A renacer se aprende/15 – Permaneciendo, con lealtad y mansedumbre, en un conflicto en el que nos encontramos sin quererlo ni buscarlo, las vocaciones maduran
Luigino Bruni
publicado en Città Nuova el 11/11/2024 – De la revista Città Nuova n° 11/2024
Las comunidades carismáticas son también lugares de conflicto. Muchas cualidades y hasta la supervivencia misma de estas comunidades dependen de la capacidad de ocuparse y gestionar los conflictos.
Son muchas las formas del conflicto. En la Biblia incluso aparecen varias. El conflicto entre Caín y Abel, por ejemplo, donde una frustración vertical (entre Caín y Dios, que rechazaba sus ofrendas) se convierte en violencia horizontal (hacia Abel). El conflicto entre José y los hermanos mayores, donde la envidia provoca la eliminación del envidiado. O aquel conflicto entre Abram y su sobrino Lot por la abundancia de recursos en un espacio común demasiado pequeño, que se resuelve con una separación, gracias a Abram, que con su generosidad deja a Lot elegir la tierra (Gén 13:9).
El conflicto entre David y Saúl asume todavía otra forma. Dios había elegido a Saúl como primer rey de Israel. Luego lo rechaza y escoge a David. Entre los dos empieza una verdadera guerra, que dejará como vencedor a David y a Saúl deprimido hasta el suicidio. Este conflicto entre David y Saúl es el paradigma del típico conflicto que viene a crearse entre quien, por lo general más joven, recibió un auténtico llamado para cumplir una misión y a quien se le interpone alguien que ya está cumpliendo la misma misión por un llamado recibido en un momento anterior, y que interpreta la llegada del nuevo como una amenaza y como un mensaje funesto para su vida y su vocación.
Este tipo de conflictos es particularmente doloroso para ambas partes, porque es una pelea identitaria y necesaria en la que cada uno cree estar (porque lo están) legítimamente en su lugar.
Estos conflictos se pueden resolver o prevenir solo con la rendición de una de las dos partes, lo cual puede asumir muchas formas – miedo, debilidad u obediencia a una nueva voz que nos llama a otro lugar. En la mayoría de los casos, no logramos resolver estos conflictos, o los resolvemos demasiado tarde y con graves daños recíprocos que terminan empeorando hasta el punto de desnaturalizar y deformar el corazón. El relato bíblico de la guerra entre Saúl y David es importante entonces porque nos deja un paradigma de un posible buen tratamiento de estos conflictos, tan devastadores y tan comunes.
Veámoslo de cerca. Estamos en el primer libro de Samuel, Saúl está combatiendo a David. Alertado por la presencia de David en la zona, Saúl sale con tres mil soldados a buscarlo. En el camino, Saúl entra en una cueva para hacer sus necesidades, pero en el fondo de esa misma cueva estaban escondidos David y algunos compañeros (Samuel 1:24). Los compañeros de David lo incitan a que aproveche la ocasión de absoluta vulnerabilidad de Saúl (solo y de espaldas) para eliminarlo. Pero David se acerca a Saúl y, en lugar de golpearlo, “se le acercó sigilosamente y cortó un pedazo del borde del manto de Saúl, sin que se diera cuenta (24:5). Y dijo a sus hombres: “El Señor me guarde de hacer tal cosa contra mi rey, el ungido del Señor, de alzar la mano contra él” (24:7).
Ese borde del manto en la mano de David, ocupando el lugar del puñal, es muy lindo. Saúl está a punto de acabar con su vida, lo sabe, y David le da un final manso y dócil. David ve la maldad de Saúl, pero lo respeta, lo llama “padre mío, señor mío”. Y cuando puede matarlo no lo hace.
Prefiere permanecer en el conflicto frente a una solución más simple pero menos verdadera. Una invitación a aprender a vivir las contradicciones, a resolver los conflictos, a preferir una no-solución difícil, pero más verdadera que una solución que es más simple solo por ser menos verdadera.
Acercarnos en silencio al que nos hace mal, cortar solo un pedazo de su manto. Porque también es quedándonos, con lealtad y mansedumbre, dentro de un conflicto en el que nos encontramos sin buscarlo ni quererlo, que las vocaciones maduran. Estos gestos de piedad son los que hacen benditas nuestras victorias, los que las hacen algo distintas en una relación de fuerza.
David había sido elegido y consagrado rey cuando era todavía un chico. Un día se convierte en rey, y fue el más grande de todos. Esa lealtad costosa y generosa, aprendida y exhibida en el conflicto con Saúl, lo hizo volverse el rey más amado, más allá de sus grandes culpas y pecados. También nosotros, después de grandes errores e infidelidades, podemos esperar ser perdonados por la vida, por Dios, por nuestros amigos, por nuestro ángel de la muerte, si es que fuimos capaces de respetar a un enemigo, si no abusamos de su vulnerabilidad y de nuestra fuerza, si lo llamamos padre o amigo aun cuando ya no lo merecía.
Si lo hemos hecho al menos una vez.
Credits foto: Foto di David Clode su Unsplash