stdClass Object ( [id] => 17294 [title] => Otra globalización es posible [alias] => otra-globalizacion-es-posible [introtext] =>¿Cuál es el problema de fondo? Generar riqueza y hacer que circule. Dando a todos carta de ciudadanía en el mercado global
entrevista a Luigino Bruni
publicada en missionline.org el 22/12/2008
Incluso los críticos tienen que reconocer, con las cifras en la mano, que la globalización ha traído más bienestar a la población mundial en su conjunto. En 1981 más del 40% de la población mundial se encontraba por debajo del umbral de la pobreza absoluta; hoy la cifra ronda el 21%. Sin embargo, a causa del crecimiento demográfico, el número de pobres en términos absolutos solamente ha bajado en 130 millones. Mientras tanto, el índice de Gini – que mide la desigualdad que hay en el mundo – ha aumentado durante los últimos años en 7 puntos, lo que equivale a un 20%. Esto quiere decir que el desarrollo ha conocido y conoce dinámicas muy distintas de un país a otro e incluso dentro de las fronteras de un mismo país. ¿Cómo podemos interpretar todo esto? ¿Y qué hacer para que la globalización sea lo más humana posible? De todo ello hablamos con Luigino Bruni, profesor de economía política en la Universidad Bicocca de Milán, además de teórico de la Economía de Comunión del Movimiento de los Focolares.
[fulltext] =>Profesor Bruni, el Producto Interior Bruto de muchos países en vías de desarrollo aumenta año tras año. Sin embargo, también aumentan las desigualdades en estos países, incluso en los llamados «nuevos tigres» (como, por ejemplo, Sudáfrica y Brasil). ¿Por qué?
Yo no me preocuparía demasiado, en primera instancia, por el aumento de las desigualdades. Este no es «el» problema central para las economías que se encuentran en las primeras fases del desarrollo (otra cosa es que hablemos de China, India o Brasil, evidentemente). La cuestión más importante en estas zonas es la reducción de la pobreza absoluta. Siempre es positivo en sí mismo que haya más personas que puedan satisfacer sus necesidades primarias. En todas las fases históricas del desarrollo siempre hay un momento en el que crecen las desigualdades. Ahora, la competición económica es buena porque estimula a los individuos y a los pueblos a expresar sus mejores energías. El problema es que la solución de las desigualdades no debe tardar mucho, porque de lo contrario se termina por recurrir a la violencia o a la ilegalidad.
Parece un discurso «liberal». Las cifras dicen que las diferencias interiores de país a país están aumentando. ¿Esto no es un problema?
Repito: la auténtica cuestión hoy es la reducción de la miseria absoluta, que es algo que sí puede pedirse en estos momentos a los mercados y a las empresas. Objetivamente es difícil construir un crecimiento equilibrado solamente con la lógica y las fuerzas de la economía. Cuando nos preocupamos sólo, o en demasía, por la desigualdad, corremos el peligro de bloquear ipso facto el desarrollo, impidiendo, por ejemplo, la llegada de multinacionales a un país. Mi experiencia en países pobres dice que por este camino no se va muy lejos. Pongo un ejemplo. He estado varias veces en Cuba y allí he visto un pueblo que vive en condiciones de pobreza a causa de una situación económicamente rígida. Insisto. Juan Pablo II propiciaba una «globalización de la solidaridad», pero las cosas no han ido por ahí…
El último informe del Banco Mundial señala que la pobreza está aumentando: 1.400 millones de personas viven con menos de 1,25 dólares al día. ¿Qué es lo que no funciona en este modelo de globalización?
La globalización aumenta las oportunidades de las personas. En general, cuanto más abierto está un país a los mercados, más posibilidades tiene su gente (al menos sobre el papel). El auténtico problema de la globalización está en los fenómenos que comporta. Pensemos en una familia africana tradicional. Hasta hace poco tiempo podía garantizar – aunque no sin dificultades – a sus miembros lo mínimo necesario para sobrevivir, al compartir lo poco que tenía cada uno de sus miembros. Con la urbanización salvaje, ese tejido de relaciones se está deshaciendo, con consecuencias devastadoras para el nivel de vida de las personas. La pobreza muchas veces es crisis de relaciones sociales. La socialidad entra en crisis por la urbanización y las personas se hacen más vulnerables porque les falta una red de relaciones. ¿Qué es lo que caracteriza a la pobreza en la era de la globalización? ¿Por qué es hoy más escandalosa que ayer? Hoy, a través de los medios de comunicación, el mundo se ha convertido en una aldea global, razón por la cual si antes una persona gozaba de algunos bienes en su aldea y esto le daba la sensación de que era relativamente rica, ahora ya no es así. Si la felicidad está ligada a la relación entre aspiraciones y medios, está claro que, con la expansión de la comunicación, aumentan también las aspiraciones y la diferencia entre los bienes que se persiguen y los que se alcanzan. En la competición por los bienes cada vez hay más perdedores y menos ganadores. Esto vale para Italia y para el sur del mundo. Los teléfonos móviles han llegado hasta el corazón del Africa profunda. La comunicación de masas llega a zonas y a clases sociales que hasta hace poco tiempo estaban excluidas. Siempre me ha llamado la atención, por ejemplo, la gran cantidad de antenas parabólicas que hay en las favelas de Filipinas o Brasil. Es una paradoja, sobre todo si se tiene en cuenta que en muchos casos sus propietarios no consiguen para ellos y sus familias más de una comida al día.
