Città Nuova

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A renacer se aprende/11 - Es necesario volver a vivir la cotidianidad con pasión para reapropiarse de las propias libertades e inclinaciones

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 7/12/2024 – De la revista Città Nuova n° 7/2024

Deseo se volvió una palabra de esta época. Y se entiende, ya que es una palabra importante como la vida. Siempre lo es, pero de manera especial cuando el deseo se desarrolla al interior de una vocación y una comunidad espiritual, cuando se está ante personas que entregan su propia vida por grandes ideales. En estas experiencias, el primer don hecho por el que empieza un camino espiritual es el de los propios deseos. Decide libremente invertir todo en la nueva Promesa. No vive su resolución como un sacrificio ni mucho menos como una pérdida.

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En la renuncia a los proyectos y deseos individuales solamente ve la posibilidad infinita de florecer de manera diferente en un nuevo Edén. Entonces, el nuevo deseo de hoy, que parece infinito, absorbe en sí todos los otros deseos de ayer, hasta un día convertirse en el único deseo que se quiere desear. Y así, el deseo de las comunidades sacrifica los deseos de sus miembros. Las otras historias y los otros relatos, los nuestros y los del mundo, pierden la atracción y el interés, dejamos de desearlos porque nos resultan demasiado chiquitos y banales. La biodiversidad de los sentimientos, de las palabras, de los deseos, de los intereses, de las historias, de la vida, se reduce dramáticamente, ya no nos interesan. Todos deseamos lo Mismo, y no queremos otra cosa. Se desean solamente las cosas que la nueva comunidad desea, y que nos dice que debemos desear. El deseo de la comunidad se vuelve el único deseo bueno, aconsejado y recomendado.

En este proceso de donación del deseo y los deseos, que puede durar décadas, se vive la impresión, al principio, de estar expandiendo nuestra libertad, y es así en general. Pero con el tiempo, paradójicamente, la libertad empieza a reducirse. Las comunidades humanas nacidas de ideales reciben de las personas el don de los deseos y los inmolan en el altar del deseo de la comunidad. El lugar de los deseos individuales sacrificados es ocupado por el único deseo colectivo. ¿Por qué pasa esto? Porque las instituciones carismáticas saben o intuyen que si los deseos de las personas se mantienen libres, acarrean el riesgo del fin de la comunidad, la cual solo puede vivir si es deseada al máximo por sus miembros y si es deseada del mismo modo y la misma forma. La instauración de reglas y estatutos muy detallados por escrito es a menudo la manifestación, inconsciente, de esta necesidad de controlar y de orientar los deseos de los miembros de hoy y de mañana. Y así es como se olvidan que para mantener vivas las cosas humanas no hay otra garantía que la libertad-sin-garantías.

Todo este proceso es decisivo en la transición generacional que sigue a la de los fundadores. Las crisis que se manifiestan en esta transición son, de hecho, expresiones de la crisis de los deseos donados y sacrificados por sus miembros. Los miembros de las comunidades entran en crisis porque ya no logran desear el Ideal de ayer, demasiado apegados a las personas físicas de los fundadores. Las personas acostumbradas a desear solo las cosas definidas como deseables por la comunidad se encuentran con el músculo del deseo atrofiado. Ya no desean nada y no saben ni vivir ni escribir historias deseables. De esto resulta una apatía colectiva de eros y de vida, que se encuentra sobre todo en las personas que eran las más generosas y más puras. Es el momento de la bronca, de la decepción, de las ganas de borrar y olvidar aquel gran y único deseo colectivo de ayer, que ahora es considerado como una ilusión y un engaño.

¿Qué hacer cuando se atraviesan estas etapas muy dolorosas y difíciles? Hay que evitar, mientras tanto, confundir la cura con la enfermedad, cosa que sucede cuando se invita a las personas apagadas y apáticas a desear nuevamente lo mismo de siempre, presentando la falta de deseos como culpa. En realidad serviría solamente revivir los deseos. ¿Cómo? Un buen camino estaría en el recomenzar (o empezar) a escuchar las historias cotidianas de las familias de nuestros amigos y colegas, sus historias comunes de trabajo, de esfuerzo, de amor; escuchar a los pobres no para ayudarlos sino porque nos interesan de verdad. Aprender de nuevo a desear nuestro trabajo, a acomodar la mesa, a cuidar una planta. Desear el aroma de las praderas, las luces de las estrellas, el color de ojos de quien nos habla, el perro que mueve la cola y nos juega. Dejar de pensar en las realidades que ayer deseábamos y que hoy ya no nos dicen nada, incluyendo las realidades religiosas y espirituales. Volver a la tierra, a la vida, a los amigos, a la naturaleza, al mar, al viento. Y reaprender el oficio de vivir. Desde ahí podrán renacer nuevos deseos, incluso colectivos. Deseos otra vez grandes, como los de las primeras épocas, solo que tal vez más adultos y purificados. A renacer se aprende.

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publicado en Città Nuova el 7/12/2024 – De la revista Città Nuova n° 7/2024

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Hagamos renacer los deseos

Hagamos renacer los deseos

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A renacer se aprende/10 - La despreocupación y la vitalidad de la juventud, incluso en el ámbito de los movimientos y carismas, debe crecer y evolucionar hacia una madurez espiritual. No es automático, y tampoco es simple.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 11/11/2024 – De la revista Città Nuova n. 6/2024

Convertirse en adulto es siempre un proceso complicado y de resultado incerto. Pero si de joven se ha vivido una gran experiencia espiritual e ideal, la complicación y la incertidumbre aumentan.

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La juventud es la edad maravillosa para todos, el tiempo de las energías infinitas que nos hacen empezar caminos imposibles. Es el tiempo en el que todo parece posible, los límites de la realidad no son más que desafíos, y los consejos de prudencia que vienen de los adultos solo causan fastidio y son devueltos (justamente) al emisor. Es la época de la gratuidad absoluta, de los sueños maravillosos, de la generosidad enorme que nos hace donar toda la vida a una persona, o a Dios.

Cuando a la juventud natural se le incorpora una experiencia espiritual fuerte e identitaria, como ocurre cuando se encuentra un carisma en el que nos reconocemos totalmente, la juventud explota y todas sus virtudes y habilidades naturales se amplifican. La generosidad se vuelve absoluta, el “para siempre” se convierte en el único lenguaje comprensible y el único con el que queremos hablar de nosotros y de la vida. Se da todo porque se quiere dar todo, porque no se puede no dar todo, lo que se tiene y lo que todavía no se tiene.

Por esta razón, hay pocas cosas en la tierra más lindas y sublimes que un joven, que una joven que encuentra una vocación y responde con un “sí” que se vuelve una entrega de toda la vida. Jóvenes que se iluminan con una luz distinta y clara, los ojos toman otro brillo, se hacen todavía más bellos que los bellísimos ojos de todos los jóvenes. Se ensimisman completamente en la vida del carisma y de la comunidad, no se desea otra cosa. Una identificación plena que, sin embargo, no es vivida como un límite de la propia personalidad, sino como su potenciamiento y su pleno desarrollo. Vemos en frente un mar nuevo y hermosísimo, y sólo queremos “naufragar” dulcemente adentro.

Hay personas que permanecen en esta juventud carismática durante largos años, mucho más allá de la juventud biológica y psicológica. El alargamiento del tiempo de la juventud forma parte de las vocaciones y, en cierto sentido, dura toda la vida: es posible reconocer a una persona que tuvo una vocación de joven inclusive por un timbre diferente del alma que lo acompaña hasta la vejez, que le permitirá llamar por su nombre al ángel de la muerte.

No es difícil comprender, entonces, por qué ese misterioso e impreciso proceso llamado “volverse adulto” es particularmente complejo en los jóvenes con verdaderas vocaciones. Por un lado, de hecho, cuando llega la providencial y necesaria crisis de la madurez, no es fácil entender que la forma que la vida espiritual asumió durante la juventud y que está acabando era solo la cubierta de la crisálida, de la que hay que despedirse si se quiere emprender vuelo.

En esta etapa de transición-metamorfosis de la oruga en mariposa muchas personas con auténticas vocaciones se pierden. Las formas de este extravío son varias. La primera, y la más obvia, es la del que identifica la vida espiritual (Dios, la fe) con la oruga; y por ende, ante la crisis y la muerte de la fe de la juventud, se persuade de que la fe y Dios eran solo ilusiones de un joven ingenuo. Muere la primera fe y con ella muere todo. Estos son los que para convertirse en adultos pierden la fe y la vocación.

Después están los que viven la experiencia opuesta, aunque generada por el mismo error de identificar la vida espiritual con su primera forma. Estos intuyen un día que algo importante está por terminar y morir, y se aterrorizan con la idea de perder para siempre el único tesoro de sus vidas, de perder la mejor parte de sí mismos; y bloqueados por este pánico se privan de la chance de crecer. Entonces, para no perder la vocación y la fe nunca se convierten en adultos. Pienso que en las comunidades religiosas son mayores estos que los primeros. Estas personas no abandonan las comunidades y las instituciones a las que entraron de jóvenes, siguen haciendo la vida de siempre, pero en cierto sentido salen de sus propias vidas, porque interrumpen, sin saberlo ni quererlo, el proceso de su desarrollo humano y, por tanto, de su libertad.

