Città Nuova

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Firmas – Más allá del mercado

Luigino Bruni

Publicado en Città Nuova nº 09/2017 - Septiembre 2017

Antonio Genovesi ritratto ridEste año se cumplen 250 años de la publicación de las Lecciones de Economía Civil de Antonio Genovesi, el tratado más importante de Economía Civil. Los aniversarios son útiles si permiten mirar hacia atrás para ir adelante, como en el rubgy. Volver a Genovesi le podría permitir a la Europa de hoy ir verdaderamente hacia delante y en la dirección correcta.

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Antonio Genovesi nació el 1 de noviembre de 1713 en Castiglione (hoy Castiglione del Genovesi), un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Salerno (Italia), y murió en Nápoles en 1769. En 1736 fue ordenado sacerdote y al año siguiente se mudó a Nápoles, donde poco después comenzó a enseñar metafísica en la misma universidad donde daba clases Vico.

Debido a algunas acusaciones de herejía, tuvo problemas con las autoridades eclesiásticas de su tiempo y con los teólogos napolitanos, y por eso tuvo que pasar primero a la enseñanza de la lógica (disciplina teológicamente menos controvertida) y después, en 1974, a la economía, convirtiéndose en el primer catedrático de economía de Europa, con una cátedra privada, cerca de Nápoles.

Con respecto a la persona de Genovesi, su ilustre alumno y primer biógrafo, Galanti, escribe: «La Naturaleza, que le había destinado a cosas grandes, además de haberle hecho grande físicamente, guapo de cuerpo y de amable y atractiva figura, le había concedido una salud recia, maneras corteses y elegantes, y un talento tan valioso como singular para comunicar con claridad y gracia sus pensamientos. A estos afortunados atributos hay que añadir una vasta memoria, recto entendimiento y un alma grande; y, lo que es más raro, un genio elevado y distinto al de los sabios corrientes, que no piensan ni razonan si no es sobre las ideas de otros».

El idioma que Genovesi eligió para sus clases fue el italiano, porque, según decía, «escribiré como pienso, y hablaré como se habla entre nosotros, porque quiero que se me entienda, no que se me admire». Fue un incansable educador, difusor entre su pueblo de la técnica y las ciencias modernas, reformador del sistema educativo y un gran profesor. En uno de sus libros escritos “para jóvenes” – los destinatarios de sus tratados – escribía: «Las escuelas tienen que servir para formar cabezas para la República, no gramáticos ni polemistas para los cafés; para formar hombres llenos del sentido de una verdadera y sólida piedad, sentido de la justicia, la honradez y la amistad, para instruir y regir a la ignorante multitud».

Las dificultades que Genovesi encontró en el terreno teológico supusieron un obstáculo para su aluvión de ideas, que tuvo que desviarse hacia un cauce menos controvertido que el de la teología: el de la economía, donde las referencias a Locke y Hume eran menos sospechosas y menos importantes para la salvación de las almas. En sus últimos 15 años de vida, Genovesi se dedicó casi exclusivamente a las materias económicas, donde fue brillante y encontró reconocimiento universal. En el culmen de su actividad de estudioso y profesor, escribió las Lecciones, que son una summa de su pensamiento y de toda la economía civil. Escribía en una carta a un amigo: «Estoy a punto de llevar a la imprenta mis Lecciones de comercio en dos tomos. Encomiendo esta obra a la Divina Providencia. Ya soy viejo y no espero ni pretendo nada de la tierra. Mi finalidad es ver si puedo dejar a mis italianos un poco más iluminados que como los encontré cuando vine, y también un poco más afectos a la virtud, la única que puede ser verdadera madre de todo bien. Es inútil pensar en el arte, el comercio o el gobierno, si no se piensa en reformar la moral. Mientras a los hombres les salga a cuenta ser granujas, no hay que esperar gran cosa de los trabajos metódicos. Tengo ya demasiada experiencia». Muchos son los mensajes de Genovesi y sus Lecciones válidos para la Italia y a la Europa de hoy. Genovesi no temió innovar con respecto a la tradición: lo hizo y asumió su coste.

Pero también tenía una idea clara de la vocación de la tradición italiana: fue capaz de innovar porque conocía bien el genio de su cultura. La encrucijada que hoy tenemos ante nosotros también es clara: podemos seguir siendo “granujas” o hacernos finalmente cívicos.

 

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Necesitamos una economía civil

Necesitamos una economía civil

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Con ocasión de la concesión del Premio Nobel de Economía a Richard H.Thaler, teórico del "Nudge" [empujón], volvemos a publicar un artículo de Luigino Bruni sobre el tema

de Luigino Bruni

publicado en  pdf Città Nuova nº 02/2016 (58 KB) de febrero de 2016

Mosca nel gabinetto ridA pesar de toda la información de que disponemos sobre alimentación, estilos de vida y consecuencias de nuestros comportamientos en el presente y el futuro del planeta, ¿por qué seguimos contaminando con nuestros vehículos y calefacciones, comiendo demasiado y mal, y no realizando suficiente actividad física? Entender por qué no conseguimos renunciar al aire acondicionado y al automóvil privado es relativamente fácil. Es un caso típico donde el beneficio privado (confort) prevalece sobre el beneficio público (calentamiento del planeta).

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Mucho más difícil es entender por qué comemos o bebemos cosas que sabemos que nos hacen daño. En este segundo caso no hay ningún conflicto entre bien privado y bien común, sino simplemente un gran bien individual y social (salud, expectativa de vida, menor coste) al que se antepone un pequeño bien individual (alimentos grasos y dulces) y un mal social (aumento del gasto público). Dicho de otro modo, es más “coherente” el comportamiento de un contaminador informado que el de un obeso informado.

Cada vez sabemos con certeza más cosas sobre el peligro de los azúcares y las grasas, pero luego llegamos a casa cansados, vemos un trozo de tarta y preferimos eso antes que la manzana que está a su lado; un amigo nos invita a su casa y entre una palabra y otra vaciamos el bol de pistachos y cacahuetes.

