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por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n. 6/2011 del 25/03/2011
Hace algún tiempo que se viene discutiendo sobre el artículo 41 de la Constitución italiana, que dice: «La iniciativa económica privada es libre. No puede ejercerse en contra de la utilidad social o de forma que produzca daño a la seguridad, la libertad y la dignidad humanas. La ley establece los programas y controles oportunos para que la actividad económica pública y privada pueda ser dirigida y coordinada hacia fines sociales».Desde distintos sectores se afirma que la tercera parte (programas y controles) es contradictoria con la primera (libertad de empresa).
[fulltext] =>Es evidente que este artículo incorpora una tensión de valores, que es la eterna discusión entre el elogio del alma social y virtuosa de la economía y el temor por su alma más especulativa y antisocial. Dos dimensiones de la vida económica por las que atraviesan todos los partidos y la sociedad civil. Sin libre iniciativa económica, creatividad e innovación, no hay bien común y esto nos lo recuerda también la doctrina social de la Iglesia desde hace tiempo. Pero, a la vez, la última crisis, de la que todavía no hemos salido, nos demuestra que sin los adecuados “programas y controles” sociales e institucionales la iniciativa económica, esencial para una buena sociedad, se encamina hacia la especulación que produce “mal común”, sobre todo cuando nos encontramos ante los “bienes comunes”. En otras palabras, la “mano invisible” del orden espontáneo de la economía debe estrechar la “mano visible” de las instituciones, si queremos que la economía sea amiga de la sociedad.
Lo discutible del artículo 41 es si sólo debe encargarse la ley de establecer estos programas y controles y cuáles son las instituciones de las que deben emanar esas leyes. Por una parte, las leyes nacionales y europeas cada vez son menos adecuadas para controlar y programar la iniciativa económica, porque están ancladas a una lógica territorial. Por otra parte, además de los controles legales e institucionales cada vez se hace más urgente un control, desde abajo, de la sociedad civil, de los ciudadanos, que pueden orientar la iniciativa económica hacia el bien común. Las opciones de consumo y de ahorro también son instrumentos para el ejercicio de la democracia, para una ciudadanía activa.
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por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n.3/2011
Un adjunto de un hospital milanés ha tenido la idea de mejorar la higiene de los sanitarios premiando con 3.000 euros al año a los enfermeros que se laven bien y con frecuencia las manos.
La higiene es un problema serio para cualquier hospital, pero se convierte en crucial en el caso de los cuidados intensivos con neonatos. Un adjunto de un hospital milanés ha tenido la idea de mejorar la higiene de los enfermeros instalando cámaras en los lavabos y premiando con 3.000 euros al año a los enfermeros que se laven las manos con frecuencia y bien (durante un minuto). Los datos parecen darle la razón, ya que algunas enfermedades (sobre todo la sepsis) han pasado del 10% al 7%.
[fulltext] =>Muchas veces los investigadores eligen enfermeros para realizar estudios acerca del efecto de los incentivos monetarios, puesto que en esta profesión, considerada una de las más “vocacionales”, el uso de la moneda da lugar a controversias. De hecho, cuando se introduce el dinero en comportamientos regidos por otras normas sociales, los resultados que se obtienen son ambivalentes.
Volviendo a los enfermeros de Milán, ¿cómo podría evolucionar esta historia con el tiempo? Supongamos, por ejemplo, que el año que viene el adjunto tiene que reducir o quitar el premio que obtienen los enfermeros más limpios. Los estudios y observaciones sugieren que cabría esperar una reducción de los comportamientos virtuosos, ya que los incentivos monetarios funcionan mientras duran y no alcanzan el objetivo de interiorizar las normas. Cambiando de tercio, si comenzamos a pagar a un joven por un servicio que antes realizaba gratis, a partir de ese momento ya no será posible volver a la gratuidad inicial. Otro efecto probable (spillover) será el “contagio” a otras zonas contiguas: podría ocurrir que los enfermeros pidieran incentivos monetarios por escuchar bien a sus pacientes o tal vez por sonreír a los niños.
Pero no hay que ver con recelo la introducción de cualquier tipo de incentivo monetario en trabajos “vocacionalmente sensibles” (prácticamente casi todos). El dinero puede reforzar las motivaciones intrínsecas de las personas cuando llega como un “premio”, de manera imprevista y no pactada contractualmente, como expresión de aprecio y reconocimiento por la calidad y la seriedad del trabajo. Estas serán las nuevas fronteras del trabajo, donde tendremos que juntar vocaciones y contratos, gratuidad y dinero.
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por Luigino Bruni
publicado en cittanuova.it el 17/01/2010
Verdaderamente el mundo social, económico e industrial ha cambiado. Tal vez sea este el mensaje central que nos llega de Mirafiori, antes y después del referéndum que ha visto la victoria, con medida y con muchas sombras, del “sí”. Nos estamos dando cuenta de que la llamada globalización ha cambiado verdaderamente el mundo y esto produce efectos muy concretos y relevantes también en la vida diaria de nuestras familias. En mundo verdadera y radicalmente distinto, en el que las empresas pueden irse a fabricar a otros países del mundo (mientras que los trabajadores están más vinculados al territorio), hay que repensar verdadera y radicalmente también las relaciones sindicales e industriales.
[fulltext] =>Los actuales derechos y deberes de los trabajadores, que los sindicatos quieren y deben proteger con razón, son fruto de una época de la historia – en Italia desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la década de los 70 del siglo XX – que se caracterizaba por dos elementos esenciales. El primero es una dura e ideológica oposición entre capital y trabajo, donde cada uno veía al otro en primer lugar como un rival y sólo después como un aliado para el bien común (en un mundo donde los trabajadores no tenían derechos esa visión era comprensible y es probable que históricamente necesaria). En segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, las relaciones industriales se basaban sobre todo en el conflicto sindical, de donde salieron las grandes conquistas del mundo del trabajo. Pero este conflicto dependía de una premisa fundamental: cada una de las dos partes (capital y trabajo) tenía necesidad vital y esencial de la otra, por lo que la cuerda no se podía romper, ni siquiera en las más duras y enconadas luchas. Los trabajadores necesitaban a FIAT para vivir, pero también FIAT necesitaba a los trabajadores turineses (y al gobierno italiano) para poder producir y crecer.
