Comentario - El 2% de las remesas de los inmigrantes irregulares
Una «Tobin Tax» al revés
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 10/09/2011
La última versión de las medidas económicas del gobierno contiene un punto concreto que introduce un impuesto del 2% sobre las transferencias efectuadas por personas extracomunitarias que no estén dadas de alta en la Seguridad Social y que carezcan de NIF, es decir, por trabajadores irregulares. Perfecto, dirán algunos, ya que así se combate el trabajo sumergido y se estimula a los empleadores a declarar a sus cuidadoras y asistentas, un 20-30% de las cuales se estima que no están declaradas. Pero como ocurre muchas veces, lo más importante no es lo que se ve a primera vista. Hay en efecto algunos aspectos civil y éticamente muy relevantes detrás de este pequeño apartado de las medidas, que ha pasado inadvertido para la mayoría. Estos aspectos tienen que ver con los nuevos retos del estado del bienestar, con la cura de nuestras fragilidades y vulnerabilidades y con la equidad y la justicia, las dos grandes palabras que están en la base de cualquier pacto social.
Preguntémonos entonces: ¿quiénes forman este pueblo de trabajadores regulares e irregulares? ¿por qué han venido y siguen viniendo en gran número a nuestras ciudades, sobre todo a las del centro-norte? ¿y por qué una parte significativa de estos trabajadores son todavía irregulares? Empecemos con algunos datos. En Italia hay más de un millón de cuidadoras y su facturación total (sumergida y no sumergida) es probablemente más alta que la de toda la cooperación social italiana. Este pueblo de cuidadoras (sin contar a las asistentas y otros empleados del hogar) ha dado vida a la mayor operación de cooperación internacional de Italia, ya que gracias a estas trabajadoras y trabajadores Italia ha transferido riqueza privada (de las familias, no del Estado) a Rumanía, a Ucrania y a muchos países asiáticos. Para hacernos una idea, las remesas de los trabajadores filipinos en el extranjero a su patria representan el 10% de su PIB nacional (de los cuales casi 1.000 millones de dólares proceden de Italia).
¿Cómo es que el Estado y las instituciones no han sabido responder a esta enorme necesidad de cuidados que estaba surgiendo en la sociedad italiana? ¿Y por qué (salvo en una pequeña parte) la sociedad civil y la economía social no han sabido responder a esta nueva emergencia? En los últimos años hemos perdido una gran oportunidad para innovar de verdad. La familia y la longevidad estaban cambiando drástica y velozmente, pero la tasa de innovación de la sociedad italiana ha sido demasiado baja para responder a estos nuevos desafíos. Entonces, un pueblo de mujeres venidas del Este ha desempeñado una función supletoria y subsidiaria, tratando de satisfacer una profunda y radical necesidad: la de los cuidados, ya que la sociedad italiana no consigue hacerlo por sí misma. «Para educar a un niño hace falta todo un poblado», reza un hermoso proverbio africano. Hoy, en la aldea global, para hacer que crezcan los niños y cuidar a los ancianos necesitamos también de estos nuevos aliados. En cambio, con este pequeño punto de las medidas económicas estamos lanzando un mensaje que va en una dirección muy distinta.
Las leyes siempre incorporan mensajes culturales y simbólicos que cambian las relaciones sociales: o las hacen más fraternas o las malean. Es evidente que hay que hacer todo lo posible para que la economía sumergida salga a la luz y para que estos trabajadores sean regularizados con todos sus derechos y garantías, pero no hay que olvidar demasiado pronto que hace pocos años hicimos una ley que no permitió que estas mujeres se asociaran, favoreciendo la contratación de cada cuidadora por parte de la familia. Fue una decisión infeliz y miope, que no vio en estas posibles cooperativas de cuidadoras una oportunidad de crecimiento también económico, una decisión política que explica en parte por qué esta actividad sigue estando sumergida. Además, el mejor instrumento para regularizar a trabajadores irregulares (y muy valiosos) no es una medida financiera adoptada ante una grave emergencia. Gravar con un impuesto el trabajo de estas personas producirá sin duda algunos efectos previsibles: aumento de las remesas informales y en metálico a través de amigos y parientes e ingresos muy bajos para el Estado, sin excluir un aumento de la facturación de las mafias que, en los países de origen y en el nuestro, prometerán alternativas a los canales oficiales de transferencia.
No cometamos el grave error económico, ético y cultural de no gravar seriamente las transacciones financieras de los especuladores e introducir una Tobin Tax al revés para los más pobres. La cuestión no es el 2%, sino el 98% restante, es decir, la tasa de civilización de nuestra sociedad italiana. La Unión Europea está viviendo momentos muy delicados y entre el BCE y nuestras cuidadoras la distancia podría parecer astronómica. Pero la realidad es que saldremos de esta crisis cuando seamos capaces de dar vida a nuevas relaciones sociales, ya que lo que está ocurriendo, antes que una crisis financiera y económica, es un grito sobre la necesidad de aprender un nuevo arte de las relaciones humanas, a todos los niveles.
Todos los artículos de Luigino Bruni publicados en Avvenire se encuentran en el menú Editoriales Avvenire