Los economistas dan distintas explicaciones a estos comportamientos nuestros. Una de las más conocidas en la del nudge (empujoncito). La idea de fondo es sencilla: las personas se comportan mal porque, aun sabiendo que algunas decisiones son equivocadas, no pueden resistir la tentación. Más en general, es como si nuestros gustos y preferencias fueran más “verdaderos” que las decisiones que luego tomamos en las condiciones concretas de nuestra vida, que están contaminadas por el estrés, el cansancio y los errores.

He aquí la solución: complicar artificialmente la elección de las cosas que nos hacen daño. Por ejemplo, pedir a los supermercados que pongan los snacks en las estanterías más altas (y alejadas de la caja), o a los restaurantes que escondan los dulces en la carta del menú, escribiéndolos en letra pequeña o, mejor aún, que los incluyan entre las notas de la última página. Y a los amigos pedirles que pongan los pistachos lejos del sofá, para que consumirlos tenga un mayor coste. No se trata de prohibir productos, sino de hacer más “costoso” el proceso de elección de los bienes más sujetos al efecto “tentación”, de darnos unos a otros un afable empujoncito en las elecciones donde somos más débiles. O bien elegir las “opciones por defecto” que hacen más sencilla la elección menos costosa. Algunos cajeros automáticos, siguiendo esta teoría, han desplazado hacia la derecha la opción “no” a la hora de imprimir el recibo.

Estos “empujoncitos” deberían aplicarse también a sectores éticamente sensibles como los juegos de azar, donde, por el contrario, se practica el “empujoncito al revés”. No hay más que ver dónde se exponen los boletos en los kioskos o en las estaciones de servicio. La primera dificultad para hacer operativas las múltiples recomendaciones del “empujoncito” son los incentivos de las empresas, que maximizan los beneficios vendiendo productos tentadores.

Los estudios presentados en un congreso en Lugano (‘Economics, Health and Happiness’, 14-16 Enero) dan más explicaciones. Una de ellas se refiere al cálculo erróneo del futuro, sobre todo por parte de los jóvenes. Renunciar hoy a un comportamiento equivocado es algo muy evidente y concreto, mientras que la salud de dentro de 20 años está demasiado lejos como para que pueda condicionar seriamente el comportamiento de hoy. Además, tendemos a no tomarnos suficientemente en serio las estadísticas, porque pensamos que somos mejores que la media, que somos únicos y distintos de los demás. Los genes de nuestros padres y los primeros años de vida tienen mucho peso en las elecciones de adultos. Además, el trabajo y la sociedad también juegan un papel importante. Cuando se trabaja mal y/o demasiado, también se come mal. El cuidado de las relaciones está en correlación con el cuidado de uno mismo. Si no revisamos nuestra cultura del trabajo, de las relaciones y del cuidado, seguiremos sabiendo que la verdura es buena y comiendo bocadillos en solitario.

N.d.R. - La foto recoge un genial ejemplo de “empujoncito” instalado en el aeropuerto de Munich, que produce el efecto de mantener los baños masculinos más tiempo limpios. La foto ha sido sugerida por el autor del artículo, asiduo usuario de aeropuertos.

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de Luigino Bruni

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Mosca nel gabinetto ridA pesar de toda la información de que disponemos sobre alimentación, estilos de vida y consecuencias de nuestros comportamientos en el presente y el futuro del planeta, ¿por qué seguimos contaminando con nuestros vehículos y calefacciones, comiendo demasiado y mal, y no realizando suficiente actividad física? Entender por qué no conseguimos renunciar al aire acondicionado y al automóvil privado es relativamente fácil. Es un caso típico donde el beneficio privado (confort) prevalece sobre el beneficio público (calentamiento del planeta).

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¿Por qué nos seguimos haciendo daño?

¿Por qué nos seguimos haciendo daño?

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Enseña economía política en la Universidad Lumsa de Roma, después de trece años en la Bicocca de Milán. Cada semana comenta algún libro bíblico en el diario “Avvenire”. Personalidad poliédrica, es miembro del Movimiento de los Focolares desde joven, y coordina el proyecto por una Economía de Comunión

por Giulio Meazzini

publicado en Città Nuova - nº 07/2017, julio 2017

¿Quién es Luigino Bruni? Soy esencialmente un economista con vocación humanista. Desde siempre me he ocupado también de historia, ética y filosofía. En economía me interesan sobre toLuigino Bruni CN riddo las ideas, pero éstas se presentan entrelazadas con todo lo demás, como en la vida. Por eso, desde hace tiempo trabajo en temas como la felicidad, el don, los ideales, las pasiones, los carismas y las organizaciones con motivación ideal. De vez en cuando tenemos que ser capaces de volver a empezar en la vida. Acabo de publicar un pequeño libro en italiano titulado "La felicidad es demasiado poco" (Pacini Editore): esto también se puede aplicar a la economía. No podemos pensar que la ciencia económica por sí sola sea suficiente para entender el mundo. La vida es bella porque guarda sorpresas. También en el trabajo. 

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¿La felicidad no es suficiente? Viviendo entendemos que hay otras cosas al menos tan importantes como la felicidad: la dignidad, la verdad sobre uno mismo… Hoy la felicidad, entendida como placer, se ha convertido en la prioridad y por consiguiente… somos infelices. Los seres humanos queremos más: dignidad, libertad, fidelidad, verdad.

Usted afirma que en la base del capitalismo hay una antropología pesimista. ¿Qué futuro le espera a la economía? En el siglo XX teníamos dos modelos de economía. Había un modelo anglosajón, basado en una antropología agustiniana, luterana y calvinista, que veía al ser humano esencialmente orientado hacia la búsqueda de su propio interés personal y en el que el bien común llegaba como efecto no intencionado (recordemos la “mano invisible” de Smith). Y había un segundo modelo, el capitalismo de Italia, Francia, España y Portugal, católico y más comunitario, que proponía una antropología más positiva, basada en las virtudes y en el hombre social. Este modelo producía menos crecimiento pero más alegría de vivir, mientras en el Norte se acumulaba riqueza y se desarrollaba el capitalismo. Ahora, con la globalización, se ha importado también al Sur de Europa este estilo de capitalismo más individualista y solitario, que está entristeciendo la manera de concebir el trabajo y la sociedad misma. En el mundo ha vencido el capitalismo norteamericano y el Sur de Europa sufre las consecuencias.

