Città Nuova

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A renacer se aprende/8 - Las cuatro tendencias que pueden asumir los que pertenecen a una comunidad o a un movimiento religioso después de la muerte del fundador.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 07/09/2024 - De la revista Città Nuova nº 4/2024

Cuando una comunidad o un movimiento espiritual pasan de la primera generación de los fundadores a la generación siguiente, este paso decisivo asume varias formas en quienes las integran. En general, las tendencias principales son (al menos) cuatro, que se hacen presente en las personas de varias formas.

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La primera tendencia es la que se encuentra principalmente en aquellos a los que podemos llamar “los inflexibles”. Es la tendencia que conduce a la vida tal como se vivía exactamente antes de la muerte del fundador, como si no hubiese ocurrido nada importante. El mismo estilo de vida, las mismas lecturas espirituales, los mismos compromisos, el mismo lenguaje. Esta continuidad tiene también dimensiones positivas (por ejemplo, la seriedad), mezcladas con otras más problemáticas. Ven disminuir el impacto externo de lo que hacen, sienten un cansancio físico y espiritual creciente, pero continúan como ayer. Hacen como aquel amigo mío que ante el aumento del precio de la gasolina, me dijo: “para mí no cambia nada: yo siempre meto 20 euros”. Por lo general, cuando prevalece esta tendencia, trae consigo una nostalgia del pasado. las loas al tiempo pasado, la idea de que todos los problemas del presente se deben al hecho de haber perdido la pureza de los primeros días. Una tendencia muy comprensible, pero que no hay que alentar.

La segunda tendencia es esa que podemos llamar “desilusión”. Es típica en aquellos que, en un momento dado, se convencieron de que la etapa de fundación fue un largo auto-engaño, una ilusión colectiva e individual desarrollada con la buena fe de todos, que los retuvo durante demasiado tiempo en una adolescencia o en una infancia espiritual y psicológica. Algunos de los que se encuentran en esta tendencia desarrollan también rabia y rebelión, sobre todo si invirtieron mucho en la primera etapa de la comunidad. Una rabia contra ellos mismos y, a veces, contra la comunidad. Es una desilusión que, de cualquier modo, es preferible a la ilusión, y que en una nueva madurez se puede convertir en un verdadero renacer espiritual.

Luego está la tercera tendencia a la depresión espiritual, una especie de acedia individual y colectiva causada por la falta de deseo y de eros. Es la tendencia más peligrosa, que se puede identificar rápido por sus síntomas (pesimismo cósmico, cinismo y crítica a quien fuese que haga algo productivo). El que cultiva esta tendencia no experimenta desilusión por encima de la ilusión, porque no tiene tampoco ganas ni energía de hacer grandes auto-análisis. Simplemente experimenta una caída progresiva en la alegría de hacer las cosas de antes, cree cada vez menos en lo que hace, y ya no informa nada a nadie. Atribuye la caída del deseo a la edad, a los tiempos que cambiaron, a los jóvenes que ya no son lo que eran. Cuando esta tendencia gana terreno en la comunidad, las personas se retiran a la vida privada, y se ven en una situación parecida a la de los dos discípulos de Emaús antes de que el “viandante anónimo” se uniera a ellos.

Por último, hay también una cuarta tendencia buena, distinta y muy importante: la esperanza. Esta se despierta en quienes, frente a las mismas dificultades que todos ven, y conscientes de que en la comunidad algunas dimensiones han cambiado realmente y que la vida es más dura, en lugar de cultivar las otras tres tendencias (que ven en sí mismos y en sus entornos), tratan de involucrarse en nuevos proyectos, de usar la creatividad para la búsqueda de nuevos códigos narrativos, y dan vida, junto a otros, a procesos colectivos de cambio en la simpleza de la vida cotidiana: no esperan el gran momento, sino que hacen grandes los pequeños momentos de los que disponen. La esperanza, esta esperanza, no tiene que ver con una nueva auto-ilusión ni con la ingenuidad. Nace cuando un día se comprende, quizás después de haber experimentado las otras tres tendencias, que a renacer se aprende, que se puede elegir renacer, que una resurrección es posible a los 30, a los 60 o a los 90 años. No será la gran resurrección de todos y de todo el movimiento, pero puede ser tu resurrección y la de las personas con las que vives. Y entonces, con algunos amigos, se parte hacia una nueva tierra prometida. Las personas que escogen cultivar esta tendencia se reconocen por una particular dulzura y por una típica y delicada belleza. Nos atraen, y si incluso ya hemos sido dominados por las otras tendencias, nos sentimos implicados en su renacimiento. Es en el corazón de estas personas de esperanza que está germinando el futuro: el tercer viandante ya se sumó al camino hacia Emaús.

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Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 07/09/2024 - De la revista Città Nuova nº 4/2024

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El tiempo de una nueva esperanza

El tiempo de una nueva esperanza

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A renacer se aprende/6 - Comunidades y movimientos, entre las palabras de los fundadores y la voz de los nuevos profetas

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 11/07/2024 - De la revista Città Nuova n. 2/2024

En las comunidades espirituales y en los movimientos carismáticos (que nacen de un carisma religioso o laico) es importante la forma que asume el ejercicio de la propia historia, de la memoria, del recordar. El discernimiento más precioso y más difícil no tiene que ver con los episodios negativos o con las pequeñas palabras del pasado: el arte crucial es saber usar las palabras verdaderas, los episodios fundadores de la historia de una comunidad, incluidas las grandes palabras de los fundadores y de los primeros testimonios amadísimos y venerados.

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En este ejercicio esencial, nos ayuda un fragmento del Evangelio de Luca: «¡Ay de ustedes!, que construyen los sepulcros de los profetas a quienes los antepasados de ustedes mataron...ellos los mataron y ustedes construyen sus sepulcros» (Lc 11:47-48). Los contemporáneos de Jesús habían empezado a celebrar y honrar a los profetas del pasado, los hombres que habían fundado la fe del pueblo, redescubriendo y valorizando las tumbas, que se transformaron en verdaderos santuarios, en metas de peregrinaciones populares. Para algunos, esta nueva devoción profética podía ser interpretada como signo de una nueva época de estima y de escucha de las palabras de los profetas, una verdadera conversión: «Ellos los mataron, ustedes construyen».

Sin embargo, también aquí, Jesús nos sorprende y desenmascara una realidad que se muestra contraria a lo que parece – el Evangelio es una sucesión de realidades que se muestran contrarias a lo que a todos parece evidente. Y nos dice que celebrar a los profetas del pasado honrando sus tumbas y su memoria puede no contener ninguna novedad: los profetas del presente (entre ellos Jesús mismo y el Bautista) seguían siendo perseguidos y asesinados mientras el pueblo veneraba las tumbas de los profetas de ayer.

Honrar a los profetas (santos o fundadores) del pasado no es entonces una señal creíble de que una comunidad esté escuchando y estimando también a sus profetas del presente. De hecho, la historia de las comunidades cristianas, espirituales e ideales muestra a menudo la tendencia exactamente opuesta: más se veneran los santos del pasado, menos se escuchan a los profetas del presente, que, no pocas veces, son desacreditados y perseguidos precisamente en nombre de las devociones a los grandes del pasado.

Las comunidades carismáticas tienen una continua necesidad vital de profecía, que se expresa ciertamente en el tener totalmente vivo y presente el carisma del fundador, pero también se expresa en el reconocer, el alentar y el no pelear contra la profecia presente en las personas que el Espíritu envía continuamente a las comunidades, sobre todo en las generaciones sucesivas a las de los primeros fundadores.

Una comunidad carismática no vive hoy simplemente recordando la profecía de ayer, ni vive hoy solamente actualizando el carisma de ayer. Todo eso es necesario, pero no es suficiente para una comunidad que quiere mantenerse viva y vivificante, y seguir, por lo tanto, atrayendo jóvenes y nuevas vocaciones. La condición suficiente es la escucha de las profecías del presente, que supone que las personas que por don y por deber incorporan hoy una dimensión profética no sean rechazadas ni desalentadas, sino escuchadas y valorizadas.

El carisma no es un diamante caído a tierra una vez para siempre que queda custodiado en una caja de cristal para que no deje de brillar. El carisma es una semilla que sigue dando en cada estación del año sus flores y sus frutos – los carismas se declinan siempre en tiempo presente. Jesús siguió vivo en la Iglesia no sólo por ser sólo custodiado y venerado, no sólo por su verdadera presencia en la comunidad, sino porque el Espíritu ha enviado a la Iglesia muchos carismas en el transcurso de los siglos.

