Contraeconomía

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ContrEconomía/10 – Rezaron, con lágrimas y besos y manos, oraciones silenciosas y hermosas. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 07/05/2023

"Donde está el amor de Dios, aunque embrionario, tosco, oscurecido, subterráneo y no a la vista de todos, allí está, aunque herido, el corazón del hombre; y hay que pensar que Dios está allí, y por tanto la piedad."

Giuseppe De Luca, Introduzione all’archivio italiano della storia della pietà, p. XXI

Termina hoy, con la gran subversión de la piedad popular, el recorrido de Contra Economía. Y termina también esta tercera página dominical.

Las metáforas teológicas son indispensables y peligrosas. En estas últimas semanas, muchos lectores y algunos teólogos han reafirmado, frente a mis críticas, la necesidad de la metáfora económico-comercial para comprender la revelación cristiana. Pues la encontramos en el Nuevo Testamento y San Pablo también la usa. 

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De hecho, en la Primera Carta a los Corintios encontramos incluso la palabra precio: "Habéis sido comprados a un precio alto" (7:23). Una frase, por cierto, muy querida y “apreciada” por el teólogo Dietrich Bonhoeffer, que contraponía la salvación "a precio alto" a la salvación "barata". Pero en las cartas de Pablo encontramos otras metáforas, entre ellas esta deportiva: "¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, pero sólo uno gana el premio?... Yo, por eso, no corro sin una meta; y boxeo, pero no como quien golpea al aire" (1 Cor 9, 24-26). Sin embargo, a nadie que lea estas imágenes deportivas se le ha ocurrido pensar que el boxeo o la carrera sean esenciales y necesarias para explicar la teología de Pablo. Tampoco ningún teólogo ha pensado (todavía) en describir la vida cristiana o la Iglesia como una carrera de atletismo o un combate de boxeo donde "sólo uno gana el premio". En cambio, se han hecho usos parciales de la metáfora deportiva sin ir hasta el fondo. Pero, sorprendentemente, lo que no se hizo con el deporte se sigue haciendo con la economía, que es mucho más popular entre los teólogos que entre los economistas. Algunos teólogos se han enamorado tanto de la economía que no sólo la utilizan en un sentido genérico y parcial; la usan integralmente e imaginan "la economía de la salvación" como un intercambio de equivalentes, como un verdadero contrato comercial - Jesús pagó el precio, su sangre, para comprar al Padre la salvación. Las metáforas bíblicas, en cambio, son el amanecer del discurso, su comienzo. La otra mitad debe quedar sin decir, para no quedar aprisionada por el lenguaje: sólo las metáforas parciales son buenas, porque, al ser incompletas, dejan un espacio libre entre el misterio de Dios y nuestras ideas teológicas. Las metáforas explotadas al máximo devoran el misterio que quisieran desvelar.

En las últimas semanas encontramos, aquí y allá, el tema de la piedad popular. Como ha escrito don Giuseppe de Luca, que hizo las páginas más hermosas sobre la piedad, "en la vida cristiana la pietas así concebida coincide, no tanto con la ascética ni con la mística, no tanto con la devoción o las devociones, sino con la "Caritas"" (Introducción al Archivo italiano de Historia de la piedad, p. XIII). La piedad sería, pues, una cuestión de amor, de ágape. Y así fue, quizá la más grande.

Sin el inmenso movimiento de piedad, por ejemplo, no habríamos desarrollado en los países católicos la infinidad de obras sociales, los hospitales y las escuelas: 'Mientras los grandes colegios educaban a la nobleza y a la burguesía acomodada, las escuelas populares, desde Calasanz a De la Salle, se ocupaban del pueblo común. Conjuntamente surgieron las obras de asistencia "de fonte pietatis" (Introducción, p. LXI). Los besos y los abrazos a las estatuas de las iglesias se convirtieron en abrazos a hombres y mujeres de carne y hueso. Aunque todos los grandes procesos, como señala De Luca, producen sus efectos no deseados: "Indigentes, huérfanos, enfermos, inválidos, a partir del siglo XVII multiplicaron las ocupaciones que llegaban en ayuda, hasta el punto de hacernos sospechar si la caridad, tanta caridad, no terminaría aplastando en el corazón de los hombres el concepto de justicia, al que siempre le dieron poca cabida. Gusta mucho más ser generoso que ser justo" (Ibid). En la Europa moderna tuvimos distintas visiones de las razones para ayudar a los pobres. Por un lado, hay pastores, santos y benefactores que dieron vida a instituciones de asistencia con el objetivo de que los que estaban en la indigencia pudieran pronto salir de ella. Por otro lado, hay unos, mencionados por De Luca, que estaban menos preocupados por la pobreza y vivían la ayuda a los pobres como una buena obra para la salvación de los ricos: "Dios podía haber hecho ricos a todos los hombres, pero quiso a los pobres para que los ricos tuvieran la ocasión de redimir sus pecados" ("La vita di Sant'Eligio", citado en B. Geremek La pietà e la forca. Storia della miseria e della carità in Europa, 1986, p. 9). Una idea, ésta, que ha llegado hasta la modernidad católica: 'Los pobres se salvarán sufriendo con paciencia su pobreza y pidiendo con paciencia ayuda a los ricos. Los ricos descubrirán cómo redimir sus pecados llevando compasión a los pobres... Para los ricos es un deber indispensable dar limosna a los pobres porque de ello depende su salvación" (Sermones del Cura de Ars, Vol. 1, p. 77). Esta visión de la piedad tiende, con buena fe, a perpetuar la división entre ricos y pobres.

La otra idea de ayuda a los pobres era la de las casas de empeño de los franciscanos, llamadas, no casualmente, Monti di Pietà. En la época de la Contrarreforma, los Montes de Piedad también experimentaron un declive. Ya no estuvieron ligados al mundo franciscano, y los frailes permanecieron como capellanes. A partir del siglo XVII, los Montes se extinguieron, y los que sobrevivieron se transformaron en casas de empeño con funciones residuales o asistenciales (agradezco al hermano Felice Autieri por esta información).

La piedad popular fue algo mucho más grande que estas cosas ya grandes. Más grande porque era algo pequeño, minúsculo. Los libros de piedad, escritos por obispos y teólogos, hablaban de una idea de Dios distante, severo, preocupado por establecer el tribunal del juicio final. Los catecismos populares enseñaban que el "fin del hombre" era "servir a Dios", con vistas a la salvación futura (Ejercicios espirituales para monjas, Il Buon Pastore, Lodi, 1911, p. 20). Del fin del hombre derivó el "fin de la mujer": "Dios creó a la mujer para consolar a Adán" (p. 28). Para las monjas, al no tener un Adán, la finalidad tuvo que evolucionar, y se convirtió en "salvar las almas de los demás", en particular (en ese Instituto) a las jovencitas: "¿Qué finalidad tuvo Dios al crear tantas pobres niñas? Procurarles el Paraíso" (p. 43). La religión se transformó en inhumanismo, donde el amor a Dios generaba una aversión por las cosas humanas creadas.

En esta religión orientada a "las cosas de arriba", la piedad popular se volvió un inmenso ejercicio colectivo de subversión, una forma de salvación para "las cosas de aquí abajo". Fue, a su modo, un maravilloso himno a la vida. Aquellas estatuas con el estupendo rostro de María y de Jesús, aquellas imágenes de santos y santas que se parecían mucho a ellas y a sus hijos e hijas, aquellas iglesias barrocas pobladas de ángeles-niños y de una infinidad de Jesús-niño más numerosos que los crucifijos, fueron los verdaderos protagonistas de la otra religión de la gente, fueron la cara distinta y buena de Dios -la piedad fue la ContraContrarreforma popular, la respuesta subversiva y mansa de las mujeres a la religión demasiado clericalizada.

El 90 o el 98% de la gente, sobre todo la del campo, de la montaña y de los pueblos, no sabía leer libros de oraciones, ni tenía dinero para comprarlos. Esas cosas eran para la gente culta, para los sacerdotes, tal vez para las monjas y religiosas que fueron las grandes víctimas de la Contrarreforma, mortificadas por una fe no bíblica, orientada al paraíso de las almas que transformó la tierra de sus monasterios en un infierno de los cuerpos. Pero -y aquí está el jaque mate de la Providencia- la gente del pueblo, las mujeres sobre todo, quedaron protegidas por su analfabetismo, y así permanecieron (casi) inmunes a esa teología demasiado divina para ser humana.

El no saber leer los libros y las oraciones cultas las obligó a inventar su propia oración: y fue maravillosa. De vez en cuando caían en los antiguos ritos del mal de ojo y de la magia, como lo hemos mencionado. Pero muchas otras veces inventaban palabras e imágenes para hablar con Dios: y nació el espectáculo de la piedad popular, un gran espacio de libertad, sobre todo para las mujeres de un mundo que seguía siendo, para ellas, un mundo de servidumbre. Entraban en la iglesia, fingían responder a las incomprensibles oraciones y a las jaculatorias latinas de los sacerdotes, pero de sus corazones y sus bocas salían, susurradas, palabras y sonidos diferentes. Y sobre todo lloraban: bañaban aquellas estatuas con todas sus lágrimas hasta consumir colores, madera y estuco. Rezaban con las lágrimas y sobre todo con los besos y las manos: hermosas oraciones silenciosas hechas de caricias y de besos, manos huesudas y negras que sin embargo sabían hacer caricias preciosas y besar las estatuas de los santos, de la Virgen, y sobre todo de los ángeles y de los niños, caricias y besos que nunca recibían en casa, porque eran demasiado terrenales para poder ser religiosas. Y en esos bellísimos ángeles vieron a sus muchos hijos nacidos muertos, a sus hijos que se volaron de niños o de muy jóvenes. Así, derrotaron aquellas absurdas teologías que, para elevar a Dios, rebajaban al hombre y a la mujer. Y transformaron las loas a la Virgen ("La Mujer del Paraíso" de Jacopone da Todi) en estupendos cantos a sus hijos muertos: "Hijo, amoroso lirio, hijo ojos alegres, hijo de madre oscura, hijo intoxicado, hijo desaparicido, hijo: ¿a quién me aferro? Hijo me has dejado, hijo, ¿por qué te vas de mí si yo te he amamantado? (citado en De Martino, Morte e Pianto..., p. 341).

Aun estando gravemente enferma, la fe católica sigue viva, sobre todo por estas mujeres del pueblo que la humanizaron con su piedad, con besos y caricias, la salvaron con su transgresión: "El ramo de oro virgiliano es la pietas" (De Luca, Introduzione, p. LXVI). Y así, con sus manos y sus besos, tocaron realmente a Dios y escribieron su hermoso "kerigma" popular, distinto de aquellos del catecismo, pero que tenía el olor y la fragancia de la vida y del pan: "Cristo fue sembrado por el Creador, germinó, llegó a la maduración, fue segado, atado en una gavilla, llevado al patio, trillado, cernido, molido, cerrado en un horno y después de tres días sacado y comido como pan" (citado en De Martino, p. 343).

Hoy termina esta breve serie sobre la Economía de la Contrarreforma, y se cierra también la larga temporada, de más de diez años, de mi tercera página dominical. Ha sido una aventura maravillosa: he visto subir y bajar ángeles por la escalera del cielo, he aprendido sobre la Biblia (quince libros del Antiguo Testamento comentados), los carismas, las vocaciones, he descubierto otra economía, quizá incluso un Dios más cercano al corazón de los pobres. Lo aprendimos juntos en un tenaz viaje semanal que nunca se detuvo, a pesar de todo. Un recorrido colectivo que comenzó gracias a la arriesgada y quizá profética confianza de Marco Tarquinio, que tuvo el valor de confiar los comentarios bíblicos a un economista. Y con él concluimos hoy, se debe concluir, no podría ser de otro modo porque esta obra ha sido un verdadero tándem, desde la elección de los temas hasta los títulos y subtítulos de cada artículo, revisados por él hasta en las comas. Mis mejores deseos al nuevo redactor Marco Girardo, que pueda continuar el espectáculo de fidelidad creativa del 'Avvenire' en la temporada que hoy termina. En estos casos, agradecer es necesario, pero siempre es demasiado poco. Una historia se termina, pero no se termina la historia.

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ContrEconomía/10 – Rezaron, con lágrimas y besos y manos, oraciones silenciosas y hermosas. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 07/05/2023

"Donde está el amor de Dios, aunque embrionario, tosco, oscurecido, subterráneo y no a la vista de todos, allí está, aunque herido, el corazón del hombre; y hay que pensar que Dios está allí, y por tanto la piedad."

Giuseppe De Luca, Introduzione all’archivio italiano della storia della pietà, p. XXI

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Las metáforas teológicas son indispensables y peligrosas. En estas últimas semanas, muchos lectores y algunos teólogos han reafirmado, frente a mis críticas, la necesidad de la metáfora económico-comercial para comprender la revelación cristiana. Pues la encontramos en el Nuevo Testamento y San Pablo también la usa. 

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Y Dios fue salvado por las mujeres

Y Dios fue salvado por las mujeres

ContrEconomía/10 – Rezaron, con lágrimas y besos y manos, oraciones silenciosas y hermosas.  Luigino Bruni Publicado en Avvenire el 07/05/2023 "Donde está el amor de Dios, aunque embrionario, tosco, oscurecido, subterráneo y no a la vista de todos, allí está, aunque herido, el corazón del hombre;...
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ContrEconomia/9 - Continúa el análisis de los efectos civiles y económicos de la Contrarreforma.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 30/04/2023

"Con una teología falsa se ha tenido a menudo la verdadera piedad. Tocar el órgano, observó Galileo, no se aprende del que sabe hacer órganos, sino del que sabe tocarlos. Los teólogos hacen los órganos; pero cómo hacerlos sonar es otra cosa. El cristiano más inerudito puede hacerlo mejor". 

Giuseppe De Luca, Introduzione all’archivio italiano per la storia della pietà, p. LIX

La cristianización de las fiestas de la naturaleza, la afirmación de santos intercesores y de una teología dura, el simple poder de la lealtad a Dios, el Dios de la vida.

“¿Pues qué decir? A lo mismo corresponde el que cada región reivindique algún santo particular y que cada uno posea cierta singularidad, de suerte que éste auxilia en el dolor de muelas, aquél asiste a las parturientas, el otro restituye las cosas robadas, el otro resplandece benigno en los naufragios, y así sucesivamente. Los hay que valen para varias cosas, sobre todo la Virgen Madre de Dios, a la que el vulgo tiene casi más veneración que a su Hijo”. Son palabras del gran Erasmo de Rotterdam (Elogio de la locura, capítulo XL) escritas en 1509, mientras Lutero hacía madurar su reforma, a la cual Erasmo no adhería. Erasmo no fue escuchado. Hoy, cuatro siglos después, leemos: "Hay un monte, cerca del Pollino, con un culto al árbol que aquí llaman 'Ndenna', se desarrolla a mediados de junio en Castelsaraceno. El primer domingo del mes, se corta la madera del haya para la ropa del novio (la "Ndenna"). El domingo siguiente, se elige el pino, la 'cunocchia' para la novia. Por último, San Antonio bendice la unión" (Domenico Notarangelo, I sentieri della pietà, 2000). 

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Esta fiesta lucana de la "Ndenna" es una expresión del desarrollo católico de las fiestas de la naturaleza. "Plantar el mayo" era una antigua tradición europea, aún presente en Basilicata (Accettura) y en varias zonas del centro de Italia. Hasta la Edad Media, los jóvenes plantaban ramas y flores delante de las casas de las doncellas la noche del primero de mayo. Pero "a finales del siglo XVI empezó la cristianización del rito, que invitaba a que los homenajes y las ofrendas florales se dirigieran a María". Después, a partir del siglo XVIII, las flores de los altares de la Virgen conocieron un desarrollo ulterior "convirtiéndose en "fiorettis" espirituales: pequeños sacrificios ofrecidos en homenaje a la Virgen durante todo el mes de mayo" (Ottavia Niccoli, La vita religiosa nell'Italia moderna, 2004, pp. 181-182). Así nació el "mayo mariano", con los "fiorettis". Tradiciones bonitas y hermosas, pero... no es fácil entender qué tiene que ver la Virgen con esos antiguos ritos de enamorados y los pequeños sacrificios con flores a las novias. Por supuesto, siempre se puede encontrar un vínculo. Pero también se podría haber optado por otra cosa: dejar los antiguos cultos a la fertilidad y a la cosecha, no combatirlos como hizo Lutero, sino llamarlos "folclore", considerarlos tradiciones populares sin querer reconducirlos dentro del cristianismo - el problema en la fiesta de la "Ndenna" no es el matrimonio entre los árboles, sino la presencia de San Antonio. Con las tradiciones antiguas, se podía hacer algo parecido a lo que se hizo con la Befana, que no se convirtió en "la mujer de los Reyes Magos", sino que permaneció fuera del pesebre, al lado.

