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Luigino Bruni
Publicado en el Sole24ore el 02/11/2017
«Economics is what economists do». Con estas palabras definía el economista norteamericano Jacob Viner la ciencia económica en los años 30. Pocas décadas antes, su colega italiano Maffeo Pantaleoni escribía que «en economía solo existen dos escuelas: la de los que saben y la de los que no saben». Aun expresando dos visiones distintas del oficio, tanto Viner como Pantaleoni tenían razón a su manera.
[fulltext] =>Desde el principio, la economía fue una ciencia plural y pluralista. Aunque cada generación haya tenido su teoría dominante, su pensamiento normal, siempre ha habido muchos torrentes y arroyos discurriendo al margen del cauce principal. Algunos tenían lechos paralelos y otros largos tramos cársticos. La situación actual no es muy distinta. Sobre todo en los últimos veinte años se ha abierto una etapa verdaderamente pluralista, donde los economistas se interesan por cosas muy distintas y escriben junto con psicólogos, sociólogos, neurocientíficos y biólogos.
Al mismo tiempo, este pluralismo encuentra problemas concretos muy importantes y por lo general infravalorados. Hay una nueva forma de imperialismo, cada vez más fuerte y eficaz. Es la de los «top-journals», esas pocas revistas científicas internacionales que tienen en su mano, de hecho, el destino académico sobre todo de los jóvenes. Puedes escribir (casi) lo que quieras, pero si no lo publicas en revistas que la disciplina considera excelentes o cuanto menos buenas, lo que escribes no tiene ningún impacto y no te permite acceder a las mejores universidades y centros de investigación. Hoy deberíamos rectificar aquellas dos frases famosas de Viner y Pantaleoni, y decir: «La economía es lo que los economistas hacen y consiguen publicar en las revistas adecuadas», y que “los que saben” deben convertirse en “los que saben publicar”, convenciendo a los pocos editores importantes (y a sus referees).
Todo esto tiene importantes repercusiones en la formación de los jóvenes economistas. En los doctorados, que son el principal vivero de nuevos economistas, a los jóvenes se les aconseja vivamente que se especialicen en un tema de investigación en el que sea más fácil publicar pronto y “bien”, es decir en las revistas que importan. De este modo, se concentran durante tres o más años en un modelo o en un fenómeno, para poder maximizar la probabilidad de tener al menos una buena publicación en las revistas importantes y así comenzar una buena carrera. Pero en todos los procesos de buena formación para aprender un oficio de verdad, no es fácil que “pronto” y “bien” vayan juntos. “Pronto” suele ir acompañado de apresurado, aproximado y superficial y “bien” suele ir acompañado de profundo, maduro y riguroso.
¿Qué ocurre en nuestros doctorados de economía? En primer lugar, a un joven preparado y con vocación para la investigación, muchas veces le cuesta mucho seguir su vocación científica, porque lo que determina su elección inicial es el resultado final. Si, por ejemplo, alguien llega a un doctorado con una verdadera pasión por las cuestiones metodológicas o filosóficas, si decide desarrollar un proyecto de investigación en «Economics and Philosophy», tiene muy pocas posibilidades de encontrar mañana trabajo en un departamento de ciencias económicas, donde tendrá que competir con compañeros con “productos” que tienen un factor de impacto mucho mayor. Aunque publique un artículo en la mejor revista de ese sector marginal, siempre será una revista no considerada excelente por la disciplina económica. Así, a estos jóvenes con vocaciones especiales, poco frecuentes y por tanto muy valiosas para mantener y desarrollar la biodiversidad en la ciencia, se les aconseja con fuerza que “dejen de lado” su arte y piensen en cosas más serias y útiles. Este es el escenario de estos últimos años, que, entre otras cosas, está haciendo que muchos jóvenes excelentes salgan de la economía hacia otras disciplinas con más pluralismo. O emigren a países como el Reino Unido u Holanda, donde todavía queda algún espacio libre.
Además, por estos mismos motivos, en la formación de los jóvenes economistas de hecho no hay elementos de historia, de filosofía, de humanidades, y tampoco se promueve el diálogo con otras disciplinas. Por no hablar de los actuales programas trienales y masters en economía: lo que había de derecho público e historia en la vieja licenciatura de economía y comercio se ha borrado para dejar espacio a técnicas más útiles. No se tiene en cuenta que las disciplinas humanistas son muy “útiles” para cultivar preguntas nuevas y para desarrollar la creatividad en los jóvenes. «Un economista que sea solo economista es un mal economista», decían Marshall y Pareto. Cuando el futuro economista tenga que dar clases o consejos para la toma de decisiones que afectan a la vida de todos, se encontrará con un bagaje cultural demasiado pequeño y con un mono-cultivo poco fértil.
La crisis de reputación y de relevancia que conoce desde hace años el oficio del economista teórico depende también de la esterilidad y la repetitividad de nuestras preguntas de investigación, que necesitan un aire más abierto y libre, sobre todo en los años cruciales de la formación: «Economic theorists may have to become as much philosophers as mathematicians», decía en 1991 Robert Sugden, un economista que supo innovar en economía entre otras cosas porque estudiaba la historia, la psicología, la filosofía. Creo que los nuevos Keynes, Schumpeter o Sen no se están formando hoy en ningún doctorado en Economía, sino que están creciendo en ambientes culturales con más libertad y promiscuidad generativa. Si queremos atraer a jóvenes con alta creatividad y verdaderamente innovadores, debemos revisar profundamente los contenidos y la duración de la formación de los nuevos economistas.
Darles más tiempo y más respiro, también más esperanzas concretas de poder publicar bien sus trabajos distintos pero excelentes.
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Luigino Bruni
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Publicado en AgenSIR el 19/10/2017
“La Iglesia se ha convertido posiblemente en la única agencia que sigue hablando del bien común y de los últimos”. Con estas palabras describe el economista Luigino Bruni a SIR el trabajo que se está realizando desde esta mañana en la casa Pio IV del Vaticano para ver “cómo cambian las relaciones entre mercado, estado y sociedad civil”. Se trata de un congreso internacional promovido por la Pontificia Academia de Ciencias Sociales que está reuniendo a los mayores expertos en economía, sociedad y política, junto con algunos filósofos y teólogos. Mañana los participantes serán recibidos a las 12 por el Papa Francisco.
[fulltext] =>El punto de partida del congreso serán las palabras del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: “Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es la raíz de los males sociales”.
“La perspectiva es la de la Doctrina Social de la Iglesia pero junto a la de las ciencias sociales modernas”, explica Bruni. “La Iglesia en estos temas tiene una visión distinta a la del capitalismo dominante, que se está convirtiendo en la única ideología de referencia en todo el mundo” y “parte de un presupuesto antropológico”, que pone en el centro a “la persona y, en particular, a los últimos, recordando que hoy existe un grave problema de desigualdad y de nuevas pobrezas que el capitalismo por sí solo no logra resolver y que a la Iglesia, en cambio, le importa mucho. Recordarlo de forma solemne y con expertos de todo el mundo a diferentes niveles es ya un valor por sí mismo”. De los trabajos está surgiendo también “una especie de llamada a ver al hombre de otra manera”, cuenta Bruni, “no como nos lo cuentan las multinacionales y tanto menos el estado burocrático. El hombre es un ser maravilloso, mucho mejor. Por eso, otra palabra que sale aquí muy a menudo es confianza, esperanza”. Son palabras que en el mundo de las finanzas y de la economía hay que repetir muchas veces porque suelen ignorarse. “Y eso es lo que está haciendo la Iglesia hoy”, señala Bruni, que se ha convertido en “la única agencia que todavía habla del bien común y de los últimos. La Iglesia no tiene centros de interés ni dinero que defender sino que tiene que promover el Evangelio y por tanto tiene toda la libertad para decir cosas que ciertamente otros saben pero no quieren escuchar, y lo hace cada vez con mayor energía y competencia, con personas cualificadas, preocupadas como nosotros por la distracción del capitalismo con respecto a los últimos, a la persona y al medio ambiente”.
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Luigino Bruni
Publicado en la revista Palabra de mayo de 2017
La Economía de Comunión (EdC) fue iniciada por Chiara Lubich hace veinticinco años, en mayo de 1991, al comienzo de los grandes cambios que hoy vemos en (casi) todo su desarrollo. Estábamos en el día siguiente de la caída del muro de Berlín, pocos días después de la publicación de la encíclica Centesimus annus (1 de mayo), donde Juan Pablo II, bajo el impulso del Espíritu Santo y del espíritu del tiempo, expresaba una valoración nueva y positiva de la empresa y del libre mercado.
