¿Qué mueve al mundo?

¿Qué mueve al mundo?

Es importante cada tanto ejercitar la empatía con los desconocidos que van al lado nuestro en las calles de nuestra vida. Nos ayuda a reconciliarnos con la vida y con el trabajo, a desarrollar el sentido de la fraternidad.

Luigino Bruni

publicado en el Messaggero di Sant'Antonio el 03/06/2025

El otro día, yendo a trabajar, miraba a los muchísimos autos y camiones que iban como yo por la autopista del Sol. Y pensaba en qué los mueve, qué cosa nos mueve, qué mueve al mundo todas las mañanas, a toda hora, a todo minuto. La narrativa común dice que el resorte que nos impulsa a todos hacia adelante, que la ley de gravedad que nos hace mover, es simplemente el interés propio. Vamos a trabajar, a hacer compras, a vacacionar, a dar una vuelta para maximizar la utilidad, para nuestro placer. Así se aprende en la escuela, así piensan tantos.

Después miramos mejor, en nosotros mismos y en los demás, y nos damos cuenta de algo diferente. Vemos, antes que nada, que estamos yendo al trabajo, todas las mañanas durante muchos años, por muchas cosas, no solo por el dinero. Ciertamente, trabajamos por el salario, pero también porque nos comprometimos con los otros, porque es nuestro deber, y porque, algunas veces, nos gusta trabajar. El sueldo, el salario, o las ganacias (si somos empresarios), son igualmente importantes, y cuando pensamos que nos pagan poco o mal incluso las otras motivaciones no-monetarias para trabajar entran en crisis, quedan empañadas, a veces desaparecen o se desgastan. Ese salario, entonces, no es sola ni principalmente un asunto individual: a menudo permite crecer, estudiar y soñar a los hijos y/o a quienes amamos.

Seguimos conduciendo y pensando, y por un instante entramos en la cabina de un camionero y, con algo de imaginación, en su alma. Imaginamos una mujer, una pareja, quizás hijos, que esperan ese salario duro para vivir, para vivir mejor. Y luego echamos un ojo por un instante a través de la ventana del que nos adelanta por el carril de al lado, y empezamos a ver el final de su recorrido, la casa de un amigo que lo espera, el funeral de un amigo para honrarlo, el hospital para visitar a un enfermo, para una cita de control médico, el encuentro con un novio o un padre, el fin de semana de vacaciones para encontrar un momento de paz y entretener a un marido que está pasando un momento difícil con sus hermanos y con la vida.

Y así, mirando, pensando e imaginando, la primera idea que teníamos cuando habíamos arrancado, se complica, se enriquece, cambia un montón. Y aquella primera hipótesis de que el motor del mundo fuesen los intereses, los negocios, el dinero, empieza a complicarse, a evolucionar, hasta convertirse en su opuesto. Vemos mucha humanidad dentro de esas cabinas, mucha amistad que corre por las calles, mucha más belleza de la que imaginábamos. Hasta arriesgar una tesis fuerte, en forma de pregunta: ¿y si fuese el amor lo que mueve al mundo, cada mañana, hoy, mañana, siempre?

Es importante de vez en cuando hacer estos ejercicios de empatía con los desconocidos que van al lado nuestro en las calles de nuestras vidas. Nos ayudan a reconciliarnos con la vida, con el trabajo, a desarrollar el sentido de fraternidad, que es esencial para alimentar y mantener esa red de reciprocidad que está en la base de la sociedad civil y del mercado. Y luego, cada tanto, tratar de agradecer al que trabaja con nosotros y por nosotros, incluso sin saberlo. Nacen sonrisas civiles recíprocas de las que tenemos una enorme necesidad en estos tiempos difíciles y pesimistas.

Credit Foto: © Giuliano Dinon / Archivio MSA


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