Comentarios - La primera riqueza de las empresas y de la sociedad
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 30/10/2011
El trabajo siempre está en el centro de cualquier pacto social. A su alrededor se dan cita desafíos y dimensiones de la vida en común mucho más grandes que los que entran en juego en cualquier otro mercado. Por eso siempre deberíamos hablar del “mercado de trabajo” con mucha prudencia, ya que si bien es cierto que, como en cualquier otro mercado, existe una oferta y una demanda de trabajo, no es menos cierto que el trabajo es mucho más que una mercancía. Cuando falta no solo dejamos de comprar cosas en el mercado sino que tampoco podemos soñar y realizar la vida que deseamos vivir.
Por estas razones el derecho al trabajo es uno de los nuevos derechos sociales que hay que reconocer y proclamar, aunque sea incompleto por no tener contrapartida en los deberes de otras personas o instituciones. Así pues, deberíamos desconfiar de quienes ven el paro y la inflación como dos variables con el mismo peso, puesto que los daños que produce el paro son mucho mayores que los de la inflación.
El trabajar o la actividad laboral es una de las dimensiones más fundamentales y típicas de la persona. Cuando trabajamos les decimos a los demás y a nosotros mismos quiénes somos y no solo qué hacemos. En una civilización cada vez más pobre en lenguajes por ser cada vez más pobre en relaciones sociales, la ocupación es el principal lenguaje, si no el único, para contarles a los demás y a nosotros mismos nuestra historia y nuestra identidad. Entonces, trabajar bien es algo intrínseco a la persona, mucho antes que una respuesta a los incentivos del empleador.
En cambio, en estos días, cuando se habla del trabajo todo el énfasis recae sobre la mayor libertad que deben tener las empresas para despedir a los trabajadores “vagos”, sin que nadie se pregunte por qué existen trabajadores vagos, si es cierto que el trabajo es sobre todo una expresión de nuestra humanidad e identidad y que cuando no trabajamos bien nos encontramos mal, dentro y fuera de la empresa. A este propósito hay una serie de estudios recientes, muy interesantes, procedentes de las ciencias económicas y sociales, que muestran algunos fenómenos de los que no se habla en los debates públicos. Para empezar, los datos sobre trabajadores de todas las profesiones (desde trabajadores de la limpieza a profesores universitarios) dicen que el trabajo produce frutos buenos para las empresas cuando es un don, cuando excede la letra del contrato.
Con los instrumentos del contrato de trabajo podemos definir cuándo el trabajador entra y sale de la fábrica o de la oficina y con controles y sanciones a lo mejor podemos comprobar si trabaja o si chatea en Facebook. Pero ningún contrato ni ningún control podrá nunca conseguir que el trabajador-persona ponga toda su creatividad, pasión y entusiasmo en lo que está haciendo. Creatividad, pasión y entusiasmo son las cosas más importantes que una empresa busca en un trabajador, pero no puede comprarlas con un contrato ni obtenerlas con controles y sanciones, porque estas dimensiones esenciales para el éxito de la empresa sólo pueden ser donadas libremente por el trabajador. El mundo de la economía y de la empresa no son capaces de ver este don y cuando lo intuyen tienen miedo y lo rechazan, porque el don crea vínculos y deudas emocionales entre las personas, que no pueden compensarse monetariamente. Todo el esquema organizativo de nuestras empresas está concebido para impedir que los trabajadores practiquen el exceso del don y para inmunizarse de él: se definen hasta en los más mínimos detalles las funciones, tareas y prohibiciones que terminan por dar rigidez a nuestras organizaciones e impedir la colaboración verdadera que no es sólo una suma de intereses sino un encuentro de dones.
Por otra parte, la empresa capitalista, cada vez más centrada en la maximización de los beneficios a corto plazo, aunque quisiera, carece de las categorías y del lenguaje para reconocer el don, por mucha necesidad que tenga de él. Algunos estudiosos franceses, entre los que se encuentran Norbert Alter y Anouk Grevin, están mostrando que los comportamientos oportunistas de los trabajadores “vagos” muchas veces son respuestas frustradas ante la falta de reconocimiento por parte de los directivos, que no ven el don que existe en el trabajo. Este es un tema que puede extenderse fácilmente de las empresas a la política y del trabajo a las virtudes civiles y a los impuestos. La mayor parte de los ciudadanos y trabajadores, creo que casi todos, si se les pone en las condiciones adecuadas, tratan de hacer las cosas bien. Cuando no lo hacen, antes de condenarles y despedirles, debemos preguntarnos por qué. Tal vez nos daríamos cuenta de que algunos trabajadores son efectivamente vagos, pero probablemente muchos menos de los que pensamos. Además, deberíamos conseguir que la dirección y las instituciones creen las condiciones para poder conocer y reconocer el trabajo, porque los trabajadores son, mucho antes que las finanzas o la tecnología, la principal riqueza de cualquier empresa y de cualquier sociedad.
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