[fulltext] =>En aquel mundo y en aquel tiempo, la propuesta lanzada por Chiara Lubich a los empresarios, de compartir la riqueza e incluso los beneficios para ocuparse directamente de la pobreza y de la difusión de la “cultura del dar”, y al pueblo “focolarino” brasileño, de intensificar la comunión de los bienes y de los talentos, resonó como una gran innovación, que hizo de la EdC una novedad económico-social, importante y situada en la frontera de la responsabilidad social de la empresa, que vivía aún sus primeros tiempos. No era solamente, como dijo algún economista, una reedición del “patronato católico”, sino que contenía una idea distinta de la naturaleza de los beneficios y en consecuencia de la actividad de la empresa, y una visión de la compañía como bien común, en una perspectiva global y mundial (no común en aquellos años). La presencia de las “ciudadelas”, y en ellas de los “polos industriales” (son términos típicos de la tradición de la EdC, para los que pueden encontrarse referencias en la página internacional www.edc-online.org), el importante papel de los jóvenes y de los estudiosos que enseguida se implicaron, hicieron de la EdC una de las esperanzas del cambio de milenio, una “utopía concreta” para una renovación de la economía en relación con la pobreza y las desigualdades, que ya aparecían como el gran reto ético de la época de la globalización
Transformaciones
El lenguaje y la primera mediación cultural y económica de la intuición de Chiara (que era antropológica, espiritual y social, y por eso pre-económica) fueron los disponibles en aquel momento de la vida de la sociedad, de la Iglesia, del pueblo brasileño y del Movimiento de los focolares. A más de un cuarto de siglo de distancia, sin embargo, el gran reto colectivo con que se encuentra la EdC es intentar expresar las intenciones centrales de 1991 en palabras y categorías capaces de hacer hablar hoy a las primeras instancias que llevaron al nacimiento del proyecto, en un mundo social, espiritual y económico que en estos 25 años ha cambiado radicalmente, conscientes de que la frontera de la responsabilidad ética y social de las empresas y la comprensión de la pobreza se han movido mucho más adelante con el cambio de milenio. El social business se ha convertido en un movimiento variado y en veloz crecimiento, diversas formas de sharing economy son ya importantes experiencias en diversos lugares del mundo, la reflexión sobre la pobreza y las acciones para aliviarla se han enriquecido y han adquirido complejidad. Compartir los beneficios de las empresas en favor de los pobres y los jóvenes al final del segundo milenio representaba por sí mismo una innovación. En un mundo económico hoy radicalmente transformado por la globalización, la EdC se está regenerando. A lo largo de la historia, el renacimiento ha sido posible cuando los movimientos ideales y carismáticos han sido capaces de cambiar las respuestas históricas para volver a las primeras preguntas carismáticas –lo hemos visto muchas veces en el curso de la historia (sobre estas dinámicas, cfr. también L. Bruni, La distruzione creatrice, Città Nuova Editrice, Roma 2015). Toda reforma y toda regeneración son siempre una operación de actualización y cambio de las respuestas para ser fiel a las preguntas carismáticas originales. Toda decadencia, en cambio, comienza con el apego a las respuestas concretas e históricas y el olvido de las preguntas originarias. También para la EdC, cuyo reto decisivo de hoy y de mañana consiste y consistirá en procurar volver al espíritu de las preguntas fundantes de Clara en 1991 y actualizar las respuestas concretas que aquellas preguntas han encontrado en el curso de sus primeros 25 años. Una operación que cada generación está llamada a hacer, a fin de que la Economía nueva soñada y querida en aquel mayo de 1991 sea viva y fecunda. Como también ha dicho el Papa Francisco a la EdC en el histórico encuentro del 4 de febrero pasado.
La cuestión que se ha vuelto crucial en torno a la experiencia de la EdC es, entonces: ¿cuáles son los elementos esenciales de aquellas primeras preguntas? ¿Y cómo pueden cambiar las respuestas que hemos dado hasta ahora, para “hablar” con quien hoy tiene las mismas exigencias de justicia y de comunión?
Nuevas respuestas
Al intentar plantear las preguntas antiguas-nuevas a la EdC de hoy, deberíamos intentar, y no solo idealmente, un experimento. Deberíamos mirar nuestro capitalismo desde la perspectiva de un niño que hoy nace en el Congo, o de una niña que nacerá en Europa dentro de veinte años. Estos niños tienen el derecho de hacer preguntas más grandes y radicales que las nuestras, porque el derecho a hacer preguntas grandes a los adultos es un derecho de todo niño, y porque hoy están creciendo en un planeta deteriorado por el modelo de desarrollo implantado por sus abuelos, dentro de comunidades más frágiles y menos capaces de hacerlos crecer y de cuidarlos cuando sean viejos, junto a las nuevas potencialidades que le abre nuestro tiempo.
En el DNA de la EdC encontramos al menos dos elementos. Ante todo, la idea de que la tarea ética de los propietarios de las empresas no se agota una vez respetada la ley en sus diversas expresiones (incluido el fisco) y las demás normas sociales vigentes en una cultura dada. Al emprendedor se le pide más, y se le da más. Se le/les dice que las pobrezas del mundo, cercano o lejano, le afectan directamente. El emprendedor de comunión es alguien que inserta intencionalmente la reducción de las pobrezas y las desigualdades del capitalismo dentro de sus propios objetivos empresariales y personales. Los empresarios brasileños que se encontraban frente a Chiara Lubich en mayo de hace 25 años eran en general personas que ya respetaban las leyes cuando hacían empresa. Chiara les propuso algo que iba más allá de las obligaciones morales y sociales ya ínsitas en la buena praxis de empresa: tomar sobre sí las pobrezas fuera de sus empresas.
En segundo lugar, la propuesta de Chiara no se dirigía solamente a una comunidad de emprendedores, sino a una comunidad mucho más amplia de mujeres, hombres, muchachos, niños. Que era mucho más que una business community, aunque fuera iluminada y generosa. En los primeros tiempos era la comunidad focolarina en su conjunto la destinataria de la nueva economía: “somos pobres, pero muchos” fue el eslogan de aquellos primeros tiempos… una comunidad que después de 25 años se ha extendido más allá del Movimiento de los focolares, incluyendo muchas otras personas fuera de él. Los accionistas de los polos fueron y son millares de ciudadanos, muchos de la franja media-baja, y la comunión de los bienes comunitaria era y es la base sobre la que se apoya la EdC de cada una de las empresas y de los polos. Es la cultura del dar, vivida por decenas de miles de personas, la base y la esperanza de la comunión en el mundo de la economía.
Es en torno a estos elementos donde han de buscarse nuevas respuestas, para mantener vivas sus preguntas.
Innovación es hoy la palabra más invocada por quien quiere indicar vías nuevas a la economía y a la sociedad. También la EdC, que este año celebra con verdadera gratitud su llegada feliz a sus “bodas de oro”, y además tiene una necesidad vital de innovaciones. Pero, conviene recordarlo, el primer uso de la palabra innovación es botánico: se usa cuando una rama o un árbol emite un nuevo brote. El árbol innova floreciendo, generando nueva vida. No se innova, entonces, sin raíces, buena tierra, árbol, ramas. Y, en las plantas de nuestros huertos y jardines, sin la mano y el cuidado del campesino o del jardinero. Las innovaciones necesarias tanto para la economía de todos como para la EdC, precisan de muchas cosas, y los recursos y los capitales monetarios no son las más importantes. Antes vienen las raíces y la fertilidad del humus, que son su capacidad de continuar siendo profecía en el mundo económico (sobre la profecía bíblica, cfr. También mis El árbol de la vida, Ciudad Nueva, abril de 2016, y Las parteras de Egipto, Ciudad Nueva, abril de 2017). La EdC está todavía viva y da fruto porque ha tenido buena tierra, buenas raíces, ramas robustas, y manos generosas y expertas. Continuará innovando si sigue teniendo tierra, raíces, ramas y manos expertas y generosas.
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Luigino Bruni
Publicado en la revista Palabra de mayo de 2017
La Economía de Comunión (EdC) fue iniciada por Chiara Lubich hace veinticinco años, en mayo de 1991, al comienzo de los grandes cambios que hoy vemos en (casi) todo su desarrollo. Estábamos en el día siguiente de la caída del muro de Berlín, pocos días después de la publicación de la encíclica Centesimus annus (1 de mayo), donde Juan Pablo II, bajo el impulso del Espíritu Santo y del espíritu del tiempo, expresaba una valoración nueva y positiva de la empresa y del libre mercado.
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Loredana Suma
Publicado en InTerris el 25/06/2016
En realidad, siempre han tenido un pie fuera, empezando por la moneda, la conducción por la izquierda e incluso el sistema métrico. Representan la quintaesencia de la antítesis: fueron los primeros en dar el voto a las mujeres, los primeros en llevar minifalda, los primeros en tener una red de alcantarillado, pero no hay nadie tan conservador como ellos. Mantienen sólidos vínculos con el ex imperio a través de la Commonwealth, una monarquía bien asentada en el trono, y organizan paradas militares y salvas de cañón cada tanto. La pregunta es: ¿se han sentido europeos alguna vez?
[fulltext] =>Fundamentalmente nunca han estado bajo el dominio de nadie y la independencia geográfica y mental está en su ADN. Ahora que salen de la escena de las diatribas europeas a sabiendas de que crearán un fuerte desequilibrio, hay que ver hasta qué punto la balanza de la historia está a su favor, puesto que la cuestión más espinosa es la financiera. La City mueve los hilos no sólo de la economía europea sino también de la de ultramar. Sin embargo, muchos ciudadanos van corriendo al banco a cambiar las esterlinas por euros. Probablemente una señal de que no todo cuadra es el hecho de que los votos decisivos han sido verdaderamente pocos.
Para profundizar en el caso Brexit, hemos entrevistado al profesor Luigino Bruni, economista e historiador del pensamiento económico, autor de numerosas publicaciones y actualmente profesor de Economía Política en la Universidad Lumsa de Roma.
Profesor Bruni, los ciudadanos británicos han decidido, aunque por un puñado de votos, salir de la UE. ¿Son verdaderamente conscientes de lo que eso comporta?
“Evidentemente no. En caso contrario, se hubieran quedado, ya que en esta operación sólo pueden salir perdiendo. Dentro de un año se verán las consecuencias, sobre todo para las clases medio-bajas, por supuesto no para los bancos de la City. Hoy es un día de luto, sobre todo para esa tradición liberal inglesa que al menos desde los tiempos de Hume y Smith le enseñó al mundo que la economía y la democracia no tienen buen futuro sin la apertura y la cooperación. Esta es una gran involución, una opción anacrónica y nostálgica de un imperio que ya no existe. Inglaterra está haciendo lo mismo que hizo Venecia en el siglo XVI cuando, en lugar de entender que el mundo había cambiado y que el eje se estaba desplazando fuera del Mediterráneo, siguió mirando hacia atrás, a las antiguas glorias, y no promovió una gran unificación de las ciudades italianas. Así comenzó su imparable declive”.
¿La amenaza de una debacle para la macroeconomía europea es real?
““Europa debería resistir bien esta crisis. El mayor riesgo es para la propia Gran Bretaña, que será mucho más vulnerable y se verá expuesta a las grandes especulaciones internacionales, que ya han comenzado. No hay más que ver lo que está sucediendo con todas las bolsas del mundo y con la libra esterlina que no se cotizaba tan baja desde hace 30 años”.
¿Qué puede esperar la microeconomía, el ciudadano corriente, el hombre de la calle?
“Si es inglés y trabajador por cuenta ajena, de la working class, no debe esperar tiempos felices, porque el paraíso fiscal en que se está convirtiendo cada vez más Inglaterra atraerá fondos de inversión cuyos beneficios no serán ciertamente para los pobres. Toda esta operación tiene dos grandes motores: la City y las “vísceras”; la City ya no quiere vínculos con Europa en términos de especulación financiera y quiere transformarse cada vez más en un Panamá de perfil alto. Después están las “vísceras” de los ingleses, sobre todo de los más mayores, que tienen miedo a los refugiados y a los emigrantes. Pero la avaricia y el miedo nunca han dado hijos inteligentes y buenos”.