Una vorágine de la que no se puede salir, máxime cuando la publicidad machaconamente crea siempre nuevas necesidades…
Aquí entra en juego una cuestión educativa de fondo. Puedo decir que, en mi experiencia, las comunidades locales que tienen una dimensión de pertenencia fuerte no caen en la trampa. Es fundamental educar a la gente a usar bien el dinero, pero no desde un punto de vista paternalista. Conozco muchos casos, en la Economía de Comunión, de personas que, una vez que han alcanzado un nivel suficiente de renta, dicen: «Ahora ya tengo suficiente para seguir adelante, ayudad a otras personas». Esto quiere decir que se trata de personas educadas para no permanecer prisioneras del mecanismo infernal que crea necesidades falsas y un consumo inútil.
El PIB de los países pobres y la renta de una parte de las poblaciones del sur del mundo aumentan, pero muchas veces van acompañados de un fuerte incremento del coste de la vida, con lo que las estadísticas proclaman el éxito de la globalización pero la gente es más pobre…
Los economistas miden la calidad de la vida en relación con la “renta per capita”, pero eso no es suficiente; obedece a una lógica individualista que hay que abandonar. Imaginemos el recorrido inverso: si redujéramos la renta individual pero aumentando los servicios a las personas, resultaría que el PIB disminuiría pero la gente estaría mejor… Pues bien, en el pasado ha ocurrido exactamente lo contrario: el Fondo Monetario Internacional, muchas veces con un enfoque economicista, ha pedido a los países que cuadraran sus cuentas recortando fuertemente los gastos sociales (sanidad, educación, etc.) Es un error gigantesco. Los bienes públicos representan una fuente de bienestar para toda la colectividad y hay que tutelarlos.
¿Está diciendo que la política juega un papel fundamental y que el mercado sólo no basta? El caso de Brasil (del que hablaremos después) es elocuente desde este punto de vista...
Hay que dejar que el mercado cumpla con su deber, pero le corresponde a la sociedad civil internacional presionar para controlarlo y corregir sus desviaciones. A la política le compete la tarea de «poner los límites» para que la globalización sea verdaderamente ética. En otras palabras, el mercado tiene que poder crear posibilidades de desarrollo, la sociedad civil vigilar y actuar en las conciencias y la política legislar para garantizar el respeto de los derechos de todos y cada uno, incluso de los excluidos del mercado. En el mercado solo «votan» los que tienen poder de compra. En los países pobres éste tiende a no ser democrático a menos que vaya acompañado de la política y la sociedad civil.
En algunas sociedades se registra cierta movilidad social, pero sigue habiendo esclavos, sobre todo en el sur del mundo…
Es cierto. Pero ¿cuáles son las alternativas? ¿Cerrar los mercados quizá? Decía Genovesi en el siglo XVIII: si impides que los ricos vivan en el lujo, les cierras la posibilidad de ser productores (tal vez inconscientes) de desarrollo. Como economista digo: hay que ver los efectos y no solo los motivos. A mí me preocupa más un paraíso fiscal como Mónaco – donde se refugian los ricachones (algunos de ellos italianos) para no pagar impuestos – que una multinacional que se deslocalice a Asia.
Usted dice que no es en el plano económico donde debemos buscar correctivos a las desigualdades…
Es evidente que si todos los empresarios actuaran por el bien común y no por el beneficio, muchos problemas no existirían (o serían menos dramáticos). Pero ¿podemos contar con las buenas intenciones de los ricos? Creo poco en ello. Se habla mucho de responsabilidad social de la empresa, pero yo creo más en la política y en la sociedad civil. A los empresarios les pido que creen desarrollo y movilidad social. Como decían los franciscanos en la Edad Media: la riqueza que no sirve es la que está estancada, como el agua en el pazo, que si no se mueve se pudre. Como economista cristiano juzgo los resultados objetivos de una economía determinada y no sólo las intenciones de quienes actúan en los mercados.
La economía crea desarrollo, pero generando desigualdades y estropeando el medio ambiente. A la política después le toca «arreglar» los males causados por la economía. ¿No le parece un poco reductivo?