¿Entonces? En primer lugar, debemos tomar conciencia, hablar de ello, porque cada país tiene una vocación propia a la economía, un genius loci. Con nuestros escasos recursos, estamos tratando de desarrollar la Escuela de Economía Civil (SEC) y otros laboratorios culturales en todo el mundo, sobre todo con jóvenes, pero no debemos engañarnos pensando que el futuro será luminoso.

Usted ha sido uno de los fundadores de la EdC. ¿Está satisfecho con el impacto que ha tenido en estos 25 años? La EdC la fundó Chiara Lubich, yo tenía 25 años. La idea que entonces tenía, de que en poco tiempo cambiaríamos la economía mundial (junto con otros) no se ha realizado. Pero era el trampolín necesario para iniciar un gran viaje. Hoy el movimiento de la EdC camina junto al de la economía social y la economía civil, iniciativas menos vinculadas al Movimiento de los Focolares, pero con las que comparte muchas de sus ideas y categorías culturales. Hace 25 años las propuestas de la EdC parecían raras o ingenuas. Hoy son muchos los que hablan de ellas, no solo en la Iglesia católica. Es un proceso que sigue adelante de forma encubierta. Ciertamente podríamos ser más incisivos en el mundo de la cultura, con más diálogo, más red, más alianzas.

¿Y en el futuro? En el mundo hay lugares, como Brasil, algunos países de África, Argentina, los Balcanes, Portugal o Filipinas, donde la EdC tiene una vida intensa y vigorosa, gracias a una nueva generación de jóvenes que han tomado en sus manos el movimiento. En Italia, en cambio, aún no hemos conseguido realizar el necesario relevo generacional, aunque el nacimiento de AIPEC ha supuesto un fuerte impulso. En julio se celebra también la primera “Constituyente EdC-jóvenes”, en Loppiano.

¿Y desde el punto de vista cultural? En estos años hemos hecho investigación, junto con Zamagni, Becchetti, Gui, Smerilli, Pelligra, Argiolas y muchos otros, en varios países del mundo. No creo que en Italia exista otro grupo de economistas tan cohesionado y comprometido como este. Hemos lanzado temas como la felicidad, la reciprocidad y los bienes relacionales. En el futuro deberemos buscar una mayor mediación con los sindicatos y las asociaciones empresariales. Pero sobre todo debemos relanzar la dimensión profética. La EdC no es solo economía civil; está fuertemente ligada a la experiencia espiritual de la fundación que le dio Chiara. Esto implica no olvidar a los pobres, estar más en las periferias, en los lugares donde la vida y la economía renacen cada día.

¿Usted se siente profeta? Depende de lo que entendamos con esta palabra. Puesto que he encontrado un carisma y he recibido una vocación de joven, en cierto sentido comparto la misión profética, porque los carismas son la continuación de los profetas en el presente. Para entender un carisma como el de Chiara Lubich o don Giussani, no hay que pensar tanto en los santos como en Isaías, Jeremías y Ezequiel. La dimensión profética atraviesa la humanidad entera y es fundamentalmente laica.

¿Qué hace un profeta? Ve el mundo con una mirada distinta, está habitado por una luz que le permite ver cosas que otros no ven, siempre adoptando la perspectiva de los pobres y de los oprimidos. Así pues, es crítico con los poderosos. De hecho, si no es un falso profeta, siempre acaba mal: Isaías descuartizado, Juan Bautista decapitado. Al crear dificultades a los poderosos, no es escuchado, es marginado. Otra cosa típica de los profetas es la lucha contra la idolatría. Los hombres son naturales portadores de ídolos. El primer ídolo es el yo. El segundo es el dios hecho a imagen del hombre, lo contrario al Dios bíblico. El profeta vacía el mundo de ídolos, lo libera de las ideologías, diciendo: esto no es Dios. Después dice: a lo mejor, si quieres, puedes escuchar una voz que habla en el mundo. Los profetas son muy valiosos, no solo los de la Biblia, sino también muchos contemporáneos nuestros. El mundo está lleno de profecía y de profetas, pero no los reconocemos, nos parece gente estrambótica o maniática.

Cito alguna frase de su libro “Elogio de la autosubversión” (Città Nuova): «La motivación más grande no es el beneficio sino la fraternidad». Sí, la fraternidad y, en general, nuestras grandes pasiones. Las personas no trabajan movidas solo por la ganancia, sino también para ser estimadas y reconocidas por los demás y por ellas mismas. La idea de que al ser humano se le satisface simplemente prometiéndole algo, no funciona; estamos hechos para el infinito. Hay estudios que demuestran que incluso aquellos que piensan en las ganancias interpretan el dinero como un indicador de estima y de éxito. En el pasado a la gente se le estimaba con muchos lenguajes; hoy la única forma es dar dinero. Pero nosotros valemos más que el dinero. También el empresario, cuando comienza, vive su trabajo con pasión: crear una empresa, obtener beneficios, hablar con la gente que trabaja con él. La capacidad de los hombres para realizar acciones colectivas es impresionante. El empresario nace así, pero después a veces se convierte en especulador, se entristece, se olvida de la pasión que le hizo nacer. Debemos partir de una visión positiva del mundo y de la economía y a partir de ahí ver los límites y corregirlos.

«Nuestros hijos solo pueden ser mejores que nosotros si les damos la libertad de poder ser peores que nosotros y traicionar nuestros sueños». Cuando los padres, por preocupación, no ponen a los hijos en condiciones de poder “traicionarles”, les bloquean, no les dejan florecer, les hacen inseguros. Lo mismo puede decirse de todas las relaciones humanas, también de la economía y los carismas. En los movimientos hay siempre temor a que la gente pueda “traicionar” el ideal genuino, pero esto crea personas poco maduras, pequeñas, poco interesantes, porque no son libres de crecer de manera distinta a la debida y por tanto de contradecir las expectativas. A veces tenemos una visión moralista de los carismas, que bloquea a las personas dentro de una ética del “deber ser” que mata el “poder llegar a ser” algo imprevisto y sorprendente.