Pero reconocer a los profetas de hoy no es nada fácil, porque los verdaderos profetas en general no son reconocidos ni escuchados. En cambio, las comunidades aman a los falsos profetas, porque como “profetas de profesión” son especialistas en decirles a los responsables y a la sensibilidad de la comunidad lo que quieren escuchar, para reforzar ilusiones y auto-engaños (muy comunes en los momentos de crisis).

El fragmento de Luca nos dice algo más: que los profetas de hoy son silenciados y marginados mientras crece la celebración de los profetas de ayer. Una manera concreta de hacer esto es usar la palabra de los fundadores o de los grandes hombres y mujeres del pasado para acallar las palabras proféticas verdaderas de hoy, pensando, muchas veces de buena fe, que la nueva profecía que se expresa en la comunidad de hoy entra a competir, reduce e incluso combate la profecía de los fundadores de ayer. Y así se utilizan textos, testimonios orales, compendios que, por el contrario, serían la única cura verdadera de la crisis que esa comunidad vive.

 Credits : Imagen de Fauxels de Pexels

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A renacer se aprende/6 - Comunidades y movimientos, entre las palabras de los fundadores y la voz de los nuevos profetas

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 11/07/2024 - De la revista Città Nuova n. 2/2024

En las comunidades espirituales y en los movimientos carismáticos (que nacen de un carisma religioso o laico) es importante la forma que asume el ejercicio de la propia historia, de la memoria, del recordar. El discernimiento más precioso y más difícil no tiene que ver con los episodios negativos o con las pequeñas palabras del pasado: el arte crucial es saber usar las palabras verdaderas, los episodios fundadores de la historia de una comunidad, incluidas las grandes palabras de los fundadores y de los primeros testimonios amadísimos y venerados.

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La profecía vive solo en el hoy

La profecía vive solo en el hoy

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A renacer se aprende/ 5 - Con los años cambian muchas cosas, también dentro de las comunidades religiosas y de los movimientos espirituales. Mirar al pasado no siempre es el buen camino para superar las crisis de los nuevos tiempos.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 13/06/2024 - De la revista Città Nuova nº 1/2024.

En la vida de las comunidades y de los movimientos espirituales, descifrar cuál es la relación justa con el pasado cumple un rol decisivo, sobre todo en los momentos de grandes cambios y, por tanto, de crisis, cuando no resulta nada obvio cómo hacer para que el carisma siga su curso y qué formas asumirá para que el curso sea bueno y traiga desarrollo y vida.

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En el Génesis está el episodio de la mujer de Lot (Gn 19:26), convertida en estatua de sal por haberse volteado a mirar atrás, retomado en el Evangelio de Lucas (Lc 17:31-32). Mirar atrás fue el error fatal que cometió esa mujer, un error que puede repetirse también en las comunidades espirituales y carismáticas. El error consiste en buscar en el pasado el diagnóstico y la terapia de una crisis presente, pensando que la solución se encuentra volviendo al origen. Muchas veces el pasado es un recurso útil y necesario para las crisis ordinarias, cuando lo que pasó ayer y luego se repitió varias veces, establece patrones y leyes que ayudan en el presente a entender lo que está pasando. Ese es el verdadero sentido de la frase: la historia es maestra de vida.

Pero cuando los tiempos cambian real y rápidamente, cuando el cambio del tiempo es cualitativo (kairos), porque nos encontramos frente a una etapa de verdad inédita – como la muerte del fundador – el pasado no solamente sirve de poco, sino que puede fácilmente convertirse en una carga y en un mal consejero para comprender el presente e imaginar un buen futuro. De hecho, si en los momentos decisivos de cambio de época se dirige la mirada hacia atrás, aquel triste resultado que obtuvo la mujer de Lot es normal y altamente probable.

Lo encontramos en situaciones muy conocidas y estudiadas en la historia de la economía. Por ejemplo, si a finales del siglo XIX los inventores de los automóbiles hubiesen preguntado a sus compatriotas qué necesitaban para transportarse, estos hubieran respondido: una carroza más rápida. Ningún análisis del mercado del ayer podía mostrar la necesidad del automóbil, porque, simplemente, no existía todavía. Cuando, en los momentos de grandes cambios, se mira al pasado, se encuentran carrozas, no autos.

Volviendo a las comunidades, los fundadores dejan a sus comunidades carrozas, a menudo bellísimas carrozas, a la vanguardia de su tiempo, pero – y aquí está el punto – las comunidades viven en el tiempo de los automóbiles. Y cuando, durante las crisis, se va a mirar atrás para buscar soluciones, se encuentran manuales de construcción de carrozas, de mantenimiento de caballos, de ruedas, de amortiguadores; todas cosas utilísimas para la construcción y la manutención de las carrozas de ayer, pero inútiles para crear automóbiles hoy y mañana.

En el momento de crisis que viene con la transición de la generación del fundador a la siguiente, en esa pérdida natural que se vive, el error más común es pensar que la salvación se encuentra buscando y encontrando en el pasado los recursos para esa “radicalidad” de vida que ya no se ve, para esa fidelidad total al carisma que hoy aparece borrosa. De esa manera se invierte mucha energía para estudiar bien las raíces, para formar a los nuevos miembros con ese material de ayer presentado como la mejor y única cura para la crisis de hoy.

Sucede de manera natural porque en los tiempos de gran incertidumbre y gran desorientación, el único recurso disponible al alcance de la mano parece realmente ser el pasado. Y así nos engañamos con el hecho de que por tener un sólo recurso este único recurso es un buen recurso. Se va en busca de las palabras del fundador, de los episodios y de los sumarios de ayer, se busca también explicar la auténtica interpretación perdida, detrás de la ilusión de que esos textos son el medio para renacer hoy. Así es como se recurre a esos estupendos antiguos manuales de carrozas, esos diseños coloridos de hermosísimas carrozas, e incluso quizás se consiga, en algún lugar, construir todavía alguna buena carroza, pero mientras tanto pasan al lado nuestro automóbiles cada vez más veloces.

Una buena estrategia en estos tiempos de cambio debería, por el contrario, imaginar e intentar dos operaciones. En primer lugar, un trabajo sobre el carisma, entendiendo – para seguir en la misma metáfora – que el don recibido por medio del fundador no está ligado a la construcción de carrozas, sino al transporte; y la comprensión, por lo tanto, de que el carisma que ayer se expresó con la construcción de carrozas hoy puede producir también automóbiles, y por qué no eléctricos. Luego, abandonar los manuales de instrucción de ayer y usar el espíritu del carisma para escribir nuevos manuales para la construcción de nuevos medios de transporte. Y por último, ponerse a trabajar con el mismo entusiasmo de los primeros tiempos.

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A renacer se aprende/ 5 - Con los años cambian muchas cosas, también dentro de las comunidades religiosas y de los movimientos espirituales. Mirar al pasado no siempre es el buen camino para superar las crisis de los nuevos tiempos.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 13/06/2024 - De la revista Città Nuova nº 1/2024.

En la vida de las comunidades y de los movimientos espirituales, descifrar cuál es la relación justa con el pasado cumple un rol decisivo, sobre todo en los momentos de grandes cambios y, por tanto, de crisis, cuando no resulta nada obvio cómo hacer para que el carisma siga su curso y qué formas asumirá para que el curso sea bueno y traiga desarrollo y vida.

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Tiempos de cambio

Tiempos de cambio

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A renacer se aprende/4 -Cómo mantener vivas y frescas las comunidades carismáticas, en la generación que sigue a la de los fundadores

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 30/04/2024 - en la revista Città Nuova n. 12/2023

Las comunidades viven dentro de una tensión dinámica entre el “adentro” y el “afuera”. Sin una cierta intimidad colectiva hecha de relaciones densas, fuertes, cálidas, no se crea ninguna comunidad. Por lo tanto, la fuerza centrípeta que impulsa todo hacia una única alma es esencial para generar vida comunitaria verdadera. Estas relaciones fuertes e íntimas son muy apreciadas por los miembros de la comunidad. Generan una alegría habitual y grandísima: cuando decimos “nosotros”, sentimos que resuena nuestro nombre más verdadero, y cuando decimos “yo”, todo nos habla de “nosotros”, al punto de (casi) no poder ya distinguir el alma individual del alma colectiva.

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Este típico bien relacional es el primer alimento de las comunidades. En esta intimidad, totalmente individual y totalmente colectiva, está el secreto y la belleza junto con los puntos críticos de la vida comunitaria, sobre todo cuando las comunidades atraen y cultivan vocaciones, o sea que están compuestas por personas llamadas por el nombre del carisma de la comunidad, que sienten como la parte mejor y más verdadera de sí mismos. La identificación del sujeto con el grupo se convierte en un juego espiritual de espejos, una empatía mutua y generalizada, y en general los individuos no perciben nada forzado en el sentir los mismos sentimientos de todos – “el naufragar me es dulce en este mar” de la comunidad.

