pero, lo repito, yo creo en un cambio cultural. Si tú le dices a alguien: “Mi trabajo de médico o de ingeniero es verdaderamente importante y tengo que trabajar 80 horas a la semana”, la gente debería responderte: “No eres un buen doctor ni un buen ingeniero”. El exceso de trabajo (y la falta de cuidados) debería dejar de ser considerado como un elemento de estima para ser visto como un factor de desaprobación».

Eso sería tanto como decir que hace falta cambiar la idea de la “estima social”, para convertirla en un concepto mucho más amplio que la estima profesional. Deberíamos estimar a los trabajadores también como personas capaces de hacer algo más que trabajar, sobre todo cuidar de sí mismos y de los demás. Lo comparto plenamente. Pero ¿no crees que hay trabajos que por su naturaleza exigen mucha dedicación y muchas horas de trabajo para alcanzar la excelencia (medicina, ciencia, política, sacerdocio, deporte…)?

«Mi sistema permite desarrollar la excelencia absolutamente. Si eres un científico y estás realizando un experimento complejo, puedes y debes trabajar incluso 12 horas al día y 90 a la semana. Hay muchos trabajos que requieren períodos muy intensos. Pero después debes recuperar y tomarte días libres. Mis treinta horas son una media indicativa a largo plazo. Pero nadie debe poder decir: “Mi trabajo es muy importante y otro debe lavar mis calcetines"».

¿Así que tú criticas el capitalismo actual?

«Sí y no. Me gustaría que mi sistema se aplicara inmediatamente, sin esperar a una hipotética sociedad distinta. Desde luego estoy preocupada con nuestro capitalismo financiero, sobre todo por su desigualdad. Pensemos en las diferencias cada vez mayores entre los salarios de nuestras grandes empresas. Es un fracaso económico, pero también político y moral. No siempre ha sido así. El capitalismo ha conocido altos ejecutivos con salarios mucho más bajos y había más democracia. Así pues, la introducción de esas 12 horas gratuitas a la semana para todos sería también un eficaz camino para aumentar la democracia y la igualdad verdadera entre las personas.
Pero debemos ser conscientes de que nuestro capitalismo camina hoy en la dirección opuesta: en los Estados Unidos las horas de trabajo semanales son ya 47-48 por término medio. Yo quiero un cambio cultural en la familia, en las empresas y en la política. Pero ya, empezando a educarnos en una idea distinta de excelencia, donde la excelencia se extienda a nuestra capacidad de amar, de cuidar de los demás. En lugar de decir: “Eres un doctor excelente”, empezar a decir: “Eres una persona excelente, porque además de trabajar te ocupas de ti mismo y de tu comunidad”. Excelencia en la vida y no sólo en el trabajo.»

Es como si nos invitaras a buscar un nuevo progreso humano “relacional”.

«Sí, lo que necesitamos es una nueva idea de “éxito” o de “florecimiento humano”, donde el trabajo y el dinero sean redimensionados y los criterios de éxito sean muchos. Pero no quiero abandonar el trabajo: a mí me gusta mi trabajo, y espero que cada vez más personas puedan trabajar siguiendo su vocación, y tener tiempo para hacer juntos muchas otras cosas».

 

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Entrevista a la filósofa política canadiense Jennifer Nedelsky

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 4/10/2014

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Icare 300 ridLa canadiense Jennifer Nedelsky, profesora de filosofía política en la Universidad de Toronto, es una de las voces más innovadoras en el debate actual sobre la atención a las personas, los derechos y las relaciones sociales. Está convencida de que en nuestra época hay una gran prioridad que, por desgracia, nuestras democracias dejan en segundo plano: la revisión profunda de la relación que debe existir entre el trabajo y el cuidado de las personas, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, ricos y pobres. Un tema esencial en un mundo en el que cada vez hay más ancianos que, gracias a Dios, viven más tiempo. Si no cambia, de forma colectiva y profunda, la cultura del cuidado de las personas en relación con la cultura del trabajo, al final lo que se niega es la democracia y la igualdad sustancial entre las personas. Hace años que la conozco (por eso en la conversación que sigue he traducido la palabra inglesa “you” por tú) y me he reunido con ella en el Instituto Universitario Sophia de Loppiano (Italia). Le he hecho algunas preguntas sobre temas que, en mi opinión, deberían estar hoy en el centro de la agenda política y civil de nuestro país.

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“I care”, el secreto del éxito

“I care”, el secreto del éxito

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Comentario – Viejos males acrecentados por la crisis

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 10/07/2014

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Usura rid«A medida que la crisis ha ido ganando en intensidad, hemos ido observado una mayor propagación del fenómeno de la usura, como atestigua el hecho de que el número de denuncias se haya duplicado en 2013 con respecto al año anteriores». Hay documentos, como este que acaba de publicar la Unidad de Información Financiera de la Banca de Italia, que todo ciudadano responsable y maduro debería leer y meditar, para actuar en consecuencia. La usura es una enfermedad típica de toda sociedad monetaria, puesto que es el fenómeno visible de las relaciones de fuerza y de poder que se esconde bajo la aparente neutralidad de la moneda. La existencia de la moneda produce muchos beneficios, pero también genera altos costes, que crecen en intensidad y relevancia al ampliarse el área cubierta por la moneda dentro de la sociedad.

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Así pues, la usura crece junto a la mercantilización de las relaciones sociales y, como también dice la Banca de Italia, crece en tiempos de crisis, cuando aumenta la demanda de moneda por parte de aquellos que se encuentran en los márgenes o directamente fuera de los circuitos oficiales del crédito. Ningún otro sistema social ha producido tanta usura como nuestro capitalismo financiero, donde, al poder comprar casi todo, la moneda lo es casi todo y estamos dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de poseerla. Así pues, la usura es un indicador elocuente e infalible de la “escoria” que nuestro capitalismo produce y no es capaz de reciclar, pero también de la incapacidad de los bancos y los circuitos legales y buenos del dinero para responder a la demanda de moneda que procede de las periferias del imperio (que mira hacia otro lado). Pero es también una señal de todo el dolor que se esconde detrás de las crisis de tantas empresas y de las engañosas promesas de lujo fácil para los pobres.

Sería interesante y extremadamente útil “abrir” estos datos y leer las historias que ocultan. Encontraríamos una humanidad muy variada: empresarios en crisis que han llegado a su penúltima playas, personas frágiles que han caído en la perversa rueda de los juegos de azar, las máquinas tragaperras y las trampas del crédito fácil que ofrecen ambiguas agencias que arruinan a las familias más vulnerables prometiéndoles que pueden mantener un consumo insostenible. La corrupción legal, no sólo la ilegal, es la gran enfermedad de nuestro sistema.

No debemos olvidar que las víctimas de la usura son los pobres. Siempre lo han sido, pero hoy lo son todavía más. Por eso resulta especialmente útil releer una original traducción del conocido pasaje del Evangelio de Lucas (6,35), escrita por Antonio Genovesi en sus “Lecciones de economía civil”: «Prestad sin decepcionar a los necesitados y a los pobres, que esperan en vuestra liberalidad, y no les hagais desesperar (mutuum date, neminem desperare facientes)» (1766). Genovesi, heredero e innovador de la gran visión clásica de la moneda, admitía en general que se prestara dinero con intereses, pero con una clara excepción: «que no fueran pobres». En realidad, aunque Genovesi no podía imaginarlo, el capitalismo se ha convertido a lo largo de los siglos en un sistema que presta a usura, sobre todo (aunque no sólo) a los pobres, llevándolos cada vez más a la desesperación. A los pobres de dinero y, antes que a ellos, a los pobres en relaciones, que son capturados y machacados por unos usureros sanguijuela, después de haber quedado aislados. Mientras tengamos personas amigas que nos escuchen, aconsejen y protejan, no acabaremos en las redes de la usura. La usura primero aísla, después pone contra la pared y finalmente actúa destruyendo.

¿Qué hacer? La cura de la usura, de esta enfermedad de la economía monetaria, nunca ha venido de los bancos privados que buscan rentas. Algunas curas han venido de instituciones que, bajo impulso de los ciudadanos, han redactado y mejorado las leyes anti usura; pero sobre todo, la cura radical viene de la creación de otros bancos distintos, de instituciones financieras nacidas con fines más grandes que las rentas y los beneficios. La tradición social y solidaria de la banca floreció cuando en la segunda mitad del siglo XV, en plena crisis social debida también al boom de los mercados de la usura, los franciscanos menores (Giacomo della Marca, Giovanni da Capestrano, Marco da Montegallo …) inventaron los Montes de Piedad, una de las mayores innovaciones financieras y económicas de Europa. Y lo hicieron como expresión de charitas, de amor civil hacia su gente que pedía pan y buen crédito. Frente a una grave crisis, aquellos cristianos y amigos del hombre no escribieron sólo tratados ni se limitaron a dar conferencias: fueron capaces de engendrar obras, instituciones, bancos. Si hoy queremos reducir la usura, debemos seguir actuando sobre las instituciones y pedir, como ciudadanos, leyes mejores que favorezcan a los más frágiles. Pero, sobre todo, las asociaciones y los movimientos de la sociedad civil deberían crear nuevas instituciones financieras, fondos de microfinanzas y nuevos bancos.

Nuestro sistema económico y financiero no está en condiciones de autoregenerarse, lo vemos todos los días. El mismo informe de la Banca de Italia nos dice que las sospechas de reciclaje de dinero se han multiplicado por seis desde 2007 hasta hoy. Demasiadas empresas fundadas por ex artesanos que practicaban las virtudes civiles han pasado a manos de los especuladores, y muchos bancos tradicionales responden a unos directivos puestos por una propiedad que busca la maximización de las rentas, guiados por algoritmos demasiado alejados de las personas. Hay una necesidad cada vez mayor de obras de bien común. Hay señales positivas, pero no conseguimos interpretarlas todavía, y no somos capaces de hacer con estas voces un coro.

Sin nuevas obras de bien común seguiremos comentando los informes sobre la usura y sobre la corrupción, deprimiéndonos y esperando pasiva y corresponsablemente el siguiente y triste informe o haciéndonos ilusiones de una ‘recuperación’ prometida por los nuevos adivinos. Y los pobres seguirán siendo llevados a la deseperación.