¿Las asociaciones (religiosas y de otro tipo) impiden la maduración de las personas? No necesariamente. Pero no hay dudad de que cuando un joven siente una vocación, está dispuesto a todo; por lo general no piensa en su futuro, en su trabajo, en su vida. Son sus responsables quienes deben pensar en estas cosas: no deben permitirles llegar vacíos a los 50 años, después de haber consumido y agotado los recursos morales de su juventud. No es fácil unir el desarrollo humano y profesional con la dimensión religiosa de una persona. El peligro está en que los pertenecientes a movimientos carismáticos no superen nunca la adolescencia espiritual. Debe haber un crecimiento humano junto al religioso.

«La crisis de los carismas es la falta de historias capaces de movernos por dentro y juntos». Las comunidades y los movimientos nacen a partir de historias que convierten a miles de personas. Pero después, en un momento determinado, empiezan a vivir del pasado, se bloquean. Por ejemplo, cuando muere el fundador y dejan de ser capaces de añadir nuevas historias a las viejas. Siempre se cuentan las historias de los primeros tiempos y solo esas. Se vive de las rentas. El error consiste en pensar que la única fuente de innovación está en el fundador. Sin embargo, cada persona que llega una comunidad carismática recibe el mismo carisma del fundador, lo lleva dentro desde siempre. Por tanto, hay que animarla a una libertad creativa. Un movimiento permanece vivo si las personas saben repetir los milagros de los primeros tiempos con nuevos hechos y nuevas palabras.

¿Qué le deparará el futuro a Luigino Bruni? Mi gran pasión de siempre es el carisma de la unidad. Pero lo que he entendido, con la vida, es que ninguna persona puede ser contenida por una única realidad, porque hay una dimensión de infinito dentro de cada uno de nosotros. Hoy me gustaría ser 100% focolarino, pero al mismo tiempo también 100% ciudadano, 100% apasionado por los carismas de otros, 100% economista, 100% pacifista, 100% profesor, 100% comprometido contra la pobreza y el juego de azar. Un peligro de los grandes carismas es convertir a las personas en seres unidimensionales; así se apagan. Por el contrario, deberíamos hacer que las personas crezcan en varias dimensiones, que florezcan verdaderamente.

 

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por Giulio Meazzini

publicado en Città Nuova - nº 07/2017, julio 2017

¿Quién es Luigino Bruni? Soy esencialmente un economista con vocación humanista. Desde siempre me he ocupado también de historia, ética y filosofía. En economía me interesan sobre toLuigino Bruni CN riddo las ideas, pero éstas se presentan entrelazadas con todo lo demás, como en la vida. Por eso, desde hace tiempo trabajo en temas como la felicidad, el don, los ideales, las pasiones, los carismas y las organizaciones con motivación ideal. De vez en cuando tenemos que ser capaces de volver a empezar en la vida. Acabo de publicar un pequeño libro en italiano titulado "La felicidad es demasiado poco" (Pacini Editore): esto también se puede aplicar a la economía. No podemos pensar que la ciencia económica por sí sola sea suficiente para entender el mundo. La vida es bella porque guarda sorpresas. También en el trabajo. 

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Entrevista a Luigino Bruni

Entrevista a Luigino Bruni

Enseña economía política en la Universidad Lumsa de Roma, después de trece años en la Bicocca de Milán. Cada semana comenta algún libro bíblico en el diario “Avvenire”. Personalidad poliédrica, es miembro del Movimiento de los Focolares desde joven, y coordina el proyecto por una Economía de Comuni...
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Firmas – Nada domina más nuestro tiempo que la ideología de los negocios. Una ideología que experimenta un enorme éxito porque se presenta como una técnica de alcance universal.

Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova (201 KB) del mes de junio de 2017

Business religione CN ridLa dimensión religiosa del capitalismo no es nueva. Antes de que Max Weber o Carlos Marx nos lo dijeran claramente, cada uno a su manera, a principios del siglo XIX el francés Claude-Henri de Saint-Simon imaginó e hizo realidad una verdadera religión de los empresarios, de los capitalistas y de la ciencia, que tuvo notable éxito y adeptos en toda Europa. En una famosa carta escribía: «La pasada noche escuché estas palabras: “Roma renunciará a la pretensión de ser el centro de mi iglesia; el papa, los cardenales, los obispos y los curas dejarán de hablar en mi nombre… Que sepas que Yo hice que Newton se sentara a mi lado y le confié la dirección de la inteligencia humana y la guía de los habitantes de todos los planetas…

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Cada consejo construirá un templo que albergará un mausoleo en honor de Newton… Cada fiel que resida a menos de un día de camino del tempo bajará una vez al año al mausoleo de Newton. … En los alrededores del templo se construirán laboratorios, talleres y un colegio. Todo lujo estará reservado al templo…”». (Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos, 1803). Saint-Simon fundó una verdadera y nueva religión universal y laica, donde los sumos sacerdotes eran los científicos, los ingenieros y los industriales. Marx lo incluyó entre los autores utópicos. Pero en realidad, si leemos bien sus ideas y su movimiento, deberíamos decir que más que de utopía se trataba de una especie de profecía, si tenemos en cuenta en qué se ha convertido hoy el capitalismo que el autor francés observaba en la primera fase de su desarrollo. Con algunas diferencias: la alianza entre técnica y capital, en tiempos de Saint-Simon todavía incipiente, hoy se ha potenciado y radicalizado, pero sus sacerdotes no han sido los ingenieros ni los productores. Su puesto lo han ocupado los financieros y sobre todo los ejecutivos. En el centro del templo no está el dios-productor sino el dios-consumidor.

Nada domina más nuestro tiempo que la ideología de los negocios. Una ideología producida y generada en las escuelas de negocios de todo el mundo, que tiene un enorme éxito porque no se presenta como una ideología o una religión (aunque lo sea), sino como una técnica y por consiguiente con alcance universal.