La opción por la hibridación religiosa de los antiguos ritos naturales, aunque en sí misma comprensible, tuvo altos costos ligados al gran tema del culto a los santos. El Concilio de Trento corrigió los excesos mágicos, pero ratificó la legitimidad teológica y litúrgica de la antigua intercesión de los santos, que siguieron siendo mediadores y protectores de las cosechas contra el granizo o los dolores de garganta. Entre la Trinidad y la gente se formó así un creciente grupo de intercesores, de pasos intermedios que debían facilitar y simplificar la obtención de nuestras oraciones: "Dios ve nuestras necesidades y podría proveer directamente: pero la sabiduría divina se complace en comunicar sus dones a través de intermediarios" (Actas del Concilio de Trento, Sesión XXV, 1563). Crece, entonces, una idea de Dios demasiado distante para ser alcanzado directamente por nosotros ínfimas criaturas. Pero, gracias a Dios, están los santos, percibidos como criaturas mediadoras, porque son un poco como Dios y un poco como nosotros, y que por tanto comprenden a ambos (los pueblos latinos siempre han amado a los semidioses: no por casualidad los templos de Hércules estaban entre los más expandidos). La religión católica se convirtió en una religión de Dios y de los santos, una explosión de biodiversidad religiosa, un bosque espiritual habitado por una infinidad de seres donde cada uno desempeñaba su función en el ecosistema del culto, dando lugar a una perfecta "división religiosa del trabajo". Lástima que entretanto muchos de nosotros hayamos olvidado que Dios se hizo hombre precisamente para reducir la distancia mítica entre el cielo y la tierra. En mi región, los santos estaban mucho más presentes que la Trinidad, también por el hecho de que cuando hay que sobrevivir entre el hambre y la enfermedad, la pericóresis es un lujo que la gente no puede permitirse.

Sin embargo, hay algo más que decir para entender el gran amor por los santos - y se trató de amor: fue la mayor historia de amor de la Contrarreforma. El recurso a los santos se hizo casi necesario por el desarrollo, en la época barroca, de un espantoso pesimismo antropológico. Si sólo somos "nada", larvas morales, ¿cómo podemos dirigirnos en primera persona a ese Dios que se hace tanto más lejano en los cielos cuanto más nos hundimos en los abismos de la tierra? De hecho, en estos siglos se afirma la idea de que "el fin" de la vida humana es la salvación del alma y el amor único de Dios y, por tanto, el desprecio de la alegría natural del cuerpo, de los placeres de la vida: "No naciste para gozar, sino sólo para amar a tu Dios y salvarte eternamente... por eso el negocio de todos los negocios, el único importante y necesario, es servir a Dios y salvar tu alma" (G. G. Giunta, Manuale di sacre preci, 1830, Nápoles, p. 20). Es una teología en la que para elevar a Dios es necesario rebajar al hombre, para exaltar lo divino es indispensable despreciar lo humano. Dios se vuelve un Padre bizarro que disfruta con la aniquilación de sus criaturas, que sólo se alegra cuando le decimos: "Tú lo eres todo, yo no soy nada". Estas teologías están a años luz de la Biblia, del Antiguo y del Nuevo Testamento, donde "la gloria de Dios es el hombre vivo" (San Ireneo), donde un Jesús dice: "He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Juan 10,10). Esta vida, no sólo la futura. En cambio, el Barroco fue el tiempo en el que la búsqueda del paraíso (o del purgatorio) transformó para muchos la vida presente en un infierno.
La creciente distancia que se había producido entre los católicos y la lectura de la Biblia hizo olvidar que los dioses que se alimentan de sus fieles se llaman ídolos, mientras que el Dios de la revelación está totalmente de nuestro lado, "alienta" cada día para que florezcamos como personas. Y, en cambio, en esos manuales leemos: "Si no tienes valor suficiente para buscar las humillaciones, al menos no huyas de las que se presentan: considéralas todas como un signo de la singular bondad que Dios tiene contigo" (J. Croiset, Ejercicios de piedad para todos los días del año, 1725, p. 35). El Dios de Jesús transformado en un ser que nos envía humillaciones, que nos humilla para hacernos humildes, que se ha olvidado por tanto de la ley humana fundamental: la mejor manera de no hacer humilde a la gente es humillarla. Y entonces, coherentemente con esta visión inhumana de Dios, la búsqueda de la mortificación se convirtió en el camino a seguir: "Cuanto más nos esforcemos en mortificarnos, más avanzaremos en la perfección" (Diario spirituale, anonimo, Napoli, Jovene, s.d., p. 93).

Viniendo a las consecuencias civiles y económicas, no debe extrañarnos que en los países católicos la práctica social de la recomendación haya estado tan difundida y tan variada, desde la práctica consolidada de quienes, para obtener un favor de un poderoso demasiado lejano, intentan pasar por un mediador más cercano ("tener un santo en el cielo"), hasta los que tienen que pedir un certificado en el municipio y se preguntan antes: "¿a qué empleado conozco en esa oficina?". Una particular versión de la mediación hizo que incluso en los países católicos no se haya desarrollado una cultura de la subsidiariedad civil y política (incluso si la subsidiariedad es un pilar de la visión con la que se elaboró la doctrina social de la Iglesia), porque esta mentalidad de pasos intermedios obligatorios no hace más que reforzar la visión sacral de las jerarquías humanas, que es anti-subsidiaria. Más en general, la idea de la intercesión ha alimentado una concepción de la oración como petición, como un comercio con el paraíso, en el que nos dirigimos a los santos y sobre todo a Dios para pedirle algo que no nos haya ya dado, alimentando así la antigua relación económica con los espíritus y los dioses: los profetas y Cristo expulsan a los mercaderes del templo para decirnos que su religión no es comercio con Dios.

Entre los costos, sin embargo, hay que contar algo más, quizá aún más importante. Un cristianismo convertido en un nuevo florecimiento de la religiosidad natural de los pueblos mediterráneos está encontrando grandes dificultades con la posmodernidad, porque corre el riesgo de hundirse junto con la antigua religiosidad mítica que ha incorporado y "bautizado". No hay que olvidar que la resurrección de Cristo no fue uno de los tantos milagros y magias del mundo antiguo, sino su final: inició el tiempo secular de lo "santo" sobre la muerte de lo "sagrado". Pero por haber querido, ayer, hablar a todos en la lengua de todos, hoy el cristianismo corre el riesgo de no hablar (casi) a nadie en una lengua que se ha vuelto (casi) incomprensible para cualquiera. Sin embargo, hay también buenas noticias.

No obstante, pese a ese desprecio teológico por la vida humana, pese a ese desdén demente "por las cosas de aquí abajo", y por tanto por el trabajo y la economía, los católicos han logrado: dar vida a hermosas empresas, trabajar bien, traer hijos e hijas al mundo, ser a veces felices, amar los cuerpos y a toda la humanidad. Les hicieron la vida muy difícil, pero la hicieron. Porque la gente nunca creyó realmente en una imagen de Dios reducida a esa condición. Tenían un buen instinto, sobre todo las mujeres, que las llevaba a pedir a Dios que se convirtiera en algo diferente. La piedad popular fue también una práctica subversiva, una rebelión contra un Dios convertido en enemigo de la felicidad humana -lo veremos en el próximo artículo. También lo podemos leer en algunos pasajes de estos “Manuales de devoción”: "¡Oh Padre Eterno, Juez y Señor de nuestras almas, cuya justicia es incomprensible! Ya que ordenaste, Señor, que tu Hijo inocentísimo pagara nuestras deudas, mira, oh Señor y Padre, esta terrible agonía. Cesa, oh Padre, Vuestra indignación" (Esercizi di pietà del Rev. D. Placido Baccher, Nápoles, Stamperia Reale, 1857, p. 191).

Vuestra justicia es incomprensible... Cesa, oh Padre, Vuestra indignación: estupenda oración de un pueblo que elige hacer el papel del cirineo: se colocó voluntariamente bajo una cruz teológica demasiado pesada para los hombres y para Dios, para intentar aliviar esa carga insoportable: "Padre, cesa tu indignación, no comprendemos tu justicia". No entendían esa teología, pero a Dios, al Dios de la vida, sí lo entendían. Y así aprendieron a rezar de verdad pidiendo a Dios que los salvara: rezaban a Dios por Dios, no por sí mismos. Aprendieron el corazón de la Biblia sin haberla leído nunca. Y entonces llenaron las iglesias de pinturas de crucifijos con el Padre detrás, sosteniendo a su hijo con los brazos, y llorando con él. Porque sabían que el "trabajo" de los padres y las madres es bajar a sus hijos de las cruces, no ponerlos ahí. Hicieron lo posible y lo imposible por salvar a Dios en sus corazones. Y lo consiguieron.

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ContrEconomia/9 - Continúa el análisis de los efectos civiles y económicos de la Contrarreforma.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 30/04/2023

"Con una teología falsa se ha tenido a menudo la verdadera piedad. Tocar el órgano, observó Galileo, no se aprende del que sabe hacer órganos, sino del que sabe tocarlos. Los teólogos hacen los órganos; pero cómo hacerlos sonar es otra cosa. El cristiano más inerudito puede hacerlo mejor". 

Giuseppe De Luca, Introduzione all’archivio italiano per la storia della pietà, p. LIX

La cristianización de las fiestas de la naturaleza, la afirmación de santos intercesores y de una teología dura, el simple poder de la lealtad a Dios, el Dios de la vida.

“¿Pues qué decir? A lo mismo corresponde el que cada región reivindique algún santo particular y que cada uno posea cierta singularidad, de suerte que éste auxilia en el dolor de muelas, aquél asiste a las parturientas, el otro restituye las cosas robadas, el otro resplandece benigno en los naufragios, y así sucesivamente. Los hay que valen para varias cosas, sobre todo la Virgen Madre de Dios, a la que el vulgo tiene casi más veneración que a su Hijo”. Son palabras del gran Erasmo de Rotterdam (Elogio de la locura, capítulo XL) escritas en 1509, mientras Lutero hacía madurar su reforma, a la cual Erasmo no adhería. Erasmo no fue escuchado. Hoy, cuatro siglos después, leemos: "Hay un monte, cerca del Pollino, con un culto al árbol que aquí llaman 'Ndenna', se desarrolla a mediados de junio en Castelsaraceno. El primer domingo del mes, se corta la madera del haya para la ropa del novio (la "Ndenna"). El domingo siguiente, se elige el pino, la 'cunocchia' para la novia. Por último, San Antonio bendice la unión" (Domenico Notarangelo, I sentieri della pietà, 2000). 

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Cirineos de una cruz pesada

Cirineos de una cruz pesada

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ContrEconomía/8 - Más allá de la teología del sacrificio-mérito y de la visión comercial de Dios. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 23/04/2023

“La avulsión de las Iglesias protestantes de la Iglesia católica fue un desastre mucho más profundo que el de los cismas orientales”.
Giuseppe De Luca, Introduzione all’Archivio Italiano per la storia della pietà.

Por desgracia, la época de la Contrarreforma también generó una peligrosa visión del dolor, que tanto daño hizo al pueblo católico, especialmente a las mujeres.

La Biblia nos reveló un Dios distinto de los dioses naturales. No eligió reconocer el sentimiento religioso que ya existía en el mundo dando nuevas formas a los antiguos cultos y ritos de la fertilidad, la muerte y la cosecha. Por el contrario, la Biblia y luego los primeros cristianos hicieron todo lo posible por salvar la novedad de su Dios. Lo defendieron y custodiaron hasta el punto de llamar “ídolos” a todos los demás dioses. Y cada vez que en la historia bíblica el pueblo de Israel produjo un ídolo, lo hizo porque no podía estar a la altura de un Dios demasiado diferente, y por eso quería un “dios como todos los demás pueblos”, un dios más simple, tangible, al alcance de la mano y del incienso. 

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Y así, el pueblo hizo los becerros de oro, y los profetas los destruyeron. Los profetas sabían también que en los cultos de la naturaleza había una presencia misteriosa del Dios verdadero: "Los cielos narran la gloria de Dios" (Salmo 19). Lo sabían bien, pero sabían aún más que era absolutamente necesario distinguir al Dios que nos llega "desde el cielo" de los cultos que intentan alcanzarlo "desde la tierra", porque el poder de la tierra se comería la frágil novedad del cielo. Y manteniendo en lo más alto el misterio de Dios, mantuvo muy en alto nuestra dignidad, y durante tres mil años no ha dejado de repetirnos: "no estáis hechos a imagen de un ídolo".

Sin embargo, la historia del cristianismo medieval y moderno es algo diferente. Al encontrarse con los pueblos de Europa, a menudo se toleró que la gente continuara con sus ritos naturales del campo, que se cultivaran sus espíritus locales y que se "bautizaran" los cultos anteriores con nombres cristianos. Y nació así la Europa cristiana. Mientras el humanismo bíblico había intentado liberar a los hombres y mujeres vaciando el mundo de tantos espíritus y demonios, los cristianos lo dejaron habitado por ángeles, santos y demonios, esperando, quizás de buena fe, que esta sustitución bastara para liberar a los seres humanos del miedo a la muerte y al dolor.

Con el fin del Medioevo y la llegada del Humanismo, se hizo evidente para muchos que la Iglesia romana medieval necesitaba urgentemente una reforma general (basta pensar en las tesis de Erasmo de Rotterdam). La Reforma de Lutero cambió y complicó los planes. La reacción de la Contrarreforma católica bloqueó esa primera temporada de renovación interna y produjo una restauración sobre los aspectos justamente más criticados por Lutero, que eran realmente, y aquí está el punto, los más necesitados de una verdadera reforma. Así, las viejas prácticas místicas (culto a los santos, devociones, indulgencias, votos, reliquias, ...) se convirtieron en un rasgo distintivo de la Iglesia católica. Aquí está la raíz de muchos de nuestros males.

Veamos de cerca el gran tema del sacrificio. También el sacrificio está en las religiones y cultos antiguos, es parte del repertorio religioso natural. Lutero libró una batalla campal contra la idea de la misa como sacrificio: "La misa es lo contrario de un sacrificio" (Lutero, Obras Completas, 6, 523-524). Además de criticar la Eucaristía como sacrificio, Lutero refutó también la antigua idea de que la misa fuese una repetición del sacrificio de la cruz. La reacción católica fue muy fuerte. El sacrificio se convirtió en un pilar de la teología, la liturgia y la piedad: "Una verdadera esposa de Cristo que vive una vida de sacrificio es un espectáculo de belleza sobrehumana ante Dios" (D. Gaspero Olmi, Cuaresma para monjas, 1885, p. 12).
La cruz de Cristo produjo entonces nuestras cruces: "Las cruces vienen de Dios. Las cruces son necesarias porque Dios así lo ha establecido. Los verdaderos penitentes están siempre crucificados". (Ibid., p. 26). Porque Jesús "sacrificó su corazón en Getsemaní, sacrificó su honor en el tribunal, sacrificó su vida en el Calvario" (p. 291). En un manual de devoción para mujeres leemos: "Este es el propósito de Dios al afligirnos: quiere que la aflicción no sólo sirva para purificar las faltas pasadas, sino también para mejorar nuestras vidas" (G. Fenoglio, La vera madre di famiglia, 1897, p. 250). Los tres votos de las monjas se entendían entonces como "los tres clavos" de la cruz, y la virginidad como "el sacrificio del cuerpo hecho al Señor" (Ejercicios espirituales dados a las monjas dominicas del monasterio de Santiago y San Felipe de Génova, Roma, 1821, p. 70). La ofrenda de dolores a Dios unida a los dolores de Cristo, de María y de los santos se convirtió así, en la época de la Contrarreforma, en la oikonomía más floreciente en los países latinos, y en ella una increíble proliferación de las penitencias más dolorosas, sobre todo en los monasterios femeninos.
¿Cómo hemos transformado el Evangelio en una religión del sufrimiento y del dolor? ¿Cómo fuimos capaces de creernos el engaño de que el Dios Amor de Jesús era un "consumidor de dolores humanos" y que las primicias que más le agradaban eran nuestros sufrimientos? La Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, sabía que las divinidades que aman la sangre de sus hijos se llaman ídolos. El Dios bíblico, el Dios de Jesús, no es un ídolo porque no consume el dolor de sus hijos e hijas, porque no quiere aumentarlo sino reducirlo. "Misericordia quiero, no sacrificio", nos repiten Oseas y Jesús, que sabían que la lógica del sacrificio y la lógica del hesed y del ágape son incompatibles. El Dios bíblico no ama los sacrificios porque nos ama a nosotros. Sacrificio es una palabra ambivalente incluso en las relaciones humanas -es un error leer tu amor por mí como tu disposición a sacrificarte-, pero es realmente muy peligrosa cuando se utiliza para entender la relación con Dios, porque la transformamos en un ídolo.