 Los editoriales de Luigino Bruni publicados en Avvenire se encuentran en el menú Editoriales Avvenire  

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Comentario – Viejos males acrecentados por la crisis

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 10/07/2014

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Usura rid«A medida que la crisis ha ido ganando en intensidad, hemos ido observado una mayor propagación del fenómeno de la usura, como atestigua el hecho de que el número de denuncias se haya duplicado en 2013 con respecto al año anteriores». Hay documentos, como este que acaba de publicar la Unidad de Información Financiera de la Banca de Italia, que todo ciudadano responsable y maduro debería leer y meditar, para actuar en consecuencia. La usura es una enfermedad típica de toda sociedad monetaria, puesto que es el fenómeno visible de las relaciones de fuerza y de poder que se esconde bajo la aparente neutralidad de la moneda. La existencia de la moneda produce muchos beneficios, pero también genera altos costes, que crecen en intensidad y relevancia al ampliarse el área cubierta por la moneda dentro de la sociedad.

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Una cura necesaria

Una cura necesaria

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Comentario – A propósito de la "apertura"

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 18/06/2014

 classe vuota ridLa escuela es un espejo cóncavo de la sociedad, que refleja, ampliándolas y a veces dándoles la vuelta, sus potencialidades y virtudes junto a sus ineficiencias y vicios. Pero, antes que nada, la escuela, de todo tipo y grado, es uno de los grandes “bienes comunes” de nuestra sociedad. Es allí donde se unen las generaciones y donde se mezclan los saberes, donde aprendemos a gestionar nuestras frustraciones, donde hacemos amistad con nuestras limitaciones y las de los demás, y donde aprendemos que la cooperación y la competición pueden y deben convivir. Es el lugar donde descubrimos que existen reglas anteriores a nosotros, que no son un “producto” nuestro. Es donde nos hacemos mayores. Donde aprendemos la poesía.

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En las sociedades tradicionales, la escuela era un bien común más de la comunidad. Las iglesias, la familia en sentido amplio, los partidos políticos, los oratorios y las grandes narrativas del mundo eran otros grandes lugares de bien común, en sinergia con ella. Por eso, la escuela no debía ser demasiado invasiva y debía permanecer en su ámbito y en su lugar. En esta fase nuestra de fragilidad de los vínculos civiles y de las comunidades primarias (empezando por la familia), debemos volver a ver a la escuela como un gran e indispensable bien común, que puede desempeñar un papel único en la regeneración de los vínculos y en la reconstrucción de la cuerda que nos une: la confianza-fides civil. Sin un nuevo y gran plan para la educación es impensable que podamos vencer el virus de la grave corrupción de nuestras clases dirigentes y la inmoralidad de nuestra esfera pública. Es escandaloso, por ejemplo, tener que ver estos días cómo se han malvendido los mundiales de fútbol a las sociedades de apuestas, que nos bombardean antes, durante y después de los partidos que ven millones de adolescentes ¿Esta es su idea de servicio público?

Así pues, hay que ver el complejo tema de las “vacaciones escolares” de los profesores, administrativos y alumnos, como parte de un tema más amplio. Los tres meses y medio de vacaciones escolares que tienen el 90% de los estudiantes es, sobre todo, una herencia de una sociedad en la que la mayor parte de las madres eran amas de casa (algunas, maestras) y había otras comunidades primarias vivas y fuertes en todas partes. En los meses de verano, todos nuestros adolescentes y jóvenes tenían otros lugares donde crecer y crecer bien. La pluralidad y la biodiversidad de los lugares educativos sigue siendo hoy un principio fundamental de la vida buena en común, que hay que salvaguardar y proteger decididamente. Pero debemos tomar nota de que la sociedad ha cambiado y la mayor parte de las madres de hoy trabaja fuera de casa (aunque todavía sean demasiado pocas y aunque durante esta crisis el número de madres trabajadoras se haya reducido). En verano, la vida se hace aún más complicada y estresante, sobre todo para las mujeres con hijos en edad escolar. No olvidemos que existe una seria “cuestión femenina” oculta detrás de este gran tema. Tampoco hay que olvidar que las actividades veraniegas de los oratorios no son suficientes y no llegan a todos, mientras que aumenta exponencialmente el negocio privado de campamentos de verano que llegan a costar 200 euros por semana. Una tendencia que tiene efectos éticos importantes, porque las familias más pobres se convierten también en las más cansadas y pueden caer en verdaderas “trampas de pobreza”.

La educación para todos fue y sigue siendo una gran política redistributiva de renta y sobre todo, de oportunidades. En Italia está aumentando la desigualdad económica y social, entre otras cosas, porque en los últimos treinta años hemos dejado de invertir en educación. Salimos del feudalismo yendo todos a la escuela, sentándonos pobres y ricos en los mismos pupitres. Y volvemos a él cada vez que, como ahora, aumenta la dispersión escolar y los niños no aprenden poesía, que es el primer ejercicio de ciudadanía.

Ampliar la apertura de las escuelas hasta primeros de julio y comenzar las clases el uno de septiembre, como ocurre en casi todos los países de Europa, incluso en los más “cálidos”, sería una operación muy útil y necesaria. También ha sido útil el debate suscitado por la reflexión de Giorgio Paolucci desde estas mismas columnas.  Pero hay un punto importante: este gran cambio no puede apoyarse únicamente sobre el mundo de la educación. Es necesaria una nueva alianza o un nuevo pacto social a todos los niveles. La sociedad civil debe estar cada vez más presente en la escuela y hace falta más sinergia entre el sector público, la ciudadanía, las asociaciones, las parroquias y los movimientos. Todavía está muy poco desarrollado el voluntariado escolar (sobre todo en la escuela pública) que, sin embargo, podría ser un recurso esencial sobre todo en verano. Evidentemente habría que contar con nuevas infraestructuras (en algunas regiones a finales de mayo se jadea en clase pero también se jadea en las casas de los más pobres) y programas adecuados para la estación veraniega, sin tener a los niños y adolescentes en los pupitres con 35 grados, organizando talleres al aire libre y experiencias de trabajo para los cursos superiores (demasiado alejados del trabajo de verdad).

Un primer y muy necesario “plan keynesiano” para salir de la crisis del trabajo debe encontrar pronto concreción en un gran plan para la escuela, porque, cuando una sociedad no invierte en educación, años después está obligada a invertir en servicios de rehabilitación de toxicomanías y en cárceles. Estamos dejando en herencia a nuestros jóvenes un país más endeudado y un planeta contaminado y empobrecido en reservas naturales. Volver a invertir seriamente en educación sería un acto de reciprocidad y de justicia hacia ellos.

 

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Comentario – A propósito de la "apertura"

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 18/06/2014

 classe vuota ridLa escuela es un espejo cóncavo de la sociedad, que refleja, ampliándolas y a veces dándoles la vuelta, sus potencialidades y virtudes junto a sus ineficiencias y vicios. Pero, antes que nada, la escuela, de todo tipo y grado, es uno de los grandes “bienes comunes” de nuestra sociedad. Es allí donde se unen las generaciones y donde se mezclan los saberes, donde aprendemos a gestionar nuestras frustraciones, donde hacemos amistad con nuestras limitaciones y las de los demás, y donde aprendemos que la cooperación y la competición pueden y deben convivir. Es el lugar donde descubrimos que existen reglas anteriores a nosotros, que no son un “producto” nuestro. Es donde nos hacemos mayores. Donde aprendemos la poesía.

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Más y mejor educación

Más y mejor educación

Comentario – A propósito de la "apertura" por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 18/06/2014  La escuela es un espejo cóncavo de la sociedad, que refleja, ampliándolas y a veces dándoles la vuelta, sus potencialidades y virtudes junto a sus ineficiencias y vicios. Pero, antes que nada, la es...
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Comentario – Decisión que reniega de los fines de la economía

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 29/05/2014

Eurostat ridSiempre hemos sabido que el Producto Interior Bruto no mide mucho y que muchas de las cosas que mide las mide mal. Desde estas páginas lo hemos repetido a menudo y gustosamente. Pero a nadie se le ha ocurrido eliminar el PIB para dar lugar a otros indicadores de bienestar, porque si bien la democracia tiene una creciente necesidad de más indicadores económico-sociales, sigue siendo importante tener un indicador de la producción de bienes y servicios de un país. El PIB está lleno de datos que dicen poco sobre nuestro bienestar o dicen exactamente lo contrario (por ejemplo, en los juegos de azar).

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Pero, hasta ahora, toda esta gran cantidad de datos de signo ético contradictorio, se movía (o al menos así queríamos que fuera) dentro de los limites marcados por la legalidad. Según lo anunciado esta semana, si se avanza en la dirección indicada por Eurostat,  además de la conocida ambivalencia de esos datos tendremos también un cambio de naturaleza: el PIB dejará de tener vínculos con la vida civil y con la esfera moral.

Si de veras se incorporan al PIB actividades criminales (como el tráfico de drogas, la explotación de la prostitución y el contrabando), la variación de este indicador no nos dará ninguna indicación sustancial y será ejercicio inútil alegrarse porque vuelva a estar en zona positiva. Los primeros que deberíamos entristecernos por este importante cambio somos nosotros, los economistas, una categoría que, en cambio, brilla muchas veces por su cinismo y por considerar que estos temas son cosas de moralistas nostálgicos, un poco ingenuos y tal vez no demasiado inteligentes. Por el contrario, deberíamos entristecernos y protestar mucho, porque un PIB así pierde todo contacto con la gran tradición de la ciencia económica. Y no sólo con la Economía Civil de Antonio Genovesi, esto es obvio, sino también con la de Adam Smith, una tradición que ha considerado siempre la producción de bienes y servicios como algo éticamente bueno en su conjunto. No protestar hoy con fuerza contra esta innovación incivil implica de hecho ratificar y aprobar la salida de la economía de las cosas buenas de la vida en común. Es muy triste constatar lo bajo que ha caído, con este “vuelco”, la cultura civil y económica de nuestros técnicos y funcionarios.

La estadística, noble arte de la vida social buena, siempre ha tenido en Italia una riquísima tradición humanista, porque era considerada parte integrante de la civilización, por usar una expresión de uno de los fundadores de la estadística moderna, el milanés Melchiorre Gioja. Por eso, hay que tratar de que el ISTAT promueva una protesta y de una acción a nivel europeo, a partir de sus raíces y de su propia historia. La estadística es el espejo de la cultura de un país, porque mide algo que ya de antemano conocemos y queremos “ver” en base a una civilización y a una idea de bien común. Aquellos que hoy quieren introducir esta modificación en el PI están diciendo que ya no hay diferencia de naturaleza entre un empresario que produce y paga los impuestos y un empresario mafioso; entre los que contratan y los que dan trabajo en negro; entre los que respetan la ley los que la niegan. Esta noticia reniega de siglos de tradición y de estadística humanista y ofende a los que trabajan y viven en la legalidad. Y así seguimos humillando la honradez y la virtud y poniéndonos al servicio de los  deshonestos, dándoles dignidad civil y económica. ¿Hasta cuándo y hasta dónde queremos seguir por este camino?