Los mismos instrumentos de dirección se aplican en Dallas y en Nairobi, en Milán y en Siberia, puesto que las técnicas no dependen de la cultura ni del carácter de los pueblos: un automóvil o un lavavajillas funcionan de la misma manera en todo el mundo, con alguna particularidad por lo que respecta a los neumáticos o al anticongelante. Lo mismo ocurre con las multinacionales capitalistas y las comunidades de monjas: se dice que todas son empresas y, si es así, todas son iguales. Bajo el universalismo de la técnica, se transmite una visión determinada del mundo, de la persona (individuo) y de las relaciones sociales. Una visión que, como todas las religiones, tiene sus dogmas. Los principales se llaman meritocracia e incentivos. Con la meritocracia se legitima la desigualdad, porque los talentos no son interpretados como don sino como mérito individual. De este dogma se deriva la idea, cada vez más extendida, de que los pobres carecen de méritos y por tanto son culpables, y si es así no tenemos ninguna obligación moral de socorrerles. Como mucho, podemos pagar a alguna ONG para que se encargue de ellos y no nos molesten. Después, el dogma del incentivo toma como punto de partida el presupuesto de que los seres humanos solo se comprometen si están adecuadamente incentivados con contratos y dinero, pues son incapaces de trabajar bien únicamente pro virtud o deber ético.

En nombre de la técnica, esta ideología-religión-idolatría está entrando en la política, en los colegios, en la sanidad, en las iglesias. Y con ella está ganando terreno una visión pobre y pequeña de la persona, mermada en virtudes y motivaciones intrínsecas. Los seres humanos tienen muchos méritos, muchos más de los que ven y recompensan las empresas.

Ciertamente responden a los incentivos, pero antes responden ante su propia conciencia; responden al honor, al respeto y a la dignidad, incluso en el mundo del trabajo. Mientras sigamos produciendo visiones reduccionistas de los hombres y de las mujeres, seguiremos generando lugares de trabajo y de vida demasiado pequeños para ese animal enfermo de infinito que se llama homo sapiens.

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Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova (201 KB) del mes de junio de 2017

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La nueva religión del capitalismo

La nueva religión del capitalismo

Firmas – Nada domina más nuestro tiempo que la ideología de los negocios. Una ideología que experimenta un enorme éxito porque se presenta como una técnica de alcance universal. Luigino Bruni Publicado en pdf Città Nuova (201 KB) del mes de junio de 2017 La dimensión religiosa del cap...
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Firmas – Más allá del mercado - La desigualdad natural, típica del mercado capitalista, ha llegado a convertirse en una propiedad moral: la meritocracia

Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova (39 KB) - marzo 2017

Disuguaglianza Lego ridLa desigualdad es la condición natural de los seres humanos (y de muchos animales), puesto que cada uno, cuando viene a la tierra, recibe unos talentos distintos. El gran economista italiano Vilfredo Pareto, a finales del siglo XIX, demostró que la desigualdad de renta responde en todas las sociedades a una ley distributiva parecida, puesto que está vinculada a una inteligencia desigual. Y si es natural, deberíamos aceptar sencillamente la desigualdad como un dato de la naturaleza.

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Sin embargo, el cristianismo, animado por un radical mensaje de fraternidad universal, trató de luchar contra ese dato de la naturaleza e intentó desarticular las desigualdades que se encontraban en la base de las estructuras jerárquicas sagradas de las sociedades antiguas. No obstante, las épocas de igualdad siempre han sido breves o se han limitado a pequeñas comunidades. La gran historia de la Europa cristiana ha sido una historia de desigualdades y de castas, con pocas, aunque luminosas, excepciones. La ley del movimiento de la historia de Occidente permitió generar islas de igualdad y fraternidad dentro de océanos de desigualdad. La modernidad y el iluminismo, al final de un largo y (quizá demasiado) lento proceso de maduración cultural y religiosa, lanzaron una batalla campal contra la desigualdad y dieron paso a una época de conquistas científicas, filosóficas, espirituales, cívicas y económicas inesperadas, extraordinarias, inmensas.

Estos milagros obrados por el Occidente moderno fueron fruto de la batalla contra las desigualdades naturales, a las que no consideraron como un dato inmodificable sino sobre todo como una construcción social. Sin sociedades más igualitarias (no sólo más democráticas, pues no todas las democracias son igualitarias), centenares de millones de hombres y de mujeres que han innovado, inventado y cambiado el mundo se habrían quedado fuera de la política y de la economía. Los momentos más luminosos de la Europa medieval, desde el punto de vista civil, espiritual y económico, se dieron en las fases más igualitarias en las ciudades y en los conventos.

En el siglo XX, esta lucha se aceleró. Produjo monstruos, pero su alma más profunda dio vida al estado social. Permitió que las mujeres pudieran estudiar y trabajar, que los niños no se vieran obligados a trabajar y pudieran todos ir a la escuela, que los ancianos pudieran dejar de trabajar y tener una pensión para vivir con dignidad la última etapa de su vida. Invertimos una gran parte de la riqueza en la creación de estos maravillosos bienes comunes que redujeron las desigualdades. La segunda mitad del siglo XX fue para muchos países europeos una edad de oro de una economía y de una sociedad donde crecieron la inclusión, la igualdad, los derechos, la calidad del trabajo y las libertades, y se redujeron los siervos, los pobres, las castas y los privilegios.