Pero todavía hay un tercer resultado, siempre posible: hacerse adulto salvando la vocación de la juventud. Son verdaderos renacimientos-resurrecciones, todavía poco frecuentes en las comunidades y los movimientos, porque exigen la capacidad-don de resistir en el silencio del “sábado santo”, y porque requieren tiempo y mucha mansedumbre para aprender a reconocer a Dios y a la fe de ayer en un Dios y una fe vueltos tan diferentes al punto de ser irreconocibles. Mucha fe adulta toma la forma del ¿por qué?, y las respuestas fáciles de ayer se vuelven puras preguntas difíciles, gritadas con los pobres y las víctimas de la tierra.

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La belleza de las vocaciones que se convierten en adultas

La belleza de las vocaciones que se convierten en adultas

A renacer se aprende/10 - La despreocupación y la vitalidad de la juventud, incluso en el ámbito de los movimientos y carismas, debe crecer y evolucionar hacia una madurez espiritual. No es automático, y tampoco es simple. Luigino Bruni publicado en Città Nuova el 11/11/2024 – De la revista Città ...
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A renacer se aprende/9 - Las comunidades carismáticas tienen sentido siempre que el evangelio adopte un tono y una apariencia diferentes a las de las otras 'flores' del jardín de la Iglesia y de la humanidad

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 03/10/2024 - De la revista Città Nuova n. 5/2024

El episodio bíblico del becerro de oro a los pies del monte Sinaí, tiene también algo importante para decir a las comunidades carismáticas en la etapa que sigue a la desaparición de los fundadores. Su mensaje principal tiene que ver con la reducción de la complejidad del carisma originario en algo más manejable, simple y ordinario. El Dios YHWH que se había revelado a Moisés no se veía, no se tocaba, no satisfacía los sentidos, sólo los profetas lo oían: “era solo una voz” (Dt 4:11). Todos los demás pueblos tenían dioses simples, estatuas que todos veían y entendían. El Dios de Israel era diferente, abstracto, altísimo: el pueblo no pudo mantenerse a esa altura y fabricó el becerro, un dios visible y simple, un dios de la fertidilidad (toro) para volverse un pueblo como los otros. Moisés no estaba presente, y en esa ausencia el pueblo redujo YHWH al becerro.

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En las comunidades carismáticas o ideales, después de que el fundador – Moisés – desaparece o se ausenta, hay una fuerte atracción por redimensionar y normalizar la primera promesa, por transformar el carisma original en algo comprensible para todo el mundo y para la comunidad misma. De hecho, un movimiento carismático nace envuelto en una verdadera innovación social y espiritual. Esta novedad es evidente para los fundadores y para la primera generación, ninguno la pone en discusión: es su novedad absoluta lo que atrae y convierte. Y así, cuando llega un carisma, llega una crítica, explícita o implícita, a muchas prácticas o ideas religiosas preexistentes, que el nuevo movimiento siente que debe cambiar y abandonar, como parte de su misión profética.

Sin embargo, en las generaciones siguientes hay siempre una enorme dificultad para mantenerse fiel a esa innovación que empieza a aparecer difícil, lejana, demasiado diferente de lo que hacen los otros. Y así, en esta etapa surge una típica tendencia-tentación: volver a las prácticas, experiencias y actividades tradicionales que aquella comunidad carismática quería inicialmente superar. Es complicado mantenerse en la novedad del carisma, que ahora aparece como abstracto, lejano e impracticable por ser muy alto y muy demandante; entonces, en lugar de trabajar para entender las razones de las dificultades surgidas en la puesta en práctica del carisma, se vuelve progresivamente a las antiguas formas que, al principio, el carisma tenía intenciones de superar. Las novedades carismáticas parecen irrealizables, ingenuas, infantiles, y se imita aquello que la Iglesia y la sociedad hacían desde siglos y que a los miembros de la comunidad les resulta novedoso, e incluso es presentado como la terapia para superar la crisis. Alguno empieza a decir: “Con el Evangelio basta: ¿para qué complicarlo con toda la complejidad de una espiritualidad complicada?”. Una tesis que parece perfecta, pero que significaría el fin de las comunidades carismáticas que tienen sentido mientras el evangelio asume un aspecto y un tono distintos a los de las otras “flores” del jardín de la Iglesia y la humanidad.

Pero hay más. Volvamos al episodio bíblico del becerro de oro para entenderlo. Ahí aparece un detalle muy importante, contenido en el nombre que los israelitas dan al becerro: el nombre es YHWH, o sea la identidad especial de su Dios diferente: «Aarón edificó un altar delante del becerro y anunció: - ‘Mañana habrá fiesta en honor de YHWH’» (Exodo 32:4-5). ¿Qué significa esto? El nombre en la Biblia expresa la naturaleza profunda de una realidad. Llamar al becerro dorado con el nombre de YHWH significa cambiar a Dios, sustituirlo con un dios más simple, porque banal. Mientras tengamos clara la distinción entre Dios y el becerro de oro, si empezamos a adorar al ídolo por debilidad, siempre nos podremos convertir y volver a casa. Pero el día en que llamamos al becerro con el nombre de YHWH no hay vuelta atrás, porque no hay ninguna casa a donde volver: la catedral se convirtió en una casa popular. El daño más grande es borrar la distancia entre el carisma y sus sustitutos, hasta hacerlos coincidir.

En general, estas transformaciones son aclamadas y aplaudidas por las comunidades en los tiempos del post-fundador, porque en una etapa que es casi siempre de desorientación, cansancio, pesimismo, pérdida del deseo, depresión espiritual, acedia colectiva, cualquier actividad nueva es vista como preferible al estancamiento – y lo es. Sin embargo, el futuro de los movimientos carismáticos está en lograr evitar que la praxis comunitaria se transforme en algo demasiado diferente a la praxis específica del propio carisma, porque si eso pasa ya no es capaz de atraer ni vocaciones ni jóvenes, y se extingue. Todo evoluciona, incluso en la vida del espíritu, pero no todas las evoluciones son capaces de un buen futuro. Tomar conciencia de esto es ya el comienzo de la cura.

Credits foto: © Jed Villejo su Unsplash

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Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 03/10/2024 - De la revista Città Nuova n. 5/2024

El episodio bíblico del becerro de oro a los pies del monte Sinaí, tiene también algo importante para decir a las comunidades carismáticas en la etapa que sigue a la desaparición de los fundadores. Su mensaje principal tiene que ver con la reducción de la complejidad del carisma originario en algo más manejable, simple y ordinario. El Dios YHWH que se había revelado a Moisés no se veía, no se tocaba, no satisfacía los sentidos, sólo los profetas lo oían: “era solo una voz” (Dt 4:11). Todos los demás pueblos tenían dioses simples, estatuas que todos veían y entendían. El Dios de Israel era diferente, abstracto, altísimo: el pueblo no pudo mantenerse a esa altura y fabricó el becerro, un dios visible y simple, un dios de la fertidilidad (toro) para volverse un pueblo como los otros. Moisés no estaba presente, y en esa ausencia el pueblo redujo YHWH al becerro.

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¡Cuidado con la seducción del becerro de oro!

¡Cuidado con la seducción del becerro de oro!

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A renacer se aprende/8 - Las cuatro tendencias que pueden asumir los que pertenecen a una comunidad o a un movimiento religioso después de la muerte del fundador.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 07/09/2024 - De la revista Città Nuova nº 4/2024

Cuando una comunidad o un movimiento espiritual pasan de la primera generación de los fundadores a la generación siguiente, este paso decisivo asume varias formas en quienes las integran. En general, las tendencias principales son (al menos) cuatro, que se hacen presente en las personas de varias formas.

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La primera tendencia es la que se encuentra principalmente en aquellos a los que podemos llamar “los inflexibles”. Es la tendencia que conduce a la vida tal como se vivía exactamente antes de la muerte del fundador, como si no hubiese ocurrido nada importante. El mismo estilo de vida, las mismas lecturas espirituales, los mismos compromisos, el mismo lenguaje. Esta continuidad tiene también dimensiones positivas (por ejemplo, la seriedad), mezcladas con otras más problemáticas. Ven disminuir el impacto externo de lo que hacen, sienten un cansancio físico y espiritual creciente, pero continúan como ayer. Hacen como aquel amigo mío que ante el aumento del precio de la gasolina, me dijo: “para mí no cambia nada: yo siempre meto 20 euros”. Por lo general, cuando prevalece esta tendencia, trae consigo una nostalgia del pasado. las loas al tiempo pasado, la idea de que todos los problemas del presente se deben al hecho de haber perdido la pureza de los primeros días. Una tendencia muy comprensible, pero que no hay que alentar.

La segunda tendencia es esa que podemos llamar “desilusión”. Es típica en aquellos que, en un momento dado, se convencieron de que la etapa de fundación fue un largo auto-engaño, una ilusión colectiva e individual desarrollada con la buena fe de todos, que los retuvo durante demasiado tiempo en una adolescencia o en una infancia espiritual y psicológica. Algunos de los que se encuentran en esta tendencia desarrollan también rabia y rebelión, sobre todo si invirtieron mucho en la primera etapa de la comunidad. Una rabia contra ellos mismos y, a veces, contra la comunidad. Es una desilusión que, de cualquier modo, es preferible a la ilusión, y que en una nueva madurez se puede convertir en un verdadero renacer espiritual.

