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Crear tartas
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 02/10/2011
De ninguna crisis se sale con reducciones, recortes e impuestos. Tenemos urgente necesidad de que vuelva a ponerse en marcha la fábrica de la ciudadana, política y económica. Por eso la pregunta más seria y auténtica que podemos hacernos es: ¿qué debemos hacer? La operación es compleja, pero Italia (y todo Occidente) tiene sobre todo necesidad de nuevos empresarios y de empresarios nuevos. Se ha abusado mucho de la palabra empresario y se ha tergiversado su sentido. En los medios de comunicación, los empresarios están muchas veces en el centro de la crónica, pero con frecuencia el sustantivo ‘empresario’ se usa de manera inadecuada y ofensiva para los empresarios de verdad. Para definir a muchos individuos a los que comúnmente se les llama empresarios, se deberían usar otras palabras como negociante o especulador.
[fulltext] =>La diferencia entre un empresario y un especulador radica en el papel que representa el beneficio para cada uno de ellos. El especulador es el sujeto, individuo o institución que tiene como finalidad la búsqueda del beneficio. No es necesariamente un delincuente o un enemigo del bien común, pero sí es alguien para quien la actividad de la empresa es simplemente instrumental, un medio como tantos otros para ganar dinero. Un especulador abre hoy una fábrica de zapatos, mañana una constructora y pasado mañana un hospital, con el único propósito de ganar dinero con esas actividades. El empresario, como nos enseña la vida auténtica de cada día y algunos grandes economistas como Schumpeter, Einaudi o Becattini, es distinto, porque el primer objetivo de su actividad es realizar un proyecto. El beneficio es un elemento más de su proyecto, es sobre todo una señal importante y fundamental de que el proyecto funciona, es innovador y crece con el tiempo. Así pues el empresario nunca “instrumentaliza” totalmente su empresa, porque le atribuye un valor intrínseco, al ser esa empresa expresión de un proyecto de vida individual y colectivo. Tan cierto es esto que muchos emprendedores, sobre todo en estos tiempos, ganarían mucho más dinero vendiendo la empresa e invirtiendo el dinero en fondos especulativos. Pero no lo hacen porque en esa empresa ven algo más que una máquina de hacer dinero, ven su identidad y su historia.
La crisis que estamos viviendo es también fruto de un proceso cultural que ha llevado a muchos emprendedores, demasiados, a transformarse en especuladores, perdiendo la relación con el territorio, con la gente de carne y hueso, con los trabajadores-personas y contribuyendo de este modo a agrandar unas finanzas que hoy gobiernan no sólo las empresas, sino el mundo entero. Pero sin empresarios auténticos no hay bien común. El empresario-innovador, a diferencia del especulador, ve el mundo como un lugar plagado de oportunidades; no se preocupa simplemente por aumentar su trozo de la “tarta”, sino que por vocación le gusta crear nuevas tartas. Desde el humanismo civil del siglo XV hasta los distritos industriales del made in Italy y desde los artesanos-artistas hastas los cooperativistas, Italia ha sido capaz de crear desarrollo económico y cívico cuando se han creado las condiciones culturales e institucionales que permiten cultivar las virtudes de la creatividad y la innovación. Por el contrario, hemos dejado de crecer como país cuando ha prevalecido la lógica del lloriqueo y la búsqueda y mantenimiento de rentas de posición, como en este último cuarto de siglo. Cuando la economía y la sociedad funcionan, las personas son el patrimonio más importante, mucho más que los capitales, las finanzas o la tecnología, porque solo las personas saben ser creativas y dar vida a las grandes innovaciones indispensables en tiempos difíciles. También hoy, tras décadas de borrachera por el crecimiento de los capitales tecnológicos y financieros, nos estamos dando cuenta de que las empresas que consiguen crecer y ser líderes en la economía globalizada son aquellas en las que hay una o varias personas capaces de ver la realidad de una manera distinta.
La inteligencia de las personas es la clave de toda innovación verdadera y de todo valor económico auténtico, como bien sabía el economista y político milanés Carlo Cattaneo: “No hay trabajo ni capital que no comience con un acto de inteligencia. Antes de cualquier trabajo y antes de cualquier capital, es la inteligencia la que comienza la obra e imprime en ellos por vez primera el carácter de riqueza”.
Hoy Italia no se hunde (todavía) porque, a pesar de todo, hay millones de personas, hombres y mujeres, trabajadores y empresarios, que todas las mañanas se levantan para cumplir con su deber, que tratan de resolver sus problemas y los de los demás, de ser innovadores echando mano de su creatividad. Si queremos salir de esta crisis, antes que nada debemos hacer posible la vida a estas personas y suscitar, sobre todo entre los jóvenes, un nuevo entusiasmo y nuevas vocaciones empresariales. Pero todo eso no sucederá mientras no pongamos en el centro de la escena a la sociedad civil, incluido ese pedazo de vida civil al que llamamos empresa.
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por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 02/10/2011
De ninguna crisis se sale con reducciones, recortes e impuestos. Tenemos urgente necesidad de que vuelva a ponerse en marcha la fábrica de la ciudadana, política y económica. Por eso la pregunta más seria y auténtica que podemos hacernos es: ¿qué debemos hacer? La operación es compleja, pero Italia (y todo Occidente) tiene sobre todo necesidad de nuevos empresarios y de empresarios nuevos. Se ha abusado mucho de la palabra empresario y se ha tergiversado su sentido. En los medios de comunicación, los empresarios están muchas veces en el centro de la crónica, pero con frecuencia el sustantivo ‘empresario’ se usa de manera inadecuada y ofensiva para los empresarios de verdad. Para definir a muchos individuos a los que comúnmente se les llama empresarios, se deberían usar otras palabras como negociante o especulador.
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Deseos de política
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 18/09/2011
Esta crisis esconde un nuevo deseo de política. En estos años estamos comprendiendo mejor que nunca, por experiencia propia, que el mito del mercado auto-organizado y auto-regulado es un modelo que sólo funciona en los libros de texto de economía. Pero fuera de los libros, los mercados tienen una necesidad imperiosa de instituciones, normas y gobiernos.
Por ejemplo, la competencia de mercado, cuando no va acompañada de otros principios coesenciales, no premia el mérito. A diferencia de lo que ocurre en el deporte, que muchas veces se utiliza erróneamente como metáfora del mercado, en la competición del mercado los competidores casi nunca salen de la misma línea, puesto que el vencedor de hoy mantiene su ventaja para la competición de mañana. Por eso debe haber alguna otra agencia que se ocupe de alinear de vez en cuando el punto de partida, si es que queremos que el mercado sea moral y un factor de civilización. Tradicionalmente esa “agencia” ha sido la política, que no debería competir en la carrera sino más bien ser un agente externo orientado al bien común.
[fulltext] =>En esta crisis echamos de menos gobernantes que sean nuevamente capaces de bien común. Por eso la gente demanda con fuerza una nueva política. Pero esta nueva “demanda” no encuentra “oferta”. ¿Por qué motivos? Ciertamente el mundo ha cambiado a gran velocidad, tal vez a demasiada velocidad. Los tiempos de la democracia no son comparables a los nanosegundos de la especulación financiera ni los espacios de la política son los del nuevo capitalismo de dimensión mundial. Pero no hay que olvidar que existe también un fenómeno interno de la clase política, no sólo la italiana, sobre el que no se reflexiona lo suficiente. Es la conocida teoría de la "selección adversa", introducida por el premio Noble de economía George Akerlof en 1970. Este economista norteamericano demostró que en muchas situaciones reales el mercado no premia el mérito ni recompensa a los mejores, sino que el mercado, cuando es abandonado a su merced, tiende a atraer y a seleccionar a los peores o, dicho con sus palabras, a los lemons (fiascos).
El mensaje de esta teoría es sencillo pero importante: en un mundo real y por ello imperfecto, las instituciones y las organizaciones atraen a un tipo u otro de personas en base a las señales que emiten. Por ejemplo, las empresas que ofrecen sueldos altos y bonus a los directivos tienden a seleccionar a los candidatos más interesados por el dinero y los pluses, pero no necesariamente por el bien de la empresa. Una orden religiosa, para atraer vocaciones auténticas, debe dar señales claras de que ofrecerá a sus miembros gratuidad e ideales elevados; si, recurriendo al absurdo, prometiera pluses y confort atraería sin duda a las personas equivocadas. En resumen, cualquier organización, a la hora de seleccionar a su personal, debe ser muy cuidadosa con las señales que emite, ya que el primer instrumento de selección es la propia señal. Cuando una sociedad como la nuestra ve todos los días que sus clases dirigentes, ya sean de derechas o de izquierdas, se caracterizan por los privilegios, el dinero y las ventajas, inevitablemente tiende a atraer hacia la política a los individuos más interesados que la media en los privilegios y prebendas y menos motivados hacia el bien común.
Si la política quiere renovarse y estar a la altura de los nuevos desafíos, debe empezar a dar señales distintas, sobre todo a los jóvenes. Un pueblo, como cualquier persona o comunidad, para desarrollarse y crecer bien necesita de vez en cuando momentos de auténtico renacimiento ético e ideal. En el siglo XX estos momentos estuvieron provocados por “heridas” profundas (guerras, fascismo) que, como efecto indirecto, seleccionaron gobernantes de alta calidad moral y humana.
