Editoriales Avvenire

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El autor del libro “Il capitalismo e il sacro” da la voz de alarma: la cultura dominante del beneficio y del consumismo ya se ha convertido en una forma de idolatría.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Agorà di Avvenire el 20/11/2019

Adelantamos una parte del primer capítulo del libro Il capitalismo e il sacro de Luigino Bruni, profesor de economía política en la Universidad Lumsa de Roma y uno de los editorialistas más leídos de Avvenire. En él propone un análisis original y provocador sobre los orígenes de la mentalidad actual. Echando mano del pensamiento de autores como Benjamin, Florenskij, Nietzsche, Marx, Agamben y Boltanski, Il capitalismo e il sacro invita a enfrentarse a la pretensión idolátrica de la economía contemporánea, en nombre de una renovada perspectiva basada en el compartir.

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Pocos años después de Marx, en 1905, Max Weber publica sus trabajos sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo, una de cuyas ideas clave es la desacralización del mundo occidental. Pasan unos años y llega 1921, uno de los años decisivos para la llamada “teología económica”. Ese año el filósofo alemán Walter Benjamin escribe un breve pero densísimo texto, conocido hoy como El capitalismo como religión. El mismo año, el teólogo y filósofo ruso Pavel Florenskij, en un contexto cultural muy distinto, imparte entre agosto y octubre, un curso en la Academia Teológica de Moscú sobre la dimensión sagrada del capitalismo.

Weber anunciaba un mundo desacralizado. Benjamin y, a su manera, también Florenskij dicen lo contrario: el capitalismo no ha eliminado lo sagrado del mundo porque él mismo se ha convertido en un culto, en una religión. Se trata de dos autores cercanos también en la muerte: Benjamin se suicida en 1940, mientras intenta huir de los nazis en los Pirineos, y Florenskij es fusilado en 1937 en un gulag cerca de Stalingrado.

El trabajo de Benjamin ha permanecido largo tiempo en el olvido, a pesar de que contiene un análisis, que todavía no ha sido superado, acerca de la relación que existe entre la economía capitalista y la religión. Benjamin, debido entre otras cosas a su cultura hebrea, había puesto el tema del mesianismo en el centro de su reflexión filosófica. El capitalismo le parece una (falsa) respuesta a la demanda de salvación que fundó Europa, en el humanismo judeocristiano. Según Benjamin «en el capitalismo hay que reconocer una religión; es decir, el capitalismo sirve esencialmente para colmar las mismas preocupaciones, tormentos e inquietudes a las que en el pasado daban respuesta las llamadas religiones».

Este incipit de Benjamin es claro y potente: el capitalismo no nace solo, como decía Weber, de un espíritu religioso. Para Benjamin, el capitalismo es una religión: «no solo, como sostiene Weber, una construcción determinada en sentido religioso, sino un fenómeno esencialmente religioso».

Por tanto, resume: «En Occidente, el capitalismo – como debe demostrarse no solo en el caso del calvinismo, sino también de las restantes orientaciones cristianas ortodoxas – se ha desarrollado parasitariamente sobre el cristianismo, hasta tal punto que, al final, la historia de este último es sustancialmente la de su parásito, el capitalismo». Y poco después añade: «El cristianismo en la época de la Reforma no ha favorecido el surgimiento del capitalismo, sino que se ha transformado en capitalismo».

Es muy fuerte y muy eficaz la metáfora biológica del parásito: el capitalismo no ha tomado del cristianismo solo el espíritu, sino que ha adquirido su sustancia y ha crecido hasta el punto de absorberlo por entero. El capitalismo es un cristianismo fagocitado y transformado, una metamorfosis del gusano en mariposa – y las mariposas no recuerdan que han sido gusanos.

Además, Benjamin sigue corrigiendo a Weber cuando extiende la metamorfosis del protestantismo a todo el cristianismo, adelantándose algunos años a Amintore Fanfani y sus análisis sobre el espíritu “católico” y medieval del capitalismo, un tema desarrollado también por Giuseppe Toniolo, si bien exponiendo una tesis distinta a la de Fanfani. Esta es la gran y potente tesis de su pequeño opúsculo de 1921, donde además encontramos muchas otras intuiciones de gran valor. En él se contiene una especie de profecía: «En seguida tendremos de él una visión de conjunto».

Benjamin conocía demasiado bien a Marx como para usar la palabra “estructura” en sentido genérico. Para él la religión, el cristianismo en particular, es la estructura del capitalismo, y por tanto la economía capitalista, que debería ser la estructura de la sociedad capitalista, es a su vez una especie de superestructura de una estructura religiosa más radical. Nosotros vemos economía, pero debajo, escondida «por el envoltorio de las cosas», está la religión: ¿qué religión? y ¿cuáles son los rasgos característicos de la mariposa-capitalismo nacida del gusano-cristianismo?

Benjamin escribe: «En el presente podemos reconocer tres rasgos de esta estructura religiosa. En primer lugar, el capitalismo es una religión puramente de culto, probablemente la más extrema de todas. Todo en él tiene significado solamente en relación inmediata con el culto; no conoce ninguna dogmática particular, ninguna teología. Así es como el utilitarismo adquiere su coloración religiosa».

Se trata de tesis fuertes y densas que todavía están sin explorar, hoy aún más fuertes y densas que ayer. En primer lugar, el capitalismo es definido por el filósofo alemán como una «religión puramente de culto», de puro culto, sin teología, sin dogmas. Benjamin era judío, filósofo y alemán. La Alemania de su generación (Taubes, Buber, Bonhoeffer, Bloch y muchos otros) era un lugar extraordinario e inigualable para las reflexiones acerca del alma colectiva de Europa, y el destino y el “ocaso” de Occidente y del capitalismo.

Benjamin sabe que las religiones de puro culto, sin dogmas ni teología, tienen un nombre preciso en la Biblia: idolatrías. Son los cultos contra los que el pueblo hebreo en Canaán, en Babilonia y antes en Egipto, emprendió una batalla campal, la lucha más radical y extensa de toda la Biblia.

¿Qué significa una religión/idolatría de puro culto? El gran filósofo y teólogo ruso Pavel Florenskij escribe también cosas importantes sobre el capitalismo como religión/idolatría de puro culto. En 1921, Florenskij dedica su atención a la relación entre el capitalismo, lo sagrado y el culto. Su texto sigue teniendo un enorme interés por las intuiciones que contiene acerca de la naturaleza sagrada del capitalismo. El teólogo ortodoxo escribe: «La misma teoría de lo sagrado dice que el culto está en el origen tanto de la economía como de la ideología».

El culto, para Florenskij, es «una especie de prius. El culto viene antes de los instrumentos y los conceptos». Y añade: «El punto de partida de la cultura es el culto», jugando con la raíz común de las palabras cultura y culto: «En su favor se sitúa también el análisis filológico». Por eso añade: «Es equivocado pensar que la teoría de lo sagrado se haya perdido para siempre. Esta está unida a la conciencia medieval. En la vida histórica hay periodos de laicización y periodos en los que toda la vida es introducida en el seno del culto».

Así pues, para Benjamin y Florenskij el capitalismo es una religión de solo culto, de sola praxis. En realidad, hoy sabemos que en el siglo que ha transcurrido desde que Benjamin escribió estas cosas, la religión capitalista se ha sofisticado y ha producido algunos dogmas y una teología propia, en buena parte con la ayuda de la teoría económica y la teoría de la dirección de empresas. Debido a la necesidad de tener un culto para poder crear una cultura, el capitalismo se ha convertido en la verdadera cultura (o religión) popular de este siglo.

La fuerza cultural del capitalismo radica precisamente en el hecho de haberse convertido en una experiencia global, holística y omnicomprensiva, que todo lo envuelve. El primer populismo moderno lo ha inventado el capitalismo. El capitalismo, como un nuevo Anteo, encuentra su fuerza en su dimensión de sola praxis cotidiana.

El capitalismo crea y fortalece su cultura alimentándose en el culto diario de miles de millones de personas. Por eso se ha convertido en el culto universal y global, que en las próximas décadas solo puede crecer y fortalecerse – hasta que otros cultos y otras culturas ocupen su puesto: ¡esperemos que no sean las antiguas artes de la guerra! Pero de aquí se deriva también un corolario interesante: para superar la idolatría capitalista hacen falta nuevas praxis, nuevas experiencias.

Escribir teorías no basta, porque toda cultura nace del culto y del pan de cada día. Estamos inmersos en prácticas cotidianas, repetidas, reiteradas, de cultos de compra, venta e inversión. También dentro de las empresas, que en el siglo XX eran generalmente pensadas y vividas según el modelo de la comunidad, está creciendo la misma cultura comercial.

Del modelo comunitario típico del siglo XIX y XX hemos pasado progresivamente a la empresa-mercado, que hoy domina sin oposición la escena. Hasta hace pocas décadas, sobre todo en Europa (aunque no solo aquí), el registro relacional que fundaba empresas y/o cooperativas era el del pacto y no el del contrato. También el “contrato” de trabajo era sobre todo un pacto, donde el do-ut-des era solo uno de los componentes de la relación fundamental para el trabajador y su familia (el trabajo no era una mercancía porque ese contrato era esencialmente un pacto).

Hoy, sin embargo, la cultura que se respira en las empresas, en sus cultos y en sus liturgias, es la misma que se respira en los grandes centros comerciales, en los bancos y cada vez más en las redes sociales. La cultura-religión-idolatría del capitalismo se alimenta de estos cultos y de estas prácticas, más que de las escuelas de negocios y las universidades.

Siempre según Florenskij, «el contenido místico-religioso de los conceptos no se revela en el pensamiento abstracto sino en la experiencia». Así pues, para el pensador ruso, al principio está la praxis del culto y de esta praxis nacen los conceptos abstractos (la cultura): «Todas las concepciones científicas – económicas y similares – se desarrollan a través de la secularización: por una parte se definen los conceptos utilitaristas y por otra los científicos».

Por este mismo motivo, «el mito nace del culto… El mito es el intento teórico de explicar un determinado culto». Efectivamente, la «realidad originaria, en la religión, non son los dogmas y tanto menos los mitos, sino el culto, o sea una realidad concreta. Mito y dogma son abstracciones, teorías».

La analogía histórica más cercana a la cultura capitalista es, según Florenskij, la christianitas medieval: «Solo puede ser convincente para nosotros la idea medieval de la unidad eclesial, de la penetración de lo sagrado en toda la cultura … No hay fenómeno que no tenga un claro aspecto eclesial. Todos los fenómenos, positivos o negativos, están orientados a la eclesialidad».

El cristianismo premoderno en Europa era praxis, nuestro capitalismo es praxis: he aquí su fuerza y su cercanía. Estas palabras de Florenskij son importantes. Debido a esta naturaleza práctico-cultural, por ejemplo, a los filósofos y a los teólogos les cuesta mucho comprender el capitalismo de nuestro tiempo. 

El segundo rasgo del capitalismo, unido al primero (religión de puro culto), es para W. Benjamin «la duración permanente del culto». Hace cien años aún no existían las tiendas abiertas 24 horas, 7 días a la semana, ni el comercio online, pero el filósofo judío ya había intuido proféticamente (la gran filosofía tiene una dimensión profética intrínseca y a menudo no intencional) una dimensión que con el tiempo ha mostrado toda su fuerza: «El capitalismo es la celebración de un culto “sin tregua y sin piedad”. No hay “días de labor”; no hay día que no sea festivo, en el sentido espantoso del despliegue de toda la pompa sagrada, del esfuerzo extremo del venerador».

No hay que leer el conflicto entre el capitalismo y el domingo (posible día de tiendas cerradas) solo en el plano pragmático de los negocios sino en el religioso del choque entre cultos. Este es uno de los motivos por los que tiene sentido, si se entiende bien, reivindicar por parte de los cristianos el domingo como día del Señor y por tanto protegerlo del culto capitalista, aunque la batalla es demasiado desigual. El hebraísmo podrá salvarse de este capitalismo (que en parte es hijo suyo) si sigue siendo fiel al shabbat. 

Luego está el que Benjamin considera tercer rasgo del capitalismo-culto y que más ha llamado la atención de los estudiosos (Giorgio Agamben en particular): «Este culto culpabiliza. El capitalismo es presumiblemente el primer caso de un culto que no permite expiación, pero sí produce culpa». Se trata de una tesis fuerte y siempre sugerente, que abre reflexiones apasionantes y relevantes.

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Luigino Bruni

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Detengamos el culto del capitalismo. Cuando el dinero sustituye a Dios

Detengamos el culto del capitalismo. Cuando el dinero sustituye a Dios

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Opinión - El Nobel de Economía.

Luigino Bruni y Luca Crivelli.

Original italiano publicado en Avvenire el 15/10/2019.

La concesión del Premio Nobel de Economía 2019 a Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer es una excelente noticia por muchos motivos. El primero de ellos es que Esther Duflo (1972) es mujer y la persona más joven que ha obtenido el Nobel de Economía. 