La economía debe provocar desigualdades y, a la vez, sanarlas. Hay que crear riqueza y también distribuirla con conocimiento. No se trata de filantropía, sino de una tarea que forma parte de la misión de la economía y de las empresas. Pero repito: no podemos pedir que las empresas lo hagan todo. La vida buena es un juego de las partes: no debemos pasar del imperialismo de la política de los años 40-80 al imperialismo de la economía en la era de la globalización.
Pobreza y riqueza conviven en distinta medida desde hace 15-20 años: hoy también en los países pobres hay grupos de super-millonarios con un poder enorme (en Guatemala –según un obispo- una veintena de familias tiene en un puño al país). Los «nuevos ricos» muestran que no les importa mucho el bien común, igual que los colonizadores de un tiempo. Pensemos en los tesoros acumulados por algunos dictadores africanos (con la complicidad de gobiernos y empresas occidentales).
Es necesario adoptar una clave de lectura un poco más sofisticada para ciertos esquemas ideológicos. En relación con las culpas del colonialismo (nuevo y viejo) de Occidente, hay una fuerte responsabilidad de la clase política del sur del mundo.
Los economistas distinguen entre pobreza absoluta y pobreza relativa. Es cierto que muchos pobres han pasado del nivel de la miseria (1 dólar al día) al nivel superior (2 dólares al día). Pero eso, en contexto donde el coste de la vida ha crecido desmesuradamente, causa no pocos retrocesos. Sin embargo, los economistas no parecen darse cuenta de ello.
Los gobiernos optan por políticas dirigidas a los «pobres más ricos» (los que están entre 0,9 y 1). Porque es más fácil presentar políticamente un resultado como ese que invertir en una política para los «pobres más pobres», que sería, en cambio, la política más importante y urgente.
La pobreza está en el origen de un movimiento migratorio sin precedentes que tiene consecuencias sociales enormes. ¿No es un «coste» demasiado alto?
La emigración forzada a gran escala expresa una forma de pobreza, representa una herida para una comunidad porque es una fractura intergeneracional. Pero la emigración es también fuente de desarrollo. La globalización de los mercados puede reducir (en lugar de agravar) la emigración: la deslocalización lleva empresas a los países pobres. Pensemos en Rumanía: la presencia de muchas empresas italianas hace que muchas personas, en lugar de irse, se queden en el país.
Las desigualdades, cuando son tan descaradas, se convierten en fuente de inestabilidad. Las ciudades se blindad para proteger la riqueza de unos pocos.
Es una contradicción terrible, la de las «ciudadelas privadas», en las que se atrincheran los ricos en nombre de la seguridad. Las he visto en Brasil. Tenían razón los economista que, ya en siglos pasados, decían: no podemos ser felices rodeados de infelices. Si tienes que proteger tu felicidad con la fuerza, ya no es tal.
El desarrollo no es – en primer lugar – cuestión de dinero. ¿Cuál es la aportación específicamente cristiana a la lectura de la cuestión pobreza-riqueza?
Señalaría cuatro palabras clave. La primera es subsidiaridad y se explican con un eslogan de monseñor Giancarlo Bregantini: «sólo tú lo puedes lograr, pero no puedes lograrlo tú solo». La ayuda es subsidiaria, debe crear las condiciones para ponerse en marcha. Si se convierte en sustitutiva termina en paternalismo. La segunda dimensión del cristianismo es la proximidad: la pobreza se resuelve acompañando a personas concretas y arriesgando con ellas en las situaciones de la vida. La filantropía ya existía en tiempos de Séneca, pero el cristianismo introduce un elemento nuevo: pasa de hacer las cosas “por el pobre” a hacerlas “con el pobre”. El tercer principio clave dice que los bienes que no se comparten no pueden ser fuente de alegría. Para el evangelio la dimensión de la comunión es decisiva. Por último: un rico (ya sea un individuo o un país) no ayuda de verdad a otro menos rico si no es capaz de estimarlo, si no consigue verlo más que como un problema. Cuando eso ocurre, el otro no se involucra; por el contrario, se aprovecha porque se siente tratado como un objeto. El mecanismo de ayuda se convierte en un pacto cruel entre quienes se lavan la conciencia con la solidaridad y el pobre que explota la generosidad de quien posee.
«Demasiado pobres» o «demasiado ricos». Japón está en los primeros lugares por PIB y sin embargo tiene una cantidad descorcentante de suicidios cada año. Esto confirma que también los «demasiado ricos» pueden vivir mal. ¿Por qué?
