Economía y espera

Economía y espera

Comentario – El Adviento y la crisis

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 02/12/2012

logo_avvenireEl Adviento – todo advenimiento y toda esperanza auténtica de salvación – es una experiencia fundamental, sobre todo en tiempos de crisis. No se puede salir de ninguna crisis sin ejercitarse en el arte de esperar la salvación, un arte gozoso y doloroso a la vez. Querer la salvación para terminar anhelándola. Nuestra crisis está adquiriendo dimensiones de cambio de época porque no hay anhelo de salvación y no lo hay porque colectivamente ni siquiera tenemos ojos capaces de verla o al menos de intuirla.

La pregunta '¿cuánto falta para que llegue el día?' sólo es posible si se desea el alba y se saben reconocer sus señales. En estos años se anuncian demasiadas ‘albas’, porque cada uno ve las señales de su propia alba allí donde los demás sólo ven noche cerrada. Unos creen reconocerla en la recuperación del PIB y esperan ver sus primeras señales en la recuperación del consumo (la enfermedad que se convierte en cura); otros en una ecuménica pero vaga ‘economía social de mercado’, y otros en la eliminación de los partidos para confiar la cosa pública a empresas con ánimo de lucro, eficientes y responsables al fin. Pero todas estas ‘albas’ no son lo bastante fuertes ni están tan cargadas de símbolos como para mover las pasiones humanas más altas y reunir en torno a ellas grandes acciones colectivas y populares. Y así, cuanto más tiempo pasa, más se aleja el final de la noche. Una economía de la espera debería hoy contener algunas palabras fundamentales. Además de ‘trabajo’ y ‘jóvenes’, sobre las que nunca se escribirá bastante, hay al menos otras tres palabras que, cuando faltan en el vocabulario y la gramática civil, hacen ilusoria cualquier espera.

La primera de estas palabras es virtud, concretamente virtud cívica. Sin embargo hay toda una antigua e incluso gloriosa tradición que ha teorizado que lo que permite salir de las crisis son los vicios y no las virtudes. Pero la espera es una virtud, puesto que hay que cultivarla, mimarla y mantenerla sobre todo en tiempos difíciles. Bernard de Mandeville nos contó hace trescientos años 'La fábula de las abejas', donde la conversión de la colmena viciosa (pero opulenta) en virtuosa trajo miseria para todos. La tesis es clara: sólo los vicios crean desarrollo, porque si a la gente deja de gustarle el lujo, la comodidad, el hedonismo y los juegos, la economía se bloquea por falta de demanda. Y esto vale sobre todo para un país como el nuestro, cuya economía depende mucho, tal vez demasiado, del consumo de estos bienes. Por desgracia, esta idea está muy radicada en buena parte de la clase dirigente italiana, que ya sólo invoca las virtudes cívicas en relación con la evasión fiscal, sin comprender la regla elemental que está a la base de la vida en común. Si se emite un anuncio condenando a los «parásitos sociales» pero el siguiente invita a los juegos de azar, las dos señales se anulan una a otra. La verdadera lucha contra la evasión se llama coherencia ética, que se convierte en fuerza política y administrativa.

La segunda gran palabra de la espera es 'relaciones'. Son impresionantes los datos sobre el aumento de litigios en nuestro país durante esta crisis. Desde las comunidades de vecinos hasta las relaciones con los compañeros, pasando por el tráfico y las denuncias contra profesores y médicos, la crisis está maleando las relaciones de proximidad. Aunque, como ocurre siempre, en estos años asistimos también al florecimiento de nuevas experiencias de relaciones virtuosas y productivas. El empeoramiento de las relaciones es un dato preocupante. En otras graves crisis que atravesamos (pensemos en las grandes guerras y en la dictadura), se restablecieron en el sufrimiento los vínculos sociales y se recrearon la amistad y la concordia civil, esenciales para la recuperación económica. Si no somos capaces de curar nuestras antiguas y nuevas enfermedades relacionales (¿qué es la corrupción sino unas relaciones enfermas que crean instituciones enfermas que a su vez reproducen relaciones aún más enfermas?), ninguna economía, que es antes que nada un entramado de relaciones, podrá recuperarse.

La última palabra es ‘empresario'. Los grandes maestros de la espera fueron y siguen siendo los campesinos, los artistas, los científicos y sobre todo las madres. Pero también los empresarios. Los verdaderos empresarios, sobre todo los pequeños y medianos, los cooperadores y los emprendedores civiles y sociales, hoy están sufriendo mucho, más de lo que se dice. Hace años estos empresarios fueron capaces de crear valor a partir de los valores, ‘poniendo a trabajar’ las vocaciones productivas y cooperativas de nuestros valles, barrios, montañas, costas y mares y hoy ven cómo se desvanece la riqueza por la falta de crédito, por la ausencia de políticas de sistema y por la invasión de los especuladores que muchas veces desplazan e incluso se comen a sus empresas.

Los empresarios son los hombres y mujeres de la espera, porque sólo pueden vivir si son capaces de esperar (la esperanza, otra virtud cívica), ya que si no esperaran que el mundo de mañana sea mejor que el de hoy, se dedicarían a disfrutar de sus recursos o a especular en búsqueda de beneficios (sólo unos especuladores sin escrúpulos pueden ganar miles de millones contaminando y matando territorios y personas). Quienes han creado y hecho crecer una empresa saben que los momentos más importantes de su historia fueron aquellos en los que fueron capaces de esperar su salvación y de mantener la esperanza en contra de los acontecimientos, de los consejos prudentes de los amigos (‘¿pero qué necesidad tienes tú…?’) y de las previsiones de los expertos (‘¿pero por qué no vendes?’), cuando encontraron fuerzas para insistir y creer en su proyecto. El mundo –e Italia en él – sigue viviendo porque existen personas capaces de mantener la esperanza en la salvación, de esperar el alba, la Navidad.

 


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