Inevitablemente, esta dinámica interna crea confines, fronteras, zonas delimitadas entre el adentro y el afuera, con el fin de proteger esta intimidad preciosa. La intensa vida interna crea en los años posteriores un lenguaje común, un estilo de vida, un modo de rezar y celebrar, guiños y gestos que dejan reconocer inmediatamente desde afuera quién forma parte de aquel grupo. El que está adentro no se da cuenta de que cambia día tras día, pero al que mira desde afuera le parece clarísimo, y lo ve incluso con algo de preocupación. Si, de hecho, después de la primera fase las comunidades no bajan los puentes levadizos y no vuelven más porosa y más simple la entrada (y la salida), empiezan a decader por pérdida de biodiversidad y de aire.

A este respecto, es interesante un episodio del evangelio de Lucas: “Juan le dijo: ‘Maestro, vimos a un hombre que echaba fuera demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo porque no te sigue con nosotros’. Pero Jesús le contestó: —‘No se lo prohíban, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes’” (Lc 9:49-50). Los compañeros de Jesús se comportan como muchos miembros de una comunidad hacia a las personas de afuera del "círculo mágico” que actúan como si fuesen de adentro. Son muchas las formas en que se expresan estas dinámicas.

Una primera se refiere a las personas que después de haber pasado un período con la comunidad sienten una segunda vocación, la dejan y dan vida a una nueva comunidad propia. Sobre todo al inicio, estas personas de “segunda vocación” usan un lenguaje y unas categorías espirituales muy parecidas, si no idénticas, a aquellas que habían aprendido y vivido en la primera comunidad de origen. A los viejos compañeros, esta semejanza a veces les resulta excesiva, molesta, parecida al plagio, y se lamentan por la falta de reconocimiento a la primera fuente, lo que puede derivar en una verdadera hostilidad. Un error común y comprensible, que sin embargo hay que combatir como una tentación.

Una segunda forma es la llegada a la comunidad de personas con talentos propios y carismas en parte diferentes de aquellos del fundador, pero que de todos modos se sienten hijos auténticos de aquel carisma. Es la experiencia de San Pablo, que aún sin haber conocido al Señor se sentía apóstol como los doce. Así como Pablo no tuvo una vida sencilla con Pedro, Santiago y los doce, los nuevos Pablos no tuvieron una vida sencilla en las comunidades carismáticas, donde fueron a menudo perseguidos, ignorando, tal vez en buena fe, que la salvación y el buen futuro dependen mucho de la presencia de estos reformadores externos-internos.

En la generación que sigue a la de los fundadores, la “gestión de las fronteras” espirituales de la comunidad se vuelve fundamental y vital. Es necesario hacer de todo para que la comunidad de ayer sea vivificada y desafiada por los recién llegados, que a veces son muy diferentes del perfil de los miembros de la primera generación, pero que operan los mismos milagros “en nombre” del carisma. Entre los que actúan en el mismo nombre habrá sin duda falsos profetas e incluso oportunistas, un riesgo inevitable, porque una comunidad que no generase también falsos profetas no tendría la fuerza vital suficiente para generar ningún profeta verdadero.

Cuando, en cambio, prevalece el miedo a perder la identidad y la pureza del carisma (típica tentación “gnóstica”), las comunidades se marchitan, envejecen y desaparece la alegría de vivir, que con la presencia de los jóvenes son los dos “sacramentos” de las comunidades capaces de futuro.

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A renacer se aprende/4 -Cómo mantener vivas y frescas las comunidades carismáticas, en la generación que sigue a la de los fundadores

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 30/04/2024 - en la revista Città Nuova n. 12/2023

Las comunidades viven dentro de una tensión dinámica entre el “adentro” y el “afuera”. Sin una cierta intimidad colectiva hecha de relaciones densas, fuertes, cálidas, no se crea ninguna comunidad. Por lo tanto, la fuerza centrípeta que impulsa todo hacia una única alma es esencial para generar vida comunitaria verdadera. Estas relaciones fuertes e íntimas son muy apreciadas por los miembros de la comunidad. Generan una alegría habitual y grandísima: cuando decimos “nosotros”, sentimos que resuena nuestro nombre más verdadero, y cuando decimos “yo”, todo nos habla de “nosotros”, al punto de (casi) no poder ya distinguir el alma individual del alma colectiva.

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Carismas: la gestión de las fronteras

Carismas: la gestión de las fronteras

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A renacer se aprende/3 - ¿Qué nos dice hoy la metáfora evangélica del vino nuevo? En los tiempos nuevos hace falta tener el coraje de entonar la marcha fúnebre, agradecer al pasado y creer más en el presente y en el futuro: creer más en los hijos de hoy que en los padres de ayer. Hay que tener el coraje de cambiar casi todo para no perderlo todo.

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 12/03/2024 - De la revista Città Nuova n. 11/2023

Las comunidades hacen grandes esfuerzos por entender cuándo acabó un mundo y cuándo empezó uno nuevo. Las causas de este esfuerzo colectivo son muchas, y en general poco estudiadas, sobre todo en las comunidades religiosas y espirituales donde los varios niveles de problemas (económicos, organizacionales, carismáticos…) se mezclan y se confunden.

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Sobre uno de los errores nos puede inspirar un famoso fragmento del Evangelio de Lucas – la Biblia es también un precioso mapa para orientarse en los caminos elevados e inaccesibles. Aquí está: “Les dijo también una parábola: Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; porque entonces romperá el nuevo, y el retazo nuevo no hará juego con el vestido viejo; y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. Más bien, el vino nuevo debe echarse en odres nuevos” (Lucas 5:36-38).

Los odres y el vino son excelentes parábolas para comprender las realidades colectivas nacidas de un carisma. Estas viven de un espíritu que las ha creado, que podemos llamar “carisma”, y también de estructuras, prácticas, organizaciones, normas y estatutos nacidos para conservar, proteger y cuidar el carisma mismo: los odres. En el contexto del Evangelio, los odres eran la Ley y las instituciones mosaicas, mientras que el vino era el espíritu, el advenimiento del Reino de los cielos. Algo había ocurrido, la vigna de YHWH había producido un vino nuevo, y los odres viejos debían ser cambiados. Los odres no estaban malos: simplemente no estaban adaptados (unfit) para contener un vino nuevo, y si los contenedores no se cambiaban rápido el contenido se derramaría.

La metáfora del vino nuevo puede indicar hoy muchas cosas distintas.

Cuando llega un carisma a la tierra, es un vino nuevísimo, fruto de una cepa nunca antes vista, aunque de injertos de las cepas de la misma gran viña de la Iglesia y de la humanidad. Todos entienden, al principio, que ese nuevo vino necesita nuevos odres: y he aquí que la comunidad da vida a instituciones, estatutos, normas, lenguajes inéditos que son capaces de contener y cuidar esa novedad. A ningún franciscano se le ocurría en el siglo XIII vivir el espíritu de Francisco quedándose en las hermosas abadías benedictinas: nació algo nuevo, los conventos, y una nueva regla fue escrita para contener aquella novedad. Y nadie pensaba en readaptar el Statuto Albertino para escribir la Constitución italiana después del fascismo.

Mucho más difícil es comprender cuándo en la historia de una comunidad los odres deben ser renovados ya que hay un vino nuevo. Es difícil de entender porque la cepa ahora existe, y muchos piensan que los odres estarán siempre, que no llegará más vino nuevo. La muerte del fundador, en general, es uno de esos momentos en que el vino se hace nuevo y los odres envejecen.

El problema decisivo viene del hecho de que los odres que hay que cambiar son los que construyó el fundador. Y así, estructuras, prácticas, normas, palabras, estatutos y constituciones se convirtieron, con los años, en algo muy importante y querido. Son herencia, son patrimonio (o sea patres-munus: don de los padres), son una parte lindísima del mobiliario y de la riqueza de la casa comunitaria, al punto de amar los odres casi más que el vino. Pero si uno se apega a los odres de ayer, las comunidades envejecen junto con sus barriles, porque creen más en los recipientes que en el vino, y pronto asistirán, inertes, a la descomposición de los odres y del vino.

Hay otro detalle al final de la parábola de Lucas: “Y nadie, después de beber vino añejo, desea vino nuevo, porque dice: ‘el añejo es mejor’” (5:39). A muchos les gustaba más el vino viejo, y no quieren el nuevo: y los problemas crecen. Otros buscaban acuerdos, probaban combinar viejo y nuevo, poniendo trozos de tela nueva en un vestido viejo. No: en los tiempos nuevos es necesario tener el coraje de entonar la marcha fúnebre, agradecer por el pasado y luego creer más en el presente y en el futuro: creer más en los hijos de hoy que en los padres de ayer.