"He perdido el mérito de tantos ayunos, de tantas mortificaciones... oh qué infeliz" (ibid., p. 71), volvemos a leer en los Ejercicios Espirituales para Monjas. En efecto, el sacrificio está asociado a una teología del mérito, otra palabra combatida por la Reforma (y por ello muy amada por la Contrarreforma). Los sacrificios crean y aumentan los méritos: "Pero las ventajas más resplandecientes para los amantes de esta virtud virginal están reservadas para la otra vida. Las vírgenes en el paraíso serán más felices" (Cuaresma para monjas, cit., p. 79). La vida terrena se convierte así en una especie de gimnasio eterno donde debemos entrenarnos a sufrir para merecer en el futuro posibles victorias en las carreras de los campos elíseos.
Desde este punto de vista, la Contrarreforma no generó una idea de Dios como nuestro liberador y primer "Goel" (Job, Ruth), el fiador que alza su mano para salvarnos de los dolores evitables de la tierra. Esa idea de Dios ha complicado la vida a los hombres, y aún más a las mujeres. La vida religiosa se presentaba como un largo y constante sacrificio para merecer el paraíso, bajo la constante visión del infierno: "Que cada uno de vosotros se traslade ahora a esa dolorosísima prisión, en la que se encierra a las almas rebeldes. Oiréis los gritos, los gemidos y los llantos desesperados. Con esta tétrica imagen ante los ojos, comienza cada una de vosotras a meditar..." (Ejercicios Espirituales..., cit., p. 124). El dolor venía alentado porque era la "moneda divina" para ganar méritos para nosotros y para los demás: "Entre los grandísimos bienes que produce la confesión, el primero es el dolor. Ya que la confesión es un juicio, donde la penitente es la acusada y el sacerdote el juez" (Ibid., p. 128). Y así, los mensajes evangélicos de amor mutuo, de gratuidad y de compasión quedaron cada vez más en el trasfondo de una teología y una práctica dolorosas, no del todo superadas - Marco, el sobrino de una colega, en el día de su primera confesión, se bloqueó justo cuando recitaba: “porque pecando he merecido tus castigos”.

Significativos son los nombres elegidos para las niñas en los países católicos de siglos pasados: Dolores, Mercedes, Addolorata, Catena, Crocifissa, y los nombres de las Congregaciones femeninas en la época de la Contrarreforma: hermanas víctimas, crucificadas, esclavas, humilladas... Y así, los católicos y católicas han experimentado con demasiada frecuencia a un Dios que estaba del lado equivocado, que quería sus sufrimientos en el más acá, tal vez para recompensarlas en el más allá. Hoy, la teología católica se ha distanciado de la teología de la expiación y de la lectura sacrificial de la pasión de Cristo: "De lo contrario se corre el riesgo de no apuntar la mirada en la correcta dirección hacia el misterio de Dios" (Giovanni Ferretti, Ripensare evangelicamente il sacrificio, 2017). La lógica del sacrificio se transforma en la lógica del don, que es su opuesto, ya que es pura gratuidad.

Mientras tanto, sería necesaria una verdadera purificación de la memoria de la Iglesia católica, especialmente por lo ocurrido en los monasterios y en los conventos femeninos. Hemos pedido perdón tardíamente a Galileo Galilei; hay decenas de miles de víctimas que esperan desde hace demasiado tiempo nuestras disculpas colectivas después de las solemnes y sentidas disculpas de San Juan Pablo II en el Gran Jubileo del año 2000, a las que, aquí, añado las mías. El dolor en el mundo existe y la civilización humana debe hacer todo lo posible por reducirlo, y Dios -el Dios revelado en Jesucristo- es el primero en quererlo. Cuando llega el dolor, hay que experimentarlo ética y espiritualmente de la mejor manera, pero ojo con pensar y decir que es Dios el que lo envía, o el que lo disfruta.

Las implicaciones civiles y económicas son considerables también en este caso. La idea de la meritocracia nació en Estados Unidos y desde ahí se exportó a todas partes. Nació en un entorno calvinista, y por tanto anti meritocrático, que secularizó el mérito y lo transformó en una categoría económica. Pero no debe sorprendernos que los países católicos sean los más entusiastas de la meritocracia: la Italia de hoy ha incluido la palabra "mérito" en el nombre del Ministerio de Educación. La teología basada en el binomio sacrificio-merito produce entonces una visión comercial de Dios y de la vida. Cuanto más te sacrificas, más recibes: Dios se vuelve un contable pasivo de deudas y créditos, y la gratuidad-gracia abandona la escena en un mundo pelagiano en el que nos salvamos a solas, por nuestra cuenta, ganando méritos con la moneda del sufrimiento. Pero hay más. La categoría de mérito vinculada al sacrificio produjo la idea de que la virtud necesita sacrificio y sufrimiento y que los verdaderos méritos son los que nos hacen ganar el paraíso o el purgatorio. De modo que la recompensa más valiosa por el sacrificio no es el salario, la vil moneda.

De aquí se pasó rápidamente a decir que las ocupaciones femeninas -como la escuela, el aseo, el servicio, el trabajo de las consagradas- no deben pagarse demasiado, porque de lo contrario el dinero reduce la pureza del "sacrificio" y de sus verdaderos méritos: "El fruto de las riquezas está en despreciarlas. La intención principal de Dios al conceder las riquezas es que obtengamos de ellas mérito e interés para la otra vida" (Fenoglio, La vera madre, cit., p. 248). Vuelve el gran tema del peso excesivo y asimétrico que soportan las mujeres. En la Gaya Ciencia de Nietzsche, el loco anuncia, como un grito desesperado, que "Dios ha muerto" y que "nosotros fuimos los que lo matamos". Estamos dentro de una civilización que ha decretado la muerte de Dios, lo vemos todos los días. Pero puede haber una luz dentro de esta noche, que quiero expresar como una pregunta susurrada: ¿Y si el "dios muerto" fuese ese dios demasiado alejado del corazón de las mujeres y de los hombres? ¿Y si entonces esta muerte guardase el amanecer de una resurrección?

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ContrEconomía/8 - Más allá de la teología del sacrificio-mérito y de la visión comercial de Dios. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 23/04/2023

“La avulsión de las Iglesias protestantes de la Iglesia católica fue un desastre mucho más profundo que el de los cismas orientales”.
Giuseppe De Luca, Introduzione all’Archivio Italiano per la storia della pietà.

Por desgracia, la época de la Contrarreforma también generó una peligrosa visión del dolor, que tanto daño hizo al pueblo católico, especialmente a las mujeres.

La Biblia nos reveló un Dios distinto de los dioses naturales. No eligió reconocer el sentimiento religioso que ya existía en el mundo dando nuevas formas a los antiguos cultos y ritos de la fertilidad, la muerte y la cosecha. Por el contrario, la Biblia y luego los primeros cristianos hicieron todo lo posible por salvar la novedad de su Dios. Lo defendieron y custodiaron hasta el punto de llamar “ídolos” a todos los demás dioses. Y cada vez que en la historia bíblica el pueblo de Israel produjo un ídolo, lo hizo porque no podía estar a la altura de un Dios demasiado diferente, y por eso quería un “dios como todos los demás pueblos”, un dios más simple, tangible, al alcance de la mano y del incienso. 

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¿Y si fuese un amanecer de resurrección?

¿Y si fuese un amanecer de resurrección?

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ContrEconomia/7 – Deberíamos acordarnos de que Dios es sobre todo agape y amor, nunca «do ut des». 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 16/04/2023

Ernesto de Martino, La terra del rimorso

Continúa el análisis de los efectos culturales y económicos de la Contrarreforma. Los serios efectos de la versión comercial de la gracia en la manera de concebir la religión y la vida civil.

Las religiones son el primer instrumento con el que los seres humanos han tratado de vencer la muerte. Son la gran oportunidad de hacer inmortal lo que por naturaleza no lo es. Son el resultado del gran deseo colectivo de metamorfosis de la muerte en valor. El sacrificio es el medium que debía operar esta admirable alquimia. De este modo, las plantas o los animales, destinados por su naturaleza a la muerte, en el momento de ser sacrificados, en el rito, salen del orden natural mortal y entran en el orden divino inmortal – este es el sentido etimológico de sacrificio: “hacer sagrado” –. Matando contra natura la vida en el altar, esta se vuelve inmortal. Esto explica también los arcaicos sacrificios humanos: ofrecidos a los dioses, las personas morían sagradamente contra natura y por tanto ya no morían en natura. Así, «el hombre se constituye en procurador de muerte en el sentido mismo del morir natural» (E. De Martino, Morte e pianto rituale nel mondo antico, p. 236). 

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El hombre antiguo veía morir a la naturaleza de una muerte parcial y no definitiva, porque el ciclo de las estaciones hacía “resurgir” en primavera lo que moría en otoño, y eso sugería que en algún lado debía ocurrir algo parecido con los hombres: «Un viejo canto inca lamenta que mientras el sol sale, pasa y luego vuelve a salir, al igual que la luna, solo el hombre nace, pasa y ya no vuelve» (De Martino, ivi). Entregando cosas vivas a los dioses, estas salían del tiempo y entraban en la eternidad – la teología antigua de la vida consagrada no se entendería sin esta transformación y divinización del don de la vida, ni se entendería el sentido profundo del luto, que consiste en «procurar al difunto la segunda muerte cultural que venga el escándalo de la muerte natural» (De Martino, ivi).

Pero con el cristianismo irrumpió en la tierra algo inédito. Cristo dio un vuelco a la lógica de las religiones antiguas: ya no somos nosotros quienes ofrecemos a la divinidad nuestros dones-sacrificios mortales pidiendo que se vuelvan inmortales; en la eucaristía, síntesis viva de la pasión-muerte-resurrección de Cristo, es Jesús quien, entregándose a nosotros como pan, nos hace participar de la divinidad. Ya no son nuestros dones los que mueren para poder vivir para siempre, sino que es Dios quien muriendo-resucitando nos da algo verdadero de su inmortalidad. La eucaristía es, pues, el anti-sacrificio, la palabra final sobre la lógica del sacrificio, la buena charis, la bella gratitud. Es gratuidad absoluta, porque está libre del registro comercial. En esto radica el humanismo del cristianismo. Pero en la praxis de la tradición católica, sobre todo a partir de la Contrarreforma, esta dimensión absoluta de gratuidad no se consolidó en la cultura-culto del pueblo. Las personas seguían interpretando la religión con el registro del sacrificio, donde ninguna gracia es gratis: «“Si no aceptáis la gallina, la gracia no vale, y el niño nacerá ciego”. “La gracia es gratuita”, dijo don Paolo. “Las gracias gratuitas no existen”, respondió la mujer». (Ignazio Silone, Vino e pane). La reacción católica a la salvación por “sola gracia” de los protestantes reforzó y amplificó la idea de la religión de las “obras” con las que se debe “merecer” la salvación. La gracia no es advertida como gratuidad incondicional: es necesario lucrarla, ganársela.

De este modo, también la confesión y la consiguiente eucaristía fueron leídas dentro de una relación de intercambio hombre-divinidad. Si vamos, por ejemplo, al “Catecismo de Pío X” (de 1905), en seguida nos daremos cuenta de que la narrativa de la confesión conduce a interpretar la penitencia como el precio a pagar para obtener la gracia del perdón y por tanto la comunión-eucaristía. La naturaleza condicional de la absolución la coloca naturalmente en un contexto jurídico-económico-comercial de do ut des: uno de los «frutos que produce en nosotros una buena confesión es la gracia de Dios», que nos «hace capaces del tesoro de las indulgencias», indulgencias interpretables con demasiada facilidad como el precio a pagar por «la remisión de la pena temporal» (Catecismo, § 9). Así pues, la eucaristía no es percibida como un don gratuito, sino que llega como respuesta a nuestras buenas obras – la gracia no opera si nosotros no estamos en gracia.

Esta percepción y narración contractual de la gracia como respuesta de Dios a nuestras obras meritorias, ha producido efectos mucho más amplios que la sola interpretación de la confesión o de la vida sacramental, que ya son de por sí muy importantes, si pensamos en cuán radicado está en el pueblo católico un acercamiento a los sacramentos del tipo: “pago y compro”. Claramente los teólogos decían muchas otras cosas que complicaban o en parte confutaban estas narrativas, pero estas “cosas” no llegaban generalmente a la gente.

La gratuidad-gracia es, por tanto, el verdadero tema central. Porque es precisamente la gratuidad la que impide vivir las religiones como magia o superstición. La magia es expresión del eterno deseo del hombre de apoderarse de lo sagrado, manipularlo y usarlo en su propio provecho mediante palabras, gestos y pensamientos. Durante milenios, la experiencia de lo sagrado fue la reacción humana ante el tremendum (Mircea Eliade), ante la necesidad de entender y tratar de gestionar las fuerzas que los seres humanos percibían como sobrenaturales e incontrolables. La esencia de la magia es algo sagrado sin gratuidad, vivido totalmente dentro del registro del intercambio – lo económico nació del mundo mágico, no viceversa –. Por eso, la Biblia (sobre todo con los profetas) fue despiadada con el mundo de la magia y de las divinizaciones, a las que interpretaba como graves formas de falsa profecía e idolatría.

Desde sus inicios, la Iglesia tuvo que vérselas con la magia y la superstición. Papas, padres, concilios y teólogos hicieron y escribieron mucho para proteger la novedad del cristianismo de las formas arcaicas de lo sagrado, en particular de la magia. El Renacimiento conoció un fuerte retorno de prácticas mágicas y esotéricas a todos los niveles. Antes de la Reforma, hubo intervenciones autorizadas de teólogo y filósofos de primer nivel (desde Erasmo de Rotterdam hasta Boccella, Querini, Giustiniani, Fregoso) denunciando el uso de imágenes de Cristo, de la Virgen y de los santos en varias formas de ritos mágicos relacionados con la lluvia, los rayos, las calamidades o la fertilidad. Las tendencias mágicas e idolátricas que ya estaban bien presentes en la Edad Media, crecían en el siglo XVI y amenazaban con convertirse en una auténtica epidemia – «San Pablo mío de las tarantas».

También en este ámbito, la Reforma protestante fue un acontecimiento traumático y decisivo. El proceso interno de crítica a la magia y a la superstición sufrió si no una detención (la condena de la astrología continuó, por ejemplo, con Sixto V), sí un redimensionamiento y una reducción. La crítica de Lutero y de los reformadores se centraba también en la idolatría y el paganismo de los países católicos, acusados de cultivar en el “pueblo sencillo” la adoración de fetiches (estatuas) e imágenes, en una piedad popular vista como superstición. Este ataque protestante, grande y global, al culto católico produjo dos efectos principales en el mundo católico: (a) una defensa, por reacción, de la legitimidad de gran parte de la piedad y la religiosidad popular mestiza, limitándose solo a la condena de excesos graves; (b) las críticas contra la piedad popular se convirtieron en señal de herejía para quienes las emitían. A todo esto se añadió después un tercer elemento, también decisivo.

La Iglesia de la Contrarreforma no quería perder la relación-control con el “pueblo sencillo” dejado en manos de sus creencias. Con el Concilio de Trento realizó su opción “pastoral” y también en este caso fue muy distinta de la protestante. Mientras el catecismo de Lutero se dirigía a los padres de familia, la reforma pastoral de la iglesia post-tridentina se centró en los nuevos párrocos instruidos (Paolo Segneri) creados por los nuevos seminarios y en las nuevas órdenes religiosas. Los libros y los documentos se escribían para los párrocos y los religiosos que, bien formados, debían a su vez formar al pueblo sencillo. Formar a los formadores fue la elección “política” de Trento, una pastoral mediada de segundo o tercer nivel. Para los “sencillos” se producían imágenes, inocuas cantilenas y letanías fáciles de memorizar en vulgar o en dialecto (aún recuerdo las de mi abuela). Se formó a los pastores, no al rebaño compuesto por iletrados, pequeños, pobres, mujeres, ignorantes, rudos y paletos – la familia ni siquiera se menciona en los documentos del Concilio de Trento –.