El Brexit ha reavivado los sentimientos de independencia de Escocia e Irlanda del Norte. ¿Cree que esto podrá marcar un paso en esa dirección?
“Ciertamente las cosas se complican, y no es que no estuvieran ya complicadas, dentro del Reino Unido. Pero sobre todo se complica el escenario internacional y se tiran por la borda 70 años de esfuerzos en la construcción de la arquitectura europea, la sangre de muchos soldados ingleses que llenan los cementerios de toda Europa, las esperanzas de una Unión Europea que pudiera ser un modelo para África, para Sudamérica y para otros lugares”.
¿Qué impacto se espera en Italia? ¿El país está preparado para amortizar posibles repercusiones económicas?
“Es demasiado pronto para decirlo. Dependerá mucho de los escenarios europeos. En todo caso, no son días felices: hay mucha tristeza en aquellos que creen que la paz no está nunca garantizada y en un día se puede destruir todo lo construido en tres generaciones por lo menos. Los constructores de Babel y los constructores del arca de Noé siempre están unos al lado de otros. Hoy han ganado los albañiles de la torre de Babel”.
Aquellos que quieren ir a estudiar o a trabajar en Gran Bretaña desde la Comunidad Europea ¿deben esperar un giro de tuerca?
“Este escenario todavía no está claro. En cualquier caso, siempre ha sido difícil hacerlo, sobre todo en los últimos años cuando los estudiantes europeos comenzaron a pagar más de 10.000 libras al año por realizar cursos avanzados. El proceso de alejamiento de Gran Bretaña de Europa comenzó hace mucho. Si en este referéndum hubiera ganado el “remain”, paradójicamente hubiera podido marcar una inversión de tendencia y el comienzo de una nueva era. El 24 de junio de 2016 quedará como una de las fechas importantes de la historia europea y desgraciadamente no será recordada como una buena fecha por nadie, sobre todo por los ingleses”.
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Entrevista a Luigino Bruni sobre el resultado del referéndum que marca la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea
Loredana Suma
Publicado en InTerris el 25/06/2016
En realidad, siempre han tenido un pie fuera, empezando por la moneda, la conducción por la izquierda e incluso el sistema métrico. Representan la quintaesencia de la antítesis: fueron los primeros en dar el voto a las mujeres, los primeros en llevar minifalda, los primeros en tener una red de alcantarillado, pero no hay nadie tan conservador como ellos. Mantienen sólidos vínculos con el ex imperio a través de la Commonwealth, una monarquía bien asentada en el trono, y organizan paradas militares y salvas de cañón cada tanto. La pregunta es: ¿se han sentido europeos alguna vez?
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de Luigino Bruni
publicado en Il Sole24ore, il 02/03/2016
La economía de un país depende sobre todo de sus capitales. En la segunda mitad del siglo XX, Italia fue capaz de realizar un verdadero milagro económico y cívico porque disponía de capitales sociales, morales, espirituales y comunitarios, que el sistema en su conjunto fue capaz de “rentabilizar”. Nunca habríamos transformado un país con una pobreza tan extendida en una de las potencias económicas mundiales sin esos patrimonios (don de los padres: patres munus) hechos de virtudes cívicas, de valiosos sacrificios, de fe y de ideales. Nunca habríamos triplicado el número de empresas (en los años 60 pasamos de 300.000 a un millón) sin la ética campesina y artesana del trabajo bien hecho.
[fulltext] =>No olvidemos tampoco ese capital inmenso generado por las mujeres que cuidaban de todos: un patrimonio enorme, no reconocido ni remunerado.
A la Italia del siglo XXI le cuesta mucho producir hoy flujos económicos (empleo y PIB, entre ellos) porque ha deteriorado y gastado sus capitales industriales, así como, sobre todo, sus capitales sociales, cívicos y morales. Si no volvemos a ver, medir, cuidar, mantener y reconstituir los stocks, los flujos cada vez serán más escasos. Pero no se puede intervenir en los capitales siguiendo el ciclo político electoral de los países. Los frutos que generan se ven a largo plazo, y los que los recogen no son los mismos que plantaron los árboles. Por eso la cultura política de los tiempos ordinarios no es capaz de reconstruir los capitales, sino únicamente de medir e impulsar los flujos. Cuando se comporta así, es como el apicultor que, ante una disminución de la miel en las colmenas, sigue incentivando a las abejas sin darse cuenta de que el problema está en el deterioro de las flores y las plantas del terreno circundante. Para que la miel aumente, en realidad lo que debería hacer es salir de su hacienda y ponerse a plantar nuevos árboles frutales.
Italia no volverá a ser protagonista en el panorama económico europeo y mundial actual si no empieza a invertir, de otra forma y con mayor intensidad que en las últimas décadas, en los lugares donde se forman los capitales morales y cívicos de las personas. Lo primero en una sociedad moderna, como dicen el papa Francisco y una filósofa tan laica como Martha Nussbaum, es que la escuela y la universidad intensifiquen la formación humanística de los jóvenes, la historia, la literatura, la poesía y el arte, porque es allí donde se regeneran los grandes códigos simbólicos capaces de generar también flujos económicos. Las técnicas y los instrumentos que están inundando la escuela y la universidad no son la prioridad de la educación, entre otras cosas, porque con la velocidad característica de nuestro tiempo, ninguna técnica es capaz de enseñar de verdad un oficio, que se aprende haciendo. Una política que esté verdaderamente a favor del bien común no debería reducir el arte y las humanidades en la formación de los jóvenes, sino aumentarlas con todas las (escasas) energías morales que todavía le quedan.
Después, habría que trabajar más en la cohesión social, que es donde se entrelazan los capitales cívicos de un pueblo. La desigualdad creciente destruye la cohesión social, como también la destruye la reducción de los espacios públicos habitados o la proliferación de los juegos de azar.
Necesitamos innovaciones económicas y sociales. Pero hay que recordar que el primer y más antiguo uso de la palabra innovación es botánico: hay innovación cuando una rama emite una nueva yema. El árbol innova floreciendo, generando nueva vida. No se puede innovar sin raíces, sin tierra buena, sin árboles y sin ramas. Tampoco sin la mano y sin los cuidados del agricultor o el jardinero. Las innovaciones que nuestra economía necesita requieren muchas cosas, como buenas finanzas y buenos bancos. Pero antes están las raíces y la fertilidad del humus. Volveremos a innovar de verdad cuando cuidemos las raíces y el humus agostado, cuando tengamos manos expertas y generosas, incluyendo la mano del mercado y la pública. En caso contrario, seguiremos viendo las colmenas vacías y responsabilizando a las abejas.
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de Luigino Bruni
publicado en Il Sole24ore, il 02/03/2016
La economía de un país depende sobre todo de sus capitales. En la segunda mitad del siglo XX, Italia fue capaz de realizar un verdadero milagro económico y cívico porque disponía de capitales sociales, morales, espirituales y comunitarios, que el sistema en su conjunto fue capaz de “rentabilizar”. Nunca habríamos transformado un país con una pobreza tan extendida en una de las potencias económicas mundiales sin esos patrimonios (don de los padres: patres munus) hechos de virtudes cívicas, de valiosos sacrificios, de fe y de ideales. Nunca habríamos triplicado el número de empresas (en los años 60 pasamos de 300.000 a un millón) sin la ética campesina y artesana del trabajo bien hecho.
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de Luigino Bruni
En el humanismo bíblico, cada jubileo es un jubileo de la misericordia. Pero sobre todo se trata de una misericordia social, política y económica. En el jubileo hebreo, era fundamental liberar a los esclavos que habían caído en esa situación por las deudas. Si queremos que este jubileo no se quede en un asunto privado e íntimo de cada cristiano, debemos aprovechar esta gran oportunidad que nos proporciona el Papa Francisco para poner en marcha grandes iniciativas de perdón y misericordia económica, bancaria y cívica. Por ejemplo, preguntándonos acerca de las finanzas, las deudas y los esclavos de nuestro tiempo, que han sido reducidos a la esclavitud por un sistema equivocado.
[fulltext] =>Esta es la pregunta que me hago como economista de comunión al comienzo de este jubileo: "¿Podemos lograr que este gran acontecimiento se convierta también en un acontecimiento económico, cívico y político que cambie nuestras relaciones económico-financieras y que reforme unas finanzas que nos hacen esclavos?" ¡Feliz año santo!
Al comienzo de este año santo, reproducimos el artículo escrito por Luigino Bruni para Avvenire el 16 de noviembre de 2014, comentando la institución del jubileo en el Éxodo. Feliz año santo a todos, año también de misericordia económica y cívica.
El tesoro del séptimo día
publicado en Avvenire el 16/11/2014
En una pequeña iglesia baptista de Montgomery, Alabama, escuché el sermón más extraordinario de toda mi vida. El tema era el libro del Éxodo y la lucha política de los negros del Sur. Desde el púlpito, el predicador imitó con gestos la salida de Egipto y expuso las semejanzas con el presente; se dobló bajo el látigo, retó al Faraón, dudó tembloroso ante el mar, y aceptó la alianza y la ley al pie de la montaña.
M. Walzer, “Éxodo y revolución”
Los humanismos que han mostrado una mayor capacidad de futuro son los que han mantenido una relación no predatoria con el tiempo y con la tierra. El tiempo y la tierra no los producimos nosotros. Únicamente podemos recibirlos, guardarlos, cuidarlos y administrarlos como don y como promesa. Y cuando no lo hacemos así, porque usamos el tiempo y la tierra con ánimo de lucro, el horizonte futuro de todos se nubla y se empequeñece. El humanismo bíblico tradujo esta dimensión de radical gratuidad del tiempo y de la tierra en la gran ley del sábado y del jubileo, en la cultura del barbecho: “Seis años sembrarás tu tierra y recogerás su producto; al séptimo la dejarás descansar y en barbecho, para que coman los pobres de tu pueblo, y lo que quede lo comerán los animales del campo. … Seis días harás tus trabajos, y el séptimo descansarás, para que reposen tu buey y tu asno, y tengan un respiro el hijo de tu sierva y el forastero” (23,10-12).
