Entrevista a la filósofa política canadiense Jennifer Nedelsky
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 4/10/2014
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La canadiense Jennifer Nedelsky, profesora de filosofía política en la Universidad de Toronto, es una de las voces más innovadoras en el debate actual sobre la atención a las personas, los derechos y las relaciones sociales. Está convencida de que en nuestra época hay una gran prioridad que, por desgracia, nuestras democracias dejan en segundo plano: la revisión profunda de la relación que debe existir entre el trabajo y el cuidado de las personas, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, ricos y pobres. Un tema esencial en un mundo en el que cada vez hay más ancianos que, gracias a Dios, viven más tiempo. Si no cambia, de forma colectiva y profunda, la cultura del cuidado de las personas en relación con la cultura del trabajo, al final lo que se niega es la democracia y la igualdad sustancial entre las personas. Hace años que la conozco (por eso en la conversación que sigue he traducido la palabra inglesa “you” por tú) y me he reunido con ella en el Instituto Universitario Sophia de Loppiano (Italia). Le he hecho algunas preguntas sobre temas que, en mi opinión, deberían estar hoy en el centro de la agenda política y civil de nuestro país.
En tu opinión, ¿qué hay de malo en comprar en el mercado servicios de atención a las personas, en usar la moneda para que los más ricos puedan “comprar” asistencia a los más pobres? En el fondo, lo positivo del mercado está precisamente en el encuentro entre personas distintas que intercambian “bienes” distintos en su mutuo provecho.
«Yo no estoy en absoluto en contra del "mercado de la asistencia". El sistema que propongo permitiría comprar una parte de los cuidados, porque así, por ejemplo, las mujeres tendrían más tiempo libre para sus hijos y también para trabajar. Mi propuesta es que cada persona deba donar un tiempo para cuidar de ella misma y de los demás. Lo que diferencia mi enfoque de otros (pienso en los que propone un salario para las amas de casa) es que a mí me gustaría que todos los ciudadanos adultos (hombres y mujeres, de todas las clases sociales) dedicaran un tiempo a actividades gratuitas (no retribuidas) de atención a las persona; me gustaría que se ocuparan de ellos mismos en vez de “comprar” en el mercado a alguien que lo haga por ellos, y me gustaría que se ocuparan también del cuidado de su familia, de sus padres y también de las comunidades a las que pertenecen. Como mínimo durante 12 horas a la semana».
No olvidemos que detrás del “mercado de la atención a las personas” existe también una cuestión de poder entre distintas regiones del mundo, donde los más ricos delegan los trabajos que no les gustan en los más pobres. Las democracias han luchado durante siglos para reducir o eliminar la posibilidad de que unos cuantos poderosos dispongan de las personas pobres. Hoy estamos volviendo a introducir algo parecido, a través de un “neofeudalismo” en el que el dinero ocupa el lugar de la sangre azul, pero desempeñando la misma función de dominio sobre las personas. Volvamos a las 12 horas que tú propones dedicar a cuidar de otros ¿serían dentro de la familia o también fuera de casa?.
«Sí, pienso y hablo de cualquier tipo de cuidados. Si en un momento importante de tu vida tienes responsabilidades importantes (con niños, padres, ancianos…) tal vez en esos años los cuidados se darán exclusivamente (o casi) en el ámbito de la familia. Pero cuando estas obligaciones acaben, eres libre de ocuparte de otros cuidados dentro del círculo más amplio de la comunidad a la que perteneces».
¿Te gustaría que este “cuidado para todos” fuera obligatorio?
«Toda norma es obligatoria, aunque las formas de enforcement, de aplicación, varían según el tipo de norma. Lo que me parece muy importante es que la norma que yo propongo ("cuidados a tiempo parcial para todos y trabajo a tiempo parcial para todos") no sea impuesta desde arriba por el Estado y por su ley, sino que sea eficaz como consecuencia de los poderosos mecanismos de estima y desaprobación social. Pongo un ejemplo (no casual): a causa de las normas sociales hoy vigentes a propósito de la relación entre hombre y mujer, las mujeres hacen una enorme cantidad de trabajo no retribuido dentro de casa, y esto sólo a causa de normas sociales muy eficaces y fundamentales en nuestra vida. Esto demuestra que todas las normas “obligan” y no sólo las normas de ley. Pongo otro ejemplo: si hoy un hombre de 30 años va a una fiesta y dice que no ha trabajado nunca ni piensa buscar trabajo, lo más probable es que esa afirmación reciba una fuerte desaprobación social, mientras que hace uno o dos siglos tal condición era señal de nobleza y de aprecio (y envidia) social. Yo deseo un mundo donde si eres una persona (hombre o mujer) y participas en una fiesta y al presentarte dices “nunca he trabajado en el cuidado de mí mismo ni de los demás”, termines sencillamente por avergonzarte, al recibir la desaprobación de los demás. Y lo mismo debería sucederte si dices: “No tengo tiempo para cocinar, ni para planchar, ni para ocuparme de mis padres o de mi comunidad, porque tengo un trabajo demasiado importante que me ocupa totalmente". Deberíamos llegar a decir sin tardanza que una vida hecha de “sólo trabajo y sin cuidados” es una vida socialmente inmadura, que no merece nuestro aprecio. Hay que superar esa idea como hemos superado la idea de que la nobleza va asociada a las rentas y no al trabajo».