Una importante consecuencia de esta elección fue un inevitable paternalismo a la hora de tratar a los “sencillos”. El paternalismo siempre tiene como consecuencia natural el infantilismo, es decir interpretar la relación del clero con los fieles como la del padre con los hijos – y cuando la estupenda realidad evangélica de ser “hijos de Dios” se convierte en ser “hijos de los párrocos”, se pierde fácilmente el sentido de la paternidad distinta de Dios y también el de la filial –. En este contexto, las prácticas devocionales mestizas o totalmente supersticiosas fueron tratadas como “cosas de muchachos”, y por tanto toleradas como los padres toleran los diálogos de los hijos con los muñecos. Niños entretenidos divirtiéndose dentro del recinto de una religión menor, considerada inofensiva para la “salvación” (lo único importante), teológicamente inocua. También se hicieron muchas cosas buenas “para” los pobres, como veremos en los próximos capítulos, pero rara vez “con” los pobres (porque para hacer cosas con los pobres antes hay que reconocerlos como sujetos adultos). Pero a diferencia de los niños que viven sobre todo de dones, la experiencia religiosa del pueblo católico estaba dominada por la idea de un Dios que si no intervenía para librarlo de enfermedades y pobrezas era a causa de su maldad. Una producción oceánica de sentido de culpa y miedo, cuya gestión aconsejaba ofrecer a Dios el dolor. Recordar, en esta oikonomía, que Dios era sobre todo agape y amor incondicional se hizo verdaderamente difícil – y en efecto, muchos lo olvidaron –.

De este modo, mientras los teólogos discutían sobre la gracia y sobre los casos de conciencia, el pueblo infante cultivaba su inocente piedad popular, desarrollaba una “religión” de consumo y seguía invocando a los antiguos espíritus a los que únicamente había cambiado el nombre, a veces ni siquiera el baldaquino para la procesión. Llegados a este punto, no debemos asombrarnos de que estos pueblos nuestros católicos, educados durante siglos en una fe de hijos de dioses menores, una vez que el mundo desencantado la religión perdió su capacidad de satisfacer los gustos de sus consumidores, pasaran sin demora alguna de los santuarios a los centros comerciales, del mal de ojo al rasca-y-gana, y de los viejos (y serios) santos de las iglesias a los nuevos “santos” del espectáculo y a las nuevas sectas emocionales.

Una última nota. El pueblo “sencillo” de vez en cuando accedía a experiencias espirituales auténticas, porque, gracias a Dios, la voz libre del Espíritu sopla donde quiere, y el Espíritu es “padre de los pobres” y los ama muchísimo. Pero la historia de los países católicos podía haber sido distinta, incluida su historia económica y política, si mientras se formaba a los formadores se hubiera intentado tratar como adultos a los pobres – porque los pobres no son niños, ni son tan “sencillos”: solo son pobres.

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ContrEconomia/7 – Deberíamos acordarnos de que Dios es sobre todo agape y amor, nunca «do ut des». 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 16/04/2023

Ernesto de Martino, La terra del rimorso

Continúa el análisis de los efectos culturales y económicos de la Contrarreforma. Los serios efectos de la versión comercial de la gracia en la manera de concebir la religión y la vida civil.

Las religiones son el primer instrumento con el que los seres humanos han tratado de vencer la muerte. Son la gran oportunidad de hacer inmortal lo que por naturaleza no lo es. Son el resultado del gran deseo colectivo de metamorfosis de la muerte en valor. El sacrificio es el medium que debía operar esta admirable alquimia. De este modo, las plantas o los animales, destinados por su naturaleza a la muerte, en el momento de ser sacrificados, en el rito, salen del orden natural mortal y entran en el orden divino inmortal – este es el sentido etimológico de sacrificio: “hacer sagrado” –. Matando contra natura la vida en el altar, esta se vuelve inmortal. Esto explica también los arcaicos sacrificios humanos: ofrecidos a los dioses, las personas morían sagradamente contra natura y por tanto ya no morían en natura. Así, «el hombre se constituye en procurador de muerte en el sentido mismo del morir natural» (E. De Martino, Morte e pianto rituale nel mondo antico, p. 236). 

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Los pobres son solo pobres

Los pobres son solo pobres

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ContrEconomia/6 – A pesar de los errores, la fidelidad a la Resurrección puede y sabe resistir entre nosotros. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 09/04/2023

«La piedad es para la religión como la poesía para la literatura: su cima más elevada... Sin embargo, hay una diferencia: poetas hay pocos, píos podemos ser todos».

Giuseppe De Luca, Introduzione alla storia della pietà

La época de la Contrarreforma es también un tiempo importante para la liturgia, que se hace “espectáculo” distante del pueblo, y esto tendrá gran influencia en la cultura económica latina.

La Resurrección es el centro de la fe cristiana, pero no siempre ha sido el centro de la piedad popular católica. La historia del cristianismo ha conocido muchos “eclipses de la Resurrección”. Uno de ellos, especialmente largo y decisivo, se produjo durante la época de la Contrarreforma.  

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Una premisa: La Edad Media había creado su civilización distinguiendo la vida monástica de la vida civil. El imaginario de una Edad Media completamente cristiana solo expresa algo verdadero si considerados los monasterios, las abadías y la parte del mundo que los monjes y las monjas eran capaces de contagiar. La cultura cristiana era esencialmente un asunto monástico y de algunas élites urbanas. Pero la inmensa mayoría de la gente que vivía en los pequeños centros, en los campos y en los montes conocía muy poco de la fe cristiana, y las prácticas religiosas eran sustancialmente las “paganas” – latinas, celtas, sajonas, picenas… – con algunas influencias cristianas que, a menudo, se limitaban a dar nuevos nombres a antiguos ritos, espíritus y divinidades. Desde este punto de vista, la cultura de masa de la Edad Media no era el cristianismo.

Con la Reforma saltó por los aires la distinción medieval entre monasterio y pueblo. Después de Lutero, las regiones protestantes cerraron los monasterios e intentaron transformar el monasterio en ciudad. El ora et labora salió de las abadías para convertirse en la ley ética de toda la civilización protestante, en una liturgia laica. Los monjes de ayer se convirtieron en “trabajadores”, y el trabajo (labora) incorporó dentro de sí la oración (ora). También en el mundo católico se superó esta dicotomía medieval. Con la Contrarreforma, el pueblo vivió un nuevo e inédito protagonismo religioso. Pero aquí fue la religión la que ocupó el trabajo: los “monjes” de ayer se convirtieron en los devotos, la piedad invadió el trabajo. De este modo, mientras en el norte de Europa se empezaba a inventar el capitalismo, en el sur católico, el trabajo, la gran herencia medieval de artesanos y mercaderes, fue absorbido por una devoción que llenó progresivamente toda la vida del pueblo. La creación de una «Europa de los devotos» (Louis Châtellier) fue un proyecto internacional religioso y social del Concilio de Trento, un plan muy ambicioso. Los obispos y el Papa tomaron conciencia del estado sustancialmente pagano de gran parte de la población “cristiana”. Así comenzó una nueva acción popular en Europa, y pronto en otros continentes. Un proyecto inmenso e impresionante: la gran difusión del catolicismo en el mundo moderno es el resultado de la refundación popular de la Contrarreforma. 

La primera y fundamental estrategia del proyecto tridentino consistió en “bautizar” la religiosidad mestiza de las zonas rurales y del pueblo. La Iglesia católica hizo en la época barroca algo parecido a lo que hicieron los cristianos con el mundo grecorromano en los primeros siglos, asumiendo gran parte de las prácticas religiosas existentes y edificando encima de ellas la nueva religión. De forma análoga, las nuevas órdenes, los obispos y los párrocos formados en los seminarios cambiaron el significado de todo lo sagrado que encontraron. Así nació la cultura barroca. Siglos de explosión de imágenes sagradas, de hornacinas en los cruces, de un patrón en cada aldea, de los santos protectores para cada ámbito y momento de la vida. Y gracias al nuevo culto, finalmente popular, nació la cultura cristiana – toda cultura de masa nace de un culto, incluso del culto capitalista –. La religión cubrió todo el espacio y todo el tiempo de la vida. La liturgia dejó de ser prerrogativa de los monjes y se convirtió en la vida del pueblo. El espacio y el tiempo quedaron marcados como espacio y tiempo sagrados. Los lugares (urbanos y rurales) fueron marcados con una infinidad de símbolos, y el tiempo de las familias se convirtió en una forma simplificada de “liturgia de las horas”. El tiempo sagrado horadó el horizonte humano para desembocar en el culto del Purgatorio y de las “ánimas”, que pasaron a ser habitantes omnipresentes del nuevo mundo.

Todo cambió. Con el Humanismo (al menos después de Giotto), las iglesias se decoraron también con escenas terrenales, representando mujeres y hombres de las ciudades al lado de Cristo y de los santos. Los temas del arte barroco son sobre todo celestiales (María glorificada), y las iglesias se ven inundadas de miríadas de ángeles. La tierra prometida se convierte en la otra vida, el ideal del hombre es el ángel: «Te ruego ahora que contemples quiénes están en la escena; son hombres, con corazón de ángeles, o ángeles con cuerpo humano» (Francisco de Sales, Introducción a la vida devota). En una homilía para un día de Pascua de finales del siglo XVII, el gran predicador jesuita Paolo Segneri, famoso por sus diálogos con las calaveras, proclamaba: «Que sufra este mísero cuerpo, que se macere, que se mortifique, y con artes aún más horribles, que se destruya; ¡bienaventurado él! El trigo debe florecer, y no podría florecer si no se marchitara» (Cuaresmales del padre Paolo Segneri, 1835, p. 233) – ¡esta era la predicación pascual: dejo al lector imaginar la del Viernes Santo!

En esta larga noche oscura de la humanidad concreta y corporal, naturalmente hicieron explosión la exaltación de la muerte, miles de cofradías, los sufragios y la veneración de las reliquias. Algunas de estas prácticas ya estaban presentes en la Edad Media, pero entonces dejaron de ser cosa de las élites urbanas y nobles: había nacido la verdadera piedad popular. La única vida que importaba era la futura. El culto de los muertos pasó a ser más importante que el de los vivos. La conocida frase de Lutero sobre el cristianismo romano – «una religión de vivos al servicio de los muertos» – se hizo realidad en la civilización barroca. Es el eclipse de la Resurrección en esta tierra. La vida cristiana se construía sobre todo en torno al dolor, interpretado y teorizado como «moneda agradable a Dios». Nació un “catolicismo del Viernes Santo”, a veces del Sábado, pero sin llegar nunca al Domingo. Pero un cristianismo sin domingo fácilmente se vuelve inhumano. Dios ya no es el Dios bíblico libertador de los hombres sino su consumidor, como los ídolos. Ninguna religión puede ser amiga de Dios si para ensalzar a Dios rebaja al hombre, si para aumentar el amor a Dios pide que se aumente el dolor humano.

No resulta sorprendente, entonces, que entre los siglos XVI y XVII se desarrollaran en el mundo católico los Vía Crucis, y con ellos toda una proliferación de imágenes, pinturas, santos, estampitas, capillas y Montes Santos. La energía vital y espiritual del pueblo se orientaba hacia prácticas devocionales no generativas, inocuas para algunos, pero disipadoras y tóxicas para otros, que no ayudaban ni a la religión ni a la sociedad, y se alejaban de la buena noticia de agape del Nazareno.

Aquí encontramos otro dato paradójico, que tiene consecuencias interesantes para la economía. Mientras la vida espiritual de los individuos se centraba cada vez más en las penitencias, en la cultura de la culpa, en el dolor necesario para merecer el purgatorio…, las liturgias colectivas se hacían cada vez más emocionales. Tal vez como una forma inconsciente de compensación, cuando el penitente, mortificado y oprimido por cilicios y flagelos y por el terror ante la muerte, llegaba a la iglesia o participaba en una procesión, todos sus sentidos se veían estimulados y satisfechos: el olfato (inciensos), el tacto (las estatuas que se podían tocar), el oído (música y cantos), la vista (cuadros, reliquias, espectáculos), el gusto (el Pan eucarístico). Las procesiones (Corpus Christi), peregrinaciones, misas y Vía Crucis eran explosiones sensoriales en un mundo dominado por el dolor y las calaveras. En una teología y en una Iglesia del Viernes Santo las liturgias eran, sin embargo, experiencias corpóreas y agradables. El cuerpo, despreciado y devaluado en la teología y en los confesionarios, era acariciado por la liturgia. La carne castigada en privado se consolaba (un poco) en público.

Pero aquí es precisamente donde asoma un tema tan delicado como necesario. La liturgia, sobre todo la Misa, adquirió cada vez más para los fieles la forma de un espectáculo, donde el sacerdote, separado sacramental y espacialmente del pueblo, “producía” un bien (la Eucaristía) que los cristianos “consumían” sin participar en su producción, sin tener que cogenerarlo activamente. Los fieles se convirtieron en consumidores del bien litúrgico, porque esta era la experiencia concreta que el pueblo tenía. A diferencia del mundo protestante, donde la Santa Cena era generada por la comunidad (no por el ministro), la liturgia eucarística de la Contrarreforma creó con el tiempo (como un factor entre muchos otros) una cultura del consumo, que desde la religión se extendió naturalmente a la vida económica y civil, donde el ciudadano tenía que esperar el “pan” de lo alto sin sentir la necesidad de cogenerarlo (basta pensar en nuestra cultura impositiva o en el asistencialismo). Reforzamos nuestra itálica tendencia a competir con los demás a través de los bienes de consumo, y por tanto una cultura posicional, rival y envidiosa, que hoy siguen siendo males socioeconómicos de nuestro país.

Así pues, no hemos sentido un gran asombro cuando, con algunos colegas (A. Smerilli, V. Pelligra, P. Santori), hemos realizado un estudio empírico sobre cómo han reaccionado los países protestantes y los católicos durante el confinamiento ante las liturgias on-line (The gnostic pandemic, 2022). De los datos surgía un mundo católico menos preocupado que el protestante por el abandono de la Misa presencial. Tal vez en nuestros cromosomas religiosos y sociales aún sigue vivo el legado de siglos de “Misas espectáculo” vividas como experiencias de consumo. Tampoco es asombroso que todavía hoy los países de tradición católica superen en mucho a los países prevalentemente protestantes en cuanto a tiempo “consumido” delante del televisor (fuente: OfCom, Uk).

Lo que he narrado es solo una parte de la historia. La otra parte nos dice que el pueblo es más grande que las ideologías. Recuerdo que, de niño, en los funerales se recitaba una oración incomprensible. De mayor descubrí que se trataba del famoso Dies Irae: «Dies Irae, dies illa solvet saeculum in favilla...». Mi gente ascolana lo había transformado en: «Diasilla, Diasilla, secula in secula sfavilla: yo te suplico, Jesús, Jesús mío del gran dolor». Los ancianos de mi pueblo no sabían latín ni teología, pero los “grandes dolores” de Jesús y de María los entendían muy bien, porque también eran los suyos. Y así, en un mundo religioso espectacular, lloraban de verdad ante las imágenes, que estaban recubiertas de sangre y lágrimas de verdad. Quién sabe en qué pensaban en su corazón mientras tocaban las estatuas, o en sus Vía Crucis. Creo que rezaban de otra manera, transformando cada día el Dies Irae en «mi Jesús del gran dolor».

Nos lo recuerda también un espléndido canto siciliano, que cuenta que María salió de casa la mañana de la pasión para buscar a su hijo; se encontró con un herrero y comenzó un maravilloso diálogo: «“Oh querido maestro, ¿qué hacéis en esta hora?”. “Hago tres clavos para el Señor”. “Oh, querido maestro, no los hagáis, en esta hora os pago la jornada y la mano de obra”. “Querida Madre, no puedo: si no, en el lugar de Jesús me ponen a mí”. En cuanto la Virgen oyó esta respuesta, hizo poner patas arriba el mundo, la tierra y el mar».

Nos hemos salvado de teologías parciales y equivocadas porque los hombres – sobre todo las mujeres – han sabido hacer decir a la religión cosas que ella no quería ni sabía decir, y han puesto patas arriba el mundo, la tierra y el mar. Y así, con su infinito amor-dolor, han hecho resurgir su religión mil veces, y lo siguen haciendo. Feliz Pascua.

