En estos últimos años, de vez en cuando vuelve a la palestra el debate sobre los límites del mercado.
por Luigino Bruni
publicado en Citta Nuova N.13-14 del 10/07/2011
En los últimos años, cada poco vuelve a salir a la palestra el debate sobre los límites del mercado. Volvemos a preguntarnos si es justo, oportuno y posible crear mercados oficiales y transparentes para el tráfico de órganos, legalizar la maternidad de alquiler, legalizar la prostitución, etc. Estos temas son causa de rechazo e indignación para muchos. Pero para otros, como para algunos estados de Norteamérica, la creación de estos nuevos mercados sería o bien fruto de la evolución de nuestros valores y costumbres o bien la consecuencia de sacar a la luz unos mercados que ya existen de forma ilegal.
Los promotores de estos nuevos mercados sostienen que, puesto que existe de hecho una demanda de órganos, niños, etc. si los estados y el sistema legal no se organizan para gestionarlos con reglas y garantías, lo que se produce inevitablemente es la explotación de los más pobres. Al encontrarse en condiciones extremas, éstos venden órganos y niños en condiciones mucho más desfavorables que las que obtendrían en un mercado regulado. En otras palabras, ante condiciones de vida y circunstancias trágicas, si existiera un hipotético mercado legal para la maternidad de alquiler, una familia que no consiga alimentar ni educar dignamente a sus cinco hijos, podría engendrar un niño para otra familia, efectuando esta transacción con normas y garantías públicas, y destinar la cantidad recibida a alimentar y dar estudios a los 5 hijos restantes.
Pero la solución se encuentra en otro plano. Ante el hecho de que muchas personas y familias en el mundo tienen que enfrentarse a decisiones trágicas, no debemos caer en la tentación de recurrir a la opción más fácil, aunque se nos presente con un aspecto casi humanitario (comerciar con el cuerpo humano y con las personas). Estas trágicas situaciones deben impulsar a los individuos, a la sociedad civil y a los gobiernos a resolver las situaciones gravemente injustas que llevan a las personas a tomar tales decisiones. Como personas y como instituciones, no debemos quedarnos tranquilos mientras haya una mujer en el mundo que para alimentar a sus hijos tenga que vender a uno de ellos o mientras haya un hombre obligado a vender un riñón para poder comer él o su familia. No veo otra solución.