Para comprender la situación actual de las relaciones sindicales e industriales, hay que saber que este segundo elemento, el recíproco “conflicto – necesidad”, ha desaparecido. En especial ha dejado de ser cierto que la gran empresa tenga necesidad vital de unos trabajadores concretos (turineses o italianos), ya que , a causa de la globalización, hoy FIAT y las grandes multinacionales pueden “cortar la cuerda” y trasladarse a otro lugar, haciendo saltar la banca (tal vez incluso con incentivos europeos, como en el caso de Serbia, señal ésta que hay que tomar en serio, puesto que Europa ve hoy a los países menos desarrollados como Italia veía hace 40 años el sur del país, con la Cassa del Mezzogiorno).
Con esto quiero decir que la lucha a ultranza, además de que quizá ya no sea oportuna (hay que recordar que sobre todo en la economía actual las relaciones económicas organizativas e industriales son primero cooperativas y después, en un segundo nivel, conflictivas), hoy ha dejado de ser un instrumento eficaz. Por eso a los sindicatos se les pide hoy una nueva era de creatividad, evolución e innovación, como ocurrió en los grandes momentos fundacionales y proféticos de su gran historia.
Por otra parte, el capital, los propietarios y directivos, también debe entrar en el juego, buscando verdaderamente un nuevo pacto social. No es suficiente diseñar contratos con más vínculos y controles (sobre absentismo o huelga... ), ya que sabemos, como se ha dicho en otras ocasiones, que sobre todo la empresa moderna, hecha de innovación y de capital intelectual y relacional, necesita al trabajador-persona y no solo las prestaciones del trabajador-obrero, que pueden observarse con una tele cámara y con el marcaje de la ficha.
Los nuevos directivos de las grandes empresas (esto es muy evidente en el caso de FIAT) tienden todavía a ver el mundo del trabajo principalmente como un vínculo, como un problema, como un coste, más que como el gran recurso para el éxito de la misma empresa. Y sin aprecio, reconocimiento ni incentivos (30 euros al mes no son incentivo) el peligro es que el trabajador-persona se quede fuera de la puerta de la fábrica, donde sólo entra el trabajador-obrero.
Pero sin personas completas hoy no se puede vivir ni crecer en el mercado global. El dinero y la maquinaria no son suficientes. Si después de ganar el referéndum, FIAT no se gana la lealtad y la pasión de sus trabajadores, incluso de los que han votado “no”, no habrá inversión que pueda relanzar la empresa, ya que también en la economía globalizada la primera inversión es siempre en las personas y en las relaciones.Así pues, hace falta un nuevo pacto social, sin prisas, en el diálogo y en la discusión pública y no solo en una mesa, puesto que detrás de Mirafiori se esconde el futuro de las relaciones económicas y por ello cívicas de nuestro país. Un diálogo verdadero que debe abarcar también la naturaleza del capitalismo, de la que se habla poco, demasiado poco, en estos tiempos de nuevos debates encendidos sobre el sindicato y la empresa. ¿No hay hoy figuras, como Pasolini o don Milani, capaces de ver y criticar con profundidad nuestro modelo de desarrollo y de invitar a todos a una revisión seria?
Estoy convencido de que hay que volver a discutir, pública y seriamente, el destino de los beneficios y los enormes sueldos y primas de los directivos de las grandes empresas, de las administraciones públicas y de los bancos (tema que me gusta especialmente), si queremos que el diálogo sea serio y capaz de mostrar perspectivas de futuro que hoy parecen faltar en esta época de crisis, aunque haya triunfado el “sí”.
Un diálogo que en realidad, debería haber comenzado hace muchos años, sin prisas pero con la voluntad por parte de todos de escuchar lo que tienen que decir los sindicatos, entender las posturas de todos e incluirlas, en un auténtico ejercicio de democracia deliberativa todavía demasiado ausente de nuestra vida económica y cívica. Estos acuerdos, el “sí” y el “no” del referéndum, son solo el primer paso, vacilante e incierto, de un largo viaje.
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por Luigino Bruni
publicado en cittanuova.it el 17/01/2010
Verdaderamente el mundo social, económico e industrial ha cambiado. Tal vez sea este el mensaje central que nos llega de Mirafiori, antes y después del referéndum que ha visto la victoria, con medida y con muchas sombras, del “sí”. Nos estamos dando cuenta de que la llamada globalización ha cambiado verdaderamente el mundo y esto produce efectos muy concretos y relevantes también en la vida diaria de nuestras familias. En mundo verdadera y radicalmente distinto, en el que las empresas pueden irse a fabricar a otros países del mundo (mientras que los trabajadores están más vinculados al territorio), hay que repensar verdadera y radicalmente también las relaciones sindicales e industriales.
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por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova, nº 23/2010 el 10/12/2010
Me invitan a cenar, llevo una botella de buen vino y mi anfitrión me dice: “gracias”. Tomo un café en la estación y después de pagar le digo al camarero: “gracias”. Dos “gracias” pronunciados en contexto aparentemente muy distintos: don y amistad en el primero y contrato y anonimato en el segundo. Y sin embargo usamos la misma palabra. ¿Qué tienen en común estos dos actos? Son encuentros libres entre seres humanos. El “gracias” que le decimos no solo al amigo sino también al camarero, al panadero o al cajero no es sólo fruto de la buena educación o la costumbre, es el reconocimiento de que incluso cuando no hacemos más que cumplir con nuestro deber, en el trabajo siempre hay algo más. Podríamos decir que el trabajo comienza de verdad cuando vamos más allá del deber y ponemos todo nuestro ser al preparar una comida, al apretar un tornillo o al dar una clase.
[fulltext] =>Trabajamos de verdad cuando delante del Sr. Rossi ponemos Mario, o cuando delante del profesor Bruni ponemos Luigino. Por el contrario, cuando nos detenemos antes de dar ese paso, el trabajo humano se parece demasiado al de la máquina de café. Sin embargo, aquí se produce una paradoja: los trabajadores y los directivos de cualquier empresa saben que el trabajo es verdaderamente tal y da frutos de eficiencia y eficacia cuando excede al deber, cuando es don (como nos recuerda el estupendo último libro de N. Alter, Donner et prendre, La Découverte). Pero las empresas no consiguen, con los instrumentos que tienen a su alcance, reconocer el “plus” del don. Cuando para reconocerlo se usan los incentivos clásicos (dinero) el “plus” se convierte en deber y desaparece. Pero cuando no se hace nada, con el tiempo el “plus” también desaparece, produciendo tristeza y cinismo en el trabajador y peores resultados para la empresa. Esta imposibilidad de reconocer el plus del trabajo es una de las razones por las que, en todos los trabajos, llega una crisis profunda, cuando nos damos cuenta de que hemos dado lo mejor de nosotros a esa organización, pero sin reciprocidad, sin sentir que se reconoce el don de la propia vida, que es siempre más grande que el valor del salario recibido. El arte de dirigir organizaciones consiste, sobre todo hoy, en inventar nuevas maneras de reconocer ese don.
