stdClass Object ( [id] => 19702 [title] => Pero el sacerdocio no es la solución [alias] => pero-el-sacerdocio-no-es-la-solucion [introtext] =>De Donne Chiesa Mondo de Marzo, «Palabra a los hombres: La cuestión femenina en la Iglesia»
Luigino Bruni
publicado en L'Osservatore Romano el 02/03/2024
Las mujeres no encontraron todavía su lugar justo en la Iglesia, no hemos sido capaces todavía de reconocerlas en su plena vocación y dignidad. Desde hace dos mil años esperan ser vistas como las vio Jesús, que fue revolucionario por muchas cosas, y entre ellas por el rol que las mujeres tenían en su primera comunidad. Pero mientras algunas de sus revoluciones se convirtieron en cultura e instituciones propias de la Iglesia, su visión sobre la mujer y sobre las mujeres sigue inmóvil en el gran libro del “no todavía” que no se convierte en el “ahora sí”.
[fulltext] =>Si miramos bien, vemos que la Iglesia no existiría sin la presencia de las mujeres, porque son gran parte del alma y de la carne de lo que hoy queda del cristianismo e incluso de la fe cristiana – estoy cada vez más convencido de que si Jesús encuentra todavía la fe en su regreso a la tierra, esta será la fe de una mujer. Pero todos sabemos y vemos que la gobernanza eclesial, particularmente de la Iglesia católica, no ha sido capaz todavía de hacer concreta y operativa la verdadera igualdad y reciprocidad entre hombres y mujeres. Y entonces, la Iglesia católica sigue siendo uno de los lugares en la tierra donde el acceso a determinadas funciones y tareas sigue ligado al género sexual, donde nacer mujer orienta desde la cuna la trayectoria de vida de esa futura cristiana en las instituciones, en la liturgia, en los sacramentos y en la pastoral de las comunidades católicas.
Aún conociendo y reconociendo muchas de las razones de quienes luchan por esto, nunca he pensado que la solución sea extender el sacerdocio a las mujeres, porque mientras el sacerdocio ministerial se entienda y se viva dentro de una cultura clerical, ampliar el orden sagrado a las mujeres significaría de hecho clericalizar también a las mujeres y, por tanto, clericalizar más al conjunto de la Iglesia. El gran desafío de la Iglesia de hoy no es clericalizar a las mujeres, sino desclericalizar a los hombres y, por tanto, a la Iglesia. Sería necesario, por tanto, entender dónde se encuentran los lugares de las buenas batallas y en cuáles concentrarse, mujeres y hombres juntos - un error común es pensar que la cuestión de las mujeres es un asunto sólo de mujeres. Por tanto, hay que trabajar, hombres y mujeres, sobre la teología y la praxis del sacerdocio católico, todavía demasiado ligado a la época de la Contrarreforma, porque una vez restituido el sacerdocio al de la Iglesia primitiva, será natural imaginarlo como servicio de hombres y mujeres. Si, en cambio, ponemos nuestras energías en incorporar a unas pocas mujeres al club sagrado de los elegidos, sólo aumentaremos el tamaño de la élite sin obtener buenos resultados ni para todas las mujeres ni para la Iglesia. El sínodo actual, con su nuevo método, puede ser un buen comienzo también en este proceso necesario.
Pero hay también buenas noticias. A la espera de este trabajo urgente, la Iglesia católica ya está cambiando rápidamente en algunas dimensiones importantes. En la Iglesia, con el Papa Francisco, las mujeres están mucho más presentes en las instituciones del Vaticano, en las diócesis y en las comunidades eclesiales, en funciones cada vez más importantes, y ahora muchas son laicas y/o casadas. Las teólogas y las biblistas están creciendo en cantidad, calidad, estima e impacto. Son fenómenos menos llamativos que los debates sobre el sacerdocio femenino, pero están creando las condiciones para que un día finalmente "la realidad sea superior a la idea" (Evangelii Gaudium), y en un amanecer particularmente luminoso, la Iglesia se despertará por fin como mujer, sin darse cuenta y sin hacer mucho ruido, como las cosas realmente importantes en la vida.
He tenido la gracia -y vaya gracia- de crecer, de formarme y de vivir desde hace cuarenta años en una comunidad fundada por una mujer y por sus jóvenes compañeras: el Movimiento de los Focolares. Trabajé por más de 10 años con Chiara Lubich, como estrecho colaborador en la cultura y en la Economía de Comunión. Vi en ella la inteligencia diferente de las mujeres, y a menudo vi en ella la inteligencia de las mujeres de la Biblia. De hecho, si sabemos leerla, la Biblia nos muestra con frecuencia una inteligencia diferente, propia de las mujeres, caracterizada por un talento especial y una intuición para el cuidado de la vida y de las relaciones, que vienen antes que las razones, los intereses, el poder, las religiones y quizás incluso de Dios. Rut, Esther, Abigail, la Sunamita, María, no son copias de los protagonistas masculinos de la Biblia. Estoy convencido, por ejemplo, de que Sara no habría partido hacia el monte Moria para sacrificar a su hijo Isaac, porque en el momento en que la voz se lo pedía, habría respondido: “Tu no puedes ser la voz del verdadero Dios de la vida si me pides que mate a mi hijo. Eres un demonio o un ídolo, pues sólo los demonios y los ídolos quieren alimentarse de nuestros hijos, no el Dios de la Alianza y de la Promesa”.
Olive Schreiner fue una pacifista sudafricana y activista por los derechos de las mujeres, una autodidacta que se educó leyendo la Biblia. En 1916, en una época de guerra parecida a la nuestra, escribía palabras estupendas sobre las mujeres y sobre la paz. Después de más de un siglo, las mujeres (y los niños) siguen sufriendo las consecuencias de las guerras y están, también aquí, ausentes de los lugares donde se toman decisiones, en los consejos de guerra, en las despiadadas cadenas de mando, etc.:
“No será por cobardía ni por incapacidad, ni ciertamente por virtud superior, que la mujer pondrá fin a la guerra cuando su voz pueda oírse en el gobierno de los estados; sino porque, en este punto, el conocimiento de la mujer, en cuanto mujer, es superior al del hombre: ella conoce la historia de la carne humana, conoce su precio; el hombre, no. En una ciudad sitiada, bien podría ocurrir que el pueblo en las calles arrancara estatuas y esculturas de los edificios públicos y las galerías, y las tire de manera inconsiderada para acabar con las fisuras hechas por el enemigo en sus murallas, simplemente porque fue la primera cosa a la mano, como si fuesen adoquines. Pero hay un hombre que no lo podría hacer: el escultor. Aunque esas obras de arte no hayan salido de sus propias manos, conoce su valor. Por instinto, sacrificaría todos los muebles de su casa, el oro, la plata, todo lo que hubiera en las ciudades antes de llevar las obras de arte a la destrucción. Los cuerpos de los hombres son las obras de arte de las mujeres. Concedidos los poderes de control, nunca serían tiradas descuidadamente para llenar los huecos en las relaciones humanas hechos por la ambición y la codicia internacionales. Nunca se nos ocurrirá, como mujeres, decir: “agarren y destrocen ese cuerpo de hombre, así se arreglará la cosa”.
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Luigino Bruni
publicado en Il sole 24 ore el 25/08/2023
«El albañil italiano que me salvó la vida llevándome comida a escondidas durante seis meses, detestaba Alemania, a los alemanes, su comida, su lenguaje, su guerra. Pero cuando le pusieron a levantar muros de protección contras las bombas los hacía derechos y sólidos, con ladrillos bien ensamblados y con todo el hormigón que se necesitaba; no por acatar órdenes sino por dignidad profesional». Este episodio, contado por Primo Levi en varias de sus obras, se convirtió en un paradigma de la ética del trabajo bien hecho, del muro levantado por razones más profundas que el incentivo.
[fulltext] =>Aquel albañil se llamaba Lorenzo Perrone, era piamontese, de Fossano. Fue una persona decisiva en el período de detención de Primo Levi en Auschwitz, de febrero de 1944 a junio de 1945. Hoy, gracias al bellísimo ensayo de Carlo Greppi («El hombre que salvó a Primo Levi»), sabemos un poco más de Lorenzo, y sabemos un poco más de Primo Levi: « creo que es a Lorenzo a quien debo el estar hoy vivo, y no tanto por su ayuda material como por haberme recordado constantemente con su presencia, con su manera tan llana y fácil de ser bueno, que todavía había un mundo justo fuera del nuestro» (Si esto es un hombre, p. 180).
Primo y Lorenzo se encontraron en una obra en construcción (Buna-Monowitz o Auschwitz III), que era como una inmensa zona de trabajo del sector privado. Lorenzo Perrone (el “Tacca”), de Fossano (el Burgué), emigró a Francia durante el facismo, y en 1944 terminó "transferido" a una empresa alemana (Farben), que trabajaba en la Buna de Auschwitz -a la que Lorenzo llamaba y escribía "Suiss"- en razón de los acuerdos industriales entre Italia y Alemania. Llegó para levantar paredes y se encontró salvando a Primo, y, como descubrimos al final del libro, a muchos otros prisioneros..
Por tanto, era un civil, un "voluntario", no era judío, era en teoría un hombre libre, todo lo libre que podía ser un italiano en Alemania después del 8 de septiembre de 1943.
En febrero de 1944 llegó Primo, N. 174517, 24 años y Lorenzo que tenía casi 40. Licenciado en química, Primo estaba destinado a ser obrero en la Buna. Un día de junio, mientras probaba pasarle una cazuela con una argamasa a Lorenzo, que estaba en un andamio, este hizo una maniobra equivocada y la argamasa terminó en el suelo: «Ah, claro, con gente como esta», fueron las primeras palabras en dialecto de Lorenzo, y las únicas ocho palabras que Primo transmitió en sus libros.
Entre los dos piamonteses nació algo estupendo, aquel inmenso mal generó una hermosa flor: «Mira, te estas arriesgando al hablar conmigo». «No me importa», respondió Lorenzo. «Yo no tengo estudios, pero para mí un judío es como cualquier cristiano» (p.119). Dos o tres días despúes de ese primer encuentro, Lorenzo se presentó al trabajo con su gamella alpina de aluminio y se la entregó a Primo, «sin decir ni una sola palabra al principio» (p. 79).
Un elemento decisivo de esta extraordinaria historia lo revela Levi en dos adjetivos: «su manera tan llana y fácil de ser bueno».
Hay muchos modos de ser bueno. El más común tiene que ver con la voluntad. Esta bondad voluntaria nos gusta y es fundamental para vivir. Pero existe otra bondad, esa bondad «llana y fácil» de Lorenzo, donde no nos sentimos objetos de un esfuerzo ético particular, sino que somos amados como si el otro (casi) no se diera cuenta.
Es un amor similar al de la naturaleza, al de las plantas, al de los niños, al de algunos pobres. Es otro amor, rarísimo y bellísimo.
Una amistad extraordinaria, entre las más bellas de las que se pueden cruzar con la gran literatura, a contraponer con aquella imaginada por Dumas, entre Edmond Dantès y el abad Faria en El conde de Montecristo (también en Auschwitz, no sólo en el castillo de If, los prisioneros sustituían a los cadáveres para abandonar el campo).
Una amistad improbable, asimétrica (Lorenzo trató de "usted" a Primo hasta el final), hecha de muy pocas palabras y de una belleza infinita, tan importante que determinó los nombres de los dos hijos de Primo (Lisa Lorenza y Renzo): para un judío, la elección de los nombres de los hijos es siempre algo extremadamente importante.
Y Lorenzo lo siente: «el regalo más grande que usted ha podido hacerme es haberle puesto el nombre de Lisa Lorenza, así llevará también mi nombre pero pido al Señor que no tenga que llevar también los sufrimientos que he padecido en mi vida». (p. 234).
Las postales de Lorenzo, con su italiano de segundo grado, están entre las páginas más lindas del libro, un canto a la dignidad de los pobres y de los vencidos.
En la versión teatral de Si esto es un hombre, Primo le da más palabras a Lorenzo: «Mira, yo aquí no tengo nada que ofrecerte. A lo mejor en Italia, más adelante, si me las apaño...». «Déjate de discursos. Yo no te he pedido nada. Cuando hay que hacer algo, se hace». «Como las paredes». (p. 120). Se ama a las personas como se levanta paredes, se salva a un «cristiano» porque hay que hacerlo, como las paredes que hay que hacerlas rectas porque así es como se hace.