 

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Comentario – Decisión que reniega de los fines de la economía

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 29/05/2014

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PIB “negro”, fuera del bien común

PIB “negro”, fuera del bien común

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Entrevista a Luigino Bruni

por Diego Motta

publicado en Avvenire el 3/04/2014

Logo formazione personalizzata SEC ridEl Premio Nobel Amartya Sen decía que «el homo oeconomicus puro está muy cerca del idiota social». Estas palabras podrían ser suficientes para presentar la Escuela de Economía Civil de Loppiano, un proyecto que se propone como un laboratorio de formación permanente para aquellos que tienen en el corazón una visión "alta" del hombre y de su acción social y económica.

Tras los empresarios y directivos, ahora el reto es poner en el centro de los programas de formación a los centros educativos, empezando por el escalón más alto: los profesores. Hasta el 10 de abril estará abierto el plazo de inscripción en el primer curso dirigido a profesores de secundaria y bachillerato que quieran introducir la economía civil dentro de sus programas educativos.

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«En un mundo en el que las finanzas y la economía tienen un peso enorme, como demuestra la crisis que todavía estamos viviendo, es necesario estudiar para ser libres» sostiene uno de los fundadores de la escuela, el profesor Luigino Bruni.

 

Estudiar no es sólo para los jóvenes estudiantes, sino también para los profesores...

Exacto. Este es el primer curso que organizamos para profesores de secundaria y bachillerato interesados en la economía civil. Estamos preparando un manual ad hoc para los libros de texto y queremos hacer partícipe al público más amplio posible. No sólo a los que enseñan economía sino también a los profesores de lengua, historia y religión. Nuestro reto es el humanismo civil.

¿Por qué empezar precisamente por la escuela?

Después de la segunda guerra mundial, Italia sólo salió de los escombros gracias a un gran proyecto educativo. Del mismo modo, hoy no conseguiremos salir de esta crisis sin un nuevo y gran proyecto que vuelva a poner en el centro la dimensión educativa, apostando en primer lugar por la comunidad educativa. Para hablar de finanzas los conocimientos técnicos no bastan. Hace falta una visión nueva. Debemos crear desde abajo una vía italiana a la economía.

En las universidades en las que usted enseña, ¿qué sensibilidad hay hacia estos temas?

Cada vez más. Por fin nos sentimos escuchados. No hay duda de que es necesario seguir trabajando mucho, pero en un momento como este quienes quieran colaborar en Italia, desde una cátedra universitaria hasta el departamento de producción de una empresa, saben que el camino pasa por juntar piezas e historias distintas. Construir y no destruir. La tentación de encerrarse en modernas torres de Babel puede ser fuerte para algunos, pero para ganar hace falta que los talentos se dispersen de forma fecunda.

Es una respuesta a la cerrazón muchas veces autorreferencial de muchas élites pequeñas...

Nuestro sueño es volver a las plazas. El tercer pilar de nuestra escuela, después de la formación y la empresa, tiene que ver con el mundo de los jóvenes. Queremos abrir una escuela popular de economía para todos. Hay que construir una alianza con las nuevas generaciones, que sepa valorar de verdad el "genius loci" de este país.

El programa es muy denso y no contiene sólo teoría. La cita es para los días 8 y 9 de mayo en la sede de la Escuela de Economía Civil en Incisa Val D’Arno. Pero antes es necesario inscribirse antes del 10 de abril (para más información visitar la web www.scuoladieconomiacivile.it). Abrirá los trabajos Silvia Vacca, presidenta del consejo de administración de la escuela. Después será el turno de Luigino Bruni, quien ilustrará las raíces históricas de a economía civil desde el monacato hasta los distritos industriales. Por la tarde Stefano Zamagni abordará las perspectivas de esta nueva vía al desarrollo. La fórmula será el diálogo entre el público y los profesores. Al día siguiente, sor Alessandra Smerilli introducirá la necesidad de formas de cooperación, mediante un innovador experimento didáctico. El curso intensivo va dirigido a profesores de secundaria y bachillerato de toda Italia.

 

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Entrevista a Luigino Bruni

por Diego Motta

publicado en Avvenire el 3/04/2014

Logo formazione personalizzata SEC ridEl Premio Nobel Amartya Sen decía que «el homo oeconomicus puro está muy cerca del idiota social». Estas palabras podrían ser suficientes para presentar la Escuela de Economía Civil de Loppiano, un proyecto que se propone como un laboratorio de formación permanente para aquellos que tienen en el corazón una visión "alta" del hombre y de su acción social y económica.

Tras los empresarios y directivos, ahora el reto es poner en el centro de los programas de formación a los centros educativos, empezando por el escalón más alto: los profesores. Hasta el 10 de abril estará abierto el plazo de inscripción en el primer curso dirigido a profesores de secundaria y bachillerato que quieran introducir la economía civil dentro de sus programas educativos.

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Profesores a clase de economía civil

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Comentario – Un Día Internacional de la ONU que dice mucho de nosotros

por Luigino Bruni

publicado por Avvenire el 20/03/2014

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Cuando en 2012 la Asamblea de la ONU instituyó el «Día Internacional de la Felicidad» probablemente no fue consciente de que Italia era la patria de la felicidad que los gobiernos y los pueblos se planteaban como un objetivo. La idea de la felicidad como objetivo de la vida es tan antigua como la humanidad (o al menos como la filosofía griega). Pero el reto de hacer de la felicidad «el objeto de los buenos principios», como dice el subtítulo del libro de Ludovico Antonio Muratori "De la felicidad pública" (1749), es latino, italiano. El mismo «derecho a la felicidad» (1776), que la ONU pone en el centro de este Día Internacional, fue un brote americano de un movimiento europeo, sobre todo latino y más concretamente napolitano.

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Thomas Paine, uno de los padres de la revolución americana, reconoce a Giacinto Dragonetti, discípulo de Antonio Genovesi y autor del importante aunque olvidado tratado "De las virtudes y de los premios" (1766), la paternidad de la idea fundamental sobre la relación entre felicidad y libertad. En su influyente libro "Common sense" (1776), Paine cita la siguiente frase de Dragonetti: «La ciencia de los políticos consiste en encontrar el verdadero punto a partir del cual los hombres puedan ser felices y libres».

Así pues, este Día Internacional debería ser una ocasión para reflexionar sobre la tradición civil y económica italiana y sobre nuestra vocación como país. Italia comenzó la reflexión moderna sobre la economía y sobre el progreso poniendo en el centro de la nueva sociedad moderna precisamente la felicidad, a la que inmediatamente le añadió el adjetivo «pública», un adjetivo calificativo importante, que unía a la Italia moderna con la tradición medieval del bien común. Pero la felicidad pública también puede ser interpretada como una declinación moderna del bien común, alrededor del cual se construyó toda la civilización medieval, humanismo incluido.

¿Qué pistas nos ofrece hoy esta antigua y moderna tradición? En primer lugar, la vía latina a la felicidad (pública) nos dice que los símbolos de la felicidad no son ni el “smile” ni la cometa, sino otros más profundos y relevantes que ya usaban los romanos en el reverso de las monedas, donde grababan la expresión felicitas publica: las mujeres, las fértiles campiñas, los instrumentos de trabajo y sobre todo los niños. Hoy debemos proteger a la felicidad, esa gran palabra, de una happiness demasiado vinculada al placer y a la diversión, cuando no a la frivolidad. Algunos filósofos de lengua inglesa han dejado de usar la palabra happiness y en su lugar usan human flourishing (florecimiento humano) para expresar lo que quería decir la antigua palabra latina felicitas o la griega eudaimonia.

Esta felicidad está en el corazón del pacto político y se refiere al florecimiento de las personas y de los pueblos, a su vida buena. Tiene poco que ver con los centros de wellness y los masajes y mucho que ver con los parlamentos, las escuelas, las familias y las virtudes civiles. No olvidemos que felicidad tiene la misma raíz que fértil, femenina y feto.

Otro mensaje es el relativo al trabajo. La felicidad sin trabajo muchas veces no es más que una ilusión, incluso opio del pueblo o un engaño, cuando es una promesa de ganancia fácil en los juegos de azar o en la especulación financiera. La patria de la nueva búsqueda de la felicidad pública fue al principio el Reino de Nápoles, una provincia periférica del gran y multinacional Reino de los Borbones. La nueva felicidad pública también tiene que pasar por el Sur y por las periferias del nuevo Reino-Imperio, aprendiendo a crear trabajo. Sólo nos salvaremos trabajando.

Para terminar, en estos momentos en los que el narcisismo se está convirtiendo en una auténtica pandemia en Occidente, la tradición de la felicidad pública nos recuerda que existe un nexo imprescindible entre la vida buena y las relaciones sociales: no es posible ser felices en solitario, porque la felicidad en su esencia más profunda es un bien relacional. Así se comprende que la felicidad se invoque sobre todo como instrumento de crítica al status quo y a la vena hedonista que desde la antigüedad ha atravesado nuestra civilización y se ha hecho dominante en los tiempos del declive y la decadencia. Debemos tomar conciencia de que no basta que la variación del PIB vuelva a ser positiva para que podamos decir de verdad que «la mala noche ha pasado».

Sólo cuando volvamos a crear buen trabajo, sobre todo para los jóvenes, la mala noche se encaminará hacia el alba. Todos los demás indicadores hay que tomárselos con un fuerte sentido crítico, porque muchas veces esconden manipulaciones. Incluidos los indicadores de la felicidad individual que están apareciendo aquí y allá, siempre que no vayan acompañados de indicadores de felicidad pública, que se mide con la calidad de las relaciones en nuestras ciudades, con el estado de salud de nuestros territorios, con la custodia de los bienes comunes, con la calidad de las escuelas y más aún con la cantidad y la calidad del trabajo (no todo trabajo es bueno).

Finalmente, pero no en último lugar, los niños. La felicidad pública necesita de los niños. Porque la primera señal de un pueblo deprimido y triste es renunciar a traer al mundo hijos e hijas por miedo a la falta de trabajo, al futuro. Pero el amor es más fuerte que la muerte. Feliz fiesta de la felicidad pública a todos.

