No hay perdón para los pueblos, pero sí para las instituciones financieras
de Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 15/07/2015
La comunidad europea, al igual que cualquier otra comunidad, es una forma de bien común. La ciencia económica nos enseña que los bienes comunes, por su naturaleza, son susceptibles de ser destruidos. Es de sobra conocida la ‘Tragedia de los bienes comunes’ (Garrett Hardin, 1968), que ocurre cuando los usuarios de un bien común tratan de maximizar su interés individual, olvidando, o poniendo muy en segundo plano, el hecho de que ese bien común se deteriora por el consumo. Según el conocido ejemplo, cuando los usuarios de un prado comunal sólo ven sus costes y beneficios subjetivos, se sienten incentivados a llevar a pastar al mayor número posible de vacas, y el resultado final del proceso es la destrucción del pasto.
El principal mensaje de la teoría de los bienes comunes es la destrucción del bien como efecto no intencionado: nadie lo desea, pero todos contribuyen a destruirlo.
La crisis de Grecia nos muestra que los distintos países que dieron vida a la Unión hoy corren el peligro de destruir el bien común que construyeron en décadas pasadas. La premio Nobel de economía Elinor Ostrom decía que sólo es posible evitar la tragedia de los bienes comunes cambiando la perspectiva cultural: hay que pasar de la lógica del “yo” a la del “nosotros”, y empezar a ver el bien común como un ‘bien de todos’ y no como un ‘bien de nadie’.
En las comunidades, nos lo dice incluso su raíz etimológica (cum-munus), los dones y las obligaciones se encuentran entrelazados. La palabra latina munus significa don y obligación, ambas cosas. Sabemos que el don por sí solo no es suficiente, pero tampoco lo es la obligación; ambos son co-esenciales. Los contratos y las reglas son una de las dos caras de la moneda de las comunidades. Cuando falta la otra cara, la del don, las comunidades implosionan, se colapsan, se autodestruyen. Hoy en Europa falta la cara del don, un don que, sin embargo, fue un elemento fundamental de su creación en la postguerra. Ahora las reglas han ocupado todos los espacios, y el pacto fundacional se está viendo reducido a simple contrato. Pero en los contratos, a diferencia de lo que ocurre en los pactos, no hay espacio para el don. Las comunidades desaparecen y en su lugar surgen los clubs.
Una solución posible y sostenible de la crisis griega debería haber contemplado la con-donación parcial de la deuda, porque, dadas las condiciones económicas, psicológicas y sociales en las que se encuentra Grecia, es impensable que pueda devolver una deuda tan elevada generando más deuda mediante nuevos préstamos despiadados. En realidad, la paradoja más desconcertante de estos años de crisis financiera y económica es cómo se aplica el registro del don a las deudas de las finanzas mientras se niega a los pueblos y a los ciudadanos. ¿Cuántos miles de millones de deuda se han condonado a las instituciones financieras?
El grave error de la Europa de hoy o, mejor dicho, de algunos de sus gobernantes más poderosos, está en pensar que pueden resolver la crisis del pacto recurriendo únicamente al registro del contrato. De toda gran crisis se sale con una buena combinación de reglas y dones, nunca con el simple endurecimiento de las reglas. Los dones se fortalecen con la educación a la responsabilidad ante las reglas, y las reglas se humanizan cuando van acompañadas de la gratuidad del don. Pero, antes de dar a los que han cometido errores (y también los griegos los han cometido), es necesario mostrar aprecio y confianza en que ese pueblo y sus ciudadanos cuentan con las energías morales necesarias para volver a empezar y ser dignos de una nueva confianza. La confianza verdadera es antes que nada don, porque cuando la confianza se basa únicamente en los contratos, éstos acaban por destruir la confianza que intentaban regenerar.
Las reglas sin perdón, las obligaciones sin don, nunca son capaces de mantener los bienes comunes, en particular los bienes primarios sobre los que se apoya nuestra frágil democracia.
Hemos llegado a Plutón, hemos hecho progresos extraordinarios y maravillosos en ciencia y tecnología. Esta crisis nos está mostrando que en la capacidad relacional y ética para gestionar grandes crisis colectivas nos parecemos todavía demasiado a los hombres del Neolítico y que probablemente hayamos perdido algunas de las habilidades y sabidurías que el Medievo cristiano y la modernidad nos dejaron en herencia.
La oikonomia, es decir las reglas de la casa, no son suficientes para edificar una buena polis. En Europa hoy hace falta don y per-dón, una palabra extraña a la economía capitalista, que nadie tiene el valor de evocar en las mesas importantes, entre otras cosas porque la hemos gastado, devaluado y reducido a fruslería y a filantropía privada. Pero si no recuperamos esta gran palabra, fundamento de la comunidad, estamos condenados a asistir al inexorable declive de una tierra común que todavía puede tener recursos para nutrirnos.
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