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Es esposa de Abhijit Banerjee, que ha sido premiado junto a ella. Duflo nació y creció en París (Francia sigue siendo un país de referencia para la ciencia económica) y hoy enseña junto con su marido en el MIT, mientras que Kremer lo hace en Harvard. Duflo es la más conocida de los tres y ya era anteriormente candidata al Nobel por su extraordinaria y precoz carrera (ganó el “Nobel” de los jóvenes economistas, la Clark Medal). Desde hace años es un punto de referencia para quienes estudian la pobreza y el desarrollo. Es la segunda mujer que recibe el Nobel de Economía, diez años después de Elinor Ostrom, que fue premiada por sus trabajos pioneros sobre los bienes comunes. Estas dos economistas tienen mucho en común.

La pobreza (Duflo) y los bienes comunes (Ostrom) tienen que ver con personas concretas, con relaciones sociales y con la lucha contra distintas formas de pobreza (la destrucción de los bienes comunes, como el medio ambiente, es una forma elevada de pobreza). Ambas han comprendido que en la reducción de la pobreza y en la salvaguarda de los bienes comunes, los bienes cruciales son los bienes relacionales. La economía es un sustantivo femenino. La gestión de la casa (oikos nomos) es distinta cuando la ve un varón o cuando la ve una mujer. A menudo los varones ven cosas (rentas, bienes, inversiones…) mientras que las mujeres ven relaciones, detalles, pequeñas soluciones posibles aquí y ahora que son decisivas para el verdadero bienestar de la gente.

Más allá de las importantes innovaciones técnicas y científicas de los tres economistas premiados (entre las que se encuentra la aplicación al estudio de las políticas de lucha contra la pobreza y la promoción de la enseñanza a los niños en los países en vías de desarrollo del método experimental y del análisis contrafactual típico de los estudios sobre la salud, los llamados Randomized Controlled Trials), el trabajo de Duflo y sus compañeros nos ha enseñado muchas cosas sobre la pobreza que, por desgracia, todavía son en su mayor parte desconocidas por quienes se ocupan de las políticas públicas. En primer lugar, nos han dicho que para que la lucha contra la miseria y la exclusión tenga éxito es necesaria una política de pequeños pasos. Mientras las políticas tradicionales de desarrollo han estado concentradas estos años en la cooperación internacional, en los grandes capitales y en las inversiones en infraestructuras, Duflo y sus compañeros trataban, sobre el terreno y con paciencia, de convencer a las ONG y a los jefes de los poblados de la importancia de invertir dos euros en comprar una mosquitera. Esos dos euros podían salvar de la malaria ya (sobre todo a los niños) mientras los gobiernos no hacían el saneamiento y las empresas farmacéuticas seguían sin ofrecer soluciones económicamente accesibles.

La estrategia de los pequeños pasos es femenina, concreta, y tiene el sentido común de quien gestiona día a día una casa de verdad y no de papel. Además, nos han enseñado que las pobrezas no son cuestión de flujos sino de stocks; se manifiestan mediante una carencia de rentas, pero su verdadera naturaleza es una carencia de bienes capitales – sociales, educativos, sanitarios, familiares... Por consiguiente, curar las pobrezas trabajando sobre las rentas sin cuidar los capitales de las personas y de las comunidades (los capitales casi siempre son empresas colectivas) es ineficaz y muchas veces incluso aumenta la pobreza que intenta reducir. Finalmente, sobre todo Duflo, ha recordado varias veces en estos años que la pobreza es sobre todo una cuestión relativa a los niños (de ahí su atención a la escuela) y a las mujeres. La mayor parte de los pobres son niñas y mujeres.

Hoy no es posible ocuparse de la pobreza sin ocuparse, directa y prioritariamente, de las mujeres y más aún de las madres. Este Nobel, concedido a personas que trabajan para reducir la pobreza concreta de la gente concreta (que se conecta con el concedido en 1998 a otro economista indio: Amartya Sen), es también una esperanza para la profesión del economista. El trabajo del economista va encaminado sobre todo a reducir la pobreza y por tanto el dolor del mundo.

Esto lo sabían muy bien los economistas clásicos, que cuando ponían en el centro de su reflexión el trabajo, la riqueza y el desarrollo, lo hacían porque lo veían como el primer medio para reducir la pobreza y el sufrimiento de la gente. Escribía, por ejemplo, Alfred Marshall en 1890: «Es cierto que un hombre pobre puede alcanzar en la religión, en los afectos familiares y en amistad la felicidad más alta. Pero las condiciones que caracterizan la pobreza extrema tienden a matar esta felicidad». Hay que estudiar las leyes de la riqueza para reducir la pobreza y el sufrimiento.

Una última nota. Este Nobel de Economía concedido a una mujer, a una joven, a los estudios sobre la pobreza es un excelente auspicio para la iniciativa de Asís convocada por el Papa Francisco para marzo de 2020 “The Economy of Francesco”. La relación entre economía y pobreza no es un oxímoron, sino una llamada a recordar la raíz y la vocación de la economía. Asís ayudará a la economía y a los economistas a distinguir entre pobreza y miseria. Mientras que la miseria y la exclusión son palabras malas y siempre negativas, la pobreza es también una palabra del Evangelio y conoce una declinación positiva, que es la bienaventuranza reservada a aquellos que – como Francisco – la eligen para liberar a otros que no la han elegido sino que la padecen.

Como nos recordaba otro gran autor y maestro de pobreza, M. Rahnema, es necesario derrotar a la miseria para poner a las personas en condiciones de poder elegir libremente la pobreza; porque donde hay demasiada miseria no es posible elegir la pobreza. Y porque sin conocer y estimar los valores que algunas formas de pobreza conocen y viven, no es posible derrotar verdaderamente las pobrezas malas.

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Opinión - El Nobel de Economía.

Luigino Bruni y Luca Crivelli.

Original italiano publicado en Avvenire el 15/10/2019.

La concesión del Premio Nobel de Economía 2019 a Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer es una excelente noticia por muchos motivos. El primero de ellos es que Esther Duflo (1972) es mujer y la persona más joven que ha obtenido el Nobel de Economía. 

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El genio femenino lucha contra la pobreza con las relaciones

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Editorial – Nuestros muchachos, el futuro, el voto.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Avvenire el 11/10/2019.

La historia de la democracia es la historia de la progresiva ampliación de la participación. Al principio, en la Grecia antigua o en el Israel bíblico, la participación en la vida de la comunidad era un privilegio exclusivo de unos pocos varones adultos, libres (no esclavos), no pobres y no trabajadores manuales. Aquella democracia, que sigue siendo extraordinaria desde muchos puntos de vista, era una experiencia elitista reservada a una minoría bien delimitada, era una democracia oligárquica. Con el paso de los siglos, aquella primera élite fue incorporando nuevas categorías de sujetos, pero lo hizo muy lentamente y casi siempre después de alguna forma de conflicto o revolución. En la Europa cristiana, el voto estaba reservado a los aristócratas y a los hombres de buena posición. Se votaba por sexo, por censo y por instrucción. Los analfabetos estaban excluidos en casi todos los lugares. Solo en algunos brevísimos periodos durante las revoluciones (francesa o romana) se realizaron sufragios a los que podían acceder los pobres y las mujeres. Incluso en la segunda mitad del siglo XX, cuando en casi todos los países se reconocía el sufragio universal, en realidad el sufragio nunca ha sido verdaderamente universal. Había y sigue habiendo seres humanos que potencialmente tienen derecho al voto pero no votan; por no hablar de los animales, los ríos, los océanos, los insectos y las plantas que sufren las consecuencias de las decisiones votadas por los humanos. Me refiero, por ejemplo, a los residentes sin ciudadanía y a los menores: niños y adolescentes. 

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Cuando en el siglo XX comenzó a extenderse el derecho al voto a los pobres y después a las mujeres, las élites que detentaban el voto y el poder tenían muchas dudas y muchos temores. Muchos creían que conceder el derecho al voto a los pobres – que eran más numerosos que los ricos – comportaría el final de buena parte de su poder y de sus privilegios seculares. La solución a esta paradoja – si no dejamos votar a los pobres, hacen la revolución, pero si les damos el voto nos quitan el poder democráticamente – vino del nacimiento del estado del bienestar o estado social. Las élites, para mantener su posición, tuvieron que ofrecer – casi siempre de mala gana – parte de su riqueza a los más pobres: reconociendo derechos y creando la escuela pública, formas universales de asistencia y sanidad y sobre todo creando trabajo digno. Estas son las bases del pacto social del siglo XX y de las constituciones que todavía rigen (a duras penas) nuestra democracia.

Las ampliaciones del derecho al voto han sido fruto de fuertes cambios de paradigma socio-económico-político, que siempre han ido acompañados de grandes debates y tensiones entre los que estaban “dentro” y los que estaban “fuera” de la ciudadela de los votantes y del poder. Hoy estamos inmersos en un cambio de paradigma, y los “excluidos” que piden entrar en el club de los votantes son los niños y los adolescentes. Ya se habla del voto a los dieciséis años, que abre la cuestión de la representación política de los menores. Pero el verdadero reto no es tanto adelantar la mayoría de edad sino el derecho al voto de los niños de cualquier edad.

Entre finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, algunos filósofos y economistas, como el belga Philippe Van Parijs y el italiano Luigi Campiglio plantearon la cuestión del voto de los niños. El libro de Campiglio “Las mujeres y los niños primero” es de 2005. Sus propuestas han suscitado debate entre algunos especialistas pero que no han llegado al gran público y el voto de los niños no se ha hecho efectivo.

La urgencia de la cuestión medioambiental y la consiguiente entrada en la escena pública del pensamiento de los adolescentes gracias al movimiento Fridays For Future, que representa el acontecimiento político global más importante del nuevo milenio, están creando hoy las condiciones necesarias para retomar muy en serio la propuesta de extender el derecho al voto a los niños. Claramente se trataría de un voto expresado a través de un adulto que, para Campiglio, debería ser la madre. Yo personalmente comparto su propuesta, aunque hay otras posibles soluciones, como la alternancia de los padres en la representación de los menores.

Es evidente que lo que está aconteciendo en el mundo está mostrando que los adolescentes son sujetos políticos. No olvidemos que cuando Greta comenzó su protesta tenía 15 años y muchos activistas de su movimiento son preadolescentes. Los niños y los adolescentes nos están diciendo cosas nuevas sobre la política, sobre la economía y sobre todo sobre el presente y el futuro del planeta. Y a su vez están dando voz al planeta, a los animales y a las demás especies vivas. Podemos seguir tratándoles de forma paternalista como niños y dejar que todo siga como hasta ahora; o podemos tomarnos muy en serio este kairos de la historia, y ampliar la democracia, incluyéndoles como hicimos con los pobres, los analfabetos y las mujeres. Hoy nos avergonzamos cuando tenemos que decir a nuestros hijos que sus abuelas no podían votar. Mañana nos avergonzaremos cuando tengamos que decir a nuestros bisnietos que en el siglo XXI los niños y los adolescentes no tenían acceso al voto y por tanto a las decisiones que afectaban a su futuro.

Extender de algún modo el voto a los niños significa desplazar el eje de la política hacia el futuro, que es la verdadera y tal vez la única solución para los enormes problemas del planeta creados por unos adultos que nos hemos comportado como “niños”. Ciertamente, también hay muchas razones para evitar esta ampliación, algunas de ellas serias e importantes (como el dictado constitucional…). Si volvemos a leer las razones que muchos aducían contra la participación electoral de los analfabetos y de las mujeres, encontraremos argumentos que en su tiempo parecían convincentes e indiscutibles.  Sin embargo, alguien logró encontrar una razón distinta para ampliar el derecho al voto. Tal vez podamos hoy encontrar una buena razón para que los niños se conviertan en verdaderos ciudadanos.

La Biblia se toma muy en serio a los niños. David, Jeremías y Samuel recibieron su vocación de chicos. Jesús con doce años enseñaba a los doctores en el templo y ellos (quizá) entendían que un chico de doce años tenía cosas importantes y esenciales que decir. Nuestros muchachos nos están diciendo cosas esenciales, las cosas más importantes desde hace décadas. Estaremos a su altura si los incluimos plenamente en esa ciudadanía que se están ganando sobre el terreno.

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Tomémoslos en serio

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Editorial – Contra la reducción de la fe a ética y técnica.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 17/08/2019

La relación entre la salud física y la espiritualidad es compleja y ambivalente. Las religiones siempre se han ocupado de la persona entera. Mientras hablaban de la salvación del alma también se preocupaban por la del cuerpo. Los profetas y, después, Jesucristo anunciaban otro Reino, pero mientras lo hacían cuidaban a los enfermos, curaban a los leprosos, resucitaban a los muertos y daban de comer a los pobres. La piedad popular, sobre todo en los países latinos, es una historia maravillosa de santas y santos amadísimos por el pueblo, entre otras cosas, porque curaban, libraban de la peste, los terremotos y las enfermedades, y protegían a los niños y a los animales domésticos.

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Pedir gracias, curaciones y milagros es una actitud muy arraigada en la experiencia ordinaria de fe de muchas personas, que no puede ni debe clasificarse simplemente como un vestigio premoderno. Pocos actos humanos más verdaderos hay bajo el sol que la plegaria de una madre delante del tabernáculo o a los pies de la estatua de un santo implorando la curación de un hijo. Las religiones contienen la promesa de vencer la muerte – quizá solo “al final”, pero vencerla –. Así debe ser. Cada religión lo promete a su manera, pero la idea misma de religión exige un horizonte de vida más amplio que el ciclo natural de cada individuo. Hoy, además, los estudios muestran una amplia evidencia empírica de una mayor longevidad y un mayor bienestar psicofísico en las personas que profesan una fe y realizan prácticas religiosas.

