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Un grupo de 5 piratas encuentra un tesoro de 100 lingotes de oro en una isla desierta. Entre ellos rige esta regla: el más anciano debe hacer primero una propuesta de acuerdo para repartir el tesoro encontrado, pero si no logra la mayoría de los votos (el voto del más anciano vale el doble en caso de empate) es eliminado por los otros cuatro compañeros (es expulsado del barco), y será el segundo más anciano el que haga su oferta de repartición con la misma regla, y así sucesivamente.
[fulltext] =>Si los piratas son racionales y auto-interesados, la mejor oferta que el más anciano debe hacer para obtener el consenso es la siguiente: ofrecer un solo lingote al tercero, uno al quinto y quedarse con los restantes 98.
(La demostración no es común pero puede ser intuida razonando al revés, partiendo del final: ¿por qué el tercer y el quinto pirata – los únicos a los cuales el primero les pide el voto – deberían rechazar la oferta? Si no la aceptaran y eliminaran al primero, el turno pasaría al segundo: ¿qué les ofrecerá a los tres que quedan? Le ofrecerá uno al cuarto (el penúltimo), y nada a los otros dos, que son exactamente el 3º y el 5º, a los cuales el anciano les había ofrecido 1. Puesto que tienen que comparar entre 1 y 0, aceptarán la oferta del más anciano).
Esta historieta es una buena representación de cómo se alcanzan los acuerdos entre individuos racionales y auto-interesados en contextos de elección no repetidos o trágicos, cuando existe una asimetría de poder entre las partes, y cuando alguno tiene el poder de realizar el primer movimiento, sabiendo que, si no pasa, tiene que abandonar el juego, pasando el poder pasa al segundo y así sucesivamente. El mensaje que encierra este juego es el siguiente: para no ser eliminado, nunca hay que buscar el acuerdo con el segundo, sino con el último, aun teniendo un amplio poder. Ahora, imaginemos que los grupos sean 5, ordenados en numero de votos recibidos en el primer turno. ¿Qué aconseja en este caso la lógica de este juego? El primero de los cinco, si no quiere equivocar la oferta y dejar el campo al segundo, debe aliarse con dos grupos menores, el tercero y sobre todo el quinto, el más debil. No debe buscar al tercero y el cuarto, sino el tercero y el ultimo, porque el cuarto no aceptaría la oferta o es menos probable que la acepte que el 1º y el 3º (pero querría más de 1 lingote, porque podría obtener al menos la misma oferta del segundo). Es decir, las alianzas tienden a ser: 1-3-5 de una parte, 2-4 de la otra.
Otros dos corolarios:
1. El primer proponente para salvarse (no ser expulsado de la nave o vencer) no debe ofrecer un reparto equitativo (20 a cada uno), sino fuertemente inicuo. En efecto, si hubiese ofrecido una distribución diferente de (98, 1, 1), una tripulación racional lo hubiera expulsado del barco (no hubiera logrado el acuerdo, porque los jugadores hubieran podido obtener en el segundo turno la misma asignación pero con uno menos (25 cada uno, 100/4), y así sucesivamente.
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2. El juego cambia radicalmente cuando los piratas son muchos y superan determinado umbral. Si por ejemplo con un tesoro de 100 los jugadores fuesen más de 200, el primer proponente salvaría la vida (o evitaría un baño en el océano) únicamente repartiendo el dinero sin quedarse con nada (debería dar un lingote a todo pirata numerado par, hasta el 198°).
¿Pueden estas reflexiones servir para algo práctico? ¡Quién sabe!por Luigino Bruni
Un grupo de 5 piratas encuentra un tesoro de 100 lingotes de oro en una isla desierta. Entre ellos rige esta regla: el más anciano debe hacer primero una propuesta de acuerdo para repartir el tesoro encontrado, pero si no logra la mayoría de los votos (el voto del más anciano vale el doble en caso de empate) es eliminado por los otros cuatro compañeros (es expulsado del barco), y será el segundo más anciano el que haga su oferta de repartición con la misma regla, y así sucesivamente.
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por Luigino Bruni
editorial publicado en Mondo e Missione n.5/2011
La economía globalizada es una máquina potentísima, pero frágil e inestable. Este es uno de los mensajes que podemos sacar de la crisis que estamos atravesando. La economía globalizada crea enormes oportunidades de riqueza, pero produce también nuevos costes, una incertidumbre radical de los sistemas financieros y fuertes desequilibrios sociales. Muchas veces las consecuencias de las crisis las pagan otros sectores distintos de los que las provocaron y normalmente son mucho más pobres. Por eso la justicia social es hoy directamente el tema dominante de la nueva economía. Lo estamos viendo en Oriente Medio (no olvidemos que lo que ha desencadenado la revolución de estos meses son problemas de justicia económica), y creo que lo seguiremos viendo en los próximos años en los países árabes, pero también en China e India donde, una vez que las libertades individuales y la democracia levanten el vuelo, dejará de tolerarse la enorme desigualdad que encontramos hoy en estos nuevos colosos.
[fulltext] =>Estoy convencido de que el mundo se está haciendo cada vez más intolerante con respecto a la desigualdad, dentro de cada país y entre distintos países, como si el hombre post-moderno, informado y global, después de la democracia política empezara a pedir seriamente democracia económica. Y parece que se está dando cuenta, aunque tarde y con dificultad, de que la democracia económica es parte esencial de la democracia política. En efecto, el mercado, que es un ámbito de la vida en común regido por la regla de oro de la ventaja mutua, no es capaz de asegurar la justicia distributiva, sino más bien todo lo contrario. A no ser que vaya acompañado de otros principios e instituciones coesenciales, con el tiempo el mercado tiende a aumentar las desigualdades. El mercado es, por una parte, un lugar de libertad y creatividad que se basa en el talento individual y los talentos no están uniformemente distribuidos entre la población. Pero por otra parte, en la competición del mercado no salimos todos de la misma línea y aquellos que hoy tienen más (recursos, educación, oportunidades …) tienden a tener todavía más mañana.
Entonces ¿qué podemos hacer?
El 29 de mayo de 2011 es el aniversario de la institución de la Economía de Comunión (EdC), el proyecto económico lanzado en Brasil por Chiara Lubich, en el mismo mes en que Juan Pablo II publicó la Centesimus annus, una encíclica que Chiara leyó y meditó durante aquel viaje. En esta ocasión, representantes del mundo de la EdC volverán a encontrarse en Sao Paulo del 25 al 29 de mayo para hacer balance de estos primeros 20 años y sobre todo para mirar a los próximos 20 (www.edc-online.org). El mensaje lanzado por Chiara durante aquel viaje a Brasil sigue hoy muy vivo, está creciendo y madurando en la historia, mucho más allá de la comunidad (los Focolares) en la que nació, como bien ha percibido Benedicto XVI cuando ha querido señalarla en la Caritas in Veritate como una experiencia a desarrollar y difundir..
El mensaje es sencillo y claro: la empresa debe ser antes que nada un instrumento y un lugar de inclusión, de comunión y de justicia, ya que a la vez que produce riqueza se encarga de redistribuirla. Si queremos que la democracia económica y la justicia redistributiva crezcan, no podemos dejarlo todo en manos de los estados o los gobiernos. Debe ser la propia empresa, impulsada por la sociedad civil y por los ciudadanos del mundo, la que evolucione y empiece a ocuparse de cosas nuevas, de las “res novae” del contexto globalizado en que vivimos. La empresa no puede limitarse a operar dentro de la legalidad, pagar los impuestos (aun cuando lo haga) y hacer un poco de filantropía para apaciguar a los clientes. En esta nueva fase, a la empresa se le pide más, mucho más, si queremos que la sociedad civil considere a la empresa y a la economía como amigas del Bien común. Bienvenido sea el cumpleaños de la EdC si sirve para recordar a todas las empresas esta necesidad de convertirse en otra cosa, de evolucionar hacia una economía a la medida del hombre.
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por Barbara Faverio
publicado en “La Provincia” el 30/03/2011
Disponer de bienes es indispensable para el bienestar, pero un exceso de riqueza puede conducir a una degradación de las características relacionales y ambientales. Lo explica Luigino Bruni, profesor en la Facultad de Economía de la Universidad Bicocca de Milán, protagonista hoy del debate con monseñor Diego Coletti.
Profesor Bruni, ¿qué es el bienestar para un economista?
Para un economista el bienestar es muy parecido al de todos los demás. Con una particularidad: atribuye más peso a los aspectos materiales de la vida para el bienestar general de las personas. Los economistas (más los de ayer que los de hoy) saben que, cuando se es pobre, la renta es muy importante, ya que por lo general aumenta la libertad de las personas.
[fulltext] =>El desarrollo es libertad, como reza el título de un libro del economista A. Sen (contemporáneo, pero más cercano a Smith que a sus colegas de hoy). Una frase que no está lejos de otras de Pablo VI sobre el desarrollo. Al mismo tiempo hoy nos estamos dando cuenta de que cuando el bienestar material supera un determinado umbral (el que garantiza una vida decente), el bienestar económico puede entrar en conflicto con el bienestar general. Es la conocida como “paradoja de la felicidad”.
La crisis económica ¿ha obligado a redefinir el concepto de bienestar?
En parte sí, porque nos ha mostrado al menos dos cosas: que la riqueza que no viene del trabajo (como la especulación financiera) raramente se transforma en bienestar y que el mercado, para funcionar bien, necesita que haya confianza entre las personas. En otros términos, el contrato necesita que haya un pacto subyacente que genere confianza. La crisis ha supuesto la demostración de que unas finanzas autorreguladas, que crean poder funcionar sin referencia a un pacto de lealtad y corrección entre personas e instituciones, no producen bienestar, sino “mal común”.
En su opinión ¿cómo deberíamos comportarnos?
Valorar más los bienes relacionales y menos los bienes de consumo. Los bienes de consumo se destruyen con el uso y muchas veces nos dejan insatisfechos (por lo que volvemos a comprar), mientras que los bienes relacionales (amistad, amor, comunidad) aumentan con el uso y son una inversión que produce mucho bienestar a lo largo del tiempo.
Usted ha estudiado el tema de la felicidad en economía, ¿qué relación hay entre bienes y bienestar?
