Comentario – Origen de una crisis y posibles salidas
de Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 2/07/2015
Antes de convertirse en ministro de economía del actual gobierno griego, Yanis Varufakis era ya muy conocido entre los economistas por sus trabajos sobre ‘Teoría de juegos’. Varufakis estudia las decisiones racionales que toman, en una situación determinada, dos o más agentes obedeciendo a una lógica estratégica, es decir tratando de anticipar sus recíprocos movimientos. Así pues, el ministro griego conoce muy bien el llamado “juego de la gallina” (o, mejor dicho, del gallina), que describe una situación muy parecida a la de una conocida escena de la película “Rebelde sin causa”.
Jim (James Dean) reta a Buzz a una loca competición: ambos conducirán sus automóviles a toda velocidad hacia un precipicio y ganará aquel que salga más tarde del automóvil, justo antes de caer por el barranco. El peor resultado posible del “juego del gallina” es la caída de ambos pilotos al precipicio, si, para ganar la competición, tardan demasiado en salir del automóvil.
Imaginar hoy que el gobierno griego y sus contrapartes están jugando a un juego parecido al del ‘gallina’, puede alentar la esperanza de que el juego aún no ha terminado y los jugadores siguen en la carrera. Esperemos que el resultado sea el que dicta la razón y no las emociones o las pasiones.
La salida de Grecia del euro no le conviene a nadie, se entienda lo que se entienda por convenir. Sería malo para todos y no sería bueno para nadie.
Se trata de un escenario oscuro y tremendamente confuso, del que se desprende una recomendación general de método para aquellos que en estos días tienen que hablar y escribir: evitar concebir soluciones sencillas para una situación enormemente compleja; no dividir la escena en buenos y malos, a favor o en contra de Grecia.
Un primer elemento de complejidad viene de los datos históricos. La economía griega fue una de las más afectadas por la crisis financiera de 2007. Hasta entonces, Grecia crecía y atraía a muchos inversores internacionales. Entre 2007 y 2012 su deuda pública se duplicó. La relación deuda/PIB en 2007 apenas llegaba al 95.59%, pero en 2010 pasó a ser del 130.2% y después, en 2012, al 143.5%. Grecia se endeudó con la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional entre 2010 y 2012, obligada por una situación económico-financiera que la crisis hizo insostenible. Las olas provocadas por el tsunami financiero de Estados Unidos llegaron a las costas griegas y provocaron ingentes daños. Sin la crisis de 2007 el escenario actual sería completamente distinto.
Pero los datos y las cifras no ayudan a encontrar soluciones si no se leen e interpretan dentro de un contexto relacional idóneo. Son innumerables los conflictos generados y alimentados por lecturas contrapuestas de unos mismos datos. El entorno humano en el que se desarrollan desde hace años las negociaciones sobre el caso griego es muy negativo, por no decir pésimo. Las crisis, todas las crisis, son un ‘test de estrés’ de la calidad de las relaciones entre las personas e instituciones. Por ejemplo, habría que purificar radicalmente el lenguaje que se usa a todos los niveles. Es urgente que la UE, el FMI y también el gobierno griego dejen de culpabilizar a la otra parte.
Sobre todo, es fundamental cambiar el lenguaje sobre las ‘culpas’ de los griegos. Muchas veces, a lo largo de la historia, hemos visto cómo se buscaba una solución inmediata y fácil a problemas complejos creando alguna teoría que demostrara que el otro merecía su desgracia por ser culpable. El libro de Job, por ejemplo, lucha sobre todo contra esta ideología. Se oyen y se leen demasiados razonamientos muy peligrosos acerca de las culpas de los griegos. ‘Merecen lo que les pasa porque han tenido gobiernos corruptos y también porque los ciudadanos son vagos, dependientes del estado y grandes evasores fiscales’. Estos comentarios y discursos ideológicos son graves, ya vengan de países como Italia, que en estos temas no puede dar lecciones morales a nadie, ya vengan de periodistas o políticos alemanes y franceses, porque olvidan las grandes y graves lecciones de la historia y porque eclipsan las otras razones de la crisis, razones de mucho peso incluso cuantitativamente. Atribuyendo las causas de los problemas que hay que resolver al ‘carácter’ nacional o a la ‘mentalidad’ de los pueblos, lo único que se consigue es alejar la solución, porque el ‘carácter’ y la ‘mentalidad’ son variables que escapan al control de aquellos que tienen que tomar las decisiones. Repartir culpas y apelar al carácter y a la mentalidad puede ser útil, y a veces funciona, si lo que se desea es reducir el coste ético de unas decisiones difíciles.
Deuda y culpa son dos palabras que, en algunos idiomas, tienen la misma raíz. Hubo un tiempo en que las deudas convertían a uno en esclavo y a veces implicaban incluso la condena a muerte. Generaciones enteras dieron su vida y su sangre para que la democracia pusiera fin a la esclavitud por las deudas, afirmando que ninguna deuda es tan grande como para reducir a nadie, incluso a una sola persona, a la esclavitud. No digamos si se trata de un pueblo entero.
Debería elaborarse un verdadero plan responsable para relanzar Grecia en un periodo de tiempo de cinco o diez años, durante el cual se suspenda el reembolso de la deuda exterior. Debemos trabajar todos juntos y a todos los niveles para crear las inversiones y las condiciones necesarias para que la deuda de los estados no se convierta en una vía postmoderna hacia nuevas formas de esclavitud de los pueblos. Nos lo pide incluso la Laudato si’. Debe encontrarse una solución, para evitar que esta ‘competición’ acabe como la de “Rebelde sin causa”.
Por último, la moralidad y la justicia de una decisión dramática pueden juzgarse desde muchas perspectivas. Una de las mejores es ver sus costes y beneficios desde el punto de vista de los niños. Es un ejercicio que siempre ayuda y a veces puede ser decisivo.
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