Hay un día en que los odres que durante “miles de años” contuvieron el espíritu del carisma se vuelven de repente obsoletos, porque una guardia de noche ha sido más larga que mil años. La vid del carisma no ha cambiado, sólo ha llegado el vino nuevo de una nueva cosecha, en las mismas viñas y cepas de ayer. Y aquí se necesita el coraje de cambiar casi todo para no perderlo todo.

Credits foto: © Makalu su Pixabay

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Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 12/03/2024 - De la revista Città Nuova n. 11/2023

Las comunidades hacen grandes esfuerzos por entender cuándo acabó un mundo y cuándo empezó uno nuevo. Las causas de este esfuerzo colectivo son muchas, y en general poco estudiadas, sobre todo en las comunidades religiosas y espirituales donde los varios niveles de problemas (económicos, organizacionales, carismáticos…) se mezclan y se confunden.

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El esencial coraje de cambiar

El esencial coraje de cambiar

A renacer se aprende/3 - ¿Qué nos dice hoy la metáfora evangélica del vino nuevo? En los tiempos nuevos hace falta tener el coraje de entonar la marcha fúnebre, agradecer al pasado y creer más en el presente y en el futuro: creer más en los hijos de hoy que en los padres de ayer. Hay que tener el co...
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A renacer se aprende/2 - Los grandes cambios no siempre se producen a pequeños pasos, y la necesidad de proceder gradualmente no debe volverse un obstáculo para abordar iniciativas urgentes

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 24/01/2024 - De la revista Città Nuova n. 10/2023

Hace poco recordábamos el 60° aniversario del gran discurso profético de Martin Luther King, I have a dream, pronunciado en Washington el 28 de agosto de 1963. Meditando nuevamente en aquel discurso, me llamó la atención un pasaje: "Este no es tiempo para entrar en el lujo del enfriamiento o para tomar la droga tranquilizante del gradualismo". Era muy crítico del gradualismo, de la idea muy arraigada de que los grandes cambios no pueden producirse de inmediato porque la gran complejidad de la realidad a cambiar exige un proceso gradual y una política de pequeños pasos. El gradualismo encuentra mucho consenso, porque hace hincapié en un verdadero valor, el de la inclusión, el de la necesidad de implicar a los distintos actores que tienen un papel en la creación de los problemas y, por tanto, también en su solución. De ahí los grandes procesos de consulta popular, de los cuestionarios, de las numerosas comisiones para garantizar la sinodalidad de todo el proceso de cambio.

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No quiero afirmar que el método gradualista no deba adoptarse nunca o que siempre sea un error. La pregunta es otra: ¿por qué Martin Luther King se oponía tanto al gradualismo? Porque, sencillamente, veía en quienes apelaban a la política de los pequeños pasos una coartada para seguir posponiendo reformas y cambios urgentes y evidentes (el apartheid, por ejemplo), y porque para los poderosos cumplía la función de "tranquilizante" de conciencias. Apelar a un valor, incluso válido en sí mismo, se convertía en una justificación del status quo -casi siempre quien se opone a un proceso necesario lo hace en nombre de una buena razón.

No todos los cambios se producen en pequeños pasos. En física, el agua pasa de líquido a sólido en un instante, las revoluciones no se producen gradualmente, porque ciertos procesos estallan cuando se supera un umbral crítico. Hoy, por ejemplo, quien sigue invocando la política gradualista en el ámbito del cambio climático y de la transición ecológica (la propia palabra transición incorpora la idea de pequeños pasos), utilizan casi siempre esta hermosa palabra para ralentizar un cambio que ya era urgente hace veinte años. La inclusión de todos los gobiernos y de las diversas partes económicas interesadas (stakeholders) es parte esencial del problema ambiental, es la causa primera de por qué estamos inertes presenciando el declive rápido e inexorable del clima. Cuando el barco se hunde, o cuando la casa se incendia, a nadie se le ocurre convocar una asamblea para decidir con complejos procedimientos qué hay que hacer: haría falta un capitán que se responsabilizara de las decisiones y decidiera. El mundo no tiene capitán (y está bien así) y nos estamos hundiendo de hecho; pero ese "capitan" puede y debe surgir desde abajo, de la población mundial, de procesos civiles que puedan conducir a decisiones rápidas y eficaces que sustituyan la falta de "capitanes" - y esperemos que sean pacíficas y no violentas.

Pero lo que sorprende es que el gradualismo gana terreno incluso en las comunidades ideales y en lo movimientos donde hay "capitanes", donde hay un gobierno que podría y debería tomar las decisiones urgentes. Y en cambio, con frecuencia, incluso frente a crisis generales y graves que requerirían un cambio rápido, se prefiere el método gradualista, la creación de comisiones que un día informarán acerca de las necesidades que hayan surgido, con la esperanza (un poco ingenua) de que al final pueda hacerse la síntesis de toda la información recogida. Y así pasan los años y los gobiernos, las patologías se agravan, y mientras los médicos discuten qué hacer, el paciente empieza a morir.

Un error típico de estos métodos gradualistas tiene que ver con la economía. Los aspectos económicos son los primeros en surgir durante una crisis, pero son los últimos en ser afrontados, porque la economía es un indicador de fenómenos mucho más amplios y profundos que la economía por si sola. Los indicadores económicos son la luz roja del auto que señala una falla en el motor: te dice que arregles el motor y luego, una vez reparado, la luz se apaga sola. Y en lugar de eso, se empieza a arreglar la economía sin entender las enfermedades estructurales que generaron la crisis económica, y cuanto más se arregla la economía más se profundiza la enfermedad.

La cualidad de un gobierno en tiempos de crisis depende mucho de la capacidad de sus responsables de intuir, por instinto, dónde están los problemas del "motor", y de ahí arrancar. Recibirán críticas, acusaciones de dirigismo, pero tal vez salven el cuerpo que sufre.

Credits foto: © Unseen Histories su Unsplash

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A renacer se aprende/2 - Los grandes cambios no siempre se producen a pequeños pasos, y la necesidad de proceder gradualmente no debe volverse un obstáculo para abordar iniciativas urgentes

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 24/01/2024 - De la revista Città Nuova n. 10/2023

Hace poco recordábamos el 60° aniversario del gran discurso profético de Martin Luther King, I have a dream, pronunciado en Washington el 28 de agosto de 1963. Meditando nuevamente en aquel discurso, me llamó la atención un pasaje: "Este no es tiempo para entrar en el lujo del enfriamiento o para tomar la droga tranquilizante del gradualismo". Era muy crítico del gradualismo, de la idea muy arraigada de que los grandes cambios no pueden producirse de inmediato porque la gran complejidad de la realidad a cambiar exige un proceso gradual y una política de pequeños pasos. El gradualismo encuentra mucho consenso, porque hace hincapié en un verdadero valor, el de la inclusión, el de la necesidad de implicar a los distintos actores que tienen un papel en la creación de los problemas y, por tanto, también en su solución. De ahí los grandes procesos de consulta popular, de los cuestionarios, de las numerosas comisiones para garantizar la sinodalidad de todo el proceso de cambio.

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Contra el gradualismo

Contra el gradualismo

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A renacer se aprende/1 - ¿Por qué muchas reformas comunitarias comienzan con los mejores augurios y luego se estancan?

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 20/12/2023 - De la revista Città Nuova n. 9/2023

El arte más precioso y raro de aprender cuando empieza la reforma de una comunidad es lograr llegar hasta el fondo del proceso. La primera etapa de una reforma casi siempre está acompañada de consensos, aplausos y alientos, porque en general los movimientos y las comunidades empiezan con las reformas demasiado tarde, cuando ya es (casi) evidente para todos que toca cambiar mucho para no morir. Y por tanto, el nuevo gobierno que se encarga de esta tarea reformadora es saludado como si se saludara a un salvador. Pocas personas son conscientes de que esa reforma necesaria había que hacerla desde hacía varios años, cuando todavía los síntomas de la enfermedad colectiva eran casi invisibles y todo mostraba éxito y salud.

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Por esta razón, los primeros momentos de un proceso de renovación, como en cualquier renovación de un cuerpo que sufre, fluyen lisa y rápidamente, acompañados de satisfacciones y de ese gran alivio típico de cada comienzo de una necesaria cura. Los reformadores se sienten sostenidos por toda la comunidad y todo viene acompañado de un clima de optimismo y de nueva primavera. Se entiende, por lo tanto, que los momentos más y decisivos en las reformas son los segundos, no los primeros, sino aquel “segundo tiempo”, cuando se reduce y se agota la apertura de crédito casi infinita del comienzo.