En las procesiones medievales, donde los grupos se colocaban según el censo, los forasteros iban junto con los pobres porque, como tales, no podían tener amigos. Aristóteles nos enseñó una verdad antigua que sigue siendo válida todavía hoy: feliz el hombre que tiene amigos. La riqueza puede ser un obstáculo para conseguir la felicidad, como también puede ser un instrumento precioso si se comparte y se pone en circulación. En una comunidad que cuenta con empresarios acomodados (pienso en la realidad que conozco, la Economía de Comunión) es «natural» poner en común los bienes o parte de ellos.
¿Tienen razón los que dicen que la Iglesia presta demasiada atención a temas como el de la bioética y demasiada poca a temas sociales? ¿Seguimos siendo capaces de indignarnos como en los tiempos de la Populorum Progressio?
Una premisa. La Iglesia – no lo olvidemos – es una realidad mucho más amplia que la jerarquía y, desde este punto de vista, me parece que la acción y el pensamiento de muchos sujetos (movimientos, grupos, órdenes religiosas) muestra también hoy una Iglesia que se sigue ocupando de la pobreza, las injusticias y de pobres concretos. Es cierto –es un hecho- que desde la caída del comunismo, el magisterio de la Iglesia en temas socio-económicos es menos fuerte.
¿Por qué?
Hace veinte años en Occidente no se discutía la cuestión de la vida y sus fundamentos. Desde el momento en que, como ocurre hoy, hay un fuerte ataque contra las bases mismas de la vida, la vida se ha convertido en un «bien escaso», lo que explica el compromiso decidido en ese campo. Hay que decir también que la acción de la Iglesia ha hecho que se desarrollen nuevas sensibilidades en el ámbito político y social (ONG, agencias de la ONU, etc.). Pero, por contra, la Iglesia se ha quedado sola en la cuestión de la vida.
¿Qué espera de la encíclica social de Benedicto XVI, cuya publicación debería estar ya próxima?
Espero menos análisis económicos y más profecía. Espero una Iglesia capaz de indignarse, que se tome la libertad de decir lo que otros no pueden decir por respeto a los poderosos. La Iglesia no debe ser prudente, puede y debe “desequilibrarse”, no tiene que rendir cuentas ante nadie más que el Evangelio. Por eso tiene la libertad de servir a la verdad, no puede ser ideológica. Porque, a diferencia de otros, no tiene accionistas de referencia en esta tierra. Y por eso puede desempeñar una gran tarea cívica, para todos.
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Luigino Bruni
publicado en www.piuvoce.net
La economía es tan antigua como el hombre y la mujer; tiene que ver con la gestión de la casa y de los recursos escasos. La banca y las finanzas, en cambio, son “inventos” mucho más recientes: la banca nace en la Edad Media, y las finanzas en el siglo XVII, cuando se inventaron las bolsas y los bancos centrales. Hasta finales del siglo XIX las finanzas y la banca fueron grandes aliados de la economía real, pero en el siglo XX las finanzas se fueron distinguiendo cada vez más de la economía, y así nació el llamado “capitalismo financiero”, un sistema económico centrado en las finanzas y no en la producción.
[fulltext] =>El primer economista que comprendió el alcance de esta revolución (del capitalismo real al financiero) fue J. M. Keynes, en los años treinta, cuando demostró que el capitalismo financiero (que se precia de aumentar en mucho la disponibilidad de dinero y por lo tanto de recursos) exige un precio: una fragilidad radical y estructural. Keynes nos mostró que en el capitalismo de las finanzas la crisis no es la excepción, es la regla. Los acuerdos de Bretton Woods de 1944 supusieron un intento de administrar este nuevo capitalismo, creando nuevas reglas e instituciones (entre ellas el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional). Esta arquitectura ha funcionado bastante bien hasta la explosión de la globalización (aunque con diversos problemas, sobre todo de justicia: pensemos en la total ausencia de los países más pobres, y en el peso decisivo de los EE.UU. en el gobierno de estas instituciones). Cuando, a finales de los años ochenta, las nuevas tecnologías provocaron una fuerte aceleración de los procesos iniciados con el capitalismo financiero, la globalización los amplificó y globalizó. Hace 20 años una crisis financiera asiática podía quedarse en Asia, pero hoy esto ya no es posible. Los mercados de capitales y las crisis se hacen mundiales de inmediato.
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¿Qué es lo que ha ocurrido en los últimos meses, en los que la crisis ha explotado? La vulnerabilidad estructural del capitalismo financiero se ha hecho insostenible, gracias, entre otras cosas, a la total insuficiencia de las reglas del mercado financiero. Así pues, es necesario abrir lo antes posible una reflexión profunda sobre el capitalismo; una reflexión no solo económica y financiera, sino también política y cultural. La crisis actual nos está diciendo dramáticamente que el "capitalismo financiero" requiere de un nuevo Bretton Woods que diseñe la nueva arquitectura del capitalismo de tercera generación, si queremos que estas crisis no hagan implosionar el frágil sistema mundo.
