Editoriales Avvenire

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Comentario – Más allá de la «cultura» de las apuestas

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el  04/01/2012

logo_avvenire«Vicios privados, públicas virtudes» es el subtítulo de la conocida Fábula de las abejas (1714), de Bernard de Mandeville, que abrió un debate entre economía y ética en el que participaron las mejores mentes europeas del siglo XVIII. La idea de que de los vicios de los ciudadanos puede salir algo bueno para la colectividad sigue estando muy presente en la cultura contemporánea y en muchas ocasiones inspira la acción de los gobiernos (impuesto sobre los juegos y loterías). Ayer el cardenal Bagnasco llamaba la atención sobre la «llaga» de los juegos de azar e invitaba con fuerza a emprender una acción urgente «a todos los niveles».

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Existe una relación evidente, para quien la quiera ver, entre las apuestas deportivas, el negocio de las tragaperras, determinada especulación financiera, los horóscopos y videntes, los juegos de azar online y los “inocuos” rascas.

El primer factor que tienen en común todos estos fenómenos, distantes sólo en apariencia, se llama adicción. Donde hay adicción, surge un problema ético enorme, puesto que si se deja la gestión de estos ámbitos únicamente en manos del mercado, el resultado es la explotación de los más débiles y frágiles por el lucro, con gravísimas consecuencias individuales, familiares y sociales. La adrenalina que experimenta el jugador de tragaperras al oír el tintineo de la cascada de monedas es muy parecida a la de quien trasnocha especulando con los tipos de cambio de las monedas o con el precio del trigo. Lo segundo que tienen en común es que mueven una enorme cantidad de dinero: en Italia este sector mueve más de 75.000 millones de euros y crece exponencialmente. El tercer denominador común es la fuerte infiltración del crimen organizado en todo este ambiguo territorio.

La proliferación de los juegos de azar es un auténtico escándalo y desde demasiados puntos de vista una llaga mucho más extensa y grave de lo que habitualmente se piensa, con raíces profundas y serias. Estamos asistiendo pasivamente al crecimiento imponente de una auténtica “cultura” de las apuestas y la fortuna. Pensemos por ejemplo en las apuestas deportivas, profundamente relacionadas con una visión mercantil que está transformando el fútbol de un “bien relacional” (un encuentro no comercial) en un bien de mercado altamente especulativo. Gracias sobre todo a la dictadura sin oposición de las televisiones comerciales, que hoy dominan el fútbol profesional determinando quién vive y quién muere, la dimensión de la gratuidad ha desaparecido del juego (y en cambio debería constituir su esencia). Los partidos de fútbol invaden los restantes programas todos los días de la semana, vaciando los estadios para llenar los hogares de individuos cada vez más solitarios delante de televisores cada vez más grandes.

Además, en un deporte reducido a simple mercancía terminamos por considerar éticamente menos reprobables unos comportamientos que de por sí son muy graves, ya que son las propias sociedades de apuestas las que patrocinan a los equipos y esto es lo que ven los aficionados. Además, estas empresas especulativas han ido ocupando poco a poco el lugar que antes ocupaban en las camisetas algunos productos de la economía real italiana. El mercado es un invento maravilloso, mientras no pase de ser un principio más junto a otros en la vida en común y en sus espacios, pero se convierte en una gran enfermedad civil cuando es el único criterio que domina todas las relaciones sociales.

¿Qué podemos hacer? En primer lugar es necesario actuar  “a todos los niveles”.Primero a nivel político: ¿por qué no hacer extensiva a los juegos de azar (poker tv, apuestas online…) la prohibición de hacer publicidad que ya existe para el tabaco? Las adicciones son parecidas y los efectos de estas nuevas dependencias son tal vez más graves. ¿Por qué no pensar, además, en una forma de “objeción de conciencia” para los campeones que quieran rechazar su aparición en este tipo de publicidad? Por otra parte está la dimensión educativa, familiar y escolar, pero como siempre el nivel cívico es el más crucial. Por ejemplo, los ciudadanos podrían premiar con una marca de calidad ética a los locales y bares que eliminen las tragaperras renunciando a unos ingresos seguros. Esa misma marca atraería hacia los mismos locales más consumidores cívicamente responsables.

Se trata de la recurrente idea de «premiar a los honrados», en paralelo al no menos esencial castigo de los deshonestos. Es un gran reto. Occidente comenzó su extraordinaria historia cuando afirmó que la «virtud supera a la fortuna», que la vida buena (eudaimonia) no depende del destino sino de nuestras decisiones orientadas a la virtud, que son la única respuesta auténtica ante las incertidumbres de la vida. La invasión de la cultura de la fortuna es una fuerte expresión de la profunda crisis de la cultura occidental y un fuerte retorno a la irracionalidad y a la creencia en el destino. Las virtudes públicas, hoy como ayer, sólo nacen de las virtudes privadas,  más aún en tiempos de crisis.

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Comentario – Más allá de la «cultura» de las apuestas

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publicado en Avvenire el  04/01/2012

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La virtud supera a la fortuna

La virtud supera a la fortuna

Comentario – Más allá de la «cultura» de las apuestas por Luigino Bruni publicado en Avvenire el  04/01/2012 «Vicios privados, públicas virtudes» es el subtítulo de la conocida Fábula de las abejas (1714), de Bernard de Mandeville, que abrió un debate entre economía y ética en el que partici...
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Comentario - A propósito del uso y la acumulación de recursos, del mérito y la cultura

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el  10/01/2012

logo_avvenireRiqueza y mérito son palabras que cada vez tienen más presencia en el debate público. Son palabras grandes y por lo tanto ambivalentes. Por eso, afirmar su centralidad e importancia no debería ser más que el punto de partida del discurso y no el final, como ocurre con frecuencia. La riqueza en sí misma no es ni buena ni mala, ya que el juicio civil que puede realizarse acerca de ella depende de cómo nace y de cómo se usa. Estudios recientes sobre la “paradoja de la felicidad”, por ejemplo, muestran claramente que, cuando la riqueza consiste principalmente en poseer bienes de confort, produce aburrimiento y frustración en las personas. Si además la riqueza no nace sólo de la renta sino también de la evasión y de la explotación del medio ambiente, de las personas o del futuro o bien de la especulación sobre el precio de los productos y divisas, esa riqueza no es buena y no tiene nada que ver con el mérito.

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La pregunta más importante que podemos hacer a quienes hablan legítimamente de mérito es: ¿mérito en qué? Las empresas y las instituciones financieras han pagado, sobre todo en las últimas décadas, sueldos altísimos a profesionales con muchos méritos desde el punto de vista técnico o de las competencias. Pero esos mismos profesionales, a causa de sus malas prácticas en la gestión del riesgo, de la ética y de las relaciones, son los que han causado los desastres que todos conocemos. Cuando una empresa tiene que contratar a un nuevo trabajador sin duda mira los méritos de su curriculum vitae y su experiencia en el manejo de diversos instrumentos, pero también mira – más aún en tiempos de crisis – el mérito y la capacidad de saber trabajar en grupo y de resolver o apaciguar conflictos, así como la generosidad en la gestión de las relaciones, cosas todas ellas que las buenas empresas saben muy bien. Se trata de dimensiones difícilmente medibles y objetivables, pero por ello esenciales.

La democracia, incluso la democracia económica y organizativa, se juega en nuestra capacidad para dar vida a distintos registros de mérito. El arte de un directivo o de un educador está sobre todo en saber sacar la dimensión de mérito encerrada en cada persona, sus talentos o su daimon (como diría Sócrates), porque si el mérito se hace monodimensional, la meritocracia inevitablemente se convierte en oligarquía y entra en conflicto con la democracia y con la libertad. Así pues, la riqueza y el mérito están vinculados a los talentos de cada persona.

La relación entre talentos y frutos (la riqueza es uno de ellos) depende sobre todo de la calidad de la familia, de las comunidades y de las sociedades en las que crecemos, de las oportunidades de educación y aprendizaje, del amor y de la atención que recibimos sobre todo durante los primeros años de vida. ¡A saber cuántos Mozart o Steve Jobs no habrán despuntado porque han nacido en el lugar equivocado! Todas estas dimensiones no dependen de nuestro mérito subjetivo, sino que las hemos recibido gratuitamente (los talentos se reciben, como nos dice la parábola del evangelio) y hacen que nuestro potencial se desarrolle y madure.

Ahí está la raíz humanística profunda del principio de solidaridad en el uso de la riqueza, que no hay que adscribir al registro del altruísmo y el sacrificio, sino al de la justicia: hay que compartir la riqueza porque antes ha sido recibida. El modelo social y económico italiano – comunitario y católico – ha desarrollado a lo largo de los siglos una manera propia de compartir la riqueza que, a diferencia del calvinista de tipo americano, no pone en el centro la categoría de la restitución de una parte de la riqueza a la sociedad y a los excluidos. Mientras que el capitalismo norteamericano distingue netamente lo económico de lo social (business is business) con la filantropía-restitutiva haciendo de puente entre los dos, la palabra clave de nuestro humanismo es economía civil, es decir una economía que nace de la comunidad y una comunidad que hace empresa (pensemos en el made in Italy, en las empresas familiares o en las cooperativas sociales que son un tesoro en la Italia de hoy). El modelo económico italiano ha sido y sigue siendo una mezcla de familia, empresa, estado y comunidad.