Muchas reformas se bloquean, se empantanan en esta segunda fase y no alcanzan la tercera, que es esencial para la verdadera y concreta implementación de la reforma, cuando los anuncios deberían haberse transformado en grandes cambios de gobernanza. Sucede como con aquellos jóvenes que se sumergen sólo con la máscara porque saben que en 10 metros se llega a una cueva emergida de bellos colores: después de los primeros metros sienten que disminuye el oxígeno, se asustan, pegan la vuelta y salen de nuevo a la superficie. Si hubieran resistido todavía unos segundos más hubieran llegado al área maravillosa de la cueva, pero se quedaron a mitad de camino.

¿Por qué se detiene? ¿Qué ocurre en la fase intermedia que bloquea las reformas necesarias y anheladas por (casi) todos? Un indicio sobre las razones del fracaso de la segunda fase nos lo sugiere el filósofo francés De Tocqueville (La democracia en América) con su famosa “paradoja”. Estudiando las revoluciones y las transformaciones sociales de los pueblos, Tocqueville había entendido algo importante: apenas los miembros de una comunidad empezaban a ver muchos afiebrados primeros signos de cambio, de nueva participación y de democracia, empezaban a pedir cada vez más, mucho más de lo que los reformadores pueden hacer concretamente en esta primera fase.

El apetito de reforma crece más rápido que sus primeros resultados. Y entonces aquellos reformistas apreciados, alabados y animados al momento del anuncio de la reforma, una vez que empiezan a hacer los primeros actos reformadores ven la estima original transformarse en crítica e insatisfacción, porque los primeros cambios aparecen demasiado tímidos, lentos e insuficientes. Al mismo tiempo, este descontento que proviene hoy de los mismos entusiastas de ayer, genera desilusión y desaliento en los reformistas porque consideran esas críticas injustas e ingratas. Este “efecto tenaza” – crítica por parte de la comunidad y desánimo en el gobierno – puede bloquear la exploración en apnea por una veloz marcha atrás.

Muchas reformas fallidas son esas reformas “abortadas” en la segunda fase, no aquellas nunca iniciadas. Sin embargo, una reforma empezada y no llevada a término es peor que la falta de reforma. Porque mientras una comunidad no haya intentado nunca una reforma necesaria, puede siempre empezar una; cuando una comunidad fracasó con una primera reforma, se vuelve muy difícil, si no imposible, tener una segunda, ya que la gestión de aquel primero fracaso consume mucho de las energías disponibles, y aquel primer entusiasmo colectivo, necesario para empezar una eventual segunda reforma será muy reducido, por no decir inexistente. En las reformas de las comunidades carismáticas solo “la primera es la buena”, la segunda posibilidad, que siempre hay, es (fácilmente) ineficaz.

Cuando entonces el gobierno de una comunidad echa mano a una reforma, debe ser consciente de que llegará la segunda fase de críticas y desaliento. Debe tenerlo en cuenta, no dejarse sorprender por su llegada. Y así, cuando nos quedemos sin aire, seguiremos buceando con confianza, en busca del nuevo arco iris.

 

Credits foto: © 14578371 da Pixabay

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A renacer se aprende/1 - ¿Por qué muchas reformas comunitarias comienzan con los mejores augurios y luego se estancan?

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 20/12/2023 - De la revista Città Nuova n. 9/2023

El arte más precioso y raro de aprender cuando empieza la reforma de una comunidad es lograr llegar hasta el fondo del proceso. La primera etapa de una reforma casi siempre está acompañada de consensos, aplausos y alientos, porque en general los movimientos y las comunidades empiezan con las reformas demasiado tarde, cuando ya es (casi) evidente para todos que toca cambiar mucho para no morir. Y por tanto, el nuevo gobierno que se encarga de esta tarea reformadora es saludado como si se saludara a un salvador. Pocas personas son conscientes de que esa reforma necesaria había que hacerla desde hacía varios años, cuando todavía los síntomas de la enfermedad colectiva eran casi invisibles y todo mostraba éxito y salud.

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Ese nuevo arco iris

Ese nuevo arco iris

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En este momento de pandemia de coronavirus, hemos visto que la economía vive y no se derrumba gracias sobre todo a los trabajadores que desempeñan los trabajos más sencillos. Hay un amor distinto pero esencial en aquellos que van a trabajar cada día por nosotros, con mascarillas y guantes.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 11/04/2020.

Esta inédita y grave crisis colectiva nos está enseñando algunas lecciones acerca de la naturaleza profunda de la economía y de los mercados. En primer lugar, nos está mostrando la diferencia entre capitalismos. Ya sabíamos que el espíritu del capitalismo del Norte y el del Sur de Europa eran distintos. Pero hoy esta diferencia se está manifestando en aspectos nuevos, (en parte) insospechados y, a fin de cuentas, tristes para todos. 

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La visión del trabajo como vocación (beruf, en alemán), que, como nos mostró Max Weber, ha caracterizado la visión protestante del trabajo y del capitalismo y ha producido frutos extraordinarios, hoy muestra su lado oscuro. Las razones del trabajo y de la economía son tan importantes que pueden convertirse en absolutas y “sagradas”; pueden convertirse en las razones primeras también frente a una crisis tan grave como esta. Las frases que hemos escuchado en boca de algunos primeros ministros o ministros de los países del Norte de Europa y del Reino Unido acerca del imperativo de evitar a toda costa la recesión económica, no las hemos oído de los líderes de los países de cultura católica (Italia, España, Portugal); no porque sean más altruistas que sus colegas, sino porque en el Sur la economía no ha sido nunca la palabra más importante de la vida civil.

En estos últimos años, aquí había empezado a ocurrir lo mismo (en algunas zonas más que en otras, como hemos visto), pero esta crisis, inesperadamente, nos ha hecho descubrir la vocación económica distinta y específica de los países latinos y católicos. Hemos crecido menos, tenemos grandes deudas públicas, una corrupción extendida, altas tasas de paro y baja productividad; pero hacemos todo lo que podemos, y un poco más, para salvar a los ancianos, a toda costa. El familismo no siempre es amoral. No porque seamos mejores o más éticos, sino sencillamente porque somos distintos, en las sombras y en las luces. Quizá, por una vez, el Norte de Europa habría podido recibir una lección del Sur, y habría sido mejor para todos, nos habríamos ahorrado muertos y dolor.

Hay un segundo aspecto. Hemos visto que la economía vive y no se derrumba gracias, sobre todo, a los trabajadores que desempeñan los trabajos más sencillos y humildes. Si detrás y al lado de los médicos y enfermeros no hubieran estado los auxiliares, los trabajadores de la limpieza en los hospitales, los conductores de camiones, los barrenderos de las ciudades, los mantenedores de la energía eléctrica y de las redes de Internet, los empleados de los supermercados, los bomberos… esta crisis nos habría afectado mucho más y de una forma más destructiva, quizá insostenible. Improvisamente hemos visto cuánto amor cívico e implícito nos rodea.

Muchos de nosotros buscamos el amor en los lugares equivocados o demasiado pequeños. Nos hemos dado cuenta de que hay un amor distinto pero esencial en las personas que van a trabajar cada día por nosotros, con mascarillas y guantes; personas que se arriesgan a contagiar a sus padres e hijos solo para cumplir con su deber.

También este trabajo es vocación, aunque sea duro, agotador y e implique mucho riesgo. Mucha gente, estoy seguro, se ha reconciliado con la parte más profunda y verdadera de su trabajo y de su vida precisamente estos días tremendos y difíciles. En la tragedia y en el dolor han vuelto a ver, o han visto por primera vez, la dignidad y el honor de su trabajo.

Que pase pronto el virus, pero que no pase esta gran lección.

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La naturaleza imprevista de la economía

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Algunos empresarios y empresarias nacen por vocación, porque un día, quizá dentro de una crisis, una enfermedad o una depresión, escuchan una voz buena que pronuncia su nombre.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Città Nuova el 12/02/2020.

«Un día, siendo yo niño, mi padre llegó a la fábrica 20 minutos tarde por acompañarme al hospital debido a una crisis asmática. Aquel retraso le costó un descuento de cuatro horas de salario. En aquel momento, dentro de mí surgió “algo” nuevo, que con el tiempo fue madurando. No sé qué era exactamente: tal vez rabia, tal vez dolor. Lo que sé es que aquel día fue decisivo para la decisión que tomé muchos años después de fundar mi propia empresa, donde ese “algo” que yo vi y viví, no debería existir, ni para los padres ni para los hijos». Este episodio, narrado por Francisco, un joven empresario, nos dice muchas cosas acerca de lo que han vivido muchos empresarios de verdad.

