Comentarios - Por qué es mejor un equilibrado impuesto sobre el patrimonio que un aumento del IVA
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 01/12/2011
Los impuestos son los pilares del pacto social de un estado. Por ello nunca son asuntos técnicos, sino eminente y exquisitamente políticos. Algunas de las primeras reformas que el nuevo gobierno está preparando tienen carácter fiscal. Son importantes no sólo porque en cualquier viaje el primer paso (y el último) es el más relevante, sino también porque una reforma fiscal equivocada puede significar la pérdida del consenso de la mayor parte del país.
En primer lugar, no hay que caer en el error de contraponer opciones ‘equitativas’ a opciones ‘eficientes’. En las democracias postmodernas ha habido muchas dicotomías (economía real / economía financiera, economía / política); una de ellas era la que en el siglo XX oponía equidad y eficiencia.
En estos años estamos viendo con gran claridad que una decisión de política económica es siempre por naturaleza directamente una decisión ética, porque cuando los ciudadanos no consideran equitativas las medidas económicas, realizan comportamientos que en buena medida anulan la eficacia de esa intervención. La equidad, como demuestran también los actuales estudios de neuro-economía, es una de las necesidades más radicadas y profundas de las personas que a veces nos lleva a tomar decisiones que no siguen los dictados de la racionalidad económica, sino más bien de la racionalidad expresiva y simbólica. Vayamos pues con el aumento del IVA y el debate acerca del impuesto sobre el patrimonio.
Aumentar el IVA no es una decisión de mera eficiencia económica para reducir la deuda y el déficit. Un aumento del IVA (o del impuesto sobre los carburantes) nunca es equitativo, por naturaleza, ya que va contra la principal característica de la justicia distributiva, que consiste en tratar de forma parecida las situaciones parecidas y de manera distinta las situaciones distintas. El IVA que grava el consumo lo pagan igualmente el millonario y la familia numerosa, el parado y el especulador financiero. Así pues, si queremos aumentar el IVA, sería necesario al menos diseñar una reforma que prevea tipos mucho más altos (que los actuales) para los bienes posicionales y demeritorios: no se puede gravar con el mismo tipo el vino de mesa que las bebidas alcohólicas. Además, insistir en los impuestos indirectos ya es de por sí una elección ética que la teoría y la práctica nos dicen que tiende a aumentar la evasión fiscal, una evasión fiscal contra la que se quiere luchar con la otra mano.
La primera lucha contra la evasión fiscal de cualquier gobierno, sobre todo si es nuevo, consiste en aliarse con la parte honrada del país, una alianza que pasa precisamente por el terreno de la equidad. Por otra parte, no se puede aumentar el IVA y los impuestos indirectos sin meter mano a una reforma del impuesto sobre el patrimonio. El impuesto sobre el patrimonio tiene hoy muchas cualidades. Equilibra la relación entre la imposición sobre la renta y sobre el patrimonio, que también en Italia está muy desequilibrada en perjuicio de la renta; la desigualdad en el patrimonio es mucho mayor (más del doble) que la desigualdad en la renta. El 10% más rico de la población detenta casi el 50% del valor total de la riqueza, mientras que para las rentas (declaradas) la distribución es más igualitaria (el 20% más rico detenta casi el 40% de la renta total). El impuesto sobre el patrimonio tiende a equilibrar el punto de partida de los ciudadanos, ya que puede producir importantes efectos en la reducción de la desigualdad (que el aumento del IVA aumentaría). Los efectos son éticos pero también directamente económicos, porque una clase media empobrecida no expresa la demanda interna esencial para relanzar el desarrollo económico. Para terminar, la imposición sobre el patrimonio no causa, al menos a corto y medio plazo, el nefasto efecto de reducir el compromiso en la creación de renta, un daño que en cambio sí causaría el aumento de los impuestos sobre la renta (ya sea del trabajo o de las empresas).
Italia sólo se reincorporará a la carrera y recuperará su lugar en el mundo cuando sea capaz de volver a encender en las personas el entusiasmo, el deseo y el hambre de futuro, variables que los gobiernos no pueden controlar directamente.
Pero indirectamente la política puede hacer mucho, trabajando precisamente en la equidad percibida de las leyes y de la reforma fiscal. El país quiere salir de la crisis, no le gusta que le consideren el enfermo del mundo ni que los demás estados se rían de él por holgazán e irresponsable. El gobierno debe tener bien presente - como escribía Giammaria Ortes, economista civil veneciano del siglo XVIII – que «la riqueza de un pueblo son sus gentes» y crear las precondiciones necesarias para que esta riqueza produzca todos sus frutos.
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