Nosotros no somos los dueños del mundo. Lo habitamos, nos ama, nos alimenta y nos hace vivir, pero somos huéspedes, peregrinos, habitantes y poseedores de una tierra que es a la vez totalmente nuestra y totalmente extraña, donde nos sentimos en casa y caminantes. La tierra siempre es tierra prometida, meta no alcanzada que se presenta delante de nosotros. También la tierra sobre la que hemos construido nuestra casa, nuestro barrio y el campo que nos da trigo.
En la raíz de la cultura bíblica del barbecho no hay sólo una inteligente y sostenible técnica de cultivo de la tierra. En el Éxodo, el barbecho aparece unido al sábado y al jubileo. Por eso, es expresión de una ley más profunda y general, que tiene que ver con la naturaleza, el tiempo, los animales y las relaciones sociales. Es profecía radical de fraternidad humana y cósmica. Puedes usar la tierra seis días, pero no el séptimo. Puedes y debes trabajar, pero no siempre, porque cuando trabajabas siempre eras esclavo en Egipto. El animal doméstico trabaja seis días para ti, pero el séptimo no es para ti. El forastero no es forastero todos los días, el séptimo es uno más, es de casa. Hay una parte de tu tierra y de tus cosas que no es tuya, y debes dejársela al animal salvaje, al extranjero o al pobre. Todo lo que tienes no es sólo para ti. También pertenece al otro, que nunca es tan ‘otro’ como para salir del horizonte del ‘nosotros’. Los verdaderos bienes son bienes comunes.
Pero si las cosas y las relaciones humanas llevan impreso un estigma de gratuidad, entonces toda propiedad es imperfecta, todo dominio es secundario, ningún extranjero es solo y verdadero extranjero, ningún pobre es pobre para siempre. El cristianismo, proféticamente, puso en crisis la ‘letra’ de la ley del sábado, pero no para hacer que el séptimo día fuera como los otros seis. En el ‘reino de los cielos’, donde a los pobres se les llama felices y a los siervos amigos, los primeros seis días están llamados a convertirse a la profecía de gratuidad y de fraternidad universal que encierra el último.
La ley del séptimo día nos dice que los animales, la tierra y la naturaleza no tienen valor sólo en relación a nosotros, los seres humanos. Tienen valor por sí mismos. Hay que respetar la tierra y el lago, y dejarlos descansar libres de nuestro imperio y de nuestro instinto comprador, no sólo para que sus frutos sean mejores y más sanos para nosotros. Hay que respetarlos por su valor intrínseco y por su dignidad, que deberíamos reconocer y no ultrajar, incluso cuando una tierra no se cultiva o un lago no contiene peces para pescar. Porque los campos, los lagos y los bosques son creación; son un regalo, como los seres humanos, los animales y el mundo. La fraternidad de la tierra es la ley que inspira el barbecho, el sábado y el jubileo.
La diversidad radical del séptimo día nos recuerda, además, que las leyes de los seis días restantes, las de las asimetrías y las desigualdades, no son ni las únicas ni las más verdaderas, porque el séptimo día es el juicio sobre la justicia y la humanidad de los otros seis. El grado de humanidad y de auténtica civilización de toda sociedad se mide por la desviación entre el sexto y el séptimo día. El último día se convierte en la perspectiva desde la que ver y juzgar la calidad ética, espiritual y humana de los otros seis. Cuando el séptimo día no es distinto, el trabajo se convierte en esclavitud para quien trabaja, en servidumbre y falta descanso para la tierra y para los animales; el forastero nunca se convierte en hermano, y el pobre no deja de ser excluido sin posibilidad de redimirse. Los imperios siempre han intentado eliminar la idea misma del séptimo día y la utopía concreta que en él se contiene, pensando que así eliminarían el juicio sobre las injusticias perpetradas por ellos en el sexto. Es bonito pensar que mientras los sacerdotes hebreos escribían el libro del Éxodo, o al menos algunos de sus pasajes, se encontraban esclavos en Babilonia, sin sábado. Por eso amaban el sábado y lo anhelaban como una gran esperanza, como una promesa de liberación de todos los ídolos y de todos los imperios, como un juicio sobre su tiempo. La profecía de un ‘día’ distinto renace siempre en los sufrimientos y en las esclavitudes y puede seguir renaciendo.
Mientras salvamos la profecía del séptimo día, mantengamos viva la esperanza de los humildes y oprimidos, y de todos aquellos que se conforman con las esclavitudes y las humillaciones de los seis días de la historia. Digamos que no queremos que esas injusticias duren para siempre.
La ley del séptimo día cuestiona todas las dimensiones de la vida. Como personas individuales, nos invita a no consumirnos y a no poseernos del todo, a dejar en nuestra alma un espacio no ocupado por nuestros proyectos, para que puedan florecer semillas que no sabemos que poseemos. Sin esta dimensión de gratuidad y de respeto al misterio que somos, a la vida le falta el espacio de libertad y de generosidad donde vive el humus espiritual que hace madurar el ‘ya’ en el ‘todavía no’. Es el lugar íntimo y precioso donde anida la capacidad más fecunda de generar. Allí, en la tierra libre, porque no la hemos ‘puesto a producir’, es donde nace la verdadera creatividad. Desde esa parte de tierra no cultivada y no explotada del jardín se puede ver la línea más alta del horizonte entre el cielo y la tierra, donde nuestros ojos, enfermos de infinito, se ensanchan y encuentran por fin descanso.
Pero la lógica del barbecho tiene cosas importantes que decir también a las comunidades y a las instituciones. Una comunidad sin barbecho no tiene tiempo para la fiesta, no es acogedora, se apodera de las personas y de los bienes, no conoce la fraternidad y por ello no siente el soplo del ‘aliento’ del espíritu. En cambio, donde hay barbecho, los indicadores son claros y fuertes: las jerarquías y el poder sólo duran seis días, la gratuidad de la fiesta y la eficiencia del trabajo tienen la misma dignidad, y los niños y los pobres se siente siempre como en casa, porque hay zonas de la casa que no se ocupan y se dejan libres para ellos.
La cultura del barbecho no es la cultura del capitalismo que experimentamos. Éste, por su naturaleza idolátrica, vive de un culto perenne y total que necesita consumidores-trabajadores siete días a la semana: “Guardad todo lo que os he dicho. No invocarás el nombre de otros dioses” (23,13). Tal vez la mayor indigencia de nuestra generación sea la muerte del séptimo día, que ha sido borrado de nuestro código simbólico colectivo. Porque el valor del séptimo día no es un séptimo del total: es la levadura y la sal de todos los demás, que, sin él, siempre se quedan ácimos y sosos. Sólo el no-yugo del séptimo día hace sostenible, e incluso ligero y suave, el yugo de los demás días.
Nos hemos dejado robar el séptimo día, lo hemos malvendido a cambio de la cultura del ‘fin de semana’ (donde los pobres son aún más pobres, los animales están aún más subyugados y los extranjeros son aún más extranjeros). Y la noche del séptimo día está inexorablemente oscureciendo las otras seis. La tierra ya no respira y a nosotros nos falta su aire. Tenemos el deber de devolverle y devolvernos el descanso. Y también de dárselo a nuestros hijos, que tienen derecho a vivir en un mundo con un día diferente, y a experimentar de nuevo el tiempo y la tierra como un regalo.
Pero aún hay esperanza. La profecía del séptimo día no ha muerto, la Biblia la ha conservado para nosotros. Junto con ella nos ha hecho llegar su juicio sobre nuestros seis días, que se han convertido en siete, todos idénticos. Y ha mantenido, también para nosotros, su promesa. La palabra está viva y es capaz de generar y regenerarnos siempre. Vuelve a darnos tiempo y tierra, a ampliar el horizonte y a hacer que sintamos y veamos cielos más puros: “Moisés subió con Aarón, Nadab y Abihú y setenta de los ancianos de Israel, y vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies había como un pavimento de zafiro tan puro como el mismo cielo” (24,9-11).
Todos los comentarios de Luigino Bruni en Avvenire están disponibles en el menú Editoriales Avvenire
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de Luigino Bruni
"Y esta sangre huele como el día en que un hermano dijo al otro: «Vamos al campo»."
(Salvatore Quasimodo, Hombre de mi tiempo)
Todo es como un infinito Abel. Un eterno viernes santo. Ahora es solo el tiempo de las lágrimas, mezcladas con las de los hermanos franceses.
Estaba escribiendo las últimas líneas de este artículo cuando han llegado a mí, hiriéndome en el corazón, las noticias sobre París. He dejado de pensar, de escribir: por dentro solo un infinito dolor. “Todo es vanidad”, ha sido el primer mensaje que he recibido por la noche de los amigos parisinos. El canto de Qohelet continúa, se mezcla choy con nuestras lágrimas. La Biblia nos ofrece aún palabras para expresar los dolores inexpresables, impensables, absurdos. Todo es un Abel infinito.
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de Luigino Bruni
"Y esta sangre huele como el día en que un hermano dijo al otro: «Vamos al campo»."
(Salvatore Quasimodo, Hombre de mi tiempo)
Todo es como un infinito Abel. Un eterno viernes santo. Ahora es solo el tiempo de las lágrimas, mezcladas con las de los hermanos franceses.
Estaba escribiendo las últimas líneas de este artículo cuando han llegado a mí, hiriéndome en el corazón, las noticias sobre París. He dejado de pensar, de escribir: por dentro solo un infinito dolor. “Todo es vanidad”, ha sido el primer mensaje que he recibido por la noche de los amigos parisinos. El canto de Qohelet continúa, se mezcla choy con nuestras lágrimas. La Biblia nos ofrece aún palabras para expresar los dolores inexpresables, impensables, absurdos. Todo es un Abel infinito.
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de Luigino Bruni
publicado en Focolare.org el 14/10/2015
El Nobel de economía 2015 concedido a Angus Deaton por sus estudios sobre el desarrollo económico, el bienestar, la desigualdad, los consumos y los factores determinantes de la pobreza es una señal muy importante. Durante algunos años, en plena crisis financiera, Estocolmo y sus asesores han seguido premiando impertérritos a los economistas que habían estudiado y promovido la economía y la finanza y habían contribuido a generar la crisis. Con el Nobel a Deaton se vuelve a premiar, en el más importante lugar para la ciencia contemporánea, a científicos sociales continuadores de la ciencia política o civil que se encuentra en los orígenes de la economía moderna.