 

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Comentario – Un Día Internacional de la ONU que dice mucho de nosotros

por Luigino Bruni

publicado por Avvenire el 20/03/2014

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Cuando en 2012 la Asamblea de la ONU instituyó el «Día Internacional de la Felicidad» probablemente no fue consciente de que Italia era la patria de la felicidad que los gobiernos y los pueblos se planteaban como un objetivo. La idea de la felicidad como objetivo de la vida es tan antigua como la humanidad (o al menos como la filosofía griega). Pero el reto de hacer de la felicidad «el objeto de los buenos principios», como dice el subtítulo del libro de Ludovico Antonio Muratori "De la felicidad pública" (1749), es latino, italiano. El mismo «derecho a la felicidad» (1776), que la ONU pone en el centro de este Día Internacional, fue un brote americano de un movimiento europeo, sobre todo latino y más concretamente napolitano.

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La felicidad es hija nuestra

La felicidad es hija nuestra

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Iglesia y economía - Al Papa Francisco no le basta dejar la pobreza en manos de los efectos "no intencionales" de las acciones individuales; pone en discusión todo el banquete y no sólo las migajas.

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 30/01/2014

Ricco Epulone rid

”Exhortación apostólica” es la definición que mejor le cuadra a la Evangelii gaudium del Papa Francisco. Exhortación viene del verbo latino ex-hortari, que tiene un doble significado: “inducir, incitar a hacer algo” y también “consolar, levantar” (tiene la misma raíz que confortar). La Evangelii gaudium es efectivamente un documento que nos incita con fuerza a cambiar de dirección, y lo hace con la misma fuerza con la que los apóstoles se dirigían a sus Iglesias (pensemos en Pablo), usando un tono fuerte y duro cuando era necesario. Pero, emulando la actitud apostólica, esta exhortación a la vez que nos incita y nos impulsa a rectificar, nos conforta y nos ayuda en el acto de levantarnos.

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El Papa Francisco nos ha regalado un texto al mismo tiempo fuerte y consolatorio. En él nos invita a cambiar con palabras fuertes, pero entre palabra y palabra se percibe el buen olor del pastor al que le importa, antes que cualquier otra cosa, el bien del rebaño. Sobre todo cuando teme que el rebaño se esté acercando peligrosamente a un barranco, aún más peligroso por estar precedido de verdes pastos que ocultan detrás de las hojas un escarpado y mortal despeñadero. Por eso, el primer y grave error que hay que evitar al leer la exhortación es reducir su magnitud mediante una lectura falsamente irenista y tranquilizadora que suavice las tesis más fuertes, normalizándolas y reduciendo la carga profética de incitación al cambio.

Decir, por poner un ejemplo ilustre e influyente, que la Evangelii gaudium hay que leerla «a través de la mirada del profesor-obispo-papa nacido y crecido en Argentina» (Michael Novak, “Corriere della sera”, 12 de diciembre de 2013), significa querer debilitar la carga cultural universal y general de la exhortación y calificarla en la práctica de irrelevante. Por el contario, estoy convencido de que el único modo de apreciar la exhortación y acogerla como don de bien común, pasa precisamente por no apagar su grave crítica (reconfortante para aquellos que la entienden) a la fase actual del sistema capitalista. ¿Qué capitalismo es el que critica el Papa? Sabemos que en el pasado ha habido distintos capitalismos, pero también sabemos que en la fase actual de desarrollo de la economía mundial, el capitalismo de matriz individualista que ha puesto al frente a las finanzas se está convirtiendo en el único capitalismo. Con ello se olvida toda la biodiversidad cultural y económica del siglo XX, cuando los capitalismos eran muchos y respondían a distintas antropologías y concepciones del mundo.

Así pues, la crítica que el Papa Bergoglio dirige a la versión actual del capitalismo individualista y financiero es de carácter general, y toca una idea clave de la ideología que está en la base de nuestro modelo de desarrollo, que se articula en dos puntos: la naturaleza excluyente de nuestro sistema económico (nº 53), y la idea que él llama del “derrame” (nº 54). La economía de mercado conquistó su estatuto ético y fue moralmente aceptada en la Edad Media por los franciscanos, por los dominicos (con alguna reserva) y por toda la comunidad cristiana (aunque con variaciones y acentos diversos al pasar del mundo católico al protestante), precisamente por su capacidad de incluir a los excluidos y no sólo de crear riqueza. Si comparamos el origen de la economía de mercado con el feudalismo, es decir con la única alternativa históricamente disponible, es innegable que el desarrollo histórico de la economía de mercado ha llevado consigo la inclusión productiva primero de millones de siervos de la gleba, después de los campesinos y desde hace unas décadas también de las mujeres, que tras milenios al margen de la vida civil, se han convertido en ciudadanas libres trabajando y consumiendo.

El desarrollo de la libertad de mercado fue la otra cara, inseparable, del desarrollo de la democracia, los derechos y las libertades. Esta es la historia. ¿Y hoy? No olvidemos que el Papa escribe en 2013, en un periodo histórico en el que esa economía de mercado (si queremos podemos llamarla también capitalismo, aunque no es necesario) está conociendo una enfermedad grave, con dos grandes síntomas: la deriva solitaria, infeliz y consumista de los individuos («El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada», nº 2); y la financiarización de la economía.

No podemos olvidar que cuando las finanzas especulativas se hacen con la propiedad y el control de los bancos y las empresas (y del trabajo y las familias junto con ellos), se producen al menos dos graves patologías civiles: las rentas domina sobre los beneficios de los empresarios y sobre los trabajadores, y las relaciones entre los agentes se parecen cada vez más a los llamados “juegos de suma cero”. Cada vez son más las transacciones financieras (no todas) que se configuran como una apuesta, donde las ganancias de una parte se corresponden exactamente con las pérdidas de la otra (como en toda apuesta). Cuando la economía asume este cariz de tragaperras (un cariz hoy muy visible y esperemos que reversible), el mercado traiciona su naturaleza inclusiva y deja de estar basado en la regla de oro del “provecho mutuo” (el de Smith o el de Genovesi). Por eso hay que criticarlo. El “derrame”, más allá de las exégesis y traducciones lingüísticas, es un pilar de la ideología capitalista, según la cual cuando sube la marea todos los barcos se elevan, también los más pequeños: la riqueza de los ricos beneficia también a los pobres, que recogen las migajas que involuntariamente caen de la mesa de los poderosos.

Esta es una versión del capitalismo que podríamos llamar del “rico Epulón”, que mientras come opíparamente deja caer, sin quererlo, las migajas a los perros que están debajo de la mesa. Al Papa Francisco no le basta que la justicia y la lucha contra la pobreza y la exclusión se deje en manos de los efectos “no intencionales” de unos comportamientos intencionalmente tendentes a intereses meramente individuales. Quiere poner en discusión el banquete entero y no sólo las migajas. Discutir quién y cómo come, quién se queda fuera de la mesa, qué relaciones sociales se esconden tras las personas. La suya es una legítima y necesaria crítica a una idea de solidaridad de mercado y de bien común que queda en manos principalmente de los efectos indirectos.

Las virtudes sociales (la justicia es siempre la reina de las virtudes sociales) nacen de las virtudes individuales, que son muy intencionales, de las virtudes de aquellos que ven hoy a los nuevos Lázaros y no les dejan bajo la mesa donde ya no tienen ni siquiera la compañía de los perros (que hoy reciben por fin un trato respetuoso y digno). La Evangelii gaudium es un documento que hay que leer dentro de la gran tradición clásica del bien común, humanista y cristiana (desde Aristóteles, Tomás y los franciscanos hasta Genovesi o Toniolo) que nunca ha concebido el bien común como un efecto positivo no intencionado de acciones encaminadas al propio interés, sino que lo ha relacionado con las virtudes privadas y públicas. Esta tradición considera el bien común como fruto de acciones públicas y civiles correctivas, tendentes a mitigar las pasiones sobre todo a través de instituciones justas, y no lo ve como un efecto indirecto de las acciones “naturales” y espontáneas de los individuos, como dirían Amintore Fanfani o Federico Caffé. No todas las formas de buscar el interés personal son buenas, justas y ecuánimes.

La idea de mercado que nace de esta tradición, de la que Francisco es intérprete y continuador creativo, es la de una gran operación de cooperación internacional, un ejercicio de las virtudes sociales, un asunto comunitario y personal: «Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado» (nº 204). Tomémoslo en serio, y demos vida a una nueva etapa de pensamiento económico a la altura de la exhortación de Francisco.

 

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Iglesia y economía - Al Papa Francisco no le basta dejar la pobreza en manos de los efectos "no intencionales" de las acciones individuales; pone en discusión todo el banquete y no sólo las migajas.

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 30/01/2014

Ricco Epulone rid

”Exhortación apostólica” es la definición que mejor le cuadra a la Evangelii gaudium del Papa Francisco. Exhortación viene del verbo latino ex-hortari, que tiene un doble significado: “inducir, incitar a hacer algo” y también “consolar, levantar” (tiene la misma raíz que confortar). La Evangelii gaudium es efectivamente un documento que nos incita con fuerza a cambiar de dirección, y lo hace con la misma fuerza con la que los apóstoles se dirigían a sus Iglesias (pensemos en Pablo), usando un tono fuerte y duro cuando era necesario. Pero, emulando la actitud apostólica, esta exhortación a la vez que nos incita y nos impulsa a rectificar, nos conforta y nos ayuda en el acto de levantarnos.

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El capitalismo gastado del rico Epulón

El capitalismo gastado del rico Epulón

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Davos: el Papa, la realidad que falta

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 23/01/2014

Logo Davos WEF ridSe respira optimismo en Davos 2014. La crisis que comenzó en 2008 ya se intuye superada y son muchos los que se aprestan a archivarla en los libros de historia y en el cajón de los recuerdos tristes de las familias y los pueblos. Lástima que ese optimismo no pueda apoyarse en bases sólidas. Entonces la pregunta que surge es: ¿Por qué motivos quiere Davos ofrecer a la opinión pública un cuadro económico tan distinto del que bien ve la mayor parte de la gente?

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La respuesta está en la lista de los protagonistas del “World Economic Forum”, compuesta por líderes de las finanzas mundiales y de grandes lobbies transnacionales, con los representantes políticos e institucionales en el papel fundamentalmente de espectadores, cuando no de clientes. Son élites con una representatividad mínima. La economía capitalista no es democrática: no votan las personas (una persona, un voto) sino los capitales. En este tipo de simposios se puede palpar cuánta verdad había en las palabras de Federico Caffè, cuando decía hace años que los mercados no son anónimos, sino que tienen "nombre, apellidos y sobrenombre".