Esperemos que esta vez los nuevos acuerdos sean democráticos y tengan en cuenta seriamente a Africa, Asia, y Sudamérica; que no sea sólo un pacto entre los “grandes” sino que estén presentes la sociedad civil y las empresas. En el fondo, lo que el reciente G20 ha mostrado es el fracaso de una gestión de los mercados y de las crisis que razona todavía con categorías medievales, es decir piensa resolver una crisis global juntando a los líderes políticos para que escriban “desde arriba” nuevas reglas. A veces da la impresión de que la política no entiende que el mundo ha cambiado radicalmente y que cualquier solución a una crisis económica hoy no puede venir más que de un cambio en el estilo de vida de millones, miles de millones de personas, de todos y de cada uno. El estado, los estados, tienen su tarea, su rol en el juego, pero es mucho menos crucial de cuanto los medios y los políticos nos cuentan cada día.
Para terminar, debemos poner de relieve que detrás de esta crisis hay mucho más que estado y mercado, hay también una crisis moral y antropológica, que tiene que ver con nuestra relación con los bienes y con nuestro estilo de vida. Endeudarse por encima de nuestras posibilidades reales de renta es un acto de alto riesgo, porque mientras que endeudarse para invertir es algo sano y natural, endeudarse para disfrutar de unas vacaciones exóticas o para tener autos de lujo, que se anuncian a interés cero y a plazos de pocos euros, puede ser un acto similar al de Pinocho que, siguiendo los consejos del Gato y de la Zorra, sembraba dinero esperando verlo un mañana crecer multiplicado sobre los árboles. Saldremos de verdad de la crisis (no sólo durante algunos meses, en espera de la siguiente), si estas tormentas financieras son una ocasión para alcanzar un nuevo pacto social, una nueva alianza entre sociedad civil, gobiernos, empresas y familias, que vuelva a poner en el centro a la persona, las relaciones personales y la renta buena que nace del trabajo humano y de la fatiga cotidiana. Si en cambio seguimos buscando la causa de la crisis fuera de nosotros, en chivos expiatorios de Wall Street o Piazza Affari, esta crisis habrá sido sólo un mal, una ocasión perdida.La tormenta necesita un nuevo Bretton Woods
Luigino Bruni
publicado en www.piuvoce.net
La economía es tan antigua como el hombre y la mujer; tiene que ver con la gestión de la casa y de los recursos escasos. La banca y las finanzas, en cambio, son “inventos” mucho más recientes: la banca nace en la Edad Media, y las finanzas en el siglo XVII, cuando se inventaron las bolsas y los bancos centrales. Hasta finales del siglo XIX las finanzas y la banca fueron grandes aliados de la economía real, pero en el siglo XX las finanzas se fueron distinguiendo cada vez más de la economía, y así nació el llamado “capitalismo financiero”, un sistema económico centrado en las finanzas y no en la producción.
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Luigino Brunipublicado en: BENECOMUNE.NET
Las culturas humanas han experimentado y conocido desde siempre que la líbido del eros y la líbido del dinero son dos fuerzas muy similares: son esenciales para la vida y para el crecimiento de las comunidades pero, si no son administradas y reguladas por instituciones adecuadas y fuertes, hacen que esas mismas comunidades se precipiten en el caos.
[fulltext] =>Lo que vemos en este periodo, con esta grave crisis financiera, económica y moral, no son más que los frutos mortíferos de una economía y unas finanzas dejadas en poder de sus propios impulsos, sin regulación comunitaria y social. Está ocurriendo algo parecido a lo que ocurriría en una comunidad en la que toda la socialidad se jugara únicamente sobre el eros, sin ninguna referencia a la philia y al ágape, con sus instituciones típicas. La libido erótica y la del dinero son pasiones fuertes que hay que educar, administrar y – debemos recordarlo – controlar, viviendo la bellísima virtud de la prudencia individual y colectiva.
Después de esta premisa, quisiera detenerme en tres aspectos de esta crisis.
Primero: La crisis financiera actual está mostrando la radical fragilidad y vulnerabilidad del capitalismo de tercera generación. En el sistema económico tradicional (desde las ciudades medievales hasta la Europa moderna) una crisis como la actual no podría ni siquiera imaginarse. En aquellas economías el consumo se basaba y estaba ligado a la producción real. La renta de los individuos y de los países era un indicador muy importante, porque decía claramente y sin equívocos cuánto una familia y un país podían gastar e invertir. La renta era el límite natural del consumo y del ahorro. La renta no consumida se depositaba a menudo (cuando existían y eran seguros), en bancos donde, gracias al interés que el dinero generaba, el valor del capital no se deterioraba con el paso el tiempo. En aquel mundo, o capitalismo, las crisis económicas (como la del ’29) solo podían darse por una crisis de la economía real (sobre todo quiebras de empresas …), que producían desocupación, y por lo tanto una reducción de la renta real.