[fulltext] =>La política de Estocolmo, en efecto, ha sido bastante bizarra en los últimos años: entre 2010 y 2013, mientras el capitalismo estaba arriesgando la implosión por los efectos de una crisis financiera jamás conocida hasta ese entonces, los Nobel de economía fueron asignados a algunos economistas entre los mayores teóricos de ese paradigma económico y financiero que estaba mostrando todos sus dramáticos límites. Es como si durante un verano con el más alto número de incendios forestales dolosos jamás registrados, se asignaran premios a los que estudian técnicas sofisticadas de ignición avanzada de incendios. Es por eso que este Nobel, y también, aunque en diferente medida, el del año pasado asignado al francés Jean Tirole, podrían indicar una inversión de tendencia siendo Deaton mucho más parecido a premios Nobel como Amartya Sen, Joseph E. Stiglitz, Elinor Ostrom que a los más recientes Eugene Fama y Lloyd Stowel Shapley.
No se debe olvidar que la crisis financiera y económica que hemos vivido y estamos todavía viviendo no es independiente de las teorías económicas de las últimas décadas. No es como en el caso de los astrofísicos, cuyas teorías no modifican las órbitas de los planetas, pues las teorías de los economistas condicionan fuertemente las decisiones económicas. En los últimos años, los mejores departamentos de economía en el mundo se han llenado de economistas cada vez más matemáticos, con una formación humanista cada vez más escasa, gran expertos en modelos híper especializados y en gran parte incapaces de formular una visión de conjunto del sistema económico. Por lo tanto, incapaces de asociar sus modelos con la realidad económica y social.
Además, el premio a Deaton, que sigue al premio concedido a Tirole, podría indicar el regreso de una teoría económica más europea, más atenta a la dimensión social de la profesión, con una mayor sensibilidad por los temas del bienestar colectivo y no sólo de las utilidades y de las rentas individuales. Este posible amanecer encontrará su mediodía si los próximos Nobel verán a más economistas filósofos y menos economistas matemáticos (obviamente, la presente es una auto candidatura), como escribía en 1991 el economista Robert Sudgen: “Hoy el economista debe volver a ser más filósofo y menos matemático”. Una invitación que en ese entonces no fue recogida en el seno de esta profesión pero puede que todavía estemos a tiempo.
Angus Deaton es también un economista que sabe escribir libros, no sólo artículos matemáticos. Aconsejo a todos la lectura de su último libro: “El gran escape”, en el que se pregunta, como auténtico científico social y legítimo heredero de su compatriota Adam Smith (filósofo y economista) si la humanidad podrá conocer en el futuro un tiempo de progreso sin desigualdad. Una pregunta fundamental cuando hoy el precio del progreso lo estamos pagando con una creciente desigualdad en el mundo y una disminución de la felicidad. La economía podrá volver a ser una ciencia moral amiga de la sociedad si volverá a plantearse ésta y similares preguntas, abandonadas demasiado rápidamente para responder a otras preguntas muchos más fáciles y mucho menos útiles para el progreso humano.
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Luigino Bruni
Publicado en pdf Il Regno (35 KB) n.7/2015
Estos comienzos del siglo XXI serán recordados, entre otras cosas, por el final del capitalismo, que caracterizó a buena parte del siglo XX. El capitalismo se ha convertido en el ambiente donde vivimos y nos movemos. Estamos tan inmersos en él que hemos perdido la capacidad cultural de verlo desde fuera para analizarlo, criticarlo y dirigirle las preguntas fundamentales sobre la equidad, la justicia y la verdad.
[fulltext] =>Las distintas formas de empresa responsable e incluso la economía del sector no lucrativo se conciben también dentro del mismo sistema capitalista. Son esenciales para él y están a su servicio. En Italia, por ejemplo, casi la mitad de las grandes organizaciones sin ánimo de lucro, comprendidos importantes movimientos católicos, son financiadas directa o indirectamente por las multinacionales del juego de azar.
A partir de esta indigencia de pensamiento crítico, se comprende mejor el valor y el alcance histórico de la encíclica Laudato si’, que es también una lúcida y profética crítica al capitalismo financiero y tecnológico. Una crítica a varios niveles, todos ellos esenciales.
Para empezar, la Laudato si’ de Francisco es un bien común. No un discurso «sobre» el bien común como categoría (de los que ya hay muchos, incluso demasiados, en el ámbito católico), sino un ejercicio de bien común. En lenguaje antiguo diríamos que en esta encíclica el bien común no es el objeto material sino el objeto formal. El bien común es el punto de vista desde el que se ve el mundo y el criterio ético de juicio global.
Hoy, sobre todo en Occidente, no logramos ver la cuestión ética del mundo, precisamente porque nos falta la categoría del bien común y, con ella, la de los bienes comunes, que está estrechamente relacionada. El bien común es el gran ausente de nuestra civilización del consumo y las finanzas.
Sin embargo, nuestra época ha conocido en su propia carne los males comunes: guerras mundiales, peligro nuclear, epidemias, terrorismo global. Aprendimos lo que significa ser un cuerpo cuando caían las bombas en las casas de los ricos y de los pobres, cuando la locura suicida-homicida mataba a directivos y trabajadores. Pero no hemos aprendido de la experiencia del mal común la sabiduría del bien común.
No hemos aprendido colectivamente que el bien primario de una sociedad (en el sentido de que, cuando falta, también los bienes secundarios se ven amenazados) es el bien común, el de todos y el de cada uno. Así, día tras día, ley tras ley, desregulación tras desregulación, estamos creando la «civilización del interés privado», que, con ideologías cada vez más sofisticadas, trata de convencernos a todos de que los «excluidos» son un precio que hay que pagar por el bienestar de las élites. Que es normal e inevitable que el 10% de los habitantes del planeta utilice energía para el aire acondicionado del apartamento y el SUV (vehículo utilitario deportivo), mientras el 90% restante, que no tiene aire acondicionado ni SUV, está condenado a sufrir las consecuencias de la creciente contaminación del planeta por los de arriba.
Una vez más, la historia humana confirma y amplifica la verdad del Evangelio. Lázaro sigue estando debajo de la mesa del rico epulón, recogiendo las migajas de su opulencia. Pero además, ahora, desde esa mesa, cada vez más llena de productos de las explotadas tierras de los pobres del planeta, gotea sobre la cabeza de Lázaro la basura, la escoria y la suciedad que hacen incomibles esas pocas migajas de pan.
Un humanismo integral
El papa Francisco es capaz de ver todo eso y decírnoslo a todos, aunque no sea más que para que estemos un poco menos tranquilos en nuestros banquetes opulentos. Y lo hace con la libertad de aquel cuyo único interés es servir a la verdad, que no depende de la financiación de las multinacionales ni de las grandes finanzas. Para dar voz a los que no la tienen, denunciando, con una fuerza y un valor inéditos, la economía de los nuevos epulones generadores de migajas contaminadas e inicuas. El mejor lugar para ver el bien común, tal vez el único adecuado, es debajo de la mesa, al lado de Lázaro, mirando hacia arriba.
Otro tema que inspira toda la encíclica es la relación hombre-tierra, entendida como relación de reciprocidad con igual dignidad, porque el hombre y la tierra son «creación» (c. II). Reciprocidad entre los seres humanos y reciprocidad entre la tierra y nosotros. Uno solo es el cuidado: cuidado del otro hombre («¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?»: Gen 4,9), y cuidado de la tierra (el Adam debe cultivar y guardar el jardín; cf. Gen 2,15). La palabra hebrea que el autor del Génesis usa para ambos tipos de cuidado (que después serán negados) es la misma: shamar. Una palabra que nos recuerda que si no cuidamos del otro, de todo hombre y mujer, tampoco seremos capaces de cuidar de la tierra ni de nosotros mismos (si no cuido al otro, pronto me hago incapaz de cuidarme a mí mismo y lo único que queda es el hedonismo nihilista).
Donde no hay cuidado, el fratricidio sustituye a la fraternidad y la tierra se mancha de sangre. Pero Dios y sus amigos de verdad, no los rufianes, todavía pueden sentir el olor de la sangre de las víctimas («La voz de la sangre de tu hermano grita a mí desde la tierra»: Gen 4,10). Este es el motivo por el que la «ecología integral» (c. IV) de la que habla la Laudato si’ sólo puede surgir a partir de un «humanismo integral» (c. III)..
El antropocentrismo «desviado», como define el papa a esta visión, alimentada por algunas teologías cristianas parciales que ven todo el universo en función del bienestar de los seres humanos, es el primer error que hay que rectificar para construir una relación correcta con la tierra y con la naturaleza. Una relación que para Francisco es de una franciscana fraternidad: «Cuando el corazón está verdaderamente abierto a una comunión universal, nada ni nadie está excluido de esa fraternidad» (n. 92).
Al mismo tiempo, el hombre es realmente el centro del proceso de deterioro que está sufriendo la vida del planeta, un deterioro que no pone en discusión la supervivencia de la tierra (que a lo largo de su historia ha superado «crisis» mucho más devastadoras que la que nosotros estamos causando), sino la supervivencia del homo sapiens. Además – y esto lo subraya el papa en muchos pasajes de su carta – el comportamiento irresponsable del hombre depreda la tierra en lugar de «cuidarla», y está causando una fuerte pérdida de biodiversidad en el planeta, así como la muerte de muchas otras especies vivientes.
Algunos comentaristas, sedicentes amantes del libre mercado, sin explicar lo que entienden por «mercado» ni por «libre», han escrito, en Italia y en otros lugares, que el papa Francisco está en contra del mercado y de la libertad económica, viendo en ello una expresión de escasa modernidad e incluso de marxismo. En realidad, si leemos el texto sin gafas ideológicas, encontraremos cosas muy importantes acerca del mercado y la economía. Francisco nos recuerda que el mercado y la empresa son valiosos aliados del bien común mientras no lo abarquen todo. El mercado es una dimensión de la vida social buena, esencial hoy para cualquier bien común. Pero las palabras de las economías no son las únicas, ni siquiera las primeras.
La regla del mutuo provecho
En primer lugar, el papa denuncia la desnaturalización del mercado. La regla de oro del mercado es el «mutuo provecho», tal y como nos recuerdan Adam Smith, Antonio Genovesi y la mejor tradición del pensamiento económico, y no el provecho de una parte a costa de la otra. Si eso es cierto, cuando las empresas depredan la tierra y a las personas (y lo hacen con frecuencia), están negando la naturaleza misma del mercado. El papa no hace otra cosa que recordarle a la economía y al mercado su vocación más auténtica: el mutuo provecho, o, dicho con palabras de Genovesi, «la mutua asistencia» (en Lecciones de economía civil, escritas entre 1765 y 1767).