Luego está la tercera tendencia a la depresión espiritual, una especie de acedia individual y colectiva causada por la falta de deseo y de eros. Es la tendencia más peligrosa, que se puede identificar rápido por sus síntomas (pesimismo cósmico, cinismo y crítica a quien fuese que haga algo productivo). El que cultiva esta tendencia no experimenta desilusión por encima de la ilusión, porque no tiene tampoco ganas ni energía de hacer grandes auto-análisis. Simplemente experimenta una caída progresiva en la alegría de hacer las cosas de antes, cree cada vez menos en lo que hace, y ya no informa nada a nadie. Atribuye la caída del deseo a la edad, a los tiempos que cambiaron, a los jóvenes que ya no son lo que eran. Cuando esta tendencia gana terreno en la comunidad, las personas se retiran a la vida privada, y se ven en una situación parecida a la de los dos discípulos de Emaús antes de que el “viandante anónimo” se uniera a ellos.

Por último, hay también una cuarta tendencia buena, distinta y muy importante: la esperanza. Esta se despierta en quienes, frente a las mismas dificultades que todos ven, y conscientes de que en la comunidad algunas dimensiones han cambiado realmente y que la vida es más dura, en lugar de cultivar las otras tres tendencias (que ven en sí mismos y en sus entornos), tratan de involucrarse en nuevos proyectos, de usar la creatividad para la búsqueda de nuevos códigos narrativos, y dan vida, junto a otros, a procesos colectivos de cambio en la simpleza de la vida cotidiana: no esperan el gran momento, sino que hacen grandes los pequeños momentos de los que disponen. La esperanza, esta esperanza, no tiene que ver con una nueva auto-ilusión ni con la ingenuidad. Nace cuando un día se comprende, quizás después de haber experimentado las otras tres tendencias, que a renacer se aprende, que se puede elegir renacer, que una resurrección es posible a los 30, a los 60 o a los 90 años. No será la gran resurrección de todos y de todo el movimiento, pero puede ser tu resurrección y la de las personas con las que vives. Y entonces, con algunos amigos, se parte hacia una nueva tierra prometida. Las personas que escogen cultivar esta tendencia se reconocen por una particular dulzura y por una típica y delicada belleza. Nos atraen, y si incluso ya hemos sido dominados por las otras tendencias, nos sentimos implicados en su renacimiento. Es en el corazón de estas personas de esperanza que está germinando el futuro: el tercer viandante ya se sumó al camino hacia Emaús.

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A renacer se aprende/8 - Las cuatro tendencias que pueden asumir los que pertenecen a una comunidad o a un movimiento religioso después de la muerte del fundador.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 07/09/2024 - De la revista Città Nuova nº 4/2024

Cuando una comunidad o un movimiento espiritual pasan de la primera generación de los fundadores a la generación siguiente, este paso decisivo asume varias formas en quienes las integran. En general, las tendencias principales son (al menos) cuatro, que se hacen presente en las personas de varias formas.

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El tiempo de una nueva esperanza

El tiempo de una nueva esperanza

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A renacer se aprende/7 - Un tiempo decisivo y fundamental para la resurrección de una comunidad carismática.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 12/08/2024 - De la revista Città Nuova nº 3/2024

Las comunidades carismáticas logran seguir vivas después de la muerte del fundador (que es también muerte mística del primer cuerpo) si hay una verdadera resurrección.

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Pero las resurrecciones no son contratos, no son seguros. Son pura gratuidad, sorprenden, no pueden planearse, no se escriben en los objetivos empresariales, no entran en el business plan. No obstante, las resurreciones pueden ser deseadas, esperadas, rezadas y por sobre todas las cosas no se borran ni se incapacitan por la búsqueda de falsas resurrecciones o de reanimaciones de cadáveres. En la historia de la Iglesia, la resurrección, como puro don, llegó porque en primer lugar los apóstoles, las discípulas y discípulos primero creyeron que Jesús realmente había muerto en la cruz.

No se dejaron convencer por las sectas gnósticas que decían que el que había muerto en la cruz era Simón de Cirene. Para esos cristianos gnósticos era imposible aceptar que el Hijo de Dios hubiera muerto de verdad; era una muerte demasiado humana como para poder también ser divina. Y por lo tanto, negando la muerte también negaron la resurrección, porque solo quien muere de verdad puede resucitar de verdad.

Cuando termina la primera fase de la fundación de una comunidad, en general con la muerte de quien la fundó, el primer acto colectivo esencial consiste en reconocer y aceptar la muerte verdadera. No creer en las tendencias gnósticas que se manifiestan de muchas maneras, pero que empujan todas hacia el pasado, hacia el recuerdo y la fantansía, y alejan del presente, de la historia, de la carne y por lo tanto del futuro. Una vez aceptada la muerte, es necesario después habitar el Sábado, ese tiempo que está entre el viernes del Gólgota y el alba de la resurrección. El sábado es el tiempo de la espera, de los aromas para honorar el cuerpo muerto, realmente muerto. Es el tiempo de María Magdalena y de las otras mujeres, de las discípulas y los discípulos que no saben todavía de la resurrección pero que, fieles, se dirigen al sepulcro. 

Es el tiempo del luto, un tiempo decisivo y fundamental para la resurrección de una comunidad carismática. El luto es esencial no tanto para celebrar la muerte, sino para decirnos a nosotros mismos que debemos seguir viviendo más allá de esa muerte: es una celebración de la vida. En las civilizaciones el luto era el primer instrumento para evitar el daño más grande después de la muerte: morir también nosotros con el muerto (Ernesto de Martino). El luto bien vivido y “elaborado” permite a las comunidades mantener la esperanza después del trauma de una muerte. Es el lenguaje colectivo para decir: la vida es más grande, creemos que a pesar del gran dolor de la ausencia tendremos un futuro, queremos que los hijos y los nietos tengan todavía la tierra prometida.

El luto colectivo bien vivido produce entonces frutos de vida en la comunidad, la capacidad de innovar, de arriesgar, y elimina sobre todo el temor a arruinar la herencia dejada por los fundadores. Por el contrario, un luto mal o no procesado lleva a la comunidad a vivir en el miedo a que los hijos puedan destruir hoy el patrimonio de ayer (munus/don de los padres), a que se pierda la identidad, a que se contamine la pureza del carisma y de los ideales. Si una comunidad está aterrorizada de que haya entre sus hijos un Edipo que mate a su padre, acaba sin querer matando a Isaac, que es en cambio el hijo de la promesa. El miedo a la posible traición del origen es una típica señal de un luto que no ha funcionado. 

Otra gran señal de un luto mal vivido o nunca iniciado es la ausencia de alegría, que se manifiesta en una melancolía colectiva, una forma de desidia comunitaria que impide lanzar nuevos grandes proyectos y que critica al que se le ocurre alguno, con el típico cinismo de quien ya no cree en el futuro.

Para que pueda acontecer el gran don de una verdadera resurrección existe la necesidad de entonar el “canto fúnebre’’ de ayer, e inmediatamente repetir con los profetas bíblicos: “Una historia ha terminado, y ha terminado de verdad, pero no ha terminado nuestra historia: porque un resto fiel la continuará”. En los carismas las historias verdaderamente importantes para contar son las nuevas de hoy, que harán entender y “recordar’’ en el espíritu (no sólo en los videos y en los textos) las historias de ayer.

Estas son auténticas operaciones espirituales, pura gracia, más difíciles cuanto más grande y extraordinaria haya sido la primera experiencia de fundación. Los lutos difíciles de elaborar son aquellos de las personas que hemos amado mucho y que hubiéramos querido que mueran después de nosotros.

El pasado tiene la capacidad de generar futuro si se lo interpreta como semilla, como algo vivo que, por estar vivo, debe morir para portar frutos mañana.

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A renacer se aprende/7 - Un tiempo decisivo y fundamental para la resurrección de una comunidad carismática.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 12/08/2024 - De la revista Città Nuova nº 3/2024

Las comunidades carismáticas logran seguir vivas después de la muerte del fundador (que es también muerte mística del primer cuerpo) si hay una verdadera resurrección.

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El tiempo del luto

El tiempo del luto

A renacer se aprende/7 - Un tiempo decisivo y fundamental para la resurrección de una comunidad carismática. Luigino Bruni publicado en Città Nuova el 12/08/2024 - De la revista Città Nuova nº 3/2024 Las comunidades carismáticas logran seguir vivas después de la muerte del fundador (que es...
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A renacer se aprende/6 - Comunidades y movimientos, entre las palabras de los fundadores y la voz de los nuevos profetas

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 11/07/2024 - De la revista Città Nuova n. 2/2024

En las comunidades espirituales y en los movimientos carismáticos (que nacen de un carisma religioso o laico) es importante la forma que asume el ejercicio de la propia historia, de la memoria, del recordar. El discernimiento más precioso y más difícil no tiene que ver con los episodios negativos o con las pequeñas palabras del pasado: el arte crucial es saber usar las palabras verdaderas, los episodios fundadores de la historia de una comunidad, incluidas las grandes palabras de los fundadores y de los primeros testimonios amadísimos y venerados.