El milagro económico y civil de la Italia de la posguerra fue fruto, entre otros, de unos políticos que estuvieron a la altura de los tiempos, porque procedían de la parte más viva e ideal de la sociedad civil y de la comunidad eclesial. Casi 70 años después, los partidos y en general la clase dirigente occidental (sindicatos, asociaciones…) se han institucionalizado inevitablemente, perdiendo así gran parte de su capacidad de innovación civil; al igual que en buena medida se ha perdido en los lugares donde se formaron.
Si hoy alguien busca innovación auténtica en Italia, debe buscarla fuera de esos lugares. Por eso las razones del bien común conducen a una decrecimiento de esta política, para liberar las fuerzas innovadoras de la sociedad y de la economía civil, llamando con fuerza a un nuevo protagonismo y compromiso de las asociaciones y movimientos generativos que hoy siguen tal vez incluso más vivos que ayer en nuestra sociedad, cuyo capital más importante está constituido por las personas y sus “carismas” (dones).
Las innovaciones más importantes son cuestión de mirada, de visión y por lo tanto de personas: «No les llaméis problemas, llamadles dones», le gustaba repetir a la madre Teresa, porque sabía ver algo distinto y hermoso en los marginados de Calcuta. Nosotros no saldremos bien de esta crisis sin un nuevo protagonismo de la ciudadanía, de las personas.
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Deseos de política
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 18/09/2011
Esta crisis esconde un nuevo deseo de política. En estos años estamos comprendiendo mejor que nunca, por experiencia propia, que el mito del mercado auto-organizado y auto-regulado es un modelo que sólo funciona en los libros de texto de economía. Pero fuera de los libros, los mercados tienen una necesidad imperiosa de instituciones, normas y gobiernos.
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Una «Tobin Tax» al revés
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 10/09/2011
La última versión de las medidas económicas del gobierno contiene un punto concreto que introduce un impuesto del 2% sobre las transferencias efectuadas por personas extracomunitarias que no estén dadas de alta en la Seguridad Social y que carezcan de NIF, es decir, por trabajadores irregulares. Perfecto, dirán algunos, ya que así se combate el trabajo sumergido y se estimula a los empleadores a declarar a sus cuidadoras y asistentas, un 20-30% de las cuales se estima que no están declaradas. Pero como ocurre muchas veces, lo más importante no es lo que se ve a primera vista. Hay en efecto algunos aspectos civil y éticamente muy relevantes detrás de este pequeño apartado de las medidas, que ha pasado inadvertido para la mayoría. Estos aspectos tienen que ver con los nuevos retos del estado del bienestar, con la cura de nuestras fragilidades y vulnerabilidades y con la equidad y la justicia, las dos grandes palabras que están en la base de cualquier pacto social.
[fulltext] =>Preguntémonos entonces: ¿quiénes forman este pueblo de trabajadores regulares e irregulares? ¿por qué han venido y siguen viniendo en gran número a nuestras ciudades, sobre todo a las del centro-norte? ¿y por qué una parte significativa de estos trabajadores son todavía irregulares? Empecemos con algunos datos. En Italia hay más de un millón de cuidadoras y su facturación total (sumergida y no sumergida) es probablemente más alta que la de toda la cooperación social italiana. Este pueblo de cuidadoras (sin contar a las asistentas y otros empleados del hogar) ha dado vida a la mayor operación de cooperación internacional de Italia, ya que gracias a estas trabajadoras y trabajadores Italia ha transferido riqueza privada (de las familias, no del Estado) a Rumanía, a Ucrania y a muchos países asiáticos. Para hacernos una idea, las remesas de los trabajadores filipinos en el extranjero a su patria representan el 10% de su PIB nacional (de los cuales casi 1.000 millones de dólares proceden de Italia).
¿Cómo es que el Estado y las instituciones no han sabido responder a esta enorme necesidad de cuidados que estaba surgiendo en la sociedad italiana? ¿Y por qué (salvo en una pequeña parte) la sociedad civil y la economía social no han sabido responder a esta nueva emergencia? En los últimos años hemos perdido una gran oportunidad para innovar de verdad. La familia y la longevidad estaban cambiando drástica y velozmente, pero la tasa de innovación de la sociedad italiana ha sido demasiado baja para responder a estos nuevos desafíos. Entonces, un pueblo de mujeres venidas del Este ha desempeñado una función supletoria y subsidiaria, tratando de satisfacer una profunda y radical necesidad: la de los cuidados, ya que la sociedad italiana no consigue hacerlo por sí misma. «Para educar a un niño hace falta todo un poblado», reza un hermoso proverbio africano. Hoy, en la aldea global, para hacer que crezcan los niños y cuidar a los ancianos necesitamos también de estos nuevos aliados. En cambio, con este pequeño punto de las medidas económicas estamos lanzando un mensaje que va en una dirección muy distinta.
Las leyes siempre incorporan mensajes culturales y simbólicos que cambian las relaciones sociales: o las hacen más fraternas o las malean. Es evidente que hay que hacer todo lo posible para que la economía sumergida salga a la luz y para que estos trabajadores sean regularizados con todos sus derechos y garantías, pero no hay que olvidar demasiado pronto que hace pocos años hicimos una ley que no permitió que estas mujeres se asociaran, favoreciendo la contratación de cada cuidadora por parte de la familia. Fue una decisión infeliz y miope, que no vio en estas posibles cooperativas de cuidadoras una oportunidad de crecimiento también económico, una decisión política que explica en parte por qué esta actividad sigue estando sumergida. Además, el mejor instrumento para regularizar a trabajadores irregulares (y muy valiosos) no es una medida financiera adoptada ante una grave emergencia. Gravar con un impuesto el trabajo de estas personas producirá sin duda algunos efectos previsibles: aumento de las remesas informales y en metálico a través de amigos y parientes e ingresos muy bajos para el Estado, sin excluir un aumento de la facturación de las mafias que, en los países de origen y en el nuestro, prometerán alternativas a los canales oficiales de transferencia.
No cometamos el grave error económico, ético y cultural de no gravar seriamente las transacciones financieras de los especuladores e introducir una Tobin Tax al revés para los más pobres. La cuestión no es el 2%, sino el 98% restante, es decir, la tasa de civilización de nuestra sociedad italiana. La Unión Europea está viviendo momentos muy delicados y entre el BCE y nuestras cuidadoras la distancia podría parecer astronómica. Pero la realidad es que saldremos de esta crisis cuando seamos capaces de dar vida a nuevas relaciones sociales, ya que lo que está ocurriendo, antes que una crisis financiera y económica, es un grito sobre la necesidad de aprender un nuevo arte de las relaciones humanas, a todos los niveles.Todos los artículos de Luigino Bruni publicados en Avvenire se encuentran en el menú Editoriales Avvenire
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El 2% de las remesas de los inmigrantes irregulares
Una «Tobin Tax» al revés
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 10/09/2011
La última versión de las medidas económicas del gobierno contiene un punto concreto que introduce un impuesto del 2% sobre las transferencias efectuadas por personas extracomunitarias que no estén dadas de alta en la Seguridad Social y que carezcan de NIF, es decir, por trabajadores irregulares. Perfecto, dirán algunos, ya que así se combate el trabajo sumergido y se estimula a los empleadores a declarar a sus cuidadoras y asistentas, un 20-30% de las cuales se estima que no están declaradas. Pero como ocurre muchas veces, lo más importante no es lo que se ve a primera vista. Hay en efecto algunos aspectos civil y éticamente muy relevantes detrás de este pequeño apartado de las medidas, que ha pasado inadvertido para la mayoría. Estos aspectos tienen que ver con los nuevos retos del estado del bienestar, con la cura de nuestras fragilidades y vulnerabilidades y con la equidad y la justicia, las dos grandes palabras que están en la base de cualquier pacto social.
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El camino correcto es difícil
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 06/09/2011
Como italianos y como europeos debemos tener la valentía de enfrentarnos a la realidad. Detrás de la crisis de las bolsas y de los mercados de todo el mundo hay una triple fragilidad: la del capitalismo financiero (demasiado endeudado), la de la política europea y la de Italia. Esta era del capitalismo globalizado que durante 20 o 30 años ha generado crecimiento gracias a la deuda privada y pública y a unas finanzas creativas y de alto riesgo (más para el sistema y menos para sus actores) está llegando a su fin. Es una pena que los mercados todavía no sean capaces de decidirse a tomar un nuevo camino y que esa misma operación no llegue, a pesar de las cada vez más explícitas llamadas del Quirinale, a los líderes ni a sectores clave de nuestra política y de nuestros sindicatos, ni a partes significativas de nuestra sociedad civil.
[fulltext] =>La invitación que nos dirigen los acontecimientos es elocuente y fuerte, pero por desgracia es sistemáticamente desatendida, incomprendida y a veces tergiversada. La incertidumbre y la desconfianza reinan soberanas y después de unas bocanadas de oxígeno volvemos al agua, esperando la siguiente tempestad.
Hace ya dos meses que la crisis se ha agudizado y todavía no hemos visto ninguna cumbre del G20, únicamente llamadas telefónicas semi-privadas, encuentros a dos bandas y declaraciones con intenciones reconfortantes (que sólo producen efectos adversos). La política está mostrando su incapacidad para gobernar la primera crisis importante de la globalización. La economía y el mundo han cambiado, pero las categorías con las que la política nacional y global lo interpreta y actúa (o se abstiene de actuar) son obsoletas y por ello ineficaces. Europa, que está viviendo la primera gran fibrilación de la era del euro, atraviesa una crisis específica. Los operadores de los mercados ya no están seguros de que Eurolandia sea capaz de futuro. Las inútiles y vacías declaraciones sobre la Tobin Tax, la devolución al remitente de la propuesta de los Eurobonos (que no son realistas porque detrás del euro falta una política europea unitaria fuerte) y las reiteradas incertidumbres del Banco Central Europeo son, cada vez más, expresión de ideas confusas e inadecuadas.