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Si leemos atentamente las historias de muchos empresarios, a menudo encontramos vivencias parecidas a la de Francisco. Muchos han creado una empresa después de una experiencia especial, de un dolor. A lo mejor lo han hecho para evitar la muerte de la empresa familiar en la que han crecido de niños, donde hacían los deberes mientras sus padres pasaban los mejores años de su vida en una tienda, un restaurante o una fábrica.

Es posible que los vieran luchar para no cerrar en los momentos difíciles, para no despedir a un padre de familia. Es posible que los vieran llorar, pelear y hacer las paces. En la empresa vieron carne y sangre, vieron solo vida. Y al crecer siguieron en la empresa como sigue la vida. En el origen de estas empresas de segunda o tercera generación no siempre hay una “vocación”, porque en la tierra hay cosas maravillosas hechas por personas que no han sentido la llamada de una voz interior. Tal vez solo han oído la voz de un padre, un amigo o el dolor de los pobres, y han dicho: “aquí estoy”.

No han vivido la experiencia del profeta Isaías, pero se le parecen mucho, porque, a veces, la llamada llega después y no antes de la creación de la empresa.

Otras veces, la empresa nace por un encuentro, para aprovechar una oportunidad, sin que, tampoco en este caso, haya una vocación concreta. A veces estas empresas-oportunidad también pueden ser buenas y pueden generar auténticas experiencias humanas, creando bienes, puestos de trabajo, salarios y riqueza para muchos. Muchas empresas reales nacen así, y algunas nacen o se hacen preciosas.

Otras empresas nacen por revancha, por un desafío, incluso por una forma de venganza, para mostrar a un patrón que no nos valoraba que somos capaces de hacer las cosas al menos tan bien como él, si no mejor. Pero estas empresas raramente tienen éxito, porque estos sentimientos negativos (muy frecuentes) no son los más adecuados para el mercado y para la economía. El empresario que crece bien debe ver el mundo con positividad, debe ver la riqueza y los talentos de los demás como oportunidades para su propio crecimiento y para su futura riqueza. La envidia nunca es una virtud, mucho menos una virtud del mercado.

Finalmente, hay empresarios y empresarias que nacen por vocación, por una llamada, porque un día, a lo mejor en medio de una crisis, una enfermedad, una depresión, un luto o una inquietud en el trabajo que muchos envidiaban pero él o ella sentía como una jaula, escucharon una voz buena que pronunciaba su nombre. La escucharon con claridad, aunque no tuvieran una fe religiosa para llamar “Dios” al autor de esa voz. En el mundo hay muchas más personas llamadas que personas religiosas.

Sintieron que su puesto en el mundo pasaba por crear una cooperativa una asociación o una empresa. Sintieron que esa economía no era solo economía: era también economía de la salvación, para ellos mismos y para los demás. Sintieron que, si no decían “aquí estoy”, su vida se marchitaría. Y respondieron.

La economía necesita todas estas formas de empresarios, toda esta biodiversidad típicamente suya. Pero sin economía por vocación faltaría la levadura, y el pan del mercado sería siempre ácimo. La buena noticia es que cada mañana la voz sigue llamando nuevos empresarios. Y cuando los conocemos y los reconocemos siempre es un día de fiesta, para nosotros y para todos. No hay bien común sin santos, sin artistas y sin empresarios.

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Algunos empresarios y empresarias nacen por vocación, porque un día, quizá dentro de una crisis, una enfermedad o una depresión, escuchan una voz buena que pronuncia su nombre.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Città Nuova el 12/02/2020.

«Un día, siendo yo niño, mi padre llegó a la fábrica 20 minutos tarde por acompañarme al hospital debido a una crisis asmática. Aquel retraso le costó un descuento de cuatro horas de salario. En aquel momento, dentro de mí surgió “algo” nuevo, que con el tiempo fue madurando. No sé qué era exactamente: tal vez rabia, tal vez dolor. Lo que sé es que aquel día fue decisivo para la decisión que tomé muchos años después de fundar mi propia empresa, donde ese “algo” que yo vi y viví, no debería existir, ni para los padres ni para los hijos». Este episodio, narrado por Francisco, un joven empresario, nos dice muchas cosas acerca de lo que han vivido muchos empresarios de verdad.

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Economía y vocación

Economía y vocación

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Los jóvenes, las mujeres y los hombres de nuestro tiempo no han dejado en absoluto de buscar espiritualidad y el sentido de la vida. 

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 31/12/2019.

«Aquel viaje en bicicleta por Francia me cambió la vida», me decía un joven colega polaco durante una cena en un congreso en Cracovia. «Llegué a un antiguo monasterio en un momento de crisis. Un monje me contó que en aquel convento, antiquísimo, se acogía en la Edad Media a los monjes benedictinos que huían de Italia».

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¿Por qué ese encuentro cambió su vida? «Porque estaba pasando por un periodo de crisis en mi compromiso político y ciudadano en favor de los jóvenes de mi país. Estaba cansado y desmoralizado. Al saber que aquel convento había sido un refugio para aquellos antiguos monjes, entendí que yo también tenía que ser ‘refugio y protección’ para los jóvenes de mi país». Y concluía: «En aquel monasterio francés redescubrí mi vocación».

Los jóvenes, las mujeres y los hombres de nuestro tiempo no han dejado en absoluto de buscar espiritualidad y el sentido de la vida. Lo buscan tanto como ayer o incluso más. Pero, a diferencia de lo que ocurría en siglos pasados, ahora no lo buscan solo dentro de las iglesias y en los lugares sagrados. Lo buscan en todos lados: en el estudio, en el deporte, en el consumo, en las redes sociales, en las fiestas y en la diversión. Aquel joven, buscando un albergue para dormir, recuperó su vocación perdida gracias a que un viejo monje encontró unos minutos para estar con él y contarle su historia. A los jóvenes, y a todos, les gustan muchas cosas, pero lo que más les gustan son las historias grandes.

El gran peligro de nuestro mundo, el peligro que corren quienes aman la espiritualidad y la fe, consiste en quedarse en los lugares de lo sagrado esperando a que vengan las personas, que cada vez serán menos. Y, como ocurre en la novela El desierto de los tártaros, pueden pasar décadas en grandes fuertes militares vacíos, rodeados por el desierto, esperando a alguien que no viene. Pero mientras se espera, el tiempo pasa y comienzan los conflictos y las muertes dentro del fuerte.

Nunca como en esta generación las empresas han pedido espiritualidad y religión. Se multiplican los retiros espirituales empresariales en monasterios antiguos, nacen nuevas figuras profesionales (consejeros espirituales, coaches, directores de meditación, mentalistas espirituales …), y cada vez se invita a más expertos en religión para hablar del espíritu y el alma en las convenciones empresariales.

Las empresas anticipan las tendencias de la gente, por naturaleza, antes que otros ámbitos, y se están dando cuenta de que está comenzando una gran carestía de sentido, un hambre de interioridad, que no es menos devastadora que las carestías de alimentos y las sequías.

Hay un ‘efecto invernadero del alma’ que está comenzando a quitarnos el aire, la alegría de vivir y el deseo de ir a trabajar al despertarnos por la mañana. Es una carestía grave que, si no se entiende y afronta, convertirá la depresión en la peste del siglo XXI.

Así pues, las iglesias, las religiones, las personas que tienen experiencias milenarias de espíritu y de alma, deben habitar hoy los lugares del vivir, salir de sus fortines e ir al encuentro de la gente donde se desarrolla su vida corriente. Las empresas no pueden satisfacer por sí solas las peticiones de sentido de sus trabajadores. 

No bastan unos cuantos fines de semana de formación psicológica, a veces online, para que alguien pueda convertirse en coach espiritual y aconsejar a personas. Se necesitan figuras mucho más preparadas que desempeñen estas actividades por vocación. Si las grandes tradiciones religiosas y espirituales no salen al encuentro de las necesidades, latentes pero reales, de la gente, las empresas y las organizaciones se llenarán de falsos expertos en espiritualidad, que solo aumentarán el malestar, el hambre y la sed.

Vivimos un tiempo favorable de grandes oportunidades para el espíritu: “Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Isaías 43,19).

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Los jóvenes, las mujeres y los hombres de nuestro tiempo no han dejado en absoluto de buscar espiritualidad y el sentido de la vida. 

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 31/12/2019.

«Aquel viaje en bicicleta por Francia me cambió la vida», me decía un joven colega polaco durante una cena en un congreso en Cracovia. «Llegué a un antiguo monasterio en un momento de crisis. Un monje me contó que en aquel convento, antiquísimo, se acogía en la Edad Media a los monjes benedictinos que huían de Italia».