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por Luigino Bruni
publicado en: Cittanuova.it el 23/11/2010
La crisis financiera de Irlanda, que sigue a la de Grecia, nos hace presente que el mundo occidental se encuentra demasiado endeudado. El año pasado hubo que salvar de la crisis a muchos bancos y empresas, con lo que las deudas se han desplazado del sector privado al sector público.
[fulltext] =>Las grandes economías aún consiguen (¿por cuánto tiempo?) gestionar una enorme deuda pública, pero cuando la especulación financiera ataca a estados más pequeños y frágiles, pone de manifiesto un problema mucho más grave: hay demasiada deuda en circulación. El motivo es que en los últimos 40 años hemos consumido más de lo que hemos ingresado. ¿Cuáles son las razones?
Ciertamente existe una importante cuestión demográfica: en Occidente la vida media, en los últimos años, se ha alargado en unos 20 años y cada vez se tienen menos hijos. Es necesario encontrar un nuevo pacto social entre generaciones porque el modelo de “estado social” que viene de la posguerra ya no puede funcionar (una cantidad cada vez menor de jóvenes tendrá que financiar las pensiones de una cantidad cada vez mayor de ancianos). Como nos recuerda también el Papa, hay una urgente necesidad de cambiar el modelo de desarrollo y el estilo de vida de todos y cada uno de nosotros.
Me limito a plantear algunas preguntas: ¿Cuándo llegará el día en que miles de los mejores profesores del mundo opulento pasen un semestre en las frágiles universidades africanas? ¿Cuándo veremos que se realizan inversiones serias en energías renovables? ¿Cuándo decidirán las administraciones públicas comprar sólo automóviles ecológicos y de baja cilindrada? ¿Cuándo invertirán las empresas y gobiernos del mundo el 20% o el 30% de su PIB en una cooperación seria al desarrollo, que se traduzca en educación, sanidad, tecnologías avanzadas y limpias, transportes eficientes y viviendas dignas?Si no empezamos a responder a estas preguntas en la vida diaria, en el escenario económico y social de los próximos años seguirá habiendo crisis globales. Detrás de las alarmas de las bolsas y los mercados hay algo muy importante: una invitación, tal vez un grito, que reclama un cambio de estilo de vida, en definitiva una economía de comunión.
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por Sara Fornaro
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publicado en cittanuova.it el 29/10/2010
Un impuesto del 0,05% sobre las transacciones financieras especulativas para financiar proyectos de microfinanzas en los países en vías de desarrollo. Es una de las propuestas que contiene el llamamiento que Luigino Bruni, profesor de la Universidad Bicocca de Milán y vicedirector de Econometica, Centro Universitario de Investigación sobre ética empresarial, está lanzando estos días junto a los economistas Leonardo Becchetti, Gustavo Piga, Lorenzo Sacconi, Francesco Silva y Stefano Zamagni. El FIT (Impuesto sobre las Transacciones Financieras) tendría una doble ventaja: dar un mínimo de regulación al mercado financiero y recoger fondos para alcanzar los objetivos del milenio definidos por la ONU, así como para financiar bienes públicos globales. Es un proyecto que cada vez suscita mayor consenso, incluso entre los líderes de las principales potencias económicas, como por ejemplo el presidente francés Nicolas Sarkozy.Teniendo en cuenta la frecuencia y proporción de las transacciones especulativas, mediante el FIT se conseguiría recaudar cada año hasta 200.000 millones de dólares. Para comprender el alcance de esta propuesta, solo hay que pensar que bastarían 30.000 millones de euros para garantizar la enseñanza primaria obligatoria en todo el mundo. «Con este impuesto sobre las transacciones financieras – puede leerse en el llamamiento – está en juego la medida de nuestra civilización y la posibilidad de que podamos seguir dándole ese nombre ».
Profesor Bruni, ¿en qué estado se encuentra el proyecto?
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«Hemos recogido muchas adhesiones del mundo académico, económico y bancario. Muchas más de las que esperábamos. Por eso nos parece que es el momento adecuado para relanzar esta propuesta, con más ponderación y menos urgencia que hace dos años. Después de la propuesta lanzada en 2001 en Génova por el Movimiento de los Focolares, gracias también a la participación de las empresas del proyecto Economía de Comunión, ahora hemos entrado en una segunda fase, con una propuesta parecida pero más compartida, extendida y articulada. Yo creo que este es el camino por el que se debe avanzar ».
¿Hay algo en programa?
«Queremos volver a presentar el manifiesto de Génova, pero diez años después, en 2011 y en Brasil, con ocasión del 20º aniversario de la Economía de Comunión, como una propuesta concreta para lanzarla a escala mundial y con mayor énfasis. Ya no se trata solo de financiar gobiernos y organizaciones no gubernamentales. Hace falta impulsar la capitalización de miles de instituciones de microfinanzas que existen en los países en vías de desarrollo y nosotros, con la red mundial de las empresas de la Economía de Comunión, podemos apoyar este proyecto. Además, queremos lanzar un gran proyecto de intercambio entre profesores de todo el mundo, porque sin una educación de calidad no se puede salir de la miseria ».
¿Puede explicarnos mejor ese proyecto de intercambio?
«Se podrían fortalecer los vínculos entre las distintas instituciones académicas, que en los países en vías de desarrollo son muy frágiles, y financiar proyectos de intercambio con profesores extranjeros que podrían pasar determinado periodo de tiempo en sus centros ».
Una de vuestras propuestas es que los títulos del Tesoro no tengan impuestos, para no gravar excesivamente a los ciudadanos.