Este sistema económico tradicional entró en crisis en el siglo XX, con el nacimiento del capitalismo financiero, que cambió radicalmente la naturaleza del sistema económico y de nuestras vidas. Este cambio produjo algunas cosas interesantes, pero a un costo muy alto, ya que dejó un sistema económico tremendamente frágil. John M. Keynes fué el economista que mejor comprendió y denunció proféticamente (en 1936), la naturaleza financiera del nuevo capitalismo y su fragilidad estructural. Un autor al que hoy deberíamos volver a leer y meditar profundamente. Las crisis como esta que estamos viviendo son por lo tanto la regla, no la excepción del capitalismo financiero, sobre todo hoy cuando la globalización amplifica los efectos de las crisis. La inestabilidad y la fragilidad son sólo la otra cara de un modelo de desarrollo que permite que cien dólares de renta real se conviertan en mil o más, sin ninguna relación entre ese dinero y el trabajo humano.
¿Tendremos que acostumbrarnos a las crisis como ésta o todavía más devastadoras? Temo que sí, al menos mientras este capitalismo no evolucione hacia algo distinto.
En el corto plazo, sin embargo, sería necesario abrir una reflexión profunda sobre el capitalismo. Una reflexión no sólo económica y financiera, sino también política y cultural; una reflexión global y mundial que hoy está todavía "anclada" en los acuerdos de Bretton Woods de la posguerra. Keynes, que fue uno de los promotores de esos acuerdos, estaba convencido de que, dada la nueva naturaleza del capitalismo, era necesario un nuevo “pacto social”, con nuevas reglas y nuevas instituciones (económicas y políticas) para administrar esta nueva realidad. El FMI y el Banco Mundial son el resultado, muy parcial y en parte traicionado, de aquel pacto. En las últimas décadas algo se ha movido, y a finales de los años noventa en la conciencia cívica global estaba madurando la convicción de que había que regir y gobernar el capitalismo de una forma diferente y más atenta. La Tobin tax y el debate que surgió en torno a ella, desarrolló una función de catalizador de un proceso social que llegó a su culmen con el G8 de Génova en julio de 2001. Después, el 11 de septiembre distrajo durante años la atención de la sociedad civil internacional de los problemas de la nueva arquitectura del capitalismo financiero, para orientarla sobre los temas de seguridad y terrorismo.
Hoy nos damos cuenta de que en estos siete años de "distracción" el proceso explotó (¡basta mirar los datos sobre el crecimiento del endeudamiento de la banca en este ultimo decenio!), y de improviso estamos tomando conciencia de que había otra "guerra" y otra "seguridad" no menos graves y urgentes que los controles de pasajeros en los aeropuertos, problemas que se ciernen como amenazas sobre la "post-economía de mercado" de todas las familias del globo.
Esta crisis actual nos está diciendo dramáticamente que el "capitalismo financiero" requiere un nuevo Bretton Woods que diseñe la nueva arquitectura del capitalismo de tercera generación, si queremos que estas crisis no hagan implosionar el frágil sistema mundo. Esperemos que esta vez los nuevos acuerdos sean democráticos y que tengan en cuenta seriamente a Africa, Asia, y Sudamérica.
Y llegamos así al segundo punto. Con el advenimiento del capitalismo financiero, la naturaleza de la banca y las finanzas ha ido cambiando progresivamente. Cada vez más se han convertido en sujetos especuladores, cuyo objetivo principal es el beneficio (¡y cuanto más, mejor!), perdiendo así día a día la función social que la banca y las finanzas desde siempre habían desempeñado y desempeñan todavía hoy. Las instituciones bancarias y financieras son indispensables para la economía moderna. Como he tenido ocasión de decir también en el Osservatore Romano (28.9.08), la grave enfermedad del capitalismo contemporáneo es la progresiva transformación de los bancos de instituciones en especuladores. El especulador es un sujeto cuyo propósito es maximizar el beneficio. La actividad que desarrolla no tiene ningún valor intrínseco; es sólo un medio para el enriquecimiento de accionistas y ejecutivos. El economista Yunus, Nobel de la paz, fundador del Grameen Bank, recuerda siempre que en la economía de mercado el acceso al crédito es un derecho fundamental del hombre, porque si no se satisface este derecho, las personas no logran realizar sus propios proyectos y salir de las muchas trampas de la miseria. Si esto es verdad, entonces la banca especuladora debe ser la excepción y no la regla en la economía de mercado, entre otras cosas porque los productos que la banca gestiona son siempre de alto riesgo, y, sobre todo, porque los capitales que ella arriesga son de las familias. Estoy convencido de que una reforma radical que debería surgir de esta crisis, es la transformación de los bancos en instituciones más cercanas a la empresa sin ánimo de lucro que a la empresa especuladora, puesto que la banca es una institución que tiene un vínculo de eficiencia y de economicidad, que debe salvaguardar los intereses de muchos sujetos. No es casualidad que, desde los Montes de Piedad de los franciscanos del siglo XV hasta los bancos cooperativos, la banca siempre se había concebido sin ánimo de lucro, precisamente porque los intereses que debía satisfacer eran muchos. Así pues, las quiebras de estos días nos enseñan que la banca es una institución de gran valor social y de gran responsabilidad, que no puede quedar abandonada al arriesgado juego de la búsqueda de ganancias.