Para entender un poco este optimismo, hay que tener en cuenta que para estas élites y paras las personas físicas y jurídicas a las que representan, la economía en definitiva no va tan mal; digamos que en realidad va bastante bien. Una vez conjurado (de momento) el peligro de bancarrota del sistema financiero global, que hace un par de años no estaba tan lejos, las operaciones de las finanzas especulativas siguen dando pingües beneficios y sobre todo rentas doradas. Para entender lo que de verdad está sucediendo en Davos deberíamos leer a la vez el informe presentado hace unos días por Oxfam (Working for the few), donde, entre otras cosas, se afirma que las 85 personas más ricas poseen lo equivalente a la mitad de la población mundial. Estos 85, y con ellos algunos millones de personas más repartidos por todos los países (en la India el número de supermillonarios se ha multiplicado por 10 en la última década), están muy bien representados en Davos. Los que faltan son los otros y no sólo los que viven en situación de pobreza extrema en países africanos devastados por muchas de las multinacionales que hoy, entre las montañas suizas, exhiben sus refulgentes balances sociales, sino también muchas familias europeas que se están empobreciendo por una crisis del trabajo cuyo precedente más parecido habría que buscarlo al comienzo de la revolución industrial.

El segundo motivo para este extraño “optimismo de unos pocos” tiene que ver con la distancia creciente entre los representantes reunidos en Davos y la vida de la gente común, sobre todo de los pobres. ¿Qué saben esas élites de la vida de una familia en un poblado del Sur de Sudán o de una familia europea con dos o tres niños pequeños y un cónyuge en el paro? Prácticamente nada. Una de las enfermedades más graves del capitalismo actual es la total separación entre los top managers de las grandes empresas, bancos y fondos (incluidas algunas organizaciones humanitarias globales) y la gente corriente. Cuando los que gobiernan dejan de sentir el olor de la gente que hace fila en las tiendas, en el metro o en los trenes de cercanías, estos poderosos ya no saben si manejan personas o máquinas, almas o centros de costes e ingresos. El metro y el tráfico urbano normal (no el de los coches con sirenas ni el de los helicópteros privados) son los primeros lugares donde hoy se ejerce la ciudadanía y donde se comprenden sus paradojas y su valor. El pacto social se romperá antes o después si durante demasiado tiempo no respiramos todos los mismos olores de la vida, los malos y los buenos.

El Papa con su mensaje ha querido lanzar, en nombre de las no-élites, un grito de alarma a estas élites que están a punto de perder el contacto con los lugares auténticos de la vida social. Pero el peligro más grande es que a esta advertencia le ocurra lo que le ocurrió al director del relato de Søren Kierkegaard: "Un director de teatro se presenta en el escenario para advertir al público de que ha estallado un incendio; pero los espectadores creen que su aparición forma parte de la representación y así, cuanto más grita, con más fuerza suenan los aplausos". Para que las palabras de Francisco dieran todo su fruto, harían falta otros Forum, en los que los pobres y los países periféricos excluidos de Davos pudieran contar otras historias sobre este capitalismo financiero y los políticos y los poderosos las escucharan sentados en silencio.

La sede más natural para un Forum alternativo como este sería la Roma de Francisco, el único que hoy cuenta con la autoridad y la credibilidad suficientes para reunir a todos en torno a él. La nueva economía que muchos deseamos llegará, invirtiendo la mirada y los protagonistas, si volvemos a empezar desde los pobres y desde las periferias. Una realidad inmensa que hoy es “la más pequeña de las ciudades”.

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Davos: el Papa, la realidad que falta

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 23/01/2014

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Escuchar a las no-élites

Escuchar a las no-élites

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Fin de año: agradecimientos e historias que contar

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 31/12/2013

El mundo griego, para referirse a lo que nosotros hoy llamamos tiempo, usaba dos palabras: chronos y kairos. Para el tiempo-chronos el día de San Silvestre es un día como cualquier otro. En cambio, para el tiempo-kairos, las horas y los años son distintos: el día en que murió Nelson Mandela (el 4 de diciembre) o el día en que fue elegido Francisco (el 13 de marzo) son días cualitativamente distintos, que quedan grabados en la tablilla plana del tiempo. Chronos es cantidad homogénea, kairos cualidad y diversidad, algo parecido a la diferencia que existe entre espacio y lugar. La dinámica chronos-kairos marca el ritmo del tiempo de nuestra vida diaria. El nacimiento de los hijos, un acontecimiento luctuoso, el trabajo encontrado y perdido, dan color y vida a los números del calendario.

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Este 2013 ha sido un año más largo para los que más han sufrido, muchos de ellos por la falta de empleo, demasiados de ellos jóvenes. Nos hemos despertado bruscamente y nos hemos dado cuenta de que no hemos perdido millones de puestos de trabajo por las hipotecas sub-prime norteamericanas ni por la prima de riesgo, y que no es culpa de Europa que nuestros jóvenes ya no tengan un buen trabajo. Sabemos que deberíamos levantarnos con nuestras propias fuerzas, pero no podemos por una grave carestía de capitales morales. El mundo ha cambiado verdaderamente, ya no lo comprendemos, y todos sufrimos por la 'falta de pensamiento' (Pablo VI). Sufrimos dolores de parto. Algo nuevo está naciendo, pero todavía no nos damos cuenta. Sufrimos también porque colectivamente no conseguimos ver ningún niño detrás del suplicio. Y cuando no vemos al niño, no vemos la salvación, el esfuerzo no tiene premio, nos falta la alegría. Deberíamos entrenar la mirada para ver más lejos y de otro modo, vislumbrar dentro de nosotros y entre nosotros las personas y los lugares donde están sucediendo cosas nuevas, descubrir dónde están ‘naciendo niños. Y aprender a decir “gracias”, una palabra a redescubrir a partir de su raíz charis.

El 31 de diciembre es sobre todo el día del agradecimiento, también civil. El ejercicio de la virtud de la gratitud siempre es importante, pero en el éxodo por el desierto es esencial. Decir gracias, sobre todo cuando cuesta y se hace seriamente, es un recurso extraordinario para seguir esperando y caminando. Son muchas las personas a las que quiero dar hoy las gracias. Quiero empezar por los empresarios, que siguen arriesgando recursos, energías y talentos para salvar el trabajo y siguen adelante a pesar de todo; esos empresarios que construyen bienestar y pagan los impuestos. Son muchos, aunque no se hable de ellos, y nadie les da las gracias. Cuando un empresario decide pagar los impuestos sabe que, en un mundo como el nuestro, con una alta evasión, está pagando mucho más que lo que le correspondería en justicia. Sabe que está pagando también por sus “colegas” que han puesto su sede fiscal en Montecarlo pero usan los mismos bienes públicos. Muchos, ante el espectáculo de esta injusticia se pervierten y comienzan a evadir. Otros empresarios, trabajadores y ciudadanos se indignan y piden justicia. Pero no se envilecen y siguen adelante. Y no sólo por cumplir obligación fiscal. Saben que están haciendo también un don. Y el don hay que agradecerlo. Si no existieran estos “pocos justos” (que por otra parte no son tan pocos), la ciudad ya se habría autodestruido. Un gracias doloroso, que se convierte también en “perdón”, debe llegar a los empresarios que no han conseguido salir adelante y han tenido que cerrar la empresa, dejando en casa a muchos trabajadores, en medio de grandes sufrimientos y angustias (conozco muchos de ellos). “El hombre no es su error”, he leído en una comunidad de Don Oreste Benzi. "El empresario no es el fracaso de su empresa", siempre se puede volver a empezar.

Gracias también a todas las personas que acompañan a los pobres y a los que están solos, y que, con la fuerza del agape, curan la desesperación. A muchos administradores públicos honrados, que no tiran la toalla cuando les sobrarían razones para hacerlo. A las maestras y a los educadores que, en una escuela herida, empobrecida y despreciada, siguen amando a nuestros hijos. Para terminar (aunque habría que seguir mucho más) gracias a las familias, a las madres y a los padres y más aún a los ancianos, que siguen remendando la fides, esa fe y esa cuerda que todavía nos mantiene juntos. Ellos remiendan el tejido social y nos recuerdan nuestras raíces y nuestras historias.

En “Las mil y una noches”, Sharazad para no morir tenía que dejar de contar historias. Si hoy queremos vivir y transmitir vida debemos contarnos más historias de vida verdadera, encontrar juntos nuevos motivos de auténtica esperanza y repetirnos continuamente unos a otros “no tires la toalla”. Y no dejar de agradecer.

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Fin de año: agradecimientos e historias que contar

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 31/12/2013

El mundo griego, para referirse a lo que nosotros hoy llamamos tiempo, usaba dos palabras: chronos y kairos. Para el tiempo-chronos el día de San Silvestre es un día como cualquier otro. En cambio, para el tiempo-kairos, las horas y los años son distintos: el día en que murió Nelson Mandela (el 4 de diciembre) o el día en que fue elegido Francisco (el 13 de marzo) son días cualitativamente distintos, que quedan grabados en la tablilla plana del tiempo. Chronos es cantidad homogénea, kairos cualidad y diversidad, algo parecido a la diferencia que existe entre espacio y lugar. La dinámica chronos-kairos marca el ritmo del tiempo de nuestra vida diaria. El nacimiento de los hijos, un acontecimiento luctuoso, el trabajo encontrado y perdido, dan color y vida a los números del calendario.

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Entrenemos la mirada

Entrenemos la mirada

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Las raíces, la intuición y la lección actual de la «empresa civil»

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 29/10/2013

logo avvenireA Italia le falta desde hace demasiado tiempo un código simbólico e ideal compartido capaz de reconstituir una unidad civil, ideal y espiritual en la que basar un nuevo desarrollo, también económico. Hace demasiado tiempo que las historias colectivas que contamos, incluidas las historias políticas, han dejado de convencernos. Son demasiado frágiles, superficiales, miopes y carentes de carga simbólica, porque les falta el soplo vital que es capaz de reanimar los huesos que pueblan los modernos pero áridos valles de nuestra vida civil y económica.

Y sin embargo a Italia no le faltan historias, narrativas ni mitos, grandes, populares y cargados de símbolos vitales (adjetivos de todas las historias capaces de generar resurrección) y por tanto capaces de futuro. La aventura humana, económica, espiritual e industrial de Adriano Olivetti (a la que Rai1 dedica, entre ayer y hoy, una mini-serie de dos capítulos) es una de ellas.