Quizá sólo aquel absurdo inhumano podría haber dado origen a esta belleza casi ultrahumana. Primo siempre fue consciente de que en aquella amistad había algo extraordinario: «Lorenzo era un hombre; su humanidad era pura e incontaminada, se encontraba fuera de este mundo de negación. Gracias a Lorenzo no me olvidé yo mismo de que era un hombre» (Si esto es un hombre. p. 68). El trabajo bien hecho salvó a Lorenzo y, en él, salvó también a Primo. Pero cuando en junio de 1945, tras un viaje de cinco meses a pie, regresó a casa, pesaba 40 kg: «¿Quién anda ahí? ¿Qué quiere?». «Mamá —respondió él—. Soy Lorenzo.» Lorenzo dejó de ser albañil.
El trabajo ya no lo salvaba. Comenzó a beber, a ganarse la vida vendiendo chatarra, durmiendo por ahí, siempre borracho. Se enfermó de tuberculosis, y el 30 de abril de 1952 Lorenzo murió. Primo había tratado de ayudarlo de todas las formas, lo visitó todas las semanas, cuando estaba en el hospital. Pero Lorenzo no quería vivir más, había perdido las ganas de vivir, «ya había visto lo suficiente», y se dejó morir. Había salvado a Primo, pero Lorenzo no se salvó a sí mismo.
Primo, unos días después de su regreso de «Suiss» fue a buscarlo a Fossano, y como regalo le llevó un chaleco de punto, tejido con lana de cabra, con un borde rojo en el cuello, para devolverle aquel chaleco de lana que Lorenzo le había regalado durante el tremendo invierno del campo de concentración. Primo fue a su funeral, pronunció un breve recuerdo: llevaba un chaleco blanco de lana (p. 201)
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Luigino Bruni
publicado en Il sole 24 ore el 25/08/2023
«El albañil italiano que me salvó la vida llevándome comida a escondidas durante seis meses, detestaba Alemania, a los alemanes, su comida, su lenguaje, su guerra. Pero cuando le pusieron a levantar muros de protección contras las bombas los hacía derechos y sólidos, con ladrillos bien ensamblados y con todo el hormigón que se necesitaba; no por acatar órdenes sino por dignidad profesional». Este episodio, contado por Primo Levi en varias de sus obras, se convirtió en un paradigma de la ética del trabajo bien hecho, del muro levantado por razones más profundas que el incentivo.
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di Francesco Anfossi
Publicado en Famiglia Cristiana el 13/03/2023
«Francisco pasará a la historia de la Iglesia por muchas cosas, entre ellas por la economía, por su atención y amor a esta dimensión esencial de la vida. Para nosotros, los economistas, esta es una magnífica noticia». Luigino Bruni es uno de los mayores especialistas en el tercer sector. Experto en economía y ética, lleva años analizando los temas bíblicos con mirada de economista. Consultor del Vaticano, es colaborador del Papa en el proyecto “The Economy of Francesco”, la red de jóvenes de todo el mundo que aborda los temas sociales que tanto le gustan al Pontífice.
[fulltext] =>«He visto que a Francisco le interesa mucho la economía. Es su pasión por la vida de las personas lo que hace que la economía le resulte un tema querido y urgente, hasta el punto de ponerlo en el centro de su pontificado. No siente una simpatía natural por el mundo de la empresa, entre otras cosas porque, según me confió un día, mantiene un fuerte recuerdo de la infancia, cuando su padre salía de casa con el maletín para ir a la oficina y regresaba demasiado tarde por la noche. En Francisco es fuerte esta sensación de una economía que tiende a estar “lejos de casa” porque, a diferencia de su etimología, su “ley” (nomos) no es fácilmente amiga de la “casa” (oikos). Pero aquellos que, como él, aman la “casa” de los humanos no puede dejar de ocuparse de su “ley”. Así pues, se ocupa de ella: para entenderla, para cambiarla, para que la casa sea más humana y fraterna».
Hablar del pensamiento económico de Francisco significa tomar como punto de partida a los pobres.
«Sí, porque la pobreza no es una dimensión o una palabra más del Evangelio. Es el punto de vista de los cristianos sobre el mundo. Es el lugar donde nos colocamos, el sitio donde ponemos nuestra tienda y nuestra torre de vigilancia (Isaías). Desde ahí observamos y juzgamos las pobrezas y las riquezas de la tierra. Bergoglio realizó esta elección de campo ya cuando eligió un nombre que ningún otro papa había llevado. Llevar el nombre de Francisco no ha sido fácil para la Iglesia, para la Christianitas, donde la pobreza se anunciaba pero no siempre se vivía en las prácticas económicas y en los estilos de vida. El Papa Francisco comenzó su magisterio sobre la pobreza con su nombre. Su nombre fue la primera homilía sobre la pobreza».
¿En qué documentos encontramos una exposición profunda de su pensamiento económico?
«En realidad, no hay un documento donde esté completa, porque el Papa Francisco es un hombre de diálogo. Su teología crece y cambia con la historia, con los encuentros, con los acontecimientos. Muchas de las cosas importantes sobre la economía no las habría dicho sin la pandemia, sin la guerra en Ucrania, sin muchos de sus viajes, o si no se hubiera reunido muchas veces con jóvenes economistas. Así pues, para reconstruir su pensamiento económico hay que acudir a la Laudato Si’ y a la Evangelii Gaudium pero también, sobre todo, a sus homilías, a sus oraciones, a sus comentarios fuera del texto, a sus discursos y a sus múltiples encuentros con empresarios y economistas. A menudo la regla que vale para los grandes autores sirve también para los papas: las palabras más importantes son las que se dicen cuando se habla de otra cosa».
¿Su magisterio económico se sitúa entre los dos extremos del liberalismo y el marxismo?
«No lo creo. El liberalismo y el marxismo son categorías del siglo XX. El Papa Francisco, también en esto, es un hombre de frontera, que habita los límites, las zonas de paso. Es hijo del siglo XX, pero con sus elecciones y con sus palabras se mueve ya en la postmodernidad, en un mundo post-ideológico. El principio quizá más importante de su pensamiento lo formuló en la Evangelii Gaudium: la realidad es superior a la idea, con más razón a la ideología. Su pensamiento económico no es marxista (por ejemplo, no cree que la violencia o la lucha de clases sea el motor de la historia) ni tampoco es liberal, ciertamente. Ha criticado duramente el capitalismo y las finanzas, pero también ha dicho palabras buenas acerca de la empresa y los empresarios, como puede verse en su discurso de septiembre de 2022 a Confindustria. Es muy crítico, me lo ha dicho personalmente, con respecto a las grandes finanzas que devoran la economía real. Sobre esto es muy severo. Su deseo es que las finanzas recuperen su deber de estar al servicio del trabajo y la economía. Es un papa post-ideológico, por eso recibe críticas tanto desde la derecha como desde la izquierda».
Varias veces el Papa ha hablado de la “riqueza descarada” de unos pocos privilegiados. ¿Qué camino indica para superar estas desigualdades?
«Él habla mucho del trabajo, que todavía es el principal mecanismo de redistribución de riqueza, sobre todo cuando este es digno y bien remunerado. Pero no es tan ingenuo como para pensar que sin una fuerte política, nacional e internacional, que intervenga con mayor decisión en los mecanismos de creación y acumulación de riqueza y por tanto de poder (“el pacto fiscal es el corazón del pacto social” ha reiterado a Confindustria), sea posible obtener mucho, ni siquiera lo suficiente. También es crítico con la meritocracia, porque es la nueva legitimación ética de la desigualdad: hoy la acumulación de riqueza en manos de unos pocos está aumentando gracias, entre otras cosas, a la legitimación ideológica de la meritocracia que, al interpretar el talento como mérito (y no como don) ha liberalizado la desigualdad».
Según el economista Zamagni, Francisco considera que el modelo todavía dominante de la economía de mercado capitalista ya no es el adecuado para alcanzar tres objetivos fundamentales: sostenibilidad medioambiental, abolición de las desigualdades y centralidad de la persona humana. ¿Es así? ¿Añadiría algo más?
«En Asís, ha hablado a los jóvenes de EoF de cuatro sostenibilidades que el capitalismo, tal y como es, no asegura: además de la ambiental y social, ya conocidas, Francisco ha hablado de la insostenibilidad relacional (la soledad y la crisis de las comunidades) y de la insostenibilidad espiritual del capitalismo, que se está mostrando tan decisiva tal vez como la ambiental. En pocas décadas hemos destruido, al menos en Occidente, capitales espirituales acumulados durante milenios. Sin un fuerte trabajo – de las religiones y de quienes creen en la espiritualidad como un bien civil esencial – de reconstitución del capital espiritual, la depresión será la nueva pandemia de masa, pero sin vacunas. Para estas pandemias futuras, solo los cuidados preventivos surten efecto».
Otro punto fundamental de su pensamiento económico, en línea con la doctrina social de la Iglesia desde los tiempos de la Rerum Novarum y la Laborem Exercens es el tema del trabajo. En particular el trabajo de los jóvenes. Francisco ha escrito, entre otras cosas, que la pobreza «inhibe el espíritu de iniciativa de muchos, impidiéndoles encontrar un trabajo». No solo eso, sino que la pobreza «anestesia el sentido de responsabilidad» y «reduce los espacios de responsabilidad induciendo a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos»
«La pobreza en la iglesia es muchas cosas. Es una bienaventuranza, pero también una maldición. Yo prefiero usar otras palabras para la pobreza mala (indigencia, miseria…) por amor a Francisco y al evangelio. En todo caso, la pobreza mala, que se asocia con otros males (ignorancia, violencia…) dificulta también la posibilidad de buscar y encontrar un trabajo digno, porque querer y poder trabajar es ya una forma de riqueza. Por eso, detrás del debate sobre la renta de ciudadanía hay mucha superficialidad e ideología: “mandémosles a trabajar”, se dice, como si la pobreza mala no fuera, casi siempre, falta de capacidades (capabilities, diría A. Sen) para querer y poder trabajar. Este debe ser el punto de partida, con procesos que duran muchos años, a veces generaciones».
Naturalmente uno de los frutos de su pensamiento económico es “The Economy of Francesco”. ¿Cómo nace este movimiento?
«Sí, EoF es uno de los procesos activados por el Papa Francisco, que, también en este caso, no ha “ocupado espacios” sino que se lo ha dejado a los jóvenes. Nace de la necesidad de hacer algo más para cambiar el capitalismo, y de la atención y el amor de Francisco por los jóvenes. En 2018, este deseo se hizo realidad, se concretó en una carta de “llamada al compromiso” del Papa Francisco (1 de mayo de 2019) de la que nació este “movimiento” que hoy vive y crece en todo el mundo. La conversión ecológica es necesaria pero no suficiente: hace falta una conversión de la justicia, de la inclusión de los pobres, de la reducción de las desigualdades. La conversión es antes que anda una cuestión ética, que tiene que ver con el corazón de las personas, y después se conjuga de muchas maneras. La urgencia de la conversión ambiental es innegable, pero no hay que olvidar las otras conversiones, mientras los pobres sigan muriendo en la tierra y en el mar».
Juan Pablo II visitó dos veces la fábrica de Ferrari. ¿Francisco lo haría?
«No lo sé. Por lo que conocemos, creo que no se sentiría muy a gusto entre coches millonarios. Pero Francisco nos tiene acostumbrados a las sorpresas, realizando acciones inesperadas. No hay que infravalorar la dimensión popular de su persona y de su pensamiento. En Argentina, y en todo el mundo, Ferrari es también un orgullo para los inmigrantes italianos, es la alegría de ver algo italiano bonito y bueno en tierra extranjera. Las raíces tienen un gran peso, también teológico, en Francisco, que reconoce el valor del sentido popular de la gente. A la gente le gusta el deporte: si amamos a la gente no debemos olvidarlo, y las críticas al capitalismo no deben convertirse en ideología global. Francisco sabe muy bien todo esto y por eso creo que no hablaría mal de Ferrari».
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di Francesco Anfossi
Publicado en Famiglia Cristiana el 13/03/2023
«Francisco pasará a la historia de la Iglesia por muchas cosas, entre ellas por la economía, por su atención y amor a esta dimensión esencial de la vida. Para nosotros, los economistas, esta es una magnífica noticia». Luigino Bruni es uno de los mayores especialistas en el tercer sector. Experto en economía y ética, lleva años analizando los temas bíblicos con mirada de economista. Consultor del Vaticano, es colaborador del Papa en el proyecto “The Economy of Francesco”, la red de jóvenes de todo el mundo que aborda los temas sociales que tanto le gustan al Pontífice.
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de Luigino Bruni
Publicación original en Vida Nueva Digital.