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En este ejercicio esencial, nos ayuda un fragmento del Evangelio de Luca: «¡Ay de ustedes!, que construyen los sepulcros de los profetas a quienes los antepasados de ustedes mataron...ellos los mataron y ustedes construyen sus sepulcros» (Lc 11:47-48). Los contemporáneos de Jesús habían empezado a celebrar y honrar a los profetas del pasado, los hombres que habían fundado la fe del pueblo, redescubriendo y valorizando las tumbas, que se transformaron en verdaderos santuarios, en metas de peregrinaciones populares. Para algunos, esta nueva devoción profética podía ser interpretada como signo de una nueva época de estima y de escucha de las palabras de los profetas, una verdadera conversión: «Ellos los mataron, ustedes construyen».

Sin embargo, también aquí, Jesús nos sorprende y desenmascara una realidad que se muestra contraria a lo que parece – el Evangelio es una sucesión de realidades que se muestran contrarias a lo que a todos parece evidente. Y nos dice que celebrar a los profetas del pasado honrando sus tumbas y su memoria puede no contener ninguna novedad: los profetas del presente (entre ellos Jesús mismo y el Bautista) seguían siendo perseguidos y asesinados mientras el pueblo veneraba las tumbas de los profetas de ayer.

Honrar a los profetas (santos o fundadores) del pasado no es entonces una señal creíble de que una comunidad esté escuchando y estimando también a sus profetas del presente. De hecho, la historia de las comunidades cristianas, espirituales e ideales muestra a menudo la tendencia exactamente opuesta: más se veneran los santos del pasado, menos se escuchan a los profetas del presente, que, no pocas veces, son desacreditados y perseguidos precisamente en nombre de las devociones a los grandes del pasado.

Las comunidades carismáticas tienen una continua necesidad vital de profecía, que se expresa ciertamente en el tener totalmente vivo y presente el carisma del fundador, pero también se expresa en el reconocer, el alentar y el no pelear contra la profecia presente en las personas que el Espíritu envía continuamente a las comunidades, sobre todo en las generaciones sucesivas a las de los primeros fundadores.

Una comunidad carismática no vive hoy simplemente recordando la profecía de ayer, ni vive hoy solamente actualizando el carisma de ayer. Todo eso es necesario, pero no es suficiente para una comunidad que quiere mantenerse viva y vivificante, y seguir, por lo tanto, atrayendo jóvenes y nuevas vocaciones. La condición suficiente es la escucha de las profecías del presente, que supone que las personas que por don y por deber incorporan hoy una dimensión profética no sean rechazadas ni desalentadas, sino escuchadas y valorizadas.

El carisma no es un diamante caído a tierra una vez para siempre que queda custodiado en una caja de cristal para que no deje de brillar. El carisma es una semilla que sigue dando en cada estación del año sus flores y sus frutos – los carismas se declinan siempre en tiempo presente. Jesús siguió vivo en la Iglesia no sólo por ser sólo custodiado y venerado, no sólo por su verdadera presencia en la comunidad, sino porque el Espíritu ha enviado a la Iglesia muchos carismas en el transcurso de los siglos.

Pero reconocer a los profetas de hoy no es nada fácil, porque los verdaderos profetas en general no son reconocidos ni escuchados. En cambio, las comunidades aman a los falsos profetas, porque como “profetas de profesión” son especialistas en decirles a los responsables y a la sensibilidad de la comunidad lo que quieren escuchar, para reforzar ilusiones y auto-engaños (muy comunes en los momentos de crisis).

El fragmento de Luca nos dice algo más: que los profetas de hoy son silenciados y marginados mientras crece la celebración de los profetas de ayer. Una manera concreta de hacer esto es usar la palabra de los fundadores o de los grandes hombres y mujeres del pasado para acallar las palabras proféticas verdaderas de hoy, pensando, muchas veces de buena fe, que la nueva profecía que se expresa en la comunidad de hoy entra a competir, reduce e incluso combate la profecía de los fundadores de ayer. Y así se utilizan textos, testimonios orales, compendios que, por el contrario, serían la única cura verdadera de la crisis que esa comunidad vive.

 Credits : Imagen de Fauxels de Pexels

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A renacer se aprende/6 - Comunidades y movimientos, entre las palabras de los fundadores y la voz de los nuevos profetas

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 11/07/2024 - De la revista Città Nuova n. 2/2024

En las comunidades espirituales y en los movimientos carismáticos (que nacen de un carisma religioso o laico) es importante la forma que asume el ejercicio de la propia historia, de la memoria, del recordar. El discernimiento más precioso y más difícil no tiene que ver con los episodios negativos o con las pequeñas palabras del pasado: el arte crucial es saber usar las palabras verdaderas, los episodios fundadores de la historia de una comunidad, incluidas las grandes palabras de los fundadores y de los primeros testimonios amadísimos y venerados.

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La profecía vive solo en el hoy

La profecía vive solo en el hoy

A renacer se aprende/6 - Comunidades y movimientos, entre las palabras de los fundadores y la voz de los nuevos profetas Luigino Bruni publicado en Città Nuova el 11/07/2024 - De la revista Città Nuova n. 2/2024 En las comunidades espirituales y en los movimientos carismáticos (que nacen de un caris...
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A renacer se aprende/ 5 - Con los años cambian muchas cosas, también dentro de las comunidades religiosas y de los movimientos espirituales. Mirar al pasado no siempre es el buen camino para superar las crisis de los nuevos tiempos.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 13/06/2024 - De la revista Città Nuova nº 1/2024.

En la vida de las comunidades y de los movimientos espirituales, descifrar cuál es la relación justa con el pasado cumple un rol decisivo, sobre todo en los momentos de grandes cambios y, por tanto, de crisis, cuando no resulta nada obvio cómo hacer para que el carisma siga su curso y qué formas asumirá para que el curso sea bueno y traiga desarrollo y vida.

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En el Génesis está el episodio de la mujer de Lot (Gn 19:26), convertida en estatua de sal por haberse volteado a mirar atrás, retomado en el Evangelio de Lucas (Lc 17:31-32). Mirar atrás fue el error fatal que cometió esa mujer, un error que puede repetirse también en las comunidades espirituales y carismáticas. El error consiste en buscar en el pasado el diagnóstico y la terapia de una crisis presente, pensando que la solución se encuentra volviendo al origen. Muchas veces el pasado es un recurso útil y necesario para las crisis ordinarias, cuando lo que pasó ayer y luego se repitió varias veces, establece patrones y leyes que ayudan en el presente a entender lo que está pasando. Ese es el verdadero sentido de la frase: la historia es maestra de vida.

Pero cuando los tiempos cambian real y rápidamente, cuando el cambio del tiempo es cualitativo (kairos), porque nos encontramos frente a una etapa de verdad inédita – como la muerte del fundador – el pasado no solamente sirve de poco, sino que puede fácilmente convertirse en una carga y en un mal consejero para comprender el presente e imaginar un buen futuro. De hecho, si en los momentos decisivos de cambio de época se dirige la mirada hacia atrás, aquel triste resultado que obtuvo la mujer de Lot es normal y altamente probable.

Lo encontramos en situaciones muy conocidas y estudiadas en la historia de la economía. Por ejemplo, si a finales del siglo XIX los inventores de los automóbiles hubiesen preguntado a sus compatriotas qué necesitaban para transportarse, estos hubieran respondido: una carroza más rápida. Ningún análisis del mercado del ayer podía mostrar la necesidad del automóbil, porque, simplemente, no existía todavía. Cuando, en los momentos de grandes cambios, se mira al pasado, se encuentran carrozas, no autos.

Volviendo a las comunidades, los fundadores dejan a sus comunidades carrozas, a menudo bellísimas carrozas, a la vanguardia de su tiempo, pero – y aquí está el punto – las comunidades viven en el tiempo de los automóbiles. Y cuando, durante las crisis, se va a mirar atrás para buscar soluciones, se encuentran manuales de construcción de carrozas, de mantenimiento de caballos, de ruedas, de amortiguadores; todas cosas utilísimas para la construcción y la manutención de las carrozas de ayer, pero inútiles para crear automóbiles hoy y mañana.

En el momento de crisis que viene con la transición de la generación del fundador a la siguiente, en esa pérdida natural que se vive, el error más común es pensar que la salvación se encuentra buscando y encontrando en el pasado los recursos para esa “radicalidad” de vida que ya no se ve, para esa fidelidad total al carisma que hoy aparece borrosa. De esa manera se invierte mucha energía para estudiar bien las raíces, para formar a los nuevos miembros con ese material de ayer presentado como la mejor y única cura para la crisis de hoy.

Sucede de manera natural porque en los tiempos de gran incertidumbre y gran desorientación, el único recurso disponible al alcance de la mano parece realmente ser el pasado. Y así nos engañamos con el hecho de que por tener un sólo recurso este único recurso es un buen recurso. Se va en busca de las palabras del fundador, de los episodios y de los sumarios de ayer, se busca también explicar la auténtica interpretación perdida, detrás de la ilusión de que esos textos son el medio para renacer hoy. Así es como se recurre a esos estupendos antiguos manuales de carrozas, esos diseños coloridos de hermosísimas carrozas, e incluso quizás se consiga, en algún lugar, construir todavía alguna buena carroza, pero mientras tanto pasan al lado nuestro automóbiles cada vez más veloces.