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Olivetti no es una gloriosa excepción en una historia económica italiana distinta, ni tampoco un héroe o un caballero solitario. Muy al contrario, fue una expresión del mejor genio italiano. Nos mostró que la empresa puede ser al mismo tiempo solidaria y situarse en la frontera de la innovación tecnológica, puede ser líder mundial y estar radicada en un territorio y en una comunidad, puede ser de gran tamaño y estar centrada en las personas, puede ser un laboratorio intelectual y hablar en dialecto, puede incluir a los pobres y generar muchos beneficios. La tradición económica italiana a la que algunos llamamos Economía Civil, fue excelente y un faro para el mundo entero, al saber conjugar estos elementos que el capitalismo actual, incluso el nuestro, tiende a contraponer deliberada y sistemáticamente.

Efectivamente, en estas últimas décadas hemos dado vida a un sistema económico y social dicotómico y separado, es decir, literalmente dia-bólico. Y así hoy tenemos grandes empresas que ven al territorio y a sus instancias como una amenaza para su propia eficiencia (y se deslocalizan), mientras que la economía social se ve relegada, muchas veces segregada, al mundo de “lo pequeño es hermoso”. En las grandes empresas ya no se habla en dialecto, ni tampoco en inglés auténtico ni en italiano, porque se han perdido las lenguas vitales antiguas, las de la economía campesina y artesana y no hay tiempo ni cultura para aprender (bien) otras.

Finalmente, aunque podríamos añadir muchas más cosas, quienes trabajan en los sectores de la gran innovación tecnológica (y son muchos, también en Italia) no tienen ningún contacto con quienes trabajan en el ámbito social y tienen que enfrentarse a la pobreza. Eso es exactamente lo contrario a lo que hizo, pensó, vivió y soñó Adriano Olivetti, junto con los demás empresarios civiles de su generación, que la gravemente herida Italia de la posguerra, fue capaz de generar.

Hay muchas y complejas razones (todavía poco exploradas) para explicar por qué la economía italiana traicionó el paradigma de Olivetti. Las vicisitudes de la empresa Olivetti después de Adriano jugaron sin duda un papel importante. Pero a la Italia de las últimas décadas le ha faltado también capacidad cultural y de pensamiento para concebir y reconstruir una vía civil a la empresa y a la economía. Las ideologías de derecha y de izquierda han sido culturalmente incapaces de entender que detrás del experimento de Adriano Olivetti se escondía algo de extrema importancia para Italia: la posibilidad de idear y poner en práctica una economía de mercado que no fuera la capitalista que se estaba consolidando en los Estados Unidos ni tampoco la colectivista rusa, ni la sueca, ni la japonesa, ni la alemana.

La economía de Olivetti era sencillamente la economía italiana, es decir, la heredera de la economía de los Comunes, del Humanismo Civil, de los artesanos artistas, de los cooperadores… La “tercera vía” de Olivetti era demasiado italiana para ser reconocida por los italianos, porque ponía a producir en plena post-modernidad los rasgos más típicos y mejores de nuestra vocación: creatividad, inteligencia, comunidad, relaciones, territorios. Un “espíritu del capitalismo” italiano y europeo, distinto del americano que estaba ya dominando el mundo, donde lo social empieza fuera de las puertas de la empresa y el empresario crea una fundación filantrópica “para” los pobres. El capitalismo de Olivetti se ocupaba de lo social y de los pobres durante la actividad de la empresa. La inclusión productiva es una de las palabras clave del humanismo olivettiano, una palabra hoy casi inexplorada.

Así, el capitalismo italiano después de Olivetti se perdió. Una parte de él se apropió del alma social y solidaria (la que hoy llamamos economía non-profit o tercer sector, expresiones ajenas a nuestra historia) y los empresarios industriales se convirtieron con demasiada frecuencia en pálidas imitaciones, a veces caricaturas, de sus colegas de ultramar, porque carecían de las virtudes calvinistas esenciales para hacer funcionar, a su manera, ese capitalismo distinto. Tal vez hayan pasado ya demasiados años desde la prematura muerte, en el lejano 1960, de Adriano.

Demasiados años como para pretender retomar hoy el hilo de un discurso económico y civil interrumpido, que llegó vivo a lo largo de los siglos desde los mercaderes medievales hasta Ivrea. Nuestra historia es la que conocemos y no la que imaginó y realizó Adriano. Pero un pueblo puede salir del desierto si sabe mantener viva la memoria, recordar y reconocer antes que nada la existencia y la enseñanza de sus patriarcas. Aunque la historia no va hacia atrás, siempre podemos corregir o invertir la ruta.

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Las raíces, la intuición y la lección actual de la «empresa civil»

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 29/10/2013

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Olivetti, una historia italiana que hay que entender para volver a empezar

Olivetti, una historia italiana que hay que entender para volver a empezar

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Comentario – Virtudes para recuperar y vivir/7

por Luigino Bruni 

publicado en Avvenire el 22/09/2013 

logo_avvenireLa reciprocidad es la regla de oro de la sociabilidad humana. Reciprocidad es una palabra que explica mucho mejor que cualquier otra la gramática fundamental de la sociedad, incluida la indignación, la venganza o las interminables causas en los juzgados. El ADN del animal político es una hélice formada por un entramado de dar y recibir. También el amor humano es esencialmente reciprocidad, desde el primer instante de la vida hasta el último, cuando al abandonar esta tierra estrechamos la mano de un ser querido y, cuando eso no es posible, la estrechamos interiormente con las últimas energías de la mente y del corazón. Esta dimensión de reciprocidad del amor, que consiste en amar a quienes nos aman, las culturas humanas la han expresado de muchas maneras y con distintas palabras.

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Las palabras más conocidas de la cultura griega son eros y philia, dos formas distintas de amor que tienen en común la reciprocidad, la necesidad fundamental de la respuesta del otro. La reciprocidad del eros es directa, biunívoca, exclusiva: amamos al otro porque colma una necesidad, nos sacia apagando en nosotros un deseo vital. En la philia griega (que se parece a lo que hoy llamamos amistad), la reciprocidad está más articulada: se tolera la falta de respuesta del otro, no siempre se lleva la cuenta de cuánto se da y cuánto se recibe y se perdona muchas veces. Mientras que el eros no es una virtud, la philia puede serlo, porque comporta fidelidad al amigo que temporalmente nos traiciona o no responde a nuestro amor con reciprocidad. Pero el amor-philia no es un amor incondicional, porque se interrumpe cuando el otro o la otra, con su falta de reciprocidad, nos hace entender que ya no quiere ser nuestro amigo.

El eros y la philia son esenciales y espléndidos para la vida buena, pero no suficientes. La persona es grande porque no le basta la reciprocidad, ya de por sí grande, sino que quiere el infinito. Así, en un momento determinado de la historia, cuando los tiempos estuvieron maduros, surgió la necesidad de encontrar otra palabra que expresara una dimensión del amor no contenida en esas dos semánticas del amor, que ya eran ricas y elevadas. Esta nueva palabra fue agape, no del todo inédita en el vocabulario griego, aunque nuevo era el uso y el significado que le atribuyeron “los de los caminos”, el primer (y hermoso) nombre de los cristianos. Pero el agape no fue una invención; fue una revelación de una dimensión presente, en potencia, en el ser de toda persona, incluso cuando queda enterrada esperando que alguien le diga “sal fuera”. El agape no empieza donde terminan las otras formas de amor, no es el no-eros o la no-philia, puesto que es su presencia la que hace que todo amor sea pleno y maduro. El agape le da al amor humano la dimensión de gratuidad que ni la philia, ni mucho menos el eros pueden garantizar. Y así, abriéndolas, realiza todas las virtudes, que en su ausencia son solo egoísmo sutil. Por eso cuando los latinos tradujeron el agape, eligieron la palabra charitas, que en los primeros tiempos se escribía con una hache intercalada, que para ser una letra muda decía muchas cosas.

En primer lugar decía que esa charitas no era ni amor ni amititia, sino otra cosa. Decía además que esa charitas tampoco era la caritas de los comerciantes romanos, que usaban ese término para expresar el valor de los bienes (lo que cuesta mucho, lo “caro”). La hache quería recordar que charitas hacía referencia a otra gran palabra griega: charis, gracia, gratuidad (“Ave Maria, llena de charis”). No hay agape sin charis, ni charis sin agape. Así, la philia puede perdonar hasta siete veces, el agape hasta setenta veces siete; la philia regala la túnica, el agape también el manto; la philia camina una milla con el amigo, el agape dos, incluso con quien no es amigo. El eros soporta, espera y cubre poco; la philia cubre, soporta y espera mucho; el agape lo espera, cubre y soporta todo.

La forma de amor del agape es también una gran fuerza de acción y de transformación económica y civil. Cada vez que una persona actúa por el bien y encuentra dentro de sí y en la acción misma los recursos para seguir adelante incluso sin reciprocidad, allí está actuando el agape. El agape es el amor típico de los fundadores, de los que inician un movimiento o una cooperativa sin tener la posibilidad de contar con la reciprocidad de los demás y necesitan fortaleza y perseverancia en su larga soledad. El agape no condiciona la decisión de amar a la respuesta del otro. Pero sufre cuando esta respuesta falta, porque el agape se realiza en la reciprocidad (<un mandamiento nuevo os doy: amaos unos a otros>), aunque no se siente tan mal como para interrumpir el amor no correspondido. La plenitud de la reciprocidad agápica se expresa también en una relación triangular: A se dona a B, y B se dona a C. El agape tiene esta propiedad transitiva que no está presente ni en la philia, ni mucho menos en el eros. Es más, esta dimensión ternaria de apertura al otro es esencial para que se de el agape.

Incluso el amor materno y paterno hacia un hijo no sería agápico y por lo tanto maduro y pleno, si se agotara en la relación A => B, B => A, sin la dimensión B => C que supera toda tentación de amor incestuoso o narcisista. Esta necesidad de reciprocidad, este seguir adelante incluso cuando no hay respuesta, hacen del agape una experiencia relacional al mismo tiempo vulnerable y fértil. El agape es una herida fecundísima. El agape hace que las comunidades sean lugares acogedores e inclusivos, de puertas abiertas y nunca cerradas, y echa por tierra jerarquías sagradas, órdenes de castas y cualquier otra tentación de poder. El agape es además esencial para el bien común, porque conoce un tipo de perdón que es capaz de borrar el mal recibido. Cualquiera que haya sido víctima del mal, de cualquier mal, sabe que el mal causado y recibido no puede ser plenamente compensado ni reparado por una condena ni por una indemnización civil. El mal sigue actuando, es una herida que permanece, a menos que un día encuentre el perdón del agape que, a diferencia del perdón del eros y de la philia, tiene la capacidad de sanar las heridas, incluso mortales, transformándolas en el alba de una resurrección.