La primera escuela de economía de la Edad Media floreció de los franciscanos, y los primeros bancos populares europeos nacieron también de los franciscanos menores: los Montes de Piedad, centenares de entidades de crédito nacidas entre 1458 (Ascoli) y el Concilio de Trento. Francisco de Asís no es solo pobreza; es también riqueza, aunque vista desde la perspectiva paradójica y profética del Evangelio.
[fulltext] =>El Papa Francisco dio inmediatamente una gran importancia a la economía. No es casualidad que sea el primer Papa que lanzó en 2019 un movimiento mundial de jóvenes economistas y emprendedores, que tuvo un momento muy importante en Asís del 22 al 24 de septiembre de 2022. Recorramos las etapas esenciales de la visión de la pobreza del Papa Francisco a través de tres de sus encíclicas más directamente sociales.
Primero una premisa, ligada al nombre de Francisco. En la visión de la pobreza de este Papa hay mucho del pobrecillo de Asís. San Francisco inició su revolución, también económica, eligiendo únicamente el Evangelio como su forma de vida; solamente: la novedad del franciscanismo radica en este adverbio limitativo. Nosotros ya no tenemos las categorías para comprender qué era la pobreza de Francisco y luego de Clara. A diferencia de la de los monasterios, era una pobreza individual y una pobreza comunitaria: no sólo las personas, ni siquiera los conventos debían poseer ningún bien. Como le gustaba decir a Ugo di Digne, el único derecho que tienen los franciscanos es el derecho a no poseer nada, a vivir sine proprio.
Francisco, sus frailes y sus monjas, intentaron algo inesperado que aún hoy nos deja sin aliento: volvieron a las calles, recogieron la herencia del primer nombre de los cristianos, “los de la calle”, de ricos pasaron a ser pobres mendigos entre los pobres. Francisco atravesó el ojo de la aguja no porque ensanchara el orificio sino porque redujo el “camello” hasta dejarlo muy delgado. “Bienaventurados los pobres” se convirtió en su felicidad deseada y anhelada: “¡Oh riqueza ignorada! ¡Oh verdadero bien! Egidio se descalza, se descalza también Silvestre por seguir al esposo; tanto es lo que les agrada la esposa” (Paraíso, XI, 84). Sólo Dante podía abarcar el paraíso de Francisco en un solo verso.
Evangelii gaudium
Al día siguiente de su elección, escribe la ‘Evangelii gaudium’ (EG, 2013), el primer documento teológico de Francisco, una especie de mapa de su pontificado que se refería directamente a la economía. El Papa Francisco lee el capitalismo del siglo XXI como una economía de la exclusión de los pobres, que no son sólo “los últimos”, son los descartados, los invisibles que no son últimos porque ni siquiera participan en la carrera: “Hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata”.
Finalmente, un fuerte mensaje de la Evangelii gaudium a la economía: el tiempo es superior al espacio. Nuestro sistema de desarrollo y crecimiento está todo aplastado en el aquí y ahora, y así corre el riesgo de romper el vínculo que une a las generaciones entre ellos. Devolver hoy la prioridad al tiempo sería utilizar los recursos no renovables de la tierra sabiendo que los hemos heredado de nuestros padres y que debemos dejarlos en herencia a nuestros hijos.
Entonces, poner el tiempo en el centro significa juzgar las opciones de política económica desde la perspectiva de un niño, o de una niña, que hoy está naciendo en una aldea africana o asiática. Si el tiempo es mayor que el espacio, entonces las mujeres deben tener mucho más espacio en la vida civil y económica. La mujer, como lugar de nacimiento de la vida, es la imagen por excelencia de un tiempo superior al espacio. En un espacio infinitesimal se inicia en el tiempo el proceso más importante, el de la vida.
Laudato si’
La ‘Laudato si’’ es la encíclica del Papa Francisco que mayor impacto ha tenido en la opinión pública mundial. En su esencia es un gran discurso concreto del bien común. Hoy, especialmente en Occidente, no vemos la cuestión ética del mundo propio precisamente porque nos falta la gran categoría del bien común –y por tanto también esa íntimamente relacionada de los bienes comunes, relegada en las últimas páginas de los manuales de Economía, todavía enteramente centrado en los “bienes privados”–, la gran ausente de nuestra civilización de los consumos y las finanzas. Y cuando una sociedad reduce los bienes comunes está empobreciendo a los más pobres.
Nuestra época ha conocido y conoce en carne propia lo que son los males comunes: las guerras mundiales, el peligro atómico, las pandemias, el terrorismo globalizado. Hemos aprendido lo que significa ser también un cuerpo cuando caían y caen todavía las bombas en las casas de los ricos y las de los pobres, cuando la locura suicida homicida mataba a gerentes y trabajadores, cuando la peste (y el virus) –leemos los Prometidos esposos– golpeaban al Griso, Fray Cristóbal y Don Rodrigo. Pero de la experiencia del mal común no hemos aprendido la sabiduría del bien común.
Fratelli tutti
El tercer lugar para entender la economía de Francisco es la ‘Fratelli tutti’ (2020).
Fratelli tutti encomienda la fundación bíblica de su discurso casi exclusivamente a la parábola del Buen Samaritano del Evangelio de Lucas. Una elección importante y fuerte, que aclara enseguida que la fraternidad de Francisco es fraternidad universal centrada en la víctima. Francisco elige mirar al mundo junto a las víctimas, y desde allí lo ama y lo juzga, desde su primer viaje que quiso hacer a Lampedusa.
Incluso a costa de descuidar otras dimensiones fundantes de la fraternidad, como la reciprocidad. Una parábola no habla de hermanos de sangre, no nombra nunca la palabra fraternidad para revelarnos la proximidad. “¿Quién es mi prójimo?”, es la pregunta del escriba que genera uno de los inicios más maravillosos de toda la literatura: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó…”.
El alma de este pasaje reside en el contraste entre proximidad y cercanía: quien se arrodilla ante la víctima convirtiéndose en su prójimo, el Samaritano, es el menos cercano a la víctima entre los transeúntes de ese camino, porque no es judío y pertenece a un pueblo excomulgado. El levita y el sacerdote, los que en ese mundo estaban a cargo del cuidado y la asistencia, estaban mucho más cerca de esa víctima y, sin embargo, pasan de largo. Quien cuida del hombre medio muerto no lo hace porque fuera cercano sino porque decide ser prójimo. Hermanos se nace, en prójimos nos convertimos eligiéndolo.
Francisco escribe: “Esta parábola es un icono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano… Ya no hay distinción entre habitante de Judea y habitante de Samaría, no hay sacerdote ni comerciante; simplemente hay dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo”.
El prójimo, el hermano y la hermana del Evangelio no son el cercano. Esta es una dimensión esencial de esta fraternidad nueva y diferente. Esta encíclica marca el final de la doctrina de la guerra justa, que llegó en vísperas de la invasión de Ucrania. Durante años se había esperado una palabra clara y fuerte sobre esta doctrina cristiana que chocaba demasiado con las palabras sobre la paz de Francisco y muchos de sus predecesores. Y finalmente llegó: “Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”. ¡Nunca más la guerra!”.
Concluyo con las palabras sobre la pobreza que el Papa Francisco dirigió a los jóvenes de Economía de Francesco (Asís, 24 de septiembre de 2022): “Nuestra civilización ha empobrecido mucho la palabra pobreza y pobres. Creer en una “Economía de Francisco” significa comprometerse a poner en el centro de vuestra acción y de vuestro pensamiento a los pobres, que hoy toman nombres y rostros nuevos. A partir de ellos mirar la economía, a partir de ellos mirar el mundo… San Francisco no amaba solo a los pobres: amó también la pobreza.
La tradición franciscana nos habla de un “matrimonio místico” de Francisco con Virgen pobreza. Francisco no iba donde los leprosos de Asís solamente para ayudar a esos pobres a salir de la pobreza; él iba donde los pobres porque quería convertirse en pobre como ellos: aquí está su gran profecía… No hay nada que escandalice más que la economía de la primera bienaventuranza: “bienaventurados los pobres”, nada escandaliza más que la “virgen pobreza”. Sin embargo es de aquí que debemos partir, que vosotros empresarios y economistas tenéis que empezar, habitando estas paradojas evangélicas de Francisco”.
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Luigino Bruni
publicado en Prima Pagina online el 31/12/2022
Benedicto XVI nos dejó el último día del año. Un día especial, destacable, como lo fue su vida. El Papa Benedicto XVI y el hombre, el profesor y el sacerdote Joseph Ratzinger han convivido en casi diez años de pontificado. En general, la valoración moral de una existencia no se da ni por la suma ni por la media de todos los momentos de la vida; casi siempre, sobre todo en la vida de mujeres y hombres con una tarea que cumplir, el sentido de la existencia depende de pocos actos. A veces por un solo acto decisivo: el que revela nuestro destino.
[fulltext] =>No ha sido fácil la actividad pastoral y teológica de Joseph Ratzinger. Hombre del concilio, fue su intérprete y su protagonista, pero tuvo que atravesar luego la mayor crisis de la Iglesia desde la Edad Media: la posmodernidad y, por tanto, el fin de la Christianitas (que ni siquiera el concilio había captado). Las crisis, los miedos, las incertidumbres y las ambivalencias de Benedicto XVI eran las de su Iglesia. Una Iglesia a la que amaba más que a sí mismo, y ese acto extraordinario de renuncia (muy similar al de Celestino V), hizo de su pontificado algo grande.
Un gesto decisivo se destila de toda una vida, no es nunca un acto aislado. Porque con ese gesto introdujo a la Iglesia, sin saberlo, en la posmodernidad: como pasa raramente en la historia, se teme con la razón algo durante toda la vida, y luego un gesto logra que la carne haga lo que el logos no sabía hacer. Esa renuncia puso fin a la visión sagrada del papado, lo devolvió a su dimensión evangélica de servicio y cambió así la historia de los papas futuros.
Y volviendo Joseph Ratzinger después del Papa Benedicto XVI, nos dijo, sin decirlo, que cada hombre es más grande que su propio destino. Así que murió como había nacido: Joseph, Adán, hijo de la tierra, como todos. No es fácil dejar la tierra con el nombre con el que llegamos, llevándonos como dote todos los otros nombres del camino.
Gracias Papa Benedicto, gracias Joseph Ratzinger: gracias por el inmenso amor a la Iglesia, gracias por haber sabido retirarte como un hombre verdaderamente humilde. Gracias por Caritas in Veritate, quizá la encíclica papal con las palabras más buenas y lindas sobre la economía. Y gracias por haber custodiado el evangelio, por haber custodiado una voz.
Feliz vuelo padre, feliz vuelo hermano.
Foto: Vatican News
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Luigino Bruni
Publicado en Donne Chiesa Mondo n.102 de julio 2021
El paradigma de referencia para hablar de cualquier mujer que haya desempeñado un papel profético en la Iglesia es, también en este caso, la Biblia. En la Biblia, con frecuencia las mujeres están presentes durante las crisis profundas, aportando perspectivas distintas, como los profetas. Entre la profecía y el talento femenino existe una amistad. Ambas son concretas, ponen en marcha procesos, no ocupan espacios, hablan con la palabra y con el cuerpo y, por un instinto invencible, eligen siempre la vida, creen en ella y la celebran hasta el último aliento. La historia de Chiara Lubich es la de una de esas mujeres que llevaron un manantial de agua viva a una sociedad italiana que vivía entre el fascismo y dos guerras mundiales, y a una iglesia anclada en una eclesiología y una teología del antiguo régimen.
[fulltext] =>La historia de Chiara es la historia de una mujer laica, que siguió una voz exterior que era a la vez su parte más íntima y verdadera. Durante mucho tiempo, estas dos voces fueron la misma y Silvia Lubich (su nombre secular) y Chiara eran la misma persona. Pero antes de 1943 estas voces eran distintas, y después de 2004, en la última fase de su vida, volvieron a distinguirse de nuevo en ella, cuando, bajo la sombra de una prueba espiritual en cuyo seno concluyó su vida luminosa, algunos la oyeron decir: «Chiara ya no está, queda solo Silvia».
