Dossier - Proceso a la economía
Luigino Bruni
Publicado en el Sole24ore el 02/11/2017
«Economics is what economists do». Con estas palabras definía el economista norteamericano Jacob Viner la ciencia económica en los años 30. Pocas décadas antes, su colega italiano Maffeo Pantaleoni escribía que «en economía solo existen dos escuelas: la de los que saben y la de los que no saben». Aun expresando dos visiones distintas del oficio, tanto Viner como Pantaleoni tenían razón a su manera.
Desde el principio, la economía fue una ciencia plural y pluralista. Aunque cada generación haya tenido su teoría dominante, su pensamiento normal, siempre ha habido muchos torrentes y arroyos discurriendo al margen del cauce principal. Algunos tenían lechos paralelos y otros largos tramos cársticos. La situación actual no es muy distinta. Sobre todo en los últimos veinte años se ha abierto una etapa verdaderamente pluralista, donde los economistas se interesan por cosas muy distintas y escriben junto con psicólogos, sociólogos, neurocientíficos y biólogos.
Al mismo tiempo, este pluralismo encuentra problemas concretos muy importantes y por lo general infravalorados. Hay una nueva forma de imperialismo, cada vez más fuerte y eficaz. Es la de los «top-journals», esas pocas revistas científicas internacionales que tienen en su mano, de hecho, el destino académico sobre todo de los jóvenes. Puedes escribir (casi) lo que quieras, pero si no lo publicas en revistas que la disciplina considera excelentes o cuanto menos buenas, lo que escribes no tiene ningún impacto y no te permite acceder a las mejores universidades y centros de investigación. Hoy deberíamos rectificar aquellas dos frases famosas de Viner y Pantaleoni, y decir: «La economía es lo que los economistas hacen y consiguen publicar en las revistas adecuadas», y que “los que saben” deben convertirse en “los que saben publicar”, convenciendo a los pocos editores importantes (y a sus referees).
Todo esto tiene importantes repercusiones en la formación de los jóvenes economistas. En los doctorados, que son el principal vivero de nuevos economistas, a los jóvenes se les aconseja vivamente que se especialicen en un tema de investigación en el que sea más fácil publicar pronto y “bien”, es decir en las revistas que importan. De este modo, se concentran durante tres o más años en un modelo o en un fenómeno, para poder maximizar la probabilidad de tener al menos una buena publicación en las revistas importantes y así comenzar una buena carrera. Pero en todos los procesos de buena formación para aprender un oficio de verdad, no es fácil que “pronto” y “bien” vayan juntos. “Pronto” suele ir acompañado de apresurado, aproximado y superficial y “bien” suele ir acompañado de profundo, maduro y riguroso.
¿Qué ocurre en nuestros doctorados de economía? En primer lugar, a un joven preparado y con vocación para la investigación, muchas veces le cuesta mucho seguir su vocación científica, porque lo que determina su elección inicial es el resultado final. Si, por ejemplo, alguien llega a un doctorado con una verdadera pasión por las cuestiones metodológicas o filosóficas, si decide desarrollar un proyecto de investigación en «Economics and Philosophy», tiene muy pocas posibilidades de encontrar mañana trabajo en un departamento de ciencias económicas, donde tendrá que competir con compañeros con “productos” que tienen un factor de impacto mucho mayor. Aunque publique un artículo en la mejor revista de ese sector marginal, siempre será una revista no considerada excelente por la disciplina económica. Así, a estos jóvenes con vocaciones especiales, poco frecuentes y por tanto muy valiosas para mantener y desarrollar la biodiversidad en la ciencia, se les aconseja con fuerza que “dejen de lado” su arte y piensen en cosas más serias y útiles. Este es el escenario de estos últimos años, que, entre otras cosas, está haciendo que muchos jóvenes excelentes salgan de la economía hacia otras disciplinas con más pluralismo. O emigren a países como el Reino Unido u Holanda, donde todavía queda algún espacio libre.
Además, por estos mismos motivos, en la formación de los jóvenes economistas de hecho no hay elementos de historia, de filosofía, de humanidades, y tampoco se promueve el diálogo con otras disciplinas. Por no hablar de los actuales programas trienales y masters en economía: lo que había de derecho público e historia en la vieja licenciatura de economía y comercio se ha borrado para dejar espacio a técnicas más útiles. No se tiene en cuenta que las disciplinas humanistas son muy “útiles” para cultivar preguntas nuevas y para desarrollar la creatividad en los jóvenes. «Un economista que sea solo economista es un mal economista», decían Marshall y Pareto. Cuando el futuro economista tenga que dar clases o consejos para la toma de decisiones que afectan a la vida de todos, se encontrará con un bagaje cultural demasiado pequeño y con un mono-cultivo poco fértil.
La crisis de reputación y de relevancia que conoce desde hace años el oficio del economista teórico depende también de la esterilidad y la repetitividad de nuestras preguntas de investigación, que necesitan un aire más abierto y libre, sobre todo en los años cruciales de la formación: «Economic theorists may have to become as much philosophers as mathematicians», decía en 1991 Robert Sugden, un economista que supo innovar en economía entre otras cosas porque estudiaba la historia, la psicología, la filosofía. Creo que los nuevos Keynes, Schumpeter o Sen no se están formando hoy en ningún doctorado en Economía, sino que están creciendo en ambientes culturales con más libertad y promiscuidad generativa. Si queremos atraer a jóvenes con alta creatividad y verdaderamente innovadores, debemos revisar profundamente los contenidos y la duración de la formación de los nuevos economistas.
Darles más tiempo y más respiro, también más esperanzas concretas de poder publicar bien sus trabajos distintos pero excelentes.