Pero mientras muchos, casi todos, disfrutábamos de los frutos de esta feliz coyuntura histórica, en la trastienda de la economía, de las finanzas y de la política comenzaba una contrarrevolución anti-igualitaria, querida y planificada por las grandes empresas multinacionales y por las escuelas internacionales de negocios. Nada de esto es radicalmente nuevo, casi todo puede explicarse por el retorno cíclico de las ideas y por las reacciones y contra-reacciones. Pero sí que hay una novedad radical y absolutamente infravalorada: el capitalismo, para poder afirmarse como culto universal, obtenerlo todo de sus fieles y alimentar un tren lanzado a velocidades de vértigo, tenía una necesidad absoluta de legitimar moralmente y si es posible espiritualmente los axiomas en los que se basa. Y ha obrado el milagro. La desigualdad natural, típica del mercado capitalista, que las civilizaciones mitigaron artificialmente a través de la política y de las Iglesias, por considerarla moral y socialmente no deseable, en un momento determinado se ha convertido en una propiedad moral: la meritocracia. Simplemente cambiándole el nombre, la desigualdad ha pasado de ser un mal a ser un bien, de ser un vicio a ser una virtud. La meritocracia no es sólo un nombre más atractivo para el viejo elogio de la desigualdad, sino un mecanismo perfecto para amplificarla y exacerbarla, porque le da una apariencia de justicia, al no considerar los talentos naturales como dones sino como méritos. Gracias a la meritocracia, las desigualdades naturales ya no encuentran oposición sino que son elogiadas y premiadas. ¿No habrá llegado la hora de que empecemos por lo menos a tomar conciencia de ello? 

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Firmas – Más allá del mercado - La desigualdad natural, típica del mercado capitalista, ha llegado a convertirse en una propiedad moral: la meritocracia

Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova (39 KB) - marzo 2017

Disuguaglianza Lego ridLa desigualdad es la condición natural de los seres humanos (y de muchos animales), puesto que cada uno, cuando viene a la tierra, recibe unos talentos distintos. El gran economista italiano Vilfredo Pareto, a finales del siglo XIX, demostró que la desigualdad de renta responde en todas las sociedades a una ley distributiva parecida, puesto que está vinculada a una inteligencia desigual. Y si es natural, deberíamos aceptar sencillamente la desigualdad como un dato de la naturaleza.

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Desigualdad y meritocracia

Desigualdad y meritocracia

Firmas – Más allá del mercado - La desigualdad natural, típica del mercado capitalista, ha llegado a convertirse en una propiedad moral: la meritocracia Luigino Bruni Publicado en pdf Città Nuova (39 KB) - marzo 2017 La desigualdad es la condición natural de los seres humanos (y de mu...
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Firmas – Más allá del mercado – Debemos tomarnos en serio la destrucción en masa del capital espiritual de nuestra civilización

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Città Nuova nº 02/2017 (40 KB) - febrero 2017

Preghiera ridEn nuestra tierra, algunos capitales están creciendo y otros se están deteriorando gravemente. El consumo de capitales medioambientales es cada vez más evidente y, aunque con gran retraso, estamos empezando a tomar conciencia colectiva de ello. Pero aún no nos hemos tomado en serio la destrucción en masa del capital espiritual de nuestra civilización. Nuestros hijos crecen más ricos en inglés, internet e información, pero se están empobreciendo drásticamente en vida interior, en capital espiritual. Existe un “efecto invernadero del alma” que nos está asfixiando y el aspecto más grave del mismo es la falta de conciencia pública. Nos estamos acostumbrando progresivamente a vivir dentro del invernadero, con el alma invernada, y ya confundimos las paredes de plástico azul con el cielo.

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En un reciente congreso en Corea, el representante del gobierno del estado de Buthan presentaba su proyecto de utilizar como medida la “felicidad pública” en lugar del PIB. Más allá del proyecto en sí mismo (que presenta algunas sombras), me ha llamado poderosamente la atención que una de las doce dimensiones del bienestar incluidas en el programa fuera la meditación. Ese pueblo ha entendido la importancia de cultivar la vida interior para aumentar el bienestar de la gente, sobre todo de los jóvenes.

Esto los occidentales también lo sabíamos muy bien, pero lo hemos olvidado y borrado en el transcurso de una generación. En un abrir y cerrar de ojos se ha evaporado un inmenso patrimonio ético y espiritual que había dado lugar a la piedad cristiana, a los valores socialistas y a los del risorgimento, herederos del humanismo griego, romano y bíblico. Emborrachados por el consumismo y el bienestar, no nos hemos dado cuenta de que estábamos perdiendo un patrimonio espiritual construido durante milenios y con sangre, y su lugar quedaba simplemente vacío. Así, nuestros adolescentes y jóvenes de hoy disponen de más escolarización, de una cantidad infinita de información y comunicación, pero tienen una profundísima carestía de vida interior, de capacidad para afrontar las crisis, de resiliencia ante el dolor propio y ajeno.

Pensemos en ese capital fundamental para las personas y los pueblos que se llama gratitud. Las generaciones anteriores tenían más posibilidades de expresar la gratitud. El agradecimiento estaba más presente en las relaciones cotidianas, también en las comerciales. En el mercado, que todavía estaba hecho de personas, sabían ver algo más que incentivos en el trabajo de los otros y, por tanto, sabían agradecerlo. Ciertamente existía también una gratitud obligada y equivocada hacia el patrón, pero era mayor la gratitud hacia la naturaleza, los campos, los animales, los padres y los ancianos. Los hijos mostraban su agradecimiento cuidando a los padres cuando dejaban de ser autosuficientes: “honra a tu padre y a tu madre”. Gratitud a Dios, que daba aire a sus vidas y una dimensión nueva a su espacio, aumentando la anchura y la profundidad del horizonte de su cielo.

Todos vemos esta carestía de capital espiritual dentro de las familias, en la escuela, en las empresas. Nuestra generación de adultos todavía es capaz de medir esta pobreza porque, aunque también nosotros consumimos y producimos esta nueva forma de miseria, aún somos capaces de comparar la calidad de nuestra vida interior con la de nuestros padres y abuelos. Quizá seamos la última generación capaz de hacer esta comparación y de entender la diferencia. Nos acordamos de que hablaban en dialecto, no sabían inglés, no eran capaces de escribir muchas palabras, a veces ninguna, pero también nos acordamos de que tenían una gran capacidad para gestionar el sufrimiento, para vivir el luto, para cultivar y cuidar las amistades. Y sobre todo sabían rezar, sabían creer en el paraíso y en los ángeles, sabían morir. Y después, pensamos en nuestros sufrimientos, en nuestros lutos, en nuestros amigos, en nuestras oraciones, en nuestro paraíso vacío y nos sentimos tremendamente empobrecidos.