Todo “carismático”, toda persona que recibe un don-carisma para una fundación espiritual, vive en una tensión continua entre una voz suya y no suya, entre palabras suyas y no suyas, entre un “nombre” suyo y no suyo – hasta el final. Conocí a Chiara personalmente y trabajé en estrecho contacto con ella durante los últimos diez años de su vida, que fueron también los primeros diez años de mi vida profesional adulta, como profesor y como economista. La vi luchar para salvar la libertad de la primera voz que la había llamado, para marcar la diferencia entre lo que ella llamaba el Ideal y el movimiento de los Focolares, para dejar un espacio generativo entre la Ley y el espíritu, de modo que por esa grieta pudiera seguir soplando, libre, el espíritu de los primeros días. Inevitablemente, esta batalla solo la gano en parte, porque las batallas de los fundadores nunca se pueden ganar del todo – cada fundador es un Jacob que, aunque salga vencedor del combate nocturno y acuático con el ángel, lleva siempre su herida y sigue cojeando (Génesis 32). Pero si su movimiento sigue todavía vivo – y lo está – y sobre todo si su carisma sigue siendo vivificante para jóvenes y adultos, quiere decir que la herida del ángel no ha sido mortal. Aun cojeando, ella y su movimiento no han dejado nunca de caminar, de vivir el seguimiento.
En los últimos años de su Vida, Chiara adquirió una conciencia mayor del peligro que suponía que el éxito de su movimiento pudiera sofocar la pureza y la fuerza de la primera voz que la había llamado en Trento. Y este peligro, que ella percibía como grave y amenazador, es tal vez el elemento que más le pesó en su última noche, cuando el 14 de marzo de 2008, se apagó a la edad de 88 años. Entonces ¿quién era Chiara? Nació en Trento, de padre socialista y madre católica practicante. Allí, antes y durante la segunda guerra mundial, se formó en la acción católica y como terciaria franciscana. Después, a partir de 1943, fundó su Movimiento de los Focolares, y a comienzos de los años cincuenta se trasladó a Roma y poco después a Rocca di Papa, donde vivió y dese donde guio a los focolarinos esparcidos literalmente por el mundo entero.
El carisma que ha generado todo este movimiento alrededor de Chiara es femenino, mariano. Está centrado en la unidad evangélica y en ese momento decisivo en el cristianismo que es el grito de abandono de Jesús en la cruz. Este último punto, tan querido por Chiara como para convertirlo en el primer ideal de su vida –«tengo un solo esposo en la tierra, Jesús abandonado»: verano de 1950 – llevó a su movimiento a hacerse cargo sobre todo de los dolores espirituales, de las divisiones y separaciones, y a buscar a Dios donde no está. Siempre tuvo gran importancia la dimensión social, en particular la política y la economía. Y esto no debe sorprender, dada la profunda laicidad del movimiento, del que nacieron en los años noventa el Movimiento Político por la Unidad y la Economía de Comunión.
Chiara ha sido una de las mujeres más significativas de la Iglesia del siglo XX. Pero a su manera. Fue rebelde también a su manera, una manera tan suya y distinta que no parece tal. Por ejemplo, ella y su movimiento – compuesto durante los primeros años solo por mujeres jóvenes – siempre han tenido un rasgo femenino y feminista, pero la “tridentinidad” de Chiara y por tanto su radical catolicidad, unida a un carácter que no amaba los conflictos ni las polémicas, produjeron un feminismo sui generis. Por una parte, las focolarinas, el tipo de mujer originado en el Movimiento, desde siempre se han caracterizado por una fuerte autonomía e independencia de los varones, incluso de los sacerdotes; una autonomía parecida y por momentos más acentuada, que la del mundo religioso femenino, debido, entre otras cosas, al liderazgo indiscutido y al prestigio eclesial de Chiara (sobre todo a partir de los años sesenta, con el pontificado de Pablo VI). Pero, por otra parte, no encontramos en los escritos ni en los gestos de Chiara posiciones de punta sobre la cuestión femenina, y en los grandes temas candentes de su tiempo (sacerdocio femenino, mujer y poder en la Iglesia, ética familiar), Chiara y su movimiento siempre han expresado tesis ortodoxas y alineadas con el magisterio oficial de la Iglesia católica. Así pues, el genio de Chiara no se expresó en la propuesta de novedades institucionales para la mujer en la Iglesia. Entonces ¿dónde se expresó? Ciertamente en la mística. Chiara pertenece a la gran tradición mística de la Europa moderna. Su experiencia hay que leerla junto a la de Clara de Asís, a la que tanto quería y de la que tomó el nombre, pasando por Teresa de Ávila, para llegar a figuras más recientes como Edith Stein o Etty Hillesum.
Tenía un don extraordinario de sensibilidad para la espiritualidad, una vocación al mismo tiempo contemplativa y activa, una espiritualidad que ella definía como “colectiva”, donde el cristianismo se mostraba y vivía en cuanto comunidad, reciprocidad y comunión. En el verano de 1949, en las Dolomitas, vivió dos meses dentro de una experiencia mística decisiva (conocida como Paraíso del 49), que marcó decisivamente su vida y la fundación y la naturaleza de su movimiento y de su espiritualidad. Chiara sentía además una fuerte atracción por la teología, desde adolescente. Aunque no era una teóloga de oficio ni había realizado estudios especializados, tenía una gran intuición teológica, que podríamos considerar un verdadero genio teológico. He trabajado con ella durante años en el centro de estudios Abbá y he podido verla en acción desde este punto de vista, y era verdaderamente impresionante. En particular, destacaba en la penetración del misterio de la pasión de Cristo y de la visión trinitaria del cristianismo, en sus implicaciones culturales y existenciales.
Además de una auténtica genialidad para los diálogos difíciles e improbables con las iglesias no cristianas y con las demás religiones, la originalidad de Chiara se ha expresado también en el plano del pensamiento y de la cultura. En 1990 sintió la urgencia de crear un centro de estudios y convocó a los mejores teólogos y expertos de su movimiento. Porque decía que un carisma que no se convierte en cultura, no tiene incidencia profunda en el mundo ni en la Iglesia. Estimaba inmensamente la cultura y a los hombres y mujeres del pensamiento – ella tuvo que renunciar en 1939 a la universidad a causa de la guerra, y este deseo de cultura nunca se apagó. Desde 1990 a 2004, Chiara dedico todos los sábados del año, y algunas semanas de las vacaciones estivales, a fundar y cultivar este cuerpo de pensadores, de todas las disciplinas, convencida de que se trataba de un paso esencial para la maduración futura del propio carisma.
Para terminar, la profecía de Chiara se expresó también en la gestión, en la dirección de su movimiento. Desde el punto de vista organizativo, lo que hicieron Chiara y sus primeras compañeras – a las que deberíamos llamar discípulas y a las que a partir de 1950 se les añadieron compañeros y discípulos – resulta verdaderamente fantástico. Chicas jóvenes, no monjas, en una iglesia tridentina preconciliar donde todo se declinaba en masculino, consiguieron dar vida a un movimiento que en pocos años se extendió por toda Italia y después, en los años cincuenta, por los continentes. El método era el de la dantesca “rosa mística”: cada pétalo de la rosa madre (Focolar de Trento) se separaba y se convertía a su vez en rosa con otros pétalos, que se separaban y así sucesivamente. Cada pétalo-rosa tenía la misma forma y naturaleza que la primera rosa. Y de este modo la experiencia, la espiritualidad y la cultura que se vivía en Trento se vivía también en Sicilia, después en Brasil (gracias a Ginetta, una de sus primeras compañeras), en Argentina (Lía), en la RDA (Natalia), adonde estas mujeres jóvenes iban generalmente solas. Aun permaneciendo durante años sin contacto físico con Italia y con escasos contactos por carta, consiguieron replicar la misma vida que habían vivido en Trento. Y Chiara tenía dotes extraordinarias para esta dirección. Un modelo no jerárquico ni subsidiario, sino tal vez trinitario. Un elemento de este éxito fue la capacidad-talento que tuvo Chiara para atraer a los mejores jóvenes de su tiempo, que se convirtieron en pilares y dirigentes del movimiento. Chiara hizo todo esto usando sobre todo la palabra – las palabras del evangelio, sus palabras. Palabras totalmente impregnadas de cristianismo, que encantaban, incitaban y vinculaban para toda la vida. El logos es el primer enemigo de thánatos. Como Sharazad, las mujeres alejan la muerte y por tanto alargan la vida, regalándonos palabras e historias. Así lo han hecho y lo siguen haciendo muchas mujeres. Así lo ha hecho y lo sigue haciendo Chiara Lubich.
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Luigino Bruni
Publicado en Donne Chiesa Mondo n.102 de julio 2021
El paradigma de referencia para hablar de cualquier mujer que haya desempeñado un papel profético en la Iglesia es, también en este caso, la Biblia. En la Biblia, con frecuencia las mujeres están presentes durante las crisis profundas, aportando perspectivas distintas, como los profetas. Entre la profecía y el talento femenino existe una amistad. Ambas son concretas, ponen en marcha procesos, no ocupan espacios, hablan con la palabra y con el cuerpo y, por un instinto invencible, eligen siempre la vida, creen en ella y la celebran hasta el último aliento. La historia de Chiara Lubich es la de una de esas mujeres que llevaron un manantial de agua viva a una sociedad italiana que vivía entre el fascismo y dos guerras mundiales, y a una iglesia anclada en una eclesiología y una teología del antiguo régimen.
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Luigino Bruni
Publicado en SOUQuaderni n. 23 de abril 2021 el 23/04/2021
«En la Escritura, todos mueren de sed. ¿Y qué es esta sed universal sino Dios mismo sediento de sí? Siempre he pensado, desde que lo aprendí, que morir con este versículo en los labios sería un hermoso no-morir».
Léon Bloy, Le symbolisme de l’Apparition
La ambivalencia de un gran símbolo
La Biblia también puede ser narrada como una historia del agua. El agua es uno de sus grandes símbolos. Es su alfa y su omega: la Biblia se abre con las aguas del Génesis y se cierra, en el último capítulo del Apocalipsis, con un río en la ciudad. En ella están los ríos Pisón, Tigris, Éufrates, Nilo, Jordán y el Yaboc, junto con Noé, Abraham, Agar, Raquel, Moisés, Mara, el Bautista, la samaritana, el Gólgota. Ríos, pozos y mujeres. El agua y la vida. El agua es la vida. Siempre y en todas partes, sobre todo en las regiones semiáridas del Medio Oriente.
[fulltext] =>Esta historia comienza ya en el primer versículo del primer capítulo del primer libro de la Biblia, el Génesis: «El espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas». Agua, aguas en plural, es una de las palabras más repetidas en la creación del mundo – Dios separa las aguas (las de debajo y las de encima del firmamento), las recoge en mares para crear la tierra seca, y finalmente ordena que “bullan” las aguas de peces y vida. El agua no es creada por Dios. Es preexistente. Dios-Elohim se la encuentra ya en el mundo. La separa, la recoge, la llena, pero no la crea. Para el hombre antiguo, el agua es tan primordial y preexistente como el mismo Dios, que, para crear el resto, no puede prescindir del agua. El agua es el elemento base de la vida, el primer ladrillo de la cadena de los seres vivos, el ambiente donde se desenvuelve la creación – hoy sabemos que fue probablemente en las aguas de los mares donde surgieron las primeras formas de vida.
Además, el agua es la gran protagonista de la maravillosa historia de Noé y el diluvio, que el Génesis toma del mito sumerio de Gilgamesh. En este caso, las aguas no son buenas, sino que se convierten en el instrumento del que Dios se sirve para destruir a los seres humanos que se han maleado. Pero a pesar de nuestra maldad, la vida continúa, las aguas se retiran y la vida vuelve a empezar, con la señal de la primera alianza entre Dios, Noé y los hombres y los animales salvados: el arco iris, otro elemento que tiene que ver con el agua.
En el vado nocturno de un torrente, el Yaboc, tiene lugar la lucha entre Jacob y el ángel de Dios (Génesis 32), cuando resulta herido en el nervio ciático y es bendecido. Una lucha acuática donde Jacob se convierte en Israel, el nombre de un pueblo entero.
El agua está también en el centro de la liberación de Egipto, el país del gran río, cuando las aguas del Mar Rojo se abren para permitir a Moisés y al pueblo hebreo salir de Egipto hacia la tierra prometida, hacia otro río, el Jordán. Y en el paso del gran río de la esclavitud al pequeño río de la libertad, la sed y el milagro del agua son elementos y etapas esenciales (Masá y Meribá, las aguas amargas de Mara). El exilio, la otra gran experiencia tremenda del pueblo (iglo VI a.C.), es contado con la imagen del agua: junto a los ríos de Babilonia, el Tigris y el Éufrates.
Los monstruos tremendos y más temidos en el libro de Job – Leviatán y Behemot (Job 40) –, son monstruos marinos, habitantes de las aguas profundas. El mismo Leviatán al que Thomas Hobbes recurrirá para dar nombre a su libro, imagen del poder político absoluto que, sin embargo, permite la sociedad civil.