Pero alrededor de esta evidencia se acumulan densos nubarrones. La religión judeocristiana ha generado una cultura de la vida porque ha aprendido a llamar por su nombre a la enfermedad y la muerte. Nos ha enseñado a vivir porque nos ha enseñado a morir. Yo he tenido el don de acompañar a mis abuelos en su muerte, y ese acompañamiento silencioso me ha enseñado a vivir mejor mi vida. Si tengo el don de acompañar también a mis padres, que son hijos de la misma cultura milenaria, sé que saldré del trance siendo mejor persona y amando más la vida. Sin embargo, mi generación ha olvidado el arte de morir y de envejecer. Y por este olvido inédito y extraordinario se están infiltrando los antiguos cultos de la inmortalidad y la eterna juventud.

Si la religión se reduce a una técnica o a una ética para vivir más y mejor, pierde su dimensión más profunda y más típica – la gratuidad – y regresa a los cultos paganos e idolátricos naturales de los que el humanismo bíblico ha intentado con todas sus fuerzas distinguirse y separarse. La religión puede mejorar la calidad (y tal vez la cantidad) de la vida si es gracia y don libre. En cambio, si se convierte primariamente en un instrumento para alejar la muerte y las enfermedades, puede que funcione, pero no nos hará entrega de su regalo más precioso: el sentido y el sabor de la vida. Cuando se abandona este horizonte de gratuidad, la fe vuelve a ser un asunto mercantil entre los hombres y un dios que se convierte en el primer homo oeconomicus de una religión transformada en cueva de ladrones.

La experiencia religiosa auténtica da profundidad espiritual a los años que vivimos ahora y que viviremos mañana. No nos ofrece garantía alguna de que vayamos a vivir más o con una salud mejor, pero sí que nos permite vivir días en los que podemos agujerear el techo de la casa y rozar el infinito. La fe auténtica alarga y ensancha la vida porque hace más profundos y anchos los días que vivimos, no porque aumente su número. La vida eterna está en la calidad de los días, no en su cantidad.

La fe judeocristiana nos dice que los hombres no son Dios porque son mortales. Pero, dado que la religión nos da acceso a una relación verdadera con el Dios inmortal, el deseo eterno del hombre es robar a Dios su inmortalidad.

Sabemos que en los deseos se esconden también las tentaciones; y cuanto mayores son los deseos, mayores son las tentaciones. La serpiente siempre se cuela por el hueco entre los deseos más verdaderos. Las falsas promesas de eterna juventud nos seducen porque en nosotros hay un deseo verdadero de eternidad: estamos hechos para la eternidad y por eso la buscamos incluso donde no está. En el relato del Edén del libro del Génesis se nombran dos árboles especiales: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Al hombre y a la mujer solo se les prohíbe que coman del segundo árbol, pero después de la transgresión Dios exclama: «Cuidado no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre» (Génesis 3,22). Y los expulsa del Edén. De este modo comienza la historia humana. La mortalidad es la condición humana, como nos narra también el antiquísimo mito sumerio de Gilgamesh: este héroe encuentra en el fondo del abismo la planta de la eterna juventud, y mientras la transporta para llevársela a los viejos de la ciudad, una serpiente se la come y la planta muere pero renueva la piel de la serpiente. El humanismo judeocristiano, al revelarnos un Dios vivo, el Dios de los vivos, nos dice que solo somos eternos en el momento presente, cuando en la oración verdadera vivimos el infinito dentro de la finitud de la vida ordinaria.

En cambio, si una fe, a través de sus representantes-gurús, comienza a prometernos elixires de eterna juventud, es que hemos vuelto a los ríos de Babilonia y a las alturas cananeas a celebrar los cultos a los dioses de la fertilidad y la juventud y pronto el sacrificio de vírgenes y niños. Esto ya está ocurriendo. Una nueva era de cultos paganos está floreciendo a nuestro alrededor. Decenas de miles de seguidores de nuevas sectas y comunidades se reúnen alrededor de curanderos y médicos “alternativos” que, como hace tres mil años, prometen nuevos “árboles de la vida” a aquellos que prueben sus plantas especiales e inmortales. Life 120 es solo una de estas nuevas “religiones” de la salud y la promesa de una vida (casi) eterna, que están destinadas a multiplicarse en un futuro inminente. No está lejos el escenario, temido por el futurólogo Yuval N. Harari (en su best seller Homo deus), de un mundo donde la verdadera y radical desigualdad ya no se jugará en el plano de los bienes materiales y la riqueza, sino en la diferente duración de la vida. Unos pocos supermillonarios tendrán la posibilidad de vivir 150 o 200 años, sustituyendo los órganos vitales varias veces en la vida. Tener una esperanza de vida de dos siglos al nacer puede ser un sucedáneo creíble de la vida eterna. Los ricos ya viven más que nosotros por término medio, y el dinero siempre ha sido una forma eficaz de vencer la muerte o alejarla.

Pero nunca antes la promesa de una vida (casi) eterna se había convertido en una nueva oportunidad para construir nuevas religiones sin dios; nuevas religiones ateas que alimentan y alimentarán negocios inmensos, porque ante la posibilidad de vencer la muerte no se repara en gastos. No olvidemos el antiguo mito de “vender el alma al diablo” por promesas parecidas a esta. Pero la planta de la eterna juventud solo renueva la piel de la serpiente, del dios dinero y de sus “sacerdotes”. Es impresionante la cifra de ventas de estas nuevas “sectas de la salud”, que realizan pingües negocios prometiendo el antiguo elixir a gente que ha perdido toda capacidad de distinguir las promesas de los timos. Pueblos que han perdido el sentido sencillo y verdadero de la fe creen a cualquier feriante de paso que simula y agita símbolos con ánimo de lucro o de votos. Esta es otra señal fuerte de la naturaleza idolátrica de nuestro capitalismo postmoderno, que engorda primero destruyendo la fe tradicional y luego sustituyéndola por una religión con ánimo de lucro. Son nuevas “destrucciones creadoras” que, a diferencia de las teorizadas por Schumpeter para los mercados, no desempeñan ninguna función positiva para la civilización, sino que nos devuelven a la cultura idolátrica arcaica de la que el humanismo bíblico nos había liberado. Es la idolatría y no el ateísmo la nota dominante del siglo XXI. Los ateos se parecen mucho más a los creyentes; los verdaderamente lejanos son los “crédulos”.

Occidente envejece. Vemos decaer nuestro cuerpo y el de los demás. Hemos olvidado llamar por su nombre al ángel de la muerte. De este modo, cada vez es más fuerte la tentación de creer en nuevos falsos profetas que nos prometen su tierra prometida. Hemos querido liberarnos a toda costa del Dios judeocristiano y hoy, en el crepúsculo de los dioses serios, nos encontramos con una tierra poblada de estúpidos fetiches, de los que día tras día nos hacemos perfectos devotos. Solo una nueva época de espiritualidad verdadera y seria nos podrá salvar.

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Editorial – Contra la reducción de la fe a ética y técnica.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 17/08/2019

La relación entre la salud física y la espiritualidad es compleja y ambivalente. Las religiones siempre se han ocupado de la persona entera. Mientras hablaban de la salvación del alma también se preocupaban por la del cuerpo. Los profetas y, después, Jesucristo anunciaban otro Reino, pero mientras lo hacían cuidaban a los enfermos, curaban a los leprosos, resucitaban a los muertos y daban de comer a los pobres. La piedad popular, sobre todo en los países latinos, es una historia maravillosa de santas y santos amadísimos por el pueblo, entre otras cosas, porque curaban, libraban de la peste, los terremotos y las enfermedades, y protegían a los niños y a los animales domésticos.

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La piel de la serpiente, no.

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Editorial – A la raíz del ataque a las redes de solidaridad

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 30/04/2019

Una de las mayores novedades morales que trajo consigo el humanismo cristiano y europeo fue la liberación de los pobres de la culpabilidad por su pobreza. El mundo antiguo nos había dejado en herencia la idea, muy radicada y extendida, de que la pobreza no era sino una maldición divina merecida por alguna culpa cometida por el pobre o por sus antepasados. De este modo, los pobres eran condenados dos veces: una por la vida y otra por la religión (el libro de Job es una de las cimas éticas de la antigüedad precisamente porque es una reacción contra la idea de la pobreza como culpa), y los ricos se sentían tranquilos, justificados y doblemente bendecidos.

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Sin embargo, en Europa no fueron las ciudades ni los estados, con sus instituciones políticas, las que liberaron a los pobres de su maldición. Es más, desde los tiempos del Imperio Romano hasta la Edad Moderna, pasando por la Edad Media, los estatutos y las leyes ciudadanas tuvieron mucho cuidado de señalar a los pobres y mendigos voluntarios y por tanto culpables, para expulsarlos fuera de los muros de la ciudad. No debemos olvidar que la historia política de las ciudades europeas es también (a veces sobre todo) una historia de exclusión de pobres, judíos, migrantes, heréticos y vagabundos, a los que no se les consideraba dignos de la “confianza” necesaria para entrar en el club de los mercados de las nuevas ciudades. Pero, gracias a Dios, las instituciones políticas de las ciudades burguesas y mercantiles no eran las únicas instituciones europeas. Estaban también las instituciones surgidas de la fe religiosa. El cristianismo aportó una gran innovación en el campo de la pobreza.

Era una religión fundada por un hombre no rico, al que seguían muchos apóstoles y discípulos pobres, que osaba llamar “bienaventurados” a los pobres, en un contexto religioso y cultural que descartaba y maldecía a los pobres; y que a lo largo de su vida hizo de todo para mostrar que los enfermos y los pobres no eran culpables de su enfermedad ni de su pobreza (como el ciego de nacimiento, el paralítico, los leprosos…). La Iglesia de los primeros tiempos continuó esta revolución ética y por eso San Ambrosio pudo escribir: «No es cierto que los pobres sean malditos» (La viña de Nabot). Debía decirlo con fuerza, porque era muy consciente de que iba en contra de la mentalidad corriente. Esta gran novedad religiosa y social dio paso, siglos después, a Francisco y a las órdenes mendicantes, que vivieron y mostraron una idea de la pobreza como camino de liberación y felicidad que irrigó todo el segundo milenio y los grandes carismas sociales de la modernidad, que vieron a los pobres no como malditos sino como imagen del Cristo pobre y sufriente.

Esta cancelación del estigma de maldición se encuentra en la raíz de muchos hospitales, escuelas y orfanatos que constituyeron el fundamento del estado europeo del bienestar. Mientras los políticos de ayer discutían, como los de hoy, acerca de las distintas categorías de pobres (voluntarios e involuntarios, merecedores o no merecedores…), aquellos carismas sociales nos decían que el pobre es solo pobre y que su condición objetiva de necesidad es la que lo hace prójimo y por tanto merecedor de ayuda. El samaritano no ayuda al hombre víctima de los bandidos porque fuera portador de ningún mérito, sino porque era una víctima y era un hombre (“Un hombre bajaba…”). La culpa no ha sido nunca una buena clave de lectura para entender y sanar la pobreza, porque cada vez que se empieza a analizar las culpas siempre se encuentra alguna para condenar a un débil.

Fueron los carismas y no las instituciones políticas de las ciudades y de los estados modernos, las que superaron la tremenda distinción entre pobres buenos y pobres malditos, las que cerraron los “hospitales” donde los pobres culpables eran encerrados y sometidos a verdaderos trabajos forzados de reinserción social, bien conocidos en muchas ciudades europeas de los siglos pasados. Sin la mirada distinta sobre la pobreza y sobre los pobres de cientos y miles de sacerdotes, laicos, monjas y frailes, Europa habría sido distinta y ciertamente peor para los pobres y por tanto para todos, porque la condición de los más pobres y su consideración social son los primeros indicadores de la moralidad de una civilización.

Hace algunos años que esta cultura europea distinta de la pobreza ha entrado en una crisis profunda. Hay muchas causas, pero ciertamente uno de los factores decisivos se encuentra en la cultura del business, que se está conviertiendo en la cultura dominante en todos los ámbitos de la vida en común. Una cultura económica de matriz prevalentemente anglosajona, que, en nombre de la meritocracia está volviendo a introducir en todas partes la arcaica tesis de la pobreza como maldición y culpa. ¿Por qué? La lógica económica está en el origen de las religiones antiguas, que nacen en torno a la idea mercantil del intercambio entre los hombres y sus divinidades.

El primer homo oeconomicus fue el homo religiosus, que interpretó la fe como un comercio, como un toma y daca con la divinidad, como un sistema de deudas y créditos a gestionar mediante ofrendas y sacrificios. La Biblia y después el cristianismo lucharon con todas sus fuerzas para liberar a los hombres de la idea económica de Dios. Hoy, con el debilitamiento cultural de la religión judeo-cristiana, por el horizonte secularizado vuelve a asomar la antigua idea del dios económico y por tanto de las culpas, los méritos y deméritos, los sacrificios y los nuevos ídolos. En el “crepúsculo de los dioses” nos hemos despertado encadenados por una religión-idolatría que lleva consigo la idea arcaica del pobre como culpable. Pero su mejor golpe, el más genial, es que ha conseguido presentárnoslo como una innovación moral, como una forma elevada de justicia, sencillamente llamándolo con un nombre evocador: meritocracia. La meritocracia se está convirtiendo en una legitimación ética de la condena moral al pobre, que primero interpreta la falta de (algunos tipos de) talento como culpa, después condena al pobre como carente de méritos y finalmente lo descarta junto con aquellos que cuidan de él.