«El ahorro de las familias no debe estar sujeto a impuestos. Nosotros proponemos que se graven las finanzas especulativas, pero no se debe demonizar a todas las finanzas en general, porque son necesarias. No podemos olvidar que quienes las inventaron fueron los franciscanos en la Edad Media. El problema no está solo en recaudar dinero, sino en gastarlo bien. Las finanzas especulativas nunca se han parado, ni siquiera durante la crisis. Nunca ha quebrado: una mínima parte de organismos ha cerrado, pero otros se han reciclado de mil maneras. Basta pensar en el reciente escándalo protagonizado por un banco salvado con fondos públicos que sigue pagando incentivos enormes a sus directivos. Siempre será así, al menos mientras no haya un cambio institucional. No hay que cerrar todo, pero si queremos que las cosas funcionen, necesitamos un sistema de reglas y controles. Como ya hemos dicho, sin finanzas no hay sociedad buena ni economía buena, pero para tener una sociedad buena y una economía buena hace falta unas finanzas buenas, que requieren regulación por parte de los gobiernos y un nuevo protagonismo cívico por parte de la gente ».La propuesta del economista Bruni: un impuesto del 0,05% sobre las transacciones financieras para ayudar a los países en vías de desarrollo
por Sara Fornaro
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publicado en cittanuova.it el 29/10/2010
Un impuesto del 0,05% sobre las transacciones financieras especulativas para financiar proyectos de microfinanzas en los países en vías de desarrollo. Es una de las propuestas que contiene el llamamiento que Luigino Bruni, profesor de la Universidad Bicocca de Milán y vicedirector de Econometica, Centro Universitario de Investigación sobre ética empresarial, está lanzando estos días junto a los economistas Leonardo Becchetti, Gustavo Piga, Lorenzo Sacconi, Francesco Silva y Stefano Zamagni. El FIT (Impuesto sobre las Transacciones Financieras) tendría una doble ventaja: dar un mínimo de regulación al mercado financiero y recoger fondos para alcanzar los objetivos del milenio definidos por la ONU, así como para financiar bienes públicos globales. Es un proyecto que cada vez suscita mayor consenso, incluso entre los líderes de las principales potencias económicas, como por ejemplo el presidente francés Nicolas Sarkozy.
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por Luigino Bruni
publicado en Cittanuova.it el 27/08/2010
Decir que hoy Italia y en general la civilización occidental necesitan un nuevo “pacto social” está fuera de dudas. Lo fundamental es el contenido, qué partes intervienen, qué autoridades harán que se respete, etc. En relación con el discurso de Marchionne, hay algunos puntos sobre los que es imposible no estar de acuerdo. En particular, es innegable que en una economía cada vez más globalizada hay que revisar las relaciones industriales y, más en general, la relación entre capital y trabajo desde un punto de vista menos ideológico del que se ha aplicado en las últimas décadas, sobre todo en Italia. En estos tiempos de crisis es necesario que entre los distintos componentes de la empresa prevalezcan las razones de la cooperación sobre las de la competición o el conflicto, porque únicamente cooperando es como se consigue crecer en el contexto mundial (como muchos países de Asia llevan años enseñándonos).
Pero para que la cooperación sea de algún modo genuina e intrínseca (y no sólo oportunista e instrumental), hacen falta algunas pre-condiciones, de las que Marchionne no ha hablado. La primera consiste en reconsiderar la redistribución de la riqueza y la naturaleza de los beneficios. Uno de los capítulos del nuevo pacto social deberá necesariamente definir, tras un oportuno y serio debate (que no veo que se esté produciendo), las líneas maestras del reparto de la riqueza que produce la nueva economía, cuyos únicos destinatarios no pueden ser los accionistas y los directivos.
Hay que tomar más en serio a los trabajadores, que tienen que sentirse cada vez menos “dependientes” y más protagonistas y corresponsables de la vida y la suerte de sus empresas. Por su parte los empresarios no pueden seguir considerando el trabajo humano como un “coste de producción” que reduce los beneficios.
En todo caso, mientras el sueldo de Marchionne sea cientos de veces superior al de los trabajadores de Fiat, su discurso sobre el pacto social seguirá siendo percibido por el mundo del trabajo como abstracto o tal vez retórico. Claro que hace falta un nuevo pacto, pero sobre todo hace falta una nueva reflexión sobre el capitalismo, sobre la empresa y sobre los beneficios, si queremos dar contenido a ese nuevo pacto y cargar de futuro las palabras, por más que denuncien un problema real y sean sugerentes y cultas.
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por Luigino Bruni
Publicado en: Città Nuova n.15-16/2010 del 10-25/08/2010
El debate público que se está produciendo en estos tiempos sobre trabajo, ocupación y crisis (con el correspondiente sufrimiento para las familias) puede ser una oportunidad para reflexionar, con mayor profundidad de cuanto se haya hecho en las últimas décadas, sobre la naturaleza de la empresa, del beneficio y, en consecuencia, del capitalismo. No saldremos de verdad de las graves crisis que estamos viviendo – que abarcan aspectos tan dispares como el medio ambiente, las finanzas, el terrorismo y el empleo – mientras no pongamos seriamente en discusión el actual modelo económico y social. La forma que la economía de mercado ha asumido durante los dos últimos siglos, el capitalismo, debe evolucionar hacia algo distinto, sin perder su enorme carga de civilización y libertad, pero permitiendo que 8.000 millones de personas puedan crecer en humanidad.
[fulltext] =>Uno de los hechos más graves de estos dos últimos años de crisis financiera ha sido la vulgaridad (no encuentro una palabra mejor) de los sueldos e incentivos millonarios que los bancos y las compañías de seguros, salvadas en el otoño de 2008 con dinero público, han vuelto a pagar a sus directivos a partir de los primeros meses de 2009. A pesar de que estamos viviendo tiempos de recortes y luchas sindicales, nadie pone seriamente en cuestión los altos beneficios de las empresas ni los sueldos de las superestrellas. Falta valor para poner en discusión el sistema capitalista. Nos limitamos a hablar de economía ética, de empresas responsables, de ongs y de filantropía como fenómenos funcionales y necesarios para el sistema económico existente.
Pero ¿está tan claro como parece que el objetivo de la actividad de una empresa tenga que ser la maximización del beneficio? Limitándonos al ámbito más positivo de la economía de mercado (sin entrar en la discusión sobre la naturaleza de los beneficios obtenidos por la especulación), podemos afirmar que el beneficio es la parte del valor añadido generado por la actividad de la empresa que se atribuye a los propietarios, a los antes llamados capitalistas. Así pues, el beneficio no es todo el valor añadido, sino solamente una parte. Pongamos un ejemplo: La empresa A fabrica automóviles transformando materias primas, que tienen un coste de 10, en un producto terminado que se llama “automóvil”. Si sumamos el coste del trabajo (8), los gastos financieros y las amortizaciones (3), el beneficio bruto (antes de impuestos) de un automóvil vendido a 30 sería 9. Si después la empresa paga impuestos por valor de 4, el beneficio neto quedaría en 5.