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ContrEconomia/6 – A pesar de los errores, la fidelidad a la Resurrección puede y sabe resistir entre nosotros. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 09/04/2023

«La piedad es para la religión como la poesía para la literatura: su cima más elevada... Sin embargo, hay una diferencia: poetas hay pocos, píos podemos ser todos».

Giuseppe De Luca, Introduzione alla storia della pietà

La época de la Contrarreforma es también un tiempo importante para la liturgia, que se hace “espectáculo” distante del pueblo, y esto tendrá gran influencia en la cultura económica latina.

La Resurrección es el centro de la fe cristiana, pero no siempre ha sido el centro de la piedad popular católica. La historia del cristianismo ha conocido muchos “eclipses de la Resurrección”. Uno de ellos, especialmente largo y decisivo, se produjo durante la época de la Contrarreforma.  

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La religión del consumo, y más allá

La religión del consumo, y más allá

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ContrEconomia/5 - Y la sociedad de la "mercatura civil" se convirtió progresivamente en el lugar fijo. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 02/04/2023

"Por mucho que se busque, nunca se encontrará en la Contrarreforma otra idea que esta: que la Iglesia católica era una institución muy sana y que, por tanto, había que preservarla y reforzarla."
Benedetto Croce, Historia de la Edad Barroca en Italia.

Es justo en la edad de la contrareforma que debemos empezar a ver si queremos entender las diferencias entre el capitalismo nórdico y protestante, y el nuestro

Es difícil comprender el capitalismo sin pasar por la Reforma Protestante y su "espíritu", eso lo sabemos. En cambio, que hay que atravesar también la Contrarreforma Católica lo sabemos menos. Porque las formas teológicas, sociales, éticas y pastorales de la respuesta católica a la Reforma de Lutero tuvieron efectos muy importantes en el modo de entender y practicar los negocios en Italia y en otros países católicos. Lo veremos en estas nuevas páginas.  

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La Reforma de Lutero fue la crisis más grave e importante en la historia del cristianismo, y sus efectos fueron mucho más graves y profundos que los del primer Cisma de Occidente y Oriente. Con lo que estaba pasando en Alemania la Iglesia de Roma vio la posibilidad concreta de su propia disolución. En aquella revuelta no sólo había una herejía y un cisma: había una crítica radical a la versión que el cristianismo había asumido en la Iglesia romana e italiana, que para Lutero estaba gravemente equivocada y era a veces diabólica. Los papas y muchos obispos entendieron el enorme alcance teológico y ético de aquella crisis alemana, y se asustaron mucho. 

De ese miedo surgió una estrategia de defensa radical en todos los frentes que, hay que decirlo, fue muy eficaz, aunque los costos humanos fueron muy altos. La Inquisición, los jesuitas y las otras nuevas órdenes religiosas, la confesión privada a oídas, el índice de libros prohibidos, la vuelta al pasado, el Concilio de Trento, la renovación de la formación sacerdotal y la evangelización de los habitantes del campo fueron poderosos medios de esta defensa. En el plano teológico, Lutero había atacado algunos pilares del edificio eclesial. La reivindicación de la salvación por la "sola gracia" y no por las obras, minaba en sus cimientos toda la práctica y el mercado de las indulgencias, de las peregrinaciones y de los jubileos, que se habían desarrollado en la última época de la Edad Media y que estaban en el núcleo del funcionamiento político y económico de la vida de la Iglesia romana.

La Contrarreforma fue sobre todo una reacción, y este carácter "reaccionario" condicionó toda la teología y su praxis. Así, mientras al centro de la acción reformadora de Lutero estaba la conciencia y su libre examen, la acción contrarreformadora se centró en el papel de la autoridad eclesiástica y sus criterios de verdad externos a la persona, basados en jerarquías objetivas de méritos y culpas. Nacida de la necesidad primaria de refutar las nuevas doctrinas heréticas para bloquear su difusión, la época de la Contrarreforma se tradujo en una extraordinaria producción de casuística de pecados, prohibiciones y anatemas, y por tanto en un complejo sistema para identificar los síntomas del error y de la herejía anidados en el alma humana, a veces incluso sin su conocimiento. El foro externo estaba dirigido por la Inquisición y el interno por los confesores, dos foros complementarios que se convirtieron en los principales instrumentos de aquella catolicidad.

Luego hay un aspecto ético que sigue apareciendo como algo paradójico. Si es cierto que la teología de la Contrarreforma fue una reacción a la de la Reforma, habríamos esperado en el mundo católico una reacción también al agustinismo radical de Lutero (ex monje agustino) y a su pesimismo antropológico, y por tanto una mayor confianza en las capacidades morales de los hombres; aunque sólo fuera para ser coherentes con ese Tomás, que entretanto se había convertido en el punto de referencia absoluto del catolicismo, y que, en comparación con Agustín, tenía una mirada más positiva de la naturaleza humana y de nuestra capacidad para el bien a pesar del pecado original. En cambio, cuando vamos a leer la teología y la praxis de la Contrarreforma, encontramos una exasperación de la cultura de la culpa, una acción pastoral basada en la gestión de los pecados a través de una gran masiva difusión del sacramento de la confesión privada de los pecados, detallados en "especie y número" y multiplicados así al infinito. También encontramos un renacimiento del Purgatorio, de la angustia por el Infierno, de las danzas macabras y de iglesias barrocas llenas de calaveras y esqueletos.

Si nos ponemos a hojear los "Manuales para Confesores" (he coleccionado varios) que desde mediados del siglo XVI comenzaron a multiplicarse (y que llegaron hasta el Vaticano II), quedamos atónitos por el espectáculo de una constelación de pecados convertida en una propia y verdadera ciencia, como para hacer palidecer las colecciones de los canonistas romanos y medievales. Sobre esto escribía Guido De Ruggiero: "La moralidad se convierte en una cuestión de subsunción mecánica del caso individual en la clase apropiada, y la duda sobre la adecuación más o menos exacta del uno en la otra toma el nombre de escrúpulo y forma una especie de halo moral ficticio alrededor de la acción meramente periférica y destituida de toda intimidad... De ahí la creación de guías especializados, directores y confesores, capaces de orientar al individuo en el fantástico laberinto". Se desarrolló una "excepcional habilidad legalista, para adaptar el caso a la ley y quizás a veces para eludirla". Frente a una Reforma que negaba cualquier extrínseca dirección espiritual de las conciencias y concebía la penitencia (que en Lutero se mantuvo) como una renovación total de la vida, "la mentalidad casuística de la Contrarreforma reafirmó en cambio el carácter sacramental de la confesión", cuyo ejercicio se hizo cada vez más frecuente a lo largo del año (De Ruggiero, Rinascimento, Riforma e Controriforma, Laterza, 1947, pp. 198-199).

La difusión y la intensificación de la confesión auricular es, por tanto, un paso central. El nuevo confesor creado por las nuevas órdenes religiosas de la Contrarreforma es formado por teólogos (jesuitas, sobre todo) y pasa a jurisdicción de los obispos - antes la confesión era casi un monopolio de los monjes y frailes franciscanos y dominicos. El confesor se convierte en el "médico del alma" que debe ser capaz de reconocer la enfermedad moral más allá de la anamnesis siempre imperfecta del paciente-penitente: "El demonio emplea mil astucias para aumentar la dificultad de la confesión... Así que se abre el camino con el penitente de la siguiente manera: 'Ha oído malos discursos y ha tenido malos pensamientos, ¿no es cierto?'. Si los niega, tome sus negaciones como afirmaciones. Continúe y diga dos o tres veces más: "Ha morado con placer en estos malos pensamientos, ¿no es cierto?'. Aunque responda que no, continúe siempre..." (Abate Gaume, Manuale dei confessori, p. 49). Se pone mucha atención en el tratamiento de los pecadores reincidentes: "¿Cómo se puede absolver a un penitente acostumbrado a decir malas palabras seis veces al día o incluso más de diez veces al día? Si las pronunció casi una vez al día cada ocho días y... no reincidió más de tres veces en los ocho días?... etc etc" (Ibid, p. 269).

Importante es también, para nosotros, cuando se trata de la confesión de los comerciantes y de los diversos tipos de trabajadores: "Si viene un comerciante, pregúntale si vende más caro vendiendo a crédito, y si la mercancía por minutos puede venderse más cara... Si viene un sastre, pregúntale si ha estado trabajando los días festivos para terminar la ropa sin ninguna razón extraordinaria, si ha estado guardándose los retales de tela, y si es una ocasión cercana al pecado para él tomar las medidas a las mujeres... Si viene un barbero, ordénale que encuentre a una mujer que sepa cortar el pelo, porque las mujeres nunca se valdrán de un hombre para hacerse arreglar el pelo, etc. "(pp. 160-161). Además, los párrocos tenían que mantener listas parroquiales de los "no confesos" (quienes no se confesaban). Todos en la iglesia veían a los que salían del confesionario sin acercarse a comulgar, por lo que el pecado no absuelto salía del foro interno y se volvía un hecho público.

No es difícil comprender entonces cómo este uso de la confesión alimentó la tendencia al desarrollo de la doble moral, al recurso sistemático a la mentira. Los penitentes tenían un fuerte incentivo para no decir la verdad a sus confesores, también porque el confesionario era el último brazo de la Inquisición: "Me dijo que cuando se presente ante el confesor, no debe decir nada excepto lo que quiere que sepan y que luego debe esperar a que llegue el Jubileo porque entonces se perdonan los pecados" (Donna Olimpia Campana, modenese, 1600, citada en A. Prosperi, p. 275). Prosperi, Una rivoluzione passiva, p. 275).

Y llegamos, finalmente, a la economía. El Concilio de Trento, para frenar los efectos deletéreos de la libertad de conciencia no mediada por los clérigos, reafirmó con fuerza las antiguas prohibiciones económicas y financieras que la Escolástica había superado entre los siglos XIII y XVI. Los moralistas fueron a buscar usuras en los contratos (letras de cambio, encomiendas, seguros) que habían sido inventados por los negociantes para evitar la prohibición formal de usura. En esos confesionarios se hicieron humo más de tres siglos de civilización y de riqueza económica y jurídica.  Italia y los países latinos se rencontraron con una ética económica y financiera precedente a la de los hermanos franciscanos, que tanto habían trabajado para decir que no todos los préstamos eran usura. 

Esta proliferación de controles y de casuística de pecados produjo fenómenos muy relevantes. Se creó una distancia y una desconfianza mutuas entre el mundo empresarial y la Iglesia. Los comerciantes seguían dando limosnas a la Iglesia, financiaban las procesiones y las fiestas patronales, se confesaban una vez al año diciéndole al cura lo que le podían decir. Permanecían dentro del recinto de la Iglesia, pero para los oficios religiosos enviaban a sus esposas e hijas (nace la "feminización" de la Iglesia católica). Se refuerza la doble moral económica y civil: la de las cosas que se pueden decir a la autoridad y la de otras cosas que no se dicen a nadie. Nace la idea de la imposibilidad de respetar todas las complejas e infinitas leyes de la vida económica y social, donde solo el que dice una verdad parcial puede sobrevivir, y donde solo los tontos dicen toda la verdad - "¿Los impuestos? Los pago, claro, pero un poco: pagarlos todos es imposible", me decía hace unos días un empresario.

Se vivía y se trabajaba, por lo tanto, en un estado ordinario de imperfección, pero era el propio sistema religioso y social el que ofrecía su clausura. La Iglesia era consciente de la imposibilidad de implementar esos mecanismos de control individual, debido a fallas tanto en la oferta (los sacerdotes no estaban suficientemente preparados) como en la demanda (los fieles). Y es aquí donde la propia Iglesia introduce o reanuda las indulgencias plenarias ordinarias y extraordinarias, los jubileos, los años santos, los indultos y las peregrinaciones que suprimían los pecados no confesados. He aquí la raíz profunda de la "cultura" católica de los indultos: pecados y mentiras privadas que se pagaban en público con instrumentos pensados y deseados por la misma institución transgredida.

Por último, otro efecto secundario igualmente grave fue el distanciamiento del oficio de comerciante, de ese ars mercatoria que había hecho grande a Italia hasta el Renacimiento. Para qué desempeñar un trabajo, ya de por sí arriesgado, que se examina hasta en sus más mínimos detalles religiosos, que goza de mala reputación ("estiércol del diablo"), que obliga a decir mentiras todos los días incluso a Dios: mejor entregarse a las profesiones liberales (abogados, notarios), mejor la carrera militar y eclesiástica, mejor sobre todo la función pública.

En la economía católica pasó algo parecido a la teología: para qué arriesgarse a ser quemado en la hoguera por ser teólogo, mejor dedicarse a la música o al arte, o a la ciencia económica, como hizo Antonio Genovesi, que fue condenado como teólogo y se convirtió en el primer economista de Europa en 1754.

Y así, la Italia de la "mercatura civil", que había hecho estupendas nuestras ciudades comunales, se convirtió poco a poco en la Italia del lugar fijo.

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ContrEconomia/5 - Y la sociedad de la "mercatura civil" se convirtió progresivamente en el lugar fijo. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 02/04/2023

"Por mucho que se busque, nunca se encontrará en la Contrarreforma otra idea que esta: que la Iglesia católica era una institución muy sana y que, por tanto, había que preservarla y reforzarla."
Benedetto Croce, Historia de la Edad Barroca en Italia.

Es justo en la edad de la contrareforma que debemos empezar a ver si queremos entender las diferencias entre el capitalismo nórdico y protestante, y el nuestro

Es difícil comprender el capitalismo sin pasar por la Reforma Protestante y su "espíritu", eso lo sabemos. En cambio, que hay que atravesar también la Contrarreforma Católica lo sabemos menos. Porque las formas teológicas, sociales, éticas y pastorales de la respuesta católica a la Reforma de Lutero tuvieron efectos muy importantes en el modo de entender y practicar los negocios en Italia y en otros países católicos. Lo veremos en estas nuevas páginas.  

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El espíritu católico del mercado

El espíritu católico del mercado

ContrEconomia/5 - Y la sociedad de la "mercatura civil" se convirtió progresivamente en el lugar fijo.  Luigino Bruni Publicado en Avvenire el 02/04/2023 "Por mucho que se busque, nunca se encontrará en la Contrarreforma otra idea que esta: que la Iglesia católica era una institución muy sana y q...
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ContrEconomia/4 - La biodiversidad es ley fundamental también en las empresas y en la consultoría.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 26/03/2023

"Nadie libera a nadie, nadie se libera solo: las personas se liberan en comunión."

Paulo Freire, Pedagogía del oprimido.

De la genética podemos quedarnos con enseñanzas preciosas para la vida de nuestras organizaciones y comunidades y aprender cómo se resuelven verdaderamente los conflictos. 

La biodiversidad es una ley fundamental de la vida, por lo tanto, también de la vida económica, de la empresa, de la consultoría. Fundamental en todos los ámbitos, la biodiversidad se vuelve verdaderamente decisiva cuando entramos en el mundo de las Organizaciones con Motivación Ideal (OMI), es decir, aquellas realidades nacidas de nuestras mayores pasiones, las que aglutinan nuestros sueños colectivos. En muchos aspectos se parecen a todas las demás realidades humanas, pero en otras dimensiones fundamentales son diferentes, a veces muy diferentes. 

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Una premisa. La ciencia ha descubierto que la especie humana comparte casi todo su material genético (alrededor del 98%) con otros primates superiores, pero el nuestro está organizado de forma diferente. La organización depende de los genes y de cómo se expresan, de las mutaciones, de los "reordenamientos" cromosómicos. Desde esta perspectiva, somos casi iguales a los chimpancés, pero en ese "casi" es donde están muchas de las cosas esenciales para entender lo que es realmente el homo sapiens, para entender por tanto la cultura, el lenguaje, las relaciones, la conciencia, las ideologías, la fe. El 1 o el 2% en estos fenómenos son números enormes, casi infinitos. Porque la biodiversidad entre las especies e intra-especies depende sobre todo de cómo las mismas letras del alfabeto (o sea, el ADN) se combinan en palabras (los genes) que junto con los huecos entre una palabra y otra se convierten en frases (los cromosomas) con las que se compone el discurso de cada ser vivo singular, en continua evolución. La epigenética nos enseña, pues, que muchos cambios en los seres vivos se deben a la interacción del genoma con el entorno, que provoca una expresión diferente de los genes del organismo sin cambiar las secuencias de ADN -quizá Lamarck con su "cuello de jirafa" tenía más razón de lo que pensaban mis profesores de ciencias-.