Este modelo produjo frutos extraordinarios en el pasado, pero enfermó en la modernidad dando vida a las distintas mafias y a determinado “familismo” amoral, que es una especie de neurosis de nuestro cuerpo social. Pero en muchas neurosis la enfermedad surge por una patología de una parte sana de la persona, a veces la mejor (por ejemplo: la genialidad que se convierte en narcisismo); y si la terapia mata esta parte buena, la cura “se come” a la persona. Así pues, podremos salir de esta crisis si miramos a la cara a nuestras enfermedades y si comprendemos y apreciamos nuestro genius loci, aceptando y transformando nuestras neurosis colectivas y no imitando otros modelos de capitalismo. Si no damos vida a un nuevo Humanismo civil, junto a toda Europa y al Mediterráneo, la prima de riesgo aumentará, pero no sólo la de los títulos de deuda sino también la que existe entre civilizaciones.

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Comentario - A propósito del uso y la acumulación de recursos, del mérito y la cultura

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el  10/01/2012

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Riqueza: el «cómo» sí importa

Riqueza: el «cómo» sí importa

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Comentario – Bancos, Europa, uso de los recursos

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el  28/12/2011

logo_avvenireLas finanzas y la economía son demasiado importantes para dejarlas únicamente en manos de los financieros y los economistas. Creo que esta frase podría resumir el mensaje que nos lanza la segunda y última parte del 2011. Nos hemos dado cuenta, con más fuerza que en la primera fase de la crisis (2008-2009), de que los índices bursátiles y la «prima de riesgo» no son asuntos lejanos o para expertos, sino que son capaces de cambiar nuestros gobiernos, nuestros presupuestos familiares y nuestros proyectos de vida. Entonces de ellos debemos ocuparnos todos, ‘habitando’ más estos lugares, ya que cuando no son habitados por los ciudadanos se hacen inhumanos. Esta crisis además nos envía tres mensajes específicos. El primero de ellos se refiere al mundo bancario. Estudios recientes (Universidad de Ancona: mofir.univpm.it), ponen de manifiesto que después del 15 de septiembre de 2008 los bancos han reducido el crédito a las empresas, también a las virtuosas.

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Esta evidente ineficiencia depende de la distancia que existe entre el lugar donde se toman las decisiones y el lugar donde operan las empresas. Los bancos cada vez más concentrados y lejanos ya no conocen el territorio; de este modo las decisiones se toman en base a indicadores objetivos que no permiten ver cosas esenciales que solamente son visibles a los ojos de quienes habitan el territorio y conocen a las personas por su nombre.

El primer mensaje que nos llega es, pues, la necesidad de ‘acortar distancias’ entre los lugares de decisión y los lugares donde viven las personas y es por ello una crítica a toda una política financiera que ha buscado con fuerza la concentración de los bancos, así como al lema ‘grande, lejano, anónimo’ que fue el eslogan de los últimos 20 años. Además es interesante tomar nota de que los bancos territoriales por vocación están aguantando mejor la crisis. Todo ello sugiere una especie de regla de oro: dar derecho de ciudadanía en la vida diaria a las pequeñas fragilidades relacionales (perder tiempo con los clientes, invertir recursos en relaciones no siempre remunerativas financieramente, etc.) nos hace menos frágiles cuando llegan las grandes crisis; por el contrario, no aceptar estas pequeñas fragilidades y ‘crisis’ cotidianas, hace que las instituciones sean mucho más frágiles ante las grandes crisis.

Hay un segundo mensaje muy claro relativo a Europa, que hoy vive la crisis más profunda desde su fundación. Si no se consigue una verdadera unidad política, el euro no podrá mantenerse mucho más tiempo. Pero hoy no tenemos con nosotros a los grandes estadistas de la postguerra.  Su puesto puede y debe ser ocupado por los ciudadanos. A ellos, a todos nosotros, nos corresponde pedir, desde abajo y con más fuerza, más política y unas finanzas más regladas.

Finalmente el tercer mensaje: el capitalismo al que hemos dado vida sobre todo en Occidente contiene algo equivocado. Y ese ‘algo’ no tiene que ver con las finanzas y tal vez tampoco con la economía, porque se juega a un nivel mucho más profudno de nuestra cultura. La crisis que estamos experimentando es como una fiebre, que indica que algo no está bien en el organismo. Y puesto que llevamos tiempo con fiebre y la temperatura sigue subiendo, nos la debemos tomar muy en serio. Hay que curar por lo menos dos patologías. En las últimas décadas hemos depredado el medio ambiente, lo hemos herido y humillado. En un par de generaciones estamos consumiendo un patrimonio de petróleo y de gas que la tierra tardó millones de años en generar; y al depauperar este patrimonio estamos hiriendo también a la atmósfera. Todo eso nos dice que estamos errando una de las relaciones fundamentales de nuestra existencia: la que mantenemos con la tierra y con la naturaleza. Cuando una relación tan importante no funciona, es imposible que funcionen las demás relaciones, como muestra la creciente intolerancia en nuestras ciudades, la creciente soledad y la relación que sigue siendo en buena medida depredatoria con respecto a los recursos de los pueblos de Africa, donde se perpetran cada día nuevas ‘masacres de los inocentes’. La segunda causa de fiebre es la desigualdad económica que está aumentando en el mundo, gracias también a la revolución de las finanzas. Sin igualdad económica, que no se juega sólo en el eje de la renta sino también en el del trabajo, el principio de igualdad sigue siendo demasiado abstracto, porque las personas no pueden realizar la vida que desean vivir. La igualdad es la segunda palabra del tríptico de la modernidad, y negarla significa negar también las otras dos, ya que o la igualdad, la libertad y la fraternidad van juntas o no se realiza auténticamente ninguna de ellas.

Europa se encontrará a sí misma si es capaz de revitalizar este Humanismo a tres dimensiones, del que nace también la ‘felicidad pública’ que estuvo en el centro del programa de la Modernidad, porque como nos recuerda el economista napolitano del siglo XVIII Antonio Genovesi, «es ley del universo que no podemos alcanzar nuestra felicidad sin alcanzar también la de los demás».

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Comentario – Bancos, Europa, uso de los recursos

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el  28/12/2011

logo_avvenireLas finanzas y la economía son demasiado importantes para dejarlas únicamente en manos de los financieros y los economistas. Creo que esta frase podría resumir el mensaje que nos lanza la segunda y última parte del 2011. Nos hemos dado cuenta, con más fuerza que en la primera fase de la crisis (2008-2009), de que los índices bursátiles y la «prima de riesgo» no son asuntos lejanos o para expertos, sino que son capaces de cambiar nuestros gobiernos, nuestros presupuestos familiares y nuestros proyectos de vida. Entonces de ellos debemos ocuparnos todos, ‘habitando’ más estos lugares, ya que cuando no son habitados por los ciudadanos se hacen inhumanos. Esta crisis además nos envía tres mensajes específicos. El primero de ellos se refiere al mundo bancario. Estudios recientes (Universidad de Ancona: mofir.univpm.it), ponen de manifiesto que después del 15 de septiembre de 2008 los bancos han reducido el crédito a las empresas, también a las virtuosas.

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Tres mensajes de la crisis

Tres mensajes de la crisis

Comentario – Bancos, Europa, uso de los recursos por Luigino Bruni publicado en Avvenire el  28/12/2011 Las finanzas y la economía son demasiado importantes para dejarlas únicamente en manos de los financieros y los economistas. Creo que esta frase podría resumir el mensaje que nos lanza la seg...
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Comentario - Entender lo que hay en el origen de la crisis. Para volver a construir

Ese bien común llamado «confianza»

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el  24/12/2011

logo_avvenireEstamos todavía demasiado inmersos en el ojo del huracán como para poder ver los daños que la tormenta está produciendo en nuestro sistema financiero, económico y social o para saber cuánto durará y en qué dirección nos llevará. Pero tenemos el deber de decir algo diferente a los análisis, demasiado parecidos entre sí, que llevamos meses leyendo en los periódicos  y escuchando en las tertulias. Hay una teoría, desarrollada inicialmente por un biólogo, Garrett Hardin (Science, 1968), que puede arrojar luz para comprender qué es lo que ha ocurrido en estos años de crisis y también cómo podemos salir de ella. El título de aquel artículo es elocuente de por sí: «La tragedia de los bienes comunes».

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Su centro teórico es el relato de la tragedia de una supuesta comunidad de ganaderos que utilizan juntos un pastizal comunal al que cada uno lleva libremente sus vacas a pastar. Hardin demostraba que la mejor decisión desde el punto de vista del interés individual de cada ganadero era llevar una res más al pastizal. En tal caso, la ventaja para cada ganadero era un número entero (una vaca más) mientras que la disminución del bien común (la hierba) para él era solamente una fracción, ya que la pérdida de hierba se repartía entre todos los ganaderos que utilizaban el pastizal. El beneficio individual de aumentar el uso del bien común es por lo tanto mayor que el costo individual. De ahí que todos y cada uno se sintieran incentivados a llevar cada vez más cabezas de ganado a pastar, hasta llegar a la destrucción del pastizal.

En otras palabras, es como si los usuarios del pasto, al tomar sus decisiones individuales, no consideraran la reducción del bien común (hierba) que su consumo produce. Se atiende al beneficio individual sin tener en cuenta que día a día se va destruyendo el bien común y a la larga eso impedirá también la obtención de un beneficio individual. Llega un momento en el que se toma conciencia pero a veces es demasiado tarde porque la reacción ya se ha desencadenado. Parece que el colapso de algunas civilizaciones (uno de los más conocidos es el de los habitantes de la isla de Pascua en el Océano Pacífico) puede explicarse con la lógica de la «tragedia de los bienes comunes»: individuos que maximizan sus beneficios individuales y descargan los costes sociales sobre el conjunto de la colectividad, hasta que se alcanza el ‘punto crítico' y el proceso de destrucción del bien común se hace irreversible. Creo que la crisis financiera que estamos viviendo puede leerse como una típica «tragedia de los bienes comunes», sobre todo de ese bien común fundamental para la economía de mercado que llamamos confianza.