Cuando la renta (per-capita o como país) es baja, el aumento de renta produce también aumento de bienestar, en general. Cuando se alcanza determinado nivel, el signo puede invertirse, porque el aumento de renta “contamina” a otros bienes como los medioambientales, los relacionales y los espirituales y así podemos encontrarnos más opulentos y menos satisfechos.
¿Pero la economía está autorizada a ocuparse también de las relaciones entre los seres humanos?
No solo está autorizada, sino que debe hacerlo, porque si no se ocupa de ellas, simplemente las destruye. En los años sesenta, la economía no “veía” los bienes medioambientales y teorizaba empresas eficientes que, en cambio, estaban destruyendo el medio ambiente. Si hoy la economía no “ve” las relaciones humanas como bienes, da consejos de política económica donde las relaciones humanas cada vez son más costosas y difíciles (pensemos en la construcción de las ciudades, en los lugares de trabajo, en los transportes, en las guarderías, en los ancianos, en los supermercados, etc.).
La economía de hoy ¿trata de alcanzar un modelo de bienestar compatible con una visión global del hombre?
Todavía no, pero hay un gran debate abierto y las crisis que estamos viviendo pueden ayudar a tomar conciencia individual y colectiva.
El concepto de gratuidad ¿puede añadir valor a la dimensión existencial?
La gratuidad es una condición del ser humano, porque expresa un exceso sobre lo que es debido y por ello expresa libertad. Sin gratuidad no tendríamos trabajadores sino sólo máquinas y ordenadores. Una economía sin gratuidad no traspasa el umbral de lo humano y tampoco el de la economía que es la gestión de la casa de los seres humanos y del planeta.
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por Barbara Faverio
publicado en “La Provincia” el 30/03/2011
Disponer de bienes es indispensable para el bienestar, pero un exceso de riqueza puede conducir a una degradación de las características relacionales y ambientales. Lo explica Luigino Bruni, profesor en la Facultad de Economía de la Universidad Bicocca de Milán, protagonista hoy del debate con monseñor Diego Coletti.
Profesor Bruni, ¿qué es el bienestar para un economista?
Para un economista el bienestar es muy parecido al de todos los demás. Con una particularidad: atribuye más peso a los aspectos materiales de la vida para el bienestar general de las personas. Los economistas (más los de ayer que los de hoy) saben que, cuando se es pobre, la renta es muy importante, ya que por lo general aumenta la libertad de las personas.
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publicado en GVonline el 14 de febrero de 2011
¿Es posible que la salida a la difícil situación actual de la economía italiana y mundial venga de la intuición y de las primeras elaboraciones teóricas de una mujer que en su día fue “rechazada” por la Universidad de Venecia y nunca llegó a graduarse?
Es posible si esa mujer es Chiara Lubich, la fundadora del Movimiento de los Focolares fallecida en 2008 y si el tema de su construcción teórica es la “economía de comunión”.
[fulltext] =>En Venecia no la quisieron... «Chiara no pudo ir a la Universidad de Venecia, aunque lo deseó con fuerza. Casi como un consuelo, sintió que Jesús le decía: ‘yo seré tu maestro’. Por eso siempre buscó la justificación teórica y científica del carisma del movimiento que fundó. Y por eso yo me ocupo de la ‘economía de comunión’ desde 1998, porque Chiara, impresionada por la pobreza de las favelas brasileñas que visitó, me encargó una parte de esa investigación ». Quien así habla es Luigino Bruni, profesor de la Universidad Bicocca de Milán y, sobre todo, del Instituto Universitario Sophia de Loppiano, la ciudadela de los Focolares.
«Cuando, el 7 de mayo de 1998, Chiara me llamó por teléfono a Inglaterra, donde estaba realizando mi doctorado en economía, para pedirme que estudiara la “economía de comunión” fundada por ella en 1991, casi no me lo podía creer. Me invitaba a formar parte de la escuela Abbá del movimiento, que aglutinaba a una veintena de estudiosos de distintas disciplinas y que para nosotros era un poco como la academia de los Nobel. Le dije que sí y desde 1998 hasta 2006, cuando su salud empezó a empeorar, me reunía todos los sábados con Chiara y con los demás estudiosos para elaborar la justificación teórica multidisciplinar (económica, teológica, filosófica y sociológica a la vez) de todo lo que estaba realizando el movimiento ».
Los pobres son protagonistas. Pero ¿qué es la “economía de comunión”? «Una visión de los actores de la economía como personas que entran en relación unas con otras para alcanzar juntos el bien (también el bien que puede medirse en economía) propio y ajeno. No personas interesadas únicamente en su propio interés individual que se comportan como si los demás no existieran, como postula el pensamiento económico dominante. Eso implica una gran responsabilidad hacia los pobres, hasta el punto de involucrar a los empresarios y a sus empresas para ayudarles », explica Giuseppe Argiolas, que enseña en la Universidad de Cagliari “economía y gestión de empresas” e imparte en Sophia un curso de “dirección de la economía de comunión”.
¿Pero funciona? «Las experiencias de economía de comunión todavía están relativamente poco extendidas por el mundo y no hay que considerarlas como el único camino sino como uno de los buenos caminos – concluye Argiolas – pero muchos empresarios se acercan a ellas cada vez con más atención, sobre todo ahora que otros enfoques han mostrado su ineficiencia. Cuando les pido a mis estudiantes de Cagliari, a los que les presento la economía de comunión como un caso de responsabilidad social corporativa pero sin nombrarla, que me digan cuál es la parte del curso que más les ha convencido, siempre me señalan este tema ».
Ampliación del artículo anterior:
800 empresas ponen en práctica la economía de comunión
publicado en GVonline el 14 de febrero de 2011
La elaboración teórica y la primera realización práctica de la economía de comunión se realizan en Loppiano, un barrio de Incisa en la provincia de Florencia, donde se encuentra la ciudadela de los Focolares. «Chiara decía que no hacían falta más universidades en las ciudades, sino universidades en las ciudades nuevas », explica Luigino Bruni, el estudioso – ahora presente también en el Marcianum – que es responsable de este tema en el movimiento de los Focolares.
Continúa: «Esto es precisamente – gracias al carisma de Chiara y a la infatigable labor de Piero Coda, el teólogo que siempre la ha acompañado – lo que hacemos en el Instituto Universitario Sophia, donde tratamos de los “fundamentos y perspectivas de una cultura de la unidad” en una clave multidisciplinar que comprende la teología, la filosofía, las ciencias sociales y la racionalidad lógico-científica de las matemáticas y la física ».
Sophia cuenta hoy con un centenar de jóvenes estudiantes de todo el mundo y con una comunidad de 30 profesores, entre permanentes y encargados, también ellos originarios de distintos países. ¿La realización práctica? Está formada por 800 empresas (250 en Italia) que actúan en todo el mundo de acuerdo con este tipo de economía y que tienen un importante centro de recogida e incubación en el “Polo Lionello Bonfanti”, situado cerca de Loppiano, que pone a disposición de las 20 empresas actualmente instaladas en él 9.600 m2. de superficie en tres alturas y todos los servicios que estas empresas necesitan. (F.P.)
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inventar un lenguaje
por Luigino Bruni
publicado en Il Regno-att. n.2/2011
He leído con placer en la revista (Regno-att. 20,2010, 714), el importante artículo del profesor Severino Dianich, que es en mi opinión uno de los mejores y más originales teólogos europeos. La lectura del artículo ha sido agradable y cautivadora, tanto por los temas que trata como por la forma, abierta e innovadora, en que los trata. Habla de aspectos cruciales para el presente y el futuro de la Iglesia y por ello también para la sociedad y la cultura. Su lectura me ha provocado algunas reflexiones: dos directamente relacionadas con las tesis que mantiene el artículo y otras más generales pero que tienen que ver con las cuestiones que se abordan en el texto. Intentaré exponerlas ordenadamente.
[fulltext] =>El primer punto que me gustaría poner de relieve es lo que yo llamaría la “italianidad” del análisis de Dianich, que está muy ligado a la situación de la Iglesia en Italia. En casi todos los demás países del mundo en los que la Iglesia católica está presente, desde siempre o desde hace décadas, los cristianos viven en condiciones de minoría y llevan tiempo dando respuestas explícitas o implícitas a las cuestiones que señala Dianich. Por este motivo, el título del artículo podría haber sido: “La Iglesia en Italia. ¿Qué hacer?”.
En segundo lugar, el lúcido análisis expuesto en el artículo está completamente centrado en la Iglesia como institución o, en el lenguaje de von Balthasar, en el «perfil petrino». No hay prácticamente ninguna alusión a la dimensión o perfil carismático de la Iglesia, ni a los carismas que podríamos llamar «antiguos» (órdenes, institutos, congregaciones…) ni a los nuevos (movimientos y nuevas comunidades). Si se hubiera introducido este perfil coesencial, el análisis de la situación de la Iglesia habría resultado más complejo y distinto tanto en las luces como en las sombras. Si salimos de las fronteras institucionales y entramos en el territorio de los carismas presentes en la Iglesia, tal vez descubramos que las señales de estima, profecía y relevancia cívica de los católicos no son tan tenues. Tomemos como ejemplo el gran mundo de los carismas «antiguos»: aunque tenga en común con la Iglesia-institución muchas de las preocupaciones que señala Dianich, por lo general la opinión pública (no solo católica) lo sigue percibiendo como una presencia relevante y valiosa para la sociedad, desde las guarderías a las obras de asistencia y desde la vida espiritual a los oratorios. Por ello, el título podría modificarse un poco más: “La Iglesia-institución en Italia. ¿Qué hacer?”.
Perfil petrino y perfil mariano
Dicho esto con humildad, simpatía y respeto hacia quien intenta hacer un análisis serio de la Iglesia en una época de cambios enormes, en la segunda parte de esta nota me detendré en la segunda mitad del artículo, es decir en el «qué hacer».
Mi punto de observación no es el de la teología, sino el de un estudioso de las ciencias sociales, económicas e históricas, además de observador de la dinámica civil y cultural de mi tiempo. Respecto a «qué hacer», para mí hay un aspecto absolutamente central, si bien en este sentido siempre es más fácil encontrar preguntas que dar respuestas.