Utilizando esta poderosa metáfora genética (hay que tomarla como tal), incluso las numerosas organizaciones humanas comparten casi todo su ADN. Sin embargo, si quienes estudian las organizaciones se limitaran a analizar la secuencia genética organizativa, llegarían a la conclusión de que las organizaciones humanas son (casi) todas iguales. Pero, incluso en este caso, las diferencias que realmente importan no están tanto en la secuencia del ADN, es decir, en los organigramas, en los diagramas de flujo, en las jobs descriptions, en la gobernanza formal, en la subdivisión en unidades, oficinas y tareas. Porque, vistas desde esta perspectiva "genética", las organizaciones son en realidad demasiado parecidas, no vemos la vida, sino sólo sus rastros, no captamos esas diversidades que, en cambio, deberíamos identificar: somos mucho más complejos que nuestro código y nuestro programa genéticos.

Todo esto es cierto para cada realidad humana individual y colectiva, pero es decisivo con instituciones que llevan siglos de historia, que nacieron por fundadores dotados de un carisma, unos ideales y unas motivaciones diferentes a las del "business as usual". Se comprende, pues, que el primer error a evitar cuando un consultor se acerca a estas realidades, todas iguales y todas diferentes, es obvio: no quedarse sólo en el análisis del ADN, aunque disponga de las herramientas y técnicas más avanzadas, si no quiere confundir humanos con macacos. Cuando uno se adentra en el mundo de las OMI, la biodiversidad aumenta enormemente: tienen una historia generalmente larga (la duración de los procesos aumenta las variantes), tienen que ver con un carisma único e irrepetible, han sufrido muchas "réplicas" y "mutaciones" en el tiempo y en el espacio. Los buenos procesos de acompañamiento y ayuda son, por tanto, largos, difíciles y delicados, y se articulan en algunas fases necesarios. 

La primera: La auscultación. La subsidiariedad organizativa, siempre esencial, es aquí vital. Es necesaria una auscultación profunda de problemas, proyectos y sueños para tratar de descubrir la solución, que casi siempre está ya inscrita en esa historia y en esas personas. Desconfiemos, por lo tanto, de las consultoras que inician esta primera fase -la más delicada- enviando a unos empleados novatos armados de cuestionarios y modelos abstractos que, en una o dos semanas, deberían llegar a un diagnóstico de las cuestiones críticas. Aquí la regla de oro general -para entender un problema hay que escuchar a todas las personas implicadas- es un pasaje vital en las OMI. La lógica bíblica de los “últimos” es la única buena. En la Biblia, las soluciones a muchos episodios cruciales de la historia de la salvación provienen de hecho de parte de los "descartados" de los organigramas, de los excluidos de las secuencias formales de los "genomas" comunitarios. David es buscado y encontrado por el profeta Samuel en el campo, fuera del círculo de hermanos seleccionados por su padre; Jacob y Abel eran segundos hijos, y en la línea de transmisión de la promesa que de Adán llega a María encontramos adulterio e incesto, y por tanto hijos-herederos nacidos donde no debían nacer. Y, en general, la salvación no viene de los grandes y poderosos, sino del "pequeño resto". De modo que seguir esta lógica significa tomarse muy en serio las palabras de los "pequeños", dedicar tiempo a la información que llega de las periferias organizativas (conserjes, personal de limpieza, mensajeros...). Algo necesario también en la regla de San Benito: "Hemos dicho que se consulte a toda la comunidad, porque a menudo es a los más jóvenes a quienes el Señor revela la mejor solución" (Capítulo III).

La segunda fase: Las mutaciones. Las diferencias más importantes entre los organismos suelen deberse a mutaciones generadas por errores en la replicación de las secuencias genéticas. Si quien se acerca a una comunidad tiene una idea de "salud" o de normalidad, trata las mutaciones como errores a corregir, para ajustarse al modelo abstracto, e inevitablemente acaba confundiendo la salud con la enfermedad, porque en esos "errores de replicación" se pueden esconder las palabras de ese carisma, de esa historia, de esas personas con "vocaciones" diversas. Esto no quiere decir que en las OMI y en las comunidades carismáticas cada error-mutación sea siempre evolutivamente positivo. Las recesiones también existen aquí, y a veces también son graves, pero hay que saber identificarlas, y no llamar patología a toda variación del paradigma dominante. Porque no hay que olvidar una característica decisiva de la cultura empresarial, inducida generalmente por la gran consultoría: el isomorfismo, o sea, la nivelación de la diversidad y la estandarización de las formas organizativas. Y como sucede cada vez que se establece un paradigma dominante, las disonancias del paradigma se definen como 'anomalías' y por lo tanto son expulsadas - hasta que las anomalías son demasiadas y el paradigma entra en crisis (T. Kuhn). Los métodos y los protocolos del asesoramiento pueden convertirse fácilmente en un "lecho de Procusto" que corta todos los "pies" que no encajan en las medidas fijas establecidas por el paradigma. Y generalmente lo que en tales operaciones se amputa es precisamente aquel 1 o 2% de diversidad, donde se concentran casi siempre la herencia ideal, las palabras diferentes, las opciones proféticas de ayer y a veces las de hoy. Los amantes de los paradigmas aman los promedios y las medianas, y se asustan con los picos y los extremos, que en los carismas y en los ideales son, por el contrario, esenciales.

Tercera fase: Los vacíos. En la construcción de frases no sólo cuentan las letras, ni las palabras sueltas, ni tampoco los verbos. Al igual que en las secuencias de ADN de las células, en los genomas organizativos y comunitarios cuentan también los huecos, los rasgos no activados, los espacios en blanco entre una letra y otra. En las historias y en las realidades ideales y espirituales, las no-elecciones, las no-palabras, las no-victorias, los no-hechos son muy importantes. Las frases más importantes se leen a partir de sus vacíos. Y estos vacíos decisivos no son fáciles de ver para los analistas de ADN, no están marcados en la hoja. Un "pero no" ("ma no", en italiano) se convierte en una "mano", un "por diente", se convierte en un "perdedor" ("perdiente"), una elección hecha "por misión" se vuelve un "permiso" ("per missione"). Los discursos se dan vuelta, perdemos el hilo de las frases y de la vida. 

Cuarta fase: El desperdicio. Otra ley de la vida es el desperdicio. El Sembrador del Evangelio siembra su semilla incluso en lugares inverosímiles, espinas y piedras, porque le interesa que una parte llegue a tierra buena, y después a veces se sorprende, al ver que la semilla germina incluso entre las espinas. Muchas culturas de la consultoría persiguen una mayor eficacia, la racionalización de los procesos, la optimización de los procedimientos. Son operaciones buenas en un 98%, pero que a menudo caen en la trampa del 2%. Porque algunos de los secretos y misterios de las OMI se pueden entender si dejamos la lógica de la eficiencia y abrazamos la del desperdicio, si somos capaces de perder tiempo en relaciones improductivas pero necesarias para no perder el alma, si invertimos energía en lugares que sabemos que nunca rendirán; y luego quizás veamos conmovidos volver ese pan desperdiciado: "Echa tu pan sobre la faz de las aguas, porque dentro de muchos días lo volverás a encontrar" (Qohelet 11:1). De eficacia se puede morir en todas partes; en las realidades nacidas de nuestros ideales más altos, la ideología de la eficacia no mata inmediatamente, cambia el organismo día a día y lo convierte en otra cosa.

Finalmente, la última fase: El cuerpo a cuerpo. Cuando, subsidiariamente, una OMI busca ayuda a la consultoría, debe temer más que nada a la externalización de la gestión de las relaciones y las emociones. Las comunidades espirituales e ideales están hechas de relaciones. Incluso cuando se ocupan de educación o salud, siguen siendo un asunto relacional, y nada funciona como debería si las relaciones no están bien, si las relaciones no se mantienen pulidas. Si entonces vivo un conflicto profundo con uno de mis responsables, esto puede hacerme hablar con dos, y hasta con cinco consultores diferentes, y puede que a veces sea incluso útil. Pero tarde o temprano tengo que hablar con él o con ella, y si este momento nunca llega porque está blindado por los muchos consejeros, el conflicto no se resuelve, sólo se pospone unos meses o semanas, y empeora - los buenos consejeros pueden recoger mis llantos y mis gritos, pero yo no saldré de mi/nuestro agujero hasta que no llore ni grite delante/junto a ti, porque es la relación contigo lo que me duele. 

Los consultores son, al fin y al cabo, mediadores. La mediación es de dos grandes familias: la de los mediadores que se interponen entre las partes, apartándolas para que no se toquen y no se hagan daño; y la de los mediadores que, al contrario, acercan a las partes distantes y desaparecen para hacer que se toquen (el icono de éstos es el Crucifijo). Ambas formas de mediación son necesarias en la vida social y económica, pero las OMI desaparecen si faltan los segundos mediadores. Porque en estas organizaciones diferentes, nadie puede ni debe evitar el cuerpo a cuerpo. Si esto ocurre, podemos ganar tiempo y eficacia, pero empobrecemos gravemente el capital espiritual, imprescindible para vivir y crecer. Perdemos poco a poco el "pequeño resto" de la diferencia, y un día nos encontramos en la misma terrible mutación de Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis de Kafka.

Aquí termina esta (apasionante) primera parte de ContrEconomía. A partir del próximo domingo empezamos a escrutar la época de la "Contrarreforma católica", en busca de otras raíces del espíritu de la economía en nuestro país y en Europa.

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ContrEconomia/4 - La biodiversidad es ley fundamental también en las empresas y en la consultoría.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 26/03/2023

"Nadie libera a nadie, nadie se libera solo: las personas se liberan en comunión."

Paulo Freire, Pedagogía del oprimido.

De la genética podemos quedarnos con enseñanzas preciosas para la vida de nuestras organizaciones y comunidades y aprender cómo se resuelven verdaderamente los conflictos. 

La biodiversidad es una ley fundamental de la vida, por lo tanto, también de la vida económica, de la empresa, de la consultoría. Fundamental en todos los ámbitos, la biodiversidad se vuelve verdaderamente decisiva cuando entramos en el mundo de las Organizaciones con Motivación Ideal (OMI), es decir, aquellas realidades nacidas de nuestras mayores pasiones, las que aglutinan nuestros sueños colectivos. En muchos aspectos se parecen a todas las demás realidades humanas, pero en otras dimensiones fundamentales son diferentes, a veces muy diferentes. 

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Es el dos por ciento que cuenta

Es el dos por ciento que cuenta

ContrEconomia/4 - La biodiversidad es ley fundamental también en las empresas y en la consultoría. Luigino Bruni Publicado en Avvenire el 26/03/2023 "Nadie libera a nadie, nadie se libera solo: las personas se liberan en comunión." Paulo Freire, Pedagogía del oprimido. De la genética podemos qu...
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ContrEconomía/3 - Más acerca del último intento del mercado para resistir al viento de la vanitas.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 19/03/2023

"Me asusta sobre todo el sufrimiento que avanza en el mundo como una aplanadora. Me importa poco la culpa, poco la justicia, poco la verdad, poco la belleza: me importa el sufrimiento."

Sergio Quinzio, Un intento de colmar el abismo 

La salida de escena del consultor al final del proceso es parte de su excelencia. En el libro de Daniel hay preciosas indicaciones sobre cómo interpretar las visiones de los otros, sin convertirse en padrones.

Las crisis medioambientales, financieras y militares de este comienzo de milenio corren el riesgo de hacernos subestimar u olvidar una triple crisis no menos grave: la de la fe, los grandes relatos y la generación. Un mundo que ya no espera el paraíso, sin relatos colectivos y sin hijos, ya no encuentra sentido suficiente para vivir y, por tanto, para trabajar. ¿Por qué trabajar si ya no espero una tierra prometida (por encima o por debajo del cielo), si nadie espera de mi trabajo un presente y un futuro mejores? El mundo del trabajo nunca ha creado ni agotado el sentido del trabajo. Ayer fueron la familia, las ideologías, la religión las que daban al trabajo su primer sentido. La fábrica, el campo o la oficina reforzaban ese sentido que, sin embargo, nacía fuera. El trabajo es grande, pero para ser visto en su grandeza hay que mirarlo desde fuera, desde una puerta que se abre al exterior. Sin ese espacio amplio, la sala de trabajo es demasiado estrecha, su techo demasiado bajo para que ese animal enfermo de infinitud que es el homo sapiens pueda permanecer mucho tiempo allí sin asfixiarse. 

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La constitución italiana está fundada en el trabajo porque el trabajo se fundaba en otra cosa. La economía registra un creciente malestar laboral, pero: ¿cuándo comprenderemos que este malestar laboral es primero un malestar existencial generado por esta triple carencia? "¿Dónde se ha metido Dios? Nosotros lo hemos matado, ¡tú y yo! ¡Todos somos sus asesinos! ... ¿No estamos vagando en una nada infinita?" (F. Nietzsche, La Gaya Ciencia). Aquél loco grita la muerte de Dios en el "mercado", pues "allí se reunían muchos de los que no creían en Dios". En el mercado, el pregonero de la muerte de Dios 'suscitó grandes risas' (La Gaya Ciencia, 125). Los comerciantes se rieron; tal vez porque esperaban que ese "superhombre" necesario para vivir en un mundo sin Dios fuera el homo oeconomicus, gracias a su nueva religión capitalista. Pero los comerciantes que ayer se reían se dan cuenta ahora de que esa nada infinita está devorando a la propia economía. La consultoría es el último intento que el mercado está haciendo para resistir al viento de la vanitas. Porque en la línea del horizonte de la tierra sin dioses no ha aparecido ningún superhombre: en su lugar hemos visto a un hombre cada vez más frágil y solitario. Sufriente y oculto por la divertida máscara del hedonismo.

Habíamos dejado a los consejeros dentro de la reflexión sobre la subsidiariedad. Todavía falta un último paso: un buen consejero subsidiario debe saber retirarse en el momento adecuado. Una vez terminado su trabajo, el consejero debe saber retirarse, desaparecer, salir del proceso para no transformar el lazo en una atadura, favoreciendo la autonomía de la persona que ayudó. Pero como en el asesoramiento también existe una dimensión de posible conflicto de intereses (el ayudado es también facturado), la salida nunca es sencilla ni está garantizada. Así, a veces, la relación de ayuda dura demasiado tiempo y, por tanto, se pervierte. A menudo, la no-salida es deseada por el "cliente", que durante el proceso de ayuda ha desarrollado progresivamente una relación de dependencia de sus acompañantes. El valioso arte del consejero (que se ocupa de personas y relaciones) y del ayudante reside entonces en su capacidad de desaparecer, de dejar ir. Hacerse cada vez menos necesario con el paso del tiempo, hasta volverse inútil -la inutilidad final debería ser su objetivo explícito, ahí reside su excelencia. Cuando, por el contrario, el paso del tiempo aumenta la necesidad del consejero, ese acompañamiento está fallando y el riesgo de manipulación se hace grande: de ser una ayuda al discernimiento, el consejero pasa a ser el que decide y gobierna: entra para servir, acaba por mandar.

Otra dimensión esencial del buen asesoramiento y acompañamiento organizativo nos la sugiere de nuevo la Biblia, en el Libro del profeta Daniel, el gran soñador e intérprete de sueños. Los intérpretes de sueños en el mundo antiguo eran una profesión en la frontera entre el arte y la ciencia a la que recurrían principalmente los poderosos. Eran vistos como los que ponían orden en un mundo desconocido y amenazador. Un día, Daniel tuvo un sueño "difícil": el sueño sobre el misterioso "hijo del hombre", una figura muy querida por Jesús (Daniel 7:13-14). En el sueño tuvo una visión - nótese que visión es una de las grandes palabras de la consultoría. Sin embargo, Daniel no pudo comprender su significado en esa ocasión; estaba agitado, turbado, y por eso pidió ayuda a un ángel intérprete: "Yo, Daniel, me sentí turbado en mi alma....Me acerqué a uno de los ángeles cercanos y le pregunté el verdadero significado de todas estas cosas, y él me dio una explicación" (7:15-16). Siendo intérprete de sueños, propios y ajenos, Daniel necesitó a un tercero, otro intérprete; la misma situación se repetirá en el capítulo siguiente (8).