 

 

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Editorial – A la raíz del ataque a las redes de solidaridad

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 30/04/2019

Una de las mayores novedades morales que trajo consigo el humanismo cristiano y europeo fue la liberación de los pobres de la culpabilidad por su pobreza. El mundo antiguo nos había dejado en herencia la idea, muy radicada y extendida, de que la pobreza no era sino una maldición divina merecida por alguna culpa cometida por el pobre o por sus antepasados. De este modo, los pobres eran condenados dos veces: una por la vida y otra por la religión (el libro de Job es una de las cimas éticas de la antigüedad precisamente porque es una reacción contra la idea de la pobreza como culpa), y los ricos se sentían tranquilos, justificados y doblemente bendecidos.

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Los pobres y los «teoremas de la culpa»

Los pobres y los «teoremas de la culpa»

Editorial – A la raíz del ataque a las redes de solidaridad Luigino Bruni Original italiano publicado en Avvenire el 30/04/2019 Una de las mayores novedades morales que trajo consigo el humanismo cristiano y europeo fue la liberación de los pobres de la culpabilidad por su pobreza. El mundo antig...
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La religión del consumo y sus ritos sacrificiales. Un análisis sobre la raíz de la verdadera naturaleza del «black friday».

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 23/11/2018

Black friday 2018 02 ridSi a alguien le quedan dudas de que nuestro capitalismo se ha convertido en algo muy parecido a una religión, solo tiene que darse una vuelta hoy por la web y por los principales centros comerciales, mirar bien a su alrededor y tratar de entender qué es lo que está ocurriendo verdaderamente. Lo que está ocurriendo en los lugares donde se celebra el Black Friday se parece mucho a un fenómeno religioso, que nos recuerda a las funciones de las religiones tradicionales.

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Este capitalismo tiene una necesidad cada vez mayor de ritos, liturgias, iglesias, fiestas, procesiones, cantos, palabras sagradas, sacerdotes y comunidades. Como toda religión, quiere traspasar el umbral del templo para introducirse en otro tiempo en el que saborear dimensiones no ordinarias de la vida. Pero si nos fijamos bien, nos daremos cuenta de que a cada uno de estos elementos “sagrados” se le ha amputado uno o varios componentes esenciales. Esta amputación es precisamente la que aleja al capitalismo consumista de las religiones “verdaderas” (en particular del horizonte bíblico judeocristiano) y lo acerca a los cultos idolátricos típicos de las primeras formas religiosas arcaicas, pero sin la pureza de la mirada de los hombres antiguos. De este modo, el hombre contemporáneo, en el crepúsculo de los dioses de las religiones tradicionales, se encuentra con un mundo liberado del Dios bíblico y repoblado por infinitos ídolos, menos interesantes que los egipcios o babilonios.

Para entenderlo, pensemos en los descuentos, que son el centro a cuyo alrededor gira el rito del Black Friday. Aunque cada año surgen dudas acerca de su “verdad”, en general se trata de descuentos reales. Lo son porque el descuento de verdad es un elemento esencial del culto. Los descuentos deben ser reales, porque no existe religión sin alguna forma de don, gracia y sacrificio. Pero hay una diferencia fundamental, enormemente reveladora de la naturaleza sagrada de este día. En las religiones tradicionales es el fiel quien ofrece dones a Dios. En cambio, en la “religión” capitalista es la empresa-dios quien ofrece “dones” a sus fieles. La dirección cambia porque también el sentido del culto es contrario. En la religión del consumo el ídolo no es el objeto de consumo sino el consumidor, a quien las empresas tratan de fidelizar (otra palabra religiosa) con su sacrificio-descuento. Don sin gratuidad y, por consiguiente, no religión sino idolatría..

Pero hay más. El don de este día es un don homeopático, es decir en base a que lo semejante cura lo semejante. Este es también un concepto muy arcaico. En el don homeopático se toma una pequeñísima parte de la enfermedad que se quiere curar y se introduce en el cuerpo con el fin de inmunizarlo. El capitalismo sabe muy bien que el don verdadero y libre sería subversivo y desestabilizador para los equilibrios empresariales y financieros, entre otras cosas porque no tiene precio, no está en venta, no puede ser incentivado. Por eso, lo esteriliza introduciendo en el cuerpo una especie de “donúnculos”. En su esencia, el Black Friday es un gran intento del mercado por inmunizarse del don por medio del descuento, para tratar de mantener la gratuidad auténtica muy lejos de sus templos.

No es casualidad que el Black Friday se celebre al día siguiente del día de Acción de gracias. El Thanksgiving day es el memorial de la gran abundancia de la primera cosecha, cuando los peregrinos llegaron al Nuevo Mundo. Es la fiesta de la gratitud y de la gratuidad, que hoy el día siguiente trata de neutralizar. Debemos hacer todo lo posible para que no lo consiga. Porque si un día la gratuidad fuera definitivamente expulsada de los mercados y de las empresas, la economía entera implosionaría. El magnífico sistema económico vive y se regenera cada día porque millones de personas dan a sus empresas más de lo que están obligadas a dar por contrato y por incentivo. Y lo hacen sencillamente trabajando, entrando cada mañana en la oficina y en la tienda como personas completas y por tanto también con capacidad de dar y de darse, porque es ahí donde se juega gran parte de nuestra dignidad y libertad. La principal defensa de la guerra constante, tenaz y creciente, desencadenada contra la gratuidad está sobre todo en tratar de conservar la capacidad moral y espiritual para distinguir el don del descuento. Debemos salvar esta distinción sobre todo para los niños de hoy, los “nativos” del Black Friday, porque el día que comiencen a confundir el don con el descuento se encontrarán en un mundo infinitamente más pobre. El precio de la gratuidad es infinito, ningún descuento puede reducir su valor.

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Salvemos a los «nativos» del black friday

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Editorial - Un debate incompetente

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 09/10/2018

181009 Mai offendere i poveri ridEl primer problema, radical, que tienen aquellos que se dedican a estudiar, a escribir o a legislar sobre la pobreza es la incompetencia. Dado que no somos generalmente pobres, no poseemos ese conocimiento específico que solo tienen quienes viven en condiciones de pobreza. Los discursos y las acciones sobre la pobreza son a menudo ineficaces, cuando no dañinos, porque son abstractos precisamente por falta de competencia. No es casualidad que dos de los mayores estudiosos de la pobreza, Muhammad Yunus (premio Nobel de la paz) y Amartya Sen (premio Nobel de economía) sean originarios de Bangladesh e India, respectivamente. Ambos proceden de experiencias de contacto con la pobreza de verdad y no han dudado en “mojarse” contribuyendo a crear instituciones y proyectos para aliviar la pobreza (Grameen Bank y el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas). Para entender la pobreza e intervenir en ella no basta el sentido común, que con frecuencia causa muchos daños. Por el contrario, hay que trabajar mucho, haciendo todo lo posible para adquirir, con el estudio y el contacto frecuente con las personas a las que se quiere ayudar, las competencias que faltan y son necesarias.

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Lo primero que se entiende cuando se dejan los despachos y los estudios de televisión para entrar en la pobreza concreta, es hasta qué punto resulta inadecuada una de las ideas más radicadas de la sociología del siglo XX, conocida como "pirámide de Maslow", demasiado abstracta para ser verdadera. ¡Cómo pensar que las personas tenemos necesidades ordenadas por una jerarquía piramidal, en cuya base se encuentran las necesidades fisiológicas (hambre, sed, calor y frío…) y solo una vez satisfechas estas podemos permitirnos el lujo de pasar a las necesidades de orden superior (seguridad y protección), y después a las de pertenencia y luego a las necesidades de estima, para terminar, una vez saciados, calientes y estimados, dándonos el lujo de dedicarnos a las necesidades de autorrealización que ocupan el vértice de la pirámide! Como si las personas no murieran también por falta de estima y de sentido, o como si la visita cada noche de una nieta al abuelo hospitalizado alimentara menos que la sopa. Esta antigua teoría (de 1954) ha sufrido muchas críticas, desarrollos y rectificaciones, pero la idea de que existen necesidades primarias y esenciales vinculadas al cuerpo, al vestido, al techo y solo después necesidades más “altas”, sigue estando muy radicada en las políticas públicas y en la cultura media de la población. De hecho, la encontramos también, implícita, en el debate actual sobre la renta de ciudadanía.

Cuando yo era niño, la renta de mi padre (vendedor ambulante de pollos y gallinas) durante muchos años no llegaba al equivalente a los 780 euros de los que se habla hoy, y nadie sabía si el dinero llegaría todos los meses a casa, donde lo esperábamos mi madre y los cuatro hijos. Pero en los cumpleaños y en los Reyes Magos nuestros regalos tenían que ser tan bonitos como los de nuestros compañeros de escuela más ricos. Mi padre renunciaba incluso a algunos bienes primarios, pero no ahorraba en aquellos juguetes porque no quería que nos avergonzáramos en la escuela. Estaba en juego su dignidad y la nuestra. Mis abuelos eran agricultores y tuvieron que alimentar a siete hijas, pero en las fiestas importantes tenía que haber comida y vino de sobra. Aquellas comidas excesivas no eran menos esenciales que las patatas y el pan de cada día, porque eran momentos decisivos donde se recreaban y cuidaban los vínculos sociales que unían a los miembros de la comunidad e impedían que cayeran todos en los días difíciles, cuando la falta de bienes primarios se suplía con estos otros bienes igual de primarios. Cuando fui a estudiar al extranjero, el dinero no me llegaba para pagar el tren y comprar un periódico en italiano. Le pedí a un amigo que me dejara una bicicleta, de modo que me ahorraba el billete del tren y con esos dos francos podía leer artículos que están en la raíz de lo que he escrito muchos años después y de lo que escribo ahora.

La teoría de la pobreza de Amartya Sen se basa en un axioma fundamental, una especie de piedra angular de su edificio científico: la pobreza es la imposibilidad que tiene una persona para llevar la vida que le gustaría vivir. Por tanto, la pobreza es una carestía de libertad efectiva, porque la falta de lo que él llama capabilities (capacidad de hacer y de ser) se convierte en un obstáculo, muchas veces insuperable, para llevar la vida que nos gustaría.

Una de las capacidades fundamentales para Sen consiste en poder salir en público sin avergonzarse (de sí mismo y de los juguetes de los niños). Es una de las ideas económico-sociales más revolucionarias y humanísticas del último siglo.

El primer mensaje, serio y preocupante, es esta visión competente de la pobreza es el relativo a la dificultad de aumentar las libertades con dinero. Algunos de estos obstáculos, generalmente la mayoría, no son consecuencia de la falta de renta, sino de la falta de capabilities, que son una especie de bien capital (stock). Esta ausencia se crea a lo largo de los años, con frecuencia ya desde la infancia. La falta de renta es un efecto de la ausencia de capitales. Estos bienes capitales son la enseñanza, la salud, la familia, la comunidad, los talentos laborales, las redes sociales. Para cuidarlos es necesario realizar intervenciones estructurales que requieren mucho tiempo, voluntad política y el compromiso serio de la sociedad civil. Si las personas no usan la renta que reciban del gobierno para fortalecer o crear algunos de estos capitales, ese dinero no reducirá la pobreza, porque las personas seguirán siendo pobres aunque con un poco más de consumo. El primer bien capital a partir del cual puede una persona volver a empezar tiene un nombre antiguo pero muy hermoso: trabajo.

Pero hay un segundo mensaje. Si estos 780 euros (como máximo) no se convierten en una mayor libertad para comprar libros o periódicos, para organizar una fiesta o un viaje, para comprarle un juguete a un niño o una pulsera a la novia, para preparar una cena abundante con los amigos más queridos con la que decirles que finalmente nuestra vida está cambiando y que hemos comenzado de nuevo a tener esperanza…, esa renta no reducirá ninguna pobreza o reducirá sus aspectos menos importantes.

Todos sabemos, o deberíamos saber, que debido a la misma naturaleza “capital” de muchas formas de pobreza, el peligro de que el dinero de la renta de ciudadanía acabe en los lugares equivocados es muy alto. Por eso debemos hacer todo lo posible para eliminar y reducir algunos de estos lugares equivocados (empezando por los juegos de azar). Pero si es cierto que la pobreza es falta de libertad, entonces no ofendamos a la libertad con listas de “bienes primarios” escritas en un despacho, o con controladores que deberían decirnos si un libro o un juguete cuestan demasiado para que un “pobre” se lo pueda permitir. La primera “renta” que necesitan muchos pobres de nuestros países es darles una señal de confianza y dignidad. Que alguien les diga que son pobres, pero antes son personas adultas y pueden decidir, también ellos, si es más primario un vestido o un regalo para una persona querida..