Y finalmente el tercer aspecto. Detrás de esta crisis hay también una crisis moral, que tiene que ver también con nuestra relación con los bienes y nuestro estilo de vida. Endeudarse por encima de nuestras posibilidades reales de renta (en Estados Unidos y cada vez más en todo el mundo opulento), es una forma de doping similar al que tiene presos a los “jugadores de azar” de las finanzas. Endeudarse para el consumo es un acto de alto riesgo, porque mientras que endeudarse para invertir es algo sano y natural, en base a la hipótesis de que si la inversión es buena el valor agregado remunerará también el interés bancario, endeudarse para disfrutar de unas vacaciones exóticas o para tener una casa de lujo puede ser un acto similar al de Pinocho que, siguiendo los consejos del Gato y la Zorra, sembraba dinero esperando verlo un día crecer multiplicado en los árboles. Evidentemente, no quiero negar que, dentro de ciertos límites, el crédito al consumo de las familias pueda ser virtuoso para la economía y para el bien común. Pero es aún más cierto que los bancos que prestan demasiado y a las personas equivocadas son igual de incivilizados que los que prestan demasiado poco a las personas justas. Si los banqueros y los consultores financieros se comportan como el Gato y la Zorra, todos al final vivirán, al revés que en los cuentos, “infelices y descontentos”.
Una última consideración. Hay un aspecto importante en toda esta "tempestad" que los medios nunca ponen de relieve. Aquellos que durante estos años han hecho inversiones éticas (en Banca Etica, por ejemplo, o también en muchos bancos cooperativos) hoy se encuentran con un resultado que es, al mismo tiempo, ético, económicamente rentable y muy seguro. Esta crisis está poniendo en tela de juicio el sistema de incentivos y está cambiando los valores en juego, incluso los puramente económicos. Como ha ocurrido muchas veces en la historia, un cambio climático puede determinar la extinción de grandes mamíferos y el desarrollo de organismos más pequeños y ágiles, que en el precedente clima se encontraban en desventaja. Si esta crisis, a pesar de su gravedad y del gran dolor que está causando (el dinero es importante cuando sirve para vivir), sirve para que surja un nuevo pacto social planetario por una economía más ética, amigable y abierta a la gratuidad, entonces habrá sido una “felix culpa”. Si en cambio nos limitamos a ver en nuestras cómodas casas los debates televisivos sobre la crisis, alternando las noticias sobre la caída de bancos con la espera de las colosales ganancias en la lotería, convencidos de que la culpa es solamente de los malos Gato y Zorra de Wall Street o de Piazza Affari, entonces dentro de algunos meses olvidaremos todo, y nos zambulliremos en el doping del consumo. Esperando la siguiente crisis.
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Ahora, después de siete años de «distracción», de improviso estamos tomando conciencia de que había otra «guerra» y otra «seguridad» no menos graves y urgentes que los controles de pasajeros en los aeropuertos. Esta crisis actual nos está, pues, diciendo dramáticamente que el «capitalismo financiero» requiere un nuevo Bretton Woods. Esperemos que esta vez los nuevos acuerdos sean democráticos y tengan en cuenta seriamente a Africa, Asia, y Sudamérica
Detrás de esta crisis hay también una crisis moral, que tiene que ver con nuestra relación con los bienes y nuestro estilo de vida. Endeudarse por encima de las posibilidades de renta es una forma de dopaje similar a la que tiene presos a los «jugadores de azar» de las finanzas. Endeudarse para disfrutar de unas vacaciones exóticas o para tener una casa de lujo puede ser un acto similar al de Pinocho cuando sigue los consejos del Gato y la Zorra. La banca que presta demasiado y a las personas equivocadas no es menos incivilizada que la que presta demasiado poco a las personas justas.