Durante unos cuantos años (a partir de los 90), muchos operadores de las finanzas especulativas han "consumido" demasiada confianza con comportamientos de alto riesgo, pensando en repartir el costo (es decir el riesgo del sistema) entre la amplísima ‘comunidad' financiera mundial, formada por innumerables operadores. Incluso en un momento determinado alguien produjo hierba artificial, que "intoxicó" a los animales, empeorando la situación. Hasta que aquel fatídico 15 de septiembre de 2008 (quiebra de Lehman Brothers) superamos el punto crítico del consumo de confianza del sistema, arrasamos toda la hierba del pastizal y la cuerda que ya estaba deshilachada se rompió (confianza viene del latín fides, que significa cuerda, atadura). Y como ya sabemos por la historia de las instituciones, cuando se suprime una antigua convención y se destruye un bien común, es muy complicado, cuando no imposible, reconstituirla.

Nosotros también nos estamos dando cuenta de que la confianza del sistema financiero global, construido durante siglos y destruido en 20 años, es hoy muy difícil de reconstruir. Se echa de menos en las relaciones entre las empresas, los ciudadanos y los bancos, entre los propios bancos y entre los estados (la crisis europea es sobre todo una crisis de confianza entre países). La premio Nobel Elinor Ostrom ha señalado algunas pistas de solución: el bien común no se destruye cuando pasa de ser un bien de nadie a ser un bien de todos.

El único camino para poder reconstruir un bien común destruido es un cambio de cultura que lleve a la mayoría de las personas a sentir ese bien común como un bien de todos y por lo tanto también como un bien individual suyo. Seremos capaces de regenerar la confianza de sistema que hemos destruido si alcanzamos un nuevo pacto a varios niveles (mercados, sociedad civil, política nacional e internacional) que haga renacer la hierba del crédito (creer). Pero la hierba no se produce, se siembra. Y eso requiere tiempo y trabajo.

Si queremos recrear la confianza en el sistema y volver a empezar, debemos trabajar mucho, olvidarnos de la prisa y saber esperar. Durante la espera (que será larga) también estaremos dispuestos a hacer sacrificios, pero es esencial que los ciudadanos y las empresas cuenten con señales creíbles y con la sana esperanza de que un día volverán a ver despuntar la hierba en el pastizal, pero no una hierba artificial y venenosa que no alimenta. La esperanza civil es la que ha hecho y sigue haciendo sostenibles los sacrificios de los pueblos.

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Comentario - Entender lo que hay en el origen de la crisis. Para volver a construir

Ese bien común llamado «confianza»

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el  24/12/2011

logo_avvenireEstamos todavía demasiado inmersos en el ojo del huracán como para poder ver los daños que la tormenta está produciendo en nuestro sistema financiero, económico y social o para saber cuánto durará y en qué dirección nos llevará. Pero tenemos el deber de decir algo diferente a los análisis, demasiado parecidos entre sí, que llevamos meses leyendo en los periódicos  y escuchando en las tertulias. Hay una teoría, desarrollada inicialmente por un biólogo, Garrett Hardin (Science, 1968), que puede arrojar luz para comprender qué es lo que ha ocurrido en estos años de crisis y también cómo podemos salir de ella. El título de aquel artículo es elocuente de por sí: «La tragedia de los bienes comunes».

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Avvenire - 24/12/2011

Avvenire - 24/12/2011

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Comentario – La hora de la responsabilidad para todos

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 07/12/2011

logo_avvenireEl gobierno está tomando las decisiones correctas, las que hay que tomar. Pero una serie de recortes como estos sólo funcionan si son apoyados por los ciudadanos, por la inmensa mayoría del país, incluso por quienes pueden tener buenas razones e intereses legítimos para protestar o para pedir una estrategia distinta u otras soluciones más eficientes y/o equitativas. Debemos ser conscientes de que ahora de lo que se trata es de escalar una montaña escarpada y difícil, una escalada de resultado inseguro. Lo que sí es seguro es que durará mucho; harán falta varios años para superar de alguna forma esta crisis.

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Cuando un equipo de alpinistas tiene que alcanzar una cima, sobre todo si es alta y difícil, los distintos componentes pueden y deben discutir durante la preparación cuál es la pared idónea, el equipamiento más adecuado, la época del año más favorable, la comida y muchos otros aspectos. Pero una vez que se ponen en marcha, las discusiones se acaban y todos trabajan en la misma dirección, todos mirando hacia la cresta de la roca, puesto que si esa comunidad de personas no está cohesionada, con-corde y no coopera, no sólo se hace todo mucho más complicado sino que se corre el riesgo de no llegar a la cima. El gobierno se ha dotado de instrumentos eficaces, ciertamente perfectibles pero básicamente equitativos y adecuados para la dificultad de la escalada, pero si falta el compromiso y el entendimiento entre todos los miembros de la cordada, por muy fuertes que sean las cuerdas y por muy bueno que sea el equipamiento, no se puede alcanzar ninguna meta.

Italia hoy necesita sin duda instrumentos técnicos y equidad, pero también con-cordia (el mismo corazón y la misma cuerda) entre los ciudadanos. No debemos cometer el grave error de pensar que los principales o los únicos protagonistas de este reto son las instituciones, Europa, el gobierno y los bancos y que a los ciudadanos sólo se les pide que hagan sacrificios pasivamente. El compromiso del jefe de escalada no es suficiente. En realidad el papel de la sociedad civil es coesencial, así como el cambio en la ética pública de los ciudadanos italianos. No se trata sólo de la responsabilidad social de las empresas o de las instituciones; hace falta una nueva responsabilidad social de cada ciudadano.

A propósito de esto, hay algunos estudios interesantes procedentes de la teoría económica y social que se agrupan bajo el nombre de 'reciprocidad fuerte' (strong reciprocity). Se está descubriendo que para mantener, generar o regenerar la cooperación en determinado ámbito civil (medio ambiente, fiscalidad, bienes comunes...) es necesario que las personas tengan una ética pública y un comportamiento de tipo “horizontal” (entre ciudadanos) y no sólo “vertical” (cada uno con las instituciones). Si, por ejemplo, queremos mantener limpio un parque no basta controlar o delegar el respeto de las normas cooperativas a los ‘órganos competentes’; es necesario y coesencial que entre los ciudadanos se desarrolle una cultura de cuidar directamente del otro. Se ha demostrado que en casos como este, si los ciudadanos no desarrollan formas de agradecimiento explícito de los comportamientos virtuosos y si no amonestan a quienes tiran papeles al suelo, no se pone en marcha la cooperación o no se mantiene en el tiempo.

Esta cultura horizontal está mucho más presente en los pueblos nórdicos (como bien sabrán quienes hayan viajado en avión al lado de una inglesa o un alemán y se les haya ocurrido encender el móvil segundos antes del aviso oficial). En los pueblos latinos y mediterráneos, en estos casos o no hacemos nada o llamamos a la azafata para que sea ella quien llame la atención al vecino incumplidor. O peor aún, contestamos a quien nos dice «no se puede meter el automóvil en el jardín del colegio», con la triste expresión «¿pero a ti te ha contratado el Ayuntamiento?». Estos hechos no son la enésima página del libro de los buenos sentimientos civilmente irrelevantes. Detás de ellos hay muchas más cosas. Estas señales, comunes y corrientes, dicen que en nuestro país la ética pública se le exige sobre todo a las instituciones y se delega en ellas. No va conmigo como ciudadano, sino con ‘la azafata’ o con ‘el ayuntamiento’. Por el contrario, tanto una llamada de atención por parte de un ciudadano, al igual que un “gracias”, son expresión del 'I care' que Don Milani escribía en la pizarra de la escuela de Barbiana; un "I care" que en el sistema pedagógico y civil de Don Milani era la antítesis del fascista "no me importa". Donde falta el cuidado no puede haber nada auténticamente humano, porque, como nos recuerda el libro del Génesis, donde no está la guarda del otro, lo que hay no es indiferencia sino que por algún lado se esconde el fratricidio de Caín.

Entonces pidamos a las instituciones mucha coherencia, equidad y ejemplo a la hora de hacer sacrificios. Pero no nos pidamos menos a nosotros mismos, ni a los restantes compañeros de cordada.

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Comentario – La hora de la responsabilidad para todos

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 07/12/2011

logo_avvenireEl gobierno está tomando las decisiones correctas, las que hay que tomar. Pero una serie de recortes como estos sólo funcionan si son apoyados por los ciudadanos, por la inmensa mayoría del país, incluso por quienes pueden tener buenas razones e intereses legítimos para protestar o para pedir una estrategia distinta u otras soluciones más eficientes y/o equitativas. Debemos ser conscientes de que ahora de lo que se trata es de escalar una montaña escarpada y difícil, una escalada de resultado inseguro. Lo que sí es seguro es que durará mucho; harán falta varios años para superar de alguna forma esta crisis.