La necesidad de "un intérprete para el intérprete" nos dice algo importante. La interpretación de los sueños es relacional y ternaria por naturaleza. Una buena relación de acompañamiento, de hecho, de binaria (A-B) debe convertirse en ternaria (A-B-C), porque la apertura de la relación a un tercero (C) protege al intérprete de convertirse en el dueño de los sueños que interpreta. El tercero es la posibilidad de castidad del intérprete. Pero para que esta apertura se active, es necesario que el intérprete sienta la "perturbación", porque siente su propia insuficiencia frente al sueño. El mayor peligro es la falta de esta conciencia de insuficiencia, cuando el asesor no experimenta nunca o deja de experimentar la necesidad de pedir ayuda a un "ángel" externo. El buen asesoramiento subsidiario es, por tanto, una relación abierta a un tercero. Este es el fundamento bíblico de la supervisión, que hoy en día es obligatoria en muchas formas de asesoramiento, aunque no en todas. Cuando el intérprete no tiene a su vez otro intérprete, la relación tiende a cerrarse en una relación binaria, siempre peligrosa pero muy seria con visiones difíciles, que permanecen selladas porque "dos" no se han convertido en "tres".

El libro de Daniel, un gran manual para soñadores e intérpretes, contiene otro episodio particularmente interesante. Al principio de la historia, el rey Nabucodonosor tuvo un sueño misterioso. Estaba tan agitado "que ya no podía dormir" (2.1) porque no podía interpretarlo. Por ello convocó a todos los adivinos y arúspices del reino, pero ninguno pudo. También por un detalle curioso y decisivo: el rey no contó a los intérpretes el sueño que debían interpretar, les pidió a ellos que lo narraran. ¿Por qué? No lo había olvidado. La razón era otra, la cultura babilónica poseía sofisticados manuales de oniromancia que descomponían los sueños en sus elementos esenciales y, por tanto, producían siempre una respuesta. Si el rey hubiese revelado su sueño, el sueño se habría explicado mediante la técnica; el rey quería algo más, sentía que la técnica por sí sola no bastaba para aquel sueño diferente y especial. El rey tenía miedo de que su sueño pudiera ser manipulado por los técnicos, que ejercían un gran y seductor poder sobre los soberanos -todos los intérpretes son fascinantes en tanto que depositarios de conocimientos misteriosos-. Por eso quería una garantía de que su intérprete fuera honesto, y en aquel mundo ser honesto significaba ser un mensajero de Dios: ser profeta, es decir, alguien movido por la gratuidad, por la vocación y no sólo por el lucro y el poder. Por fin llegó Daniel, un verdadero profeta, y "el misterio le fue revelado a Daniel en una visión nocturna" (2,19).

Para muchos acompañamientos ordinarios, la técnica es suficiente. Sin embargo, hay algunos discernimientos que, para "soltarse", necesitan técnica pero también vocación. En estos casos, raros pero decisivos, no basta con interpretar la visión contada: hay que adivinarla antes de que el otro nos la cuente. Aquí el tercero necesario se convierte en el propio sueño. Esto es relevante en aquellas situaciones muy complejas y delicadas en las que está en juego la existencia misma de la institución o de la comunidad. Aquí se exige al consejero que haga un gasto extraordinario de tiempo, de recursos, de energía, que afronte el riesgo del fracaso, decisiones que no pueden justificarse sólo en los términos del contrato y los honorarios, son gastos que van más allá de los pequeños ordinarios. Uno pronto se da cuenta de que para intentar resolver el caso se necesitará mucho más de lo que generalmente se hace. Uno puede decidir irse antes o no empezar; pero también puede decidir quedarse, y al quedarnos revelamos nuestra vocación, nos decimos a nosotros mismos que tenemos un honor mayor que el del honorario, que nos importa nuestro estar en el mundo y no sólo estar en el mercado. Estas elecciones se mantienen casi siempre ocultas a los "clientes", pero están guardadas en la bodega del corazón. A veces, sin embargo, alguien se da cuenta, y esa escucha profunda, lenta, sin minutero, hace que el otro se dé cuenta de que no estamos trabajando solo con la técnica. Téchne se une a psyche, la competencia se reencuentra con el alma. Y cuando el otro comprende que estamos trabajando por vocación, nace en él o en ella una calidad diferente de la confianza y nos deja entrar en las habitaciones secretas de sus sueños, donde a menudo se encuentra la clave de la solución de su discernimiento. Al técnico se le dice algo, al alma se le dice mucho, al alma combinada con la tecnología se le puede decir todo.

Pero hay algo más. El diálogo entre Daniel y el ángel-intérprete tiene lugar durante la visión. El exégeta del sueño está dentro del sueño mismo. En muchas visiones es posible, y tal vez bueno, que el intérprete esté fuera de nuestro sueño, porque la distancia terapéutica suele ser importante; a veces es bueno que el exégeta esté "despierto" mientras nosotros soñamos. Pero en algunos sueños diferentes, el intérprete debe estar dentro de nuestro propio sueño, el ángel debe ser alguien que nos conozca íntimamente porque está dentro de la misma experiencia, es un personaje de la visión común. A veces no podemos descifrar nuestros problemas porque el intérprete está demasiado cerca; otras veces, que a menudo son las cruciales, la explicación de nuestra visión está en casa, pero la buscamos lejos. Cuando pasamos de las empresas con fines de lucro a la economía civil y quizá a las comunidades religiosas, para entender ciertas "visiones", esas que no nos dejan dormir durante muchas noches durante muchos años, el intérprete debe estar adentro. Aquí la única distancia terapéutica buena es cero. Estos intérpretes conocen la visión antes de que se la contemos, porque es también la suya.

El consultor que desde afuera se acerca a las Organizaciones con Motivación Ideal, que generalmente no pertenece a su sueño carismático, debe ser muy consciente de que es un "ángel" fuera del sueño. Por lo tanto, debe gastar mucho tiempo y energía para tratar de soñar con los ojos abiertos, para tratar de entrar en esa visión nocturna sin estar ahí. Y luego, después de mucho tiempo y un suave silencio, decir unas palabras como ese ángel consciente de no serlo. Recordar y recordarse cada día, hasta el final, que no es el intérprete de quien realmente se necesita. Es de la conciencia de esta fragilidad que puede nacer su utilidad.

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ContrEconomía/3 - Más acerca del último intento del mercado para resistir al viento de la vanitas.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 19/03/2023

"Me asusta sobre todo el sufrimiento que avanza en el mundo como una aplanadora. Me importa poco la culpa, poco la justicia, poco la verdad, poco la belleza: me importa el sufrimiento."

Sergio Quinzio, Un intento de colmar el abismo 

La salida de escena del consultor al final del proceso es parte de su excelencia. En el libro de Daniel hay preciosas indicaciones sobre cómo interpretar las visiones de los otros, sin convertirse en padrones.

Las crisis medioambientales, financieras y militares de este comienzo de milenio corren el riesgo de hacernos subestimar u olvidar una triple crisis no menos grave: la de la fe, los grandes relatos y la generación. Un mundo que ya no espera el paraíso, sin relatos colectivos y sin hijos, ya no encuentra sentido suficiente para vivir y, por tanto, para trabajar. ¿Por qué trabajar si ya no espero una tierra prometida (por encima o por debajo del cielo), si nadie espera de mi trabajo un presente y un futuro mejores? El mundo del trabajo nunca ha creado ni agotado el sentido del trabajo. Ayer fueron la familia, las ideologías, la religión las que daban al trabajo su primer sentido. La fábrica, el campo o la oficina reforzaban ese sentido que, sin embargo, nacía fuera. El trabajo es grande, pero para ser visto en su grandeza hay que mirarlo desde fuera, desde una puerta que se abre al exterior. Sin ese espacio amplio, la sala de trabajo es demasiado estrecha, su techo demasiado bajo para que ese animal enfermo de infinitud que es el homo sapiens pueda permanecer mucho tiempo allí sin asfixiarse. 

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La castidad de la consultoría

La castidad de la consultoría

ContrEconomía/3 - Más acerca del último intento del mercado para resistir al viento de la vanitas. Luigino Bruni Publicado en Avvenire el 19/03/2023 "Me asusta sobre todo el sufrimiento que avanza en el mundo como una aplanadora. Me importa poco la culpa, poco la justicia, poco la verdad, poco la...
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ContrEconomía/2- Es en el Evangelio y no en las business schools donde se enseña a multiplicar los panes y los peces. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 12/03/2023

"Dios es el Dios del silencio, porque sólo el silencio de Dios es la condición del riesgo y de la libertad".

André Neher, El exilio de la palabra

Este principio está a la base y llama a la ley de muchas relaciones humanas, incluso las relaciones haciendales y el arte de los consultores, que tendrían que actuar solo al final de un largo proceso de escucha. 

Algunos errores graves en la relación entre las empresas y sus consultores tienen que ver con la subsidiariedad, una palabra ausente en los cursos de formación de managers en las escuelas de negocios, y que suele estar alejada también de la teoría y la práctica de las varias formas de consultoría. Subsidiariedad es una palabra anterior a toda buena comunidad y sociedad. Es esencialmente una indicación del orden y las prioridades de acción cuando se necesita más de una intervención para gestionar un problema y los actores se encuentran a diferentes distancias del problema a resolver. La recomendación del principio de subsidiariedad es en realidad simple: el primero que debe actuar y ser escuchado es el que más cerca está del problema, y todos los demás actores sólo deben intervenir después, para ayudar (en "subsidio") al que está más cerca de la situación a gestionar. Las aplicaciones más conocidas del principio de subsidiariedad son las políticas (verticales y horizontales), tan conocidas que terminamos olvidando que la subsidiariedad tiene un alcance mucho más amplio. 

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El origen de la subsidiariedad se encuentra en el pensamiento de Aristóteles y después en Santo Tomás de Aquino. Pero la subsidiariedad se encuentra ya en la Biblia, donde el primero en aplicarla es Dios mismo en sus relaciones con los hombres y mujeres. Porque no se sustituye a sus responsabilidades, sino que los "ayuda" (subsidia) a realizar su vocación, y luego se aparta, calla, se retrae (tzimtzum), se retira, sale de escena; éste es también el sentido del "séptimo día" de la creación y del shabbat (Génesis 2:2). Es el Dios de la "segunda línea", del "último recurso", que interviene sólo después de que nosotros hayamos hecho nuestra parte para resolver nuestros problemas. Tanto es así que en algunos libros bíblicos -de Ester a Cántico, de Rut a Qoelet- la acción directa de Dios está casi ausente, para dejar sitio a la de los hombres y más todavía a la de las mujeres. En la subsidiariedad, de hecho, hay algo femenino. El Dios de la Biblia nos acompaña sin ocupar nuestro lugar, porque, a diferencia de los ídolos, no abusa de su poder, lo usa de forma subsidiaria.

En la Biblia encontramos episodios en los que la subsidiariedad es explícita. Uno de ellos se refiere a la construcción del templo de Salomón. En un momento dado, la responsabilidad de la obra pasa de los sacerdotes a los trabajadores, "a los albañiles, a los canteros", y "el dinero era entregado en manos de los ejecutantes de la obra" (2 Reyes 12:12-13). De este modo, la gestión del proceso productivo se le quita a los más alejados y menos competentes (los sacerdotes) y se le entrega a los obreros, los más cercanos a la obra - recordándonos también que sin subsidiariedad nunca tuvimos laicidad, sino sólo clericalismo. La subsidiaridad también la encontramos en los Evangelios, particularmente en el gran relato de la multiplicación de los panes y los peces: "Se le acercaron sus discípulos diciendo: 'El lugar está desierto y ya es tarde; despide a la multitud...'. Pero él les respondió: 'Dadles vosotros de comer'. Ellos le dijeron: "¿Vamos a comprar doscientos denarios de pan?". Pero él les dijo: "¿Cuántos panes tenéis? Id a ver". Ellos, cerciorándose, dijeron: "Cinco panes y dos peces"" (Mc 6, 35 ss.).

Los discípulos se dirigen a Jesús para resolver el problema, pero él responde con una síntesis perfecta de subsidiariedad: dadles vosotros de comer. La primera solución que se les ocurre a los discípulos es el mercado (dinero), pero Jesús los invita a "mirar bien" primero entre ellos: ¿cuántos panes tenéis? Aquí vienen los cinco panes y los dos peces que, en la versión de Juan, son ofrecidos por un muchacho, un "último", siempre en línea con la subsidiariedad bíblica de que para resolver un problema se empieza en general por los últimos (David, Jacob, María...). Jesús interviene entonces subsidiariamente. Ese "pero" repetido en el pasaje evangélico dice mucho de la subsidiariedad: es un orden que debe crearse "oponiéndose" a la acción espontánea de las cosas, porque la primera reacción no es subsidiaria (se va directamente al más poderoso).

Esta subsidiaridad bíblica y evangélica contiene una verdadera y propia gramática y un abecedario. Su primera raíz es una dimensión cognitiva, se refiere al conocimiento. El que está dentro de un problema, o el que está más cerca, tiene el derecho-deber de dar el primer paso porque tiene un conocimiento diferente y, en un cierto sentido, superior al que está "fuera" del problema o al menos más distante (la distancia adopta diversas formas). No es el único conocimiento en juego, pero debe ser el primero si tomamos en serio a las personas. Quien está dentro de su propio problema tiene un acceso diferente y necesario a la realidad. Porque la realidad tiene su propia fuerza de verdad, expresada en una frase muy querida por el Papa Francisco: "La realidad es superior a la idea" (Evangelii gaudium, 233), es decir, a la idea que se hace de la realidad aquel que está lejos de ella. En educación, el principio de subsidiariedad nos dice que una intervención educativa debe partir de lo que el niño (toda persona) ya es y sabe: la acción que viene de fuera debe ser subsidiaria de la realidad preexistente, porque ninguna persona es tan ignorante que no sepa ya algo, ninguno es tan joven que no sea ya algo antes de formarse. Un buen resumen de esto es la conocida frase de Robert Baden Powell: "Ask the boy": empieza por él si quieres resolver su problema.

Otro ámbito es el de la pobreza. En una situación de pobreza-miseria debemos partir de lo que esa persona o comunidad ya sabe hacer, de las riquezas que ya posee, y leer nuestra intervención como subsidiaria de lo que el otro ya es, ya tiene y ya sabe. Y aquí entendemos cuál es la dimensión ética que está en la raíz de la subsidiariedad: el aprecio por lo que ya se es y no sólo por lo que todavía no se es, un aprecio que es el primer paso de la solución, porque "solo tú puedes hacerlo, pero no puedes hacerlo solo", lo escuché repetir al obispo Giancarlo Bregantini. Esto es lo que hace con nosotros el Dios bíblico, que es subsidiario porque nos estima por eso que ya somos, y luego nos llama a convertirnos en lo que no somos todavía: desde nuestro ya nos llama y nos dice "levántate" o "sal de ahí". Por último, el episodio de los panes y los peces nos dice algo sobre la relación subsidiaria entre el mercado (los doscientos denarios) y el don: si en una comunidad puedes utilizar el don para resolver una situación, no uses el mercado; o, en versión positiva: el mercado es bueno si ayuda al don, y es malo cuando lo sustituye.

Y ahora llegamos a las empresas y sus asesores, con un razonamiento que también puede extenderse a aquellos que desempeñan un rol de acompañamiento. ¿Qué implica aquí tomarse en serio la subsidiariedad? ¿Qué debe hacer un consultor, es decir, alguien que entra en las relaciones de la empresa y, por tanto, en la gestión de las emociones de las personas? La primera implicación del principio de subsidiariedad se refiere a eso que ocurre antes de llamar al consultor: se los alimenta. De ahí la pregunta: ¿hemos identificado primero dónde están nuestros pocos panes y peces? Porque si éstos no se encuentran (y siempre están), falta la materia (la res) para cualquier intervención externa. Pero este paso previo casi nunca se hace, o uno se para en los "doscientos denarios" sin llegar al "chico"; y así, cuando llega el consultor externo, el "milagro" no llega, por falta de subsidiariedad no en el consultor sino en quien lo llama.

Después de esta fase, la lógica de la subsidiariedad sugiere al consultor que se tome muy en serio la realidad a la que quiere ayudar, porque es ahí donde se encuentra el principio de la solución. Por lo tanto, debe dedicar mucho tiempo a la dimensión narrativa que es esencial en cualquier proceso de discernimiento (el asesoramiento debe ser esencialmente una ayuda al discernimiento). Debe ponerse a las personas en una condición en la que puedan contar su vida, sus problemas, sus dudas, sus sueños. Por eso, el consultor tiene que saber perder el tiempo, mucho tiempo, y, antes todavía, debe formarse en la escucha, quizá el arte más difícil de aprender y enseñar en esta época dominada por demasiado ruido de fondo. Escuchar el corazón de las personas debe ser tan profundo que transforme al que habla y al que escucha. Por eso el joven Salomón, que antes de convertirse en rey pide a Dios un solo don, "un corazón que sepa escuchar" (1 Re 3,9), es el "protector" de todo consejero.

