Editorial - Clase media y crisis del capitalismo
Las vacas de las finanzas y nosotros
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 2/08/2011
Con el empobrecimiento de la clase media, se disuelve el vínculo social que, entre otras cosas, se basa en la igualdad económica percibida.
El acuerdo alcanzado en EE.UU. sobre la deuda pública no nos debe eximir de reflexionar profundamente sobre el excesivo endeudamiento de la economía norteamericana y del sistema capitalista. La gran operación de salvamento de los bancos en 2009 esencialmente trasladó deuda del sector privado al sector público, sin resolver las verdaderas causas del problema, que se encuentran en una clase media norteamericana y mundial que se está empobreciendo y endeudando progresivamente. Detrás de la enorme deuda pública hay un problema de desigualdad en la distribución de la renta, que se está convirtiendo en una cuestión crucial para nuestro sistema económico capitalista.
En otoño de 2008, cuando la crisis estaba a punto de estallar, la cuota del PIB en manos del 1% más rico de la población estadounidense alcanzó su pico más alto, exactamente igual que en 1928, en los albores del hundimiento de Wall Street, como nos recuerda Robert Reich en su último y útil libro (Aftershock, Fazi, 2011). Cuando la clase media se empobrece en relación con la clase rica, tiende a endeudarse demasiado, porque además, a diferencia de lo que ocurría en 1929, hoy el sistema financiero propone y promete recetas mágicas para mantener o aumentar, con la deuda, el nivel de consumo.
En décadas pasadas, la actitud con respecto a la desigualdad era ambivalente: una parte de la opinión pública y de los expertos la veía como un fenómeno esencialmente transitorio, un precio que había que pagar únicamente en las fases iniciales del desarrollo económico, como metafóricamente explicaba Albert Hirschman con la imagen del túnel: cuando estamos parados en un túnel debido a un obstáculo, si la fila de al lado empieza a moverse, puedo deducir que también la mía se desbloqueará pronto. Así pues, la desigualdad debería tener la forma de una U invertida, creciendo al principio y disminuyendo después en las fases maduras del capitalismo.
La historia reciente de Occidente nos dice que en los últimos 25 años la desigualdad ha vuelto a aumentar. ¿Cómo puede ser? ¿Los economistas han errado sus previsiones? En realidad, ha aparecido un factor inédito que es la naturaleza financiera del último capitalismo, que pone en crisis la teoría o ideología misma del libre mercado. Cuando el timón del sistema económico (y político) pasa a manos de las finanzas especulativas (en este caso el adjetivo es importante, ya que no todas las finanzas son iguales), entran en crisis algunos de los pilares del liberalismo, como la capacidad del mercado para asegurar el crecimiento económico. Esto es así al menos por tres razones.
La primera está relacionada con el tipo de riqueza que se crea con la especulación financiera. La regla de oro de la economía de mercado “normal” (cuando las finanzas son subsidiarias de la economía real) es la ventaja mutua de los sujetos que participan en el intercambio; cuando, por el contrario, aparecen las finanzas especulativas muchas veces la regla es el ‘juego de suma cero’ como en el póker: cuando uno gana los demás pierden.
Eso quiere decir que buena parte de las finanzas de última generación más que crear nueva riqueza la desplazan (sobre todo jugando con el tiempo) de algunos sujetos a otros. En segundo lugar, en buena parte de las finanzas especulativas (no en todas) lo que ocurre sistemáticamente, sin que nadie lo condene ni se escandalice, es lo que hemos visto recientemente en las apuestas deportivas: algunos jugadores (grandes fondos) apuestan por el resultado de los partidos (valor futuro de los títulos) y después juegan de forma que sus previsiones (apuestas) se cumplan. La tercera razón tiene que ver directamente con la desigualdad. El capitalismo turbo-financiero naturalmente produce mucha desigualdad porque, gracias a la globalización de la tecnología y de la fuerza de trabajo, paga cada vez menos a los trabajadores con competencias medias (obreros, empleados, cuidadores, trabajadores de los servicios), es decir a gran parte de la clase media, mientras que paga muy bien a unos pocos super-especialistas (técnicos y directivos) capaces de hacer crecer exponencialmente los beneficios de las finanzas.
Pero – este es el punto crucial – en un sistema económico en el que se enriquecen sólo unos pocos y se empobrece la clase media, es decir la inmensa mayoría de la población (por no hablar de los verdaderos pobres, que es un tema todavía más crucial), el vínculo social, que se basa, entre otras cosas, en la igualdad económica percibida, corre peligro de disolverse, esencialmente por falta de “demanda” (no sólo de equidad). En efecto, el aumento de renta en las clases medias y pobres inmediatamente se traduce en un mayor consumo y en PIB, mientras que cuando aumenta la renta de quienes ya tiene mucha, los efectos sobre el consumo y el crecimiento son muy inferiores. Además, nos estamos dando cuenta de que cuando los trabajadores se empobrecen con respecto a otros grupos sociales, la desigualdad se convierte directamente en un factor de crecimiento (o de recesión). Ya no es suficiente la retórica de aumentar ‘el tamaño de la tarta’ antes de pensar en los trozos, ya que por una parte el aumento de la tarta puede ser sólo aparente y por otra el consumo excesivo y el derroche de los grandes comedores de tartas hace que se indigesten también los trozos cada vez más pequeños de los demás.
Si vemos con una cierta distancia nuestro sistema capitalista, la primera y fuerte impresión es que hemos crecido demasiado y mal. La crisis medioambiental es muy elocuente, pero también lo es esta creciente desigualdad, fruto de un ordeño excesivo de las vacas de las finanzas que hoy puede terminar matando de agotamiento a los animales. El instrumento para volver a equilibrar las relaciones económicas no se llama limosna ni filantropía, sino sistema fiscal. Por eso algunas propuestas fiscales que tratan de apoyar a la familia (como el “factor familia”), antes que propuestas éticas son exquisitamente económicas, porque si no se vuelve a equilibrar el pacto social no tendremos energía para relanzar el crecimiento, reducir la deuda pública y construir un sistema económico mejor. Por ello hago mías las palabras de esperanza con las que Reich concluye su discurso: “En los Estados Unidos, como en Italia, invertiremos el curso que hoy amenaza a nuestras economías y a nuestras democracias. Lo haremos, porque esta inversión interesa a todos, incluso a los que en nuestras sociedades poseen niveles enormes de poder y riqueza. … El reto es nuestro y de nuestros hijos. Es el reto económico más grande que tenemos delante”.
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