Pero a estas alturas basta echar un vistazo a los titulares de los principales periódicos y webs internacionales para convencerse, por si aún fuera necesario, de que, en esta crisis de las bolsas europeas y mundiales, sobre Italia cuelga un gran signo de interrogación. Las incertidumbres y los continuos cambios de contenido de la maniobra-bis están aumentando las expectativas negativas de los operadores financieros que, tras un par de semanas de espera, comienzan a manifestar de forma devastadora serias dudas de que nuestro país cuente verdaderamente con los recursos, en primer lugar morales y después económicos, para hacer por sí mismo lo que hay que hacer. Es verdaderamente triste ver el titubeo de nuestra clase dirigente para compartir u no dilatar más esas pocas reformas, tal vez impopulares pero indispensables, que transmitirían confianza a los mercados y a los ciudadanos honrados. Nadie puede pensar que es posible corregir la enorme deuda pública sin meter mano seriamente a las pensiones (cuestión primariamente de justicia intra e inter generacional); sin pedir una equitativa y bien modulada contribución extraordinaria a quienes puedan darla, puesto que tienen la posibilidad y la oportunidad de hacerlo (en lugar de concebir la alternativa de poner un impuesto a las remesas de las cuidadoras y asistentas; es un golpe genial pedir sacrificios a quienes no han originado nuestra deuda y con su trabajo mejoran la vida de millones de ancianos y niños); sin una drástica reducción de los costes no tanto “de la política” (la política es cosa alta y seria), como de la burocracia política. Por no hablar de la cuestión fiscal, a favor de la familia y en contra de la evasión, de la que tanto hemos hablado.
Llevamos mucho retraso, tal vez demasiado, y hay pocas señales y además débiles de que se esté haciendo lo que hay que hacer. Pero es precisamente en tiempos difíciles cuando cada uno debe demostrar que sabe actuar dentro de los límites del poder y de la responsabilidad que tenga. Entre estos actores inciertos se encuentran también las instituciones europeas, nuestros parientes más cercanos. Aunque Italia sea un país demasiado grande como para declarar su quiebra, no basta con una palmada en el hombro y una frase de consuelo a la cabecera del enfermo. Pero, como ocurre en cualquier buena familia, los familiares no intervienen si quien tiene dificultades no demuestra en primer lugar seriedad y compromiso para resolver sus problemas. «Solo tú puedes lograrlo, pero no puedes lograrlo solo», reza una bonita declinación del principio de subsidiariedad, uno de los pilares éticos y políticos de Europa.
Hace falta más Europa, pero – antes – hace falta más Italia, más gobierno, más política, más sociedad civil y económica, empezando por quienes más se preocupan por el bien común. Pero también hace falta más fuerza en las ideas. No podemos vivir este tiempo de crisis esperando que pase. No pasará si no sabemos reconocer e incluso gritar la necesidad de una “nueva economía” que, precisamente para salvar ese efecto de la civilización que se llama “mercado”, sea capaz de articularse de manera justa y solidaria, superando este capitalismo.
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El camino correcto es difícil
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 06/09/2011
Como italianos y como europeos debemos tener la valentía de enfrentarnos a la realidad. Detrás de la crisis de las bolsas y de los mercados de todo el mundo hay una triple fragilidad: la del capitalismo financiero (demasiado endeudado), la de la política europea y la de Italia. Esta era del capitalismo globalizado que durante 20 o 30 años ha generado crecimiento gracias a la deuda privada y pública y a unas finanzas creativas y de alto riesgo (más para el sistema y menos para sus actores) está llegando a su fin. Es una pena que los mercados todavía no sean capaces de decidirse a tomar un nuevo camino y que esa misma operación no llegue, a pesar de las cada vez más explícitas llamadas del Quirinale, a los líderes ni a sectores clave de nuestra política y de nuestros sindicatos, ni a partes significativas de nuestra sociedad civil.
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Premiar a los honrados
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 28/08/2011
Para los profesores, los exámenes escritos son una triste liturgia de búsqueda de papelitos ocultos y de los trucos de última generación para intentar superar la prueba sin estudiar. Cuando llega un curso particularmente dado a estas prácticas deshonestas, la primera reacción del claustro de profesores es natural que consista en aumentar los controles y endurecer las sanciones. Yo también he caído en esta tentación, pero he aprendido que el principal efecto que se obtiene, si no el único, es un doble fracaso: en las aulas se crea un ambiente policial, los estudiantes trabajan mal y los “profesionales de la copia” siempre encuentran un sistema más sofisticado para eludir el control y el estudiante medio, por su parte, cae en las redes de los controles, más tupidas que antes, puesto que una inocente mirada al compañero de pupitre puede ser objeto de sanción.
[fulltext] =>El año pasado tuve que enseñar economía en una prestigiosa universidad extranjera y descubrí que el examen se realizaba “open book”, es decir con el libro abierto. Evidentemente tuve que elaborar un examen más articulado, pero eso me convenció aún más de que el mejor instrumento para aumentar la eficiencia y la equidad en cualquier sistema consiste en diseñar adecuados mecanismos institucionales. Al endurecer los controles y las sanciones en mis exámenes, sin querer y con la mejor intención, había enviado una fuerte señal a mis estudiantes: “sois proclives a la incorrección y a la falta de honradez”; una señal que frustraba las motivaciones intrínsecas de los buenos estudiantes y ponía en marcha la imaginación de un pequeño grupo dispuesto a demostrarme que era más listo que yo.
Creo que hay relación entre esta experiencia y el debate sobre la lucha contra la evasión fiscal que está produciendo hoy en Italia. El primer paso para una auténtica reforma fiscal debería ser rediseñar la lógica global de la fiscalidad: pasar, volviendo a la metáfora estudiantil, de la “caza de chuletas” a los “exámenes a libro abierto”, donde reciban oportunos incentivos los ciudadanos dispuestos a la transparencia en las transacciones propias y ajenas, por ejemplo permitiendo que las familias se deduzcan más gastos y paguen una cuota más adecuada que la actual.
Un segundo elemento para una reforma fiscal seria debería partir de la toma de conciencia de que aunque consiguiéramos sancionar a todos los panaderos, hosteleros, autónomos y profesionales que no emiten facturas ni recibos (algo que es evidentemente necesario), existe una mega cuestión fiscal y ética de grandes empresas e individuos que tienen su sede legal o su residencia en paraísos fiscales y que manejan tranquilamente en los mercados financieros internacionales riquezas enormes sin pagar impuestos (basta ver las reacciones a la propuesta de la Tobin Tax o de un impuesto sobre los Credit Default Swaps (CDS)), tal vez esperando una nueva amnistía fiscal. Sin una lucha seria contra estos macroescándalos fiscales, tal vez consigamos cerrar alguna actividad en la que no se emitan facturas (eso tamién hay que hacerlo, sobre todo cuando se trata de profesionales libres o médicos con chalet y 4x4), pero cometeremos el grave error de quien cura la caries de un paciente y se olvida de curar el tumor. Bien está curar la caries (que duele mucho cuando se inflama, la metáfora dental es puramente casual), pero no nos olvidemos del tumor.
Hay más. En 1766 Giacinto Dragonetti, jurista de L’Aquila, publicó un libro que se titulaba “De las virtudes y de los premios”, no por casualidad dos años después de la publicación de otro libro más conocido: “De los delitos y de las penas”, de Cesare Beccaria. En la introducción, Dragonetti escribe: “Los hombres han hecho millones de leyes para castigar los delitos y no han establecido ni siquiera una para premiar las virtudes” y por ello proponía que en su Reino de Nápoles se creara un auténtico “Código premial” junto al “Código penal”, en base a la extraordinaria intuición de que un país no se puede desarrollar si mientras castiga a los deshonestos no premia a los ciudadanos virtuosos. Es cierto que una forma indirecta de premiar a los honrados es castigar adecuadamente a los oportunistas y a los “listos” y hoy Italia tiene necesidad también de esto. Pero debemos tener presente una de las lecciones de la ciencia económica: las leyes son sobre todo señales y mensajes simbólicos y las leyes que se basan en la hipótesis antropológica de que los seres humanos son por naturaleza oportunistas y deshonestos terminar por producir ciudadanos oportunistas y deshonestos. Una reforma fiscal que quiera ser eficiente y justa debe confiar en primer lugar en los ciudadanos honrados y virtuosos que, no lo debemos olvidar en estos tiempos difíciles, son siempre la inmensa mayoría de la población, también en Italia, ya que si fuese cierto lo contrario, la vida en común implosionaría en una sola mañana. Así pues, lo que hay que activar para la reforma fiscal es la base sana de todo un pueblo, con señales creíbles de confianza, aprecio y reconocimiento. El mayor fracaso de una reforma fiscal sería malear aún más las relaciones entre los ciudadanos, hacerles que vean a sus compañeros y a sus vecinos como deshonestos y potenciales evasores y no como valiosos aliados en la común construcción de la ciudad.