Los patrimonios son el “don de los padres” (patres munus). Estamos malversando muchos capitales recibidos como don de los padres. Como el hijo pródigo, llevamos años comiendo algarrobas, pero no nos hemos dado cuenta. El siglo XX fue el siglo de Edipo, el hijo que (sin culpa) mató al padre. ¿Podrá el siglo XXI ser el de Telémaco, el hijo que espera el regreso de un padre ausente y sale a buscarlo por el mar?

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Firmas – Más allá del mercado – Debemos tomarnos en serio la destrucción en masa del capital espiritual de nuestra civilización

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Città Nuova nº 02/2017 (40 KB) - febrero 2017

Preghiera ridEn nuestra tierra, algunos capitales están creciendo y otros se están deteriorando gravemente. El consumo de capitales medioambientales es cada vez más evidente y, aunque con gran retraso, estamos empezando a tomar conciencia colectiva de ello. Pero aún no nos hemos tomado en serio la destrucción en masa del capital espiritual de nuestra civilización. Nuestros hijos crecen más ricos en inglés, internet e información, pero se están empobreciendo drásticamente en vida interior, en capital espiritual. Existe un “efecto invernadero del alma” que nos está asfixiando y el aspecto más grave del mismo es la falta de conciencia pública. Nos estamos acostumbrando progresivamente a vivir dentro del invernadero, con el alma invernada, y ya confundimos las paredes de plástico azul con el cielo.

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Edipo y Telémaco

Edipo y Telémaco

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Firmas – Más allá del mercado – Nuestro tiempo sufre por la falta de utopías. Pero los carismas siguen desempeñando la misma función que los profetas bíblicos, siguen indicando una tierra prometida, una ciudad más hermosa.

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Città Nuova n. 01/2017 (26 KB) del mes de enero de 2017

Utopia Carismi CN ridEn 2016, La Utopía, de Tomás Moro ha cumplido 500 años. El libro fue escrito en un momento de gran crisis política y espiritual de Europa. El descubrimiento del nuevo mundo comenzaba a poner en crisis al viejo, que, en medio del esplendor del Renacimiento, mostraba ya los primeros signos de decadencia. Como siempre, la decadencia comienza en el momento álgido del éxito. No es raro que los tiempos de crisis den lugar a grandes esperanzas y a grandes deseos (de-sidera hace referencia a la falta de estrellas y al anhelo por volver a verlas cuando la noche se acerca al final).

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Entre utopía y profecía existe un lazo profundo. Son distintas, pero hermanas. La utopía critica un presente no querido, indicando un lugar lejano e inalcanzable cuya descripción siempre es un proyecto y un programa político para el presente. Los grandes utópicos han mejorado el mundo puesto que han impulsado hacia delante los límites de lo posible a la vez que señalaban lo imposible.

Los profetas bíblicos (y no sólo ellos) no hablan del futuro que le espera al pueblo (exilio, liberación, tierra prometida…) como de un no-lugar, sino como un destino que se cumplirá en el tiempo oportuno. El futuro profético no es menos real que el presente histórico, simplemente es distinto.

Nuestro tiempo sufre por la falta de utopía. La necesitamos mucho porque estamos en un momento de crisis, de paso, de cambio de paradigma y de “mundo”.

Pero los carismas siguen desempeñando hoy la misma función que los profetas bíblicos. Y por consiguiente siguen indicando la tierra prometida, la liberación de los esclavos, el alba de una sociedad de la gratuidad posible. Pero en nuestra época, el tema de los carismas ha quedado demasiado encorsetado dentro de las fronteras de lo “religioso” o de lo “espiritual”. Con ello, olvidamos que el primer don de los carismas ha sido y es civil: una contribución esencial para que la ciudad de todos sea más hermosa. El primer lugar de los carismas son las plazas, las fábricas, los parlamentos, los ministerios; lugares que, sin embargo, dejamos en manos de los técnicos, muchos de los cuales no han conocido nunca las verdaderas pobrezas ni a los pobres. Pero demasiadas veces son los propios carismas los que se auto-encierran en lo sagrado y en lo eclesial, convirtiéndose en profesionales del culto, olvidando su laicidad y aceptando su marginación económica y política. Un mundo sin carismas civiles no conoce la profecía ni la utopía buena. Deja de indicar un “todavía no” para vivir tan solo dentro de un triste “ya”.

Muchos carismas que surgieron alrededor del Concilio Vaticano II, hoy están viviendo una fase delicada y crucial, profundamente vinculada a la muerte de sus fundadores. Los movimientos espirituales y carismáticos, en cierto sentido, “mueren” con la muerte de su fundador. Su cuerpo social está tan vinculado a la persona del fundador que el primer cuerpo muere junto con la persona que encarnó el carisma. Muchos movimientos entran en crisis irreversible porque no logran comprender esta muerte.

Hoy los movimientos espirituales del siglo XX están siguiendo dos caminos distintos: uno conduce hacia el declive, el otro hacia el futuro. Por el primero se adentran aquellos que siguen viviendo el tiempo posterior al fundador como si éste no hubiera muerto.

Su mirada está completamente proyectada hacia el pasado, creen que mantienen la fidelidad al carisma “congelando” o “embalsamando” su cuerpo, para que se conserve durante el mayor tiempo posible. No actualizan radicalmente el lenguaje y los códigos simbólicos, sólo hacen pequeños ajustes al margen.

Pero otras comunidades y movimientos han tomado el segundo camino. Entienden que el único modo de “reencontrar” el carisma muerto con el fundador es aceptar su muerte y esperar una resurrección. Los Evangelios nos dicen que el cuerpo resucitado no es la reanimación del cadáver del viernes santo. El cuerpo es distinto, los discípulos y las mujeres los reconocen por la voz y las heridas. Los carismas, después de los fundadores, resurgen si los reconocemos en las heridas del mundo. Solo a partir de ahí son capaces de hablarnos de nuevo y llamarnos por nuestro nombre.