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Compañeros de cordada

Compañeros de cordada

Comentario – La hora de la responsabilidad para todos por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 07/12/2011 El gobierno está tomando las decisiones correctas, las que hay que tomar. Pero una serie de recortes como estos sólo funcionan si son apoyados por los ciudadanos, por la inmensa mayoría del pa...
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Comentarios - Por qué es mejor un equilibrado impuesto sobre el patrimonio que un aumento del IVA

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 01/12/2011

logo_avvenireLos impuestos son los pilares del pacto social de un estado. Por ello nunca son asuntos técnicos, sino eminente y exquisitamente políticos. Algunas de las primeras reformas que el nuevo gobierno está preparando tienen carácter fiscal. Son importantes no sólo porque en cualquier viaje el primer paso (y el último) es el más relevante, sino también porque una reforma fiscal equivocada puede significar la pérdida del consenso de la mayor parte del país.

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En primer lugar, no hay que caer en el error de contraponer opciones ‘equitativas’ a opciones ‘eficientes’. En las democracias postmodernas ha habido muchas dicotomías (economía real / economía financiera, economía / política);  una de ellas era la que en el siglo XX  oponía equidad y eficiencia.

En estos años estamos viendo con gran claridad que una decisión de política económica es siempre por naturaleza directamente una decisión ética, porque cuando los ciudadanos no consideran equitativas las medidas económicas, realizan comportamientos que en buena medida anulan la eficacia de esa intervención. La equidad, como demuestran también los actuales estudios de neuro-economía, es una de las necesidades más radicadas y profundas de las personas que a veces nos lleva a tomar decisiones que no siguen los dictados de la racionalidad económica, sino más bien de la racionalidad expresiva y simbólica. Vayamos pues con el aumento del IVA y el debate acerca del impuesto sobre el patrimonio.

Aumentar el IVA no es una decisión de mera eficiencia económica para reducir  la deuda y el déficit. Un aumento del IVA (o del impuesto sobre los carburantes) nunca es equitativo, por naturaleza, ya que va contra la principal característica de la justicia distributiva, que consiste en tratar de forma parecida las situaciones parecidas y de manera distinta las situaciones distintas. El IVA que grava el consumo lo pagan igualmente el millonario y la familia numerosa, el parado y el especulador financiero. Así pues, si queremos aumentar el IVA, sería necesario al menos diseñar una reforma que prevea tipos mucho más altos (que los actuales) para los bienes posicionales y demeritorios: no se puede gravar con el mismo tipo el vino de mesa que las bebidas alcohólicas. Además, insistir en los impuestos indirectos ya es de por sí una elección ética que la teoría y la práctica nos dicen que tiende a aumentar la evasión fiscal, una evasión fiscal contra la que se quiere luchar con la otra mano.

La primera lucha contra la evasión fiscal de cualquier gobierno, sobre todo si es nuevo, consiste en aliarse con la parte honrada del país, una alianza que pasa precisamente por el terreno de la equidad. Por otra parte, no se puede aumentar el IVA y los impuestos indirectos sin meter mano a una reforma del impuesto sobre el patrimonio. El impuesto sobre el patrimonio tiene hoy muchas cualidades. Equilibra la relación entre la imposición sobre la renta y sobre el patrimonio, que también en Italia está muy desequilibrada en perjuicio de la renta; la desigualdad en el patrimonio es mucho mayor (más del doble) que la desigualdad en la renta. El 10% más rico de la población detenta casi el 50% del valor total de la riqueza, mientras que para las rentas (declaradas) la distribución es más igualitaria (el 20% más rico detenta casi el 40% de la renta total). El impuesto sobre el patrimonio tiende a equilibrar el punto de partida de los ciudadanos, ya que puede producir importantes efectos en la reducción de la desigualdad (que el aumento del IVA aumentaría). Los efectos son éticos pero también directamente económicos, porque una clase media empobrecida no expresa la demanda interna esencial para relanzar el desarrollo económico. Para terminar, la imposición sobre el patrimonio no causa, al menos a corto y medio plazo, el  nefasto efecto de reducir el compromiso en la creación de renta, un daño que en cambio sí causaría el aumento de los impuestos sobre la renta (ya sea del trabajo o de las empresas).

Italia sólo se reincorporará a la carrera y recuperará su lugar en el mundo cuando sea capaz de volver a encender en las personas el entusiasmo, el deseo y el hambre de futuro, variables que los gobiernos no pueden controlar directamente.

Pero indirectamente la política puede hacer mucho, trabajando precisamente en la equidad percibida de las leyes y de la reforma fiscal. El país quiere salir de la crisis, no le gusta que le consideren el enfermo del mundo ni que los demás estados se rían de él por holgazán e irresponsable. El gobierno debe tener bien presente  - como escribía Giammaria Ortes, economista civil veneciano del siglo XVIII – que «la riqueza de un pueblo son sus gentes» y crear las precondiciones necesarias para que esta riqueza produzca todos sus frutos.

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Comentarios - Por qué es mejor un equilibrado impuesto sobre el patrimonio que un aumento del IVA

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 01/12/2011

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La verdadera riqueza son las personas: que los impuestos sigan este principio

La verdadera riqueza son las personas: que los impuestos sigan este principio

Comentarios - Por qué es mejor un equilibrado impuesto sobre el patrimonio que un aumento del IVA por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 01/12/2011 Los impuestos son los pilares del pacto social de un estado. Por ello nunca son asuntos técnicos, sino eminente y exquisitamente políticos. Algun...
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Comentarios – Los retos de la crisis

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 24/11/2011

logo_avvenireEl gobierno Monti está dando sus primeros pasos y los está dando entre Roma y Europa, en la dirección justa y necesaria. La forma de hacer frente a la crisis, también a la italiana, pasa por relazar un gran proyecto europeo, mucho más ambicioso que la simple comunidad económica fundada con poca solidez sobre el euro: sin política las monedas y las economías son demasiado frágiles, sobre todo en esta era de la globalización. El epicentro de esta crisis financiera y económica está en los Estados Unidos y en un estilo de vida basado en endeudarse para consumir, así como en las finanzas creativas; es bueno recordarlo de vez en cuando. Pero la gran ola que ha llegado a continuación a las costas europeas ha encontrado unas instituciones demasiado frágiles, con riesgo de ser barridas, incluyendo las francesas y alemanas, como dan a entender las recientes señales que emiten los mercados.

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Europa está llamada a dar un salto ya, a crear un nuevo pacto político europeo, firmemente anclado en el principio de subsidiariedad, que es uno de los pilares de la Unión Europea. Sin esta rápida evolución política, que no burocrática, los países individuales no conseguirán estar a la altura de los nuevos retos económicos, financieros y políticos. Cuando llegó la modernidad, las ciudades italianas eran el centro de la vida cultural, económica y política del mundo. Florencia, Venecia, Génova, fueron los ganglios vitales de la primera etapa de la economía de mercado y a su alrededor se construyeron verdaderos patrimonios financieros y políticos.

Genios come Maquiavelli, Leonardo, Miguel Angel, Pa¬cioli, fueron los frutos maduros de aquella civilización capaz de una innovación y una creatividad que todavía hoy no se han superado en buena medida. El descubrimiento del Nuevo Mundo fue el primer trauma de aquella civilización ciudadana y su auge, allá por el siglo XVI, fue el comienzo de su declive. Un elemento crucial del ocaso de la cultura y la economía italianas fue la miopía de los gobiernos de aquellas ciudades, que no comprendieron que aunque cada una de ellas fuera grande, ninguna era lo bastante como para mantener el paso con las nuevas potencias comerciales y políticas que asomaban en las Américas y en las Indias. La historia auténtica también se hace en condicional: hoy podemos decir que “si” aquellas extraordinarias ciudades hubieran encontrado un camino hacia la unidad política con un nuevo pacto, renunciando cada una de ellas a una parte de su soberanía y de su orgullo nacional, probablemente la historia y el peso económico, cultural y político de Italia hubieran sido distintos.

Alemania, Francia, Inglaterra, Italia, se encuentran hoy en una situación que no es muy distinta a la de aquellas ciudades italianas al alba de la modernidad. Desde este punto de vista (económico y cultural) el parecido entre nuestros países y las ciudades italianas es hoy aún más fuerte que en los años 50, cuando era menos evidente que estaban asomando por el horizonte nuevas superpotencias (China, India, Brasil…). Si los países europeos, con su gran fuerza económica, política y comercial y su gran orgullo nacional, no son capaces de perder algo de su autonomía para concebir una nueva etapa europea verdaderamente política, en la línea de los grandes ideales de los padres fundadores, el ocaso económico, cultural y político creo que llegará pronto. Para evitarlo hacen falta decisiones valientes, urgentes y de amplio alcance. En primero lugar, hace tiempo que lo venimos repitiendo, hay que crear un verdadero banco central fuerte y con instrumentos capaces de responder a las presiones a las que está sometida una moneda importante como el euro. Pero para que esto sea posible y funcione, es necesario un cambio de ruta en la política y en la cultura europeas.

Las revoluciones a medias son peores que el sta¬tus quo: una Eurolandia sin Europa no tiene futuro ni presente. Hoy, como ayer, la energía para dar este paso hacia un nuevo pacto europeo hay que encontrarla en primer lugar en los ciudadanos, en la gente, en sus deseos y en sus ganas de futuro, en sus virtudes civiles y también en su capacidad de sacrificio. Porque, como escribía a mediados del siglo XVIII el economista napolitano Anto­nio Genovesi, «el mejor Estado no es el que tiene las mejores leyes, sino los mejores hombres».