Una buena estrategia en estos tiempos de cambio debería, por el contrario, imaginar e intentar dos operaciones. En primer lugar, un trabajo sobre el carisma, entendiendo – para seguir en la misma metáfora – que el don recibido por medio del fundador no está ligado a la construcción de carrozas, sino al transporte; y la comprensión, por lo tanto, de que el carisma que ayer se expresó con la construcción de carrozas hoy puede producir también automóbiles, y por qué no eléctricos. Luego, abandonar los manuales de instrucción de ayer y usar el espíritu del carisma para escribir nuevos manuales para la construcción de nuevos medios de transporte. Y por último, ponerse a trabajar con el mismo entusiasmo de los primeros tiempos.

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A renacer se aprende/ 5 - Con los años cambian muchas cosas, también dentro de las comunidades religiosas y de los movimientos espirituales. Mirar al pasado no siempre es el buen camino para superar las crisis de los nuevos tiempos.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 13/06/2024 - De la revista Città Nuova nº 1/2024.

En la vida de las comunidades y de los movimientos espirituales, descifrar cuál es la relación justa con el pasado cumple un rol decisivo, sobre todo en los momentos de grandes cambios y, por tanto, de crisis, cuando no resulta nada obvio cómo hacer para que el carisma siga su curso y qué formas asumirá para que el curso sea bueno y traiga desarrollo y vida.

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Tiempos de cambio

Tiempos de cambio

A renacer se aprende/ 5 - Con los años cambian muchas cosas, también dentro de las comunidades religiosas y de los movimientos espirituales. Mirar al pasado no siempre es el buen camino para superar las crisis de los nuevos tiempos. Luigino Bruni publicado en Città Nuova el 13/06/2024 - De la r...
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A renacer se aprende/4 -Cómo mantener vivas y frescas las comunidades carismáticas, en la generación que sigue a la de los fundadores

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 30/04/2024 - en la revista Città Nuova n. 12/2023

Las comunidades viven dentro de una tensión dinámica entre el “adentro” y el “afuera”. Sin una cierta intimidad colectiva hecha de relaciones densas, fuertes, cálidas, no se crea ninguna comunidad. Por lo tanto, la fuerza centrípeta que impulsa todo hacia una única alma es esencial para generar vida comunitaria verdadera. Estas relaciones fuertes e íntimas son muy apreciadas por los miembros de la comunidad. Generan una alegría habitual y grandísima: cuando decimos “nosotros”, sentimos que resuena nuestro nombre más verdadero, y cuando decimos “yo”, todo nos habla de “nosotros”, al punto de (casi) no poder ya distinguir el alma individual del alma colectiva.

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Este típico bien relacional es el primer alimento de las comunidades. En esta intimidad, totalmente individual y totalmente colectiva, está el secreto y la belleza junto con los puntos críticos de la vida comunitaria, sobre todo cuando las comunidades atraen y cultivan vocaciones, o sea que están compuestas por personas llamadas por el nombre del carisma de la comunidad, que sienten como la parte mejor y más verdadera de sí mismos. La identificación del sujeto con el grupo se convierte en un juego espiritual de espejos, una empatía mutua y generalizada, y en general los individuos no perciben nada forzado en el sentir los mismos sentimientos de todos – “el naufragar me es dulce en este mar” de la comunidad.

Inevitablemente, esta dinámica interna crea confines, fronteras, zonas delimitadas entre el adentro y el afuera, con el fin de proteger esta intimidad preciosa. La intensa vida interna crea en los años posteriores un lenguaje común, un estilo de vida, un modo de rezar y celebrar, guiños y gestos que dejan reconocer inmediatamente desde afuera quién forma parte de aquel grupo. El que está adentro no se da cuenta de que cambia día tras día, pero al que mira desde afuera le parece clarísimo, y lo ve incluso con algo de preocupación. Si, de hecho, después de la primera fase las comunidades no bajan los puentes levadizos y no vuelven más porosa y más simple la entrada (y la salida), empiezan a decader por pérdida de biodiversidad y de aire.

A este respecto, es interesante un episodio del evangelio de Lucas: “Juan le dijo: ‘Maestro, vimos a un hombre que echaba fuera demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo porque no te sigue con nosotros’. Pero Jesús le contestó: —‘No se lo prohíban, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes’” (Lc 9:49-50). Los compañeros de Jesús se comportan como muchos miembros de una comunidad hacia a las personas de afuera del "círculo mágico” que actúan como si fuesen de adentro. Son muchas las formas en que se expresan estas dinámicas.

Una primera se refiere a las personas que después de haber pasado un período con la comunidad sienten una segunda vocación, la dejan y dan vida a una nueva comunidad propia. Sobre todo al inicio, estas personas de “segunda vocación” usan un lenguaje y unas categorías espirituales muy parecidas, si no idénticas, a aquellas que habían aprendido y vivido en la primera comunidad de origen. A los viejos compañeros, esta semejanza a veces les resulta excesiva, molesta, parecida al plagio, y se lamentan por la falta de reconocimiento a la primera fuente, lo que puede derivar en una verdadera hostilidad. Un error común y comprensible, que sin embargo hay que combatir como una tentación.

Una segunda forma es la llegada a la comunidad de personas con talentos propios y carismas en parte diferentes de aquellos del fundador, pero que de todos modos se sienten hijos auténticos de aquel carisma. Es la experiencia de San Pablo, que aún sin haber conocido al Señor se sentía apóstol como los doce. Así como Pablo no tuvo una vida sencilla con Pedro, Santiago y los doce, los nuevos Pablos no tuvieron una vida sencilla en las comunidades carismáticas, donde fueron a menudo perseguidos, ignorando, tal vez en buena fe, que la salvación y el buen futuro dependen mucho de la presencia de estos reformadores externos-internos.

En la generación que sigue a la de los fundadores, la “gestión de las fronteras” espirituales de la comunidad se vuelve fundamental y vital. Es necesario hacer de todo para que la comunidad de ayer sea vivificada y desafiada por los recién llegados, que a veces son muy diferentes del perfil de los miembros de la primera generación, pero que operan los mismos milagros “en nombre” del carisma. Entre los que actúan en el mismo nombre habrá sin duda falsos profetas e incluso oportunistas, un riesgo inevitable, porque una comunidad que no generase también falsos profetas no tendría la fuerza vital suficiente para generar ningún profeta verdadero.

Cuando, en cambio, prevalece el miedo a perder la identidad y la pureza del carisma (típica tentación “gnóstica”), las comunidades se marchitan, envejecen y desaparece la alegría de vivir, que con la presencia de los jóvenes son los dos “sacramentos” de las comunidades capaces de futuro.

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A renacer se aprende/4 -Cómo mantener vivas y frescas las comunidades carismáticas, en la generación que sigue a la de los fundadores

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 30/04/2024 - en la revista Città Nuova n. 12/2023

Las comunidades viven dentro de una tensión dinámica entre el “adentro” y el “afuera”. Sin una cierta intimidad colectiva hecha de relaciones densas, fuertes, cálidas, no se crea ninguna comunidad. Por lo tanto, la fuerza centrípeta que impulsa todo hacia una única alma es esencial para generar vida comunitaria verdadera. Estas relaciones fuertes e íntimas son muy apreciadas por los miembros de la comunidad. Generan una alegría habitual y grandísima: cuando decimos “nosotros”, sentimos que resuena nuestro nombre más verdadero, y cuando decimos “yo”, todo nos habla de “nosotros”, al punto de (casi) no poder ya distinguir el alma individual del alma colectiva.

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Carismas: la gestión de las fronteras

Carismas: la gestión de las fronteras

A renacer se aprende/4 -Cómo mantener vivas y frescas las comunidades carismáticas, en la generación que sigue a la de los fundadores Luigino Bruni publicado en Città Nuova el 30/04/2024 - en la revista Città Nuova n. 12/2023 Las comunidades viven dentro de una tensión dinámica entre el “adentro”...
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A renacer se aprende/3 - ¿Qué nos dice hoy la metáfora evangélica del vino nuevo? En los tiempos nuevos hace falta tener el coraje de entonar la marcha fúnebre, agradecer al pasado y creer más en el presente y en el futuro: creer más en los hijos de hoy que en los padres de ayer. Hay que tener el coraje de cambiar casi todo para no perderlo todo.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 12/03/2024 - De la revista Città Nuova n. 11/2023

Las comunidades hacen grandes esfuerzos por entender cuándo acabó un mundo y cuándo empezó uno nuevo. Las causas de este esfuerzo colectivo son muchas, y en general poco estudiadas, sobre todo en las comunidades religiosas y espirituales donde los varios niveles de problemas (económicos, organizacionales, carismáticos…) se mezclan y se confunden.

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Sobre uno de los errores nos puede inspirar un famoso fragmento del Evangelio de Lucas – la Biblia es también un precioso mapa para orientarse en los caminos elevados e inaccesibles. Aquí está: “Les dijo también una parábola: Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; porque entonces romperá el nuevo, y el retazo nuevo no hará juego con el vestido viejo; y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. Más bien, el vino nuevo debe echarse en odres nuevos” (Lucas 5:36-38).