Escuchar a los jóvenes, elegir bien 10 años perdidos para la Tobin TaxTodos los artículos de Luigino Bruni publicados en Avvenire se encuentran en el menú Editoriales Avvenire
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Premiar a los honrados
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 28/08/2011
Para los profesores, los exámenes escritos son una triste liturgia de búsqueda de papelitos ocultos y de los trucos de última generación para intentar superar la prueba sin estudiar. Cuando llega un curso particularmente dado a estas prácticas deshonestas, la primera reacción del claustro de profesores es natural que consista en aumentar los controles y endurecer las sanciones. Yo también he caído en esta tentación, pero he aprendido que el principal efecto que se obtiene, si no el único, es un doble fracaso: en las aulas se crea un ambiente policial, los estudiantes trabajan mal y los “profesionales de la copia” siempre encuentran un sistema más sofisticado para eludir el control y el estudiante medio, por su parte, cae en las redes de los controles, más tupidas que antes, puesto que una inocente mirada al compañero de pupitre puede ser objeto de sanción.
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Mucho futuro y mucho presente. Tal vez haya llegado la hora de las cuotas juveniles
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 23/08/2011
Era impresionante ver estos días el fuerte contraste entre lo que acontecía en la JMJ de Madrid y las turbulencias, incertidumbres y temores de los mercados y de la política. El escenario era el mismo: Europa y el mundo, pero ¡qué distintos los sentimientos, el entusiasmo, el ambiente, los colores, la alegría…!. Por una parte se celebraba la debilidad de la política, los superpoderes de los poderosos de las finanzas, la falta de crecimiento y desarrollo, el gran endeudamiento fruto también de la falta de esperanza y de confianza. Por la otra se celebraba festivamente la vida, la esperanza-fe-confianza (fides), el entusiasmo y la alegría de vivir. En realidad esos jóvenes y esta Iglesia no viven en otro planeta, no están menos preocupados e involucrados en las vicisitudes económico-financieras de estos tiempos difíciles. Lo que sí es profundamente distinto es “la mirada”, el punto de vista desde el que vemos la realidad.
[fulltext] =>Los jóvenes, en contra de lo que muchas veces se dice (con un poco de paternalismo), no son solamente el futuro de nuestra sociedad. Sobre todo son una forma distinta de vivir e interpretar el presente, el hoy, la historia. Los jóvenes son una perspectiva sobre el mundo, tienen ojos capaces de ver cosas distintas de quienes ya no son jóvenes o no han llegado todavía. Los jóvenes han estado al frente de los más importantes movimientos de cambio de época: jóvenes eran los padres del “risorgimento” y los protagonistas del 68 y jóvenes han sido los millones de ciudadanos que desde hace treinta años con las JMJ están cambiando el mundo a su manera.
Hoy existe una gran “cuestión juvenil” a nivel mundial, que es también una de las causas de la crisis, ética además de económica, que estamos viviendo. Los jóvenes se quedan fuera del mundo del trabajo (cada vez es más frecuente encontrar trabajo cuando ya se ha dejado de ser joven), sino que además están fuera de los lugares que cuentan, de los lugares de la economía, de la política y de las instituciones, hasta tal punto que hemos tenido que inventar asociaciones de jóvenes empresarios, de jóvenes industriales, las juventudes de los partidos… como haciendo ver que la economía y la política normales son asuntos de viejos. Les estamos cargando con una deuda pública que no es sostenible, estamos depredando el medio ambiente, pero sobre todo, con nuestro cinismo, les estamos privando de la esperanza, que es la gasolina que alimenta la vida, sobre todo en la juventud.
Hemos establecido (¡por fin!) cuotas femeninas en los Consejos de Administración de las grandes empresas, entre otras cosas porque nos hemos dado cuenta, con los datos en la mano, que en las empresas donde actúa el genio femenino no sólo hay más humanidad sino también más eficiencia y más riqueza. ¿Cuándo instituiremos “cuotas juveniles” en las empresas, en la economía y en la política? Los jóvenes aportan entusiasmo, gratuidad, profecía, valentía, todos ellos alimentos esenciales para cualquier sociedad buena y cuando faltan se oscurece y se nubla todo. Ciertamente, en una sociedad decente no deberían ser necesarias ni las cuotas femeninas ni las cuotas juveniles, pero hoy en Italia y en buena parte del viejo occidente, todavía estamos lejos de esta decencia y este tipo de mecanismos artificiales podrían resultar útiles para la democracia y el desarrollo.
La economía es parte de la vida y por ello tiene todos sus vicios pero también todas sus virtudes y pasiones. Por eso ni la economía ni la sociedad funcionan sin el protagonismo de los jóvenes. Tal vez sea este uno de los mensajes de lo ocurrido estos días en Madrid.
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Mucho futuro y mucho presente. Tal vez haya llegado la hora de las cuotas juveniles
por Luigino Bruni
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Escuchar a los jóvenes, elegir bien
10 años perdidos para la Tobin Tax
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 19/08/2011
La Tobin Tax no es una idea nueva, pero es una idea significativa y relevante cuyo único defecto es que llega tarde. Pero también en este caso se puede aplicar el antiguo proverbio africano: “El mejor momento para plantar un árbol era hace veinte años, pero si no lo hiciste, el momento mejor es ahora”.
Alrededor del año 2000 se desencadenó una fase dinámica en el debate sobre este impuesto, dentro del movimiento juvenil que arrancó en Johannesburgo y culminó en Génova en julio de 2001. Dos meses después de los tristes acontecimientos de Génova, se produjo el atentado a las Torres Gemelas, que desvió por completo la atención de la opinión pública internacional y de la política, pasando de la Tobin Tax y del gobierno de la globalización financiera al terrorismo y a las guerras. Así comenzó un periodo de “distracción” de los temas de la especulación financiera, del que nos despertamos trágicamente con la crisis del 2008, cuando nos dimos cuenta de que durante nuestra distracción global en realidad las finanzas especulativas sin reglas ni controles habían crecido y se habían hecho hipertróficas, hasta llegar al borde del abismo.
[fulltext] =>Así pues, la primera lección que debemos aprender de la historia de estos últimos años es inmediata pero importante: cuando los jóvenes protestan juntos, en gran número y a escala mundial, muchas veces detrás de esa protesta, tal vez desorganizada y mal articulada, se esconde una pregunta importante a la que hay que prestar oídos más allá de que las respuestas sean parciales o erróneas. Si hubiéramos escuchado, comprendido y asumido las demandas que aquellos jóvenes lanzaban al mundo de la economía y de las finanzas de finales de siglo, es decir un gobierno más atento a las nuevas dinámicas de la globalización de los mercados financieros, tal vez la grave crisis que nos sigue afectando pudiera haberse evitado.
Pero para entender el significado y la finalidad de una tasa propuesta en su tiempo por el premio Nobel James Tobin (uno de los mayores investigadores de las finanzas de todos los tiempos; este es un dato que debería decirnos algo), puede ser de utilidad recordar cuáles son las tres funciones principales de las tasas (o de los impuestos) en las democracias modernas.
La primera es la más evidente y menos controvertida desde el punto de vista ideológico: la financiación y la construcción de bienes públicos. Esta primera función de los impuestos no exige necesariamente altruismo ni virtudes cívicas especiales, sino únicamente la confianza y la esperanza en que la gran mayoría de los demás conciudadanos no sean evasores (una confianza que hoy en Italia podría llamarse también virtud), pero es esencialmente un costo coordinado para producir bienes que requieren la contribución de todos (seguridad, infraestructuras…).
La segunda función es clásica: la redistribución de la renta. Los impuestos se convierten en instrumentos de solidaridad y fraternidad social y dicen con los hechos que un pueblo es también una comunidad con un bien común que hay que garantizar y salvaguardar, y pueden apoyarse también en una forma de racionalidad auto-interesada (como nos ha explicado el filósofo J. Rawls), como cuando pensamos que las personas desfavorecidas de mañana podríamos ser nosotros o nuestros hijos.
La tercera función, la más olvidada, es incentivar los bienes llamados “meritorios” (de mérito) y desincentivar los bienes “demeritorios”. Se gravan con menos impuestos los bienes considerados útiles para el bien común (cultura, educación...) y con más impuestos los bienes que en realidad son “males” (tabaco, alcoholes...). En este último caso, los impuestos desempeñan la función de orientar el consumo de la gente hacia sectores éticamente sensibles, donde entran en juego valores de interés colectivo.
Normalmente los impuestos desempeñan alguna de estas tres funciones y es muy raro que se den todas juntas. La Tobin Tax es precisamente uno de ellos. En efecto, contribuir a dar orden y estabilidad a los mercados financieros significa hoy generar una especie de bien público de gran valor incluso económico. El efecto redistributivo es evidente, si se utilizan, como parece obvio, los ingresos para construir infraestructuras, sanidad y educación en los países en vías de desarrollo. Por su parte, la especulación financiera presenta aspectos de bien demeritorio, ya que los sujetos privados descargan en el sistema los riesgos excesivos que estos instrumentos originan, creando las típicas “tragedias de los bienes colectivos”.El reto crucial consiste en adoptar un impuesto parecido, a un nivel lo más global posible, ya que el ámbito de las finanzas es el mundo y, como ya se ha dicho en otras intervenciones, la normativa sólo puede ser global si quiere ser eficaz y no desviar recursos a otros mercados. Además es necesario asociar la aplicación del impuesto con una seria lucha contra el escándalo de los paraísos fiscales, una realidad que nos costará mucho explicar a nuestros hijos sin enrojecer de vergüenza.