Aquí surgen dos preguntas. La primera es ¿de dónde nace y de qué depende este beneficio? La historia del pensamiento económico es también la historia de las distintas teorías sobre la naturaleza del beneficio. Por ejemplo, Schumpeter, hace cien años, sostenía que el beneficio es el “premio a la innovación” del emprendedor, es decir la remuneración de la capacidad innovadora del empresario. Marx, medio siglo antes que él, había afirmado que el beneficio no es más que un robo que los capitalistas hacen a los trabajadores, ya que la única fuente verdadera de valor añadido es el trabajo humano, sobre todo el de los trabajadores. Hoy sabemos que en el valor añadido hay muchas cosas. Entre ellas se encuentran la creatividad del emprendedor, el trabajo humano, las instituciones de la sociedad civil, la cultura implícita de un pueblo e incluso la calidad de las relaciones familiares en las que crecen los niños en sus 6 primeros años de vida (como nos enseña el Premio Nobel James Heckman). Ese “5” de valor añadido no incluye solo el papel creativo de los propietarios de los medios de producción de la empresa, sino algo más que tiene que ver con la vida de toda la colectividad. La constitución italiana es consciente de ello cuando proclama en su artículo 41 la “función social” de la empresa, función que es también de naturaleza social.
De todos modos, una cosa es cierta: si la empresa A vende el automóvil a 30 con un beneficio de 5, en un imaginario mundo “sin ánimo de lucro” (con beneficio igual a 0) los automóviles costarían 25 en lugar de 30. En otras palabras, los beneficios de las empresas son también una forma de impuesto sobre los bienes que pagamos los ciudadanos y que reduce el bienestar colectivo de la población. Por eso muchas veces se ha soñado con una “economía sin lucro” y en algunos momentos históricos incluso se ha llegado a realizar a pequeña o gran escala, aunque a veces creando daños mayores que los problemas que se querían resolver, como en el caso de los experimentos colectivistas del siglo XX. Estos experimentos no han funcionado por muchas razones, pero una de ellas es que cuando se quita ese “5”, socializándolo, quienes ponen en marcha las empresas (ya sea el estado o los particulares) dejan de comprometerse en la innovación y el trabajo. La riqueza no sólo económica de la nación disminuye, todos se hacen más pobres y el valor (5) que se quería socializar termina por desaparecer. Al mismo tiempo, la gran crisis que estamos viviendo nos enseña que una economía basada en el beneficio y la especulación es igualmente insostenible. Entonces ¿qué podemos hacer?
A la luz de lo que hemos dicho, lo que está ocurriendo hoy en el ámbito de la llamada economía civil o social y en concreto en la Economía de Comunión, puede leerse de dos maneras distintas. Una primera lectura, minimalista y conservadora, interpretaría la economía civil y social como el “tapagujeros” del sistema capitalista: la empresa normal no consigue hacerse cargo de los “vencidos” que quedan a lo largo del camino (dicho en términos de G. Verga) y es necesario que otros realicen la función que las familias y las iglesias desarrollaban en el pasado. Esta es la lógica del 2% (sin lucro), que deja intacto el 98% restante (economía lucrativa).Pero hay otra lectura de este movimiento de economía civil: concebir, por ahora a pequeña escala, un sistema económico donde el valor añadido, económico y social, sea repartido entre muchos (no sólo entre los accionistas), pero sin que los empresarios ni los trabajadores dejen de comprometerse por falta de incentivo, evitando caer en los mismos problemas de las economías colectivistas y socialistas.
La verdadera apuesta de la nueva economía de mercado que nos espera consistirá en mostrar empresarios (ya sean individuos o comunidades) motivados por “razones más grandes que el beneficio”.
La última fase del capitalismo (que podríamos llamar financiero-individualista) nace de un pesimismo antropológico que se remonta por lo menos a Hobbes: los seres humanos serían demasiado oportunistas y auto-interesados como para pensar que puedan comprometerse con motivaciones altas (como la del bien común). No podemos dejar que esta “derrota antropológica” tenga la última palabra sobre la vida en común. Tenemos el deber ético de dejar a quienes vienen detrás de nosotros una visión positiva del mundo y del hombre.
Pero para que todo esto no quede únicamente en el papel sino que se convierta en vida, hace falta un nuevo humanismo, una nueva educación, esos “hombres nuevos” que están también en el centro del proyecto Economía de Comunión, capaces de esforzarse y trabajar no solo por el beneficio, sino también para hacer de su actividad laboral una obra de arte. Si es así, la nueva economía de mercado en la que están entrando nuevos y grandes protagonistas (como Africa, por ejemplo), podrá ser un lugar hermoso en el que habitar, vivir, amar.
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Ambos. 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por Luigino Bruni
Publicado en: Città Nuova n.15-16/2010 del 10-25/08/2010
El debate público que se está produciendo en estos tiempos sobre trabajo, ocupación y crisis (con el correspondiente sufrimiento para las familias) puede ser una oportunidad para reflexionar, con mayor profundidad de cuanto se haya hecho en las últimas décadas, sobre la naturaleza de la empresa, del beneficio y, en consecuencia, del capitalismo. No saldremos de verdad de las graves crisis que estamos viviendo – que abarcan aspectos tan dispares como el medio ambiente, las finanzas, el terrorismo y el empleo – mientras no pongamos seriamente en discusión el actual modelo económico y social. La forma que la economía de mercado ha asumido durante los dos últimos siglos, el capitalismo, debe evolucionar hacia algo distinto, sin perder su enorme carga de civilización y libertad, pero permitiendo que 8.000 millones de personas puedan crecer en humanidad.
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por Luigino Bruni
Publicado en: Città Nuova n.12/2010 del 25/06/2010
Uno de los elementos más importantes para el nacimiento de la civilización occidental fue la contraposición entre suerte y virtud. En el mundo mítico griego había una relación muy estrecha entre felicidad y suerte. A quien tenía de su parte un buen (eu) dios (daimon), se le consideraba feliz. Sócrates y la gran pléyade de filósofos griegos afirmaron que, por el contrario, la felicidad y el crecimiento humano dependían de las virtudes y no de la suerte. La virtud vence a la mala suerte. Sobre esto se construyó toda la ética personal y colectiva de Europa que, gracias al acontecimiento cristiano, afirmó que la vida buena, la felicidad, depende de la capacidad de cultivar las virtudes, de nuestro compromiso y de nuestra responsabilidad.
Hoy, en cambio, asistimos a un gran revival de la suerte. La búsqueda de la felicidad cada vez se relaciona menos con la virtud, sobre todo con el trabajo, y más con la suerte, el juego y la fortuna. Proliferan las transmisiones que se basan en promesas de enriquecimiento fácil, rasga y gana, lotería, tragaperras, bonoloto y telepóker..