Y podríamos continuar con el baño de Betsabé que condujo a David al pecado más vil de la Biblia, con las múltiples sequías (desde Abraham a Rut) que constelan la historia de la salvación, o con los pozos a cuyo alrededor sitúa la Biblia muchos diálogos entre hombres y mujeres (el de Jacob y el de la Samaritana, que por la traducción son el mismo pozo). El Nuevo Testamento está inmerso en el agua. Desde el bautismo de Juan, que abre el evangelio de Marcos, hasta el bautismo de Jesús, o hasta el mar de Tiberíades donde se produce la llamada de los apóstoles, muchos de los cuales son pescadores, trabajadores del agua. El Evangelio de Juan sitúa el comienzo de la vida pública de Jesús en el milagro del agua transformada en vino. «Tengo sed» son algunas de las pocas palabras que resuenan en el Gólgota, donde del costado del crucificado sale «sangre y agua».
Los salmos están continuamente regados por el agua, que calma la sed de los hombres y de la cierva. El canto de la cierva sedienta, metáfora de la búsqueda de Dios, es uno de los himnos poéticos más hermosos de la Escritura.
«Como la cierva anhela las corrientes de agua, así mi alma te anhela a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo podré ver el rostro de Dios? Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras me preguntan: ¿dónde está tu Dios?» (Salmo 42,2-5). La metáfora de la cierva sedienta que, tras un largo peregrinar, llega a un arroyo seco y árido es muy fuerte y rica, habitual en la literatura espiritual, inspiradora de uno de los cánticos espirituales más sublimes y elevados de la historia de la espiritualidad (el de Juan de la Cruz). Si alguien ha oído el bramido de un ciervo sediento – o de un corzo o un gamo, más habituales entre nosotros – sabe que es un verso inquietante, un lamento lacerante que no se olvida. Este sonido habrá impresionado al hombre antiguo del Medio Oriente, más capaz que nosotros de leer y descifrar los lamentos de la creación. El salmista, tal vez exiliado en el norte, en la región donde nace el Jordán, lejos de Jerusalén y de su templo, tomó el grito animal más lacerante que había oído y lo convirtió en el canto de su alma anhelante del Dios de la juventud que ya no estaba. La Biblia está llena de palabras tomadas prestadas de la naturaleza y de los animales para intentar decir lo que las emociones humanas no saben decir: el fuego en una zarza, la nube apoyada en una montaña, el fuego sobre el Carmelo, la brisa suave, la lluvia.
No es fácil utilizar la imagen de la sed para expresar la relación con Dios. Determinada literatura religiosa deshace la metáfora equiparando la fe con el agua que extingue la sed. La sed sería el movimiento ascendente del hombre, la pregunta antropológica a la que Dios responde con el ofrecimiento de la fe. Desde este punto de vista, no habría nada de religioso en la experiencia de la sed, que sería únicamente la premisa de la fe, la antecámara de la vida religiosa que comenzaría cuando, al llegar a la fuente, finalmente se puede beber – la sed terminaría en el encuentro con el agua. Para muchos la fe es eso, y en la Escritura no faltan puntos de apoyo para esta interpretación del agua y de la sed (Jn 4,13-14).
Pero cada salmo es muchas cosas a la vez. Es estratificación de significados y experiencias distintas de fe y de humanidad. Acerca de esta sed, el salmo nos sugiere algo distinto. La sed no es solo preparación de la experiencia religiosa, ya es fe, ya es relación con Dios. El tiempo de la sed es el tiempo de la fe. En este salmo se menciona a Dios 22 veces. Un canto desesperado por la ausencia de Dios es uno de los salmos de todo el salterio donde más habita el nombre de Dios. El desierto en la Biblia es lugar del encuentro con Dios. La tierra prometida no es el único lugar donde Dios habita, como tampoco lo es el templo. Moisés no entró en la tierra prometida, para mostrarnos que también el desierto y su sed pueden ser la tienda del encuentro con Dios, tal vez el más puro y verdadero. Su muerte fuera de Canaán es también una manera de eternizar la promesa y su deseo.
El salmo, entonces, nos pone en guardia frente a un error típico del hombre y de la mujer de fe: identificar la fe solo con el agua. Es un error muy común de quien piensa y vive la fe como un vivac estable en un oasis con agua abundante que, una vez encontrado al final de un primer camino, ya no se abandona. Aquí la cierva descansa, tranquila y sin sed, en el nuevo jardín del que no se aleja para acometer nuevas peregrinaciones. Esta es una visión de la fe como consumo de bienes espirituales, como confort, como satisfacción plena del consumidor religioso, que se olvida del seguimiento y del arameo errante. El salmo, en cambio, nos recuerda que la sed es la condición originaria de la vida espiritual adulta, porque, aunque encontremos alguna fuente a lo largo del camino, inmediatamente hay que levantar la tienda, volver sin tardanza al camino, y repetir pronto la misma experiencia de la sed-fe; que la crisis de fe no es la aridez sino la extinción de la sed. Mientras tengamos sed de Dios y de la vida estaremos caminando por el único camino bueno, mejor todavía si lo hacemos en compañía de los pobres, los sedientos y los hambrientos. La fe bíblica consiste en gritar a Dios en el tiempo infinito de la sequía, porque ninguna experiencia de lo divino puede apagar el deseo de paraíso. En esta tierra no existe un agua capaz de saciar la sed de Dios, y si nos sentimos religiosamente saciados es muy probable que estemos bebiendo el agua de los ídolos, que es también un distribuidor automático de bebidas saciantes. Es interesante notar otro detalle: aunque el texto hebreo habla de un ciervo (’aiál), la tradición siempre ha visto una cierva en este salmo. Quizá porque solo las madres conocen de verdad los gritos ante ciertas ausencias, y solo ellas han aprendido verdaderamente la paradójica bienaventuranza de la sed.
En este salmo, la imagen del agua contiene también una bella metáfora de la evolución de una vocación. Comienza con una primera agua, la del primer encuentro de juventud. Después continúa toda la vida con la experiencia de la sed, cuando se va vagando en busca de la primera agua que ya no podemos encontrar, y mientras vagamos nuestra garganta seca de agua se llena con el grito de Dios. Para terminar, tal vez, con un agua distinta que encontramos donde y cuando ya no la buscamos – es muy hermoso que una de las últimas palabras de Jesús que aparecen en los evangelios sea: «tengo sed». Nosotros vivimos esta sequedad como experiencia de imperfección, de falta, a veces de fracaso, y nos olvidamos de la bienaventuranza de la sed: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia», que tienen hambre y sed de mí. Echamos de menos el agua de la primera juventud porque no entendemos que el objetivo de esa agua era sobre todo encender la sed para después caminar como peregrinos sedientos por el mundo. Hasta que un bendito día entendemos que dentro de esa carestía es donde se esconde y se encuentra el sentido religioso de la vida. Allí están la pobreza y la pureza que deseamos desde el primer día y confundimos con el agua. Ese día nos sentimos amigos solidarios de todos los sedientos, los hambrientos de pan y de justicia, los necesitados de la tierra, y nos hacemos finalmente pobres. Porque descubrimos que la fe no es posesión, sino promesa.
El templo acuático de Ezequiel
La página tal vez más hermosa sobre el agua es la que nos regala el profeta Ezequiel: «Me hizo volver a la entrada del templo. Del zaguán del templo manaba agua hacia levante […] El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me sacó por la puerta septentrional y me llevó por fuera a la puerta del atrio que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho» (Ezequiel 47,1-2). El agua va creciendo en directo mientras Ezequiel la observa asombrado y un poco asustado: «El que llevaba el cordel en la mano salió hacia levante. Midió quinientos metros, y me hizo cruzar las aguas: ¡agua hasta los tobillos! Midió otros quinientos, y me hizo cruzar las aguas: ¡agua hasta las rodillas! Midió otros quinientos, y me hizo cruzar: ¡agua hasta la cintura! Midió otros quinientos: era un torrente que no pude cruzar, pues habían crecido las aguas y no se hacía pie: era un torrente que no se podía vadear» (47,3-5). Estamos con él en el torrente-río, sentimos crecer el agua desde los tobillos hasta la cintura y más arriba. Ezequiel está dentro de su vado junto a un ángel. Esta vez el hombre y el ángel no luchan, no hay herida en el nervio ciático. Solo la bendición de un mensaje eterno sobre el espíritu, sobre el templo y sobre la vida. La visión continúa: «Al regresar, vi a la orilla del río una gran arboleda en sus dos márgenes. Me dijo: -Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas pútridas y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan, allí donde desemboque la corriente tendrán vida y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente» (47,7-9). El ángel muestra a Ezequiel el paisaje. Donde antes solo había desierto y aridez, han crecido muchos árboles «cuyas hojas no se marchitarán, ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales» (47,12).
Agua y espíritu. El agua es espíritu. La Biblia es un inmenso e infinito canto a la vida. Todo en ella habla siempre y solo de vida. Lo dice de muchas maneras y con muchas imágenes, pero con el agua lo hace de una forma distinta y muy fuerte. El pueblo heredero de las tiendas móviles lleva en su código genético la búsqueda del agua para vivir. Durante milenios la ha visto llegar en su estación para dar vida a lo que parecía muerto y que habría muerto de verdad si ella no hubiera llegado. Ha visto florecer el desierto en mil colores tras las lluvias primaverales, y en estas resurrecciones han nacido las oraciones más hermosas y han brotado los salmos más poéticos. Para intuir algo de esta visión del templo-fuente deberíamos leerla en el desierto de Sur, al lado de Agar, o en el desierto con Moisés y el pueblo murmurando por la sed; sentir la sed en nuestra carne y después experimentar el agua que llega y nos salva. El agua es una hermana pobre del espíritu: útil, humilde preciosa y casta.
El gran cuadro de las aguas y de la vida culmina con el hombre y con su trabajo: «Se pondrán pescadores a su orilla: desde Engadí hasta Eglain habrá tendederos de redes» (47,10). Sin hombres y mujeres que trabajen, el milagro de las aguas no está completo. En el culmen del agua encontramos al hombre y tras él, el trabajo.
Este es el humanismo bíblico. Este es el canto del Adam que, como vértice de una manifestación cósmica de Dios, pone trabajadores, pescadores que echan las redes. Otros pescadores, algunos siglos más tarde, llevarán el agua del espíritu a toda la tierra, cuando, llamados mientras trabajaban, reconocieron en aquella voz la voz de la vida, porque, trabajando, quedaron vinculados a la misma fuente. El templo-fuente, inmerso en las aguas que generan un río que inunda, fecunda y vivifica el mundo, es una de las páginas más hermosas de toda la Biblia y una de las más proféticas de Ezequiel. Porque habla de pasado y de futuro a la vez: bereshit y eskaton. En Ezequiel, esta agua contiene uno de los mensajes religiosos, teológicos y sociales más potentes del humanismo bíblico. El templo es y puede ser fuente de agua vivificante si el agua no permanece encerrada y celosamente guardada dentro del templo. Solo si sale de allí para inundar el mundo. El agua del templo no está destinada al consumo interno del templo. Esa agua no es producida para las exigencias de pureza del culto religioso. No: el agua nace dentro pero corre hacia fuera. Es un agua laica, civil, secular. El Ezequiel sacerdote de Jerusalén cree que el templo es el lugar de la presencia de la gloria de YHWH en la tierra. Pero el Ezequiel profeta sabe y dice que esa presencia no está ahí para ser consumida en el culto por sus fieles, porque es generada para ser donada a quien se encuentra fuera del templo.
«La fuente no es para mí», la hermosa expresión de Bernadette de Lourdes, es un lema profético universal en la relación entre templo y espíritu. El agua viene a fecundar la tierra. El Cielo no la da gratuitamente para lavar los escurrideros de la sangre de los sacrificios bajo el altar del templo. Las religiones y las comunidades espirituales pueden seguir generando agua viva y apagando la sed de la gente si superan, con la castidad, la tentación perenne de beber el agua que nace de ellas. Ezequiel, que tiene esta visión después de que el templo ha sido destruido por Nabucodonosor, intuye que, para que pueda existir un nuevo templo después del exilio, la fe y el templo no pueden ser los mismos de antes – toda gran crisis cambia la relación entre fe y culto. Aprender, en el inmenso dolor, que su Dios sigue siendo verdadero aunque haya sido derrotado, que la fe es posible incluso sin un lugar sagrado porque el lugar de Dios es la tierra entera, cambió para siempre la religión y el culto.