Pero aunque únicamente la adoptara Europa, estoy convencido de que la Tobin Tax representaría una gran señal de civilización, que no sólo favorecería a la sociedad civil sino también a los propios mercados, que necesitan democracia y reglas para durar en el tiempo. Europa ha sido la patria de la economía moderna y de las finanzas, ha sido capaz de inventar estas instituciones y estos instrumentos que la han hecho grande y que han hecho posible el desarrollo y la democracia para millones de personas, faro para la humanidad de los últimos siglos. Hoy Europa está en una encrucijada: seguir la lógica del corto plazo y los intereses de los poderes fuertes, sin tocar el status quo del mercado financiero que no es libre sino rehén de los grandes fondos; o dar una señal de civilización con una decisión valiente en línea con su gran historia y con sus profundas y todavía vivas raíces humanistas y cristianas.
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Europa, hoy en una encrucijada, debe encontrar el camino
Escuchar a los jóvenes, elegir bien
10 años perdidos para la Tobin Tax
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 19/08/2011
La Tobin Tax no es una idea nueva, pero es una idea significativa y relevante cuyo único defecto es que llega tarde. Pero también en este caso se puede aplicar el antiguo proverbio africano: “El mejor momento para plantar un árbol era hace veinte años, pero si no lo hiciste, el momento mejor es ahora”.
Alrededor del año 2000 se desencadenó una fase dinámica en el debate sobre este impuesto, dentro del movimiento juvenil que arrancó en Johannesburgo y culminó en Génova en julio de 2001. Dos meses después de los tristes acontecimientos de Génova, se produjo el atentado a las Torres Gemelas, que desvió por completo la atención de la opinión pública internacional y de la política, pasando de la Tobin Tax y del gobierno de la globalización financiera al terrorismo y a las guerras. Así comenzó un periodo de “distracción” de los temas de la especulación financiera, del que nos despertamos trágicamente con la crisis del 2008, cuando nos dimos cuenta de que durante nuestra distracción global en realidad las finanzas especulativas sin reglas ni controles habían crecido y se habían hecho hipertróficas, hasta llegar al borde del abismo.
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Un camino largo y bueno
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 12/08/2011
Detrás de la crisis que estamos atravesando hay sobre todo una grave crisis de confianza. Ya no sabemos dónde encontrar inversiones fiables y vendemos títulos a cambio de liquidez (o de oro u otros bienes refugio). Hoy es más cierto que nunca que crédito viene de “creer”, de fiarse. El gran economista inglés J. M. Keynes en 1936 describió sustancialmente lo que está ocurriendo ahora: un fenómeno que depende poco de sofisticados instrumentos financieros y mucho de sencillos mecanismos psicológicos. Hemos caído en la «trampa de las expectativas negativas», una situación en la cual, por una grave crisis de confianza (en este caso en la deuda pública de los estados “soberanos”), los operadores sienten una fortísima preferencia por la liquidez y una gran desconfianza hacia los títulos financieros. Cuando se cae en estas trampas, la única política eficaz consiste en volver a crear la confianza que falta, en generar expectativas positivas. El sistema económico capitalista no cuenta – esto es lo más importante – con los recursos antropológicos y éticos, antes aún que técnicos, para poder relanzar estas expectativas, porque faltan perspectivas culturales que estén a la altura de los retos que se plantean.
[fulltext] =>En los momentos de crisis, la memoria siempre es un recurso importante para imaginar y trazar escenarios de esperanza. La palabra confianza viene del latín fides, que significa a la vez confianza, fiabilidad, vínculo (cuerda) y fe religiosa. Me fío de ti, te doy crédito (eres creíble), porque compartimos la misma fides, la fe que era la principal garantía de fiabilidad y de devolución del préstamo, sobre todo cuando se intercambiaba con forasteros. Sobre esta fides-confianza-fiabilidad-credibilidad-vínculo-fe nació el primer mercado único europeo entre el siglo XIV y la Modernidad. Con la reforma protestante esta fides entró en crisis, la cuerda se rompió (la fides cristiana dejó de ser suficiente para el comercio y para la paz) y Europa encontró entonces nuevas formas de confianza para poder sostener los mercados nacientes. En el siglo XVII es cuando nacen los bancos centrales y las bolsas de valores, que se convierten en las nuevas garantías “laicas” del nuevo mercado sin-fides. En paralelo con estas nuevas instituciones económicas surgen también los estados nacionales, que se convierten en los nuevos “lugares de la confianza”, las grandes garantías para los mercados y las monedas, como lo fueron las ciudades en la Edad Media. Este breve excurso histórico sirve para decir que la economía moderna laica nace de una relación muy estrecha entre la economía y la política nacional, entre las finanzas y los estados-nación. Detrás de los intercambios y de las finanzas estaban los estados, los pueblos, las comunidades nacionales, los territorios, la pertenencia. También la democracia política y económica que conocemos se basa en mercados e instituciones económicas sustancialmente nacionales. Este capitalismo nacional, en sus dos grandes versiones anglosajona y europea, ha estado vigente hasta hace unas pocas décadas, cuando entramos cada vez con mayor aceleración en la era de la globalización y del capitalismo financiero.
Esta crisis nos dice que todavía no sabemos comprender ni gobernar el capitalismo globalizado, porque mientras que la economía y las finanzas han cambiado radicalmente, la política y sus instrumentos siguen siendo los del primer capitalismo, incluida la creación sin controles ni garantías de enormes deudas públicas, expresión de la vieja idea de soberanía y señorío de los estados-nación. Por no hablar del tema fiscal: para combatir seriamente la evasión fiscal deberíamos reconocer por lo menos que existe una importante y gran “cuestión fiscal” y de justicia que se juega en los mercados financieros globales, donde se crean enormes ganancias y rentas que de hecho escapan a los sistemas fiscales, demasiado anclados todavía en la dimensión nacional que, como mucho, puedne recurrir ex post al peligroso e inmoral truco de la condonación.
En Europa, el euro está en crisis profunda porque todavía no hemos encontrado una relación entre el euro y Europa. Sigue habiendo un efecto de credibilidad de cada país (no será casualidad que Piazza Affari [sede de la Bolsa de Milán] sea casi siempre la peor), pero no es decisivo para entender y afrontar la crisis. Basta observar lo inadecuadas que han sido las garantías ofrecidas por los Estados Unidos de Obama, ya que lo que realmente haría falta es una política a medida de la globalización, una política que aún no existe ni tampoco se deja entrever. Haría falta un nuevo Bretton Woods mundial, para dar vida a una economía de mercado post-capitalista, donde las finanzas estén reguladas y paguen impuestos igual (o tal vez más) que todas las actividades que producen rentas, donde se creen autoridades independientes de control de las deudas públicas, donde se regule también el gobierno de las grandes empresas multinacionales (algunas de ellas hoy más ricas e influyentes que muchos pequeños estados-nación), y mucho más. Por eso, lo que nos jugamos en esta crisis es la nueva economía de mercado en la era de la globalización, que deberá ser distinta de la que hemos conocido hasta ahora. La economía financiera globalizada necesita confianza pero, como ocurre con la energía, ésta se consume sin que seamos capaces de regenerarla, porque sus instrumentos crean reputación (que es un bien más de mercado), que tiende a desplazar la confianza (que es, en cambio, un bien relacional).
Lo que a fecha de hoy está fuera de dudas es que la vieja política basada en los gobiernos nacionales, en el equilibrio de los partidos y en la soberanía, ya no funciona. No sabemos qué es lo que surgirá de este fracaso. Únicamente podemos prever algunos años de fragilidad, de riesgo sistémico y de incertidumbre, que implicarán sacrificios para todos, esperemos que repartidos con un poco de justicia. Pero sobre todo debemos relanzar la esperanza, que es la gran virtud para todos los tiempos de crisis y el terreno fértil en el cual puede volver a florecer también la confianza.Todos los artículos de Luigino Bruni publicados en Avvenire se encuentran en el menú Editoriales Avvenire
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Comentarios – Para recuperar la confianza (y su sentido). Por un nuevo mercado, justo.
Un camino largo y bueno
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 12/08/2011
Detrás de la crisis que estamos atravesando hay sobre todo una grave crisis de confianza. Ya no sabemos dónde encontrar inversiones fiables y vendemos títulos a cambio de liquidez (o de oro u otros bienes refugio). Hoy es más cierto que nunca que crédito viene de “creer”, de fiarse. El gran economista inglés J. M. Keynes en 1936 describió sustancialmente lo que está ocurriendo ahora: un fenómeno que depende poco de sofisticados instrumentos financieros y mucho de sencillos mecanismos psicológicos. Hemos caído en la «trampa de las expectativas negativas», una situación en la cual, por una grave crisis de confianza (en este caso en la deuda pública de los estados “soberanos”), los operadores sienten una fortísima preferencia por la liquidez y una gran desconfianza hacia los títulos financieros. Cuando se cae en estas trampas, la única política eficaz consiste en volver a crear la confianza que falta, en generar expectativas positivas. El sistema económico capitalista no cuenta – esto es lo más importante – con los recursos antropológicos y éticos, antes aún que técnicos, para poder relanzar estas expectativas, porque faltan perspectivas culturales que estén a la altura de los retos que se plantean.
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El abrazo mortal
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 7/08/2011
La esperada rebaja de la calificación de los Estados Unidos por parte de Standard & Poor’s, de AAA ad AA+ (por primera vez en la historia), añade una nueva tesela al mosaico que se está componiendo estos días. Todavía no tenemos una idea clara de lo que le está ocurriendo a nuestro sistema económico, pero lo que sí podemos intuir es que nos encontramos ante la más grave crisis del sistema capitalista, una crisis que comenzó en otoño de 2008 y se encuentra en pleno desarrollo, sin que sepamos cuándo y cómo terminará, si es que termina.