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Una gran carestía de sentido

Una gran carestía de sentido

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Sobre la naturaleza sacral del capitalismo.

di Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 26/11/2019.

La economía nació de un espíritu, y renace cada vez que encuentra un espíritu (bueno o malo). El dinero por sí solo es demasiado poco para crear una empresa. Las razones, más profundas, que mueven a los empresarios de ayer, de hoy y de siempre pueden ser salvar una empresa familiar, sentirse orgulloso, adquirir estima social, seguir el instinto de crear y construir, dejar a los hijos algo que merezca la pena...

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Cuando el dinero es lo único que mueve a las empresas, no deberíamos hablar de empresarios, sino dee especuladores, que hoy son muy abundantes.

También las economías antiguas estaban vinculadas a un espíritu, generalmente religioso, que remitía a lo divino y a lo invisible. Los bienes eran una bendición de Dios, y la pobreza una maldición. El capitalismo está profundamente unido al espíritu judeocristiano, tan unido que algunos autores (W. Benjamin) hablan de “parasitismo”, es decir ven el capitalismo como un “parásito” del cristianismo. Pero hay algunas novedades recientes.

En siglos pasados, el espíritu del capitalismo estaba asociado sobre todo al empresario, y al espíritu “calvinista”, a la idea de la salvación vinculada al éxito en los negocios. ¿Y hoy? ¿Cuál es el espíritu del capitalismo del siglo XXI? Si miramos el mundo y los mercados con atención, nos daremos cuenta de que hoy el “bendecido por Dios” ya no es el empresario sino el consumidor, que es elogiado y envidiado porque dispone de medios para consumir. Cuanto más consumo, más bendición. De este modo, la figura sagrada del empresario-constructor ha dado paso al consumidor. La soberanía del consumidor es la única que reconoce el mono-culto consumista, y esto está minando seriamente la ciudadanía política, porque la democracia no funciona cuando el único soberano es el consumidor.

Si seguimos fijándonos bien, comprenderemos también que el primer ídolo, el jefe del panteón de la religión-idolatría capitalista no es el empresario, ni tampoco las mercancías con su fetichismo (en expresión de K. Marx), sino que es precisamente el consumidor. Es él quien recibe adoración, alabanza y veneración.

Pensemos en un aspecto que puede parecer secundario: los descuentos, que son el centro a cuyo alrededor giran las liturgias colectivas como las rebajas de fin de temporada o, aún más claramente, el nuevo culto del Black friday. Aunque cada año se plantean dudas acerca de su “autenticidad”, en realidad asumimos que los descuentos son y deben ser “verdaderos” Lo son porque el descuento verdadero es un elemento esencial de este nuevo culto.

Los descuentos “deben” ser reales, porque no existe religión sin alguna forma de don, de gracia y de sacrificio. Pero hay una diferencia fundamental con respecto a las religiones tradicionales, que nos revela buena parte de la naturaleza sacral del capitalismo. En las religiones del pasado, era el fiel quien llevaba dones a su Dios, para mostrarle su devoción o para “lucrar” la salvación.

En cambio, en la idolatría capitalista es la empresa la que hace regalos a su ídolo, que es el consumidor. La dirección cambia porque el sentido del culto es el opuesto. En la religión del consumo, la divinidad es el consumidor, al que las empresas tratan de fidelizar (otra palabra religiosa) con su sacrificio-descuento. Los descuentos, los regalos e incluso la filantropía son formas de don sin gratuidad. Debido, entre otras cosas, a esta ausencia de gratuidad, la religión capitalista más que religión es simple idolatría.

Durante el siglo XX, el cristianismo luchó mucho contra el comunismo y el ateísmo, pero no se dio cuenta de que, mientras estaba ocupado en estas batallas, otro enemigo se estaba colando dentro de las murallas. No era reconocido como tal porque, en su condición de parásito, tenía mucho en común con el cristianismo, incluso su “espíritu”. De este modo, pudo ocupar tranquilamente la ciudad, imponiendo sus cultos paganos. Nosotros lo hemos acogido con aclamaciones y cantos. ¿Hasta cuándo?

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Sobre la naturaleza sacral del capitalismo.

di Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 26/11/2019.

La economía nació de un espíritu, y renace cada vez que encuentra un espíritu (bueno o malo). El dinero por sí solo es demasiado poco para crear una empresa. Las razones, más profundas, que mueven a los empresarios de ayer, de hoy y de siempre pueden ser salvar una empresa familiar, sentirse orgulloso, adquirir estima social, seguir el instinto de crear y construir, dejar a los hijos algo que merezca la pena...

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El fiel consumidor

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De las trampas de la pobreza se sale cuando se consigue dar, cuando dentro de una relación se dan las condiciones para poder dar algo a alguien.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Città Nuova n.10/2019

Este verano tuve la oportunidad de visitar la bellísima catedral de Salerno. A la entrada me encontré con un joven que estaba pidiendo limosna. Espontáneamente le dije: «¿Por qué no cuentas a los turistas algo sobre la iglesia, ya que estás aquí todos los días?». En el momento no me respondió. Cuanto terminé la visita (un poco apresurada) pasé de nuevo junto al muchacho y este me dijo: «Pero si no has visto la cripta... Si no la ves, te pierdes lo más bonito de la iglesia». Después de mi pregunta, él me había seguido con la mirada, había observado mis pasos. 

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Le di las gracias, volví a entrar y visité la cripta, que me dejó sin aliento por su belleza. Cuando salí, le di de nuevo las gracias y una propina. Mientras me despedía, él seguía diciéndome: «En la entrada hay una escultura importante»; «fíjate bien en el portón, fue construido en Constantinopla», y otras cosas acerca de la iglesia que había aprendido escuchando en silencio a los guías que pasaban por el lugar.

Después empecé a pensar: a lo mejor yo he sido la primera persona que le ha pedido algo distinto a este joven, que le ha tomado en serio y le ha invitado a entrar en una lógica de reciprocidad. Imaginaba sus razonamientos: «Este señor desconocido me ha pedido que le informara, no me ha visto solo como un “descarte”, como alguien que solo sabe extender la mano; me ha hecho una pregunta como si fuera una “persona”». En realidad, lo único que yo había hecho era mirar al ser humano que tenía delante, estar atento a la vida que discurría a mi lado y reconocerla tal y como se me presentaba: en el rostro de un joven inmigrante, que yo sentía que era muy diferente a como se mostraba. Comprendí que ese joven era más grande que su petición de limosna. Pero a lo mejor ni siquiera él se acordaba, acostumbrado solo a pedir monedas.

Después pensé en toda la reciprocidad no expresada que hay en nuestras ciudades, y en general en el gran tema de la pobreza y la marginalidad. Lo primero que necesitan las personas para activarse es ser vistas, ser miradas a los ojos. Sin esa mirada de reconocimiento, las personas no se levantan, sobre todo cuando llevan años “sentadas”. Raramente nos levantamos solos. Nos levantamos si, en la relación con alguien, nos damos cuenta de que nosotros también tenemos algo que dar.

Uno de los problemas de la pobreza consiste en pensar que la solución pasa por recibir. Sin embargo, de las trampas de pobreza se sale cuando se consigue dar, cuando dentro de una relación se dan las condiciones para poder dar algo a alguien. La verdadera ayuda que podemos dar a una persona pobre es la posibilidad de sentirse digna de dar algo. Pero nosotros seguimos mirando la mano de quien pide como una mano que solo sabe recibir y nos olvidamos de que esa mano puede dar mucho más de lo que puede recibir.

El esfuerzo de los gobiernos y de las asociaciones en relación con las personas que se encuentran en situación de indigencia debe concentrarse sobre todo en ayudar a estas personas a levantarse para que puedan volver a dar dentro de unas relaciones de reciprocidad. Pero, antes que nada, deben verlas como personas que tienen algo que dar, que no son tan pobres como para no poder dar nada.

Si no hubiera encontrado a ese hombre a la puerta de la iglesia, si entrando en el lugar sagrado no hubiera entendido que en la puerta había algo más sagrado que el templo que iba a visitar (nada hay en la tierra más sagrado que un ser hombre), no habría visto el tesoro de aquella iglesia (la cripta), no habría encontrado a esa persona y no habría escrito este artículo. Pero antes he tenido que verlo. La primera pobreza de los pobres consiste en no ser vistos, en volverse invisibles o en ser vistos solo superficialmente. Nos detenemos ante el envoltorio de su alma. ¡¿Quién sabe cuántas “criptas” preciosas nos perdemos cada día?!