Tengo la fuerte impresión de que la Iglesia (sobre todo la institución, pero no solo ella) aparece cada vez más distante de las cuestiones ordinarias, urgentes y vitales de la gente. La gente no siente os grandes temas en los que se concentran nuestras batallas de los últimos años como urgentes, cercanos y capaces de mover las grandes pasiones del vivir. No quiero decir que las uniones homosexuales, el final de la vida o la fecundación asistida heteróloga no sean cosas graves y alejadas del evangelio, ni irrelevantes para la vida de las personas y para la calidad de nuestro presente y de nuestro futuro. Sólo quiero decir que no son cuestiones que nos sitúen en el centro de la vida ordinaria de la gente, que muevan el entusiasmo, que respondan a las grandes preguntas del día a día.
Hasta hace algunas décadas (lo digo sin ningún tipo de añoranza), aunque con luces y sombras, la Iglesia estaba presente en el día a día de la vida, ponía su presencia en el corazón de los deseos y las pasiones corrientes. Pensemos en el gran tema de la fiesta, que la Iglesia ha llenado de sentido hasta hace poco, o en los ritos de paso de la vida, la eternidad, el luto…, temas relacionados con las grandes preguntas pre-modernas.
Hoy muchas de estas preguntas (no todas) han cambiado radicalmente, pero si no somos de nuevo capaces de descifrarlas, salir a su encuentro y entrar en ellas para «habitarlas», la creciente marginalidad no será más que un efecto de algo mucho más profundo y radical. Estas preguntas corrientes y del día a día, hoy tienen que ver con la vida económica y política, con las ciudades, con la multiculturalidad y con muchas cosas más.
La nueva evangelización exige de manera preliminar una nueva inculturación, en una postmodernidad que es un hecho cultural completamente nuevo. Los instrumentos para esa nueva inculturación no pueden ser preferentemente encíclicas, documentos, libros y homilías. Hay que inventar nuevos instrumentos con creatividad y valor profético.
Esta nueva inculturación remite a la otra gran cuestión: el lenguaje o código simbólico utilizado por la Iglesia. Recuerdo un episodio personal. Como conclusión de un curso de verano para jóvenes, estaba prevista la celebración de la misa dominical. Al no ver a muchos de los estudiantes en la iglesia, me asomé fuera y vi un grupo de jóvenes que estaban hablando con pasión y ardor ideal de gratuidad, don y reciprocidad, temas de los que se había hablado durante el curso. Pero no entendían que dentro se estaba celebrando, con una potencia enormemente superior a la del lenguaje hablado, un acontecimiento que «decía» esas mismas realidades (y mucho más).
Nuestro lenguaje y nuestros símbolos ya no son capaces de pronunciar palabras “theóforas”. Se va perdiendo mucha semántica evangélica y sapiencial precisamente porque no somos suficientemente capaces de resemantizar esas verdades con signos y palabras que puedan comprenderse.
Por ejemplo, cuando hoy una persona culta (cristiana o no) lee un ejemplar de una revista de teología ya no siente (salvo en raras ocasiones) que en esas páginas se hable también de su vida, de sus problemas corrientes y de los de la gente de su tiempo, de las grandes cuestiones de su existencia y de la de los demás. No porque esas cuestiones no estén presentes en sus páginas, sino porque la sintaxis y la semántica de su discurso pertenecen a un universo simbólico y cultural que hoy queda demasiado lejos del día a día.
En la teología, sin embargo, ha habido épocas (no todas, pero sí algunas) en las que las quaestiones disputatae en las scholae e en los studia se percibían como urgentes y relevantes también para los comerciantes, los banqueros y los políticos de su tiempo.
Los signos de los tiempos
Creo, para terminar, que esta operación urgente de nueva inculturación y de nueva mediación lingüística y simbólica podrá tener éxito si, como cristianos, nos tomamos más en serio la modernidad y la post (después) modernidad.
Como sabemos, muchos (casi todos) de los principios y conquistas de los últimos siglos en Occidente (igualdad, libertad, fraternidad entre seres iguales y libres, derechos individuales, etc.) son también, aunque no completamente, hijas de la maduración de la semilla del cristianismo en Europa, incluso esas expresiones que muchas veces la Iglesia combate porque no reconoce como suyas. Se trata de reconocer las semillas de verdad que están madurando o que han madurado fuera de la Iglesia (los derechos de las mujeres, la ética medioambiental, los derechos de los animales, etc.) y que son un auténtico don también para la Iglesia, para que pueda comprender con mayor profundidad su propia función y misión y pueda encontrar hoy un nuevo lenguaje.
Existe, en efecto, un magisterio laico que, sobre todo en nuestro tiempo, tiene muchas cosas importantes que decir, también y de manera especial a los cristianos. Estoy pensando, para no salir de mi ámbito, en personas (como el economista A. Sen) que nos desvelan dimensiones nuevas y desconocidas de la pobreza, de los derechos y de otras cuestiones esenciales para la Iglesia misma.
En sus fases más luminosas (no menos difíciles que la actual), al igual que en los primeros siglos apostólicos o durante la época de los padres o de la gran Escolástica, la Iglesia ha incluido en sus síntesis elementos de verdad procedentes del mundo griego, romano, árabe o germánico. Ha sido Iglesia porque ha sido más grande que la iglesia. Creo que hoy nos espera un desafío parecido, no menos importante, pero que no puede dejarse de lado mucho más tiempo.
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inventar un lenguaje
por Luigino Bruni
publicado en Il Regno-att. n.2/2011
He leído con placer en la revista (Regno-att. 20,2010, 714), el importante artículo del profesor Severino Dianich, que es en mi opinión uno de los mejores y más originales teólogos europeos. La lectura del artículo ha sido agradable y cautivadora, tanto por los temas que trata como por la forma, abierta e innovadora, en que los trata. Habla de aspectos cruciales para el presente y el futuro de la Iglesia y por ello también para la sociedad y la cultura. Su lectura me ha provocado algunas reflexiones: dos directamente relacionadas con las tesis que mantiene el artículo y otras más generales pero que tienen que ver con las cuestiones que se abordan en el texto. Intentaré exponerlas ordenadamente.
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por Luigino Bruni
El acontecimiento central de la última jornada de la conferencia ha sido la firma del convenio entre Economy of Communion y la Universidad Católica para desarrollar conjuntamente la EdC en los próximos años. Ha sido un momento verdaderamente solemne, fuerte, simbólico y lleno de significado. El día anterior el Nuncio había celebrado una liturgia con toda la universidad.
[fulltext] =>Yo no sé cómo serían las liturgias de los primeros cristianos de Antioquía, ni las de Francisco de Asís, ni he asistido a liturgias en los Andes o en Australia, pero creo que es verdaderamente difícil imaginar misas más hermosas que las que he visto aquí. Bastarían la danza inicial con la se abren las liturgias oficiales y los cantos en lengua tradicional para que estas liturgias ya fueran espléndidas. La misma solemnidad de las misas es la que hemos encontrado en la firma de este pacto por parte del rector, Prof. Maviiri y mía. Era una firma seria, comprometedora, un pacto o covenant (alianza, como en el Génesis), que nos compromete aún máscon Africa para los próximos años.
El compromiso que hemos adquirido juntos consiste en asegurar la realización de dos cursos (de 3 semanas) sobre la EdC, uno para los estudiantes de master y otro para todos, a partir de este mes de julio. La idea es desarrollar cada vez más esta colaboración, involucrando también al Instituto Universitario Sophia (el Rector participó en su inauguración).
En mi breve discurso oficial, he dicho tres cosas:
1. No hemos venido a Africa para dar recetas sino atraídos por la vida que ya existía aquí, sobre todo en nuestras comunidades que llevan 50 años en Africa y se han extendido por todos los países. Hemos venido como una respuesta de amor a un gran amor por Africa, que se extiende a todos los que (a veces por un deseo implícito o explícito de reparar los muchos dolores provocados por Occidente) han venido a lo largo de los siglos a estas tierras morenas.
2. Todavía no sé si la EdC será útil para Africa. Lo que es seguro es que Africa ha sido muy importante para la EdC, porque nos ha permitido comprender mejor aún las potencialidades y características de la intuición de Chiara Lubich.
3. "No EdC without Africa" [ninguna EdC sin Africa] han sido mis palabras finales, invitándoles a los actos que tendrán lugar el próximo mes de mayo en Brasil, con ocasión del 20º aniversario del proyecto, para que la presencia de Africa en la red mundial de la EdC sea aún más visible.
¿Qué aporta este viaje a la EdC? Hay algunas realidades que resaltan con fuerza.
En primer lugar que la principal manera de aliviar la pobreza extrema que propone la EdC no es primariamente la redistribución de la riqueza (tomar de los ricos para dar a los pobres) sino la creación de nueva riqueza, incluyendo en el proceso a las personas con dificultades. Se trata de aumentar las tartas, no solamente de cortar de forma distinta los trozos de una determinada tarta.
En segundo lugar, la EdC se muestra cada vez más como una visión económica abierta a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sobre todo ahora que aparece también en la encíclica.
Además ha sido fuerte, en ese contexto, comprender de nuevo que la EdC necesita para funcionar una relación directa con la pobreza. Cuando Chiara Lubich la lanzó, impresionada por la corona de espinas, por la pobreza que encontró en Sao Paulo y en Brasil en general, lo primero que hizo fue llamar a la comunidad brasileña a hacer algo más para resolver aquel escándalo. Entonces Brasil se puso en marcha, pobres pero muchos, construyendo el primer parque empresarial, alcanzando las 100 empresas... porque la EdC estaba vinculada (hoy tal vez menos directamente en Brasil) a un problema evidente y directo de pobreza. Si falta este contacto directo, las empresas de la EdC no terminan de entender el sentido de lo que hacen. Además, no puede ser suficiente recoger dinero en Europa para usarlo en otras partes del mundo dentro de nuestro movimiento, porque ese es un vínculo demasiado blando, al menos con el paso de los años.
Entonces ¿qué podemos hacer? De momento conseguir que sea más evidente el vínculo entre la actividad de todas las empresas y algunos proyectos (más ambiciosos y más grandes) que la EdC en su conjunto lleva adelante en el mundo. Después de 20 años, los micro proyectos no son suficientes para mantener viva en los empresarios la pasión que les impulsa a donar buena parte de los beneficios. Hay que hacer algo más y en mi opinión con mayor decisión. Hay que relanzar en los empresarios de la EdC del mundo entero una nueva época de creatividad para descubrir los distintos tipos de pobreza (no solo material) de sus ciudades y hacer algo directamente por ellos, tal vez juntos.