Pero lo decisivo es escuchar los sueños. Aquí se necesita una habilidad rara y esencial: saber reconocerlos primero como sueños y luego interpretarlos. En efecto, como nos enseña de nuevo la Biblia (que es el gran código de los sueños), los sueños necesitan un intérprete que sea él mismo un soñador: José (Gn 41) y Daniel (Dn 2), los dos grandes soñadores, son capaces de interpretar los sueños de los demás porque también ellos sabían soñar. Y así, los errores más típicos del asesoramiento, incluso del que llega a escuchar los sueños de otros, son de dos tipos: (a) los de quienes no reconocen el "género literario" de los sueños y los analizan con las herramientas habituales de los hechos de vigilia; y (b) los de quienes los reconocen como sueños pero, al no ser ellos mismos soñadores, los malinterpretan. ¿Qué significa para un consultor ser un soñador? Debe conocer el lenguaje de los deseos, de los ideales, de las pasiones, de lo no racional y de lo no económico, de lo que también está llena la vida económica. Debe conocerlos o porque alguna vez los ha experimentado en su propia vida, o porque, en su defecto, los ha estudiado mucho - ésta es también una razón por la que no hay consultores globales para todas las empresas y todos los problemas, porque nadie conoce todos los sueños. Sin esta competencia y experiencia de los sueños se detienen en la envoltura de los problemas, sólo ven la apariencia y la caja. Un consultor se vuelve excelente cuando es capaz de sacar a la luz los sueños que aún no hemos contado a nadie.

Se entiende entonces que la incompetencia sobre los sueños, que es siempre grave, se vuelve decisiva cuando el asesoramiento entra en las organizaciones de motivación ideal (OMI) y en las comunidades espirituales. Aquí, a menudo, los tan esperados "milagros" no ocurren porque el asesoramiento se detiene demasiado bajo para vislumbrar el cielo, que es el lugar de los sueños más grandes. Y en estas realidades (a las que volveremos), no comprender los sueños del carisma significa no comprender el corazón de todos los problemas. En este punto, después de todos estas primeras delicadas fases, el asesor puede, sin prisas, ofrecer su necesario subsidio, pero... ni un segundo antes. El asesoramiento es importante y necesario siempre y cuando se produzca en la secuencia justa de acciones. Y luego, al final del proceso, debe saber marcharse, quitarse de en medio para no transformar la ayuda en atadura y dependencia -pero de esto hablaremos el próximo domingo.

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ContrEconomía/2- Es en el Evangelio y no en las business schools donde se enseña a multiplicar los panes y los peces. 

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 12/03/2023

"Dios es el Dios del silencio, porque sólo el silencio de Dios es la condición del riesgo y de la libertad".

André Neher, El exilio de la palabra

Este principio está a la base y llama a la ley de muchas relaciones humanas, incluso las relaciones haciendales y el arte de los consultores, que tendrían que actuar solo al final de un largo proceso de escucha. 

Algunos errores graves en la relación entre las empresas y sus consultores tienen que ver con la subsidiariedad, una palabra ausente en los cursos de formación de managers en las escuelas de negocios, y que suele estar alejada también de la teoría y la práctica de las varias formas de consultoría. Subsidiariedad es una palabra anterior a toda buena comunidad y sociedad. Es esencialmente una indicación del orden y las prioridades de acción cuando se necesita más de una intervención para gestionar un problema y los actores se encuentran a diferentes distancias del problema a resolver. La recomendación del principio de subsidiariedad es en realidad simple: el primero que debe actuar y ser escuchado es el que más cerca está del problema, y todos los demás actores sólo deben intervenir después, para ayudar (en "subsidio") al que está más cerca de la situación a gestionar. Las aplicaciones más conocidas del principio de subsidiariedad son las políticas (verticales y horizontales), tan conocidas que terminamos olvidando que la subsidiariedad tiene un alcance mucho más amplio. 

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El abecedario de la subsidariedad

El abecedario de la subsidariedad

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ContrEconomia/1 - Nueva serie de artículos sobre la empresa, su organización y algunos contagios.

di Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 05/03/2023

"En el camino alcancé la convicción de que nuestra educación adolece de una enorme carencia con respecto a una necesidad primaria del vivir: engañarse y caer en la ilusión lo menos posible."

Edgar Morin, Enseñar a vivir.

Estamos dentro de una gran transformación de la cultura de la empresa, que comenzó en la última parte del siglo XX y que hoy vive una época de gran desarrollo y consenso generalizado. Pero como pasa en todos los grandes procesos sociales, es precisamente en el momento de mayor éxito que en este nuevo humanismo empresarial empiezan a verse los signos de la decadencia, las primeras grietas que amenazan y presagian el posible derrumbe de todo el edificio. Sin darnos cuenta, en aproximadamente medio siglo, la gran empresa ha pasado de ser un lugar paradigmático de explotación y de alienación a convertirse en un icono de excelencia, de mérito, de bienestar e incluso de florecimiento humano y, en cuanto tal, imitado e importado a todos los ámbitos de lo social, hasta incluir, recientemente, el mundo de las organizaciones sin fines de lucro e incluso el de las comunidades espirituales. 

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Empecemos por una palabra que parece muy alejada del mundo de la empresa: fragilidad. Las generaciones anteriores supieron transmitirnos la capacidad de hacer frente a las dificultades de la existencia y, a pesar de muchas contradicciones, crearon en las personas un capital interior hecho de religión, de sabiduría y de piedad popular y, luego, de los valores de las grandes ideologías de masa que eran también relatos colectivos sobre el sentido de la vida, del dolor y de la muerte. Y ello porque las culturas de ayer eran humanismos de la imperfección, por eso ponían en el centro la limitación, el cansancio, lo incompleto y el sacrificio. La felicidad se vivía como un breve intervalo entre dos largas infelicidades. La vida era dura, pobre, breve, y el arte de formar el carácter consistía en hacer de esa vida dura una vida posible y sostenible, quizá un poco mejor para los hijos, sin engañarnos a nosotros mismos en que sería demasiado mejor. A nadie se le ocurriría, en el mundo de nuestros abuelos, educar a los jóvenes en la cultura del éxito, animándolos a convertirse en "triunfadores", porque todos sabían que era el camino perfecto para llevar una vida frustrada y maleada. El partido de la vida acababa bien si terminaba en empate, con una eterna estrategia defensiva.

Con el cambio de milenio, pasamos rápidamente del humanismo de la imperfección al de la búsqueda de la felicidad y del éxito. "¡Ay de los perdedores e infelices!" se convirtió en el lema. Rápida y progresivamente hemos olvidado el antiguo oficio de vivir y el esfuerzo de la democracia, y nos hemos enamorado de la fácil meritocracia, fácil por imaginaria. El fin de las grandes ideologías (en Occidente) y el debilitamiento de la religión ha provocado grandes cambios antropológicos. Se fue un mundo moral y su lugar vacante no ha sido ocupado por otro nuevo e igual de robusto.

Y cuando la realidad verdadera hace que nos encontremos, también hoy, con la limitación, las fallas y el fracaso, que no desaparecieron porque hayamos decidido no verlas más, los jóvenes, y ahora también los adultos, se ven privados de las antiguas virtudes colocadas entre los viejos hierros de la sociedad, guardadas en el armario polvoriento junto al sombrero del abuelo y el molinillo de granos de café.

Esta indigencia de equipamiento ético se manifiesta en todas las esferas de la vida social -familia, política, escuela-, pero todavía no se percibe en toda su gravedad: lo será pronto, cuando esta insostenibilidad relacional y emocional se haga evidente. Sin embargo, cuando esta fragilidad llegó a la gran empresa, alcanzó y superó un umbral crítico, empezó algo nuevo. Porque en nuestro mundo líquido, la empresa sigue siendo algo sólido que vive gracias a la acción colectiva, y por tanto necesita trabajadores capaces de virtudes cooperativas que permitan llevar a cabo operaciones complejas que se desarrollan en medio de conflictos, dificultades, frustraciones y fracasos, donde todas las emociones entran en juego y requieren una educación específica y un mantenimiento para hacer posible y sostenible la buena vida en común. Durante décadas, durante siglos, las empresas no se habían preocupado por la formación del carácter de los trabajadores ni por sus virtudes cooperativas, se limitaban a la formación profesional y técnica. Las personas cruzaban las puertas de la fábrica ya equipadas con el capital relacional que les permitía cooperar con los demás, un arte que habían aprendido y reaprendido todos los días en la familia, en el pueblo, en las vendimias, en las cosechas, en las matanzas de cerdos, en las procesiones, en los funerales, en las bodas y en las fiestas patronales. 

De hecho, las empresas del siglo XX crecieron gracias al capital espiritual y ético de su gente, y la crisis de ese universo moral se convirtió inmediatamente en una crisis del universo productivo. Las empresas, los negocios, anticipan el futuro, pueden ver más allá -especular también significa esto-. Y así, cuando el clima moral cambió, el primer lugar que advirtió la crisis fue la empresa, en particular la empresa grande y global, que inmediatamente trató de responder.

La primera respuesta fue la evolución del viejo management. Con esta transformación, la fábrica pasó de ser comunidad a un lugar artificial y racional, donde las relaciones humanas estaban domesticadas, "reducidas" y operacionalizadas para que pudieran ser fácilmente gestionadas por los nuevos directivos, concebidos ahora como líderes y no ya como dirigentes, y convertidos en los nuevos protagonistas de la gran empresa. Las relaciones humanas se simplificaron, pero se seguían gestionando al interior de la empresa en una cogestión dividida entre empresarios y managers. 

Esta nueva cultura de las relaciones empresariales funcionó durante dos o tres décadas, mientras las empresas vivían de lo que quedaba del capital ético que sus trabajadores habían acumulado en comunidades externas a la empresa, sin reproducirlo a nivel interno. Hasta que, al comienzo del nuevo milenio, con la salida de la última generación hija de la ética del siglo XX, este capital de virtudes civiles estaba (casi) agotado.

A este punto, las empresas tuvieron que volver a innovar y buscar una nueva solución: recrear ellas mismas los recursos humanos que necesitaban. Este es el tercer punto de inflexión: el management entiende que el nuevo capital ético necesario sigue estando fuera de la empresa, y que los propios managers experimentan la misma fragilidad que sus trabajadores, aunque difícilmente lo declaren. Van afuera, pero no a los viejos lugares de vida y de las comunidades -familia, Iglesia, casas políticas- que entre tanto estaban en proceso de desertificación o habían emigrado a las redes sociales. Comprenden que los recursos siguen ahí afuera, pero ahora es el mercado el que los ofrece, un mercado lucrativo que ya se estaba preparando para producir y vender nuevas figuras profesionales, convertidas en los verdaderos protagonistas de los negocios.

En torno a los directivos está creciendo un bosque muy biodiverso, formado sobre todo por consultores horneados por las grandes empresas de consultoría, junto con psicólogos del trabajo, managers de la felicidad y del bienestar laboral, filósofos prácticos del sentido, de la misión y del propósito, pero también sacerdotes, monjas y expertos en meditación trascendental para el acompañamiento y la formación en espiritualidad empresarial, por no hablar de las nuevas figuras de coach y consejeros que se presentan como la profesión del futuro. Hace medio siglo eran los empresarios los que dirigían las empresas; luego vinieron los managers y, por último, los consultores. Así, una empresa de cincuenta empleados se ve poblada por diez, quince o veinte de estas varias figuras de acompañamiento. La nueva clase dirigente está asistida y flanqueada y cada vez más sustituida por figuras auxiliares que se están convirtiendo en reyes y reinas.

Se está produciendo una especie de externalización de las emociones, una subcontratación a agencias externas de la gestión del mantenimiento, cuidado y atención de las relaciones humanas en las empresas. Los directivos ya no son capaces, con las herramientas tradicionales (jerarquía, coordinación, incentivos, sindicatos), de gestionar las emociones y las relaciones de los trabajadores, cada vez menos dotados de virtudes esenciales, y entonces nuevos proveedores externos las gestionan bajo su mandato. La gestión de las emociones se está convirtiendo en algo parecido a la gestión del restaurante de la empresa o de la limpieza. Y cuanto más frágiles son los trabajadores, más crece la demanda de estos servicios relacionales y emocionales: y el PBI crece. También por el hecho de que la presencia de profesionales de las relaciones cumple la función de certificar, desde afuera, esta nueva forma de calidad. A la certificación de los balances se le agrega una certificación de las relaciones en la empresa, que tranquiliza a los dirigentes inseguros.

¿Por qué esto -se preguntará alguien- debería ser un problema? Todo evoluciona, todo cambia. ¿Por qué se puede contratar el mantenimiento de las instalaciones y no el de las emociones? En realidad, hay problemas, y algunos son muy serios.

Un problema importante tiene que ver con la creciente extensión de estos fenómenos por fuera del mundo empresarial. De hecho, si la contratación exterior de la gestión de muchas dimensiones de las relaciones humanas sólo afectara al mundo de las grandes empresas o finanzas capitalistas, seguiría siendo algo importante, pero limitado a una esfera de la vida, con sus tipicidades necesarias, como el deporte o el ejército. Pero esta externalización del mantenimiento de las relaciones se está extendiendo a las organizaciones sin ánimo de lucro, a las comunidades y a las iglesias, entre otras cosas porque las consultoras se perciben como los "médicos" de toda forma de organización humana, como técnicos para resolver nuevos problemas. Pero, ¿en qué se convierten las relaciones dentro de un movimiento espiritual o una comunidad religiosa si los responsables delegan la gestión de muchas dimensiones de las relaciones humanas (crisis, cansancio, críticas...) a profesionales ajenos a la empresa?

¿En qué se convierten esas relaciones cuya calidad es raíz y corazón del futuro? ¿Qué dimensiones, entonces, pueden delegarse fuera y cuáles deben permanecer necesariamente dentro, gestionadas por nuestras imperfecciones y fatigas?

Las figuras externas, aunque necesarias en algunos casos específicos, se convierten fácilmente en una forma perfecta de inmunidad, una pantalla que los responsables usan para protegerse del contagio de las relaciones y de la "herida del otro". Además, mientras que el mundo de las grandes empresas globales ya está sintiendo la insuficiencia de estos contratos externos (lo veremos), las organizaciones no económicas descubren estos instrumentos con retraso y los viven como una gran novedad de salvación. También en este caso se producen fenómenos de dumping hacia los "pobres": estemos atentos a que el mundo de lo social y de las iglesias no se vuelva pronto un nuevo mercado de refugio para las empresas de consultoría que buscan nuevos mercados porque se están agotando los viejos...

En las próximas semanas nos plantearemos otras preguntas: ¿dónde se encuentra, en la relación entre directivos y consultores, la frontera entre acompañamiento y sustitución? ¿Los modelos y teorías externas son suficientemente subsidiarios, es decir, surgen de la escucha y de la vida que existe ya en esa empresa antes de intentar mejorarla? ¿Y si una relación imperfecta pero interna fuese más generativa y humana que una menos imperfecta pero externa? ¿Estamos seguros de que las virtudes más importantes pueden ser creadas y cuidadas por el mercado, o tal vez siguen necesitando hoy ese ingrediente esencial llamado gratuidad?

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ContrEconomia/1 - Nueva serie de artículos sobre la empresa, su organización y algunos contagios.

di Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 05/03/2023

"En el camino alcancé la convicción de que nuestra educación adolece de una enorme carencia con respecto a una necesidad primaria del vivir: engañarse y caer en la ilusión lo menos posible."

Edgar Morin, Enseñar a vivir.

Estamos dentro de una gran transformación de la cultura de la empresa, que comenzó en la última parte del siglo XX y que hoy vive una época de gran desarrollo y consenso generalizado. Pero como pasa en todos los grandes procesos sociales, es precisamente en el momento de mayor éxito que en este nuevo humanismo empresarial empiezan a verse los signos de la decadencia, las primeras grietas que amenazan y presagian el posible derrumbe de todo el edificio. Sin darnos cuenta, en aproximadamente medio siglo, la gran empresa ha pasado de ser un lugar paradigmático de explotación y de alienación a convertirse en un icono de excelencia, de mérito, de bienestar e incluso de florecimiento humano y, en cuanto tal, imitado e importado a todos los ámbitos de lo social, hasta incluir, recientemente, el mundo de las organizaciones sin fines de lucro e incluso el de las comunidades espirituales. 

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Era de fragilidad. Y de consultores

Era de fragilidad. Y de consultores

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