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Luigino Bruni

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No ofender nunca a los pobres

No ofender nunca a los pobres

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Por qué es necesario partir de los bienes comunes y de los bienes relacionales. Extracto de la intervención del economista Luigino Bruni  en la segunda jornada del Encuentro Mundial de las Familias en Dublín.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 23/08/2018

Famiglia Avvenire ridLa palabra economía tiene su origen en un término griego que hace referencia directamente a la casa y por tanto a la familia (oikos nomos = normas para gestionar la casa). Sin embargo, la economía moderna, y la contemporánea más aún, fue pensada como un ámbito regido por otros principios distintos, en buena parte opuestos, a los principios y valores que siempre han regido la familia y lo siguen haciendo. Un principio fundamental para la familia, tal vez el primero en el que se sustentan todos los demás, es la gratuidad. Es un principio que se sitúa en las antípodas de la economía capitalista, que solo conoce sucedáneos de la gratuidad (descuentos, filantropía, rebajas) que tienen la función de inmunizar a los mercados de la gratuidad verdadera.

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La familia es el principal lugar donde aprendemos, durante toda la vida, pero de modo especial en la infancia, lo que Pavel Florensky llamaba "el arte de la gratuidad". Sobre todo cuando somos niños, allí es donde aprendemos a trabajar, porque no hay trabajo bien hecho sin gratuidad. Sin embargo, nuestra cultura ha asociado la gratuidad a lo que se da gratis, al artículo promocional, al descuento, a la media hora no remunerada que hacemos de más en el trabajo, al precio cero (San Francisco decía que la gratuidad tiene un precio infinito: no se puede comprar ni vender porque es impagable). En realidad, la gratuidad es importantísima, como nos ha explicado con enorme claridad también la Caritas in veritate, que reivindica para la gratuidad el estatus de principio económico. La gratuidad es charis, gracia, pero también agape, como bien sabían los primeros cristianos, que traducían la palabra griega agape con la expresión latina charitas (con h), precisamente para indicar que esa palabra latina traducía al mismo tiempo el agape  y la charis, y por eso aquel amor distinto no era ni solo eros ni solo philia (amistad). La gratuidad, esta gratuidad, es una forma de actuar y un estilo de vida que consiste en acercarse a los demás, a uno mismo, a la naturaleza, a Dios y a las cosas, no para usarlas de forma utilitarista en provecho propio, sino para reconocerlas en su alteridad y en su misterio, para respetarlas y servirlas. Así pues, decir gratuidad significa reconocer que debemos comportarnos de una determinada manera porque es bueno y no porque lleve aparejada una recompensa o sanción. De este modo, la gratuidad nos salva de la tendencia depredadora que existe en cada persona, impide que nos comamos unos a otros y a nosotros mismos. Es lo que distingue la oración de la magia y la fe de la idolatría. Es lo que nos salva  del narcisismo, que es la gran enfermedad de masa de nuestro tiempo debida a la falta de gratuidad.

Si la familia quiere cultivar el arte de la gratuidad, y debe hacerlo, tiene que estar muy atenta para no importar dentro de casa la lógica del incentivo que se ha puesto de moda en todos lados. Es importante que no se use la lógica del incentivo por ejemplo en las relaciones familiares. Dentro de la familia hay que recurrir muy poco el dinero, sobre todo con los niños y adolescentes (con todos). Y si se usa, debe hacerse como un premio o un reconocimiento de una acción bien hecha, nunca como un precio. Uno de los deberes típicos de la familia consiste en formar en las personas la ética del trabajo bien hecho, una ética que surge precisamente del principio de gratuidad. En cambio, si se comienza a practicar también en la familia la lógica y la cultura del incentivo, si el dinero se convierte en la razón por la que se hacen las tareas y los trabajos domésticos, los niños de hoy difícilmente serán buenos trabajadores de adultos, porque el trabajo bien hecho de mañana se sustenta siempre en esta gratuidad que se aprende sobre todo en los primeros años de vida y sobre todo en casa.

La ausencia del principio de gratuidad en la economía depende también, en gran medida, de la ausencia de una mirada femenina. La casa, el oikos, siempre ha sido un lugar habitado y gobernado por las mujeres. Pero paradójicamente la economía siempre se ha jugado en un registro completamente masculino. Hoy también. No es que  los hombres no hayan desempeñado un papel importante en la casa. Pero su mirada se ha concentrado más en proveer los medios para el sustento, en el trabajo exterior, en los bienes, en el dinero. Cuando la economía salió de la vida doméstica y se hizo política, social y civil, la mirada y el genio femenino se quedaron en casa, y la única perspectiva que quedó sobre la práctica y especialmente sobre la teoría económica y administrativa fue la masculina. Cuando las mujeres dirigen su mirada a la casa y a la economía, lo primero que ven es el nexo de relaciones humanas que en ellas se produce. Los primeros bienes que ven son los bienes relacionales y los bienes comunes, y dentro de ese contexto ven también los bienes económicos. Ciertamente, no es casualidad que la Economía de Comunión naciera de la mirada de una mujer (Chiara Lubich), ni que la primera teórica de los bienes comunes fuera Katherine Coman (en 1911), ni que Elinor Ostrom fuera galardonada con el premio Nobel en economía (única mujer hasta la fecha) precisamente por su trabajo sobre los bienes comunes. En el origen de la teoría de los bienes relacionales hay también dos mujeres: Martha Nussbaum y Carol Uhlaner. Cuando falta la mirada femenina sobre la economía, las únicas relaciones que se ven son las instrumentales, donde la relación no es el bien, sino que las relaciones humanas y con la naturaleza son consideradas como medios a usar para conseguir los bienes.

Si la mirada y el genio femenino de la oikos-casa hubieran estado más presentes en la fundación teórica de la economía moderna, hoy tendríamos una economía más atenta a las relaciones, a la redistribución de la renta, al medio ambiente y tal vez a la comunión. La comunión efectivamente es una gran palabra que puede pasar de la familia a la economía de hoy. Y aquí se abre un discurso específico para los cristianos. La Iglesia hoy está llamada a ser cada vez más profecía, si quiere salvarse y salvar a otros. La profecía es también una palabra de la familia. La mayor parte de los profetas bíblicos estaban casados, y muchas palabras y gestos proféticos de la Biblia son palabras de mujeres. Isaías llamó a su hijo Sear Yasub, que significa “un resto volverá”, que es uno de los grandes mensajes de su profecía. No encontró mejor manera para lanzar su mensaje profético que convertirlo en el nombre de su hijo. Cada hijo es un mensaje profético, porque dice, con su simple existencia, que la tierra tendrá futuro y que este puede ser mejor que el presente. La profecía de la familia hoy, para ser creíble, debe tomar la forma de los hijos y la forma de la economía y por consiguiente la forma de la acogida, de la comunión, del compartir. Porque tanto los hijos como la economía no son sino parte de  la vida ordinaria de todos y cada uno de nosotros, que es el único lugar donde la profecía se alimenta y crece.

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Por qué es necesario partir de los bienes comunes y de los bienes relacionales. Extracto de la intervención del economista Luigino Bruni  en la segunda jornada del Encuentro Mundial de las Familias en Dublín.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 23/08/2018

Famiglia Avvenire ridLa palabra economía tiene su origen en un término griego que hace referencia directamente a la casa y por tanto a la familia (oikos nomos = normas para gestionar la casa). Sin embargo, la economía moderna, y la contemporánea más aún, fue pensada como un ámbito regido por otros principios distintos, en buena parte opuestos, a los principios y valores que siempre han regido la familia y lo siguen haciendo. Un principio fundamental para la familia, tal vez el primero en el que se sustentan todos los demás, es la gratuidad. Es un principio que se sitúa en las antípodas de la economía capitalista, que solo conoce sucedáneos de la gratuidad (descuentos, filantropía, rebajas) que tienen la función de inmunizar a los mercados de la gratuidad verdadera.

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Cómo puede la mirada femenina cambiar la economía

Cómo puede la mirada femenina cambiar la economía

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Editorial - Economía y sociedad, es hora de cambiar

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 18/5/2018

Borsa Valori rid«Las cuestiones económicas y financieras, nunca como hoy, atraen nuestra atención, debido a la creciente influencia de los mercados sobre el bienestar material de la mayor parte de la humanidad». Así comienza el documento  ”Oeconomicae et pecuniariae quaestiones – Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero”'. La economía y las finanzas siempre han sido decisivas para la vida de las personas. La riqueza y la pobreza, el ahorro, los bancos y el trabajo han sido en todas las épocas el marco dentro del cual acontecían muchas de las cosas más importantes de la vida.

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¿Por qué, entonces, la Iglesia siente ahora que «nunca como hoy» la economía y las finanzas son importantes y decisivas para el bienestar humano? Porque la política está cada vez más ausente de la vida económica y financiera, y está dejando en manos de las empresas y los bancos el gobierno de nuestras sociedades globalizadas. Hay mucha economía, demasiada, en el paisaje de nuestro mundo. La lógica empresarial se está convirtiendo en la lógica de toda la vida social de los pueblos. Es importante que este documento sobre economía y finanzas haya sido emitido conjuntamente por la Congregación para la doctrina de la fe y por el Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral. Es una expresión de que la economía y las finanzas tienen que ver directamente con la realización y la actualización de la fe cristiana, y que las empresas y los bancos también son asuntos teológicos. Expresa que una vida individual y colectiva vivida con fidelidad al Evangelio hoy no puede prescindir de la fe, y la fe no puede prescindir de la economía y las finanzas, que son lugares espirituales y teológicos.

Son muchos los puntos del texto que merecen un análisis profundo. En primer lugar, es importante que el documento hable de las finanzas y haga advertencias sobre este sector concreto, cuando hoy muchos hablan de la crisis financiera como si fuera algo del pasado. En realidad, diez años después del estallido de la crisis, todo parece seguir como antes del 2007. Los productos financieros son cada vez más innovadores y “creativos”, las normas que regulan el sector siguen siendo (casi) las mismas, y sobre todo los comportamientos de los ahorradores siguen estando demasiado orientados a la maximización de las rentas financieras. Es significativo el énfasis que el documento pone en la responsabilidad cívica y social de los ciudadanos consumidores y ahorradores.

Durante demasiado tiempo hemos dicho y pensado que los responsables de la crisis financiera eran las instituciones y los bancos, olvidando la otra cara de la verdad: que si ha habido una oferta de finanzas altamente especulativas y sin prejuicios es porque al otro lado ha habido una demanda de este tipo de productos que, en gran medida, procede de las familias, de nosotros.

No entraremos en una nueva fase económica y financiera sin una nueva cultura individual, que empiece a ver de una forma más crítica, y tal vez un poco profética, las decisiones financieras y económicas cotidianas. Se trata de una invitación a la sociedad civil a prestar atención a las finanzas y a la economía, que son demasiado importantes como para dejarlas en manos de los expertos. Nos hemos distraído demasiado, y en esta distracción han ocurrido cosas feas, a veces muy feas, sobre todo para los más pobres y para los descartados. Además, nos llama a ocuparnos de la casa y de sus reglas – oikos nomos: economía –, a estar más presentes dentro de los procesos de los mercados, a habitar más los lugares económicos, porque en los lugares abandonados y desiertos se esconden bandidos y fieras.

La crítica a las finanzas nace de una lectura profunda de su patología antigua y nueva: las rentas: «Lo que había sido tristemente vaticinado hace más de un siglo, por desgracia, ahora se ha hecho realidad: las rentas del capital acecha de cerca y amenaza con suplantar la renta del trabajo, confinado a menudo al margen de los principales intereses del sistema económico» (nº15). El dominio de las rentas financieras es la neurosis de las finanzas. La Biblia y el Medievo lo sabían bien, cuando condenaban el préstamo con interés y la usura, porque era expresión del dominio de las rentas: alguien detentaba un poder – el dinero – y esta condición de dominio le permitía percibir rentas sin trabajar. El conflicto principal de nuestro tiempo ya no está entre el capital y el trabajo, más típico de los siglos XIX y XX, sino entre rentas y trabajo: las rentas financieras aplastan hacia abajo los beneficios y los salarios.

La crítica, que es una constante del documento, en todo caso va precedida y acompañada por una mirada positiva acerca de la vida económica: «Toda realidad y actividad humana (…) es positiva. Esto se aplica a todas las instituciones que genera la dimensión social humana y también a los mercados, a todos los niveles, incluyendo los financieros » (nº 8). La economía y las finanzas siguen siendo algo bueno, realidades imperfectas y mejorables, pero esenciales para concebir y realizar una sociedad buena. A partir de esta mirada buena debemos empezar de nuevo a esperar, a vigilar, a actuar.

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La parte que nos toca

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Editoriales - La fiesta, la persona y la dignidad

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 01/05/2018

Lavoro Avvenire 2018 ridHoy es la fiesta de los trabajadores, de todos los trabajadores. Es también la fiesta del trabajo. Pero no de todo el trabajo, porque no todo el trabajo ni todos los trabajos merecen ser celebrados. El trabajo sin adjetivos calificativos no nos da suficiente información para saber si merece o no ser celebrado.