Los odres y el vino son excelentes parábolas para comprender las realidades colectivas nacidas de un carisma. Estas viven de un espíritu que las ha creado, que podemos llamar “carisma”, y también de estructuras, prácticas, organizaciones, normas y estatutos nacidos para conservar, proteger y cuidar el carisma mismo: los odres. En el contexto del Evangelio, los odres eran la Ley y las instituciones mosaicas, mientras que el vino era el espíritu, el advenimiento del Reino de los cielos. Algo había ocurrido, la vigna de YHWH había producido un vino nuevo, y los odres viejos debían ser cambiados. Los odres no estaban malos: simplemente no estaban adaptados (unfit) para contener un vino nuevo, y si los contenedores no se cambiaban rápido el contenido se derramaría.

La metáfora del vino nuevo puede indicar hoy muchas cosas distintas.

Cuando llega un carisma a la tierra, es un vino nuevísimo, fruto de una cepa nunca antes vista, aunque de injertos de las cepas de la misma gran viña de la Iglesia y de la humanidad. Todos entienden, al principio, que ese nuevo vino necesita nuevos odres: y he aquí que la comunidad da vida a instituciones, estatutos, normas, lenguajes inéditos que son capaces de contener y cuidar esa novedad. A ningún franciscano se le ocurría en el siglo XIII vivir el espíritu de Francisco quedándose en las hermosas abadías benedictinas: nació algo nuevo, los conventos, y una nueva regla fue escrita para contener aquella novedad. Y nadie pensaba en readaptar el Statuto Albertino para escribir la Constitución italiana después del fascismo.

Mucho más difícil es comprender cuándo en la historia de una comunidad los odres deben ser renovados ya que hay un vino nuevo. Es difícil de entender porque la cepa ahora existe, y muchos piensan que los odres estarán siempre, que no llegará más vino nuevo. La muerte del fundador, en general, es uno de esos momentos en que el vino se hace nuevo y los odres envejecen.

El problema decisivo viene del hecho de que los odres que hay que cambiar son los que construyó el fundador. Y así, estructuras, prácticas, normas, palabras, estatutos y constituciones se convirtieron, con los años, en algo muy importante y querido. Son herencia, son patrimonio (o sea patres-munus: don de los padres), son una parte lindísima del mobiliario y de la riqueza de la casa comunitaria, al punto de amar los odres casi más que el vino. Pero si uno se apega a los odres de ayer, las comunidades envejecen junto con sus barriles, porque creen más en los recipientes que en el vino, y pronto asistirán, inertes, a la descomposición de los odres y del vino.

Hay otro detalle al final de la parábola de Lucas: “Y nadie, después de beber vino añejo, desea vino nuevo, porque dice: ‘el añejo es mejor’” (5:39). A muchos les gustaba más el vino viejo, y no quieren el nuevo: y los problemas crecen. Otros buscaban acuerdos, probaban combinar viejo y nuevo, poniendo trozos de tela nueva en un vestido viejo. No: en los tiempos nuevos es necesario tener el coraje de entonar la marcha fúnebre, agradecer por el pasado y luego creer más en el presente y en el futuro: creer más en los hijos de hoy que en los padres de ayer.

Hay un día en que los odres que durante “miles de años” contuvieron el espíritu del carisma se vuelven de repente obsoletos, porque una guardia de noche ha sido más larga que mil años. La vid del carisma no ha cambiado, sólo ha llegado el vino nuevo de una nueva cosecha, en las mismas viñas y cepas de ayer. Y aquí se necesita el coraje de cambiar casi todo para no perderlo todo.

Credits foto: © Makalu su Pixabay

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Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 12/03/2024 - De la revista Città Nuova n. 11/2023

Las comunidades hacen grandes esfuerzos por entender cuándo acabó un mundo y cuándo empezó uno nuevo. Las causas de este esfuerzo colectivo son muchas, y en general poco estudiadas, sobre todo en las comunidades religiosas y espirituales donde los varios niveles de problemas (económicos, organizacionales, carismáticos…) se mezclan y se confunden.

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El esencial coraje de cambiar

El esencial coraje de cambiar

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A renacer se aprende/2 - Los grandes cambios no siempre se producen a pequeños pasos, y la necesidad de proceder gradualmente no debe volverse un obstáculo para abordar iniciativas urgentes

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 24/01/2024 - De la revista Città Nuova n. 10/2023

Hace poco recordábamos el 60° aniversario del gran discurso profético de Martin Luther King, I have a dream, pronunciado en Washington el 28 de agosto de 1963. Meditando nuevamente en aquel discurso, me llamó la atención un pasaje: "Este no es tiempo para entrar en el lujo del enfriamiento o para tomar la droga tranquilizante del gradualismo". Era muy crítico del gradualismo, de la idea muy arraigada de que los grandes cambios no pueden producirse de inmediato porque la gran complejidad de la realidad a cambiar exige un proceso gradual y una política de pequeños pasos. El gradualismo encuentra mucho consenso, porque hace hincapié en un verdadero valor, el de la inclusión, el de la necesidad de implicar a los distintos actores que tienen un papel en la creación de los problemas y, por tanto, también en su solución. De ahí los grandes procesos de consulta popular, de los cuestionarios, de las numerosas comisiones para garantizar la sinodalidad de todo el proceso de cambio.

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No quiero afirmar que el método gradualista no deba adoptarse nunca o que siempre sea un error. La pregunta es otra: ¿por qué Martin Luther King se oponía tanto al gradualismo? Porque, sencillamente, veía en quienes apelaban a la política de los pequeños pasos una coartada para seguir posponiendo reformas y cambios urgentes y evidentes (el apartheid, por ejemplo), y porque para los poderosos cumplía la función de "tranquilizante" de conciencias. Apelar a un valor, incluso válido en sí mismo, se convertía en una justificación del status quo -casi siempre quien se opone a un proceso necesario lo hace en nombre de una buena razón.

No todos los cambios se producen en pequeños pasos. En física, el agua pasa de líquido a sólido en un instante, las revoluciones no se producen gradualmente, porque ciertos procesos estallan cuando se supera un umbral crítico. Hoy, por ejemplo, quien sigue invocando la política gradualista en el ámbito del cambio climático y de la transición ecológica (la propia palabra transición incorpora la idea de pequeños pasos), utilizan casi siempre esta hermosa palabra para ralentizar un cambio que ya era urgente hace veinte años. La inclusión de todos los gobiernos y de las diversas partes económicas interesadas (stakeholders) es parte esencial del problema ambiental, es la causa primera de por qué estamos inertes presenciando el declive rápido e inexorable del clima. Cuando el barco se hunde, o cuando la casa se incendia, a nadie se le ocurre convocar una asamblea para decidir con complejos procedimientos qué hay que hacer: haría falta un capitán que se responsabilizara de las decisiones y decidiera. El mundo no tiene capitán (y está bien así) y nos estamos hundiendo de hecho; pero ese "capitan" puede y debe surgir desde abajo, de la población mundial, de procesos civiles que puedan conducir a decisiones rápidas y eficaces que sustituyan la falta de "capitanes" - y esperemos que sean pacíficas y no violentas.

Pero lo que sorprende es que el gradualismo gana terreno incluso en las comunidades ideales y en lo movimientos donde hay "capitanes", donde hay un gobierno que podría y debería tomar las decisiones urgentes. Y en cambio, con frecuencia, incluso frente a crisis generales y graves que requerirían un cambio rápido, se prefiere el método gradualista, la creación de comisiones que un día informarán acerca de las necesidades que hayan surgido, con la esperanza (un poco ingenua) de que al final pueda hacerse la síntesis de toda la información recogida. Y así pasan los años y los gobiernos, las patologías se agravan, y mientras los médicos discuten qué hacer, el paciente empieza a morir.

Un error típico de estos métodos gradualistas tiene que ver con la economía. Los aspectos económicos son los primeros en surgir durante una crisis, pero son los últimos en ser afrontados, porque la economía es un indicador de fenómenos mucho más amplios y profundos que la economía por si sola. Los indicadores económicos son la luz roja del auto que señala una falla en el motor: te dice que arregles el motor y luego, una vez reparado, la luz se apaga sola. Y en lugar de eso, se empieza a arreglar la economía sin entender las enfermedades estructurales que generaron la crisis económica, y cuanto más se arregla la economía más se profundiza la enfermedad.

La cualidad de un gobierno en tiempos de crisis depende mucho de la capacidad de sus responsables de intuir, por instinto, dónde están los problemas del "motor", y de ahí arrancar. Recibirán críticas, acusaciones de dirigismo, pero tal vez salven el cuerpo que sufre.

Credits foto: © Unseen Histories su Unsplash

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Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 24/01/2024 - De la revista Città Nuova n. 10/2023

Hace poco recordábamos el 60° aniversario del gran discurso profético de Martin Luther King, I have a dream, pronunciado en Washington el 28 de agosto de 1963. Meditando nuevamente en aquel discurso, me llamó la atención un pasaje: "Este no es tiempo para entrar en el lujo del enfriamiento o para tomar la droga tranquilizante del gradualismo". Era muy crítico del gradualismo, de la idea muy arraigada de que los grandes cambios no pueden producirse de inmediato porque la gran complejidad de la realidad a cambiar exige un proceso gradual y una política de pequeños pasos. El gradualismo encuentra mucho consenso, porque hace hincapié en un verdadero valor, el de la inclusión, el de la necesidad de implicar a los distintos actores que tienen un papel en la creación de los problemas y, por tanto, también en su solución. De ahí los grandes procesos de consulta popular, de los cuestionarios, de las numerosas comisiones para garantizar la sinodalidad de todo el proceso de cambio.