Me parece evidente que un cambio cultural de tal calado debe partir no sólo de la familia, sino también de la escuela.
«Sí, estoy reflexionando mucho sobre la escuela. Estoy convencida, por ejemplo, de que antes de graduarse, un joven debería ser capaz de planificar el menú semanal, conocer cuánto cuesta, saber dónde hacer la compra y cómo cocinar lo que compra. Toda persona adulta debería saber hacer estas cosas, y no dejarlas únicamente en manos del mercado ni en manos de las mujeres, entre otras cosas porque nadie tiene derecho a pensar que otros deban hacer estas cosas en su lugar».
En tus libros propones algunos cambios importantes en el lugar de trabajo.
«Es cierto. Yo pienso que hay dos aspectos principales que están íntimamente relacionados. El primero es la igualdad entre sexos. Vivimos en una fase de gran estrés para las familias. Pero hay algo que no se pone suficientemente de relieve: los policy makers [podríamos traducirlo como “los interlocutores institucionales del ciudadano ", ndr] son, por lo general, personas que no han realizado ni van a realizar trabajos de cuidado personal. En general son ignorantes…».
…porque son ricos, porque son varones o por ambas cosas.
«…Son ignorantes de estas dimensiones fundamentales de la vida humana. Y así establecen las políticas de atención a las personas o de bienestar sin tener una experiencia cotidiana. Debemos eliminar o reducir el “gap” entre los que viven en lo concreto los cuidados y los que legislan sobre ellos, y, en consecuencia, debemos reajustar tanto los lugares de trabajo como las normas relativas al cuidado de las personas. En relación con el trabajo, me gustaría que nadie trabajara más de 30 horas a la semana. Y en relación con el cuidado de las personas, me gustaría que ningún adulto dedicara menos de 12 horas a la semana. Todos deben proporcionar cuidados y nadie debe estar en casa desocupado. Todos deben tener un trabajo remunerado; aunque sea a tiempo parcial debe ser un “buen” trabajo (con todos los derechos, un salario adecuado, etc.). Para ello, hay que revisar la expresión “tiempo parcial”, que no debe entenderse como se entiende hoy, sino como una nueva forma de vivir el trabajo, un nuevo “trabajo a jornada completa” para todos, sin separarlo de los cuidados. Pero, lo repito, yo creo en un cambio cultural. Si tú le dices a alguien: “Mi trabajo de médico o de ingeniero es verdaderamente importante y tengo que trabajar 80 horas a la semana”, la gente debería responderte: “No eres un buen doctor ni un buen ingeniero”. El exceso de trabajo (y la falta de cuidados) debería dejar de ser considerado como un elemento de estima para ser visto como un factor de desaprobación».
Eso sería tanto como decir que hace falta cambiar la idea de la “estima social”, para convertirla en un concepto mucho más amplio que la estima profesional. Deberíamos estimar a los trabajadores también como personas capaces de hacer algo más que trabajar, sobre todo cuidar de sí mismos y de los demás. Lo comparto plenamente. Pero ¿no crees que hay trabajos que por su naturaleza exigen mucha dedicación y muchas horas de trabajo para alcanzar la excelencia (medicina, ciencia, política, sacerdocio, deporte…)?
«Mi sistema permite desarrollar la excelencia absolutamente. Si eres un científico y estás realizando un experimento complejo, puedes y debes trabajar incluso 12 horas al día y 90 a la semana. Hay muchos trabajos que requieren períodos muy intensos. Pero después debes recuperar y tomarte días libres. Mis treinta horas son una media indicativa a largo plazo. Pero nadie debe poder decir: “Mi trabajo es muy importante y otro debe lavar mis calcetines"».
¿Así que tú criticas el capitalismo actual?
«Sí y no. Me gustaría que mi sistema se aplicara inmediatamente, sin esperar a una hipotética sociedad distinta. Desde luego estoy preocupada con nuestro capitalismo financiero, sobre todo por su desigualdad. Pensemos en las diferencias cada vez mayores entre los salarios de nuestras grandes empresas. Es un fracaso económico, pero también político y moral. No siempre ha sido así. El capitalismo ha conocido altos ejecutivos con salarios mucho más bajos y había más democracia. Así pues, la introducción de esas 12 horas gratuitas a la semana para todos sería también un eficaz camino para aumentar la democracia y la igualdad verdadera entre las personas.
Pero debemos ser conscientes de que nuestro capitalismo camina hoy en la dirección opuesta: en los Estados Unidos las horas de trabajo semanales son ya 47-48 por término medio. Yo quiero un cambio cultural en la familia, en las empresas y en la política. Pero ya, empezando a educarnos en una idea distinta de excelencia, donde la excelencia se extienda a nuestra capacidad de amar, de cuidar de los demás. En lugar de decir: “Eres un doctor excelente”, empezar a decir: “Eres una persona excelente, porque además de trabajar te ocupas de ti mismo y de tu comunidad”. Excelencia en la vida y no sólo en el trabajo.»
Es como si nos invitaras a buscar un nuevo progreso humano “relacional”.
«Sí, lo que necesitamos es una nueva idea de “éxito” o de “florecimiento humano”, donde el trabajo y el dinero sean redimensionados y los criterios de éxito sean muchos. Pero no quiero abandonar el trabajo: a mí me gusta mi trabajo, y espero que cada vez más personas puedan trabajar siguiendo su vocación, y tener tiempo para hacer juntos muchas otras cosas».