[fulltext] =>La crisis financiera y económica también es expresión de este revival de cultura arcaica y del alejamiento de las ideas de la virtud y el trabajo. Nuestra república, cuando nace, se fundamenta en el trabajo. Una tesis que encierra siglos de civilización en los que Occidente y el cristianismo afirmaron que la riqueza que no deriva del trabajo humano no conduce normalmente a la felicidad individual y colectiva. Hoy, en cambio, esta cultura de la suerte (que va de la mano con la magia y la astrología, otros ámbitos neopaganos en auge) nos ilusiona con la promesa de que nos podemos hacer ricos sin trabajar, simplemente encontrando la inversión adecuada o ganando la lotería. No hay una gran diferencia cultural entre quienes consumen lotería sistemáticamente y quienes especulan en bolsa. Es la cultura de la suerte que se toma la revancha sobre la cultura de la virtud. Saldremos de esta crisis si trabajamos, mejor y juntos, para relanzar una era de virtudes públicas, de bienes colectivos y de proyectos comunes. En caso contrario, seguiremos esperando que la salvación venga de fuera y seguiremos dilatando el tiempo de la responsabilidad individual y colectiva.
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por Luigino Bruni
publicado en www.cittanuova.it el 5/05/2010En casi todos los aeropuertos del mundo hay un servicio de acceso a Internet de pago. En Zurich, 4 minutos de conexión costaban un euro y casi todos los puestos estaban libres. Hace unos días, en el aeropuerto de Oporto, encontré un servicio gratuito. Después de una hora de fila, tuve que dejarlo, ya que los que habían conseguido sitio, no lo dejaban. A lo mejor, con un coste un poco más bajo en Zurich y otro un poco superior a cero en Oporto, ambos sistemas serían más eficientes.
Tanto los precios demasiado altos como los demasiado bajos representan un problema. Un precio del petróleo demasiado bajo durante décadas no sólo ha acelerado el agotamiento de los yacimientos, sino que además ha frenado la búsqueda de energías alternativas. El precio de un bien, cuando los mercados son competitivos, debería expresar su escasez económica y social. Pero hay bienes, como el petróleo (y el medio ambiente en general), cuyo precio solo puede expresar de verdad su escasez si incluye también la disponibilidad de ese bien para las generaciones futuras.
[fulltext] =>Hablando de precios demasiado altos, no he conseguido aun encontrar a ningún colega economista capaz de darme una justificación teórica de los sueldos millonarios de algunos directivos. Estoy convencido de que podría reducirse el coste de los bienes, de las pólizas y de las facturas que siguen subiendo, entre otras cosas, a causa de las rentas que se auto-asignan los miembros de estos clubs exclusivos, si pagáramos a los directivos públicos y privados en base a la escasez y al valor de su contribución a la empresa y a la sociedad. Unos sueldos más bajos, además, favorecerían la cohesión y la armonía social que las fuertes desigualdades siempre ponen en crisis. Estoy convencido de que también en el terreno de los directivos hay que desarrollar la investigación sobre “fuentes alternativas”. Pero mientras los sueldos de los directivos de las grandes empresas y de la administración pública sigan siendo tan escandalosamente altos, a la economía social y civil le resultará muy difícil atraer a los mejores directivos jóvenes. Sin embargo tengo la fortuna de conocer a muchos jóvenes que, rechazando otras alternativas, deciden emplear sus mejores años en ONGs o en empresas sociales y civiles, donde se encuentran esas “energías alternativas” de las que dependerá la sostenibilidad económica, social y espiritual de los próximos años.
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por Chiara Andreola
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publicado en cittanuova.it el 16/04/2010
Primero los dardos tuvieron como destinatario al alcalde de Adro (Brescia), que decidió dejar fuera del comedor escolar a los que no estaban al día con los pagos. Después, cuando un (inicialmente) anónimo empresario pagó la cuenta para evitar que los niños de primaria, que no tenían culpa alguna, se quedasen con el estómago vacío, los disparos se dirigieron hacia el autor del magnánimo gesto. El motivo es que ahora a los que son poco honestos les resultará demasiado fácil aprovecharse de la generosidad ajena. Así, unas 200 familias han anunciado que dejarán de pagar la cuota en señal de protesta. Por su parte, el alcalde ha declarado al Corriere della Sera que el gesto de Silvano Lancini – así se llama el empresario – es «una acción política», encaminada a favorecer a la oposición. Tanto si se trata de auténtica generosidad como si se trata de un movimiento calculado, este episodio trae al centro del debate la cuestión del valor y del papel de la gratuidad en la ciudadanía. Hablamos de ello con Luigino Bruni, profesor de economía en la Universidad Bicocca de Milán y autor de un libro que trata precisamente sobre este tema (El precio de la gratuidad, Ciudad Nueva).En cuanto se ha sabido el nombre del benefactor, han ido tomando cuerpo las suposiciones sobre posibles intereses ocultos. ¿Por qué nos cuesta tanto concebir un gesto de gratuidad?
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«El ethos del mercado está tan centrado en el principio del interés personal, como dicen incluso los libros de textos de las escuelas de negocios en las que se forman las clases dirigentes, que incluso un acto altruista termina por entrar dentro de esta lógica y se convierte en “sospechoso”. Pero hay que decir que aquí hay también una reacción ante una idea de beneficencia que puede esconder relaciones de poder. El munus, el don, ha acompañado durante milenios a la vida en común, pero en algunos casos era expresión de dominio. Séneca ya afirmaba que cuando el beneficiario no consigue responder al don del benefactor, termina por odiarlo, porque cada día le recuerda su dependencia. Hay que crear las condiciones para que exista una cultura de la gratuidad. La economía civil y la Economía de Comunión van en esta dirección ».
¿En qué se diferencia la gratuidad de la beneficencia?
«La gratuidad está radicada en la reciprocidad. Es un proceso que comienza, como por ejemplo en este caso, con una donación, pero después se desarrolla y dura en el tiempo dentro de la comunidad. No es sólo el acto de una persona. En este sentido, la cultura europea es distinta de la americana, donde se considera normal que un empresario haga una donación incluso importante. Al no estar acostumbrados al modelo filantrópico, sino al comunitario, no tenemos la idea de que el individuo asuma de su bolsillo una obligación que atribuimos al Estado o a la comunidad. Es en la comunidad donde la reciprocidad encuentra su expresión plena, precisamente porque no es simple beneficencia, sino un modelo de relaciones. La pobreza misma es una relación, no un status».
Uno de los motivos por los que se ha criticado el gesto del empresario de Brescia es el peligro de que algunos, pudiendo hacerlo, se aprovechen y dejen de pagar la cuota del comedor. ¿La gratuidad tiene limitaciones?