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Contra el gradualismo

Contra el gradualismo

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A renacer se aprende/1 - ¿Por qué muchas reformas comunitarias comienzan con los mejores augurios y luego se estancan?

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 20/12/2023 - De la revista Città Nuova n. 9/2023

El arte más precioso y raro de aprender cuando empieza la reforma de una comunidad es lograr llegar hasta el fondo del proceso. La primera etapa de una reforma casi siempre está acompañada de consensos, aplausos y alientos, porque en general los movimientos y las comunidades empiezan con las reformas demasiado tarde, cuando ya es (casi) evidente para todos que toca cambiar mucho para no morir. Y por tanto, el nuevo gobierno que se encarga de esta tarea reformadora es saludado como si se saludara a un salvador. Pocas personas son conscientes de que esa reforma necesaria había que hacerla desde hacía varios años, cuando todavía los síntomas de la enfermedad colectiva eran casi invisibles y todo mostraba éxito y salud.

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Por esta razón, los primeros momentos de un proceso de renovación, como en cualquier renovación de un cuerpo que sufre, fluyen lisa y rápidamente, acompañados de satisfacciones y de ese gran alivio típico de cada comienzo de una necesaria cura. Los reformadores se sienten sostenidos por toda la comunidad y todo viene acompañado de un clima de optimismo y de nueva primavera. Se entiende, por lo tanto, que los momentos más y decisivos en las reformas son los segundos, no los primeros, sino aquel “segundo tiempo”, cuando se reduce y se agota la apertura de crédito casi infinita del comienzo.

Muchas reformas se bloquean, se empantanan en esta segunda fase y no alcanzan la tercera, que es esencial para la verdadera y concreta implementación de la reforma, cuando los anuncios deberían haberse transformado en grandes cambios de gobernanza. Sucede como con aquellos jóvenes que se sumergen sólo con la máscara porque saben que en 10 metros se llega a una cueva emergida de bellos colores: después de los primeros metros sienten que disminuye el oxígeno, se asustan, pegan la vuelta y salen de nuevo a la superficie. Si hubieran resistido todavía unos segundos más hubieran llegado al área maravillosa de la cueva, pero se quedaron a mitad de camino.

¿Por qué se detiene? ¿Qué ocurre en la fase intermedia que bloquea las reformas necesarias y anheladas por (casi) todos? Un indicio sobre las razones del fracaso de la segunda fase nos lo sugiere el filósofo francés De Tocqueville (La democracia en América) con su famosa “paradoja”. Estudiando las revoluciones y las transformaciones sociales de los pueblos, Tocqueville había entendido algo importante: apenas los miembros de una comunidad empezaban a ver muchos afiebrados primeros signos de cambio, de nueva participación y de democracia, empezaban a pedir cada vez más, mucho más de lo que los reformadores pueden hacer concretamente en esta primera fase.

El apetito de reforma crece más rápido que sus primeros resultados. Y entonces aquellos reformistas apreciados, alabados y animados al momento del anuncio de la reforma, una vez que empiezan a hacer los primeros actos reformadores ven la estima original transformarse en crítica e insatisfacción, porque los primeros cambios aparecen demasiado tímidos, lentos e insuficientes. Al mismo tiempo, este descontento que proviene hoy de los mismos entusiastas de ayer, genera desilusión y desaliento en los reformistas porque consideran esas críticas injustas e ingratas. Este “efecto tenaza” – crítica por parte de la comunidad y desánimo en el gobierno – puede bloquear la exploración en apnea por una veloz marcha atrás.

Muchas reformas fallidas son esas reformas “abortadas” en la segunda fase, no aquellas nunca iniciadas. Sin embargo, una reforma empezada y no llevada a término es peor que la falta de reforma. Porque mientras una comunidad no haya intentado nunca una reforma necesaria, puede siempre empezar una; cuando una comunidad fracasó con una primera reforma, se vuelve muy difícil, si no imposible, tener una segunda, ya que la gestión de aquel primero fracaso consume mucho de las energías disponibles, y aquel primer entusiasmo colectivo, necesario para empezar una eventual segunda reforma será muy reducido, por no decir inexistente. En las reformas de las comunidades carismáticas solo “la primera es la buena”, la segunda posibilidad, que siempre hay, es (fácilmente) ineficaz.

Cuando entonces el gobierno de una comunidad echa mano a una reforma, debe ser consciente de que llegará la segunda fase de críticas y desaliento. Debe tenerlo en cuenta, no dejarse sorprender por su llegada. Y así, cuando nos quedemos sin aire, seguiremos buceando con confianza, en busca del nuevo arco iris.

 

Credits foto: © 14578371 da Pixabay

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A renacer se aprende/1 - ¿Por qué muchas reformas comunitarias comienzan con los mejores augurios y luego se estancan?

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 20/12/2023 - De la revista Città Nuova n. 9/2023

El arte más precioso y raro de aprender cuando empieza la reforma de una comunidad es lograr llegar hasta el fondo del proceso. La primera etapa de una reforma casi siempre está acompañada de consensos, aplausos y alientos, porque en general los movimientos y las comunidades empiezan con las reformas demasiado tarde, cuando ya es (casi) evidente para todos que toca cambiar mucho para no morir. Y por tanto, el nuevo gobierno que se encarga de esta tarea reformadora es saludado como si se saludara a un salvador. Pocas personas son conscientes de que esa reforma necesaria había que hacerla desde hacía varios años, cuando todavía los síntomas de la enfermedad colectiva eran casi invisibles y todo mostraba éxito y salud.

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Ese nuevo arco iris

Ese nuevo arco iris

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En este momento de pandemia de coronavirus, hemos visto que la economía vive y no se derrumba gracias sobre todo a los trabajadores que desempeñan los trabajos más sencillos. Hay un amor distinto pero esencial en aquellos que van a trabajar cada día por nosotros, con mascarillas y guantes.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 11/04/2020.

Esta inédita y grave crisis colectiva nos está enseñando algunas lecciones acerca de la naturaleza profunda de la economía y de los mercados. En primer lugar, nos está mostrando la diferencia entre capitalismos. Ya sabíamos que el espíritu del capitalismo del Norte y el del Sur de Europa eran distintos. Pero hoy esta diferencia se está manifestando en aspectos nuevos, (en parte) insospechados y, a fin de cuentas, tristes para todos. 

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La visión del trabajo como vocación (beruf, en alemán), que, como nos mostró Max Weber, ha caracterizado la visión protestante del trabajo y del capitalismo y ha producido frutos extraordinarios, hoy muestra su lado oscuro. Las razones del trabajo y de la economía son tan importantes que pueden convertirse en absolutas y “sagradas”; pueden convertirse en las razones primeras también frente a una crisis tan grave como esta. Las frases que hemos escuchado en boca de algunos primeros ministros o ministros de los países del Norte de Europa y del Reino Unido acerca del imperativo de evitar a toda costa la recesión económica, no las hemos oído de los líderes de los países de cultura católica (Italia, España, Portugal); no porque sean más altruistas que sus colegas, sino porque en el Sur la economía no ha sido nunca la palabra más importante de la vida civil.

En estos últimos años, aquí había empezado a ocurrir lo mismo (en algunas zonas más que en otras, como hemos visto), pero esta crisis, inesperadamente, nos ha hecho descubrir la vocación económica distinta y específica de los países latinos y católicos. Hemos crecido menos, tenemos grandes deudas públicas, una corrupción extendida, altas tasas de paro y baja productividad; pero hacemos todo lo que podemos, y un poco más, para salvar a los ancianos, a toda costa. El familismo no siempre es amoral. No porque seamos mejores o más éticos, sino sencillamente porque somos distintos, en las sombras y en las luces. Quizá, por una vez, el Norte de Europa habría podido recibir una lección del Sur, y habría sido mejor para todos, nos habríamos ahorrado muertos y dolor.

Hay un segundo aspecto. Hemos visto que la economía vive y no se derrumba gracias, sobre todo, a los trabajadores que desempeñan los trabajos más sencillos y humildes. Si detrás y al lado de los médicos y enfermeros no hubieran estado los auxiliares, los trabajadores de la limpieza en los hospitales, los conductores de camiones, los barrenderos de las ciudades, los mantenedores de la energía eléctrica y de las redes de Internet, los empleados de los supermercados, los bomberos… esta crisis nos habría afectado mucho más y de una forma más destructiva, quizá insostenible. Improvisamente hemos visto cuánto amor cívico e implícito nos rodea.

Muchos de nosotros buscamos el amor en los lugares equivocados o demasiado pequeños. Nos hemos dado cuenta de que hay un amor distinto pero esencial en las personas que van a trabajar cada día por nosotros, con mascarillas y guantes; personas que se arriesgan a contagiar a sus padres e hijos solo para cumplir con su deber.

También este trabajo es vocación, aunque sea duro, agotador y e implique mucho riesgo. Mucha gente, estoy seguro, se ha reconciliado con la parte más profunda y verdadera de su trabajo y de su vida precisamente estos días tremendos y difíciles. En la tragedia y en el dolor han vuelto a ver, o han visto por primera vez, la dignidad y el honor de su trabajo.

