Segunda parte del Comentario de Luigino Bruni sobre "Economía y Adviento"
Comentario – Un tiempo para preparar una nueva siega
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 09/12/2012
Será por el aumento de los impuestos sobre los inmuebles o por los dos millones y medio de ciudadanos que han tenido que vender oro y joyas para vivir o tal vez por el espectáculo que ofrecen diariamente los políticos que no consiguen estar a la altura de la seriedad y gravedad de los tiempos. Será por estos o por muchos otros motivos, pero lo cierto es que este tiempo de adviento está marcado por las lágrimas. Y sin embargo podemos y debemos esperar que llegue de nuevo la siega, también en esta Italia nuestra: «Quien siembra entre lágrimas, recogerá entre cantares».
Quién sabe cuántas lágrimas del trabajo de los hombres y sobre todo de las mujeres, han dado lugar a las oraciones, cantos y gritos recogidos y custodiados en este salmo y en muchos otros. Las lágrimas son parte del trabajo, son el acompañamiento del pan nuestro de cada día, hasta tal punto que si en el trabajo no hay lágrimas, es decir sudor y esfuerzo, es probable que no sea trabajo sino otra cosa, desde luego no mejor. Trabajar con esfuerzo sencillamente forma parte de la condición humana.
Por eso, quien no experimenta el cansancio del trabajo, porque vive de rentas y privilegios, está privado o se priva por autoengaño de una de las experiencias éticas y espirituales más auténticas de la condición humana. Los que trabajan saben que cuando se sintieron de verdad trabajadores no fue tanto el día en que recibieron la primera paga, sino cuando tuvieron la primera experiencia del cansancio, la dureza y las dificultades del trabajo y las superaron. Si nos detenemos ante el umbral del esfuerzo, no entramos en el territorio del trabajo y tampoco podemos recoger sus mejores frutos, ya que la felicitas no es la ausencia del sufrimiento y del cansancio, sino su salario. A pesar de que la cultura utilitarista nos quiera convencer de que el objetivo de las sociedades buenas es ‘minimizar las penas’ y ‘maximizar los placeres’, en realidad existen ‘penas buenas’ y ‘placeres malos’.
Las penas buenas son las que nacen de cultivar las virtudes y el trabajo, los placeres malos son la mayor parte de los que hoy se nos muestran como una felicidad hedonista y fácil sin esfuerzo.
Toda excelencia, ya sea en la ciencia, en el deporte, en el arte o en el amor, comporta en algunos momentos decisivos las ‘lágrimas’. Una cultura que no aprecie y valore el esfuerzo del trabajo, tampoco puede entender ni apreciar las cosechas verdaderas y las confunde con las falsas (como los beneficios excesivos que rezuman injusticia y saqueos medioambientales y de vidas humanas). Pero tampoco todas las fatigas y lágrimas del trabajo son buenas. Es más, algunas son malísimas, como las de los siervos y los esclavos y todas las que no van acompañadas de la esperanza en la cosecha. Cuando no se ve el ‘niño’ al final de los ‘dolores de parto’. Son muy malas las lágrimas derramadas por los millones de trabajadores y trabajadoras que todavía hoy trabajan sin derechos, sin seguridad, sin salubridad, sin respeto y sin dignidad en demasiados lugares del mundo. O las de tantos que no tienen trabajo porque lo han perdido o porque (tal vez peor aún) nunca lo han tenido; un sufrimiento que aumenta en los días de fiesta, porque cuando falta el trabajo el día de fiesta duele más que el día laborable.
Las lágrimas sin pan y sin sal (sin salario...) son lágrimas y nada más. Pero aquel antiguo cántico del trabajo nos dice otra cosa muy importante: para tener esperanza en la cosecha no es suficiente llorar, hay que sembrar mientras se llora. Si pienso en los jóvenes, en los estudiantes, sembrar mientras se llora significa estudiar bien y estudiar cosas difíciles. El mundo universitario en estos últimos veinte años de profunda crisis ética ha producido demasiadas licenciaturas sin lágrimas (o con pocas), que se elegían porque eran fáciles, pero que han generado y siguen generando pocas ‘cosechas’ y demasiado paro. Un joven se forma estudiando cosas difíciles, sobre todo estudiando bien y estudiando más en los tiempos de crisis, como un signo de reciprocidad con la comunidad que le permite estudiar a pesar de la escasez de recursos. Los estudios sobre el bienestar subjetivo de las personas ya dicen con extrema claridad que uno de los principales factores de la felicidad (y de la depresión) es sentirse competentes en el propio oficio, y la competencia requiere disciplina y lágrimas, sobre todo en la juventud.
En el mundo de la economía también hay muchos sembradores, como los empresarios que invierten en tiempos de crisis, que sufren pero viven el sufrimiento como una experiencia fecunda, como un muelle para innovar y caminar con paso rápido, mejor junto a otros. Pero para que el esfuerzo del trabajador y el empresario conduzcan a la alegría de la cosecha, las instituciones juegan un papel esencial. El proceso que va del trabajo a la cosecha nunca es un asunto privado, sino siempre social, colectivo y político: nosotros podemos y debemos sembrar con seriedad y compromiso, pero sólo controlamos en parte la alegría de la siega, que depende también de todos aquellos a los que estamos directa o indirectamente unidos. Y así hay demasiadas siembras entre lágrimas que no conocen el canto de la siega. En Italia es necesario reconstruir la correa de transmisión que une la siembra con la siega.
Un indicador de la calidad civil y moral de un país debería ser la relación entre las cosechas que llegan a los graneros y el buen cansancio del trabajo: «Al ir se va llorando, llevando las semillas, pero al volver, se viene cantando, trayendo las gavillas».