La EdC nace porque un mundo dividido en personas necesitadas en un lado y personas opulentas en el otro no puede ser "un mundo unido" (el carisma de la unidad de Chiara Lubich). Por ello la EdC siempre tendrá una mirada especial sobre la pobreza (y sobre la riqueza no compartida, que es otra forma de “miseria”) y no solo en algunos países del mundo.
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Para comprender la EdC hace falta “hambre de vida y de futuro"
por Luigino Bruni
Nairobi, 26 de enero de 2011 – Ayer terminó la 1ª Escuela Panafricana de EdC en la Mariápolis Piero y hoy, precisamente en el 30º aniversario de la muerte aquí en Nairobi de Piero Pasolini (uno de los primeros focolarinos que trajo el carisma de la unidad a Africa ndr), hemos comenzado la conferencia en la Universidad Católica.
[fulltext] =>La scuela panafricana ha sido uno de los eventos más fuertes que yo recuerde con la EdC. Estos pueblos (y los países representados eran muchos, de toda el Africa subsahariana) tienen una pureza en su adhesión al carisma de Chiara Lubich que me ha impresionado mucho. Les invitamos a hacer un pacto de compromiso para extender la Economía de Comunión en Africa, poniendo su firma en una hoja en blanco, significando que era una opción libre por un pacto serio y que sólo debía firmar quien sintiera esta vocación a la EdC por amor de Africa.
Muchísimos firmaron, con una gran solemnidad y ayer, en la misa con el Nuncio dejamos las 4 hojas de firmas en el altar.Genevieve Sanze era quien debía llevarlas y decir una oración durante el ofertorio, pero ella me pidió que lo hiciera yo. Y yo, pillado de improviso, cuando traté de abrir la boca para decir más o menos "Señor, acoge estas firmas que son la vida que ofrecemos para que pueda extenderse en Africa una economía de comunión…”, me bloqueé y no conseguí hablar debido a la fuerte emoción que me embargaba.
En un instante me vino a la cabeza, como en una película, el sufrimiento de estos pueblos, mis hermanos europeos que vinieron a estas tierras a arrancar personas y recursos, tratándoles como esclavos, como medias personas. Entonces pensé en Chiara Lubich, en los muchos misioneros que vinieron aquí en siglos pasados, dando su vida (¡cuántos murieron!) poniendo en marcha obras sociales para aliviar los sufrimientos de estos pueblos, en nuestros focolarinos y focolarinas que han dado y siguen dando la vida. Pero sobre todo veía al centenar de personas que tenía delante, una a una, donándose para que también a través de la EdC Africa pueda encontrar su camino.
Había mucho amor y mucha esperanza en aquellas firmas. Y yo me bloqueé y quedé mal con el Nuncio (¡al que me habían presentado como responsable del proyecto!). Pero esas lágrimas crearon más fraternidad e igualdad con todos, tal vez para mostrar que no habíamos ido allí para hablar de teorías, sino que sentimos en nuestra piel las alegrías, esperanzas y dolores de su tierra.
La liturgia del primer día hablaba de la elección de los doce por Jesús. Hoy, la liturgia hablaba de cuando Jesús eligió a los 72 discípulos. Todo hablaba de misión, de apostolado. La liturgia nos acompaña siempre en estos momentos de fundación.
Estamos viviendo un momento importante: para muchos es como revivir algo parecido a la “bomba de Brasil”.
Stiamo vivendo un momento importante: per tanti è rivivere qualcosa di simile alla “bomba brasiliana”.
Concretamente:
• Se han levantado los primeros 15 socios del futuro parque empresarial de la Mariápolis Piero y ya han llegado los primeros fondos.• Una decena de empresarios presentes se han sumado formalmente a la EdC con sus empresas y esto me parece algo inmenso. Se han dibujado algunos proyectos concretos a iniciativa suya. En uno de ellos, en Burundi, el Bangko Kabayan entrará como socio en un programa de micro créditos, comenzando de esta manera su primera actividad fuera de Filipinas.
• Se ha formado la comisión panafricana de EdC, con Genevieve Sanze (miembro también de la Comisión Internacional) como coordinadora, dos secretarios en la Mariápolis Piero (que será la sede de esta comisión) y un representante de cada zona de Africa.
Teresa Ganzon, John Mundell, Leo Andringa, Giampietro y Elisa Parolin, Francesco Tortorella, y sus familias, han sido un don para todos. La fiesta fue estupenda y muchos de los invitados (John y su mujer Julie, Giampietro, Leo y Anneke, Teresa, su marido Francis y su hija Alexandra) participaron con números artísticos.
Hermoso también el entendimiento entre todos, incluidos los responsables del Movimiento de los Focolares aquí. Aunque se trabaje mucho, hacerlo juntos hace que el yugo sea suave y ligero. Sobre todo hay mucha alegría, nos reímos mucho.
A partir de hoy estamos en la CUEA: Muchos participantes en la Escuela han venido, añadiéndose a los estudiantes y profesores de aquí. Hemos comenzado con el mensaje del Cardenal Presidente de Justicia y Paz, del Vaticano. Después, las ponencias sobre EdC y cultura africana, con un vivo diálogo e interés. La comida ha sido muy elegante. Por la tarde hemos continuado los trabajos. El contexto ha cambiado pero la sensación de estar viviendo días especiales es igualmente fuerte.
De este congreso debería surgir un curso permanente sobre EdC, a cargo de profesores de nuestro grupo. Debemos invertir en Africa. Hay necesidad y entusiasmo. Estos pueblos más “jóvenes” (aunque estamos cerca del valle del Rift) tienen un hambre de vida y de futuro que es la precondición para comprender la EdC y antes aún el carisma de la unidad de Chiara Lubich. Si falta esta “hambre” no cabe esperar que nadie pueda entender el carisma. Aquí la gente quiere vivir. Me ha impresionado ver cuánto les gusta estudiar a los jóvenes de aquí. Para ellos entrar en la universidad es la empresa de su vida, porque significa futuro. Se ven jóvenes estudiando por la calle, bajo las farolas, porque no todos tienen luz en casa … (y pensaba en nuestros estudiantes, muchas veces desganados porque lo tienen todo y se les ha apagado el deseo). Sin este deseo y hambre de futuro nuestro movimiento no puede crecer.
Hemos tenido encuentros importantes, en el clima de la Palabra del Evangelio. En muchas mujeres africanas, bellas con una belleza perdida en occidente, he vuelto a ver a las mujeres de los evangelios y de la Biblia, con su amor concreto por Jesús por los apóstoles y por los profetas. Africa habla mucho de mujeres (¡he comprendido por qué algunos han propuesto que se les de el Nobel de la paz a las mujeres de Africa!), porque en ellas se concentran las heridas más grandes y las mayores bendiciones de estos pueblos (incluidas nuestras focolarinas).
He vuelto a ver a Zaqueo, en un camerunés acomodado que en estos días ha querido donar una parte de sus bienes a la EdC: “Yo soy de Fontem, el movimiento me salvó la vida de niño, pudo estudiar en su College. Hoy he entendido que yo también tengo que dar". Y a Nicodemo, en un anciano de Duala que ha sentido las ganas de renacer del Espíritu, sumándose con su empresa a la EdC.
Pero sobre todo he visto a María, manos a la obra en su Obra (“Obra de María” es el nombre oficial del Movimiento de los Focolares ndr ), en los cantos ("mama Maria") cantados en bellas liturgias. María está muy presente en esta tierra. Podría continuar, pero ... no lo hago, porque mañana nos espera otro día intenso, que debe ser aún más hermoso. "De tu Espíritu, Señor, está llena la tierra".
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Para comprender la EdC hace falta “hambre de vida y de futuro"
por Luigino Bruni
Nairobi, 26 de enero de 2011 – Ayer terminó la 1ª Escuela Panafricana de EdC en la Mariápolis Piero y hoy, precisamente en el 30º aniversario de la muerte aquí en Nairobi de Piero Pasolini (uno de los primeros focolarinos que trajo el carisma de la unidad a Africa ndr), hemos comenzado la conferencia en la Universidad Católica.
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por Luigino Bruni
Ha comenzado con mucha alegría y con el ambiente propio de las grandes ocasiones, con seriedad y felicidad al mismo tiempo, la primera jornada de la Escuela Panafricana de la EdC en la Mariápolis Piero. Están presentes 160 personas, muchos jóvenes, de 12 países africanos. El hecho de que estén representados tantos países es de por sí muy importante. Se nota el entusiasmo y se dan todas las premisas para que pueda comenzar el tiempo de la EdC para Africa. Tras los distintos saludos informales – aunque aquí en Africa el encuentro con el otro siempre es solemne – he hecho una breve introducción en base a la preparación de estos meses y a algunas conversaciones mantenidas el sábado, a mi llegada a Nairobi, con quienes viven la realidad africana de cada día.
[fulltext] =>No es fácil la situación para el Movimiento de los Focolares en Africa, como tampoco lo es para la Iglesia ni para el conjunto de la sociedad. La economía es especialmente difícil, ya que encierra todas las contradicciones y heridas de estas tierras que han sido saqueadas sin piedad, en personas y recursos, durante siglos y lo siguen siendo todavía hoy. Se nota que los africanos tienen un gran deseo de “retomar el destino de Africa en sus manos” y aunque el Movimiento de los Focolares ha actuado de manera verdaderamente distinta a otros, con un verdadero trabajo de inculturación y de servicio a Africa, las heridas se perciben también aquí.
Toda la economía está atravesada por un clientelismo y un paternalismo seculares, que han creado en los africanos una actitud de “espera” de ayudas y ha matado la iniciativa y la creatividad. Así se puede entender que para nosotros, que hablamos de una nueva manera de hacer empresa, donde se comienza dando para después recibir, esto no es fácil. Pero siempre es posible. Así que hemos comenzado con esta conciencia de una gran complejidad y casi de impotencia.