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El “hijo pródigo” también encontró trabajo después de haber dilapidado la herencia. Pero incluso trabajando como porquero no ganaba lo suficiente para vivir. Su trabajo no era digno ni decente, como el de la mayor parte de los trabajadores de la antigüedad, hasta tiempos muy recientes, y como el de muchos trabajos que seguimos haciendo. Por este motivo, el primero de mayo es también memoria de muchas batallas civiles y políticas para hacer del trabajo una actividad humana digna y, por consiguiente, para eliminar condiciones de trabajo que se parecen demasiado a la esclavitud y a la servidumbre. El primero de mayo nos recuerda que el trabajo es antes que nada una cuestión política y social, que tiene mucho que ver con las relaciones de poder (palabra que ha desaparecido del vocabulario del capitalismo del siglo XXI) y que cuando lo convertimos en un asunto individual, en un contrato como cualquier otro, perdemos siglos de civilización y de equilibrio en las relaciones de fuerza. La historia de las civilizaciones es también una “destrucción creadora” de trabajo: trabajos indignos sustituidos por trabajos más dignos.

Hoy muchos trabajadores con trabajos indignos no hacen fiesta porque están coaccionados por unos patrones despiadados o por sus necesidades primarias. Y no podemos ser moralistas y pretender que aquellos que se encuentran encadenados a estos trabajos indignos tengan que plantearse la cuestión de la dignidad de su propio trabajo para actuar en consecuencia y dejarlos. Estas cuestiones son un lujo que no pueden permitirse casi nunca quienes están preocupados por qué van a comer y qué van a dar de comer a sus hijos. Las condiciones materiales y sociales en que vivimos plasman nuestras conciencias. Generalmente, unas condiciones de vida indignas nos impiden adquirir conciencia de la falta de dignidad de nuestro trabajo. Por eso siempre habrá pocos trabajadores con trabajos indignos capaces de despedirse poniendo en peligro su propia vida y la de sus familiares. También por eso, la calidad moral y cívica de un pueblo se mide por la capacidad que tiene para no obligar a sus trabajadores a elegir entre conciencia y pan, para no dejarles solos en sus propios infiernos confiando únicamente en su heroísmo ético individual.

Los pueblos civiles combaten los trabajos inciviles a nivel civil y político. Hoy, en nuestros países y en el mundo entero, hay muchos trabajadores, demasiados, en trabajos erróneos e inciviles – en salas de juego, en muchos oficios de armas, siendo “guardianes” de cerdos y de pocilgas – que han aumentado durante estos diez años de crisis (las crisis graves y largas reducen los trabajos dignos y aumentan los indignos). Estos trabajadores son verdaderamente pobres, en ingresos y también en libertad, porque la primera forma de pobreza, como nos recuerda Amartya Sen, es la falta de libertad para poder llevar la vida que nos gustaría llevar. A muchísimos trabajadores no les gusta su trabajo indigno, pero carece de las condiciones de libertad para poder dejarlo. Necesitamos una nueva conciencia colectiva, más atenta al trabajo y a su dignidad, para rescatarlos de sus esclavitudes. Pero este tipo de conciencia colectiva del trabajo y sobre el trabajo es precisamente la que más nos falta en estos tiempos de globalización de los mercados y de la indiferencia.

Estamos rodeados de trabajo humano, pero lo “vemos” demasiado poco, porque civil y éticamente estamos distraídos o somos miopes. El trabajo es el principal ambiente donde se desarrolla nuestra existencia, desde el primer aliento hasta el último día. Pero no siempre estamos suficientemente atentos a la calidad moral y a la naturaleza ética de este trabajo.

Prestamos una atención cada vez mayor a las etiquetas de los productos de alimentación y cosmética para conocer sus calorías y sus propiedades químicas, pero estamos menos interesados que hace treinta años en las “etiquetas morales” de las cosas, en los “azúcares de justicia” y en “las calorías éticas”. En las tres últimas décadas nos hemos dejado convencer con demasiada rapidez de que la democracia tenía poco que ver con las mercancías y con los mercados. Hemos cedido ante aquellos que nos decían que las técnicas y los instrumentos podían gestionar la economía. No hemos dejado entrar a la democracia dentro de las fábricas, de las oficinas, de los bancos, de los supermercados y de la compra online y hemos ido reduciendo progresivamente su espacio hasta hacerlo ínfimo. También tienen derechos y libertades, sobre todo, los trabajadores que fabrican la ropa que nos ponemos, los agricultores que cultivan la fruta y los tomates que comemos, los soldados que combaten las guerras del petróleo (y pronto del agua) que consumimos.

Debemos comenzar a ver de otra manera nuestro trabajo y el de los demás, para aprender a hacerle preguntas nuevas al trabajo, preguntas más cívicas, más políticas y más éticas. Sin conformarnos con respuestas demasiado fáciles. La humanidad ha crecido cada vez que alguien ha comenzado a dirigir preguntas nuevas a las personas y a las cosas, y ha sabido convertirlas en preguntas colectivas. Estas preguntas colectivas generaban respuestas que, cuando eran banales, se devolvían al remitente. Hasta que nos convencían, a veces siglos después de la primera pregunta, e inmediatamente volvían a generar nuevas preguntas.

Hoy es la fiesta de todos los trabajadores y por consiguiente es también la fiesta de los trabajadores de los trabajos indignos, porque la falta de dignidad de un trabajo no siempre hace indignos a sus trabajadores. Y porque cada día se realizan acciones buenas y luminosas que logran aclarar, durante algunos instantes, la oscuridad de muchos trabajos pésimos. Incluso en Auschwitz, como nos recordará para siempre Primo Levi, un albañil fue capaz de levantar un muro recto. La persona es más grande que su trabajo, siempre y en cualquier trabajo. Sobre todo es más grande y digna que el trabajo no elegido, sino padecido por simple supervivencia.

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Editoriales - La fiesta, la persona y la dignidad

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 01/05/2018

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Si esto es un trabajo

Si esto es un trabajo

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Para el economista Luigino Bruni, el diálogo con la Escritura se convierte en un baño de concreción en un mundo cuyos bienes e intereses económicos son cada vez más inmateriales.

Publicado en Avvenire el 13/01/2017

Mondo2 58723852 ridMercado, moneda, deuda, beneficios: en el gran relato bíblico están presentes la mayor parte de las categorías que han fundado nuestra civilización, también las económicas. De este código simbólico, a lo largo de milenios, han bebido la poesía, la literatura y el arte, por no hablar de la filosofía o de la teoría política. Incluso el psicoanálisis, en tiempos recientes, se ha servido de la potencia generativa de los arquetipos veterotestamentarios, ampliando el terreno de la sabiduría griega, como diría Charles Moeller, gracias a la paradoja cristiana. Pero la economía no. Hace demasiado tiempo que la Biblia y la economía no se encuentran. Por este motivo Luigino Bruni ha decidido dedicar una parte relevante de su investigación más reciente al tema. En 2018 la experiencia que comenzó en junio en el Polo Lionello Bonfanti con la “Semana de Economía Bíblica” tendrá continuidad: del 15 al 17 de febrero Bruni interrogará como economista al libro del Éxodo y del 14 al 16 de junio de 2018 al del profeta Isaías.

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¿Cómo es posible que uno de los códigos simbólicos más fecundos de la cultura humana haya despertado tan poca curiosidad en los economistas?

«El encuentro entre Biblia y economía es efectivamente tardío. En los años 30 Emanuele Sella escribió un libro, que no tuvo mucho éxito, titulado La doctrina de los tres principios, donde teorizaba una especie de trinidad de la economía. Aparte de esto, si somos sinceros, no hay mucho más».

¿Temor reverencial o simple desinterés?

«Por desgracia la cultura económica de los teólogos es tan escasa como la cultura teológica de los economistas. Así ha sido desde los albores de la economía moderna. En el siglo XVIII el abad Genovesi y el mismo Adam Smith hicieron alguna reflexión al respecto. En el siglo XIX, más que nada la curiosidad de Kierkegaard exploró un potencial acercamiento. Y llegamos al siglo XX con una disciplina económica tan matematizada que ha educado generaciones enteras de especialistas sin ninguna preparación para encarar el lenguaje bíblico».

En los manuales habrá al menos una metáfora…

«Recuerdo el “Dilema del buen samaritano” que se remonta a los años 70 (sostiene que la beneficencia desincentiva la búsqueda del sustento por parte de los individuos, ndr). Y después algo más reciente en los años 90. Pero no puede considerarse satisfactorio».

¿Usted, como economista, cuándo se ha encontrado con la Biblia?

«También en mi caso ha sido un encuentro tardío. Hace 25 años, cuando comenzaba, el tema me atrajo, pero encontré trabajos tan poco rigurosos que se me quitó el deseo de hacer algo serio. Para entendernos: la única cita veterotestamentaria recurrente era la de los “siete años de vacas flacas y gordas”. Y algunas figuras del Nuevo Testamento, descontextualizadas además, sin conocimiento. En cambio sí que había relación, y de gran densidad, con la filosofía, la literatura y la poesía. Me sentía fascinado por las reflexiones de Salvatore Natoli y los libros de Erri De Luca. Entonces hablé con el director de “Avvenire”, Marco Tarquinio, quien me propuso que intentara tender un puente entre los dos mundos en el periódico. Con una perspectiva de largo plazo. Así es como comenzó esta aventura».

Empezando por el principio.

«Por el Génesis y el Éxodo. Releer la Biblia como economista se ha convertido en uno de los trabajos de investigación que me ha producido más satisfacción profesional. Las reflexiones publicadas semanalmente en Avvenire se han convertido en libros que se han traducido al español, al inglés y ahora también al francés. TV 2000 ha emitido un ciclo de 8 capítulos titulado “¡Bendita economía!”, donde hemos podido hablar de este tema con protagonistas de la economía, el sindicato y las finanzas».

¿Qué reto se encuentra a la base de este recorrido intelectual?

«Aplicar el mismo rigor del economista al texto bíblico. El mismo enfoque científico. Naturalmente hay una diferencia de fondo entre mi trabajo y el de un biblista: yo no tengo las mismas competencias exegéticas. Pero las preguntas son diferentes. Puesto que la Biblia es un libro vivo, a preguntas distintas les corresponden respuestas distintas. Las respuestas sobre la economía son nuevas y permiten explorar una perspectiva teórica inédita, capaz de conjugar mercado y justicia, beneficio y bien común, ocupación y solidaridad».

La comparación entre la Fenomenología de la religión y la Economía está a la base del sistema económico contemporáneo o al menos del capitalismo clásico, según el conocido análisis de Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

«Hay que entender la mentalidad religiosa calvinista como una pre-condición para el desarrollo del la mentalidad capitalista. Afortunadamente la Biblia, que como decíamos es un texto vivo, no es ideología y por tanto no es un dogma, puesto que es intrínsecamente pluralista. Ciertamente, también hay linfa para la lectura sociológica weberiana, que ve en el trabajo el instrumento para conquistar la salvación y pagar la deuda. Con el sacrificio compro un crédito, un débito para Dios, que por consiguieente me premiará. Acerca de nuestro inevitable destino de endeudamiento colectivo e individual Giorgio Agamben ha escrito páginas fundamentales».

El capitalismo como religión es también el título de uno de los más interesantes escritos póstumos de Benjamin, para quien el capitalismo no representa solo, como para Weber, una secularización de la fe protestante, sino que es en sí mismo un fenómeno religioso.

«Dentro de la Biblia hay lecturas sociológicas, económicas y político-económicas profundamente distintas, que estoy intentando sacar a la luz. Job y Qohélet, cuando se les “pregunta” sobre hechos económicos, responden con una lógica distinta a la weberiana. Una lógica no comercial, no deudora. Las categorías económicas son las de la misericordia y el amor. Las del don. Sin este tipo de respuestas, por ejemplo, no lograremos entender la idea del retorno contemporáneo a la pobreza. Corremos el peligro de no darnos cuenta de que está prevaleciendo la idea de que el pobre es culpable de serlo. Cada hay vez más teólogos y cristianos que en nombre del evangelio, muchas veces incluso de buena fe, contribuyen a culpabilizar a los pobres por su pobreza, a veces en nombre de la meritocracia, siguiendo una tradición de pensamiento norteamericana y desconociendo por el contrario el gran humanismo de la Biblia. Como sostenía Karl Smith, todas las ideas políticas tienen una base teológica. Lo mismo puede decirse de la economía. Cuando se desprecia la pobreza, se vuelve a las teologías económicas de la antigüedad, contra las que lucharon con todas sus fuerzas Job y Jesús».

Ahora se está desarrollando con fuerza un pensamiento económico basado en el paradigma de la sostenibilidad. Un enfoque teórico que incluye instrumentos econométricos de evaluación del impacto medioambiental y social. ¿Qué contribución puede dar la Biblia en este campo?

«La Biblia propone el gran tema de la alianza. En la economía clásica teníamos tres pilares fundamentales: tierra, capital y trabajo. Con la revolución industrial comenzó el eclipse de la tierra y se hizo hegemónica la combinación capital-trabajo, desde un perspectiva cada vez más cuantitativa y matematizadora. El pensamiento bíblico recuerda el lazo indisoluble con la creación y vuelve a proponer la tierra dentro de una relación. Si acudimos al Génesis, el arco iris de Noé es el primer símbolo arquetípico de la alianza fundamental hombre-naturaleza en una actitud no depredadora».

Otra idea que pueda aportar la Economía Bíblica al el debate contemporáneo?