El templo con las grandes aguas es entonces una gran herencia espiritual de Ezequiel, un mensaje que parte de la tierra de exilio de Babilonia y atraviesa toda la escritura. La encontramos, por ejemplo, en el libro de Ben Sirá, que retoma la imagen del templo-fuente de Ezequiel y la aplica a la sabiduría: «Yo salí como canal de un río y como acequia que riega un jardín; dije: Regaré mi huerto y empaparé mis arriates, pero el canal se me hizo un río y el río se me hizo un lago» (24,30-31). El templo es demasiado pequeño para contener el agua de la sabiduría.
El profeta Ezequiel regresa en la conclusión del Apocalipsis, el último libro de la Biblia, en otra imagen obra maestra, como vértice de más de medio milenio de profecía que abrió de par en par las puertas de templo para hacerlo coincidir con el mundo entero: «Me mostró un río de agua viva, brillante como cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza y en los márgenes del río crece el árbol de la vida, que da fruto doce veces: cada mes una cosecha, y sus hojas son medicinales para las naciones» (22,1-2).
Aquí el agua no mana debajo del templo, sino del “trono de Dios y del Cordero”. En la epifanía final del espíritu, el templo ya no está. Del paisaje de la nueva Jerusalén ha desaparecido el templo, como leemos pocos versículos antes en otro pasaje paradójico y estupendo: «No vi en ella templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo» (Apocalipsis 21,22). Al igual que la Ley, también el templo es un pedagogo, que un día tendrá que desaparecer para dejar sitio al encuentro inmediato con el agua viva. En este mundo nuevo, el árbol de la vida ya no está en el jardín de Edén, sino que crece en medio de la plaza. Una frase maravillosa. La plaza será el nuevo nombre del templo. Este es el gran canto de la laicidad bíblica: hermana plaza, hermana oficina, hermana fábrica, hermano trabajo. Hermana agua.
Credits foto: Simona Sambati.
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Este es una contribución de Luigino Bruni.
Luigino Bruni
Publicado en SOUQuaderni n. 23 de abril 2021 el 23/04/2021
«En la Escritura, todos mueren de sed. ¿Y qué es esta sed universal sino Dios mismo sediento de sí? Siempre he pensado, desde que lo aprendí, que morir con este versículo en los labios sería un hermoso no-morir».
Léon Bloy, Le symbolisme de l’Apparition
La ambivalencia de un gran símbolo
La Biblia también puede ser narrada como una historia del agua. El agua es uno de sus grandes símbolos. Es su alfa y su omega: la Biblia se abre con las aguas del Génesis y se cierra, en el último capítulo del Apocalipsis, con un río en la ciudad. En ella están los ríos Pisón, Tigris, Éufrates, Nilo, Jordán y el Yaboc, junto con Noé, Abraham, Agar, Raquel, Moisés, Mara, el Bautista, la samaritana, el Gólgota. Ríos, pozos y mujeres. El agua y la vida. El agua es la vida. Siempre y en todas partes, sobre todo en las regiones semiáridas del Medio Oriente.
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Luigino Bruni
Original italiano publicado en Corriere Buone Notizie el 19/12/2019
La meritocracia supone hoy la legitimación ética de la desigualdad. En el siglo XX, en Europa combatimos la desigualdad como un mal. En el siglo XXI ha sido suficiente cambiarle el nombre (meritocracia) para que la desigualdad pasara de ser un vicio a una virtud pública. Es un destino extraño, si pensamos que la meritocracia se presenta – y así ha sido – como una lucha contra la desigualdad. Es extraño que los fanáticos de la meritocracia sean personas que, de buena fe, desean una sociedad mejor y más justa.
[fulltext] =>A la meritocracia se le puede aplicar lo que decía hace cien años el filósofo alemán Walter Benjamin: «El cristianismo en la época de la Reforma mudó en capitalismo». La meritocracia, antes de convertirse en un dogma económico, era una categoría religiosa y teológica. Las expresiones «lucrar méritos», «ganarse el paraíso» y otras parecidas han ocupado el centro de la piedad cristiana, y siguen acompañando todavía hoy la vida de los católicos. En la Biblia ya estaba presente una determinada idea del mérito, pero fue sobre todo en el encuentro con la ética griega y romana donde parte del cristianismo se transformó en una ética del mérito y de las virtudes, hasta llegar a pensar que para declarar santo a un cristiano es necesario demostrar que ha practicado virtudes heroicas. Sin embargo, la ética bíblica y evangélica es distinta: la excelencia no está en las virtudes sino en el agape, que no forma parte de las virtudes estoicas ni de las aristotélicas. Desde hace unos años la meritocracia ha salido de los debates de las aulas de las facultades de teología, ha olvidado las disputas doctrinales de Pablo, Agustín, Pelagio y Lutero y ha entrado en las aulas más elegantes y modernas de las escuelas de negocios, donde se abordan estos temas sin tener suficientes competencias teológicas.
La meritocracia tiene raíces antiquísimas y profundas. Una veta profunda de las civilizaciones humanas siempre ha pensado que en algún lugar debía existir un orden que recompensara a cada uno en base a los méritos que había adquirido y lo castigara por las culpas cometidas y acumuladas. En general, este orden era concebido como sobrenatural y pospuesto a una vida futura, puesto que era demasiado evidente que en esta tierra semejante orden no existía ni había existido nunca. Pero en un momento determinado, dentro de la evolución de la civilización occidental apareció una idea totalmente nueva e imprevisible, según la cual una sociedad meritocrática era al fin posible aquí y ahora. Sencillamente porque esa sociedad, en realidad, ya existía: era la business community, cuya expresión más madura eran las grandes empresas y los bancos. Allí los méritos eran cuantificables, medibles y ordenables en una escala, de manera que a cada uno le correspondía lo suyo, ni más ni menos. Lo “suyo” en méritos y, claramente, en deméritos. Esta operación-promesa ha convencido mucho y a muchos, porque se presentaba y se presenta como una forma superior de justicia (con respecto a la ordinaria y común). De este modo, en pocos años, la meritocracia ha emigrado desde la business community a toda la sociedad civil, desde la política a la escuela, desde la izquierda a la derecha, desde la sanidad a las ONG, y está amenazando incluso a las comunidades eclesiales. Se trata de una gran operación ideológica, una de las más amplias de nuestro tiempo, que se basa en un enredo, ético y antropológico, tan evidente como no dicho: que nuestros méritos y deméritos son evidentes, fáciles de ver, ordenar, medir y premiar.
Otra hipótesis, arbitraria, consiste en considerar que el mercado es capaz de premiar los méritos, callando que una virtud fundamental del mercado, un rasgo esencial del buen empresario, es saber convivir con consecuencias no asociadas a méritos ni a culpas propias o ajenas. Un grave vicio del mercado consiste en pretender que los resultados propios son consecuencia de los méritos propios y no a los que aquellos con quienes interactuamos nos quieren reconocer y remunerar. Pero hay más. Nosotros sabemos que descubrimos nuestros méritos más valiosos cuando nos enfrentamos a una enfermedad, un luto o una separación. Son verdaderamente pocos los méritos que transitan por la esfera económica, puesto que las empresas, en realidad, no están interesadas en nuestros méritos más profundos y verdaderos. No quieren nuestra humildad ni nuestra mansedumbre, porque nos quieren «triunfadores» e invulnerables. No quieren nuestra misericordia ni nuestra compasión, virtudes y bienaventuranzas que no comprenden, y si las comprendes, las temen. No nos lo dicen, pero las empresas quieren poco de nosotros, porque intuyen que si nos pidieran mucho nosotros daríamos demasiado, y nos haríamos tan libres que dejaríamos de ser dirigibles y de estar orientados por los objetivos empresariales. Para terminar, la meritocracia es un mecanismo ideológico que nos libera de nuestra responsabilidad con respecto a los pobres. Un corolario necesario de la meritocracia es la interpretación de la pobreza como culpa. Si el talento es antes que nada mérito (este es el gran axioma de la meritocracia), la falta de talento se convierte en demérito, y por consiguiente la pobreza se convierte en culpa. El último residuo del estado del bienestar europeo será borrado cuando finalmente nos dejemos convencer de que los pobres son culpables de su pobreza. A ellos los dejaremos en la culpa de su desventura, y nosotros dormiremos tranquilos en nuestros méritos y en nuestra irresponsabilidad.
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Luigino Bruni
Original italiano publicado en Corriere Buone Notizie el 19/12/2019
La meritocracia supone hoy la legitimación ética de la desigualdad. En el siglo XX, en Europa combatimos la desigualdad como un mal. En el siglo XXI ha sido suficiente cambiarle el nombre (meritocracia) para que la desigualdad pasara de ser un vicio a una virtud pública. Es un destino extraño, si pensamos que la meritocracia se presenta – y así ha sido – como una lucha contra la desigualdad. Es extraño que los fanáticos de la meritocracia sean personas que, de buena fe, desean una sociedad mejor y más justa.
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Luigino Bruni
Original italiano extraído de "Il capitalismo e il sacro", Vita e Pensiero, novembre 2019.
A diferencia de lo que pensaban Saint-Simon, Marx y Weber, el dios del capitalismo no es el capitalista ni el beneficio. O al menos ya no lo es. La predestinación (de la cultura calvinista), que durante al menos dos siglos fue una experiencia elitista de un número restringido de empresarios y banqueros, durante el siglo XX se ha ido convirtiendo progresivamente en una religión de masa, gracias al desplazamiento del baricentro ético del capitalismo desde la esfera de la producción a la del consumo. El empresario ya no es el “bendecido por Dios”, sino el consumidor, que es alabado y envidiado si cuenta con los recursos necesarios para consumir. Cuanto más consumo, más bendición. La figura sagrada del empresario-constructor ha dado paso al nuevo sacerdote-consumidor. La soberanía del consumidor es la única que se les reconoce a los ciudadanos-fieles del mono-culto consumista, que está minando seriamente la ciudadanía política.
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Pensemos en un aspecto que puede parecer secundario: los descuentos, a cuyo alrededor giran liturgias colectivas tales como las rebajas de fin de temporada o, más claro aún, el nuevo culto del Black Friday. Aunque cada año se plantean dudas acerca de su “autenticidad”, en realidad asumimos que los descuentos son y deben ser verdaderos. Lo son porque el descuento verdadero es un elemento esencial del culto. Los descuentos deben ser reales, porque no existe religión sin alguna forma de don, de gracia y de sacrificio. Pero hay una diferencia fundamental, que nos revela buena parte de su naturaleza sacral. En las religiones tradicionales, es el fiel quien lleva dones a su Dios; en cambio en la idolatría capitalista es la empresa-dios la que hace “regalos” a sus fieles. La dirección cambia porque el sentido del culto es el opuesto. En la religión del consumo, la divinidad es el consumidor, al que las empresas tratan de fidelizar (otra palabra religiosa) con su sacrificio-descuento. Es un don sin gratuidad – y por consiguiente no es religión sino idolatría.
Pero si el dios de la religión capitalista es el consumidor, ¿quién es el superhombre nietzscheano del capitalismo? Si llevamos esta analogía hasta el extremo podríamos decir que el superhombre del capitalismo es aquel que consigue vivir sin consumo. De este modo, llegamos a la paradoja de que quien sale del sistema renunciando al consumo y a sus dogmas es el superhombre de la religión capitalista, aquel capaz, sobrehumanamente, de vivir en un mundo sin su dios. Algo parecido (tal vez) intuyó Benjamin cuando escribió una frase sibilina: «La idea del superhombre desplaza el ‘salto’ apocalíptico no sobre la conversión, la expiación, la purificación o la penitencia, sino sobre una intensificación aparentemente continua pero que en el último tramo es intermitente y discontinua»1
1 - Benjamin Walter (1921), El capitalismo como religión.
Credits: Foto di Виктория Бородинова da Pixabay
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Luigino Bruni
Original italiano publicado en Valori el 23/10/2019
Las declaraciones de carácter ético relacionadas con los valores de las grandes multinacionales hay que tomarlas siempre cum grano salis, ya que si, por una parte, deben decir cosas no demasiado alejadas de la realidad (aunque solo sea por motivos de reputación en la era de las redes sociales), por otro lado, forma parte del juego de mercado prometer más de lo que se puede cumplir en los comportamientos concretos. De todos modos, una cosa es cierta: nuestra forma de entender la empresa y el mercado en los últimos cien años está viviendo una crisis mucho más radical y profunda que la crisis financiera de los últimos años.
[fulltext] =>Crisis de 2007, un infarto que el capitalismo ha olvidado pronto.