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Comentarios – Los retos de la crisis

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 24/11/2011

logo_avvenireEl gobierno Monti está dando sus primeros pasos y los está dando entre Roma y Europa, en la dirección justa y necesaria. La forma de hacer frente a la crisis, también a la italiana, pasa por relazar un gran proyecto europeo, mucho más ambicioso que la simple comunidad económica fundada con poca solidez sobre el euro: sin política las monedas y las economías son demasiado frágiles, sobre todo en esta era de la globalización. El epicentro de esta crisis financiera y económica está en los Estados Unidos y en un estilo de vida basado en endeudarse para consumir, así como en las finanzas creativas; es bueno recordarlo de vez en cuando. Pero la gran ola que ha llegado a continuación a las costas europeas ha encontrado unas instituciones demasiado frágiles, con riesgo de ser barridas, incluyendo las francesas y alemanas, como dan a entender las recientes señales que emiten los mercados.

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Más Europa para Eurolandia

Más Europa para Eurolandia

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Comentarios – Objetivos para Italia y para Europa

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 10/11/2011

logo_avvenireHace meses que el capitalismo está en llamas. En Europa el incendio se extiende con fuerza y ahora Italia está en el centro. Cuando se declara un incendio en una casa o en un barrio, para dominarlo es indispensable actuar rápidamente, llamar a los bomberos y dejarles actuar con sus medios. Durante esta crisis, Europa, por usar una feliz metáfora del economista Pier Luigi Porta, en lugar de llamar inmediatamente a los bomberos ha convocado varias reuniones de vecinos y de barrio antes de intervenir. Y cuando por fin las instituciones europeas se han dado cuenta de que el incendio iba en serio, que no se apagaba sólo y que hacían verdaderamente falta los bomberos, ha realizado el triste descubrimiento de que no había bomberos o por lo menos no tenían bombas, mangueras ni camión; solo había empleados en las oficinas y en el call center.

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Italia está bajo el fuerte, tenaz y continuo ataque especulativo de unos operadores-cazadores que han visto que el animal tiene problemas e intentan aprovecharse para despedazarlo, si pueden. La gran incertidumbre, el inmovilismo de la política, la enorme deuda y el bajo crecimiento están transformando Italia en un gran enfermo al que los vecinos miran con preocupación por miedo al contagio. Triste suerte para un país que tiene el tercer PIB de la eurozona, cofundador de la idea y de las instituciones de Europa. Pero no es menos cierto y no nos cansaremos de repetirlo, que no saldremos de esta crisis sin una reforma de Europa y de sus instituciones.

Si en estos momentos hubiera un banco central europeo que desempeñara las funciones de cualquier banco central, estos ataques especulativos ni siquiera se hubieran iniciado, dada la fuerza de la economía real europea. Pero en estos días se han añadido dos elementos nuevos: la incertidumbre sobre el inminente futuro del gobierno italiano y el fracaso sustancial del G20.

Las decisiones que Europa no ha tomado y la petición de intervención del Fondo Monetario Internacional en el caso de Italia, han sido señales que, en opinión de los expertos, en la dirección contraria a la que tal vez se quería indicar. En lugar de tranquilizar a los operadores, han sido la confirmación de que Europa carece de fuerza política e Italia es cada vez más un eslabón débil y por ello fácilmente atacable.

¿Qué podemos hacer aquí y ahora? No hay que esperar ni un minuto más de lo estrictamente necesario para emitir una señal clara a la opinión pública interior e internacional. Hay que esperar que el parlamento actual de signos de madurez institucional y de responsabilidad para con el país, haciéndose cargo de la urgencia que plantea una crisis que está quemando enormes recursos y poniendo todavía más en peligro el trabajo de los italianos. El jefe del Estado ha señalado, por otra parte, con mucha claridad la disyuntiva: o un nuevo gobierno que haga las cosas que hay que hacer en un plazo limitado (tanto en el plano económico como en el institucional y en la ley electoral) o convocatoria de elecciones a la mayor brevedad posible. Cada uno deberá asumir su propia responsabilidad, sabiendo que la cuenta la pagan ya desde ahora los italianos.

Además, hay varias propuestas que surgen estos días de la sociedad civil y de los expertos (una de ellas es la de los bonos italianos, una movilización nacional desde abajo para comprar nuestros propios títulos de deuda), pero el único lenguaje que entienden los mercados es el de los hechos. Hay que tener en cuenta, actuando políticamente en consecuencia, que en Italia se está jugando un partido más grande que nosotros, que no podemos ganar sin una nueva política europea y sin una nueva Europa. Para terminar, debemos recordar que en cualquier cadena el anillo más importante es el más débil, porque de él depende la resistencia de toda la cadena, que se rompe precisamente cuando cede el anillo débil.

A este paso, la cadena del euro se romperá pronto, con costes altísimos e imprevisibles. Pero no es un resultado inevitable, a condición de que Europa abra, inmediatamente y con decisión, una fase constituyente para revisar los Tratados que conduzcan a una nueva y distinta unidad política, a una política monetaria y fiscal común y a la emisión de bonos europeos (tal vez para financiar grandes inversiones, que no carguen aún más las exánimes deudas públicas de los estados individuales, quienes sin embargo tienen una enorme necesidad de inversión para relanzar el crecimiento). Nadie, ni la política, ni la economía ni los especuladores, está interesado en la caída del euro y de Italia. Sería un error demasiado grave del que todos y cada uno saldríamos empobrecidos.

Pero la historia se encuentra llena de errores, incluso graves, cometidos colectivamente sin que nadie individualmente los deseara, cuando las crisis superan un umbral crítico. Hagamos todo lo necesario para que este umbral no se supere. Pongámonos objetivos limitados –o, mejor dicho, precisos – y grandes.

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Comentarios – Objetivos para Italia y para Europa

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 10/11/2011

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Limitados pero grandes

Limitados pero grandes

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Comentarios – Lo que Europa necesita

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 04/11/2011

logo_avvenireEn marzo de 1993, en un momento en el que Europa y el mundo entero vivían una situación parecida a la actual (habían pasado poco más de tres años de la gran crisis de 1929),John M. Keynes, tal vez el economista más importante del siglo XX, escribía lo siguiente en el Times, a propósito de la crisis: «Estamos en una situación parecida a la que viven dos camioneros cuando se cruzan en medio de una calle estrecha; a menos que conozcan las reglas sobre quién tiene prioridad, seguirán parados uno frente a otro. Sus músculos no sirven; un ingeniero tampoco podría ayudarles; pensar en una calle más ancha no serviría para nada a la hora de salir del impasse.

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No haria falta más que una pequeña, pequeñísima, claridad de pensamiento. De igual manera, hoy no tenemos un problema de músculos ni de fuerza. Tampoco es un problema de ingeniería ni de negocios, empresas o bancos. Nuestro problema es, stricto sensu, económico o, mejor dicho, de Economía Política».

Son palabras grandes y muy actuales, aunque hoy hay más de dos camiones bloqueados. Estamos en medio de un atasco de horas, donde todos gritan, algunos han obstruido incluso el carril de emergencia provocando la ira de muchos y otros comienzan a sentirse mal por la falta de alimentos y de agua. Pero incluso ahora es necesario pensar más y mejor y ojalá lo hagamos juntos. También en esta ocasión «el mundo sufre por falta de pensamiento» (Pablo VI).

¿Qué debería decir hoy una ciencia económica que, como decía Keynes,  quiera ser Economía Política, es decir una economía fiel a su vocación original, como cuando en Italia se la llamaba "ciencia de la felicidad pública" o "ciencia de la buena vida social"? En primer lugar, debería decirles a los políticos que uno de los problemas concretos está en la concepción y creación de un banco central europeo (BCE) inadecuado e insuficiente para gestionar una crisis seria, estructural y larga.

Los bancos centrales han desempeñado y siguen desempeñando sobre todo una función de “prestamistas de última instancia”, es decir: intervienen en los momentos de crisis rápida y eficazmente. El BCE no se creó para desempeñar esta función, sobre todo debido a la falta de confianza entre los estados miembros de la zona euro y, más concretamente, de los más fuertes con respecto a los más débiles.

Cualquier comunidad, también la europea, para durar en el tiempo necesita pactos o alianzas; los contratos no son suficientes. Cuando nació Europa, quiso fundarse en un pacto. Sin embargo la Europa del euro ha sido fruto de un contrato-sin-pacto, que ha estado en vigor hasta la primera gran crisis. Pero la reforma del BCE exige una refundación de Europa sobre bases más sólidas que las del frágil cash-nexus del euro, para que las soluciones planteadas no sigan siendo parciales e ineficaces.

El "pensamiento claro" de Keynes condujo a la creación de nuevas instituciones financieras en Bretton Woods, en 1946. Hoy estas instituciones necesitan una revisión urgente a causa de los grandes cambios producidos por la globalización de los mercados. Pero todo eso exige una confianza verdadera entre estados, concretamente en Europa, que todavía no asoma por el horizonte.

Una buena Economía Política diría, además, que en esta crisis hay también un problema con Italia y su gobierno que, a pesar de los esfuerzos realizados, no dispone de los recursos necesarios para gestionar eficazmente esta crisis. Carece de fuerza política y de teoría económica para acometer con carácter inmediato las pocas reformas que el “pensamiento claro”, entre otros, lleva tiempo proponiendo. Para terminar, el “pensamiento claro” diría que hay que redimensionar y frenar las finanzas especulativas. No pueden ser los financieros ni las agencias de rating quienes dicten las reglas del juego democrático, quienes hagan caer gobiernos (haciendo apuestas sobre su caída), ni quienes decidan si hay que convocar o no un referéndum.

La política debe mostrarse hoy más fuerte que los mercados financieros y debe aprobar medidas urgentes aunque no les gusten a los mercados, como la Tobin Tax o algo parecido. Cuando se anuncia la introducción de estas nuevas reglas, las bolsas bajan, pero en estos casos los mercados son como Pinocho, que necesita la medicina aunque no quiera tomársela.