Pero aun reconociendo el mutuo provecho como ley fundamental del mercado civil e incluso extendiéndolo a la relación con otras especies vivientes y con la tierra (muchas experiencias de la relación hombre-tierra se pueden interpretar también en este sentido), ésta no debe ser la única ley de la vida. En esto el papa está en sintonía con los grandes economistas contemporáneos, entre los que se encuentra el premio Nobel A.K. Sen.
Sen, en sus trabajos sobre la justicia, habla de las obligaciones del poder, y lo hace inspirándose en la tradición religiosa hindú. Las obligaciones del poder nos impulsan a ir más allá del mutuo provecho y del contrato, que es su principal instrumento. El mutuo provecho y el contrato no son suficientes para construir una sociedad justa. Existen otras obligaciones morales y cívicas que no pueden reconducirse al principio del mutuo provecho. En particular, las obligaciones del poder son fundamentales en el caso de los niños y otras especies vivientes no humanas.
Cuando nos vemos en circunstancias de tener que ejercer poder sobre otros seres vivos más débiles, que dependen en gran medida de nuestra potencia, debemos actuar en base al reconocimiento de la asimétrica posibilidad de hacer cosas que tienen consecuencias para la vida de los demás (cf. A. Sen, The Idea of Justice, Harvard University Press, Harvard 2009).
Debemos actuar responsablemente con la creación porque hoy la técnica nos ha puesto en las condiciones objetivas de producir unilateralmente consecuencias muy graves para otros seres vivos a los que estamos vinculados. En el universo todo está vivo, y todo nos llama a la responsabilidad.
Para terminar, otra cuestión muy importante es la de la «deuda ecológica» (n. 52), que representa uno de los pasajes más elevados y proféticos de la encíclica. La despiadada lógica de la deuda de los estados domina la tierra, pone de rodillas a pueblos enteros (como en el caso de Grecia) y a muchos otros los tiene sometidos a chantaje. En el mundo se ejerce mucho poder en nombre de la deuda y el crédito. Pero también existe una gran «deuda ecológica» del Norte del mundo con respecto al Sur. Un 10% de la humanidad ha construido su propio bienestar descargando los costes en la atmósfera de todos, y sigue produciendo “cambios climáticos" que producen efectos devastadores precisamente en muchos de los países más pobres.
La expresión «cambios» despista, porque es éticamente neutral. El Papa, en cambio, habla de «contaminación» y de deterioro de ese «bien común» llamado «clima» (n. 23). El deterioro del clima contribuye a la desertificación de regiones enteras, que influye decisivamente en la miseria y la muerte de niñas, niños, mujeres y hombres, así como en las migraciones (cf. n. 25).
Esta inmensa «deuda ecológica» y de justicia global no se tiene en cuenta en las mesas de los poderosos. Como mucho, se intenta dar un barniz ético al cierre de fronteras para los que vienen a nosotros porque les hemos quemado la casa. Esta deuda ecológica no tiene ningún peso en el orden político mundial. Ninguna Troika condena a un país porque haya contaminado o desertificado otro país, y así la deuda ecológica sigue creciendo ante la indiferencia de los grandes y poderosos.
Nuestra civilización global tiene una enorme y vital necesidad de profecía. La profecía siempre ha sido el primer alimento del bien común, dentro y fuera de las religiones. Pero hoy ¿dónde están los profetas? ¿Y quién escucha a los pocos que hay?
El papa Francisco es uno de los pocos profetas de nuestro tiempo, y, gracias a Dios, se le escucha. Ciertamente le escuchan y le aman los lázaros. Ojalá le escuche también algún rico epulón: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque un muerto resucite» (Lc 16,31).
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Luigino Bruni
Publicado en pdf Il Regno (35 KB) n.7/2015
Estos comienzos del siglo XXI serán recordados, entre otras cosas, por el final del capitalismo, que caracterizó a buena parte del siglo XX. El capitalismo se ha convertido en el ambiente donde vivimos y nos movemos. Estamos tan inmersos en él que hemos perdido la capacidad cultural de verlo desde fuera para analizarlo, criticarlo y dirigirle las preguntas fundamentales sobre la equidad, la justicia y la verdad.
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Luigino Bruni
Publicado en: pdf La Rivista Popolare n.16 (54 KB) , Enero 2015
Chiara Lubich, fundadora y presidenta del Movimiento de los Focolares, lanzó a principios de los años 90 en Brasil el proyecto Economía de Comunión (EdC), pidiendo a los empresarios que se ocuparan directamente de la pobreza que había a su alrededor. Veintitrés años después, más de un millar de empresas de muchos países del mundo y cientos de miles de ciudadanos forman parte de esta realidad de la EdC, que lleva a cabo muchos proyectos de desarrollo y apoya el estudio de los jóvenes. Todas estas personas se comprometen, de distintas formas, a vivir y contar una economía distinta, centrada en los principios de reciprocidad, gratuidad y justicia. La experiencia y las ideas de la Economía de Comunión están también en la base de lo que se conoce como “economía civil”, un archipiélago de ideas y prácticas cada vez más extendido, no sólo en Italia.
[fulltext] =>La Economía de Comunión es una buena ventana desde la que observar el Movimiento de los Focolares, uno de los movimientos eclesiales más antiguos, que nació en el seno de la Iglesia Católica en Trento, en 1943. Cuando Chiara Lubich comenzó su aventura espiritual junto con algunas compañeras, el aspecto social y económico inmediatamente tuvo un papel central. Cuando se habla de aquellos primeros tiempos, no se habla tanto de oraciones o funciones religiosas como de la comunión de bienes en la primera comunidad del movimiento, que durante la guerra (que fue especialmente destructiva en Trento, debido a su situación a lo largo del Brennero) convirtió a los primeros “focolares” (las casas de las “focolarinas”) en centros de recogida y clasificación de bienes, ropa y alimentos. La fraternidad, que hoy es una de las categorías que se asocian al pensamiento político de los Focolares, se convirtió antes que nada en experiencia económica y social.
“Un pobre, una focolarina": Así describía Chiara las comidas que se hacían en su casa en aquellos primeros tiempos. A los pobres se les invitaba a comer junto con todos. No se creó un comedor popular “para” los pobres. La inclusión comunitaria de los pobres fue un presagio de la “inclusión productiva” que está en el corazón de la Economía de Comunión de hoy.
Chiara era una terciaria franciscana (su nombre de pila era Silvia). Esa atención a los pobres y a la dimensión económica fue sin duda una herencia franciscana. No olvidemos que, partiendo de la pobreza elegida, el movimiento franciscano dio origen durante el Humanismo a los primeros bancos populares modernos, los Montes de Piedad.
El Movimiento nace como una gran corriente de amor evangélico, como una vuelta a la palabra vivida por los laicos y las mujeres (al principio todas eran muchachas jóvenes), como un anticipo de la espiritualidad del Vaticano II. El evangelio se puede vivir y no sólo meditar.
A Chiara, durante un bombardeo, le impresionó sobre todo una palabra del evangelio: "el testamento de Jesús", el pasaje de Juan donde Cristo le pide al Padre: "Que todos sean uno”. La unidad, a todos los niveles y en todos los ámbitos, se convirtió inmediatamente en el lema y la misión del Movimiento. Por eso, a lo largo de los años, el trabajo por la unidad se ha desarrollado en todas las direcciones: ecuménica, interreligiosa, con personas de convicciones no religiosas. Uno de los rasgos más originales e innovadores de los Focolares es la presencia como miembros efectivos de personas de muchas denominaciones cristianas, musulmanes, judíos, hindúes, budistas… Cuando hace unos años visité Argelia me llamó mucho la atención que allí el 90% de los focolarinos eran musulmanes.
Este movimiento, que nació en el corazón de la iglesia católica (en Trento), con el paso de los años traspasó sus fronteras, acogiendo a personas de todas las creencias. Los “carismas” (entendidos en sentido propio, como charis: gracia, gratuidad) siempre van más allá de las fronteras de las instituciones.
Hoy el Movimiento de los Focolares está presente en todos los continentes. En los años 50 llegó a Sudamérica y después a Norteamérica. En los años 60 al Este de Europa y a Rusia y después a Asia y Australia. Hace 50 años llegó a África, continente donde hoy está viviendo una de sus primaveras. Está comprometido en todos los “diálogos por la unidad”, con una especial dedicación a los jóvenes y al compromiso social, político y económico. Las personas activa y seriamente comprometidas se cuentan por cientos de miles.
Chiara Lubich murió el 14 de marzo de 2008, a la edad de 88 años. La sustituyó como Presidenta del Movimiento Maria Voce, una italiana recientemente reelegida para un segundo mandato. Según los estatutos, la presidenta del Movimiento siempre será una mujer, para poner de relieve la dimensión mariana del movimiento, cuyo nombre eclesial, no por casualidad, es Obra de María.
¿Cuál es el significado para la sociedad actual de un Movimiento como el de los Focolares?
Los movimientos espirituales a lo largo de la historia han desempeñado siempre el papel de renovadores en distintos ámbitos. El gran teólogo Hans Urs Von Balthasar describía a la Iglesia en sus obras como una dinámica entre el principio “institucional” y el principio “carismático”. La Iglesia institución pone de relieve la jerarquía, la tradición, los sacramentos. La Iglesia carisma pone el acento en la profecía y el primado del amor. La historia de la Iglesia ha sido y es la historia de los papas y obispos, pero también la historia de Benito, Francisco, Bernardo de Chiaravalle, Teresa de Ávila, Francisco de Sales, Juan Bosco, Francesca Cabrini, Teresa de Calcuta, Chiara Lubich. Pero la dinámica carisma/institución supera la mera dimensión religiosa. También la vida civil es un juego, una dialéctica, entre instituciones y carismas. Los carismas innovan y las instituciones siguen y universalizan las innovaciones. Ciertamente seríamos civilmente mucho más pobres sin las innovaciones humanas y sociales de muchos cooperadores, de Gandhi, de Martin Luther King, de Doroty Day, de Don Oreste Benzi. Los carismas son los que desplazan hacia delante los "límites de la humanidad", porque ven antes que las instituciones y de forma distinta. También el Movimiento de los Focolares está innovando hoy en ámbitos decisivos de la humanidad, dentro y fuera de las fronteras de las iglesias y las religiones. Chiara hizo de mediadora en los contactos entre Pablo VI y el patriarca ortodoxo Atenágoras, habló en la mezquita de MalcomX en New York, fue proclamada Mafua (reina) por el pueblo Bangua en Camerún. Y lanzó la Economía de Comunión e impulsó la Economía Civil.
