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Luigino Bruni
publicado en Città Nuova el 18/10/2025
En uno de los más famosos libros de la historia política europea, El espíritu de las leyes, se puede leer: “El efecto natural del comercio es conducir a la paz” (1748). Unos años después, en un comentario a ese mismo libro de Montesquieu, el economista y filósofo napolitano Antonio Genovesi, escribía lo contrario: “El comercio es una gran fuente de guerras. Es celoso, y los celos arman a los hombres” (1768). La tesis de Montesquieu es la que más ha inspirado e influenciado la esperanza y las ilusiones modernas. Se veía el desarrollo del comercio, se veían también las guerras, pero confiábamos en que las guerras terminarían el día en que el comerio hubiera alcanzado a todos los pueblos, que al fin entenderían que el intercambio es preferible a la pelea.
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Toda la economía política moderna se construyó sobre esta idea y sobre esta esperanza, teorizando y mostrando que a todos les conviene mucho más comerciar que combatir. Estas esperanzas crecieron mucho después de la Segunda Guerra Mundial, cuando empezamos a pensar que la economía de mercado estaba derrotando definitivamente a la guerra, y que los conflictos “regionales” que todavía existían y que surgían aquí y allá, eran solo residuos feudales que pronto serían absorbidos por la gran oleada del progreso económico y civil. Quizás en la segunda mitad del siglo XX no hubo utopía social más popular que esta.
En 1977, el gran economista alemán A.O. Hirschman escribe un pequeño libro, también muy influyente, titulado The Passions and the Interests, donde retoma la tesis de Montesquieu (y de otros ilustrados, como G.B. Vico), y hace una verdadera y propia teoría. El mundo pre-moderno, el ancien régime, se caracterizaba por las pasiones – el orgullo, el honor, la venganza…–, que eran peligrosas por ser impredecibles e irracionales, o sea, no seguían la lógica del cálculo racional. Y entonces las personas y los pueblos del pasado destruían y se autodestruían, dominados por la venganza y el honor. Si alguien te ofendía, dado el valor infinito del honor, lo desafiabas a duelo porque o ganabas y restituías tu honor, o bien era mejor la muerte que una vida deshonrada. Con la llegada del mercado y los comercios, sigue Hirschman, pasamos de las pasiones a los intereses, donde estos últimos se basan en la racionalidad y el cálculo, y por lo tanto las acciones se vuelven predecibles y, sobre todo, menos peligrosas y destructivas que las pasiones. De ahí su refuerzo de la profecía de Montesquieu, la previsión de un futuro con más paz, serenidad y menos conflictos gracias al mercado. Con esta gran esperanza nos topamos primero en 2022 con la guerra en Ucrania, luego en Gaza y por último con las declaraciones de Trump sobre los aranceles.
Y he vuelto a pensar en Genovesi, en su tesis sobre el comercio como una “gran fuente de guerras”, tesis a la que llegó hacia el final de su vida, como cúspide de su reflexión sobre el mercado y sobre la economía civil. Genovesi estaba convencido de que el intercambio, el comercio y el mercado no dejaban de ser muy importantes para las personas y los pueblos, porque los veía como una forma de reciprocidad civil (“mutua assistenza”); pero también sabía que los fuertes y poderosos usaban con frecuencia el comercio, sobre todo el comercio internacional, como un medio para aumentar la riqueza y el poder. Lo decía claramente con tristeza, porque él también auguraba el cumplimiento de la profecía montesquieusana. También sabía, como cualquier economista, que la vieja lógica mercantilista de los aranceles no es más que una ilusión peligrosa, porque los aranceles afectan a todos, primero al que los impone, porque provoca muy pronto una disminución de las riquezas en todas las partes implicadas – técnicamente sería un “dilema del prisionero”. Putin, Trump y tantos otros políticos que los imitan nos dicen, lastimosamente, que tanto Montesquieu como Hirschman descartaron muy rápido las pasiones del repertorio de la economía y la política. El siglo XXI, de hecho, se está volviendo el siglo de las pasiones destructivas, de los populismos, del honor, del patriotismo, de la idolatría de las fronteras, de la lídercracia en lugar de la democracia, de la negación de la ciencia y, por consiguiente, de la racionalidad. La economía de mercado tiene una necesidad vital de racionalidad: no le alcanza con la racionalidad, se necesita también humanidad y pietas, pero la racionalidad es esencial. Es probable que si no le ponemos fin a esta etapa política, la democracia y los mercados serán las grandes víctimas de esta ola pasional. Los jóvenes están reaccionando en todo el mundo: pongámonos al lado de ellos, apoyémoslos, aprendamos de su inteligencia diferente.
Credit Foto: © Barbara Zandoval su Unsplash
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La economía tiene una enorme necesidad de resurrección. Toda resurrección es precedida y preparada por una crisis, por un cambio. No se puede resucitar sin haber muerto antes de algún modo. En el sistema económico que hemos producido durante este último siglo, algo está claramente muriendo y algo nuevo asoma por el horizonte. Pero es necesario tener “ojos de resurrección” para poder verlo y reconocerlo como lo que verdaderamente es: el alba de un nuevo día.
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Como experto conocedor de las Organizaciones con Motivación Ideal, ¿cree que hay elementos que puedan llevar a pensar en una crisis del Movimiento de los Focolares?
En estos tiempos de grandes y nuevas migraciones, todos debemos aprender a leer estos fenómenos con las categorías adecuadas y actuar en consecuencia. Por lo general, incluso las personas predispuestas hacia el gran valor de la acogida se quedan en la superficie y se detienen demasiado pronto.
Durante un reciente viaje a la India, conocí a un economista del Sur de la India que me explicó una de las leyes fundamentales de la economía gandhiana.
Este año se cumplen 250 años de la publicación de las Lecciones de Economía Civil de Antonio Genovesi, el tratado más importante de Economía Civil. Los aniversarios son útiles si permiten mirar hacia atrás para ir adelante, como en el rubgy. Volver a Genovesi le podría permitir a la Europa de hoy ir verdaderamente hacia delante y en la dirección correcta.
A pesar de toda la información de que disponemos sobre alimentación, estilos de vida y consecuencias de nuestros comportamientos en el presente y el futuro del planeta, ¿por qué seguimos contaminando con nuestros vehículos y calefacciones, comiendo demasiado y mal, y no realizando suficiente actividad física? Entender por qué no conseguimos renunciar al aire acondicionado y al automóvil privado es relativamente fácil. Es un caso típico donde el beneficio privado (confort) prevalece sobre el beneficio público (calentamiento del planeta).