La crisis financiera que comenzó en 2007 fue una especie de infarto del sistema, pero una vez realizada la angioplastia y colocado el stent, el “paciente capitalismo”, con la ayuda de algunos fármacos, ha seguido manteniendo el mismo estilo de vida. Durante algunos meses el miedo le obligó a hacer un poco de dieta y a dejar de fumar, pero después, poco a poco, las viejas costumbres han vuelto como si no hubiera pasado nada. Pero esta vez el asunto es muy distinto: la crisis ambiental, que en estas dimensiones no tiene precedentes en la historia humana, no representa solo un problema coronario sino un cambio radical de las condiciones de vida que exige una adaptación a algo completamente nuevo.
La enseñanza de los Fridays for Future
Hace mucho que los expertos sabían todo esto, pero gracias al movimiento “Fridays for Future” y al pensamiento y la acción del Papa Francisco (v. Laudato sii y el movimiento que ha surgido a partir de ahí), en estos últimos tiempos la conciencia de que el juguete se ha roto se ha ido extendiendo hasta hacerse popular y universal.
Las empresas deben cambiar su cultura, no por altruismo ni por amor al bien común, sino sencillamente para no fracasar. El único y verdadero soberano del capitalismo es el consumidor con sus preferencias. Este es un dogma de la religión capitalista, pero también su gran fragilidad, porque al final, si los consumidores cambian conjuntamente sus preferencias, las empresas no pueden hacer otra cosa que cambiar rápidamente sus productos.
Del plástico a nuevos productos y estilos de vida.
Lo estamos viendo con el plástico: hace apenas unos meses todavía se podían organizar congresos – incluso sobre ética y economía – con una botella de plástico bien visible sobre la mesa. Hoy eso ya no es posible (lo digo por experiencia personal) puesto que la visión de esa botella mina cualquier discurso ético que se vaya a pronunciar desde esa cátedra.
Todo esto ha sucedido en pocos meses (el primer Fridays for Future global es del 15 de marzo pasado). Dentro de algunos meses más esta oleada de cambio se extenderá a muchos otros productos que van desde los automóviles hasta los vuelos en avión.
Las empresas están intuyendo todo esto porque, como recordaba Jevons a finales del siglo XIX, el empresario anticipa, por vocación, las tendencias de los mercados.
Pero hay algo más. Yo puedo estar equivocado, pero considero altamente probable que lo que está ocurriendo en el frente medioambiental se extienda progresiva y rápidamente al frente social. Las empresas con formas de gobierno poco participativas y con estructuras de propiedad concentradas en unos pocos accionistas muy ricos serán castigadas por los consumidores, sobre todo por los jóvenes. Eso mismo es lo que ocurrió con la democracia: el poder político, concentrado durante siglos en unas pocas cabezas (varones, ricos y nobles) se fue extendiendo hasta llegar al sufragio universal. Y esto ocurrirá también con la economía.
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Luigino Bruni
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Las declaraciones de carácter ético relacionadas con los valores de las grandes multinacionales hay que tomarlas siempre cum grano salis, ya que si, por una parte, deben decir cosas no demasiado alejadas de la realidad (aunque solo sea por motivos de reputación en la era de las redes sociales), por otro lado, forma parte del juego de mercado prometer más de lo que se puede cumplir en los comportamientos concretos. De todos modos, una cosa es cierta: nuestra forma de entender la empresa y el mercado en los últimos cien años está viviendo una crisis mucho más radical y profunda que la crisis financiera de los últimos años.
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Luigino Bruni
Original italiano publicado en Toscana oggi el 20/09/2019
Destrucción creadora. Esta es la conocida expresión que encontramos en el centro de la idea de competencia propia del gran economista austriaco J.A. Schumpeter. El mercado crea y destruye. Pero, como vemos todos los días, el mercado no crea y destruye simultáneamente, en los mismos lugares y de las mismas formas.
[fulltext] =>La globalización económica hoy crea oportunidades en China, India o Bulgaria. Crea menos en Europa y concretamente en Italia, donde la competencia muestra toda su fuerza destructora y no creadora (o no muestra la suficiente). Más allá de la retórica de todos los gobiernos acerca del «final de la crisis», quienes observan atentamente la realidad saben que la crisis no ha terminado.
Las empresas siguen cerrando, los trabajadores siguen perdiendo su puesto de trabajo y demasiadas familias siguen sufriendo. Detrás de un trabajo perdido hay una situación financiera que se agrava, un préstamo que se pidió cuando había trabajo y que hay que devolver sin el sueldo con el que se contaba.
El trabajo no es un contrato más, no es una mercancía. Es la precondición de todos los contratos y de todas las mercancías que una persona y una familia necesita. Cuando falta el trabajo, entra en crisis el crecimiento humano de una persona, no solo su economía. No en vano hemos puesto el trabajo como fundamento de nuestra Constitución, porque el trabajo es la vida de las personas. Por eso, una sociedad no puede ni debe considerar el trabajo como un asunto del que solo debe ocuparse el mercado. El mercado nunca es suficiente, sobre todo cuando se trata del trabajo.
En el «mercado» de trabajo (no olvidemos nunca escribirlo entre comillas) las partes no se encuentran en el mismo plano en cuanto a poder y fuerza. El trabajador, por ejemplo, no puede despedir al empleador, y hacen falta muchas mediaciones, empezando por la política. Pero la ideología liberal dominante en todo el mundo en nombre del libre mercado (¡quién lo diría!) está reduciendo drásticamente las mediaciones ajenas al mercado en las crisis y en los conflictos empresariales.
A esto hay que añadir la fragilidad de muchas empresas, que también son víctimas de una economía frágil e incierta. No es raro que hoy una crisis empresarial implique una relación entre varios sujetos frágiles, sobre todo los trabajadores pero también las empresas, que a veces son filiales de multinacionales donde los directivos están sometidos a fuertes presiones de unos dueños invisibles y muy lejanos. Debemos inventar políticas industriales nuevas para un mundo que ha cambiado. Ahora la política es lejana y confusa, las empresas son líquidas y los sindicatos no son suficientes, y usan muy a menudo categorías del siglo XX con las que es muy difícil gestionar las crisis del XXI.
Hace falta lo antes posible un nuevo pacto social y económico entre trabajadores, empresas, sindicatos, política y sociedad civil, que tome como punto de partida la conciencia de que todos somos más frágiles que hace décadas, que la crisis de 2008 ha roto verdaderamente el equilibrio del sistema y todavía no hemos conseguido crear otro nuevo. Un mundo se ha terminado y el nuevo mundo exige instrumentos nuevos.
Los conflictos y las mesas ya no son adecuados, son lenguas muertas que ya no hablan, o hablan poco y mal. Hace falta más creatividad y un pensamiento no ideológico para no ver al empleador como un «patrón» malvado y explotador y, por otro lado, para no ver a los trabajadores como vagos y holgazanes. Hace falta más respeto y estima recíproca. Pero sobre todo más capacidad creativa, en todos.
Hoy la innovación ya no es prerrogativa de los empresarios. También los trabajadores deben innovar, probar y arriesgarse más. En estas «destrucciones» se necesita más capacidad «creativa».
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Luigino Bruni
De la introducción al libro "Generación Hambre Cero", preparado por los muchachos del Movimiento de los Focolares en coedición con la FAO y New Humanity.
Los menores tienen su propio punto de vista acerca del mundo. Hacen muchas cosas, como los adultos, e incluso más. Con sus acciones cambian y mejoran el mundo cada día. La infancia y la adolescencia son un patrimonio global de la tierra, el primer bien común (common) global, el que más valor tiene, porque lleva en su seno la posibilidad misma de la continuidad de la vida humana. Pero los menores no solo saben hacer cosas, también saben pensar. Piensan, aunque de forma distinta a los adultos y tienen muchas ideas, porque no hace falta ser mayores para empezar a pensar de verdad. Nuestra civilización ama a los niños y a los adolescentes pero no conoce, y por tanto no aprecia, su pensamiento sobre el mundo. Sin embargo, su punto de vista es muy valioso y esencial: tienen ideas acerca de la economía, la política y el medio ambiente. Expresan su pensamiento con su propio su lenguaje, pero lo expresan y lo piensan. Viven en el mismo mundo que sus padres, pero lo viven y lo ven de forma distinta y por consiguiente lo piensan de forma distinta.
[fulltext] =>El pensamiento de los muchachos está demasiado ausente de nuestro tiempo presente, hoy como en tiempos pasados. Sin embargo, ellos siempre han pensado, aunque el mundo pensado por ellos no fuera considerado interesante por los adultos y mucho menos útil para la vida social, económica y política. De esta manera, este gran patrimonio ha sido en gran parte descuidado, olvidado y no valorado. Nuestra sociedad, nuestra economía y nuestra política habrían sido mejores si hubiéramos tomado en serio este pensamiento distinto. Habrían sido más justas, más sostenibles y más bellas. El pensamiento de los muchachos ha sido y es el gran ausente en el debate público.
El modo como los chicos y las chicas ven el hambre y la piensan, por ejemplo, no es igual al modo adulto. Ellos son mucho más capaces que nosotros de ver los bienes económicos dentro de las relaciones. Son más sensibles a la desigualdad, dan poco peso al dinero, son generosos. Su pensamiento es concreto: no existe el hambre en el mundo, existen niños, muchachos, personas concretas que tienen hambre. Podemos hablarles mucho del hambre y de la pobreza, pero cuando la entienden de verdad es cuando se encuentran con alguien de carne y hueso que es pobre y tiene hambre. La televisión y la red sirven para muchas cosas, pero no para conocer el hambre y la pobreza, que son bienes de experiencia (experience goods), que solo se entienden cuando se viven y se tocan. Por eso, también su pensamiento es concreto y vivo, se puede tocar: como un pan olvidado por un cocinero o como la basura que tiramos al suelo los adultos y ellos recogen
Los chicos y las chicas deberían y deberán participar en el debate público sobre todos los temas. Interactuar con los políticos y los economistas, contar sus experiencias y expresar su pensamiento. Su pensamiento debería ser conocido por los principales políticos y economistas, porque lo necesitan, porque es un pan que no tienen y deberían tener. Los acontecimientos de estos días nos traen la buena noticia de que algunos políticos están cambiando y les están dando la palabra..El pensamiento de los menores va dirigido a todos, es un don para toda la sociedad. Hasta ahora lo hemos olvidado. Quizá haya llegado el tiempo de recordarlo. Relanzar este pensamiento distinto es esencial para el Bien común. Porque el Bien común estará más cerca cuando el pensamiento de los menores también sea acogido y escuchado.
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Dedicado a Greta Thunberg y a todos los chicos que, como ella, solo piden que los tomemos en serio. #ClimateStrike #FridaysforFuture
Luigino Bruni
De la introducción al libro "Generación Hambre Cero", preparado por los muchachos del Movimiento de los Focolares en coedición con la FAO y New Humanity.
Los menores tienen su propio punto de vista acerca del mundo. Hacen muchas cosas, como los adultos, e incluso más. Con sus acciones cambian y mejoran el mundo cada día. La infancia y la adolescencia son un patrimonio global de la tierra, el primer bien común (common) global, el que más valor tiene, porque lleva en su seno la posibilidad misma de la continuidad de la vida humana. Pero los menores no solo saben hacer cosas, también saben pensar. Piensan, aunque de forma distinta a los adultos y tienen muchas ideas, porque no hace falta ser mayores para empezar a pensar de verdad. Nuestra civilización ama a los niños y a los adolescentes pero no conoce, y por tanto no aprecia, su pensamiento sobre el mundo. Sin embargo, su punto de vista es muy valioso y esencial: tienen ideas acerca de la economía, la política y el medio ambiente. Expresan su pensamiento con su propio su lenguaje, pero lo expresan y lo piensan. Viven en el mismo mundo que sus padres, pero lo viven y lo ven de forma distinta y por consiguiente lo piensan de forma distinta.
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Paolo Balduzzi
Original italiano publicado en unitedworldproject.org el 15/02/2019
Profesor Bruni, empecemos aclarando el concepto de “vocación civil”…
Yo no habría añadido lo de “civil”, porque toda vocación es civil. También la vocación de una monja de clausura es civil, porque tiene que ver con la vida humana. Una monja de clausura puede vivir una vida apartada, pero su vocación mira siempre a la humanidad, reza por todos.
[fulltext] =>¿Qué es la vocación?
Respondo a partir del dato empírico de que en el mundo existen vocaciones. En todos los ámbitos de la vida hay personas que sienten una llamada interior a desempeñar una tarea. Los lugares más fuertes son la vida artística, la religiosa y un poco también la científica. En un momento y en un lugar determinados, sientes una llamada interior, en la conciencia, algo que te llama interiormente y te pide que hagas algo. Y tú sientes que tu vida se juega en esa tarea. Esto es la vocación. A esta “voz” algunos la llaman Dios, otros la oyen sin más, pero la existencia de este tipo de personas que hacen que el mundo sea más hermoso es un dato concreto, histórico, empírico. El mundo es más bello porque hay vocaciones, porque hay gente que vive la vida como tarea, compromiso y destino.