El crac de otoño de 2008 nos reveló una primera novedad: que ya no era posible separar la economía real de las finanzas, puesto que en la era de la globalización la economía real es también financiera y una crisis en los mercados financieros se convierte inmediatamente en una crisis real (paro, PIB) y viceversa. Por eso esta crisis implica también un fracaso de la ciencia económica y un fracaso nuestro, de los economistas (incluidos los consejeros de Obama), que usamos instrumentos obsoletos para descibir el mundo y sugerir recetas.
[fulltext] =>Pero el temporal de estos días nos trae otra novedad: ya no es posible separa la economía de la geopolítica ni de las políticas de cada uno de los estados. Entre la caída de los mercados financieros, los problemas políticos de Obama, las vicisitudes del gobierno italiano y la debilidad del sistema político europeo existe una relación tan estrecha que ya no es posible saber dónde termina el Mercado y dónde comienza la Política. Sólo conseguiremos salir de esta crisis, que marca una época, si sabemos ver conjuntamente y de manera sistémica las finanzas, la economía y la politica, con una mirada global, pero sin perder de vista la dimenión regional (véase Grecia). Las finanzas han crecido como una buena planta que, cuando le faltan cuidados y la necesaria poda, termina por invadir el jardín entero.
Hoy el volumen anual de los títulos que se intercambian en los mercados financieros supera con creces (entre 8 y 10 veces) la cifra del PIB mundial, un volumen que durante los últimos 15 años ha aumentado más de 40 veces. Deberíamos preguntarnos, también los expertos, cómo es que hemos asistido inertes a este crecimiento hipertrófico y elefantiásico de las finanzas especulativas, sin pararnos de vez en cuando a valorar, a distintos niveles (económico, político, civil, ético) si el camino que iniciamos en los años 90 no nos conduciría por senderos impracticables y muy peligrosos.
Esta hipertrofia financiera se funde en un abrazo mortal con la desorbitada deuda, privada y pública, de la economía mundial económicamente avanzada. No debemos cansarnos nunca de repetir que el problema de esta crisis es el excesivo endeudamiento privado (en 1998) y público (ahora), debido a las grandes operaciones de salvamento de bancos y a la financiación de carísimas guerras.
Si no reducimos el endeudamiento medio de Occidente (y de Japón, también enfermo) no saldremos de esta crisis. Entre otras cosas, porque en estos días en los que todo el mundo habla de crecimiento debemos tener muy en cuenta que la economía capitalista ha crecido mucho y mal durante estos últimos veinte años (gracias también a las innovaciones financieras), con graves consecuencias medioambientales y sociales: las tasas de crecimiento de los años anteriores a 2008 no se pueden volver a plantear, tanto por razones económicas (falta de demanda) como sobre todo por razones medioambientales y éticas. En caso contrario, cometeremos el error de quienes descubren que tienen diabetes y para curarla intentan aumentar un poco la actividad física, pero siguen comiendo dulces como antes del diagnóstico. Para curarse seriamente hay que cambiar globalmente el estilo de vida, haciendo sacrificios, una palabra antigua e impopular pero que sigue siendo crucial cuando la historia se pone seria.
Las crisis, individuales y colectivas, siempre son ambivalentes: podemos salir de ellas siendo peores o siendo mejores; el resultado depende sobre todo de nosotros y de nuestra visión del mundo. Un error mortal que hay que evitar durante las crisis es no tomarse en serio las señales que nos llegan de fuera. No hay que demonizar a los mercados financieros. Nos enseñan algo importante. En primer lugar que todos hemos infravalorado las crisis de estados como Grecia, Portugal e Irlanda. Las crisis financieras estructurales y globales son algo muy serio, aunque afecten a estados pequeños, ya que puede ser un niño quien señale que el rey (el euro) está desnudo.
Una segunda señal o mensaje que nos llega de esta crisis es la urgencia de realizar reformas serias y profundas, sobre todo en pensiones y en la reducción del despilfarro de la administración pública, reformas que requieren una unidad política nacional que aún no se ve más allá de las diversidades partidistas. Esta falta de responsabilidad es grave, porque el momento que estamos viviendo es tal vez el más grave desde la época del terrorismo. Finalmente, esta crisis será una felix culpa si nos hace dar vida a una economía de mercado que supere el capitalismo hiperfinanciero que hemos creado, ya que estamos pagando el aumento de bienestar económico con la moneda de la fragilidad y la inseguridad de todos pero, de manera especial, de los más débiles (ya sean personas o estados).
Por eso debemos seguir todos con mucha atención y responsabilidad lo que acontece estos días. Lo que está en juego no es únicamente la suerte del mercado financiero y de los poseedores de títulos, sino la calidad de la economía de mercado que surja de esta crisis y por ello la calidad de la libertad, de los derechos y de la democracia.
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El abrazo mortal
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 7/08/2011
La esperada rebaja de la calificación de los Estados Unidos por parte de Standard & Poor’s, de AAA ad AA+ (por primera vez en la historia), añade una nueva tesela al mosaico que se está componiendo estos días. Todavía no tenemos una idea clara de lo que le está ocurriendo a nuestro sistema económico, pero lo que sí podemos intuir es que nos encontramos ante la más grave crisis del sistema capitalista, una crisis que comenzó en otoño de 2008 y se encuentra en pleno desarrollo, sin que sepamos cuándo y cómo terminará, si es que termina.
El crac de otoño de 2008 nos reveló una primera novedad: que ya no era posible separar la economía real de las finanzas, puesto que en la era de la globalización la economía real es también financiera y una crisis en los mercados financieros se convierte inmediatamente en una crisis real (paro, PIB) y viceversa. Por eso esta crisis implica también un fracaso de la ciencia económica y un fracaso nuestro, de los economistas (incluidos los consejeros de Obama), que usamos instrumentos obsoletos para descibir el mundo y sugerir recetas.
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Las vacas de las finanzas y nosotros
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 2/08/2011
Con el empobrecimiento de la clase media, se disuelve el vínculo social que, entre otras cosas, se basa en la igualdad económica percibida.
El acuerdo alcanzado en EE.UU. sobre la deuda pública no nos debe eximir de reflexionar profundamente sobre el excesivo endeudamiento de la economía norteamericana y del sistema capitalista. La gran operación de salvamento de los bancos en 2009 esencialmente trasladó deuda del sector privado al sector público, sin resolver las verdaderas causas del problema, que se encuentran en una clase media norteamericana y mundial que se está empobreciendo y endeudando progresivamente. Detrás de la enorme deuda pública hay un problema de desigualdad en la distribución de la renta, que se está convirtiendo en una cuestión crucial para nuestro sistema económico capitalista.
[fulltext] =>En otoño de 2008, cuando la crisis estaba a punto de estallar, la cuota del PIB en manos del 1% más rico de la población estadounidense alcanzó su pico más alto, exactamente igual que en 1928, en los albores del hundimiento de Wall Street, como nos recuerda Robert Reich en su último y útil libro (Aftershock, Fazi, 2011). Cuando la clase media se empobrece en relación con la clase rica, tiende a endeudarse demasiado, porque además, a diferencia de lo que ocurría en 1929, hoy el sistema financiero propone y promete recetas mágicas para mantener o aumentar, con la deuda, el nivel de consumo.
En décadas pasadas, la actitud con respecto a la desigualdad era ambivalente: una parte de la opinión pública y de los expertos la veía como un fenómeno esencialmente transitorio, un precio que había que pagar únicamente en las fases iniciales del desarrollo económico, como metafóricamente explicaba Albert Hirschman con la imagen del túnel: cuando estamos parados en un túnel debido a un obstáculo, si la fila de al lado empieza a moverse, puedo deducir que también la mía se desbloqueará pronto. Así pues, la desigualdad debería tener la forma de una U invertida, creciendo al principio y disminuyendo después en las fases maduras del capitalismo.
La historia reciente de Occidente nos dice que en los últimos 25 años la desigualdad ha vuelto a aumentar. ¿Cómo puede ser? ¿Los economistas han errado sus previsiones? En realidad, ha aparecido un factor inédito que es la naturaleza financiera del último capitalismo, que pone en crisis la teoría o ideología misma del libre mercado. Cuando el timón del sistema económico (y político) pasa a manos de las finanzas especulativas (en este caso el adjetivo es importante, ya que no todas las finanzas son iguales), entran en crisis algunos de los pilares del liberalismo, como la capacidad del mercado para asegurar el crecimiento económico. Esto es así al menos por tres razones.
La primera está relacionada con el tipo de riqueza que se crea con la especulación financiera. La regla de oro de la economía de mercado “normal” (cuando las finanzas son subsidiarias de la economía real) es la ventaja mutua de los sujetos que participan en el intercambio; cuando, por el contrario, aparecen las finanzas especulativas muchas veces la regla es el ‘juego de suma cero’ como en el póker: cuando uno gana los demás pierden.
Eso quiere decir que buena parte de las finanzas de última generación más que crear nueva riqueza la desplazan (sobre todo jugando con el tiempo) de algunos sujetos a otros. En segundo lugar, en buena parte de las finanzas especulativas (no en todas) lo que ocurre sistemáticamente, sin que nadie lo condene ni se escandalice, es lo que hemos visto recientemente en las apuestas deportivas: algunos jugadores (grandes fondos) apuestan por el resultado de los partidos (valor futuro de los títulos) y después juegan de forma que sus previsiones (apuestas) se cumplan. La tercera razón tiene que ver directamente con la desigualdad. El capitalismo turbo-financiero naturalmente produce mucha desigualdad porque, gracias a la globalización de la tecnología y de la fuerza de trabajo, paga cada vez menos a los trabajadores con competencias medias (obreros, empleados, cuidadores, trabajadores de los servicios), es decir a gran parte de la clase media, mientras que paga muy bien a unos pocos super-especialistas (técnicos y directivos) capaces de hacer crecer exponencialmente los beneficios de las finanzas.