Al querer presentar la escuela con un mensaje sobre todo de esperanza, me vino a la cabeza, como metáfora, la historia de Cristóbal Colón, A diferencia de muchos otros a los que les hubiera gustado cruzar el océano, Colón lo hizo de verdad gracias a que encontró un mapa del océano (elaborado por un tal Toscanelli que nunca salió de Italia), que le dio la fuerza y la esperanza necesarias para aventurarse en mar abierta.
El carisma es como un mapa, que nos hace afrontar lo desconocido con la fundada esperanza de poder encontrar un “Nuevo Mundo” (aunque sea buscando tal vez las Indias). Pero el verdadero mapa lo dibujó Colón a su regreso. La economía de comunión africana sólo la podrán realizar los africanos, pero ahora hay que ponerse en marcha con la EdC que nace de un carisma. Después harán falta marinos, carabelas y capitanes, pero sobre todo la añoranza del mar (¡del mundo unido!), el deseo de partir a buscar un nuevo mundo. Sin esta añoranza nunca se acaba de partir. Así pues, “mapa” y “añoranza del mar”.
La mañana ha continuado con los espléndidos testimonios de John Mundell y de Teresa Ganzon (con sus familias), dones extraordinarios para la EdC. Africa, USA, Asia, Europa: todos por un mismo gran objetivo.
Ahora la jornada sigue con los talleres de la tarde con Giampietro y Elisa Parolin, Francesco Tortorella y Teresa Ganzon, que tienen aspecto de ser importantes. Os tendremos al corriente. Mientras tanto mantengamos viva la añoranza del mar (el mundo unido) creyendo en el mapa (aunque todavía no hayamos visto el océano), en Africa y en cualquier otro lugar.
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publicado en GVonline el 24 de diciembre de 2010
«La relación con los demás siempre es ambivalente. Puede ser “bendición” o “herida”, sgún nos haga o no felices. En efecto, si el hombre feliz necesita amigos y la amistad es cuestión de “reciprocidad” (no se puede imponer por ley o por contrato), entonces la felicidad siempre es frágil, porque depende de la libre respuesta de los demás. En este sentido el mercado es un sistema de mediaciones cuyo objetivo es precisamente eliminar la “herida” de la relación».
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La explicación es de Luigino Bruni, economista de la Universidad Bicocca de Milán y del Instituto Sophia de Loppiano, que intervino la semana pasada ante un centenar de estudiantes del Master en Gestión Etica de la Empresa del Studium Generale Marcianum. "El ethos del mercado" fue el título de su ponencia.El profesor continuaba así: «Ante la posibilidad de ser vulnerables, los hombres han expresado la necesidad de contar con mediaciones, una de las cuales es precisamente el mercado moderno».
¿Qué consecuencias tiene esto? Buenas, si pensamos que el mercado reduce la dependencia personal de “patrones” exteriores; problemáticas, si consideramos, por el contrario, que el encuentro interpersonal cada vez está más mediado por instrumentos (contratos pero también tecnologías informáticas por ejemplo) y procedimientos (como leyes o reglamentos) que de hecho alejan a unas personas de otras.
Pero el mercado es también el lugar donde se manifiestan importantes virtudes como la innovación y la creatividad, que son básicas para el desarrollo. O tal vez el anti-narcisismo, puesto que el mercado nos lleva a hacer lo que les interesa a los demás más que lo que nos interesa a nosotros mismos. O también la prudencia, que nos lleva a hacer bien y cuidadosamente lo que hay que hacer, dando, de rebote, seguridad también a los demás. «Sin embargo, la virtud más importante de todas las que hay en el mercado es la esperanza - concluía Bruni - en base a la cual un emprendedor pone en marcha una nueva empresa o una nueva actividad económica, puesto que espera que el mundo sea mejor mañana. Por eso precisamente, como reza un adagio anónimo, "sin artistas, santos y empresarios no hay bien común"».
Extracto de GENTE VENETA, nº 49/2010
Ampliación del artículo anterior:
Bruni: Basta de asistencialismo. La ley especial para Venecia debería llevar a buscar préstamos
pulicado en GVonline el 24 de diciembre de 2010
«No deberíamos recurrir tanto a modelos anglosajones de interpretación de los negocios, que tienen poco que ver con nuestro mundo. Así, si queremos dar espacio – y cada vez será más necesario hacerlo – a las empresas animadas por “motivaciones ideales”, en lugar de llamarlas “empresas non profit” deberíamos llamarlas “empresas for project”. Porque el objetivo de una empresa es un proyecto, que en este tipo de empresas suele estar muy definido, mientras que las ganancias, cuando existen, son una señal que confirma que la intuición del empresario era correcta. Comprender esto permitiría a las empresas “for project” introducir nuevas formas de captación de recursos más acordes con la realidad italiana ». Tal es el innovador pensamiento expresado por el economista Luigino Bruni.
Profesor Bruni, de acuerdo con sus investigaciones, que tienen relación también con la ética del mercado, ¿es “ético” seguir proponiendo una ley especial para Venecia con la intención de captar recursos comunes para destinarlos a una situación local?
No soy experto en este tema, pero pienso que lo primero que hay que hacer es impulsar al máximo la subsidiariedad, buscando todas las formas posibles para que la misma comunidad local genere los recursos para los proyectos que se van a financiar con la ley especial. Después, utilizaría nuevos instrumentos.
¿Cuáles? ¿Puede poner un ejemplo?
Intentaría lanzar “bonos sociales”, captando dinero en préstamo por toda Europa, para financiar proyectos concretos. Esta inversión, como todas las demás, debería resultar obligatoriamente eficiente, es decir generar ingresos añadidos para remunerar el capital invertido. Eso dependerá de la bondad de los proyectos. (F.P.)
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publicado en GVonline el 24 de diciembre de 2010
«La relación con los demás siempre es ambivalente. Puede ser “bendición” o “herida”, sgún nos haga o no felices. En efecto, si el hombre feliz necesita amigos y la amistad es cuestión de “reciprocidad” (no se puede imponer por ley o por contrato), entonces la felicidad siempre es frágil, porque depende de la libre respuesta de los demás. En este sentido el mercado es un sistema de mediaciones cuyo objetivo es precisamente eliminar la “herida” de la relación».
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La explicación es de Luigino Bruni, economista de la Universidad Bicocca de Milán y del Instituto Sophia de Loppiano, que intervino la semana pasada ante un centenar de estudiantes del Master en Gestión Etica de la Empresa del Studium Generale Marcianum. "El ethos del mercado" fue el título de su ponencia.
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por Luigino Bruni
publicado en la sección sobre Educación al Consumo Responsable de e-coop
Luigino Bruni: Si ayudamos a una persona con problemas, pero no hacemos que se sienta amada y respetada, se comportará de forma oportunista.
Para hablar de sobriedad y de consumo responsable es necesario tomar como punto de partida una palabra que hoy resulta incómoda, marginada y combatida, pero sin la cual no es posible decir nada sobre la sobriedad y el consumo crítico. Esa palabra es pobreza. La palabra pobreza, en la cultura cristiana y occidental, no se asocia a un mal absoluto. Hay palabras que siempre son negativas: mentira, violencia, racismo... La pobreza no es una de ellas, ya que si bien existe una pobreza que se sufre y no se elige, que significa exclusión e indigencia, existe otra pobreza querida y elegida, que nace de una exigencia espiritual interior de liberarse de cosas para rodearse de otros bienes, entre los que destacan los bienes relacionales.
[fulltext] =>Sin personas que elijan libremente llevar un vida pobre (o sobria, aunque prefiero pobre), hoy como ayer, en Italia como en África, es muy difícil, por no decir imposible, que las personas que no han elegido la pobreza sino que la padecen puedan salir de las trampas de la indigencia y la exclusión. Los programas gubernamentales y públicos de lucha contra la pobreza también pueden ser implementados por funcionarios con yates y coches caros, que alternan congresos sobre la pobreza con vacaciones millonarias. Pero si los cooperantes de las ONG, los misioneros, o los voluntarios internacionales no son personas que hayan elegido libremente llevar una vida sobria y no consumista, es muy probable que sus intervenciones no tengan un éxito duradero. En otras palabras, las instituciones y sus funcionarios pueden ocuparse de la pobreza sin ser pobres (eso es lo normal) y sus intervenciones en algunos casos serán útiles, sobre todo cuando se trata de construir puentes, canales, hospitales, escuelas, estructuras e infraestructuras. Pero si las personas que trabajan día a día en esos hospitales o en esas escuelas, si las personas que comparten la vida de los pobres no son también libre y conscientemente pobres y sobrias, las personas que reciben ayuda tienden a comportarse de modo oportunista, aprovechándose de la ayuda recibida, que no se convierte en desarrollo humano (como muchos estudios sobre el llamado “Dilema del Samaritano” nos muestran). ¿Cuál es el motivo? Si una persona que se encuentra objetivamente en un plano de inferioridad (de bienes, derechos, oportunidades o capacidades), no se siente apreciada y respetada antes que ayudada, no transformará os bienes y servicios que recibe en capacidades y por ello en desarrollo, como nos enseñan Amartya Sen y Martha Nussbaum. Un pobre sólo puede ser ayudado por alguien que comparta una vida pobre, que establezca con el receptor de la ayuda una relación de communitas y no de immunitas.
Una condición antropológica necesaria para poder comprender y llevar una vida (libremente) pobre está asociada a otra palabra que me resulta muy querida: gratuidad, una palabra que hoy está entrando también en los debates pura y auténticamente económicos, aunque solo en ambientes innovadores de economía social y civil. Poner el principio de gratuidad en el corazón de los temas de la economía y el mercado es una operación muy importante, que en cierto sentido tiene alcance revolucionario. No hay nada más ausente hoy en el debate económico, en los mercados y en las empresas que la gratuidad. A quienes hablan de gratuidad en economía se les suele tomar por ingenuos o muchas veces por impostores («¿qué habrá detrás?»), y en cualquier caso la gratuidad se ve como un elemento dañino para el funcionamiento de los mercados y las empresas. Por eso hay que ver detalladamente qué es y qué no es la gratuidad.