Si del G20 sale, como es de desear, una propuesta seria de regulación de los mercados financieros y de reforma del BCE, los mercados no estarán felices. Pero la política sólo podrá aguantar el golpe y gobernar los mercados si tiene detrás un verdadero proyecto político, en el que basar las nuevas reglas y los nuevos mercados. También Keynes escribió aquel artículo en vísperas de una Conferencia Mundial sobre la crisis y lo terminaba con estas palabras: «Esta conferencia puede llegar en el momento justo, a pesar de su retraso. El mundo cada vez está menos dispuesto a esperar un milagro, a creer que las cosas irán bien por sí mismas sin que nosotros hagamos nuestra parte».

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Comentarios – Lo que Europa necesita

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 04/11/2011

logo_avvenireEn marzo de 1993, en un momento en el que Europa y el mundo entero vivían una situación parecida a la actual (habían pasado poco más de tres años de la gran crisis de 1929),John M. Keynes, tal vez el economista más importante del siglo XX, escribía lo siguiente en el Times, a propósito de la crisis: «Estamos en una situación parecida a la que viven dos camioneros cuando se cruzan en medio de una calle estrecha; a menos que conozcan las reglas sobre quién tiene prioridad, seguirán parados uno frente a otro. Sus músculos no sirven; un ingeniero tampoco podría ayudarles; pensar en una calle más ancha no serviría para nada a la hora de salir del impasse.

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Un pacto necesario

Un pacto necesario

Comentarios – Lo que Europa necesita por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 04/11/2011 En marzo de 1993, en un momento en el que Europa y el mundo entero vivían una situación parecida a la actual (habían pasado poco más de tres años de la gran crisis de 1929),John M. Keynes, tal vez el economist...
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Comentarios - La primera riqueza de las empresas y de la sociedad

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 30/10/2011

logo_avvenireEl trabajo siempre está en el centro de cualquier pacto social. A su alrededor se dan cita desafíos y dimensiones de la vida en común mucho más grandes que los que entran en juego en cualquier otro mercado. Por eso siempre deberíamos hablar del “mercado de trabajo” con mucha prudencia, ya que si bien es cierto que, como en cualquier otro mercado, existe una oferta y una demanda de trabajo, no es menos cierto que el trabajo es mucho más que una mercancía. Cuando falta no solo dejamos de comprar cosas en el mercado sino que tampoco podemos soñar y realizar la vida que deseamos vivir.

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Por estas razones el derecho al trabajo es uno de los nuevos derechos sociales que hay que reconocer y proclamar, aunque sea incompleto por no tener contrapartida en los deberes de otras personas o instituciones. Así pues, deberíamos desconfiar de quienes ven el paro y la inflación como dos variables con el mismo peso, puesto que los daños que produce el paro son mucho mayores que los de la  inflación.

El trabajar o la actividad laboral es una de las dimensiones más fundamentales y típicas de la persona. Cuando trabajamos les decimos a los demás y a nosotros mismos quiénes somos y no solo qué hacemos. En una civilización cada vez más pobre en lenguajes por ser cada vez más pobre en relaciones sociales, la ocupación es el principal lenguaje, si no el único, para contarles a los demás y a nosotros mismos nuestra historia y nuestra identidad. Entonces, trabajar bien es algo intrínseco a la persona, mucho antes que una respuesta a los incentivos del empleador.

En cambio, en estos días, cuando se habla del trabajo todo el énfasis recae sobre la mayor libertad que deben tener las empresas para despedir a los trabajadores “vagos”, sin que nadie se pregunte por qué existen trabajadores vagos, si es cierto que el trabajo es sobre todo una expresión de nuestra humanidad e identidad y que cuando no trabajamos bien nos encontramos mal, dentro y fuera de la empresa. A este propósito hay una serie de estudios recientes, muy interesantes, procedentes de las ciencias económicas y sociales, que muestran algunos fenómenos de los que no se habla en los debates públicos. Para empezar, los datos sobre trabajadores de todas las profesiones (desde trabajadores de la limpieza a profesores universitarios) dicen que el trabajo produce frutos buenos para las empresas cuando es un don, cuando excede la letra del contrato.

Con los instrumentos del contrato de trabajo podemos definir cuándo el trabajador entra y sale de la fábrica o de la oficina y con controles y sanciones a lo mejor podemos comprobar si trabaja o si chatea en Facebook. Pero ningún contrato ni ningún control podrá nunca conseguir que el trabajador-persona ponga toda su creatividad, pasión y entusiasmo en lo que está haciendo. Creatividad, pasión y entusiasmo son las cosas más importantes que una empresa busca en un trabajador, pero no puede comprarlas con un contrato ni obtenerlas con controles y sanciones, porque estas dimensiones esenciales para el éxito de la empresa sólo pueden ser donadas libremente por el trabajador. El mundo de la economía y de la empresa no son capaces de ver este don y cuando lo intuyen tienen miedo y lo rechazan, porque el don crea vínculos y deudas emocionales entre las personas, que no pueden compensarse monetariamente. Todo el esquema organizativo de nuestras empresas está concebido para impedir que los trabajadores practiquen el exceso del don y para inmunizarse de él: se definen hasta en los más mínimos detalles las funciones, tareas y prohibiciones que terminan por dar rigidez a nuestras organizaciones e impedir la colaboración verdadera que no es sólo una suma de intereses sino un encuentro de dones.

Por otra parte, la empresa capitalista, cada vez más centrada en la maximización de los beneficios a corto plazo, aunque quisiera, carece de las categorías y del lenguaje para reconocer el don, por mucha necesidad que tenga de él. Algunos estudiosos franceses, entre los que se encuentran Norbert Alter y Anouk Grevin, están mostrando que los comportamientos oportunistas de los trabajadores “vagos” muchas veces son respuestas frustradas ante la falta de reconocimiento por parte de los directivos, que no ven el don que existe en el trabajo. Este es un tema que puede extenderse fácilmente de las empresas a la política y del trabajo a las virtudes civiles y a los impuestos. La mayor parte de los ciudadanos y trabajadores, creo que casi todos, si se les pone en las condiciones adecuadas, tratan de hacer las cosas bien. Cuando no lo hacen, antes de condenarles y despedirles, debemos preguntarnos por qué. Tal vez nos daríamos cuenta de que algunos trabajadores son efectivamente vagos, pero probablemente muchos menos de los que pensamos. Además, deberíamos conseguir que la dirección y las instituciones creen las condiciones para poder conocer y reconocer el trabajo, porque los trabajadores son, mucho antes que las finanzas o la tecnología, la principal riqueza de cualquier empresa y de cualquier sociedad.

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Comentarios - La primera riqueza de las empresas y de la sociedad

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 30/10/2011

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A propósito del trabajo, el don y los “vagos”

A propósito del trabajo, el don y los “vagos”

Comentarios - La primera riqueza de las empresas y de la sociedad por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 30/10/2011 El trabajo siempre está en el centro de cualquier pacto social. A su alrededor se dan cita desafíos y dimensiones de la vida en común mucho más grandes que los que entran en juego ...
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Comentarios – En las operaciones de salvamento distinguir las funciones

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 22/10/2011

logo_avvenireEn la crisis financiera y económica que estamos viviendo hay una responsabilidad específicadel sistema bancario internacional y nacional. Los grandes bancos están llenos de activos, privados y públicos, cuyos valores son más nominales (en el papel) que reales y por lo tanto son cada vez menos fiables y seguros. Además, los grandes bancos controlan directa o indirectamente muchas grandes y pequeñas empresas, a las que a veces imponen su dirección y sus estrategias. Por no hablar del ahorro de las familias. Una crisis del sistema bancario no es sólo una crisis financiera, sino que directamente es también una crisis económica (empresas), social (familias) y política (estados).

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Evidentemente también existe y es relevante la dirección inversa de este mecanismo crítico: el estilo de vida consumista de las familias occidentales, los comportamientos especulativos de las empresas y el despilfarro de los Estados han empeorado la “trampa de la pobreza” en la que hemos caído. Sigue siendo cierto, aunque no se dice mucho en los debates públicos, que los acontecimientos de estos últimos años están mostrando que el sistema bancario está gravemente enfermo y con él todo el sistema social.

En todo esto existe una precisa responsabilidad ideológica y legislativa que se remonta a la década de los 90, al entusiasmo ideológico por el "laissez faire, laissez passer" posterior a la caída del muro de Berlín. Efectivamente, en 1993 se cambió la ley bancaria italiana de 1936 que, tras la gran crisis de 1929, había introducido la distinción entre bancos comerciales y bancos de crédito especial, modificando la legislación anterior que se basaba en la “banca universal”.

La experiencia de la crisis había mostrado que los bancos comerciales, es decir los bancos que captan el ahorro y lo prestan a las empresas, deben estar sometidos a una tutela específica por parte de las leyes y controles, puesto que desempeñan una función esencial de interés general. La ley de 1993 volvió a introducir en la práctica la banca universal, en base al presupuesto ideológico de que los bancos son unas empresas como cualquier otra y por ello deben ser libres de operar en los mercados sin cortapisas, maximizando, como cualquier empresa, sus beneficios. No digo que no hubiera que reformar la ley bancaria de 1936; es más, en aquella ley había un énfasis estatal excesivo que necesariamente había que corregir y redimensionar.