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De las trampas de la pobreza se sale cuando se consigue dar, cuando dentro de una relación se dan las condiciones para poder dar algo a alguien.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Città Nuova n.10/2019

Este verano tuve la oportunidad de visitar la bellísima catedral de Salerno. A la entrada me encontré con un joven que estaba pidiendo limosna. Espontáneamente le dije: «¿Por qué no cuentas a los turistas algo sobre la iglesia, ya que estás aquí todos los días?». En el momento no me respondió. Cuanto terminé la visita (un poco apresurada) pasé de nuevo junto al muchacho y este me dijo: «Pero si no has visto la cripta... Si no la ves, te pierdes lo más bonito de la iglesia». Después de mi pregunta, él me había seguido con la mirada, había observado mis pasos. 

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La fuerza de la mirada

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Más allá del mercado - Keynes comprendió que el mundo había cambiado y cambió con él, algo que no sucede con la crisis económica de nuestra generación, ya que todos seguimos enseñando la misma teoría de antes del 2008.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 28/08/2019

Hoy son muchos los que propugnan una vuelta a la economía de Keynes. La actualidad de Keynes se debe, entre otras cosas, a que fue capaz de darle la vuelta completamente a su teoría económica, cuando la realidad cambió tras la crisis de 1929. Esta gran honestidad intelectual es, ya de por sí, un mensaje muy actual, puesto que cuando se alcanza cierto éxito en determinado ámbito profesional (Keynes en 1930 ya era un economista reconocido) es muy difícil hacer autosubversión y volver a empezar desde cero. 

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En 1930 John Maynard Keynes aún no era “keynesiano”. La crisis económica de 1929 y de los años siguientes hizo volar por los aires toda la construcción teórica anterior. Keynes comprendió que el mundo había cambiado y cambió con él. Eso es algo que no ha sucedido en la crisis económica de nuestra generación, puesto que todos seguimos enseñando la misma teoría de antes del 2008.

Keynes cambió sobre todo su teoría monetaria, en la que era un maestro. Según la teoría de la moneda de Keynes y compañeros, la moneda era una especie de Jano bifronte. Por una parte, se la consideraba como un velo de las transacciones reales, un mero medidor de precios, una reserva de valor y un medio de pago, bien distinto de la producción real. Pero al mismo tiempo, se atribuía a las políticas monetarias y a los tipos de interés sobre el ahorro un gran poder y una gran confianza para superar las crisis. El aumento de la moneda en circulación y la variación de los tipos de interés deberían asegurar el equilibrio automático del sistema económico sin intervenciones externas. Pero la crisis se alargaba y el sistema no resolvía sus problemas. Los mecanismos monetarios no devolvían el equilibrio al empleo y no relanzaban el crecimiento, como tendría que haber ocurrido si hubieran seguido las leyes económicas.

Entonces Keynes tiró a la basura sus teorías anteriores y reescribió una nueva teoría económica a partir de cero, con innovaciones enormes sobre todo en el terreno monetario. Así nació la Teoría General, publicada en 1936. Un gran mensaje de la teoría general de Keynes es la desconfianza en la política monetaria y en la moneda en general, sobre todo en tiempos de verdadera crisis.

Cuando las “expectativas” (gran novedad keynesiana) son pesimistas, la política monetaria es ineficaz. Y cuando son muy negativas – es decir, cuando se cae en la famosa “trampa de la liquidez” – llega a ser incluso nula: los bancos pueden elevar hasta el infinito los tipos de interés, que la gente retiene toda la liquidez que recibe por falta de confianza en el futuro. De ahí su famoso aforisma: «Puedes llevar el caballo a la fuente, pero no puedes obligarlo a beber».

Precisamente sobre la muerte de la confianza en la política monetaria Keynes inventó la política fiscal: si no es posible depender de la liquidez y de la moneda, para salir de la crisis el gobierno debe invertir en gasto público, en carreteras y puentes reales, que no dependen (salvo en mínima parte) de las expectativas de la gente, y de este modo desbloquear el sistema y aumentar el empleo y el PIB.

Con el segundo Keynes, en la macroeconomía y en la política económica entra la incertidumbre en la base de todo el sistema. Esta es la verdadera modernidad: el mundo se ha vuelto muy complejo, las personas con sus emociones y sus vísceras importan mucho; el mundo sencillo y ordenado que conocíamos antes ya no existe, y debemos lidiar verdaderamente con la complejidad.

Cuando se abordan sistemas complejos, siempre es necesario desconfiar de las soluciones simples, como muchas de las ideas que circulan en estos últimos tiempos. Muchos piensan que es posible salir de la crisis económica maniobrando sobre monedas reales o imaginarias: una ilusión contra la que Keynes reaccionó con éxito.

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Más allá del mercado - Keynes comprendió que el mundo había cambiado y cambió con él, algo que no sucede con la crisis económica de nuestra generación, ya que todos seguimos enseñando la misma teoría de antes del 2008.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 28/08/2019

Hoy son muchos los que propugnan una vuelta a la economía de Keynes. La actualidad de Keynes se debe, entre otras cosas, a que fue capaz de darle la vuelta completamente a su teoría económica, cuando la realidad cambió tras la crisis de 1929. Esta gran honestidad intelectual es, ya de por sí, un mensaje muy actual, puesto que cuando se alcanza cierto éxito en determinado ámbito profesional (Keynes en 1930 ya era un economista reconocido) es muy difícil hacer autosubversión y volver a empezar desde cero. 

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La lección de Keynes para desbloquear el sistema

La lección de Keynes para desbloquear el sistema

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En el sistema económico que hemos producido durante este último siglo, algo está claramente muriendo y algo nuevo asoma por el horizonte.

por Luigino Bruni

publicado en Città Nuova n.7/2012 del 10/4/2012

Ragazzi_al_lavoro_ridLa economía tiene una enorme necesidad de resurrección. Toda resurrección es precedida y preparada por una crisis, por un cambio. No se puede resucitar sin haber muerto antes de algún modo. En el sistema económico que hemos producido durante este último siglo, algo está claramente muriendo y algo nuevo asoma por el horizonte. Pero es necesario tener “ojos de resurrección” para poder verlo y reconocerlo como lo que verdaderamente es: el alba de un nuevo día.

Si tuviéramos ojos de resurrección veríamos, por ejemplo, que Italia y el mundo siguen adelante a pesar de las crisis y las muertes de nuestro tiempo, porque la mayor parte de las personas buscan el bien y lo realizan en la familia, en el trabajo, en las instituciones públicas y siguen realizándolo a pesar de todo. Claro que hay tramposos y malvados, pero son muchos menos de lo que la cultura dominante nos hace creer porque ve mal el mundo.

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Veríamos también a muchos empresarios que aprecian y respetan a sus trabajadores y que, lejos de considerarlos como un coste, los ven como recursos valiosos y socios esenciales para la vida y el desarrollo de sus empresas. También veríamos a muchos trabajadores que trabajan bien porque están convencidos de que el trabajo hay que hacerlo bien con independencia del dinero que se recibe por él y que, por ello, trabajan bien incluso cuando no se les controla, ni se les castiga ni se les aplaude.

Veríamos toda la economía civil, social, ética, justa, de comunión, que, al igual que la sal, da sabor a la masa y, al igual que la levadura, no deja que el pan de nuestros mercados sea ácimo. Pero para poder ver el bien que ya existe en la vida civil y económica, hay que ver las cosas y pensarlas desde una cultura de la resurrección, que sepa ver lo que la cultura que está muriendo hoy no es todavía capaz de ver.

Hoy necesitamos personas que sepan ver y reconocer los signos de vida nueva que están realmente presentes en nuestra vida diaria y no sólo los que imaginamos o soñamos. Esta es una forma elevada de caridad civil y, cuando falta, el mundo se convierte en un lugar triste y gris. Cuando es de noche, necesitamos centinelas de la aurora que anuncien la resurrección que todos anhelamos pero no reconocemos, tal vez porque no escuchamos con atención la voz de quien nos llama por nuestro nombre en los jardines de nuestras ciudades.

Necesitamos que sea Pascua en nuestro trabajo; necesitamos dejar de ver el trabajo como un problema para redescubrirlo como una responsabilidad y un trozo de vida. El trabajo humano en las últimas décadas ha sido marginado por un modelo económico centrado en las finanzas especulativas, que prometía riqueza sin trabajo y sin trabajadores y que por ello ha implosionado.

Nunca saldremos de esta crisis sin una resurrección del mundo del trabajo y de los trabajadores. Sobre todo de los jóvenes, que tienen derecho a una cultura de la vida, de la esperanza, de la confianza. Si no hay Pascua para los jóvenes, no puede haber verdadera Pascua para nadie.

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