«El tema de los cuidados, una tendencia opuesta a la de delegar en las máquinas y en lo virtual la relación con los demás y con la realidad misma. La Biblia propone con fuerza el nudo de la corporeidad en la época de la desmaterialización, también de las relaciones económicas, además de en términos antropológicos. Vivimos en un periodo de fuerte ambivalencia, donde el otro nos fascina pero al mismo tiempo nos da miedo. Por eso nos relacionamos con él, muchas veces, solo gracias a la cercanía virtual. El humanismo bíblico nos recuerda que el hombre es cuerpo y para entrar verdaderamente en relación, como exige el hecho de cuidar de alguien, no se puede prescindir del cuerpo.

 

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Publicado en Avvenire el 13/01/2017

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Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 12/12/2017

Democrazia economica ridEl mercado es uno, pero mercados hay muchos. Cuando hablamos y debatimos seriamente acerca del mercado y del estado – polos de un debate que vuelve a la actualidad aunque a veces usando lentes de antiguo foco – antes deberíamos especificar de qué mercado y de qué estado estamos hablando. Pues solamente el Mercado con mayúscula, creación irreal y abstracta de las ideologías, es uno solo. Pero si queremos entender qué está ocurriendo en la economía mundial y en la de nuestros países, para intentar mejorarla, debemos salir fuera del mundo encantado de los mercados y los estados irreales.

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Estado y Mercado son categorías típicas de las ideologías del siglo XX, que inventaron un Estado y un Mercado que nadie ha conocido nunca de verdad, y después los pusieron en contraposición. Sin embargo, las personas que trabajaban y trabajan en las empresas de verdad, los empresarios con nombre y apellidos, las personas que gestionan instituciones políticas, nunca se han encontrado con el “Estado” ni con el “Mercado”, sino con cosas que son muy distintas porque son reales. Se han encontrado y conocen normas regionales, leyes estatales, funcionarios europeos, sindicatos, aduanas… Con estas realidades han tenido que luchar, dialogar y vivir.

Las personas que ven y viven el mundo concreto y real saben muy bien que algunas instituciones y algunos mercados son buenos, otros son menos buenos y otros son pésimos. Saben que algunos son buenos para unos y otros lo son para otros, y que pocos son buenos para todos. Saben muy bien que hay mercados muy eficientes que gozan de buena salud pero están empobreciendo el país y la democracia. El Mercado, por ejemplo, no reduce el juego de azar ni el armamento. Los potencia y los aumenta. Si la sociedad civil quisiera reducir estos bienes demeritorios no debería recurrir al Mercado. Una sociedad civil madura no piensa que “privatizar” sea sinónimo de democracia y civilización. En el caso concreto del juego de azar, hemos dejado su gestión en manos privadas y los desastrosos resultados están a la vista de todo aquel que quiera verlos.

Estas cosas las saben perfectamente las personas que habitan los mercados cada día. Personas, intelectuales, trabajadores, que tratan de discernir “los espíritus del mercado”, criticando algunos de ellos y alentando otros. Personas a las que los teóricos del Mercado con mayúscula consideran anti-sistema, poco liberales e incluso “populistas”. Como todas las ideologías, también la del Mercado tiene sus sacerdotes, sus guardianes del templo y de los dogmas y sus excomuniones.

Si miramos con atención lo que ocurre de verdad en las modernas democracias de mercado que tanto evocan los amantes del Mercado, encontraremos un elemento común. El mercado funciona cuando va acompañado de instituciones fuertes. Y dentro de ellas, las instituciones públicas estatales desempeñan un papel crucial. No es casual que los editoriales que estos días dicen que vuelve el coco del «estatalismo» en contra del Mercado, estén repletos de citas y comentarios de leyes producidas por el propio Estado.

Los mercados y las democracias que funcionan son fruto de la cooperación y la alianza entre instituciones políticas, sociales, culturales, económicas y universitarias. El conjunto que emerge de estas alianzas es demasiado complejo como para explicarlo simplemente mediante los dos ejes del Estado y el Mercado. Si nos gustan los buenos frutos de civilización y queremos obtenerlos de los mercados civiles, de lo que Carlo Cattaneo llamaba «competencia civil», debemos concebir y hacer realidad instituciones públicas buenas y eficientes que funcionen, sirvan a los mercados y se encarguen de los bienes comunes que el mercado no sabe producir.

No hay otro camino. Aquellos que se obstinan en pensar por una parte el Mercado como lugar ideal de la justicia, el mérito, la eficiencia y la libertad, y por otra parte el Estado como icono de la corrupción, la ineficiencia y el oscurantismo, en realidad están olvidando que los mercados reales están llenos de instituciones económicas que no son menos ineficientes que las instituciones políticas y públicas (no olvidemos cómo y por qué estalló la crisis financiera de 2007). Muchas instituciones públicas son mucho más eficientes que las económicas, porque la frontera entre lo civil y lo incivil pasa tanto por las instituciones como por los mercados reales.

Si hoy queremos imaginar un futuro civil y económico distinto para las zonas más deprimidas de nuestro país, deberíamos pensar en una nueva alianza entre empresas, bancos, “mercados”, instituciones, política y sociedad civil. Fuera de esta cooperación global solo hay ideologías abstractas y dañinas. El siglo XX nos ha mostrado en todos los países que la cultura política y la cultura económica son expresiones de la misma cultura. En América y en Europa no ha habido nunca periodos históricos caracterizados por una política corrupta y unos mercados eficientes, y viceversa.

En cambio, siempre hemos visto lo mismo: las épocas de buena política han ido acompañadas de buena economía y de buenas finanzas. En las etapas de cultura incivil, decadente y corrupta, hemos tenido instituciones políticas corruptas y empresas y bancos ineficientes y corruptos. El ciclo económico no es inverso al ciclo político, sencillamente es la otra cara de la misma medalla. Las democracias funcionan cuando los mercados ven a las instituciones como aliadas, en un juego que es al mismo tiempo competitivo y cooperativo. Y entran en declive cuando hacen lo contrario. Hoy necesitamos menos ideología y más «competencia civil».

 

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Editorial – Estado y mercado: viejos tics, nuevos retos

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 12/12/2017

Democrazia economica ridEl mercado es uno, pero mercados hay muchos. Cuando hablamos y debatimos seriamente acerca del mercado y del estado – polos de un debate que vuelve a la actualidad aunque a veces usando lentes de antiguo foco – antes deberíamos especificar de qué mercado y de qué estado estamos hablando. Pues solamente el Mercado con mayúscula, creación irreal y abstracta de las ideologías, es uno solo. Pero si queremos entender qué está ocurriendo en la economía mundial y en la de nuestros países, para intentar mejorarla, debemos salir fuera del mundo encantado de los mercados y los estados irreales.

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Que no vuelvan los ideólogos

Que no vuelvan los ideólogos

Editorial – Estado y mercado: viejos tics, nuevos retos Luigino Bruni Publicado en Avvenire el 12/12/2017 El mercado es uno, pero mercados hay muchos. Cuando hablamos y debatimos seriamente acerca del mercado y del estado – polos de un debate que vuelve a la actualidad aunque a veces usa...
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AGORÁ – Debido a su alianza con la técnica, al capitalismo de hoy le gusta presentarse como una civilización laica y post-ideológica. Sin embargo tiene raíces religiosas… Diálogo entre el economista Luigino Bruni y el teólogo anglicano.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 29/11/2017

John Milbank rid«El capitalismo es una religión… En el futuro lo veremos con más claridad», escribía en 1922 el filósofo Walter Benjamin. Sus palabras pueden considerarse proféticas, pues hoy más que nunca el capitalismo de las finanzas y el consumo “24 horas 7 días a la semana” está revelando su naturaleza religiosa o, mejor dicho, idolátrica. Una idea tan relevante como infravalorada por los pensadores de nuestro tiempo. Aunque este no es el caso de John Milbank, anglicano, uno de los teólogos contemporáneos más profundos e influyentes. En noviembre de 2017 ha visitado la Universidad Lumsa de Roma para participar en el congreso internacional “La herencia de Martin Lutero en las modernas ciencias económicas y sociales”.

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Entremos directamente en materia. ¿En su opinión, el capitalismo del siglo XXI es más o menos “religioso” que el primer capitalismo de los pasados siglos? Si vemos lo que está ocurriendo en nuestra sociedad, nos damos cuenta de que se presenta como algo enteramente secular y sin embargo parece tener raíces religiosas. Aunque al capitalismo de hoy, debido a su alianza con la técnica, le gusta presentarse como uno de los lugares de mayor racionalidad, como una civilización totalmente laica y post-ideológica.

«Es una pregunta interesante. El capitalismo que tenemos hoy es un capitalismo extremo, en el sentido de que está dominado cada vez más por las finanzas y la deuda, aunque se puede sostener que estos factores ya estaban en el capitalismo desde siempre. Por otro lado, la mercantilización se ha extendido: el conocimiento, por ejemplo, se ha mercantilizado en forma de información. La economía de la información, la reproducción, que siempre ha sido increíblemente importante para la tecnología capitalista, ha aumentado exponencialmente. Hoy es posible reproducir las cosas con un coste muy bajo y eso facilita que se compartan con mayor facilidad. Por tanto no se trata solo de una cuestión de compra y venta de información, sino que, de algún modo, la información se presenta como gratuita, como un bien libre. Los monopolios de la distribución de la información, como Google y Amazon, utilizan la información que reciben gratuitamente para obtener beneficios y comercializarla a un nivel completamente distinto y tremendamente invasivo. Pienso que estas mismas tendencias alimentan la fusión de los poderes de mercado con los poderes políticos, de los propietarios con los gobernantes, para construir una oligarquía internacional cada vez más rica y alejada de la gente»

¿Considera que es esencial para el capitalismo una visión antropológica negativa y pesimista, como la calvinista-agustiniana, según la conocida tesis de Max Weber? Muchas veces se quiere ver un optimismo antropológico en Adam Smith, quien, a diferencia del pesimismo de Hobbes, fundó el capitalismo sobre la simpatía y los sentimientos morales. A mí, en cambio, me parece que detrás de la visión del mercado de Smith, basada en la “mano invisible”, hay un profundo pesimismo: puesto que no podemos garantizar las virtudes debemos conformarnos con los intereses…

«Parece que existen buenos argumentos para afirmar que determinados factores religiosos, tanto protestantes como católicos, han alentado el capitalismo, sobre todo al principio. En particular, el capitalismo se desarrolló a partir de unas teologías que tenían una visión muy triste de la naturaleza humana. Tendían a sostener la idea de que la economía podía estar gobernada por principios amorales, y que una economía basada en principios amorales era el modo que tenía Dios para mantener el orden en un mundo pecaminoso. Además, veían el ejercicio de la bondad natural como algo cada vez más irrelevante para la salvación humana. Así pues, estas teologías, que alientan un proceso amoral y la idea de que la naturaleza y nuestra vida en este mundo no son relevantes en términos religiosos, conducen a la secularización. Las personas se olvidan de los preceptos de Dios y la sociedad, la economía y la política se hacen independientes y heredan este sentido de autorregulación amoral.

Por tanto la pregunta interesante es: ¿la religión, por este camino, simplemente queda atrás, de lado, olvidada? Hoy hay pruebas de que no es eso lo que está ocurriendo. Hay un retorno del Evangelio, también en varias sectas. En los países en vías de desarrollo vemos personas que se convierten a formas de cristianismo protestante y pentecostal. En los Estados Unidos, el país capitalista más avanzado, el cristianismo está muy vivo y hay muchos protestantes (y algunos católicos) que hacen una apología teológica del capitalismo, viéndolo como la más alta realización del cristianismo. Si existe un lazo entre teología y capitalismo – y existe – cada vez es más probable que con el avance del capitalismo extremo se produzca un retorno de las religiones. Esto es una paradoja que nos dice que la legitimación puramente secular de la economía capitalista es una operación muy débil».

¿Qué cuestiones le parecen más relevantes en la relación entre economía y religión hoy, o, más concretamente, en la relación entre economía y teología? ¿Qué cuestiones considera que son verdaderamente cruciales para la calidad de nuestra democracia hoy? ¿Solo debemos preocuparnos por el terrorismo de matriz islámica?

«La cuestión central es la posibilidad teológica de una adecuada legitimación secular del capitalismo. Hay personas que consideran que el proceso de crecimiento del capitalismo es un acontecimiento providencial, y tratan de buscar explicaciones cuentas cuasi-teológicas a la consolidación y crecimiento del capitalismo. Algunos piensan que el capitalismo es la forma que más en consonancia está con el desarrollo de la naturaleza humana, del hombre tal y como es. Relacionan el capitalismo con la libertad humana y ven la libertad humana como sagrada. Esto ocurre hoy sobre todo en América y en la raíz hay una antropología más bien negativa. La cuestión que se plantea es si los fundamentos antropológicos del capitalismo tienen una necesidad esencial de una antropología negativa [protestante, jansenista y agustiniana] y en qué se convertiría el capitalismo si lo pensáramos a partir de una visión de la naturaleza humana menos lúgubre, si partiéramos de la “libertad para” en lugar de la “libertad de”. Libertad para descubrir la verdad, libertad para desarrollar por nosotros mismos una vida humana buena».