Pero la eliminación de la antigua distinción entre bancos comerciales y bancos especiales, con la ideología económica subyacente, es una de las principales causas de la crisis que vivimos en Italia y en las restantes economías avanzadas (donde más o menos hemos seguido la misma tendencia). Así, los bancos han operado como las empresas y han ganado dinero, mucho dinero, demasiado. Antes de la crisis el sector bancario era uno de los que tenían tasas más altas de beneficio de toda la economía. Eso es una anomalía grave, si es cierto que la banca, al menos la comercial o tradicional, debería ser por naturaleza una empresa civil, es decir una institución cuyo objetivo no debe ser la maximización del beneficio sino garantizar el acceso al crédito y gestionar eficientemente los ahorros, que son intereses generales demasiado delicados y cruciales como para dejarlos al albur de los valores trimestrales de los beneficios.

Cuando hoy Europa o un estado deciden salvar a un banco están salvando dos realidades bien distintas entre sí pero que coexisten dentro de la misma institución bancaria. Quiero insistir en este punto: al salvar a los bancos comerciales, cosa que hay que hacer porque administran nuestros ahorros y financian a nuestras empresas, estamos salvando también a los bancos de inversión especulativos que, en caso de insolvencía, deberían quebrar por el bien del mercado y de la sociedad. No es económico ni ético que los estados, cada vez más endeudados, usen los impuestos de los trabajadores para salvar a los especuladores.

Dentro de nuestros grandes bancos (no de todos ellos evidentemente) conviven estas dos almas: la de la sucursal del barrio con el empleado humano y amigo y la de la oficina en Mónaco del mismo banco que gestiona operaciones especulativas off-shore. El problema crucial y de momento parece que insoluble, es que hoy parece que ya no somos capaces de separar el trigo de la cizaña, pero al menos de vez en cuando deberíamos decir en voz alta que el trigo no es cizaña y darnos nuevas leyes para que el día de mañana esta separación pueda realizarse.

Las finanzas y los bancos son demasiado importantes como para dejarlos en manos de los expertos. Durante demasiado tiempo así ha sido, pero ya es hora de que los ciudadanos volvamos a “habitar” estos lugares.

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Comentarios – En las operaciones de salvamento distinguir las funciones

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 22/10/2011

logo_avvenireEn la crisis financiera y económica que estamos viviendo hay una responsabilidad específicadel sistema bancario internacional y nacional. Los grandes bancos están llenos de activos, privados y públicos, cuyos valores son más nominales (en el papel) que reales y por lo tanto son cada vez menos fiables y seguros. Además, los grandes bancos controlan directa o indirectamente muchas grandes y pequeñas empresas, a las que a veces imponen su dirección y sus estrategias. Por no hablar del ahorro de las familias. Una crisis del sistema bancario no es sólo una crisis financiera, sino que directamente es también una crisis económica (empresas), social (familias) y política (estados).

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El trigo y la cizaña que crecen en la banca

El trigo y la cizaña que crecen en la banca

Comentarios – En las operaciones de salvamento distinguir las funciones por Luigino Bruni publicado en Avvenire el 22/10/2011 En la crisis financiera y económica que estamos viviendo hay una responsabilidad específicadel sistema bancario internacional y nacional. Los grandes bancos están llenos de a...
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Comentario - Premia a los tramposos y desanima a los honrados; está demostrado

Los invisibles efectos de la amnistía fiscal: el pacto social se convierte en mercancía

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 12/10/2011

logo_avvenireUna amnistía fiscal produce efectos visibles, pero también algunos invisibles sobre los que merece la pena reflexionar. Además, muchas veces las cosas más profundas son precisamente las que no se ven con los ojos. Para tratar de ver con un poco más de profundidad la dinámica social, relacional y ética que subyace en cualquiera amnistía fiscal, puede ser útil partir de uno de los experimentos económicos más famosos. Hace algunos años en Haifa se realizó un estudio experimental sobre el retraso de los padres en recoger a sus hijos de la guardería a la hora de cierre. En seis guarderías se impuso una multa a los padres que se retrasaban, mientras que en las restantes no se introdujo cambio alguno.

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El resultado de la introducción de la multa supuso una sorpresa para casi todos, ya que en las guarderías con multa los retrasos aumentaron casi en un 100%. Además, lo que es aún más interesante, una vez que se retiró la multa los retrasos no diminuyeron, no se regresó a la situación anterior. ¿Cómo se explican estos dos datos en parte sorprendentes?

El aumento de los retrasos lo explica el título del artículo en el que se publicaron los datos del experimento de Haifa: «La multa es un precio» (A fine is a price). Antes de multar los retrasos, para la mayor parte de los padres intentar llegar puntuales antes del cierre de la guardería formaba parte de la ética o de las normas de buena ciudadanía. Cuando las guarderías introdujeron la multa, lanzaron una señal clara a los padres: ahora nace el «mercado de los retrasos». Los padres (o al menos una parte significativa de ellos) comenzaron a considerar el retraso como una mercancía que podía comprarse pagando, como cualquier otro bien de mercado. ¿Y por qué el retraso no disminuyó después de que desapareció la multa? La explicación que dan los economistas del experimento es interesante: una vez que un bien se convierte en mercancía, es mercancía para siempre (once commodity, ever commodity).

La introducción de la moneda y de la lógica del mercado en un ámbito humano anteriormente regulado por otras normas sociales (respeto, amistad, amor, don...) cambia la naturaleza de esa relación y normalmente la cambia de forma irreversible. No es difícil, entonces, extender los resultados de ese experimento al tema de la amnistía fiscal. Ya hemos dicho varias veces que una ley es, antes que nada, un mensaje dirigido a las instituciones y a los ciudadanos. La mayor parte de las personas, cuando pagan sus impuestos, cuando no se llevan el dinero a un paraíso fiscal o cuando no construyen un balcón ilegal en sus casas, no lo hacen en base a un razonamiento típicamente económico. Existen otros valores no monetarios que entran en juego cuando nos movemos en estos ámbitos; o por lo menos hay muchas personas que no realizan en primer lugar cálculos económicos o mercantiles cuando cumplen con sus deberes como ciudadanos. Esta parte significativa de la población (sigo creyendo que todavía son mayoría en nuestro país) es el núcleo sano, la mejor parte de un pueblo, la que hace prosperar la economía y la vida civil de nuestras ciudades, de Sur a Norte.

Cuando llega una amnistía fiscal o simplemente se anuncia, este mensaje tiene el mismo efecto que la introducción de la multa en Haifa: los comportamientos civilmente reprobables tienden a aumentar. En efecto, mientras que los individuos que razonaban en términos de coste-beneficio monetario antes de la amnistía fiscal siguen actuando en base a la misma lógica e incluso la ven reforzada, después de cada amnistía fiscal hay una parte de los ciudadanos honrados pero decepcionados que cambia de comportamiento, puesto que deja de incluir esos comportamientos ilícitos condonados en el ámbito de la ética pública y los deberes cívicos, para incluirlos en el ámbito del mercado, de los precios y de las mercancías. Una señal inequívoca para comprender si una persona cambia de lógica después de la enésima amnistía fiscal es la triste frase: «ya no merece la pena». Y, como nos recuerda una vez más el experimento de Israel, la cuota de personas que se pasan de las virtudes civiles a la partida doble dar-recibir ya no se recupera, sino que aumentará en la próxima amnistía fiscal. Es más, hay otros estudios experimentales que demuestran que el aumento de la cuota de decepcionados “conversos” no se queda solo en el ámbito fiscal, sino que se traslada a ámbitos contiguos (medio ambiente, construcción…). Estos son los efectos no inmediatamente visibles de una amnistía fiscal, pero son bien reales y tal vez más relevantes que el aumento de la tesorería a corto plazo, porque deterioran el pacto social entre los ciudadanos, premiando a los tramposos y desanimando a los ciudadanos honrados.

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Comentario - Premia a los tramposos y desanima a los honrados; está demostrado

Los invisibles efectos de la amnistía fiscal: el pacto social se convierte en mercancía

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 12/10/2011

logo_avvenireUna amnistía fiscal produce efectos visibles, pero también algunos invisibles sobre los que merece la pena reflexionar. Además, muchas veces las cosas más profundas son precisamente las que no se ven con los ojos. Para tratar de ver con un poco más de profundidad la dinámica social, relacional y ética que subyace en cualquiera amnistía fiscal, puede ser útil partir de uno de los experimentos económicos más famosos. Hace algunos años en Haifa se realizó un estudio experimental sobre el retraso de los padres en recoger a sus hijos de la guardería a la hora de cierre. En seis guarderías se impuso una multa a los padres que se retrasaban, mientras que en las restantes no se introdujo cambio alguno.

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Los invisibles efectos de la amnistía fiscal: el pacto social se convierte en mercancía

Los invisibles efectos de la amnistía fiscal: el pacto social se convierte en mercancía

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Comentarios – Calificaciones incómodas, realidad global apremiante

No minimicemos, no perdamos tiempo

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 06/10/2011

logo_avvenireLa confianza ha sido siempre un factor decisivo para la economía y el mercado. La novedad en estos tiempos de crisis es el papel crucial que representa la confianza no sólo para las empresas o para los bancos, sino también para los Estados. Cuando las agencias de calificación se pronuncian sobre la solvencia de la deuda pública de un país, la relación entre economía y política entra en crisis y nos obliga a replantearnos la naturaleza de la soberanía y de la democracia. Este está destinado a ser el tema central del debate público de los próximos años.

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Así pues, no debe sorprendernos que las instituciones europeas hayan querido anunciar inmediatamente que la rebaja de Moody’s no afecta a la solvencia económico-financiera de Italia. Pero lo que de verdad importa es saber si los mercados creerán más en la política europea o en las agencias de calificación. Por ahora esta última rebaja no ha tenido efectos en los mercados, pero no creo que las declaraciones de las instituciones europeas sean capaces de tranquilizar a los mercados durante mucho tiempo. Estamos viviendo una fase de espera que no durará mucho.