Pero – este es el punto crucial – en un sistema económico en el que se enriquecen sólo unos pocos y se empobrece la clase media, es decir la inmensa mayoría de la población (por no hablar de los verdaderos pobres, que es un tema todavía más crucial), el vínculo social, que se basa, entre otras cosas, en la igualdad económica percibida, corre peligro de disolverse, esencialmente por falta de “demanda” (no sólo de equidad). En efecto, el aumento de renta en las clases medias y pobres inmediatamente se traduce en un mayor consumo y en PIB, mientras que cuando aumenta la renta de quienes ya tiene mucha, los efectos sobre el consumo y el crecimiento son muy inferiores. Además, nos estamos dando cuenta de que cuando los trabajadores se empobrecen con respecto a otros grupos sociales, la desigualdad se convierte directamente en un factor de crecimiento (o de recesión). Ya no es suficiente la retórica de aumentar ‘el tamaño de la tarta’ antes de pensar en los trozos, ya que por una parte el aumento de la tarta puede ser sólo aparente y por otra el consumo excesivo y el derroche de los grandes comedores de tartas hace que se indigesten también los trozos cada vez más pequeños de los demás.
Si vemos con una cierta distancia nuestro sistema capitalista, la primera y fuerte impresión es que hemos crecido demasiado y mal. La crisis medioambiental es muy elocuente, pero también lo es esta creciente desigualdad, fruto de un ordeño excesivo de las vacas de las finanzas que hoy puede terminar matando de agotamiento a los animales. El instrumento para volver a equilibrar las relaciones económicas no se llama limosna ni filantropía, sino sistema fiscal. Por eso algunas propuestas fiscales que tratan de apoyar a la familia (como el “factor familia”), antes que propuestas éticas son exquisitamente económicas, porque si no se vuelve a equilibrar el pacto social no tendremos energía para relanzar el crecimiento, reducir la deuda pública y construir un sistema económico mejor. Por ello hago mías las palabras de esperanza con las que Reich concluye su discurso: “En los Estados Unidos, como en Italia, invertiremos el curso que hoy amenaza a nuestras economías y a nuestras democracias. Lo haremos, porque esta inversión interesa a todos, incluso a los que en nuestras sociedades poseen niveles enormes de poder y riqueza. … El reto es nuestro y de nuestros hijos. Es el reto económico más grande que tenemos delante”.
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Clase media y crisis del capitalismo
Las vacas de las finanzas y nosotros
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 2/08/2011
Con el empobrecimiento de la clase media, se disuelve el vínculo social que, entre otras cosas, se basa en la igualdad económica percibida.
El acuerdo alcanzado en EE.UU. sobre la deuda pública no nos debe eximir de reflexionar profundamente sobre el excesivo endeudamiento de la economía norteamericana y del sistema capitalista. La gran operación de salvamento de los bancos en 2009 esencialmente trasladó deuda del sector privado al sector público, sin resolver las verdaderas causas del problema, que se encuentran en una clase media norteamericana y mundial que se está empobreciendo y endeudando progresivamente. Detrás de la enorme deuda pública hay un problema de desigualdad en la distribución de la renta, que se está convirtiendo en una cuestión crucial para nuestro sistema económico capitalista.
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Un jubileo para Italia
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 24/07/2011
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En estos días saltan las alarmas por los ataques especulativos, alternándose con otras señales de distensión y optimismo. Realmente, debemos ser conscientes de que la situación es grave y prepararnos, como país y como Europa, para afrontar una etapa que podría resultar más difícil y larga que la de otoño de 2009. En efecto, la crisis que estamos viviendo estos días es mucho más que un fenómeno de contagio (de las crisis griega y portuguesa). Es una crisis debida a la fragilidad estructural de Italia y de Europa. El enfermo está grave. No es todavía una enfermedad mortal, pero tampoco una simple gripe. Es un segundo mini infarto que, a menos que se produzca un cambio de estilo de vida, puede acarrear consecuencias fatales.Durante el intervalo entre ambas crisis, el paciente “Italia” se ha seguido comportando prácticamente igual que antes, con la única excepción de algún paseo vespertino o algunas píldoras, pero sin ninguna señal fuerte de que se haya invertido la tendencia..
Hay que considerar al menos tres elementos para llegar a un diagnóstico y a una posible terapia. El primer elemento para un correcto diagnóstico tiene que ver con la demografía. Nunca entenderemos bien lo que está ocurriendo si no partimos de un dato estructural y de largo plazo: en Italia, al igual o incluso más que en otros países europeos, se ha reducido drásticamente en los últimos años la relación entre la población activa y el número de jubilados, en paralelo con un fuerte incremento de la esperanza de vida.
Toda la organización del estado social se basaba en una esperanza de vida mucho menor (y en un mayor número de jóvenes trabajadores), que permitía a las generaciones jóvenes mantener el gasto en pensiones. Además, la familia, que ha constituido el verdadero centro de nuestro estado social (mucho más que el estado o el mercado), ya no logra realizar sus funciones de cuidado y asistencia. Así pues, si no hacemos pronto no sólo una reforma de las pensiones, sino un nuevo pacto intergeneracional, la deuda pública no podrá reducirse.
La deuda pública es precisamente el segundo elemento del diagnóstico. La especulación golpea a Italia porque su enorme deuda pública hace que sea indispensable suscribir periódicamente títulos estatales para evitar la quiebra. Eso provoca, en unos momentos en los que también la política es frágil, que se demande una rentabilidad cada vez mayor para nuestros títulos. La deuda pública es la verdadera espada de Damocles de la crisis de estos días.
El tercer elemento hace referencia a Europa, es decir a la ausencia de una realidad política detrás del euro. El proyecto de los padres fundadores de Europa era sobre todo un proyecto político. La historia nos dice que una moneda es fuerte cuando está sostenida por un poder político (del que es expresión). Las incertidumbres en la gestión de la crisis griega son una señal importante. Nos dicen que no hay mucho más que intereses económicos en esta Europa del euro. Las fuerzas de los mercados financieros lo saben y golpean por los flancos más débiles. Sin un nuevo pacto político, sin una constitución europea y sin instituciones fuertes (y ágiles, hay que reducir también el costo de la burocracia europea), el euro no durará mucho.
La terapia que todos proponen consiste en relanzar el crecimiento económico. Pero hay que recordar que el insuficiente crecimiento económico es también consecuencia de los dos primeros elementos, es decir de un país envejecido y endeudado que no encuentra recursos para crecer. El crecimiento económico necesita muchos ingredientes, todos ellos co-esenciales: inversiones públicas (sobre todo en educación e investigación), creatividad, innovación y sobre todo entusiasmo y pasión por parte de los ciudadanos. En Italia hoy faltan ciertamente recursos para las inversiones públicas, pero falta aún más el entusiasmo y el deseo de vivir. Para comprender en qué consiste este entusiasmo, basta dar una vuelta por Asia, Oriente Medio o Africa. En mi último viaje a Kenia, más que la miseria material, me impresionó ver jóvenes estudiando por la noche amontonados bajo las farolas de las calles. Es el hambre de vida y de futuro la que mañana podrá vencer el hambre de comida y crear desarrollo y bienestar. Si Italia y Europa no encuentran ya este entusiasmo, no habrá ley de presupuestos que pueda relanzar el crecimiento, porque, entre otras cosas, nuestros políticos y la opinión pública sistemáticamente olvida la mayor lección de las ciencias sociales del siglo XX: el crecimiento y el desarrollo de un país no dependen principalmente de la acción de los gobiernos sino de los comportamientos diarios de millones de ciudadanos, cada uno de los cuales posee un fragmento de información y de conocimiento relevante para las acciones sociales y económicas.
Es cierto que también el gobierno y las instituciones son agentes económicos (que pueden y deben hacer su parte co-esencial), pero tienen mucho menos poder de lo que creen y nos cuentan cada día (entre otras cosas, para justificar su presencia y su coste). La solución a la crisis económica se encuentra fuera de la esfera económica: se encuentra en la vida civil, en los deseos y en las pasiones de la gente, que son los pozos de los que se nutre también la vida económica. Nadie va a trabajar cada mañana para reducir la deuda pública, sino para hacer realidad proyectos, sueños. También somos capaces de hacer grandes sacrificios, pero sólo si detrás de ellos intuimos que hay un proyecto colectivo grande, capaz de mover los corazones a la acción, de encender el entusiasmo. Hemos sabido hacerlo en muchos momentos del pasado, incluso reciente. ¿Por qué ahora no? Pero es necesario que cada uno de nosotros use bien ese trozo de conocimiento y de poder sobre la realidad de que dispone, comercie bien con sus talentos, se comprometa más y mejor. Pero para que este juego funcione hacen falta ritos y liturgias públicas, la fuerza de los símbolos, del arte y de la belleza, gestos solemnes y colectivos. En particular estoy convencido de que hoy es urgente organizar una especie de jubileo, en el sentido bíblico del término: una época de perdón recíproco, de reconciliación y de paz, para olvidar las maldades y los envenenamientos recíprocos de que hemos sido capaces en estos 20 años, tanto en la clase política como en el conjunto del país, y mirar juntos hacia delante. Hoy Italia se encuentra en un estado social muy parecido a la «guerra de todos contra todos» de la que hablaba Hobbes. Puede que no salgamos de él y continúe el declive civil y económico. También podemos salir creando un Leviatán, el cocodrilo monstruoso que también forma parte de la historia y del ADN de los italianos. Pero podemos salir de esta trampa de pobreza social y económica relanzando una nueva época de virtudes civiles y un nuevo pacto, el único terreno que ha generado y genera creatividad, entusiasmo y ganas de vivir, en el que florecerá también el crecimiento económico.