¿Cómo ve usted la relación entre el desencanto del mundo y el capitalismo?

«Pienso que, en el fondo, la cuestión es si el capitalismo está intrínsecamente ligado con el desencanto del mundo y la secularización. Sería irónico que ese desencanto del mundo estuviera alentado por determinada teología, que lo ve simplemente como un instrumento de Dios. Una teología que piensa que el mundo es como es porque Dios lo ha hecho arbitrariamente así y lo dirige según ciertos procesos mecánicos, pero en sí mismo el mundo carece de significado simbólico. Entonces, si la realidad es completamente desencantada, todo puede reducirse a mercancía. Nada es sagrado, todo puede ser circunscrito, alterado, comprado y vendido. Se puede hacer lo que se quiera con cualquier cosa. Las únicas restricciones, la única forma de controlar esta anarquía, es el orden de los mercados. Pero después, una vez que el desencanto se ha hecho completamente laico y nos hemos olvidado de la teología subyacente, es casi inevitable que la gente descubra en cosas como los movimientos ecologistas y new age que el mundo es fuente de encanto. La gente desea atribuir cierta sacralidad a algunas cosas. Hay cosas que tienen un valor más allá de su precio de mercado o de su contribución a la satisfacción de necesidades privadas. Las personas comienzan a descubrir por sí solas el efecto intrínseco de la sacralidad y como resultado se obtiene una especie de paganismo».

Esta era exactamente la condición en que se encontraban las civilizaciones y las religiones anteriores a la aparición de la religión judeo-cristiana.

«Corremos el peligro de perder el trabajo realizado por la Biblia, la sacralidad única de la persona humana. El resultado es que varias ideologías quieren subordinar al hombre a la tierra, como cualquier otro tipo de animal, y eso conduce a un “revival” de laicidad pagana. Pienso que, en cierto sentido, el desafío está en recuperar lo que yo llamaría, en sentido más amplio, “equilibrio católico”, que no considera al mundo sagrado de por sí, pero sí sacramental con una jerarquía tal dentro de la naturaleza que valora todas las formas de vida. Por supuesto la vida humana, pero al mismo tiempo también otras formas de vida distintas de la humana, porque sin ellas no tendríamos una existencia plena y al final acabaríamos quitando valor a la vida humana misma».

¿Qué diferencias hay entre una visión “sacramental” del mundo y el mercado de nuestro tiempo, que se le quiere parecer cuando “sacraliza” las cosas y las mercancías?

«Una parte del capitalismo es un espectáculo. No solo mercantiliza las cosas, sino que las transforma en espectáculo y estas se convierten en realidades casi icónicas. En lugar de estar rodeados de estatuas de santos y héroes, estamos rodeados de imágenes de cosas y personas a la moda. Estas imágenes en realidad no nos presentan nada superior a nosotros y tampoco representan algo a lo que podamos aspirar. De hecho, nos sitúan ante una derrota continua, porque, para hacernos desear más, nos presentan siempre lo inalcanzable y no un objetivo deseable o algo que pueda mejorar la calidad real de nuestra vida humana. No son símbolos de esperanza como la estatua del héroe o del santo. Una vez que se ha comprendido todo esto  - la forma en que el capitalismo calcula y desacraliza, la forma en que produce imitaciones casi sagradas – las personas que tienen un sentido religioso deberían preguntar: “¿Es posible una crítica puramente secular al orden capitalista?” Este es un punto muy débil de la crítica al capitalismo desde la izquierda secular de nuestro tiempo. Porque si todo es solo material, si todo es desencantado, entonces el capitalismo será siempre la forma más avanzada de modernidad emancipada. Este es el problema».

Max Weber y Amintore Fanfani, pero también Karl Marx, nos decían que el capitalismo nace de un espíritu. ¿Usted piensa que es posible concebir hoy un capitalismo sin espíritu, un capitalismo que no tenga ninguna dimensión religiosa? ¿Puede sostenerse un capitalismo vaciado de cualquier espíritu y reducido a pura materia?

«Los procesos del capitalismo y el espíritu del capitalismo son lo mismo. Por eso Marx hablaba del fetichismo de las mercancías, el capitalismo no es solo una economía sino una cuasi-religión. No se trata solo de explotar el trabajo, sino intrínsecamente de explotar el deseo de las personas, aunque en esta dimensión Marx no se detuvo demasiado. El beneficio deriva no solo de no pagar lo justo a las personas, sino también de aplicar un sobreprecio puesto que las personas desean continuamente bienes que superan sus necesidades. La manipulación del deseo y la atracción tanto por la acumulación como por la fascinación es un elemento cuasi-religioso. El capitalismo, en este sentido, sigue siendo una cuestión de espíritu».

 

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Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 29/11/2017

John Milbank rid«El capitalismo es una religión… En el futuro lo veremos con más claridad», escribía en 1922 el filósofo Walter Benjamin. Sus palabras pueden considerarse proféticas, pues hoy más que nunca el capitalismo de las finanzas y el consumo “24 horas 7 días a la semana” está revelando su naturaleza religiosa o, mejor dicho, idolátrica. Una idea tan relevante como infravalorada por los pensadores de nuestro tiempo. Aunque este no es el caso de John Milbank, anglicano, uno de los teólogos contemporáneos más profundos e influyentes. En noviembre de 2017 ha visitado la Universidad Lumsa de Roma para participar en el congreso internacional “La herencia de Martin Lutero en las modernas ciencias económicas y sociales”.

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Milbank y el capitalismo «cuasi-sagrado»

Milbank y el capitalismo «cuasi-sagrado»

AGORÁ – Debido a su alianza con la técnica, al capitalismo de hoy le gusta presentarse como una civilización laica y post-ideológica. Sin embargo tiene raíces religiosas… Diálogo entre el economista Luigino Bruni y el teólogo anglicano. L...
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El trabajo no puede acabarse ni reducirse, porque es amor y cooperación. Cuando trabajamos, nuestra inteligencia se acentúa. Y seguiremos basando nuestra democracia en el trabajo.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 19/10/2017

Lavoro di domani Avvenire ridÈsbozar escenarios sombríos acerca del trabajo de mañana se ha convertido en algo muy común. Es urgente hablar de ellos y, si es posible, enriquecerlos y rectificarlos, porque hoy el trabajo necesita sobre todo miradas generosas y palabras realistas pero llenas de esperanza. Muchos sociólogos, filósofos, periodistas y futurólogos nos siguen repitiendo que cada vez habrá menos trabajo y que en la era de Internet y de la inteligencia artificial debemos resignarnos a dejar fuera del trabajo más o menos a la mitad de las personas en edad de trabajar. Las máquinas trabajarán por nosotros y nosotros sencillamente nos dedicaremos a otras cosas y sobreviviremos gracias a la gran productividad de los robots, que nos permitirá a todos recibir una cantidad de dinero suficiente para vivir. Los más hábiles y mejor formados trabajarán en sinergia con los ordenadores y harán que el sistema económico funcione perfectamente, de una forma tan perfecta que ya no nos necesitará.

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En el fondo, añade alguien, en civilizaciones pasadas los trabajadores de verdad no eran muchos: la mayor parte de la población estaba formada por cortesanos, nobles, monjes y religiosos, mendigos, enfermos, siervos, esclavos o mujeres que no estaban en el “mercado de trabajo” (aunque siempre hayan trabajado más que los demás).

Otros escenarios más positivos imaginan – aunque siempre dentro de un cuadro en el que el trabajo escasea – que deberíamos redistribuir el trabajo que queda, trabajando menos para trabajar todos. La semana laboral se reduciría a 15 horas o 20 como máximo.

El trabajo como actividad predominante de las personas adultas sería una fase histórica con una duración de un siglo y medio, más o menos, en Occidente. Pronto volveríamos a la situación que ha caracterizado a la humanidad durante milenios: una excepción, un paréntesis, una anomalía.

Si este paisaje fuera el único o siquiera el más probable, deberíamos estar verdaderamente muy preocupados. Pero, gracias a Dios, en el horizonte hay colores menos tenebrosos, que permiten pensar y esperar que el tiempo de mañana sea bueno.

En primer lugar, deberíamos entender un poco mejor en qué se ha convertido el trabajo en este siglo y medio distinto en la trayectoria de Occidente. El trabajo, tal y como lo conocemos hoy, no es fruto de una evolución gradual en siglos pasados. No, el trabajo moderno es sobre todo una invención, una inmensa innovación a partir de una conjunción astral de muchos elementos: el humanismo, el catolicismo social, la reforma protestante, el movimiento socialista, la cooperación, los movimientos sindicales, las heridas de los fascismos y de las guerras. Gracias a todo eso, en ese breve lapso de tiempo, el trabajo ha producido la mayor cooperación que la aventura humana haya construido nunca en su larga historia. Trabajando y llenando el mundo del trabajo de derechos y deberes, hemos ido creando una red cada vez más amplia, hasta cubrir casi todo el mundo. Los productos y servicios que pueblan nuestra vida son fruto de una cooperación de millones y millones de personas. Para que yo pueda escribir y vosotros leer este artículo, es necesaria la cooperación de decenas de miles de personas, o tal vez más. La redacción del periódico, la tipografía, el almacén, los aviones y trenes que transportan los ejemplares, toda la red de distribución, la energía eléctrica, la red de Internet, la industria del papel… No es una cooperación romántica. A veces trabajar resulta duro, muy duro. La muerte llega también en el trabajo, entre otras cosas porque el trabajo es tan serio y tremendo como la vida.

La democracia es también una inmensa, implícita, fuerte y capilar acción conjunta, que multiplica las oportunidades y la biodiversidad económica y civil de la tierra. El mercado es esta gran cooperación, incluso cuando adquiere forma de competencia. También cooperamos compitiendo de forma correcta y leal en los mercados: uno de los errores teóricos y prácticos más graves consiste en contraponer competencia y cooperación.

Aprendiendo a trabajar y a trabajar con otros, hemos orientado nuestras energías y nuestra creatividad de forma que pudieran florecer plenamente, para llegar y servir a una cantidad cada vez mayor de personas. Tenemos muchas formas de expresar nuestra inteligencia, creatividad y amor; pero cuando trabajamos nuestra inteligencia-creatividad-amor se eleva, se sublima. Se convierte en algo maravilloso.

Mozart hizo muchas cosas en su vida, pero cuando componía Mozart era de verdad Mozart. Mi amigo Vittorio hacía muchas cosas, con distinta calidad, pero cuando reparaba el coche era de verdad Vittorio. Yo aprendí a conocerle cuando empecé a verle trabajar, porque cuando trabajaba, sudando y con los dedos negros, su personalidad florecía y se desvelaba su alma más verdadera. Trabajar es también una forma adulta de amar, una forma seria y verdadera de contribuir a nuestro bien y al bien de los demás. Si un día alguien volviera del pasado y me pidiera: “muéstrame en un par de horas lo mejor que habéis hecho los humanos en estos siglos”, no le llevaría a un museo ni a una iglesia; le llevaría conmigo a una empresa, a una fábrica, donde la gente está realizando una gran acción colectiva generativa (y después al despedirle le leería una poesía que no conozca: el arte es una forma elevada de trabajo). Hemos derrotado mil enfermedades, hemos llegado hasta Marte, sencillamente trabajando y trabajando mucho. Si mañana logramos derrotar otras mil enfermedades, erradicar el hambre, dar estudios a todos los niños y jóvenes de la tierra, lo haremos únicamente trabajando, trabajando mucho, trabajando mejor, trabajando juntos.

Los seres humanos no sabemos hacer nada mejor bajo el sol. Si tuviéramos que dejar de trabajar o tuviéramos que trabajar demasiado poco, el verdadero peligro estaría en que orientáramos nuestras energías hacia actividades menos apasionantes, serias, responsables, difíciles y desafiantes que el trabajo. Tal vez, volveríamos a ejercitarnos demasiado en el arte de la guerra.

No es cierto que el trabajo se vaya a acabar. Quienes lo dicen infravaloran la inteligencia, la creatividad y el amor de las mujeres y de los hombres. Haremos trabajos distintos, muchos más servicios y menos cadenas de montaje, pero seguiremos trabajando, cooperando y queriéndonos trabajando. Y mañana bendeciremos la tecnología que nos liberado de trabajos poco interesantes para poder realizar otros mejores. Hemos sido capaces de producir máquinas y robots tan inteligentes que pueden (casi) prescindir de nosotros, porque hemos trabajado mucho, juntos, y hemos puesto en el trabajo nuestra mejor inteligencia. Mientras haya alguien que invente algo para satisfacer las necesidades de otro, mientras creemos ocasiones siempre nuevas de mutuo provecho, el trabajo no terminará. Y nuestra verdadera riqueza de las naciones seguirá siendo la suma de las relaciones mutuamente provechosas que logremos imaginar y después realizar. Mientras nos veamos unos a otros como portadores de necesidades y deseos aún no expresados y utilicemos nuestra maravillosa inteligencia y nuestro amor creativo, habrá trabajo. Para muchos, quizá para todos.

Trabajaremos de otro modo, pero seguiremos trabajando. No tenemos nada mejor que hacer.

Seguiremos fundando nuestra sociedad y nuestra democracia en el trabajo.

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Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 19/10/2017

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El trabajo de mañana será bueno

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