«El acto de generosidad es frágil por naturaleza y está expuesto al oportunismo. El peligro es inevitable, pero eso no es un buen motivo para dejar de hacerlo. Construir comunidades solidarias con dinámicas más sostenibles funciona como una garantía en este sentido, porque una vez que el proceso de gratuidad entra en la dimensión comunitaria se puede ejercer una especie de control».El empresario de Brescia que ha pagado de su bolsillo el comedor escolar a los niños que no se lo podían permitir, ha recibido, junto a algunas alabanzas, también fuertes críticas. ¿Cuál es el valor de la gratuidad dentro de la comunidad? El economista Luigino Bruni responde a tres preguntas.
por Chiara Andreola
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publicado en cittanuova.it el 16/04/2010
Primero los dardos tuvieron como destinatario al alcalde de Adro (Brescia), que decidió dejar fuera del comedor escolar a los que no estaban al día con los pagos. Después, cuando un (inicialmente) anónimo empresario pagó la cuenta para evitar que los niños de primaria, que no tenían culpa alguna, se quedasen con el estómago vacío, los disparos se dirigieron hacia el autor del magnánimo gesto. El motivo es que ahora a los que son poco honestos les resultará demasiado fácil aprovecharse de la generosidad ajena. Así, unas 200 familias han anunciado que dejarán de pagar la cuota en señal de protesta. Por su parte, el alcalde ha declarado al Corriere della Sera que el gesto de Silvano Lancini – así se llama el empresario – es «una acción política», encaminada a favorecer a la oposición. Tanto si se trata de auténtica generosidad como si se trata de un movimiento calculado, este episodio trae al centro del debate la cuestión del valor y del papel de la gratuidad en la ciudadanía. Hablamos de ello con Luigino Bruni, profesor de economía en la Universidad Bicocca de Milán y autor de un libro que trata precisamente sobre este tema (El precio de la gratuidad, Ciudad Nueva).
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por Luigino Bruni
publicado en: www.cittanuova.it el 01/04/2010
¿Por qué vota la gente?
La ciencia económica no es todavía capaz de darnos una respuesta totalmente convincente a esta pregunta. Siguiendo únicamente los criterios de la pura racionalidad económica, la que nos lleva a decidir en función de los costes y beneficios individuales, ningún ciudadano racional debería acudir a las urnas. El impacto que un solo voto tiene sobre el resultado final de una votación política está muy cerca de cero, mientras que el coste (sobre todo en tiempo) cae enteramente sobre el individuo. En otras palabras, si todos nos preguntáramos “qué aporta nuestro voto a la política nacional” y actuáramos en consecuencia, muchos escaños deberían quedar desiertos.
[fulltext] =>¿Por qué entonces, haciendo caso omiso de la teoría económica y de los economistas, mucha gente sigue yendo a votar? Tal vez porque cuando participamos en la vida política y ciudadana no miramos únicamente los beneficios y costes individuales, sino que atribuimos un valor intrínseco o ético a la participación política en sí misma. Cuando María tiene que decidir si va a ir a votar o no, siendo el coste material de su voto igual a 2 (tiempo, gasolina…) y el beneficio igual a 0,1 (la influencia de su voto en el resultado electoral), si no tuviera en cuenta otro tipo de beneficio, se quedaría tranquilamente en su casa o iría a dar un paseo. Si, por el contrario, la participación política le produce algún tipo de bienestar o felicidad, es como si a ese 0,1 se le añadiera un valor inmaterial que, siempre que sea suficientemente alto, le hace ir a las urnas en lugar de disfrutar del descanso dominical. ¿Qué sentido tiene, desde este punto de vista, el descenso de la afluencia a las urnas? En primer lugar se deduce que este descenso es resultado de que cada vez más personas razonan en términos puramente individualistas y “económicos”.
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Pero hay algo más que decir. Cuando la calidad del debate público y la moralidad de los políticos disminuyen, se reduce también el valor intrínseco y simbólico de la participación para las personas. Y cuando se supera determinado umbral (para María es el 1,9 pero cada uno tiene su propio umbral), entonces puede que ya no se vaya a votar. “Ya no merece la pena”, se dice en apretada síntesis. Y aunque María ignore cuál es su umbral, si este año no ha ido a votar, esta decisión nos revela que el valor intrínseco de la participación política para ella ha bajado. En ese caso, la ausencia del voto es signo de un malestar y quizá de una deseo de mayor calidad en la vida política. Ciertamente hay ciudadanos para los cuales el valor ético de la participación política es muy alto, pero muchos otros gravitan alrededor del valor más cercano al umbral crítico y la crisis moral de la política puede haber llevado a muchos de ellos a renunciar al voto.
Entonces ¿qué conclusión podemos sacar? Si queremos que la gente siga votando, ejercitando el principal derecho-deber de una democracia, hay que llenar la política de ideales y de moralidad, haciendo que su valor, simbólico pero muy real, permanezca alto, haciendo que “merezca la pena”.Según la teoría económica, si examinamos los costes y beneficios del voto, los ciudadanos deberían desertar de las urnas. ¿Es esta la única causa de la alta abstención en las últimas elecciones o hay otros motivos?
por Luigino Bruni
publicado en: www.cittanuova.it el 01/04/2010
¿Por qué vota la gente?
La ciencia económica no es todavía capaz de darnos una respuesta totalmente convincente a esta pregunta. Siguiendo únicamente los criterios de la pura racionalidad económica, la que nos lleva a decidir en función de los costes y beneficios individuales, ningún ciudadano racional debería acudir a las urnas. El impacto que un solo voto tiene sobre el resultado final de una votación política está muy cerca de cero, mientras que el coste (sobre todo en tiempo) cae enteramente sobre el individuo. En otras palabras, si todos nos preguntáramos “qué aporta nuestro voto a la política nacional” y actuáramos en consecuencia, muchos escaños deberían quedar desiertos.
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por Luigino Bruni
publicado en Cittanuova.it el 18/03/2010
Puntualmente vuelve a la palestra el tema de la reforma fiscal y la lucha contra la evasión fiscal, una enfermedad que no afecta solo al sistema fiscal sino a toda la vida cívica, ya que mina de raíz el “pacto social” que existe entre los ciudadanos. Cada cierto tiempo deberíamos recordarnos cuál es la lógica de los impuestos en una democracia moderna. Los impuestos tienen tres objetivos: tienen una función de redistribución de la riqueza de los más ricos hacia los más pobres; además son un instrumento para animar el consumo de bienes meritorios (arte, educación, cultura…) y desincentivar el de los no meritorios (tabaco, licores…); finalmente sirven para financiar los bienes públicos como las carreteras, la seguridad o la sanidad.