Que pase pronto el virus, pero que no pase esta gran lección.

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La naturaleza imprevista de la economía

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Algunos empresarios y empresarias nacen por vocación, porque un día, quizá dentro de una crisis, una enfermedad o una depresión, escuchan una voz buena que pronuncia su nombre.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Città Nuova el 12/02/2020.

«Un día, siendo yo niño, mi padre llegó a la fábrica 20 minutos tarde por acompañarme al hospital debido a una crisis asmática. Aquel retraso le costó un descuento de cuatro horas de salario. En aquel momento, dentro de mí surgió “algo” nuevo, que con el tiempo fue madurando. No sé qué era exactamente: tal vez rabia, tal vez dolor. Lo que sé es que aquel día fue decisivo para la decisión que tomé muchos años después de fundar mi propia empresa, donde ese “algo” que yo vi y viví, no debería existir, ni para los padres ni para los hijos». Este episodio, narrado por Francisco, un joven empresario, nos dice muchas cosas acerca de lo que han vivido muchos empresarios de verdad.

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Si leemos atentamente las historias de muchos empresarios, a menudo encontramos vivencias parecidas a la de Francisco. Muchos han creado una empresa después de una experiencia especial, de un dolor. A lo mejor lo han hecho para evitar la muerte de la empresa familiar en la que han crecido de niños, donde hacían los deberes mientras sus padres pasaban los mejores años de su vida en una tienda, un restaurante o una fábrica.

Es posible que los vieran luchar para no cerrar en los momentos difíciles, para no despedir a un padre de familia. Es posible que los vieran llorar, pelear y hacer las paces. En la empresa vieron carne y sangre, vieron solo vida. Y al crecer siguieron en la empresa como sigue la vida. En el origen de estas empresas de segunda o tercera generación no siempre hay una “vocación”, porque en la tierra hay cosas maravillosas hechas por personas que no han sentido la llamada de una voz interior. Tal vez solo han oído la voz de un padre, un amigo o el dolor de los pobres, y han dicho: “aquí estoy”.

No han vivido la experiencia del profeta Isaías, pero se le parecen mucho, porque, a veces, la llamada llega después y no antes de la creación de la empresa.

Otras veces, la empresa nace por un encuentro, para aprovechar una oportunidad, sin que, tampoco en este caso, haya una vocación concreta. A veces estas empresas-oportunidad también pueden ser buenas y pueden generar auténticas experiencias humanas, creando bienes, puestos de trabajo, salarios y riqueza para muchos. Muchas empresas reales nacen así, y algunas nacen o se hacen preciosas.

Otras empresas nacen por revancha, por un desafío, incluso por una forma de venganza, para mostrar a un patrón que no nos valoraba que somos capaces de hacer las cosas al menos tan bien como él, si no mejor. Pero estas empresas raramente tienen éxito, porque estos sentimientos negativos (muy frecuentes) no son los más adecuados para el mercado y para la economía. El empresario que crece bien debe ver el mundo con positividad, debe ver la riqueza y los talentos de los demás como oportunidades para su propio crecimiento y para su futura riqueza. La envidia nunca es una virtud, mucho menos una virtud del mercado.

Finalmente, hay empresarios y empresarias que nacen por vocación, por una llamada, porque un día, a lo mejor en medio de una crisis, una enfermedad, una depresión, un luto o una inquietud en el trabajo que muchos envidiaban pero él o ella sentía como una jaula, escucharon una voz buena que pronunciaba su nombre. La escucharon con claridad, aunque no tuvieran una fe religiosa para llamar “Dios” al autor de esa voz. En el mundo hay muchas más personas llamadas que personas religiosas.

Sintieron que su puesto en el mundo pasaba por crear una cooperativa una asociación o una empresa. Sintieron que esa economía no era solo economía: era también economía de la salvación, para ellos mismos y para los demás. Sintieron que, si no decían “aquí estoy”, su vida se marchitaría. Y respondieron.

La economía necesita todas estas formas de empresarios, toda esta biodiversidad típicamente suya. Pero sin economía por vocación faltaría la levadura, y el pan del mercado sería siempre ácimo. La buena noticia es que cada mañana la voz sigue llamando nuevos empresarios. Y cuando los conocemos y los reconocemos siempre es un día de fiesta, para nosotros y para todos. No hay bien común sin santos, sin artistas y sin empresarios.

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Algunos empresarios y empresarias nacen por vocación, porque un día, quizá dentro de una crisis, una enfermedad o una depresión, escuchan una voz buena que pronuncia su nombre.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Città Nuova el 12/02/2020.

«Un día, siendo yo niño, mi padre llegó a la fábrica 20 minutos tarde por acompañarme al hospital debido a una crisis asmática. Aquel retraso le costó un descuento de cuatro horas de salario. En aquel momento, dentro de mí surgió “algo” nuevo, que con el tiempo fue madurando. No sé qué era exactamente: tal vez rabia, tal vez dolor. Lo que sé es que aquel día fue decisivo para la decisión que tomé muchos años después de fundar mi propia empresa, donde ese “algo” que yo vi y viví, no debería existir, ni para los padres ni para los hijos». Este episodio, narrado por Francisco, un joven empresario, nos dice muchas cosas acerca de lo que han vivido muchos empresarios de verdad.

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Economía y vocación

Economía y vocación

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Los jóvenes, las mujeres y los hombres de nuestro tiempo no han dejado en absoluto de buscar espiritualidad y el sentido de la vida. 

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 31/12/2019.

«Aquel viaje en bicicleta por Francia me cambió la vida», me decía un joven colega polaco durante una cena en un congreso en Cracovia. «Llegué a un antiguo monasterio en un momento de crisis. Un monje me contó que en aquel convento, antiquísimo, se acogía en la Edad Media a los monjes benedictinos que huían de Italia».

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¿Por qué ese encuentro cambió su vida? «Porque estaba pasando por un periodo de crisis en mi compromiso político y ciudadano en favor de los jóvenes de mi país. Estaba cansado y desmoralizado. Al saber que aquel convento había sido un refugio para aquellos antiguos monjes, entendí que yo también tenía que ser ‘refugio y protección’ para los jóvenes de mi país». Y concluía: «En aquel monasterio francés redescubrí mi vocación».

Los jóvenes, las mujeres y los hombres de nuestro tiempo no han dejado en absoluto de buscar espiritualidad y el sentido de la vida. Lo buscan tanto como ayer o incluso más. Pero, a diferencia de lo que ocurría en siglos pasados, ahora no lo buscan solo dentro de las iglesias y en los lugares sagrados. Lo buscan en todos lados: en el estudio, en el deporte, en el consumo, en las redes sociales, en las fiestas y en la diversión. Aquel joven, buscando un albergue para dormir, recuperó su vocación perdida gracias a que un viejo monje encontró unos minutos para estar con él y contarle su historia. A los jóvenes, y a todos, les gustan muchas cosas, pero lo que más les gustan son las historias grandes.

El gran peligro de nuestro mundo, el peligro que corren quienes aman la espiritualidad y la fe, consiste en quedarse en los lugares de lo sagrado esperando a que vengan las personas, que cada vez serán menos. Y, como ocurre en la novela El desierto de los tártaros, pueden pasar décadas en grandes fuertes militares vacíos, rodeados por el desierto, esperando a alguien que no viene. Pero mientras se espera, el tiempo pasa y comienzan los conflictos y las muertes dentro del fuerte.

Nunca como en esta generación las empresas han pedido espiritualidad y religión. Se multiplican los retiros espirituales empresariales en monasterios antiguos, nacen nuevas figuras profesionales (consejeros espirituales, coaches, directores de meditación, mentalistas espirituales …), y cada vez se invita a más expertos en religión para hablar del espíritu y el alma en las convenciones empresariales.

Las empresas anticipan las tendencias de la gente, por naturaleza, antes que otros ámbitos, y se están dando cuenta de que está comenzando una gran carestía de sentido, un hambre de interioridad, que no es menos devastadora que las carestías de alimentos y las sequías.

Hay un ‘efecto invernadero del alma’ que está comenzando a quitarnos el aire, la alegría de vivir y el deseo de ir a trabajar al despertarnos por la mañana. Es una carestía grave que, si no se entiende y afronta, convertirá la depresión en la peste del siglo XXI.

Así pues, las iglesias, las religiones, las personas que tienen experiencias milenarias de espíritu y de alma, deben habitar hoy los lugares del vivir, salir de sus fortines e ir al encuentro de la gente donde se desarrolla su vida corriente. Las empresas no pueden satisfacer por sí solas las peticiones de sentido de sus trabajadores. 

No bastan unos cuantos fines de semana de formación psicológica, a veces online, para que alguien pueda convertirse en coach espiritual y aconsejar a personas. Se necesitan figuras mucho más preparadas que desempeñen estas actividades por vocación. Si las grandes tradiciones religiosas y espirituales no salen al encuentro de las necesidades, latentes pero reales, de la gente, las empresas y las organizaciones se llenarán de falsos expertos en espiritualidad, que solo aumentarán el malestar, el hambre y la sed.

Vivimos un tiempo favorable de grandes oportunidades para el espíritu: “Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Isaías 43,19).

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