Un primer error consiste en confundir la gratuidad con lo que se da gratis (a precio cero) o con la filantropía. Un segundo error es identificarla con los regalos promocionales o con los descuentos que, por el contrario, suelen funcionar como una vacuna, metiendo en el cuerpo una pequeña cantidad del virus que quieren combatir (la verdadera gratuidad). Al introducir en la sociedad trocitos de don, nos inmunizamos del don verdadero, siempre trágico y doloroso, temido por la sociedad de consumo. Un tercer error es asociar la gratuidad al puro don, poniéndolo en conflicto con el deber, con el contrato, con el mercado. En realidad, la gratuidad remite a la palabra griega charis, gracia, al agape, la palabra griega que los latinos tradujeron como caritas, o, en algunas tradiciones, como charitas, donde la “h” señalaba con más claridad el vínculo entre el agape y la charis.
La gratuidad es gratia, puesto que es don gratuito no solo para el receptor de los actos de gratuidad, sino también para quien los realiza, ya que la capacidad de gratuidad es algo que sucede en nosotros y nos sorprende siempre, como cuando somos capaces de volver a empezar después de un gran fracaso o de perdonar verdaderamente errores graves de los demás (y nuestros). Es importante, también para la economía, la asociación que se da en muchos idiomas, entre don y perdón. No hay perdón sin don, ni don sin perdón. El perdón que nace del agape siempre es un don, un for-give. El perdón-gratuidad siempre es un don, puesto que significa perdonar estando dispuestos a ser heridos y traicionados una vez más: “te perdono ahora y estoy dispuesto a perdonarte si me vuelves a herir”.
Esta es la gratuidad que el mercado capitalista no conoce. La gratuidad es una dimensión de todo acto humano, de toda empresa y no solo de las no lucrativas. Sería un error muy grave asociar la gratuidad solamente al voluntariado, a la economía social, dejarla en manos de “especialistas” que se ocupan del 2% de la vida económica y social. ¿Y qué hacemos con el restante 98%? La gratuidad, por ejemplo, no debe estar presente solo en los patrocinios o en las fundaciones bancarias sino en toda la actividad ordinaria de bancos y empresas.
La gratuidad no es el licor del final de la comida, sino la manera de preparar la comida entera, la calidad de las relaciones que establecemos mientras vivimos dentro y fuera del mercado, con quienes se sientan a nuestra mesa y con quienes se quedan fuera de nuestros banquetes opulentos (toda sobriedad implica siempre una opción por la pobreza), la ética y la sostenibilidad ambiental de las verduras y el arroz que compramos para preparar la comida, etc. En todas estas cosas está en juego la gratuidad en el consumo y en el mercado.
Entonces ¿qué es la gratuidad? Es esa actitud interior que nos lleva a relacionarnos con los demás, con nosotros mismos y con la naturaleza, sabiendo que estamos ante algo que hay que amar y respetar y no usar para fines egoístas. Cuando se activa la dimensión de la gratuidad, el camino a recorrer es tan importante como la meta a alcanzar. El don puede ser gratuidad pero también puede que no lo sea, si en el don prevalece la dimensión de la obligación. Una palabra que nos ayuda a entender esta dimensión necesaria de la gratuidad es la inocencia, que vemos sobre todo en los niños. El niño que juega sin otra finalidad que el juego mismo expresa esta dimensión de la gratuidad. La gratuidad también está presente en el comportamiento de esa persona anciana que, aun viviendo sola, se hace bien la cama y se prepara la comida con esmero, para expresar su dignidad de persona y no dejarse.
Recordando su experiencia en el campo de concentración, Primo Levi escribía: En Auschwitz noté muchas veces un fenómeno curioso: la necesidad del “trabajo bien hecho” está tan profundamente radicada dentro de nosotros que nos empuja a hacer bien incluso el trabajo impuesto, el trabajo de esclavos. El albañil italiano que me salvó la vida trayéndome a escondidas comida durante seis meses, detestaba a los nazis, detestaba su comida, su lengua, su guerra; pero cuando le ponían a levantar una pared, la hacía recta y sólida, no por obediencia sino por dignidad.
Levantar una pared recta por dignidad también es expresión de gratuidad, puesto que nos dice que existe en los otros, en nosotros mismos, en la naturaleza, en las cosas e incluso en las paredes, una verdad y una “vocación” que hay que respetar y no someter a nuestros intereses. “Aquella pared era él mismo”, comentaba el laudista Foscolo durante un encuentro: La belleza y la solidez que aquel albañil ya no veía en sí mismo por las condiciones inhumanas en que vivía, las había encarnado en aquella pared, como diciendo: ‘aunque todos veáis otra cosa, en realidad yo soy recto y hermoso como esa pared’. La gratuidad es una dimensión que puede acompañar a casi cualquier acción, desde el contrato hasta el don. El consumo crítico vive la gratuidad no porque consiga descuentos para los clientes o de los fabricantes, sino porque diseña contratos y relaciones orientados al bien y a la justicia; porque levanta “paredes rectas”.
La economía hoy no es capaz de ver la gratuidad. Pero tal vez no la vea porque es como la levadura y la sal de la tierra. La levadura, como sabemos, es una cantidad tan pequeña, en comparación con la harina y el agua, que se pierde entre ellas; pero es esencial para hacer el pan y para hacerlo bueno y comestible. Por eso, si la gratuidad desaparece de la economía, el pan de la economía y en consecuencia de la ciudad, siempre será un pan ácimo
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stdClass Object ( [id] => 17841 [title] => Las virtudes del mercado: Esperanza [alias] => las-virtudes-del-mercado-esperanza [introtext] =>La idea de la suerte domina hoy la economía y el mercado: al éxito se llega por carisma personal o por coincidencias favorables. Los empresarios, en cambio, saben que el motor de la empresa es la esperanza, porque crea relaciones y determina certeza en los frutos que producen los talentos.
Esperanza: la virtud que mueve los negocios en tiempos de crisis
por Luigino Bruni
publicado en el semanario Vita del 7 de enero de 2011
Aunque pueda parecer extraño, la esperanza es, o por lo menos debería ser, una virtud del mercado. Ya sabíamos que la esperanza era una virtud, concretamente una virtud teologal, como la fe y la caridad. Según la tradición cristiana occidental en estas tres virtudes, en cierto sentido, se fundamentan las demás virtudes (valor, templanza, fortaleza, prudencia …).
La esperanza, por ejemplo, es una de las principales virtudes que deben poseer los empresarios. Un empresario solo pone en marcha una empresa, una nueva actividad económica, si espera que el mundo de mañana, en su conjunto, sea mejor que el de hoy, que los 100 euros que invierte hoy se conviertan en 101 o 105 mañana.speranza: La virtud que mueve los negocios en tiempos de crisis[fulltext] =>Cuando alguien crea una empresa sin intención de especular a corto plazo, es como cuando un viejo planta una encina, sabiendo que los frutos de lo que ahora empieza sobrepasarán su propia vida. Sin esa esperanza, sería mejor que gastara su dinero en otras cosas o se dedicara a especular. Por eso la esperanza está unida a la confianza (fe, fides), puesto que nadie pone en marcha una empresa si no tiene fe en la vida y en el futuro. Rasgos característicos de los empresarios son el optimismo, el pensamiento positivo y una mirada generosa sobre el mundo, expresiones todas ellas de la virtud de la esperanza.
La virtud de la esperanza además es especialmente importante en los momentos de crisis, en las largas fases de impasse, cuando aparecen dificultades, calumnias, suspensiones o traiciones. Quienes hayan creado alguna empresa, sabrán que los momentos más importantes de su historia son aquellos en los que han conseguido mantener la esperanza a pesar de los acontecimientos, a pesar de los consejos de los amigos (“¿quién te mandará hacer eso?”, “eres demasiado ingenuo”, “no exageres …”) y a pesar de las previsiones de los expertos; cuando han tenido la fuerza de esperar, de insistir en su proyecto, de perseverar con fe en su idea y en su “daimon” socrático, caminando durante años al borde del precipicio.
La esperanza es una virtud y como toda virtud auténtica siempre es alternativa a la suerte. La gran cultura occidental nació en Grecia (sobre todo con Sócrates), en un momento que marcó una época, cuando se descubrió que la felicidad y la suerte estaban en lucha. En el mundo antiguo la felicidad iba unida a la suerte. Los filósofos griegos comprendieron que estaba comenzando la era de los hombres que, liberados de la diosa fortuna, de la suerte, podían empezar a ser verdaderamente responsables de su propio destino. El instrumento de esta liberación fue precisamente la virtud (areté, que significa excelencia, la misma raíz que encontramos en otras palabras como artista o acróbata), ya que sólo el hombre virtuoso puede llegar a ser feliz, incluso aunque tenga mala suerte.
La idea que surge en este extraordinario periodo de la historia humana es que los protagonistas principales de nuestra felicidad (y de nuestra infelicidad) somos nosotros mismos y no los acontecimientos. Estos ciertamente influyen en nuestro bienestar, pero nunca son decisivos para determinar la calidad de nuestra vida que, por el contrario, depende de la virtud, de sacar o no las capacidades para la excelencia que hay en toda persona, en cada uno a su manera. La virtud vence a la suerte.
La ética del mercado, en especial la ética empresarial, nace afirmando precisamente que los protagonistas del éxito de nuestras obras son la innovación, la responsabilidad y el trabajo y no la suerte. Por eso nuestra cultura de la virtud debe resistir hoy en un mundo que pone el acento en la suerte: loterías, juegos, quinielas, bonoloto (es impresionante la invasión de juegos de azar en la red, en televisión, en los patrocinadores de los equipos de fútbol …).
La esperanza es una virtud porque no pone el retorno de la inversión y de la inteligencia en la suerte, sino en las propias virtudes (excelencia), en las de los colaboradores y en las de todos los sujetos del mercado (no debemos olvidar que el éxito de un empresario depende, entre otras cosas, de la virtud de sus proveedores y clientes, pero también de la de sus competidores y del sistema económico en su conjunto). La esperanza no es suerte, sino virtud.