[fulltext] =>Estas tres funciones tienen sentido para las sociedades que se sienten unidas por un pacto, que tienen una dimensión colectiva que es más que una suma de contratos y de acciones individuales y privadas. Pensemos, por ejemplo, en los bienes públicos: Si su costo es de 1.000 y somos 100 los que pagamos impuestos, cada uno contribuye con una media de 10. Pero si somos 100 ciudadanos y sólo 50 pagan impuestos, la media de los que contribuyen es de 20. Pagan por ellos mismos y por los tramposos. Por eso, cuando la evasión fiscal supera un umbral crítico, mina los cimientos del pacto social, puesto que rompe la confianza que mantiene unidos a los pueblos y a cualquier comunidad política.
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Cuando se habla del escándalo de los paraísos fiscales – “lugares” por donde transita muchas veces el dinero blanqueado de violencia y de sangre –, hay que tener en cuenta que también existen muchos purgatorios fiscales. Los de aquellos que, a causa del paraíso de los tramposos, tienen que sostener una presión fiscal demasiado alta, injusta y muchas veces insostenible. Un purgatorio que se transforma en infierno cuando un empresario que vive la legalidad en sectores de alta evasión fiscal se ve obligado a cerrar las puertas de su empresa. La cultura fiscal solo se puede cambiar a largo plazo, realizando diariamente actos virtuosos, empezando por el colegio. Cuando un muchacho pregunta «¿por qué hay paraísos fiscales?», la respuesta no es fácil, pero siempre podemos desearle que su generación sea la primera en eliminar esta vergüenza colectiva.Impuestos y justicia
por Luigino Bruni
publicado en Cittanuova.it el 18/03/2010
Puntualmente vuelve a la palestra el tema de la reforma fiscal y la lucha contra la evasión fiscal, una enfermedad que no afecta solo al sistema fiscal sino a toda la vida cívica, ya que mina de raíz el “pacto social” que existe entre los ciudadanos. Cada cierto tiempo deberíamos recordarnos cuál es la lógica de los impuestos en una democracia moderna. Los impuestos tienen tres objetivos: tienen una función de redistribución de la riqueza de los más ricos hacia los más pobres; además son un instrumento para animar el consumo de bienes meritorios (arte, educación, cultura…) y desincentivar el de los no meritorios (tabaco, licores…); finalmente sirven para financiar los bienes públicos como las carreteras, la seguridad o la sanidad.
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por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n.4 - 2010
Benedicto XVI ha dicho reciente e insistentemente que es necesario «hacer todo lo posible para tutelar y aumentar el empleo ». Hoy más que nunca el centro del sistema económico debe estar ocupado por las personas. El capital tecnológico, financiero y social es por supuesto importante, pero el “capital humano”, los trabajadores, siguen siendo el factor clave de cualquier economía que quiera estar a la altura del hombre. Sin embargo, la crisis financiera y económica global muestra con gran fuerza que el trabajo humano ha quedado relegado en nuestro modelo de desarrollo capitalista. Un modelo que, al ser cada vez más dependiente de las finanzas, ha ido perdiendo contacto con la fatiga del trabajo.
[fulltext] =>El trabajo ahora está al servicio del consumo. Ha dado lugar a uno de los fenómenos más preocupantes de nuestro tiempo, que es la carrera por el consumo. La historia nos enseña que los pueblos se desarrollan no cuando la tendencia “competitiva” de los seres humanos se expresa en primer lugar en el consumo (competición por tener el auto o el teléfono móvil más caro que el de los demás), sino mediante el trabajo y la producción. Además podríamos haber aprendido de esta crisis que la única riqueza que produce auténtico bienestar es la que surge del trabajo humano. La promesa de hacerse rico sin trabajar siempre es sospechosa y muchas veces se basa en el engaño individual y social.
¿Qué podemos hacer en estos tiempos de profunda crisis del trabajo? En primer lugar hay que tener muy en cuenta que el trabajo no es una mercancía que puede dejarse exclusivamente en manos de la demanda (empresas) y de la oferta (trabajadores). El trabajo, o, mejor dicho, trabajar es un bien de primera necesidad, ya que de él dependen la dignidad e identidad de las personas, sus sueños y la posibilidad de adquirir otros bienes, moviendo así la rueda de la economía. Por eso la presencia de los sindicatos será siempre un gran signo de civilización y humanización plena de la vida civil.
Saldremos de esta crisis si sabemos encontrar una nueva organización del empleo. La globalización y la entrada de nuevos continentes en la escena económica están cambiando radicalmente el modelo económico dominante en occidente durante el siglo XX, basado en el binomio estado-mercado. Según este modelo, que ha producido resultados extraordinarios en términos de crecimiento económico, el mercado capitalista debe producir y dar trabajo y el estado debe rellenar los huecos del mercado, incluso desde el punto de vista del empleo. Todo lo que tenía que ver con la vida privada y asociativa y por ello con los valores ideales y políticos, no correspondía ni al mercado ni al estado. Todo eso era un “tercer sector” y cuando creaba empleo era algo marginal, ya que su naturaleza no era económica.
Hoy este modelo está entrando en crisis mortal, porque ni el mercado tradicional ni el estado se sostienen ya. Entonces el tercer sector debe evolucionar hacia lo que llamamos “economía civil”, es decir hacia un nuevo modelo económico y social donde la sociedad civil no es un elemento residual (tercero), sino el punto de apoyo de la creatividad de toda la economía. Hoy es necesaria una nueva era de la innovación donde los ciudadanos no dejen el trabajo solo en manos de las grandes empresas tradicionales y del Estado, sino que sean protagonistas de nuevas empresas en sectores de alta innovación.Hoy no sólo hay que “salvar” el trabajo o “buscarlo”. También hay que “crearlo”. Hay que concebir un sistema donde las cooperativas y las asociaciones no se ocupen solo del cuidado de las personas, sino también de los bienes de alto valor añadido. Hay que inventar un nuevo pacto social para que la economía civil no tenga únicamente la función de redistribuir recursos, sino también de crearlos.
Si queremos que Italia siga ocupando un puesto significativo en el nuevo escenario económico mundial, hay que relanzar una fase de nueva creatividad para imaginar nuevos escenarios y nuevos mercados, con bienes que hoy son cada vez más escasos y por ello preciados: los bienes relacionales, culturales y medioambientales.
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