¿Hay alguna característica distintiva de la vocación?
Pienso que esta tarea, este destino, tiene que ver no tanto con lo que hacemos como con “quiénes somos”. Por tanto, tiene que ver con la identidad, con nuestro lugar en el mundo. Eso no quiere decir que sea esta la única dimensión de la persona. Cada persona tiene varias identidades, varios elementos: es madre, padre, durante muchos años es trabajador…, pero hay una dimensión especialmente fuerte de la vida que te hace decir “yo soy pintor”, y no solo “yo pinto”.
Pero algunas veces, tal vez por miedo, cuando oímos la voz miramos hacia otro lado…
Como en las alianzas verdaderas, como en los matrimonios, la vocación tiene que ver con la sangre y con la carne. Tú puedes dejar una alianza, puedes romper un pacto, pero la carne queda marcada para siempre, porque es una cuestión de carne y no de ideas.
Tú oyes la voz cuando estás en una determinada condición y después, a lo mejor, las circunstancias de la vida cambian… ¿qué quiere decir ser fiel a una vocación?
Esta voz no está fija. Es una alianza y por tanto crece contigo. A mí me gustaría cambiar el pacto que se lee en las bodas, que en italiano dice: “Yo prometo recibirte como esposa y serte fiel siempre, en las alegrías y en las penas". Yo en cambio diría: “Te recibo como esposa y prometo serte fiel siempre, fiel a lo que eres hoy y a lo que serás mañana, que ni tú ni yo sabemos cómo será”. Porque el problema de las vocaciones, de los pactos, es que cambiamos los dos, cambia la “voz” y cambias tú. Por eso digo: “prometo ser fiel a lo que eres hoy y a lo que serás mañana, que ni tú ni yo sabemos cómo será”. Sin embargo, cuando dejamos a alguien, le decimos: “¡Es que has cambiado…!” Pero el ser humano no es una momia que permanece intacta toda la vida.
Entonces ¿la vocación tiene que ver con nosotros mismos, no es solo algo religioso?
Absolutamente sí, si bien en un libro tan grande como la Biblia se habla mucho de la vocación, de qué forma adquiere la vocación… Te cuento algunas figuras que me parecen muy interesantes. Después cada uno puede reconocerse más en unas que en otras, pero todas son muy bellas. La primera que encontramos, no en orden histórico sino porque es muy famosa, es la vocación de Abraham. Abraham es un hombre ya adulto que, en un momento determinado, escucha una voz que le llama por su nombre y le invita a salir, prometiéndole una “tierra nueva”, que mana leche y miel. En aquellos tiempos eso representaba la máxima abundancia; es como hoy dijéramos: “te daré caviar”. En aquel mundo los hijos eran el paraíso, porque en el Antiguo Testamento no hay una idea del paraíso en el más allá. El único paraíso eran los hijos, la forma de poder seguir viviendo después de la muerte. La promesa de Abraham es una promesa de felicidad: tú sientes un encuentro con una llamada y ahí ves tu felicidad: “Ve, sal, haz este trabajo, sigue (por ejemplo) tu vocación artística, y serás feliz”. Así pues, la promesa de felicidad es una estructura muy común a muchas vocaciones, sobre todo juveniles, porque los jóvenes quieren ser felices.
Bueno, también los más maduros quieren ser felices…
¡Claro que sí! Además, puedo decirte que muchas vocaciones se reciben durante el trabajo. No hay nada más bello. El trabajo es un lugar donde Dios te habla, y con esto llegamos a la segunda forma: Moisés, por ejemplo, está trabajando, es pastor, cuando ve una zarza ardiendo que le llama: “Ve y libera a mi pueblo esclavo en Egipto”. No hay ninguna tierra prometida, ninguna felicidad. Hay una tarea de liberación de esclavos, hasta tal punto difícil que Moisés dice: “Yo no voy, manda a mi hermano Aarón, yo no se hablar”. Hay poca felicidad. Es la vocación como tarea: debes hacer esto, porque la vida es así. Lo sientes por dentro y debes hacerlo.
¿Hay algunos ejemplos que nos ayuden a entender mejor cómo se concreta una vocación?
Está el esquema de la vocación de Samuel, que a mí me gusta mucho. Samuel es una figura muy interesante, porque es un muchacho destinado al templo desde niño, que vive y crece en el templo, pero todavía no conoce al Señor. Hasta que una noche el Señor mismo le llama. Pero el sacerdote anciano, Elí, no lo entiende y le manda a la cama por tres veces. Hasta la tercera llamada no entiende que Samuel es llamado por Dios. ¿Qué quiere decir esto? Que hay gente que no lo entiende inmediatamente, que necesita varias llamadas y necesita también a Elí. Elí es el nombre de este sacerdote anciano, un experto de la palabra, un experto de la vida espiritual, que dice: “¡Atención: es el Señor!”. Pero Elí quiere esperar tres veces, como diciendo que en estas cosas se necesita paciencia. A veces las vocaciones se pierden porque no se espera y en seguida se dice: “mira, sí, el Señor te llama”, o porque falta un Elí que enseñe qué hacer. En cuanto a concretar, como dices tú, te digo que pienses en el dato estupendo de que Samuel, cuando se hace mayor, consagra a Saúl, el primer rey, en la periferia de la ciudad y no en el templo. Me gusta mucho que un hecho fundamental de la historia bíblica ocurra en una periferia, en las afueras de una ciudad y no en el templo. También Moisés es encontrado mientras pastorea las ovejas, y los apóstoles mientras pescan. A mí esto me gusta mucho: ¡la laicidad de la vida! Las cosas más importantes acontecen mientras trabajas, mientras friegas los platos, mientras conduces el coche. Esta es la laicidad de las vocaciones: ocurren donde vives, donde estás. Por la historia de los evangelios parece que el arcángel Gabriel mismo visita a María en su casa, no en el templo, y yo estoy convencido de que posiblemente ella estuviera lavando los platos u ordenando la habitación.
Sin embargo, hoy es difícil oír esa voz en medio de un ruido de voces que dicen otras cosas, que indican otros caminos, pero también en medio de mil deberes y tareas…
Mira, yo soy un gran admirador de Noé, porque Noé es un hombre justo en un mundo que después de Caín se ha estropeado, un mundo donde la gente mataba a un muchacho por un rasguño, donde se había llegado a una guerra de todos contra todos. Dice la Biblia que solo quedaba un justo: Noé. Tú puedes salvar una ciudad entera aunque solo quede uno. Puedes salvar una empresa o una familia si queda uno. No hacen falta cincuenta, pero sí hace falta uno que sepa escuchar y responda a una vocación: eso significa “justo”. Después, este “uno” encuentra compañeros. Pero en el fondo Francisco era uno, Chiara era una. Empieza con uno que te llama: “¡Francisco!”, “¡Chiara!”, “¡Noé!”. Un “uno” y un “justo” que responde a una llamada sin padre. Noé en la Biblia no habla con Dios, habla construyendo el arca. Dios le dice: “construye un arca” y él lo hace. Hay algunas personas que se convierten en Noé haciendo un arca. Sienten una llamada a construir un arca. No saben de quién es la voz, pero sienten un impulso, construyen el arca y después, tal vez tras muchos años, descubren de quién es la voz. El arca es una imagen: puede ser una familia, un compromiso en política, en el conservatorio, en la profesión. Lo importante es que, antes o después, llega el momento “del arca”. Muchas vocaciones comienzan como Abraham: “Ve, te haré feliz” y acaban como Noé. Es decir, empiezas por tu felicidad y acabas por la felicidad de los demás. Sales para ser feliz y un día te das cuenta de que lo verdaderamente importante no es tu felicidad sino salvar a otros.
A lo mejor uno se pasa toda la vida buscando su vocación… y no la descubre.
Este tipo de vocaciones no tiene edad. Puede llegar incluso poco antes de morir. Tú puedes descubrir que eres un poeta a los 80 años. No lo sabías y haces una poesía, pero esa poesía ha estado preparada por 80 años de vida. Esto es fundamental. Las vocaciones florecen, la vida funciona, cuando llega el arca y tú te olvidas de ti mismo y salvas a alguien. Puede ser un arca, puede ser un velero, un yate o una canoa, pero no un monoplaza, no un K-1, por lo menos un K-2. Hace falta alguien cercano; debes salvar a uno. Esto, en mi opinión, es una bonita forma de imaginar la vida, una vida que comienza pensando en uno mismo y acaba pensando en los demás. Tú sientes que haces elecciones más verdaderas que las que responden solo a tu felicidad privada. La felicidad de todos es la más importante. Esto son las vocaciones, más allá de cómo hablan (con un lenguaje religioso, laico o artístico). Hace falta “uno” que se sienta llamado y responda, uno que busca la felicidad y después, un día, comprende que esa felicidad pasa por construir un arca para salvar a otros, para salvar a alguien.
Entonces ¿cuáles son los “lugares” de las vocaciones?
Si queremos saber dónde se encuentran hoy estas vocaciones en el mundo, debemos ir a buscarlas sobre todo en las periferias existenciales, en las pateras de los inmigrantes, en los lugares donde se lucha por los derechos humanos, por el medio ambiente, por los refugiados, por los presos, por los pobres…
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Luigino Bruni
Publicado en SanFrancesco el 10/05/2018
A veces se interpreta el avance de la economía circular como una alternativa al capitalismo. En realidad, salir del capitalismo no es nada fácil. Para ello primero habría que identificar al menos la existencia de una “demanda” para salir y después habría que ponerse de acuerdo sobre de qué debemos salir. La palabra capitalismo se ha convertido en una expresión que abarca tantas cosas que, una vez fuera de él no queda claro a qué lugares se puede uno dirigir.
[fulltext] =>Así pues, no debe sorprender que las personas que apoyan la economía circular no hablen de salir del capitalismo sino de reformar algunos aspectos del modelo actual de economía y de sociedad. Surgen dudas acerca de ideas poco claras cuando en la web encontramos afirmaciones sobre la economía circular como esta: “Para convertirse en un modelo viable y dominante, la economía circular debería naturalmente garantizar a los distintos sujetos económicos una rentabilidad al menos igual a la actual: no es suficiente que sea “buena”, debe ser también conveniente”.
La “rentabilidad actual” es fruto de una economía no-circular y a menudo predatoria, que ha crecido demasiado y no es sostenible. Pensar que un cambio de paradigma en el sentido circular va a garantizar la misma “rentabilidad” es simplemente ingenuo, si se dice de buena fe. Pero eso significa que cuando apelamos a un cambio de paradigma no siempre somos conscientes de los costes que ese cambio conlleva: nos gustan las preguntas pero no siempre las respuestas a esas preguntas. Muchos teóricos de esta idea la anuncian recorriendo el mundo en avión, sabiendo que una verdadera economía circular no sería sostenible con el actual tráfico aéreo (y terrestre). Muchos usan teléfonos móviles, automóviles, zapatos y pantalones vaqueros que no son compatibles con la implementación de sus ideales.
No está nada claro cuáles son los temas cruciales de la economía circular, porque la expresión se ha convertido en una especie de paraguas cultural que cubre a una amplia familia de fenómenos, nacidos de visiones muy distintas y con antropologías y humanismos distintos. En el eslogan se reconocen muchos activistas del decrecimiento, de la economía verde, de la agricultura biológica y sostenible, teóricos de la bioeconomía y de la economía compartida. Incluso algunas empresas multinacionales (como Coca Cola) han declarado que quieren adoptar el paradigma de la economía circular.
Poner en el mismo saco a Serge Latouche, Carlo Petrini, Coca Cola, Uber y al papa Francisco no es nada sencillo. Sigamos la economía circular con benevolencia, porque introduce novedades importantes, pero ejercitemos también un pensamiento crítico para no vaciarla de significado y hacer que le resulte simpática a demasiadas personas.
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Luigino Bruni
Publicado en SanFrancesco el 10/05/2018
A veces se interpreta el avance de la economía circular como una alternativa al capitalismo. En realidad, salir del capitalismo no es nada fácil. Para ello primero habría que identificar al menos la existencia de una “demanda” para salir y después habría que ponerse de acuerdo sobre de qué debemos salir. La palabra capitalismo se ha convertido en una expresión que abarca tantas cosas que, una vez fuera de él no queda claro a qué lugares se puede uno dirigir.
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