Jóvenes, el paraíso de los viejos

Jóvenes, el paraíso de los viejos

La alegría pura y desinteresada de los ancianos por la belleza de la juventud es un patrimonio de la humanidad precioso. Y nosotros lo estamos agotando, cuando deberíamos estar custodiando lo poco que nos queda.

Luigino Bruni

publicado en Il Messaggero di Sant'Antonio el 02/10/2025

Cada nueva generación tiene sus nuevos desafíos colectivos, y en general tiene también los recursos para afrontarlos. Un desafío muy importante que hoy tenemos, aunque no el único (si pensamos en las guerras o en la crisis ambiental), tiene que ver con la relación entre jóvenes y ancianos. Un desafío histórico que adopta muchas formas, la más evidente y la que nos preocupa tiene que ver con la sostenibilidad del sistema de pensiones y de salud pública, y que se lo aborda sin situarlo en un marco más amplio, que afecta a otras dimensiones.

La primera es una nueva indigencia en el deseo de maternidad en las mujeres, que van a tener que encontrar de nuevo el significado y el sentido de ser madres, porque hoy la maternidad ya no es destino sino elección, y no se elige traer un niño al mundo sin una fuerte dimensión del don, de la gratuidad y del sacrificio (palabra que sale de nuestro vocabulario). Sin esta nueva cultura de la maternidad, aumentarán solamente los tristes paseos con los perros y gatos, y disminuirá en todos la alegría de vivir, en las mujeres antes que nada.

Otro desafío tiene que ver con la urgencia de reaprender a envejecer y a morir. Las civilizaciones pasadas, hasta las de mis padres, sabían morir porque sabían vivir y porque contaban con la fe. La fe siempre ha sido un gran recurso para poder esperar un buen encuentro con el ángel de la muerte. En un par de generaciones olvidamos completamente el oficio de vivir y de morir, y si no encontramos rápidamente otro, la nueva pandemia va a ser la depresión. Pero mientras tanto para nosotros, que ya no tenemos la cultura de ayer y que no hemos generado todavía una nueva, envejecer se está volviendo una experiencia cada vez más dura, un camino muy agotador para el cual no estamos equipados, y que terminamos afrontando en camiseta y sandalias.

Este verano pasamos unos días en el mar con mi madre y mi tía. Una noche, mientras cenábamos, se acercó un grupo de chicas jóvenes. Mi mamá y mi tía las miraron y, entre las dos, dijeron: “Qué hermosas, qué linda la juventud’’. Una mirada y unas palabras que me impresionaron mucho. La vida dedicada a que sus hijos y jóvenes se conviertan en adultos les dio una típica virtud, que podríamos llamar “anti-envidia’’, y que es la hermosa capacidad de encontrar verdadera alegría al observar y al contemplar la juventud de los otros, y no solo la de los propios hijos y nietos. Este es un excelente recurso para vivir y envejecer bien. Es la virtud contraria a la de Mazzarò que, en la novela Las propiedades, pasa toda su vida únicamente acumulando cosas. Cuando le dicen que se está acercando su muerte, coge un palo y golpea a un chico, “por envidia”, dice Giovanni Verga. En las culturas usureras de las propiedades, los viejos ven en los jóvenes el propio infierno, porque esa juventud solo les transmite envidia, remordimiento y pesar. En las culturas de la vida, en cambio, los jóvenes son el paraíso de los viejos. La alegría pura y desinteresada de los ancianos por la belleza de la juventud es un patrimonio preciosísimo de la humanidad. Nosotros lo estamos vaciando, cuando por el contrario deberíamos estar custodiando ese poco que nos queda.

Credit Foto: © Giuliano Dinon / Archivio MSA


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