Pero hay una tesis que ha atravesado la historia de nuestra cultura. El agape, se dice, no puede ser una forma de amor civil porque, a causa de su vulnerabilidad, no sería prudente. Únicamente se podría vivir en la vida y espiritual y familiar y a lo mejor en el voluntariado; pero en las plazas y en las empresas deberíamos conformarnos con los registros del eros (incentivos) y, como mucho, de la philia. Una tesis muy arraigada, entre otras cosas, porque se basa en la evidencia histórica de muchas experiencias que nacieron del agape y después retrocedieron hacia la jerarquía o el comunitarismo. Es la historia de muchas comunidades que empezaron con el agape y frente a las primeras heridas se transformaron en sistemas muy jerárquicos y formalistas. O experiencias que nacieron abiertas e inclusivas y después de los primeros fracasos cerraron sus puertas expulsando a los distintos. La historia es también la secuencia de estos “retrocesos” que, sin embargo, no reducen el valor civil del agape, y deberían impulsarnos a poner más agape y no menos en la política, en las empresas y en el trabajo. Porque cada vez que el agape aparece en la historia humana, incluso aunque dure poco o muy poco tiempo, nunca deja el mundo como lo había encontrado. Eleva para siempre la temperatura de lo humano, coloca un nuevo clavo en la roca para que quienes el día de mañana retomen la escalada puedan comenzar unos centímetros más arriba.

Ninguna gota de agape se pierde en la tierra. El agape ensancha el horizonte de posibilidad de bien de la humanidad. Es la levadura y la sal de todo pan bueno. El mundo no se acaba y la vida vuelve a empezar cada mañana porque hay personas capaces de agape: <Tres son las cosas que perduran: la fe, la esperanza, y el agape. La más grande de todas es el agape>.

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Comentario – Virtudes para recuperar y vivir/7

por Luigino Bruni 

publicado en Avvenire el 22/09/2013 

logo_avvenireLa reciprocidad es la regla de oro de la sociabilidad humana. Reciprocidad es una palabra que explica mucho mejor que cualquier otra la gramática fundamental de la sociedad, incluida la indignación, la venganza o las interminables causas en los juzgados. El ADN del animal político es una hélice formada por un entramado de dar y recibir. También el amor humano es esencialmente reciprocidad, desde el primer instante de la vida hasta el último, cuando al abandonar esta tierra estrechamos la mano de un ser querido y, cuando eso no es posible, la estrechamos interiormente con las últimas energías de la mente y del corazón. Esta dimensión de reciprocidad del amor, que consiste en amar a quienes nos aman, las culturas humanas la han expresado de muchas maneras y con distintas palabras.

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Agape (La gran alborada)

Agape (La gran alborada)

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Comentario – Virtudes para recuperar y vivir/6

por Luigino Bruni 

publicado en Avvenire el 15/09/2013 

logo_avvenireHay palabrasque tienen la capacidad de expresarlo todo por sí solas. Justicia, belleza, verdad... tienen una fuerza y una entereza tal que no sentimos la necesidad de añadirles ningún adejtivo para completarlas. ¿Qué se le puede añadir a una persona verdadera, a un hombre justo o a una vida bella? Fe es una de esas pocas palabras grandes y absolutas. Se puede vivir mucho tiempo, a veces incluso bien, sin dinero ni bienes, pero no se puede vivir sin creer. Todos somos capaces de fe, porque en el espacio interior de cada persona hay una “ventana” que se abre hacia un “más allá”, un tragaluz que sigue ahí incluso cuando, al mirarnos por dentro, no vemos nada e incluso aunque lo tapemos poniendo delante una estantería o el televisor. Precisamente por ser una palabra grande de la humanidad, la fe es también una palabra de la economía.

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La historia económica y civil de Europa es sobre todo una historia de fe. Lo que hace espléndida nuestra tierra son sobre todo las obras de arte y arquitectura nacidas de la fe de nuestros antepasados, que fueron capaces de dar comienzo a obras verdaderamente grandes porque estaban animados por la fe en cosas más grandes que su exitencia terrenal.

Iglesias, abadías, la capilla Baglioni, Mantua, Lisboa… florecieron a partir de una fe que hoy sigue creando puestos de trabajo en sectores que nos están salvando. Hoy recogemos los frutos de las semillas que otros sembraron en el pasado para nosotros, porque desde las ventanas de sus almas y de su tiempo supieron ver algo más grande. Así, hoy muchas personas consiguen trabajar y vivir bien gracias a todos los que en el pasado invirtieron su riqueza pensando también en un futuro lejano habitado por otros seres humanos a los que, gracias a la fe (no sólo religiosa) sintieron verdaderamente cercanos. Por este motivo, entre otros, la fe es cuerda (fides), el hilo que une entre sí a los ciudadanos y a las generaciones. Es tradición, es decir, transmisión de una alianza, de un pacto, que vive en el tiempo y en la historia. Es un hilo de oro. ¿Qué semillas estamos sembrando hoy pensando en la cosecha de las generaciones venideras? Sin fides un viejo no siembra la semilla de una encina; sin fides el horizonte del mundo se reduce al techo de la casa o la oficina, demasiado bajo para ese ser enfermo de infinito que es la persona, que desde la época de las chozas y las nuragas sentía la necesidad de agujerear las cubiertas, no sólo para que saliera el humo del fuego, sino también para que su cielo fuera más alto que su casa. A falta de esta mirada profunda que nos eleva, nos conformamos con los escenarios de la televisión, con sus cielos virtuales, que no tienen ni el calor del sol ni la profunidad del horizonte ni la brisa del aire, que entran sólo cuando abrimos la ventana de la casa. Lo contrario de la fe siempre ha sido la idolatría, que no es la actitud de quien no cree en nada, sino de quien cree en demasiadas cosas, falsas y artificiales.

Pero la fides-fe fue también esencial para el nacimiento de los mercados. Proporcionó la base para el comercio, respondiendo a la pregunta principal de toda economía de mercado: ¿por qué debería fiarme de un desconocido? En el alba de nuetra economía, cuando los mercaderes pasaban de una ciudad a otra o se encontraban en las ferias a lo largo de los grandes ríos europeos, los sistemas jurídicos, los tribunales y las penas eran muy frágiles, muchas veces inexistentes. Para realizar operaciones comerciales complejas, arriesgadas, largas y costosas, hacía falta un verdadero acto de confianza en la otra parte. La principal garantía para creer que el otro haría su parte y enviaría la mercancía la proporcionaba la fe:; era posible fiarse de un desconocido porque en el fondo no era del todo desconocido. Tenía la misma fe (cristiana), y por ello podía darle confianza, porque era fiel. Así la fides (fe y confianza) hizo de la gran Europa una comunidad parecida a la polis griega de Pericles y se convirtió en una nueva forma de philia para poder realizar intercambios. Pero era una polis muchísimo más amplia, con mercados muy extensos que multiplicaron la riqueza y los encuentros comerciales, civiles y religiosos. La fe se convirtió en confianza y la confianza generó mercados y riqueza. Europa fue el fruto de esta fides-confianza-cuerda-creer-crédito. Pero cuando, con la reforma protestante y la contrarreforma católica, esta fides se rompió, nació el capitalismo, que inventó poco a poco una nueva fides, la de los bancos centrales y las finanzas. Esta revoluión cultural refundó Europa y después los Estados Unidos, que la encarnaron en plenitud, dando vida a un capitalismo de la nueva “sola fides”. Pero entre la primera y la segunda fides hay diferencias cruciales.

La primera fides, por ejemplo, era un bien relacional, porque – aunque existían monedas, títulos y bancos – Niccolò se fiaba de Miguel, y el intercambio se producía gracias a una apertura de crédito a una persona de carne y hueso. Era una experiencia intrínsecamente frágil y vulnerable, expuesta al abuso y por ello humana. La invención de la nueva fe-religión capitalista ya no tuvo necesidad de esta confianza relacional y personal. Desencadenó la despersonalización de las relaciones económicas, que creció hasta explotar literalmente en la última crisis de nuestro tiempo, que tiene mucho que ver con la construcción de un sistema financiero muy lejano e independiente de las relaciones humanas de confianza que generan los bienes económicos. Así, la respuesta de un banco capitalista a la petición de financiación de una buena empresa con dificultades la da muchas veces un índice resultante un algoritmo, sin ningún “crédito” y ningún encuentro entre personas, de forma in–humana. Nuestra crisis nos está diciendo que debemos volver a encontrarnos y a fiarnos de las personas y de su vulnerabilidad, porque cuando la economía y las finanzas pierden contacto con el rostro del otro, se convierten en lugares inhumanos. Si hoy no conseguimos reencontrar y reactivar todas las dimensiones de la fides, empezando por el territorio, no habrá plan gubernamental que nos pueda salvar de verdad.

Pero el lazo fundamental entre fe y confianza no es el único. Hay otra declinación o dimensión esencial de la fe que es la fidelidad, como nos recuerda el anillo de bodas (alianza). La fe tiene mucho que ver con la fidelidad, porque toda experiencia auténtica de fe es en primer lugar una historia de amor, la adhesión a un pacto,  y por tanto es también virtud. La fe florece plenamente cuando somos fieles en la noche de la fe, cuando nos agarramos a esa cuerda, cuando seguimos confiando en un encuentro-alianza que aparece muy lejano y desenfocado, casi como un autoengaño consolador o cuando llevamos demasiado tiempo viendo la niebla al otro lado de la ventana y dejamos de recordar las formas del antiguo paisaje y nos entran ganas de no abrirla más y encender la televisión del falso cielo. Después descubrimos que en esas noches hemos sido fieles gracias sobre todo a la parte más verdadera y profunda de nosotros mismos. Es posible llegar a ser justos y verdaderos sin fe, pero nunca sin fidelidad.