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Para entender y afrontar la crisis
Un jubileo para Italia
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 24/07/2011
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En estos días saltan las alarmas por los ataques especulativos, alternándose con otras señales de distensión y optimismo. Realmente, debemos ser conscientes de que la situación es grave y prepararnos, como país y como Europa, para afrontar una etapa que podría resultar más difícil y larga que la de otoño de 2009. En efecto, la crisis que estamos viviendo estos días es mucho más que un fenómeno de contagio (de las crisis griega y portuguesa). Es una crisis debida a la fragilidad estructural de Italia y de Europa. El enfermo está grave. No es todavía una enfermedad mortal, pero tampoco una simple gripe. Es un segundo mini infarto que, a menos que se produzca un cambio de estilo de vida, puede acarrear consecuencias fatales.
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publicado en Avvenire el 9/02/2011
Italia ha sido cuna de la tradición civil. Las abadías y los monasterios fueron los lugares donde se formó principalmente la cultura de la economía mercantil y de la participación, de la cual surgieron las innovaciones técnicas y contables, así como los estatutos de las ciudades libres de Italia.
La época comunal primero y el humanismo civil después, dieron vida a una gran eclosión de lo civil, retomando y desarrollando la cultura grecorromana de las virtudes civiles. En el siglo XVIII los temas civiles, de la felicidad pública y la economía tuvieron un gran desarrollo, haciendo de Italia una de las patrias de la ciencia económica moderna.
Esta tradición se mantuvo muy viva hasta el comienzo del Risorgimento, para conocer después un eclipse de más de un siglo que coincide además con la historia de la Italia unida.
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por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 9/02/2011
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publicado en Avvenire el 23/09/2010
Vuelve a hablarse, por fin, de gratuidad (véase la página de «Avvenire» del martes 21), en los debates públicos sobre economía e incluso en la ciencia económica.
No debería asombrar que la economía recupere el interés por la gratuidad. Pensemos que la palabra latina 'charitas', elegida por los cristianos para traducir la palabra griega 'agape', el amor gratuito, tenía un origen y un uso económicos. Significaba lo caro, lo que cuesta en el mercado. Este renovado interés está acompañado por un uso no siempre atento y fiel a la gran reflexión filosófica, espiritual y sobre todo humana (solo el ser humano la conoce) sobre la gratuidad. En mi opinión hay dos errores que se cometen con frecuencia cuando se habla de gratuidad. Antes que nada se la identifica con lo que se da 'gratis', a precio cero: «Paco trabaja gratuitamente», trabaja gratis, por lo que su salario es igual a cero. Sin embargo, por la gran tradición franciscana sabemos que la gratuidad tiene, en cierto sentido, un valor infinito.
[fulltext] =>Cuando Francisco enviaba a los frailes a dar el evangelio, les decía que no aceptaran dinero a cambio de la predicación. ¿Por qué? «Si tuvieran que pagaros haría falta todo el oro del mundo», cuenta la tradición. Y así aceptar una cantidad de dinero inferior a «todo el oro del mundo» hubiera significado «malvender» la gratuidad, hacer dumping relacional y espiritual.
De ahí viene la tradición franciscana de aceptar dones como respuesta de reciprocidad. Cuando hoy identificamos la gratuidad con lo gratis corremos el riesgo de borrar esta verdad fundamental y le hacemos un flaco favor tanto a la gratuidad (malvendida y despreciada) como al mercado. ¿Por qué también al mercado?
Vamos con el segundo error.Identificar la gratuidad con lo gratis (precio cero) ha comportado y comporta cada vez más, asociar el mercado, los contratos y los intercambios mercantiles con la no gratuidad. Si la gratuidad fuera lo gratis, cualquier realidad en la que existan precios y dinero dejaría de tener relación con la gratuidad. La gratuidad puede estar presente en el mercado bajo la forma de un descuento o un artículo promocional, (aunque en realidad son la ‘vacuna’ con la que nos inmunizamos de la auténtica gratuidad); o también puede aparecer 'después del mercado’, cuando el empresario, como cualquier ciudadano particular, hace una donación o constituye una fundación para vivir finalmente esa gratuidad ajena a la acción propiamente económica y empresarial. Podrían decirse muchas cosas sobre el surgimiento del modelo filantrópico americano que, como reacción al excesivo lazo entre gratuidad (charis) y mercado (las indulgencias), ha construido todo un sistema económico dicotómico, donde 'los negocios son los negocios' y los dones son algo totalmente privado y distinto de los negocios (hay que señalar que en los EE.UU. ni siquiera existe una palabra para nombrar la gratuidad; 'gratuity' no es más que la propia que se da a los camareros). En realidad el auténtico gran reto cultural de la gratuidad es concebirla, en línea con lo que dice la 'Caritas in veritate', como una dimensión fundante de cualquier experiencia humana, desde la familia hasta la empresa y desde la política hasta los contratos. Muchas experiencias de microcrédito, desde los franciscanos de la Edad Media hasta Yunus, han vivido extraordinarias experiencias de gratuidad liberando de la miseria y la exclusión a millones de personas, sin ningún regalo o prestación ‘gratuita’ (gratis), sino con contratos, con normas bien condicionadas, con una gratuidad acompañada por el deber. La gratuidad que hoy se le pide al sistema bancario no es la de los patrocinadores o la de las fundaciones bancarias, sino la que informa, o no informa, la normalidad del hacer banca, desde la responsabilidad hasta la transparencia. La gratuidad que importa verdaderamente no es la de ese 2% de los beneficios sino la del 98% restante. En caso contrario, la gratuidad se reduce al licor al final de la comida, o a un tapagujeros, a lo que sobra y que, al no ser debido, se convierte en no necesario y en superfluo.
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publicado en Avvenire el 23/09/2010
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por Luigino Bruni
publicado en la sección "Agorà", de Avvenire, el 5/02/2010
«La Italia hecha en casa» (Mondadori), de los economistas Alberto Alesina y Andrea Ichino, es un libro lleno de datos importantes, sobre los que está bien reflexionar pero tal vez para llegar a conclusiones distintas de las que proponen sus autores. La tesis del libro es que el retraso económico de Italia es principalmente un retraso cultural, a causa de nuestra tradición familiar que hace que gran parte de los trabajos domésticos y el cuidado de las personas sean realizados por mujeres que, por ello, trabajan demasiado poco ‘fuera de casa’, en el mercado.
[fulltext] =>La receta consiste, entonces, en bajar los impuestos sobre la renta del trabajo femenino para incentivar que las mujeres trabajen más. Es incuestionable que todavía hoy existe en Italia una significativa asimetría en las oportunidades de desarrollo profesional entre hombres y mujeres y que hacen falta intervenciones urgentes de tipo legislativo, económico y social que faciliten el trabajo femenino en el mercado, reequilibrando el peso relativo del trabajo doméstico. Desde este punto de vista, este libro puede desempeñar una importante función de cara a alimentar un debate cívico relevante. Pero la visión cultural que subyace en el libro considera los vínculos fuertes, sobre todo los de tipo familiar y comunitario, como el mayor fardo social de Italia y de la cultura mediterránea con respecto a los países nórdicos, más desarrollados económica y civilmente.
Hay algunas afirmaciones que tienden a rebajar esta tesis tan radical, pero la orientación general del trabajo es coherente con esta tesis: si somos capaces de abandonar el modelo italiano de familia para imitar el modelo social noruego o danés, nos convertiremos por fin en un país postmoderno, democrático, más rico y tal vez más feliz. Pero esta tesis no es convincente, no sólo porque esa gran felicidad ‘nórdica’ no existe, sino sobre todo por la ausencia de la idea de familia como sujeto colectivo. Para los autores, la familia es esencialmente una suma de individuos separados. No se ven las relaciones, sino los individuos. De ahí la crítica a la propuesta del ‘cociente familiar’ que permitiría que las rentas de los cónyuges tributaran como la media de una renta conjunta. «Si consideramos que la participación de la mujer en el trabajo es un objetivo importante para nuestro país, es evidente que el método del cociente familiar nos alejaría de este objetivo y por eso es preferible la tributación individual». La tributación individual ve a la pareja como un hombre y una mujer aislados; pero la familia es sobre todo un pacto que hace de dos personas individuales un sujeto colectivo, en el que las decisiones se discuten y se toman conjuntamente, incluso las decisiones laborales. Criar y educar a un niño, sobre todo durante los primeros años de vida, no es un asunto privado de los padres o de la madre, no es una ‘mercancía’ como el transporte o la limpieza doméstica que se pueden comprar y vender eficientemente en base a la ley de la oferta y la demanda. Hoy la mejor teoría económica lo reconoce, cuando interpreta la familia como productora no sólo de servicios sino también de ‘bienes relacionales’ (que sí son bienes pero no son mercancías) y cuando muestra (véase el Nobel Heckman) que los primeros años de vida son los que más influyen en el éxito incluso económico de las personas. Antes de realizar cualquier reforma económica o fiscal sobre las familias italianas, es necesario reconocer que son un gran recurso y un gran patrimonio cívico y sólo después ocuparse de sus problemas.
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