Los carismas expresan gratuidad. Hay muchas, muchísimas, empresas y proyectos económicos que nacen por el beneficio y no por ello son buenos y útiles. Pero hay otros que nacen de una vocación al bien común, de carismas que no tienen otra finalidad que la de elevar la temperatura humana en el mundo.
La Economía de Comunión es una realidad muy pequeña si se mide en términos de facturación y de impacto en el PIB, pero el valor de los procesos sociales se mide por su capacidad transformadora. Como la sal y la levadura, que no son relevantes por su peso sino por su sabor y su principio activo. Si hoy en muchas universidades se habla de felicidad pública, de gratuidad, de economía civil, es también gracias a la pequeña Economía de Comunión que nació de una mujer trentina, que no era experta en economía sino en humanidad y espiritualidad, de ese “espíritu” que nuestro capitalismo actual necesita con urgencia.
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Luigino Bruni
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de Luigino Bruni
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Regreso de una escuela de verano sobre Economía de Comunión en París y mientras sobrevuelo los cielos de Europa, pienso en nuestro capitalismo. Quizás porque en Francia hace nada que han cambiado al ministro de economía, quizás porque acabo de despedirme de cincuenta jóvenes atraídos por una economía más fraterna y participativa, o bien porque el corazón piensa en otros funestos aviones que vuelan sobre tantas tierras martirizadas por las guerras, de todos modos no puedo dejar de pensar en nuestra economía de mercado, en nuestras crisis, y en los muchos africanos y marroquíes que he visto por las calles parisinas y por sus periferias existenciales, económicas y culturales.
[fulltext] =>Empiezo reflexionando un poco sobre lo que está sucediendo en este avión conmigo (con los otros pasajeros) y con la compañía aérea que me conduce a casa. He comprado un billete, y al hacerlo me he puesto totalmente dentro de la lógica de nuestro capitalismo. He realizado un contrato con una gran compañía aérea, uno de los principales actores de la economía global (que adquiere, como las otras compañías aéreas, muchos títulos financieros muy especulativos [hedge funds] para asegurarse el control de las oscilaciones de los precios del petróleo). He usado una tarjeta de crédito emitida por uno de los principales circuitos financieros del mundo. Al igual que yo, también han efectuado este contrato el alto ejecutivo que viaja en clase business, la familia italiana (padres y tres chicos) que han pasado algunos días de vacaciones en París, y el joven activista de una ONG que regresa de un congreso donde han criticado nuestro sistema económico. La azafata me sonríe y me trata con gran amabilidad, sin que nos conozcamos, porque su contrato lo contempla así. Mientras escribo cómodamente con mi pc, producto de una gran multinacional.
Y desde este avión mi pensamiento va a un predecesor mío de la universidad de Roma que para llegar a París hace doscientos años, empleaba quizás una semana, tenía que cruzar puertos, arriesgándose a sufrir alguna emboscada en las montañas, gastaba un patrimonio y llegaba físicamente destruido. Y pienso que las personas que tenían los medios para ir a París u a otras ciudades europeas eran muy pocas,
Si el razonamiento terminara aquí, no me sentiría
demasiado a disgusto en este vuelo mientras evoco con un poco de nostalgia a los jóvenes de distintos países del mundo que acabo de dejar.Pero en realidad, mi billete esconde mucho más, un ‘mucho’ que nos cuesta esfuerzo ver, entre otras cosas porque hemos dejado de hacernos preguntas profundas sobre el tipo de mundo que hemos construido. Por otra parte es conveniente recordar que estoy viajando en una máquina que es una de las principales causas de contaminación de nuestro planeta. Es verdad que entre los programas que se ofrecen a bordo existe la posibilidad de hacer una donación para plantar árboles que neutralicen exactamente la misma cantidad de Co2 que estamos emitiendo, pero pidiéndonos a los ciudadanos particulares que nos hagamos cargo de un coste social que esta empresa genera y no cubre (más que en una pequeña parte). Pero luego pienso en todos los ciudadanos con los que me he cruzado hace un rato en el metro, que no subirán nunca o casi nunca a estos aviones, que viajan hoy menos que ayer porque, aunque los billetes sean hoy relativamente más baratos que hace diez años, las desigualdades han aumentado y hoy las condiciones de vida del 10% más pobre de Europa han empeorado y continúan empeorando. Por no mencionar a millones de habitantes de África, Asia y de muchas regiones de América del Sur, que ven agravarse las condiciones de su medio ambiente a causa de los vuelos del 20% más rico del planeta. Sin embargo también ellos, especialmente ellos, necesitarían volar y conocer mundo. Necesitarían más que nosotros, más que yo, volar y soñar. Pero hay un aspecto del que no se habla: si tan solo el 50% de los que hoy están excluidos y atrapados en las periferias existenciales del mundo comenzasen a volar por los cielos, el planeta no lograría sostenerse y todos tendríamos que bajar a tierra. El mensaje triste que se oculta bajo este vuelo aéreo es muy sencillo y no tendría que dejarnos viajar en paz: la exclusión de este bienestar de la mitad de habitantes del planeta es la condición para que nosotros podamos volar. Por eso el verdadero riesgo de sistema de nuestra época es que todos los que hoy están obligados a quedase en tierra un día dejen de mirar pacíficamente al cielo donde solamente vuelan los otros.
Y así, mientras ya casi estamos aterrizando, vuelvo con el corazón y la mente a la Economía de Comunión, a esos jóvenes llenos de esperanzas, y me vuelvo a convencer de que existe un sistema económico-social post capitalista donde todos puedan soñar y volar. Este nuevo sistema tendrá que ver con la palabra comunión. Pero no lo realizaremos nunca si hoy, mientras volamos y no volamos, dejamos de buscarla, pensarla, amarla y creer en ella.
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de Luigino Bruni
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Antonella Ferrucci
Entre los protagonistas del Summit «Bien común global. Por una economía más inclusiva», que reunió en el Vaticano a las máximas autoridades de la economía mundial los días 11 y 12 de julio, se encontraba Luigino Bruni, quien tuvo la ocasión de conocer personalmente al Papa Francisco y de almorzar con él.
Le pedimos que nos cuente sus impresiones del encuentro y nos diga qué es lo que más le ha llamado la atención.
“Nunca había estado personalmente con el Papa Francisco y mucho menos había comido en frente de él. Hay muchas cosas que me han llamado la atención, todas ellas positivas. En primer lugar, su actitud de escucha atenta y profunda. Muchas personas se sentaban un rato a su lado (en una silla que se había dejado vacía a propósito) para comunicarle sus sueños, aspiraciones y peticiones. Uno de ellos fue el Nobel de la Paz, M. Yunus, quien le pidió 'ayúdame, santo padre, a extender las finanzas para los pobres'.
[fulltext] =>Él escuchaba como si estuviera allí solamente por él o por ella, olvidándose incluso de la comida. También me ha llamado la atención ver en acción su magisterio ‘encarnado’ de los hechos: no ha dicho muchas palabras, pero ‘ha hablado’ quedándose dos horas con nosotros, y ha dicho, con este potente lenguaje, lo importante que es la economía en su visión de la iglesia. Después, su gratitud. La palabra que más veces ha dichos ha sido ‘gracias’: ‘gracias por vuestro trabajo de investigación, gracias’. Nos lo ha repetido varias veces: ‘Gracias por lo que hacéis’. Lo ha repetido, y no era por educación, muchas veces antes de terminar.”
¿Qué tipo de papa es el Papa Francisco, según tu experiencia?
"Sólo he estado con él dos horas. Pero le sigo atentamente desde la primera tarde en la plaza de San Pedro. Es una papa humilde, en el sentido más auténtico de la palabra, que se sitúa de igual a igual, ni por encima ni por debajo de los que tiene delante. Me gusta mucho su lenguaje: es un maestro en el uso de las imágenes, que recuerda mucho al de los Evangelio. Como Jesús en los evangelios, toca el corazón de la gente, de los sabios y de los pequeños. Me ha parecido genial la traducción que ha hecho durante la comida del concepto un poco difícil del reduccionismo antropológico con la metáfora del alambique, donde entra vino (el hombre) y sale orujo (que es otra cosa, útil tal vez, pero distinta). ‘Hoy no hay ninguna persona en el mundo con más autoridad que el papa’, me decía Carney, el gobernador del Bank of England, que estaba sentado a mi lado en la comida. Es cierto y, en esta especie de 'Davos de los pobres,' el Papa nos ha enseñado a tomar partido, a no quedarnos indiferentes, a no ser lejanos observadores imparciales. Hay que elegir desde qué punto observar el mundo."
¿Y cuál es ese punto?
"Él ha elegido el de Lázaro (en la parábola evangélica), el mendigo que está bajo la mesa, con los perros, “deseando hartarse con lo que caía de la mesa del rico” (Lucas 16). Quien se pone al lado de Lázaro ve el mundo desde debajo de las mesas de los ricos, con la mirada dirigida hacia lo alto. Desde allí se ven distintas cosas: se ve al rico Epulón encima, “vestido de púrpura y lino y celebrando todos los días espléndidas fiestas”. Pero también se ve el cielo. Francisco nos invita a hacer lo mismo: a ver el mundo pero también el cielo, junto a todos los Lázaros de hoy, muchos de ellos producto de nuestro capitalismo excluyente. Como apasionado de la Economía de Comunión y como amante de la justicia, no hubiera podido sentirme más a gusto que en compañía de Lázaro y de Francisco (Bergoglio pero también Francisco de Asís). Al final propuse que este “Davos de los pobres” se organizara cada dos años. Una invitación que cuenta con muchas probabilidades de ser acogida, para que esta mirada sobre el mundo y sobre el capitalismo se convierta en una mirada constante, de crítica y de amor, a nuestro tiempo."
