Tres mensajes de la crisis

Tres mensajes de la crisis

Comentario – Bancos, Europa, uso de los recursos

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el  28/12/2011

logo_avvenireLas finanzas y la economía son demasiado importantes para dejarlas únicamente en manos de los financieros y los economistas. Creo que esta frase podría resumir el mensaje que nos lanza la segunda y última parte del 2011. Nos hemos dado cuenta, con más fuerza que en la primera fase de la crisis (2008-2009), de que los índices bursátiles y la «prima de riesgo» no son asuntos lejanos o para expertos, sino que son capaces de cambiar nuestros gobiernos, nuestros presupuestos familiares y nuestros proyectos de vida. Entonces de ellos debemos ocuparnos todos, ‘habitando’ más estos lugares, ya que cuando no son habitados por los ciudadanos se hacen inhumanos. Esta crisis además nos envía tres mensajes específicos. El primero de ellos se refiere al mundo bancario. Estudios recientes (Universidad de Ancona: mofir.univpm.it), ponen de manifiesto que después del 15 de septiembre de 2008 los bancos han reducido el crédito a las empresas, también a las virtuosas.

Esta evidente ineficiencia depende de la distancia que existe entre el lugar donde se toman las decisiones y el lugar donde operan las empresas. Los bancos cada vez más concentrados y lejanos ya no conocen el territorio; de este modo las decisiones se toman en base a indicadores objetivos que no permiten ver cosas esenciales que solamente son visibles a los ojos de quienes habitan el territorio y conocen a las personas por su nombre.

El primer mensaje que nos llega es, pues, la necesidad de ‘acortar distancias’ entre los lugares de decisión y los lugares donde viven las personas y es por ello una crítica a toda una política financiera que ha buscado con fuerza la concentración de los bancos, así como al lema ‘grande, lejano, anónimo’ que fue el eslogan de los últimos 20 años. Además es interesante tomar nota de que los bancos territoriales por vocación están aguantando mejor la crisis. Todo ello sugiere una especie de regla de oro: dar derecho de ciudadanía en la vida diaria a las pequeñas fragilidades relacionales (perder tiempo con los clientes, invertir recursos en relaciones no siempre remunerativas financieramente, etc.) nos hace menos frágiles cuando llegan las grandes crisis; por el contrario, no aceptar estas pequeñas fragilidades y ‘crisis’ cotidianas, hace que las instituciones sean mucho más frágiles ante las grandes crisis.

Hay un segundo mensaje muy claro relativo a Europa, que hoy vive la crisis más profunda desde su fundación. Si no se consigue una verdadera unidad política, el euro no podrá mantenerse mucho más tiempo. Pero hoy no tenemos con nosotros a los grandes estadistas de la postguerra.  Su puesto puede y debe ser ocupado por los ciudadanos. A ellos, a todos nosotros, nos corresponde pedir, desde abajo y con más fuerza, más política y unas finanzas más regladas.

Finalmente el tercer mensaje: el capitalismo al que hemos dado vida sobre todo en Occidente contiene algo equivocado. Y ese ‘algo’ no tiene que ver con las finanzas y tal vez tampoco con la economía, porque se juega a un nivel mucho más profudno de nuestra cultura. La crisis que estamos experimentando es como una fiebre, que indica que algo no está bien en el organismo. Y puesto que llevamos tiempo con fiebre y la temperatura sigue subiendo, nos la debemos tomar muy en serio. Hay que curar por lo menos dos patologías. En las últimas décadas hemos depredado el medio ambiente, lo hemos herido y humillado. En un par de generaciones estamos consumiendo un patrimonio de petróleo y de gas que la tierra tardó millones de años en generar; y al depauperar este patrimonio estamos hiriendo también a la atmósfera. Todo eso nos dice que estamos errando una de las relaciones fundamentales de nuestra existencia: la que mantenemos con la tierra y con la naturaleza. Cuando una relación tan importante no funciona, es imposible que funcionen las demás relaciones, como muestra la creciente intolerancia en nuestras ciudades, la creciente soledad y la relación que sigue siendo en buena medida depredatoria con respecto a los recursos de los pueblos de Africa, donde se perpetran cada día nuevas ‘masacres de los inocentes’. La segunda causa de fiebre es la desigualdad económica que está aumentando en el mundo, gracias también a la revolución de las finanzas. Sin igualdad económica, que no se juega sólo en el eje de la renta sino también en el del trabajo, el principio de igualdad sigue siendo demasiado abstracto, porque las personas no pueden realizar la vida que desean vivir. La igualdad es la segunda palabra del tríptico de la modernidad, y negarla significa negar también las otras dos, ya que o la igualdad, la libertad y la fraternidad van juntas o no se realiza auténticamente ninguna de ellas.

Europa se encontrará a sí misma si es capaz de revitalizar este Humanismo a tres dimensiones, del que nace también la ‘felicidad pública’ que estuvo en el centro del programa de la Modernidad, porque como nos recuerda el economista napolitano del siglo XVIII Antonio Genovesi, «es ley del universo que no podemos alcanzar nuestra felicidad sin alcanzar también la de los demás».

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