Finalmente, la esperanza es una virtud eminentemente social. Esperamos en las personas: en el compañero Mario, en la proveedora Juana, en el competidor Andrés. La esperanza no es nunca genérica, no se dirige a desconocidos o a eventos aleatorios. La esperanza es un bien relacional, es invertir en una relación, en muchas relaciones. Por eso la esperanza, como todas las virtudes sociales (fraternidad, confianza, reciprocidad, philia …) es frágil y vulnerable: nunca podemos controlar la respuesta del otro, únicamente podemos “esperar” en su reciprocidad, sin tener las garantías que dan los contratos. Pero, bien pensado, la vulnerabilidad es la condición más profunda de lo humano. Si la economía es vida, entonces debe saber convivir con la vulnerabilidad, sabiendo que en esta vulnerabilidad buena con respecto a los demás se esconden muchas de las cosas más hermosas de la vida, como el perdón, la reconciliación, la gratuidad, el encuentro libre y no jerárquico con los otros, el aprecio y el reconocimiento verdaderos y la gratitud sincera, bienes todos ellos de los que depende en gran medida el bienestar de las personas, incluidas esas personas a las que llamamos empresarios, que producen bienestar (y no sólo riqueza) cuando son capaces de virtud, de excelencia relacional, cuando cultivan la esperanza.
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Los empresarios, en cambio, saben que el motor de la empresa es la esperanza, porque crea relaciones y determina certeza en los frutos que producen los talentos.
Esperanza: la virtud que mueve los negocios en tiempos de crisis
por Luigino Bruni
publicado en el semanario Vita del 7 de enero de 2011
Aunque pueda parecer extraño, la esperanza es, o por lo menos debería ser, una virtud del mercado. Ya sabíamos que la esperanza era una virtud, concretamente una virtud teologal, como la fe y la caridad. Según la tradición cristiana occidental en estas tres virtudes, en cierto sentido, se fundamentan las demás virtudes (valor, templanza, fortaleza, prudencia …).
La esperanza, por ejemplo, es una de las principales virtudes que deben poseer los empresarios. Un empresario solo pone en marcha una empresa, una nueva actividad económica, si espera que el mundo de mañana, en su conjunto, sea mejor que el de hoy, que los 100 euros que invierte hoy se conviertan en 101 o 105 mañana.speranza: La virtud que mueve los negocios en tiempos de crisis[jcfields] => Array ( ) [type] => intro [oddeven] => item-odd )
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Introducción del Informe Economia di Comunione 2009/2010
Hemos entrado en el año del 20º Aniversario de la Economía de Comunión o EdC, como la llamamos más familiarmente. Ya sabemos que los cumpleaños son también momentos propicios para hacer balances y trazar perspectivas. La EdC está viva y crece en la historia de hoy, entre las crisis y las esperanzas de nuestro tiempo. La propuesta que hizo Chiara de crear en primer lugar empresas y parques empresariales y después (en mayo de 1998) todo un movimiento cultural que diera “dignidad científica” a la praxis, no cayó en el vacío. Fue recogida por miles de personas, muchas de ellas dentro del Movimiento de los Focolares y otras, sobre todo últimamente, fuera de su seno. Un pueblo de personas diversas, unidas por el deseo de cultivar la tierra para que la semilla del carisma de la unidad, sembrada en el campo de la economía moderna, crezca siguiendo la ley inscrita en su ADN y produzca los frutos típicos del carisma recibido por Chiara como don para la humanidad de hoy y de mañana.
[fulltext] =>Presentamos el tercer informe de la EdC. Este año, por primera vez, además de los datos sobre el uso de los beneficios y sobre los proyectos, incluye una memoria completa de toda la actividad de la EdC que, junto a los proyectos de desarrollo destinados a ayudar a las personas (sobre todo a los jóvenes) a liberarse de las trampas de la miseria, está dando vida, desde abajo y en silencio, a una nueva cultura y está cambiando la vida de cientos de empresarios y decenas de miles de trabajadores.
Pobres, cultura y empresa, “un tercio, un tercio y un tercio”, la primera intuición de Chiara, que no debe ser interpretada como si la EdC tuviera un triple objetivo sino como tres etapas de un mismo proceso de comunión, para contribuir al proyecto carismático de todo el movimiento de los Focolares: que todos sean uno. No habrá mundo unido mientras la economía no sea de comunión. No seremos “todos uno” mientras haya personas que no puedan comer, dar estudios a sus hijos o cultivar su propia humanidad, su vocación y aspiraciones. Mientras haya rascacielos rodeados de “coronas de espinas”. El mundo unido siempre estará delante de nosotros, como toda palabra del evangelio, que comienza en la historia pero se cumple más allá de ella. Toda Palabra “grande” es al mismo tiempo un “ya” y un “todavía no”. Los carismas son siempre un “ya” que indica un “todavía no”. Pero son un “ya”.
Si la EdC dice ya hoy que existen cientos, miles de empresarios capaces de levantarse a las cinco de la mañana por razones más grandes que el beneficio; que hay ya trabajadores que saben contentarse con un sueldo de mercado y no piden aumento cuando saben que el valor añadido que ellos contribuyen a producir no va a parar a los bolsillos del “patrón” sino que sale fuera de la empresa para curar, enseñar y quitar el hambre a otros; si sabe mostrar ya que hay personas dipuesta a no descansar hasta que la fraternidad en la que creen como seres humanos no se traduzca también en igualdad de derechos, oportunidades y capacidades para todas las mujeres, niños y hombres del mundo. Si tenemos aquí y ahora estos “ya” podemos esperar seriamente que lleguen los muchos “todavía no” que tenemos delante. ¿Qué puede hacer la “pequeña EdC” (los datos del informe dicen con claridad cuán pequeños son nuestros números si los comparamos con los grandes números de la filantropía y la cooperación internacional) ante todos los “todavía no” que no se convierten en “ya” tan solo por la maldad y la pequeñez de nuestro tiempo? En efecto, hoy la humanidad cuenta con recursos tecnológicos y financieros suficientes para hacer mucho más en el terreno del “ya”. No todo, pero sí mucho más de lo que hacemos. Podríamos y deberíamos hacer más en el campo de la educación en los países más pobres ¿Cuándo veremos que los mejores profesores universitarios del mundo opulento pasan un semestre en las frágiles universidades de Africa, Camboya o Cochabamba? ¿Cuándo veremos inversiones serias (de más del 50% del total) en energías renovables? ¿Cuándo decidirán las administraciones públicas, el Vaticano, las diócesis, los movimientos y las ONGs comprar únicamente automóviles ecológicos y de baja cilindrada? ¿Cuándo invertirán todas las empresas y gobiernos del mundo el 20-30% de su PIB en una cooperación seria al desarrollo, que no se limite a las migajas del rico Epulón, sino que se convierta ya en gastos en educación (desde la guardería hasta la universidad), hospitales (los mejores hospitales del mundo hoy deberían estar en Africa), tecnologías avanzadas y limpias, transportes eficientes y seguros, viviendas sanas y dignas?
El “todavía no” que nos espera en las próximas décadas podría ser testigo de nuevas y grandes crisis globales y tal vez de guerras verdaderamente mundiales, si no se alcanzan estos “ya” y si es cierta la frase de Aristóteles “no podemos ser felices en solitario”.
La EdC también podría y debería hacer más de lo que ha hecho en estos 20 años llenos de frutos maduros. Muchos empresarios y trabajadores de la EdC ya han terminado su viaje terreno (uno de ellos es François Neveux, cuya biografía es, en mi opinión, el libro más hermoso de la EdC porque está escrito con la tinta de la vida). Como signo de un compromiso mayor y más responsable, este año, además del evento de mayo de 2011 en Brasil (al que estamos todos invitados), la EdC ha lanzado a nivel mundial un “proyecto jóvenes”, que tendrá como etapas significativas dos Cursos de Verano internacionales, que se celebrarán uno en América Latina y otro en Africa, durante el mes de enero. Recomenzar desde los jóvenes (que no son el futuro sino una manera distinta de vivir y entender el presente) resulta indispensable para los muchos “todavía no” que quieren convertirse en “ya”.
En la cultura del consumo que hoy domina el mundo, la EdC puede y debe ser un lugar de resistencia, en el que las empresas y los parques empresariales sean oasis (no islas), como lo fueron las abadías medievales, en los que muchos puedan encontrar esperanza y en los que se guarde el ADN de la gratuidad. En un mundo donde con dinero se puede comprar (casi) todo, el dinero tiende a convertirse en todo. Recordar y vivir en esta era del tener la cultura del dar y de la gratuidad tiene un gran valor no sólo económico sino de resistencia cultural, de batalla cívica, de amor por la humanidad de hoy y de mañana.
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publicado en Il Sole 24 ore del 8/11/2010
"Para criar a un niño hace falta la aldea entera", recita un conocido proverbio africano. Para que la familia pueda expresar todo su potencial cívico hace falta un nuevo pacto social, en un mundo sometido a rápidos y continuos cambios sociales y económicos. Pero este nuevo pacto social necesita una previa operación cultural: reivindicar para la familia el papel de sujeto económico global y no sólo el de agencia de consumo, ahorro y redistribución de la renta.
[fulltext] =>La visión del papel económico de la familia se ha quedado obsoleta y con ella también el sistema fiscal y retributivo. La visión actual surgió a partir de la sociedad llamada “fordista”, cuando las familias ofrecían “trabajo” a las empresas, a cambio de una renta con la que consumían y ahorraban.
La familia no producía nada que pudiera considerarse relevante en cuanto institución familiar, sino que consumía, ofrecía trabajadores (sobre todo varones) y ahorraba (favoreciendo también de este modo las inversiones de las empresas). El ámbito interno de la familia, todo lo que ocurría de puertas para adentro, no tenía relevancia económica (ni política). El interés económico y político hacia la familia se quedaba el dintel de la puerta de casa. El sistema fiscal gravaba el consumo (IVA), la renta o el patrimonio individual, puesto que la familia como institución no tenía relevancia económica.
En realidad, hace décadas que esta visión entró en crisis mortal, pero la cultura institucional y fiscal (sobre todo en Italia) ha seguido siendo sustancialmente la misma de la posguerra. La familia sigue siendo considerada como una agencia de consumo, ahorro y redistribución, como proveedora de trabajo (todavía demasiado “masculino”). Pero sigue sin verse a la familia como sujeto productivo.