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por Elisabetta Proietti
publicado en Redattore Sociale.it el 03/03/2014
ROMA – En 4 meses han participado 32 ciudades italianas y miles de personas, individualmente y a través de asociaciones. La campaña “Slot Mob” se extiende cada día por nuevos lugares y llama a los ciudadanos al “juego bueno contra la pobreza y la dependencia de los juegos de azar”. Una avalancha que no parece que vaya a terminar. Todo lo contrario. El pasado fin de semana hubo 6 citas SlotMob de norte a sur, pasando por el centro de Italia y por las islas. Y esta mañana, ahora mismo, en Salerno muchas personas se han reunido en un bar-heladería que ha renunciado a las tragaperras, llamando la atención de los viandantes e invitándoles a participar en “juegos relacionales” en lugar de juegos de azar. Aunque de mucho juego, el SlotMob no es un juego, dicen sus promotores, sino un verdadero instrumento de ciudadanía activa, sobre todo en su preparación, así como una forma de formar cultural y políticamente a una ciudad.
[fulltext] =>“Los juegos de azar son una de las enfermedades más graves, con una gravedad cívica inaudita. Y la indiferencia civil es impresionante”. Estas palabras son de Luigino Bruni, profesor de Economía en la Universidad Lumsa y promotor de la economía civil. “Siempre ha habido vicios y debilidades, lo que ahora resulta escandaloso es que las multinacionales especulen con ello y lo promuevan para ganar millones. No podemos aceptarlo”.
Una mañana el profesor Bruni comenzó su “huelga del café”, negándose a consumir en los bares que tenían máquinas tragaperras y a partir de ahí surgió todo. El Eco di Bergamo fue el primer medio en entrevistar al profesor sobre esta forma de protesta y dio relieve a una noticia que tuvo mucha resonancia. “A partir de ahí y de la conversación con un compañero, Vittorio Pelligra, surgió la idea: ¿por qué no hacemos una action mob? Así nació la campaña SlotMob con las tres lógicas que constituyen su genoma: premiar a los gestores virtuosos, practicar juntos el ‘juego bueno’ (futbolín, risk…) y organizar una reunión para hablar de los contenidos. Todo se hace de forma totalmente espontánea, sin barreras, quien quiere entra en red y participa. No hay una estructura central, cada uno se organiza como puede y como quiere”.
Y nada de moralismos. Como sostiene Leonardo Becchetti, profesor en la Universidad Tor Vergata y otro de los economistas de SlotMob, en el libro que saldrá próximamente “Vidas en juego. Más allá del capitalismo slot” (contiene importantes aportaciones de asociaciones y expertos, entre los cuales se encuentra el mismo Luigino Bruni) “en los SlotMob se experimenta la alegría de vivir (…), quieren ser un shock cultural para un país perdido, quieren demostrar la fuerza de la acción de los ciudadanos. El mercado está hecho de oferta y demanda y la demanda somos nosotros. Hay muchas cosas que podemos hacer (…), votamos con nuestro consumo”.
Para Luigino Bruni “la idea antropológica que está detrás es que el bien es más fuerte que el mal”. Utilizando referencias bíblicas, dice que “el hombre es primero Adán y después Caín y hay que alimentar esta dimensión positiva. Hay que mostrar el árbol que crece en medio del bosque”. Bruni cita un libro de 1766 de Giacinto Dragonetti, jurista de los Abruzos, titulado “De las virtudes y los premios” en el que desarrollaba la teoría de que los pueblos no se desarrollan sólo castigando a los deshonestos, sino también premiando a los ciudadanos virtuosos. Pero hoy, argumenta Bruni, “la economía, tanto la teoría como la política económica, sólo conoce los incentivos, ha olvidado los premios”. Prosigue: “De los vicios solo nacen otros vicios, nunca virtudes, y el dinero que nace de un vicio es un dinero equivocado, porque casi siempre viene de los pobres. Estamos poniendo a las personas frágiles en manos de las multinacionales del juego”. El coste social es enorme (la necesidad de que las estructuras sanitarias se hagan cargo de los jugadores patológicos se está ampliando trágicamente) y el empobrecimiento es progresivo. Recordando que los italianos han jugado en 2012 casi 90.000 millones de euros, el profesor Bruni afirma: “Estamos distrayendo recursos, desviando dinero, tirándolo en distintos juegos y loterías y esto tiene un efecto inducido impresionante, estamos quitándoselo a la riqueza verdadera”.
¿Cómo se piensa utilizar el enorme capital social de los SlotMob? ¿Surgirá alguna propuesta de ley?
“De entrada seguiremos adelante, ampliando esta red, y a ver qué ocurre – responde Bruni -. No podemos abandonar. Hemos tenido reuniones en el Parlamento y el próximo día 10 de mayo tendremos una asamblea nacional para decidir cómo continuar”. Su idea, a la vista del éxito de los “flash mob”, a los que define como “un pedazo de humanismo económico”, consiste en “premiar también a otros, como restauradores y empresas agrarias que trabajan con bienes confiscados al crimen, en todos los sectores donde hay una fuerte competencia desleal”.
Usted conoce el mundo de los bancos y las finanzas. ¿No cree que formamos parte de un enorme juego del que parece imposible salir y en el que el azar juega con el pellejo de las personas, las relaciones, el trabajo y la confianza en el futuro?
"Mientras que los juegos de azar son algo marchito, pensado para ganar dinero con los frágiles, las finanzas eran una planta buena, los bancos estaban a favor de la ciudad. Después las finanzas se emborracharon y se transformaron en finanzas “slot”, haciendo apuestas y negando la economía que es provecho mutuo. El mercado nació como un lugar de asistencia mutua, donde la gente mejora intercambiando bienes. Lo que hay es una gran enfermedad de un cuerpo sano."
¿Se puede curar?
"Las finanzas tienen un alma buena, que todavía podemos salvar, como demuestran la Banca Etica, algunos bancos cooperativos, el Jak Bank de origen sueco que no cobra intereses. El juego no. Las finanzas necesitan una aspirina para curarse, el juego un antibiótico para extirparlo”.
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por Elisabetta Proietti
publicado en Redattore Sociale.it el 03/03/2014
ROMA – En 4 meses han participado 32 ciudades italianas y miles de personas, individualmente y a través de asociaciones. La campaña “Slot Mob” se extiende cada día por nuevos lugares y llama a los ciudadanos al “juego bueno contra la pobreza y la dependencia de los juegos de azar”. Una avalancha que no parece que vaya a terminar. Todo lo contrario. El pasado fin de semana hubo 6 citas SlotMob de norte a sur, pasando por el centro de Italia y por las islas. Y esta mañana, ahora mismo, en Salerno muchas personas se han reunido en un bar-heladería que ha renunciado a las tragaperras, llamando la atención de los viandantes e invitándoles a participar en “juegos relacionales” en lugar de juegos de azar. Aunque de mucho juego, el SlotMob no es un juego, dicen sus promotores, sino un verdadero instrumento de ciudadanía activa, sobre todo en su preparación, así como una forma de formar cultural y políticamente a una ciudad.
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Los piratas y las elecciones
por Luigino Bruni
Un grupo de 5 piratas encuentra un tesoro de 100 lingotes de oro en una isla desierta. Entre ellos rige esta regla: el más anciano debe hacer primero una propuesta de acuerdo para repartir el tesoro encontrado, pero si no logra la mayoría de los votos (el voto del más anciano vale el doble en caso de empate) es eliminado por los otros cuatro compañeros (es expulsado del barco), y será el segundo más anciano el que haga su oferta de repartición con la misma regla, y así sucesivamente.
Si los piratas son racionales y auto-interesados, la mejor oferta que el más anciano debe hacer para obtener el consenso es la siguiente: ofrecer un solo lingote al tercero, uno al quinto y quedarse con los restantes 98.
[fulltext] =>(La demostración no es común pero puede ser intuida razonando al revés, partiendo del final: ¿por qué el tercer y el quinto pirata – los únicos a los cuales el primero les pide el voto – deberían rechazar la oferta? Si no la aceptaran y eliminaran al primero, el turno pasaría al segundo: ¿qué les ofrecerá a los tres que quedan? Le ofrecerá uno al cuarto (el penúltimo), y nada a los otros dos, que son exactamente el 3º y el 5º, a los cuales el anciano les había ofrecido 1. Puesto que tienen que comparar entre 1 y 0, aceptarán la oferta del más anciano).
Esta historieta es una buena representación de cómo se alcanzan los acuerdos entre individuos racionales y auto-interesados en contextos de elección no repetidos o trágicos, cuando existe una asimetría de poder entre las partes, y cuando alguno tiene el poder de realizar el primer movimiento, sabiendo que, si no pasa, tiene que abandonar el juego, pasando el poder pasa al segundo y así sucesivamente. El mensaje que encierra este juego es el siguiente: para no ser eliminado, nunca hay que buscar el acuerdo con el segundo, sino con el último, aun teniendo un amplio poder.
Ahora, imaginemos que los grupos sean 5, ordenados en numero de votos recibidos en el primer turno. ¿Qué aconseja en este caso la lógica de este juego? El primero de los cinco, si no quiere equivocar la oferta y dejar el campo al segundo, debe aliarse con dos grupos menores, el tercero y sobre todo el quinto, el más debil. No debe buscar al tercero y el cuarto, sino el tercero y el ultimo, porque el cuarto no aceptaría la oferta o es menos probable que la acepte que el 1º y el 3º (pero querría más de 1 lingote, porque podría obtener al menos la misma oferta del segundo). Es decir, las alianzas tienden a ser: 1-3-5 de una parte, 2-4 de la otra.
Otros dos corolarios:
1. El primer proponente para salvarse (no ser expulsado de la nave o vencer) no debe ofrecer un reparto equitativo (20 a cada uno), sino fuertemente inicuo. En efecto, si hubiese ofrecido una distribución diferente de (98, 1, 1), una tripulación racional lo hubiera expulsado del barco (no hubiera logrado el acuerdo, porque los jugadores hubieran podido obtener en el segundo turno la misma asignación pero con uno menos (25 cada uno, 100/4), y así sucesivamente.
2. El juego cambia radicalmente cuando los piratas son muchos y superan determinado umbral. Si por ejemplo con un tesoro de 100 los jugadores fuesen más de 200, el primer proponente salvaría la vida (o evitaría un baño en el océano) únicamente repartiendo el dinero sin quedarse con nada (debería dar un lingote a todo pirata numerado par, hasta el 198°).
¿Pueden estas reflexiones servir para algo práctico? ¡Quién sabe!
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