Quienes viven esta dimensión fiel de la fe son capaces de un verdadero diálogo y de una verdadera fraternidad con quienes no tienen fe, con quienes la han perdido o con quienes tienen otras fes, e incluso saben mover montañas porque no las mueven para sí mismos. Esta es la fe que conduce a cumbres altísimas de humanidad, de economía y de empresa, donde la fe sigue todavía generando cosas extraordinarias. Las personas fieles son siempre importantes para el bien común y para la belleza de la tierra, pero son indispensables para salir de cualquier crisis, porque saben señalar un horizonte más grande. Saben abrir agujeros en el techo de la casa común y mostrar un cielo más alto, para volver a empezar.

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Comentario – Virtudes para recuperar y vivir/6

por Luigino Bruni 

publicado en Avvenire el 15/09/2013 

logo_avvenireHay palabrasque tienen la capacidad de expresarlo todo por sí solas. Justicia, belleza, verdad... tienen una fuerza y una entereza tal que no sentimos la necesidad de añadirles ningún adejtivo para completarlas. ¿Qué se le puede añadir a una persona verdadera, a un hombre justo o a una vida bella? Fe es una de esas pocas palabras grandes y absolutas. Se puede vivir mucho tiempo, a veces incluso bien, sin dinero ni bienes, pero no se puede vivir sin creer. Todos somos capaces de fe, porque en el espacio interior de cada persona hay una “ventana” que se abre hacia un “más allá”, un tragaluz que sigue ahí incluso cuando, al mirarnos por dentro, no vemos nada e incluso aunque lo tapemos poniendo delante una estantería o el televisor. Precisamente por ser una palabra grande de la humanidad, la fe es también una palabra de la economía.

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Fe (Agujeros en el tejado)

Fe (Agujeros en el tejado)

Comentario – Virtudes para recuperar y vivir/6 por Luigino Bruni  publicado en Avvenire el 15/09/2013  Hay palabrasque tienen la capacidad de expresarlo todo por sí solas. Justicia, belleza, verdad... tienen una fuerza y una entereza tal que no sentimos la necesidad de añadirles ningún ade...
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Comentario – Virtudes para recuperar y vivir/5

por Luigino Bruni 

publicado en Avvenire  el 08/09/2013 

logo_avvenireEl recurso más escaso de nuestra civilización en realidad es la esperanza. No hay duda de que la esperanza es una virtud, pero tras esta gran palabra se esconden muchas cosas, algunas más grandes que la virtud y otras más pequeñas. Como cualquier otra palabra noble y antigua, la esperanza se parece a esas ciudades esrtratificadas por las que a lo largo de los siglos han pasado varias civilizaciones y muchas vidas. Así, podemos encontrar con facilidad un primer estrato, muy superficial, de la esperanza, que no es una virtud sino un mal. Es la esperanza que la mitología griega ponía dentro de la caja de Pandora (la caja que contenía todos los males) y que misteriosa y ambiguamente, no salía a inundar el mundo junto con los demás males, sino que se quedaba encerrada dentro de la caja.

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Es la esperanza que San Pablo califica como “vana”, a la que recurren muchas veces los poderosos cuando invitan a los ciudadanos a esperar en una recuperación imaginaria y en un futuro mejor, mientras ellos no hacen nada o hacen demasiado poco para mejorar las condiciones de vida del presente. Es la esperanza de ganar la lotería o la actitud de quien responde “esperemos que todo vaya bien” ante una petición de ayuda; una frase que no cuesta nada (y que tampoco tiene ningún valor) y que señala el final del encuentro y la renuncia al compromiso de buscar juntos una solución concreta. Esta esperanza es ‘opio de los pueblos’ y muchas veces se ha convertido y se sigue convirtiendo en instrumento de dominio, sobre todo de los pobres, víctimas de ilusiones creadas para mantenerlos en su indigencia o en su miseria. Esta esperanza es un mal, porque puede impulsarnos a vivir (o más bien a sobrevivir) sin asumir el compromiso de convertirnos en protagonistas de nuestra propia felicidad, esperando pasivamente que la salvación nos venga de la suerte, de los dioses o del estado. Contra esta esperanza vana e ilusoria libraron una dura batalla primero la filosofía griega y después, con determinación, el cristianismo, para liberar a las personas de esperanzas malévolas y engañadoras y permitir que se abrieran a la esperanza que no defrauda. Una batalla que, debemos reconocerlo, prácticamente se ha perdido. Al menos eso parece, si atendemos a la cantidad de ilusiones y falsas esperanzas que produce nuestra cultura del consumo y la televisión (los datos sobre las horas que pasamos, cada vez más solos, ante el televisor son abrumadores; hemos vuelto a los altísimos niveles de los años 80).

Si hurgamos un poco más en profundidad, encontraremos un segundo nivel o estrato de una esperanza que ya empieza a ser virtuosa. Es esa actitud espiritual y moral gracias a la cual encontramos verdaderas razones para esperar que el futuro próximo sea mejor que el presente y ejercitarnos para que el “todavía no” se convierta en el esperado “ya”. Es la esperanza que empujó a las generaciones anteriores a luchar contra un presente pobre y escaso en bienes y derechos para construir un futuro mejor para sus hijos y nietos. Esta esperanza es la que hizo soportables y a veces incluso alegres los trabajos de muchos de nuestros abuelos y abuelas, empleados como semi-siervos en el campo o en la mina, porque detrás de aquellas lágrimas intuían futuros diplomas, licenciaturas, casas, trabajos y campos. Era la esperanza de las novias, esposas y madres, pero también la de muchos aparceros y pequeños artesanos que se convirtieron en empresarios, más que por amor al dinero, buscando un futuro mejor en dignidad y libertad.

Hay un tercer nivel de esperanza. Al llegar a él comienzan a desvelarse los rasgos de una ciudad antigua muy noble y bella. Es la esperanza de quienes han luchado hasta dar la vida para construir un futuro mejor no sólo para sus hijos, sino para los hijos de todos. Es la esperanza cívica, social y política que ha movido a miles de trabajadores, sindicalistas, políticos, cooperativistas, ciudadanos, hombes y sobre todo muchas mujeres (demasiadas veces olvidadas), que han querido y sabido dedicar su vida a mejorar el mundo. Esta esperanza es la que amplía las fronteras de lo humano, la que sustenta todas las virtudes, regándolas y dándoles valor, sentido y dirección. Y esta es la esperanza que hoy debemos ejercitar diariamente y reactivar, sobre todo juntos, para recomenzar en la politica, en los mercados y en las empresas, que no pueden serguir más tiempo des-esperadas. Es necesario aumentar los actos y los ejercicios virtuosos de esperanza. Debemos ponerlos en el candelero y contárnoslos unos a otros, amplificándolos con los medios de comunicación, porque la esperanza es contagiosa, más que el desánimo y la desesperación cívica.

Pero el descubrimiento de las dimensiones de la esperanza no termina en este tercer nivel, que ya es alto y noble. Hay una cuarta forma de esperanza, que se encuentra a un nivel muy profundo y que es distinta de las otras porque no está contenida dentro del registro semántico de la palabra virtud. A diferencia de las virtudes, no se alcanza con el ejercicio, la disciplina y el esfuerzo. Esta esperanza es sencillamente don, gratuidad, charis. Siempre que llega nos sorprende y nos quita el aliento. Hemos llegado a la sala del tesoro. Esta esperanza no puede calcularse ni preverse, sólo esperarse y desearse. Cuando llega, es causa de gran alegría, de paraíso, como ocurre con el regreso tan esperado del amigo lejano que un día, de improviso, vuelve por fin. Tal vez haya algo de esta esperanza en el misterioso final del Conde de Montecristoo: “toda la sabiduría humana está resumida en estas dos palabras: confiar y esperar". Es la espera confiada del esposo con las lámparas encendidas de esperanza. Esta esperanza llega, como todo don verdadero y grande, sin previo aviso y sin pedir permiso, cuando hemos agotado los recursos naturales para esperar y nos encontramos en unas condicionas en las que no habría ninguna razón razonable para esperar, ni siquiera en el Paraíso. Y sin embargo llega. Después del anuncio de una enfermedad seria, de una traición grave, después de infinitas soledades, cuando menos te lo esperas, aflora en el alma algo delicado, una brisa ligera y sentimos que podemos esperar de nuevo, esperar y confiar, pero de otra manera. Sentimos que se nos da una nueva oportunidad, una nueva razón para esperar de verdad, no por un autoengaño consolador sino porque renace la fuerza de esperar más alla de la desesperación. Y así, después de llevar los libros al juzgado, después de la enésima ilusión por la promesa de un aval bancario, después de la enésima entrevista de trabajo sin resultado, he aquí que con los ojos todavía lúcidos vuelve a florecer dentro la esperanza. Nos sorprende y nos hace volver a empezar la carrera y la lucha. No somos nosotros quienes generamos esta esperanza. Llega y por eso es don, como bien sabía la tradición cristiana que llamó a la esperanza ‘virtud’ poniéndole el adjetivo de ‘teologal’, para poner de relieve su dimensión de gratuidad, de excedencia sobre cualquier mérito, y que ninguna tristeza ni desesperación del presente nos puede robar. Si en la tierra no existiera esta cuarta (o enésima) esperanza, la vida sería insoportable – y en eso se convierte cuando esta esperanza no llega, o no se percibe porque hay demasiados ruidos que la tapan. Sobre todo sería insoportable la vida de los pobres, que, sin embargo, como en la Cabiria di Fellini, consiguen ponerse en camino, sonreir, bailar y esperar de nuevo más allá de la desventura. Esta es la esperanza que hace que, también hoy, miles de trabajadores, empresarios, cooperadores sociales, políticos y funcionarios públicos se pongan de nuevo en pie y, spes contra spem, sigan adelante y relancen su buena carrera y la de todos.

 

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Comentario – Virtudes para recuperar y vivir/5

por Luigino Bruni 

publicado en Avvenire  el 08/09/2013 

logo_avvenireEl recurso más escaso de nuestra civilización en realidad es la esperanza. No hay duda de que la esperanza es una virtud, pero tras esta gran palabra se esconden muchas cosas, algunas más grandes que la virtud y otras más pequeñas. Como cualquier otra palabra noble y antigua, la esperanza se parece a esas ciudades esrtratificadas por las que a lo largo de los siglos han pasado varias civilizaciones y muchas vidas. Así, podemos encontrar con facilidad un primer estrato, muy superficial, de la esperanza, que no es una virtud sino un mal. Es la esperanza que la mitología griega ponía dentro de la caja de Pandora (la caja que contenía todos los males) y que misteriosa y ambiguamente, no salía a inundar el mundo junto con los demás males, sino que se quedaba encerrada dentro de la caja.

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Esperanza (la sala del tesoro)

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