Para crecer, la economía no necesita únicamente capital humano, financiero y físico, sino también capital social y bienes relacionales. Un país, con sus instituciones y empresas, en el que no esté generalizada la confianza, el respeto de las reglas y la cultura cívica, no puede crecer económicamente. Pero ¿quién puede “ofrecer” este tipo de capital intangible aunque valiosísimo para el desarrollo económico? En primer lugar, aunque no solo ella, la familia, donde se educa a las personas en la cooperación, la confianza y el sentido cívico.
Una familia en la que se formen personas con estas capacidades, está contribuyendo a la economía con una forma de capital no menos valiosa que la tecnología o el crédito.
Pero para poder afrontar adecuadamente estos retos, nuevos y complejos, es necesaria una nueva alianza entre todos los actores que participan en el juego cívico. Tomemos como ejemplo el gran tema de la conciliación del trabajo con la vida familiar, que no puede resolverse únicamente en base a los aspectos económicos. Cuando una persona (con demasiada frecuencia una mujer) deja del trabajo por paternidad, no tiene que hacer frente solo al problema de cómo mantener su puesto de trabajo o de cómo conseguir permisos más largos sin perder demasiado salario; tiene además el problema (cada vez más urgente) de reinsertarse en su puesto de trabajo salvando la inversión profesional que había realizado, sin tener que desempeñar funciones parciales o de inferior categoría, que producen frustración y muchas veces llevan al abandono del trabajo. Es necesario, por otra parte, reconocer la reciprocidad del problema. Cuando una persona deja el trabajo por paternidad, sobre todo si se trata de trabajos complejos y de perfil alto, todo el equipo de trabajo se resiente, no solo la persona en cuestión. Es cierto que esa familia está contribuyendo a crear buenos ciudadanos y trabajadores para el futuro, pero de esos trabajadores se beneficiarán otras empresas, no las que hoy tienen que asumir el coste. Por eso es urgente un nuevo pacto social, en el que, para ayudar a la familia, todas las partes involucradas entiendan que el mundo ha cambiado.
Este nuevo pacto social exige abandonar la mentalidad de “concesión”, para reconocer el papel económico que la familia ya de hecho está desempeñando: la familia no debe pedir favores al estado, sino únicamente el reconocimiento de lo que ya está realizando, aunque sin reconocimiento, en el ámbito cívico y económico.
Es una cuestión de justicia y de subsidiaridad, no de concesión más o menos generosa. La familia no es sólo un “bien meritorio”, es también un bien que produce formas de capital con alta productividad y rentabilidad en términos de PIB. La cuota del PIB destinada a las familias (demasiado baja) no es un “regalo”, sino una cuestión de justicia. Por eso cualquier discurso sobre la subsidiaridad económica y sobre el régimen fiscal de la familia debe partir de una visión de la familia como sujeto económico más allá del consumo o del ahorro.
Si a la familia se le reconociera el estatus de institución económica global, resultaría natural y con fundamento pagar los impuestos, no sobre la renta bruta (ingresos), sino sobre la renta neta descontado los gastos necesarios para producir bienes relacionales, capital social, transformación de bienes, etc. Estos bienes benefician en parte a la propia familia, pero el resto va en beneficio de un círculo social mucho más amplio.
Por todos estos motivos y otros más, es urgente una alianza entre la familia y los demás actores, porque ningún sujeto en solitario puede estar a la altura de la complejidad de los retos cívicos que nuestra “aldea global” está afrontando.
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por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n.21/2010 del 10/11/2010
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A finales de mayo del 2011 todo el mundo de la Economía de Comunión (EdC) se dará cita en Sao Paulo para volver a las raíces de esta experiencia y trazar nuevas perspectivas. La EdC está viva y crece en la historia de hoy, entre las crisis y esperanzas de nuestro tiempo. La propuesta inicial de Chiara Lubich, lanzada en mayo de 1991, de dar vida a empresas y parques empresariales y después (en mayo de 1998) a todo un movimiento cultural que otorgara “dignidad científica” a la praxis de las empresas, no cayó en el vacío. Fue recogida por miles de personas, en su mayoría dentro del Movimiento de los Focolares pero recientemente también fuera de él. Personas e instituciones que están tratando de hacer que aquella semilla fructifique.Al mismo tiempo, toda la EdC está llamada hoy, en mi opinión, a afrontar una nueva etapa.
Hace poco tuve la oportunidad de repasar, junto con algunos de los protagonistas de la EdC en Brasil, los momentos iniciales del proyecto. Un episodio poco conocido de aquellos días volvió con fuerza a mi cabeza y a mi corazón. Al regresar de su viaje a Brasil, Chiara observó un detalle en el cuadro de “María desolada” que colgaba de la pared de su estudio desde que se lo regaló, hace muchos años, Igino Giordani: María estrechaba contra su pecho una corona de espinas. Ella se dio cuenta inmediatamente de la conexión con la “corona de espinas de la pobreza” que había visto en las favelas de Sao Paulo y que fue la chispa inspiradora de la EdC que acababa de nacer.Este episodio nos hizo reflexionar sobre la naturaleza de la inspiración originaria y sobre las perspectivas que nos esperan hoy y en los años venideros: la corona de espinas, el dolor de los pobres, era la corona de espinas de Sao Paulo, de todas las ciudades, la corona de espinas del mundo y de este capitalismo. Evidentemente esa corona no estaba compuesta solo por los indigentes de los Focolares. Los pobres de su movimiento eran para Chiara solo un primer paso para llegar mucho más lejos.
La perspectiva que se abría ante la EdC era de gran alcance: contribuir a la creación de un nuevo orden económico y social y un nuevo modelo de desarrollo, repensando y uniendo las dos realidades centrales del capitalismo que hoy siguen en contraposición: la empresa (motor del desarrollo económico) y la miseria (de los excluidos de ese desarrollo).Cualquier balance sobre la EdC debe hacer referencia sobre todo y en primer lugar a esta dimensión del proyecto: la relación entre empresas y exclusión. Después vendrá el impacto cultural o teórico que la EdC ha tenido y tiene en la Iglesia, en la sociedad y en el mundo académico (elementos evidentemente importantes), así como su capacidad para hacer que los empresarios sean más éticos y generosos.
Desde esta perspectiva, tenemos que admitir que todavía estamos lejos de alcanzar la realización de la vocación de la EdC. El éxito de un proyecto como este no se mide en base al número de empresas que a lo largo de estos años se han hecho más éticas, ni en base a los beneficios recogidos y donados (todavía demasiado escasos, por otra parte), ni en base al desarrollo de los parques empresariales. La EdC estará plenamente alineada con su misión cuando se convierta en un modelo económico y social que muestre, aquí y ahora, una economía con el semblante de la comunión, un semblante verdaderamente humano. Para alcanzar este objetivo, sometido cada día a nuestra libertad y responsabilidad, necesitamos querer y saber hacer frente al menos a tres retos importantes.
En primer lugar, es necesario que la EdC, considerada como praxis y como cultura, esté cada vez más en red con otras experiencias de economía social y civil que tratan, a su modo, de humanizar la economía. Un reto que ya prefiguró la misma Chiara en su lectio magistralis del 1999 con ocasión de la concesión del grado honoris causa por la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Piacenza. A lo largo de los diez años que han transcurrido desde entonces, algún paso se ha dado, pero hay que hacer más y a más amplia escala, tanto a nivel nacional como internacional.En segundo lugar, la pobreza (a la que preferimos llamar con mayor propiedad y siguiendo el evangelio, miseria o exclusión) hoy hay que declinarla de distintas maneras. La pobreza material de las favelas brasileñas de 1991 no es la única (si bien esta dimensión será siempre central e importante, ya que muchas veces se encuentra en la base de otras formas de pobreza).
La exclusión, la soledad, la falta del sentido de la vida, la carencia de valores éticos, de derechos, de libertad y de relaciones hoy se nos muestran como formas de pobreza típicas del siglo XXI, al lado de las formas tradicionales. En especial, desde el carisma de la unidad del que la EdC es expresión, hoy es urgente amar y atender sobre todo las necesidades que surgen de las relaciones rotas, de la carestía de bienes relacionales y de las distintas formas de des-unidad (privadas, civiles y políticas) que el carisma de la unidad, por vocación, es capaz de reconocer, para transformar estas heridas en bendiciones.Hay que lanzar una nueva fase de creatividad e innovación, en la que todos los empresarios y actores de la EdC actuales y futuros sientan la libertad y la responsabilidad de descubrir las antiguas y las nuevas formas de pobreza para encontrar nuevas soluciones, sin perder de vista que la primera forma de lucha contra la exclusión y la indigencia es la creación y la oferta de trabajo.
Finalmente, hay que hacer un esfuerzo cultural y teórico, en diálogo constante con muchos otros, para concebir, desde la experiencia de estos primeros años de la EdC, la propuesta de un nuevo modelo económico que no se limite a reflexionar sobre la acción individual y la empresa. Estoy convencido de que los economistas, los empresarios y los operadores de la EdC tienen el potencial necesario para proponer nuevos modelos de desarrollo y nuevas dinámicas institucionales y para ofrecerlos como contribución a ese nuevo orden económico, ambiental, social y espiritualmente sostenible, que hoy muchos buscan y que cada vez es más urgente encontrar.
Si la EdC es capaz de interpretar y afrontar con “valentía carismática” estos retos, la profecía de Chiara se convertirá en sal de la historia y podrá contribuir al buen vivir de las mujeres y de los hombres de hoy (y de mañana), dentro y fuera de los mercados. No por casualidad este año, además del acontecimiento de mayo de 2011 en Brasil, la EdC a nivel mundial ha lanzado un “proyecto jóvenes” que tendrá como etapas más significativas la realización de dos escuelas internacionales, una en América Latina y otra en África, en enero de 2011.En la cultura del consumo, la EdC puede y debe ser un “lugar de resistencia”. No islas, sino oasis de comunión y gratuidad, como lo fueron las abadías de la Edad Media. No olvidemos que Chiara intuyó por primera vez la realidad que más tarde se llamaría EdC (“las chimeneas”), al contemplar desde lo alto de una colina en Suiza una abadía benedictina. Un mensaje de comunión y gratuidad que hoy tiene enorme valor. En un mundo en el que el dinero tiende a serlo todo, porque con él puede comprarse (casi) todo, la EdC hace presente que la riqueza más grande es la que se da y se comparte. Para las personas y para los pueblos.
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