Una última consideración. Aquellos que durante estos años ha hecho inversiones éticas (en Banca Etica, por ejemplo, o también en muchos bancos cooperativos) hoy se encuentran con un resultado que es, al mismo tiempo, ético, económicamente rentable y muy seguro. Esta crisis está poniendo en tela de juicio el sistema de incentivos y está cambiando los valores en juego, incluso los puramente económicos. Como ha ocurrido muchas veces en la historia, un cambio climático puede determinar la extinción de grandes mamíferos y el desarrollo de organismos más pequeños y ágiles, que en el precedente clima se encontraban en desventaja. Si esta crisis sirve para dar vida a un nuevo pacto social planetario por una economía más ética y abierta a la gratuidad, entonces habrá sido una “felix culpa”. Si en cambio nos limitamos a ver en nuestras cómodas casas los debates televisivos sobre la crisis, alternando las noticias sobre las caídas de la Bolsa en espera de colosales ganancias en la lotería, convencidos de que la culpa es sólo de los malos Gato y Zorra de Wall Street, dentro de algunos meses olvidaremos todo, y nos zambulliremos en el doping del consumo. Esperando la siguiente crisis.
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Luigino Bruni
publicado en www.missionline.orgLo que la actual crisis financiera está mostrando es la radical vulnerabilidad del capitalismo de tercera generación. Las crisis como esta son la regla, no la excepción del capitalismo financiero, especialmente hoy cuando la globalización amplifica sus efectos. Inestabilidad y fragilidad son la otra cara de un modelo de desarrollo que permite que cien dólares de renta real se conviertan en mil o más, sin que exista relación alguna entre ese dinero y el trabajo humano.
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El filósofo y periodista Armado Massarenti afirmaba en el dominical de “Il Sole 24ore” del 10 agosto que la única opción racional que le queda a un atleta que en la actualidad se plantee triunfar es el doping. El artículo fue posteriormente comentado por el Prof. D'agostino en Avvenire (13 de agosto).
[fulltext] =>Massarenti llega a esta conclusión citando la teoría de juegos y la racionalidad económica. Esta tesis aparece con frecuencia en periódicos y revistas, pero suele esconder algunos equívocos de fondo. Hay que señalar, en primer lugar, que la receta que Massarenti propone (aumentar las sanciones) es correctísima. Pero hay que decir también que la teoría de juegos no ofrece ningún apoyo científico a la tesis representada por Massarenti sobre el uso del doping por parte de los atletas.
El “juego” al que se refería Massarenti en su artículo es el conocido Dilema del Prisionero. Una de las versiones del juego afirma que si yo sé con certeza, o con mucha probabilidad, que mi adversario (en este caso el atleta) se va a rendir (doparse), mi elección racional será la de hacer lo mismo (doparme).
Pero -este es el punto- esta solución del juego solo es racional si se dan una serie de condiciones muy exigentes y especiales.Sobre todo es necesario que se den tres hipótesis muy “fuertes”:
- La primera hipótesis consiste en dar por supuesto que a mí (atleta), que juego con el atleta que se dopa, solo me interesan los incentivos materiales (éxito, dinero…) y ninguna otra forma de remuneración de tipo ético. En realidad, sabemos (como podemos ver en las últimas olimpiadas) que hay muchos atletas que no se dopan, incluso en un ambiente donde es probable que otros competidores lo hagan, porque atribuyen un valor intrínseco a su actuación deportiva, a la “vocación” y no solo a los incentivos monetarios (las espléndidas palabras de Vezzali tras su oro así lo confirman).
- La segunda hipótesis todavía es más fuerte. Es necesario que el juego no se repita, es decir que los jugadores solo se encuentren una vez. En efecto, si hay probabilidad de que el juego se repita, la solución “no cooperativa” del Dilema del Prisionero (doparse) deja de ser verdadera (como la teoría de juegos demostró hace más de cuarenta años). Para un atleta, el deporte siempre es un juego con repetición, donde los atletas se encuentran muchas veces y en este contexto la teoría económica no demuestra que el doping sea una respuesta “racional”. Es más, podría utilizarse la misma teoría de juegos para demostrar exactamente lo contrario.
- La tercera hipótesis es la de considerar que la opción de hacer trampas en una competición deportiva pueda ser tratada como un juego del tipo “dilema del prisionero”. Yo tengo muchas dudas al respecto.
Por estos y otros motivos es erróneo, desde el punto de vista teórico, aplicar la teoría de juegos para sustentar la racionalidad del acto de doparse en una actividad deportiva. Recurrir a una ciencia para demostrar la racionalidad de una práctica es siempre una operación muy delicada, que exige tener en cuenta las hipótesis que subyacen en una determinada teoría. En caso contrario, no se presta un buen servicio ni a la práctica, ni a la teoría, ni a un supuesto joven con vocación deportiva que se plantee realizar un deporte.
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