Del Informe sobre Desarrollo Sostenible de “Il Sole 24 Ore”, coordinado por Laura La Posta
de Luigino Bruni
publicado en Il Sole24ore, il 02/03/2016
La economía de un país depende sobre todo de sus capitales. En la segunda mitad del siglo XX, Italia fue capaz de realizar un verdadero milagro económico y cívico porque disponía de capitales sociales, morales, espirituales y comunitarios, que el sistema en su conjunto fue capaz de “rentabilizar”. Nunca habríamos transformado un país con una pobreza tan extendida en una de las potencias económicas mundiales sin esos patrimonios (don de los padres: patres munus) hechos de virtudes cívicas, de valiosos sacrificios, de fe y de ideales. Nunca habríamos triplicado el número de empresas (en los años 60 pasamos de 300.000 a un millón) sin la ética campesina y artesana del trabajo bien hecho.
No olvidemos tampoco ese capital inmenso generado por las mujeres que cuidaban de todos: un patrimonio enorme, no reconocido ni remunerado.
A la Italia del siglo XXI le cuesta mucho producir hoy flujos económicos (empleo y PIB, entre ellos) porque ha deteriorado y gastado sus capitales industriales, así como, sobre todo, sus capitales sociales, cívicos y morales. Si no volvemos a ver, medir, cuidar, mantener y reconstituir los stocks, los flujos cada vez serán más escasos. Pero no se puede intervenir en los capitales siguiendo el ciclo político electoral de los países. Los frutos que generan se ven a largo plazo, y los que los recogen no son los mismos que plantaron los árboles. Por eso la cultura política de los tiempos ordinarios no es capaz de reconstruir los capitales, sino únicamente de medir e impulsar los flujos. Cuando se comporta así, es como el apicultor que, ante una disminución de la miel en las colmenas, sigue incentivando a las abejas sin darse cuenta de que el problema está en el deterioro de las flores y las plantas del terreno circundante. Para que la miel aumente, en realidad lo que debería hacer es salir de su hacienda y ponerse a plantar nuevos árboles frutales.
Italia no volverá a ser protagonista en el panorama económico europeo y mundial actual si no empieza a invertir, de otra forma y con mayor intensidad que en las últimas décadas, en los lugares donde se forman los capitales morales y cívicos de las personas. Lo primero en una sociedad moderna, como dicen el papa Francisco y una filósofa tan laica como Martha Nussbaum, es que la escuela y la universidad intensifiquen la formación humanística de los jóvenes, la historia, la literatura, la poesía y el arte, porque es allí donde se regeneran los grandes códigos simbólicos capaces de generar también flujos económicos. Las técnicas y los instrumentos que están inundando la escuela y la universidad no son la prioridad de la educación, entre otras cosas, porque con la velocidad característica de nuestro tiempo, ninguna técnica es capaz de enseñar de verdad un oficio, que se aprende haciendo. Una política que esté verdaderamente a favor del bien común no debería reducir el arte y las humanidades en la formación de los jóvenes, sino aumentarlas con todas las (escasas) energías morales que todavía le quedan.
Después, habría que trabajar más en la cohesión social, que es donde se entrelazan los capitales cívicos de un pueblo. La desigualdad creciente destruye la cohesión social, como también la destruye la reducción de los espacios públicos habitados o la proliferación de los juegos de azar.
Necesitamos innovaciones económicas y sociales. Pero hay que recordar que el primer y más antiguo uso de la palabra innovación es botánico: hay innovación cuando una rama emite una nueva yema. El árbol innova floreciendo, generando nueva vida. No se puede innovar sin raíces, sin tierra buena, sin árboles y sin ramas. Tampoco sin la mano y sin los cuidados del agricultor o el jardinero. Las innovaciones que nuestra economía necesita requieren muchas cosas, como buenas finanzas y buenos bancos. Pero antes están las raíces y la fertilidad del humus. Volveremos a innovar de verdad cuando cuidemos las raíces y el humus agostado, cuando tengamos manos expertas y generosas, incluyendo la mano del mercado y la pública. En caso contrario, seguiremos viendo las colmenas vacías y responsabilizando a las abejas.