Comentarios - Italia y la Unión Europea, prima de riesgo y valores
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 05/08/2012
Imaginemos, con un experimento mental, que las regiones de Sicilia, Lacio y Lombardía pudieran emitir BRD (Bonos Regionales Decenales), totalmente independientes, y luego introducirlos en el mercado internacional. ¿Deberíamos esperar que los mercados ofrecieran los mismos intereses para los tres títulos? ¿Por qué entonces nos sorprende el diferencial (prima de riesgo) que existe entre los Bonos alemanes y los BTP italianos? La prima de riesgo, sustancialmente, representa un cambio lira/marco en la sombra y sigue estando muy presente en los operadores de los mercados (este largo periodo de especulación ha aumentado la prima de riesgo, pero no la ha creado).
En una Europa con una política confusa y débil, habría que poner en marcha un verdadero proceso político que dijese con la fuerza de los hechos que Italia, Alemania y España son regiones de una Unión – o mejor, como deseaba recientemente el presidente de la CEI, cardenal Bagnasco, una verdadera Comunidad – que no es solo una "expresión geográfica", sino una realidad económica, financiera y por lo tanto política.
Todo eso es lo que se esconde detrás de los controvertidos "eurobonos", es decir, volviendo a la metáfora, la decisión política de superar los BRD de Sicilia, Lacio y Lombardía. Pero para ello haría falta una acción política extremadamente valiente y de amplias miras sobre todo por parte de Alemania. Algo similar a lo que se hizo en los años noventa con Alemania del Este, cuando se decidió la unificación política no sólo por razones de económicas sino también, tal vez en primer lugar, por ese principio de fraternidad que debería estar siempre en el corazón de la Europa moderna. Habría que hacer otro tanto con toda Europa, dando así un paso decisivo en la dirección de la "europeización de Alemania" (y no de la "germanización de Europa"), que Helmut Kohl anunció cuando nació el euro. Hoy carecemos de esa valentía. Pero cuando hablamos de la prima de riesgo entre Alemania y los países mediterráneos, Italia incluida, no debemos olvidar las razones profundas que hacen muy difícil, si no imposible, orientar la política europea hacia una mayor unidad.
Estas razones son muchas y de tipo estructural. Como Avvenire recuerda de vez en cuando, el modelo económico italiano (y de otros países de matriz católica) tiene elementos de diversidad respecto a los anglosajones o nórdicos, elementos que en los últimos decenios no logramos traducir en desarrollo económico. El modelo económico italiano ha funcionado cuando ha juntado sus grandes “almas” culturales, sostenidas desde abajo por la familia y desde arriba por el Estado: el made in Italy y el movimiento cooperativo, así como algunas grandes empresas, han sido sobre todo fruto de ese modelo integrado. La crisis de las ideologías (y con ellas de los grandes partidos de masas) y la crisis de la familia, amplificadas por un notable envejecimiento del país, han alimentado una decadencia estructural de nuestro modelo de desarrollo, que es, antes que nada, decadencia ética y moral. Una crisis que se manifiesta en demasiados empresarios transformados en especuladores, que han perdido así su vocación territorial y social, y en una creciente desconfianza hacia la clase dirigente, que está en la base también de la parte más preocupante y grave de la evasión fiscal.
La aventura del euro, iniciada cuando esta crisis social y ética de nuestro país acababa de comenzar, ha sido un importante intento de dar vida a una nueva era, ampliando la mirada hacia el Norte (y tal vez demasiado poco hacia el Sur, hacia el Mediterráneo). Hoy podemos y debemos decir que el proyecto de Eurolandia no es por sí solo suficiente para reencontrar una vocación económica en un mundo que en los últimos treinta años ha cambiado muy rápidamente, tal vez demasiado. Si queremos reducir la prima de riesgo financiera, una seria enfermedad que si no se cura puede pronto convertirse en fatal, debemos poner más decisión en reducir los otros diferenciales que Italia ha acumulado en relación con los demás grandes países.
El primer diferencial, que es la base de todos los demás, es siempre de carácter moral o ético. Quien viaje por el mundo sabrá que Alemania, Inglaterra y Estados Unidos tienen tasas más altas de virtudes cívicas, de lealtad hacia sus propias instituciones, de honestidad. Los valores sobre los que Italia ha fundado su propia identidad y sus éxitos - laboriosidad, cooperación, creatividad – se han debilitado, si es que no han llegado a desparecer por el horizonte, sin que se vean aparecer otros nuevos. Pero sin valores no se genera ni siquiera valor económico, como nos recordaba en 1927 el economista civil Luigi Einaudi: «Antes de cualquier riqueza material y en el fondo de ella, existe un factor moral. Los genoveses y los venecianos no dominaron durante siglos el comercio del Mediterráneo y del Levante porque fuesen ricos. ¿Qué riqueza había en las estériles rocas de Génova o en los palafitos de la laguna véneta? Pero entre aquellas rocas y entre aquellas lagunas vivían hombres laboriosos, tenaces y osados, que fueron adquiriendo poder y con el tiempo también riqueza». Este puede y debe ser nuestro punto de partida.