Por eso no debemos seguir cometiendo el error de menospreciar, tanto en Italia como en Europa, el valor de estas rebajas, que hay que tomarse en serio y no devolvérselas al remitente. Es incluso demasiado evidente que Moody’s y las demás agencias de calificación están a medio camino entre ser árbitros y jugadores, ya que sus propietarios son a la vez importantes protagonistas del mundo de las finanzas y la especulación. Por supuesto que lo mejor sería -ojala ocurra cuanto antes- crear agencias de calificación que fueran expresión de la sociedad civil internacional. Estas agencias no tendrían que responder ante accionistas con ánimo de lucro sino que tenderían institucionalmente a la promoción del bien común. Pero por el momento estas nuevas agencias civiles de calificación no existen ni se las ve aparecer por el horizonte y no nos conviene deslegitimar los mensajes que nos envían Moody’s y sus hermanas, sobre todo cuando son más de una y están de acuerdo entre ellas.

Salvo en situaciones verdaderamente extremas, nunca es lo más acertado ni útil para el crecimiento individual y colectivo desacreditar a quienes expresan una opinión crítica con respecto a nosotros. Normalmente no es convenientes que los padres critiquen al profesor de sus hijos cuando les da una calificación baja, no es conveniente que un equipo de fútbol atribuya la derrota al árbitro, no es conveniente que un empresario acuse a sus clientes de no ser lo suficientemente inteligentes como para entender y adquirir sus productos. Aunque tuviéramos elementos objetivos para criticar a los profesores, árbitros y clientes, seguiría siendo cierto que deslegitimar su comportamiento no ayuda a que nuestros hijos estudien más, a jugar mejor o a innovar en nuestras empresas. Los partidos de la vida no se ganan lamentándose y llorando. Eso lo hacen los niños y cuando lo hacen les reñimos. No existe ningún complot de los enemigos de Italia para atacarnos y desacreditarnos.

La realidad de los hechos es que a pesar de las tímidas señales de este largo verano, la situación de la deuda pública italiana y, más en general, del sistema económico, industrial y productivo sigue siendo seria y grave. Así lo dice también el enorme diferencial (374 puntos) con el bono alemán, que sigue siendo demasiado alto a pesar de las tranquilizadoras palabras de Europa. Este diferencial es mucho más que un número: expresa cuánto le cuesta a nuestro país su baja solvencia. Entonces, ¿qué podemos hacer si queremos tomarnos en serio estas señales? La compra de nuestras emisiones de deuda por parte del Banco Europeo no puede seguir mucho tiempo. Puesto que estas compras cumplen una función sustitutiva de nuestra solvencia, como país debemos indudable y rápidamente recuperar la credibilidad, dando pronto señales de sacrificio y compromiso. Ningún protagonista de la economía, de las finanzas y de la política internacional cree que podamos alcanzar unas cuentas equilibradas solo luchando contra la evasión fiscal. Hacen falta instrumentos más certeros y eficaces, que poseen nombres conocidos. Al final, el camino es sencillo: quien más tiene debe dar más (patrimonial) y a quien más de, más debe reconocérsele (factor familia). Así pues, debemos tener en cuenta que salir de esta crisis nos llevará años, lustros o tal vez décadas, porque es fruto de un modelo económico insostenible. Es necesario evolucionar hacia un sistema económico con menos finanzas especulativas y más empresarios civiles, con menos estado y más sociedad, con menos individuos y más relaciones.

Un elemento que puede parecer lejano es la importancia de mejorar nuestra cultura y nuestra educación económica. La globalización ha cambiado verdaderamente el funcionamiento del mundo, dando a la economía y a los mercados un papel nuevo y crucial. Es necesaria una nueva fase de formación ciudadana, en la que se pueda estudiar a fondo la nueva economía. Para cambiar este sistema económico lo primero que hace falta es entenderlo y para entenderlo es necesario comprender el lenguaje y las leyes de la casa, el oikos-nomos de la aldea global.

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Comentarios – Calificaciones incómodas, realidad global apremiante

No minimicemos, no perdamos tiempo

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 06/10/2011

logo_avvenireLa confianza ha sido siempre un factor decisivo para la economía y el mercado. La novedad en estos tiempos de crisis es el papel crucial que representa la confianza no sólo para las empresas o para los bancos, sino también para los Estados. Cuando las agencias de calificación se pronuncian sobre la solvencia de la deuda pública de un país, la relación entre economía y política entra en crisis y nos obliga a replantearnos la naturaleza de la soberanía y de la democracia. Este está destinado a ser el tema central del debate público de los próximos años.

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Editorial – Emprendedores, no especuladores

Crear tartas

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 02/10/2011

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De ninguna crisis se sale con reducciones, recortes e impuestos. Tenemos urgente necesidad de que vuelva a ponerse en marcha la fábrica de la ciudadana, política y económica. Por eso la pregunta más seria y auténtica que podemos hacernos es: ¿qué debemos hacer? La operación es compleja, pero Italia (y todo Occidente) tiene  sobre todo necesidad de nuevos empresarios y de empresarios nuevos. Se ha abusado mucho de la palabra empresario y se ha tergiversado su sentido. En los medios de comunicación, los empresarios están muchas veces en el centro de la crónica, pero con frecuencia el sustantivo ‘empresario’ se usa de manera inadecuada y ofensiva para los empresarios de verdad. Para definir a muchos individuos a los que comúnmente se les llama empresarios, se deberían usar otras palabras como negociante o especulador.

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La diferencia entre un empresario y un especulador radica en el papel que representa el beneficio para cada uno de ellos. El especulador es el sujeto, individuo o institución que tiene como finalidad la búsqueda del beneficio. No es necesariamente un delincuente o un enemigo del bien común, pero sí es alguien para quien la actividad de la empresa es simplemente instrumental, un medio como tantos otros para ganar dinero. Un especulador abre hoy una fábrica de zapatos, mañana una constructora y pasado mañana un hospital, con el único propósito de ganar dinero con esas actividades. El empresario, como nos enseña la vida auténtica de cada día y algunos grandes economistas como Schumpeter, Einaudi o Becattini, es distinto, porque el primer objetivo de su actividad es realizar un proyecto. El beneficio es un elemento más de su proyecto, es sobre todo una señal importante y fundamental de que el proyecto funciona, es innovador y crece con el tiempo. Así pues el empresario nunca “instrumentaliza” totalmente su empresa, porque le atribuye un valor intrínseco, al ser esa empresa expresión de un proyecto de vida individual y colectivo. Tan cierto es esto que muchos emprendedores, sobre todo en estos tiempos, ganarían mucho más dinero vendiendo la empresa e invirtiendo el dinero en fondos especulativos. Pero no lo hacen porque en esa empresa ven algo más que una máquina de hacer dinero, ven su identidad y su historia.

La crisis que estamos viviendo es también fruto de un proceso cultural que ha llevado a muchos emprendedores, demasiados, a transformarse en especuladores, perdiendo la relación con el territorio, con la gente de carne y hueso, con los trabajadores-personas y contribuyendo de este modo a agrandar unas finanzas que hoy gobiernan no sólo las empresas, sino el mundo entero. Pero sin empresarios auténticos no hay bien común. El empresario-innovador, a diferencia del especulador, ve el mundo como un lugar plagado de oportunidades; no se preocupa simplemente por aumentar su trozo de la “tarta”, sino que por vocación le gusta crear nuevas tartas. Desde el humanismo civil del siglo XV hasta los distritos industriales del made in Italy y desde los artesanos-artistas hastas los cooperativistas, Italia ha sido capaz de crear desarrollo económico y cívico cuando se han creado las condiciones culturales e institucionales que permiten cultivar las virtudes de la creatividad y la innovación. Por el contrario, hemos dejado de crecer como país cuando ha prevalecido la lógica del lloriqueo y la búsqueda y mantenimiento de rentas de posición, como en este último cuarto de siglo. Cuando la economía y la sociedad funcionan, las personas son el patrimonio más importante, mucho más que los capitales, las finanzas o la tecnología, porque solo las personas saben ser creativas y dar vida a las grandes innovaciones indispensables en tiempos difíciles. También hoy, tras décadas de borrachera por el crecimiento de los capitales tecnológicos y financieros, nos estamos dando cuenta de que las empresas que consiguen crecer y ser líderes en la economía globalizada son aquellas en las que hay una o varias personas capaces de ver la realidad de una manera distinta.

La inteligencia de las personas es la clave de toda innovación verdadera y de todo valor económico auténtico, como bien sabía el economista y político milanés Carlo Cattaneo: “No hay trabajo ni capital que no comience con un acto de inteligencia. Antes de cualquier trabajo y antes de cualquier capital, es la inteligencia la que comienza la obra e imprime en ellos por vez primera el carácter de riqueza”.

Hoy Italia no se hunde (todavía) porque, a pesar de todo, hay millones de personas, hombres y mujeres, trabajadores y empresarios, que todas las mañanas se levantan para cumplir con su deber, que tratan de resolver sus problemas y los de los demás, de ser innovadores echando mano de su creatividad. Si queremos salir de esta crisis, antes que nada debemos hacer posible la vida a estas personas y suscitar, sobre todo entre los jóvenes, un nuevo entusiasmo y nuevas vocaciones empresariales. Pero todo eso no sucederá mientras no pongamos en el centro de la escena a la sociedad civil, incluido ese pedazo de vida civil al que llamamos empresa.

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Editorial – Emprendedores, no especuladores

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