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Firmas – Más allá del mercado – Nuestro tiempo sufre por la falta de utopías. Pero los carismas siguen desempeñando la misma función que los profetas bíblicos, siguen indicando una tierra prometida, una ciudad más hermosa.

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Città Nuova n. 01/2017 (26 KB) del mes de enero de 2017

Utopia Carismi CN ridEn 2016, La Utopía, de Tomás Moro ha cumplido 500 años. El libro fue escrito en un momento de gran crisis política y espiritual de Europa. El descubrimiento del nuevo mundo comenzaba a poner en crisis al viejo, que, en medio del esplendor del Renacimiento, mostraba ya los primeros signos de decadencia. Como siempre, la decadencia comienza en el momento álgido del éxito. No es raro que los tiempos de crisis den lugar a grandes esperanzas y a grandes deseos (de-sidera hace referencia a la falta de estrellas y al anhelo por volver a verlas cuando la noche se acerca al final).

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La utopía y los carismas

La utopía y los carismas

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Firmas – Más allá del mercado

de Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova n.12/2016 (104 KB) diciembre 2016

Sharing Economy ridNo es fácil entender lo que está ocurriendo realmente con el pujante fenómeno de la economía colaborativa o sharing economy. Entre otras cosas, porque esta expresión ampara experiencias muy variadas, a veces incluso demasiado variadas.

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Empecemos con una premisa. Si vemos el proceso de desarrollo de la economía de mercado desde una perspectiva de largo plazo, observaremos que la economía colaborativa de hoy es una etapa coherente de la evolución de la relación entre mercado y sociedad. Desde el principio, el mercado creció en sinergia con el ámbito social. Hace un milenio, dos precedentes dieron paso a la economía de mercado en Europa: nuestros antepasados tomaron retazos de vida en común que hasta entonces estaban regidos por normas e instrumentos comunitarios y los pusieron bajo el control de la moneda, y después inventaron nuevas relaciones gracias a los nuevos instrumentos económicos y monetarios. Así, en lugar de seguir tejiendo la ropa para el autoconsumo, en casa o dentro del clan, comenzaron a venderla y comprarla en las plazas. Gracias al comercio de la seda y de las especias, se conocieron personas y pueblos que hasta entonces eran desconocidos, cuando no enemigos. La vía de la seda fue durante siglos un gran camino de colaboración que unió mercaderes y civilizaciones lejanas. La economía de mercado siempre ha vivido de estos lazos entre socialidad y contrato, entre bienes económicos y bienes relacionales, entre moneda y gratuidad. En los últimos dos siglos, los espacios sociales entrelazados con los mercados han crecido mucho, y hoy son verdaderamente muy pocos los lugares a los que no llega el intercambio monetario. El mercado cada vez se extiende más, poniendo precio a actividades que antes realizábamos gratuitamente e inventando continuamente nuevas relaciones de mutuo provecho para responder a nuestras necesidades y deseos.

Lo que ocurre hoy en el planeta de la economía colaborativa debe ser leído en el contexto de este largo camino de Occidente, y de Europa en particular. Si queremos intentar dar una definición sustancial de la economía colaborativa, podríamos decir que es aquella actividad que aúna, si bien en distintas dosis, tres características: a) el mercado convive con cierta dimensión de gratuidad (de tiempo, de energías, de dinero); b) los contratos están entrelazados con los bienes relacionales; c) el intercambio nace de un provecho mutuo explícito e intencionado. La novedad consiste en mantener juntas estas tres dimensiones, pues siempre han existido experiencias con una o dos de estas características. Si atendemos a las experiencias concretas, la primera dimensión (a) es la más difícil de encontrar en la práctica, porque cuando el mercado se junta con la gratuidad tiende a desplazarla, aunque no siempre y no necesariamente es así. 

En su conjunto, debemos estar muy contentos del desarrollo de la economía colaborativa, que está aumentando las ocasiones de encuentro y de reciprocidad en nuestro tiempo, y está haciendo crecer la biodiversidad de formas económicas y cívicas en la sociedad.

Sin embargo, este creciente desarrollo de la economía colaborativa produce también algunos efectos colaterales poco visibles. Pensemos, por ejemplo, en los llamados ‘home restaurant’. Son familias que ofrecen comidas a personas desconocidas a precios inferiores a los de los restaurantes. Si este fenómeno crece, es posible que llegue un día en que nadie nos invite a cenar si no aportamos algo. Aquellos que carecen de recursos económicos se verán muchas veces obligados a quedarse en su casa. Evidentemente estos fenómenos sólo se convierten en socialmente relevantes cuando superan ‘un punto crítico’. Pero, por desgracia, el punto crítico suele superarse sin tener conciencia de ello. Y una vez superado, lo dejamos a nuestras espaldas y ya no lo vemos. Pronto podríamos encontrarnos con que un amigo nos pidiera 20 euros por escucharnos una hora, haciéndonos un descuento del 50% sobre el precio habitual del recién nacido mercado de las escuchas de pago. Si eso ocurriera, habríamos olvidado la antigua verdad de que escuchar a un amigo tiene un valor infinito precisamente porque no tiene precio, porque es impagable.

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Firmas – Más allá del mercado

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Publicado en pdf Città Nuova n.12/2016 (104 KB) diciembre 2016

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Economía colaborativa

Economía colaborativa

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Firmas – Más allá del mercado

de Luigino Bruni

publicado en  pdf Città Nuova n.11/2016 (116 KB) de noviembre 2016

Emozioni a Firenze ridLas grandes empresas de nuestro tiempo cada vez prestan más atención a la gestión de las emociones. Las organizaciones económicas están empezando a darse cuenta, instintivamente, de que estamos inmersos en una profunda transformación antropológica y tratan, como pueden, de encontrar la solución. El capitalismo, debido a su capacidad de anticipar necesidades y deseos, está comprendiendo que en nuestro tiempo hay un océano, de proporciones inéditas e inmensas, hecho de soledad, de escasez de atención y ternura, de carestía de estima y reconocimiento, de necesidad de ser vistos y amados. Y se está preparando para satisfacer también la “demanda” de estos nuevos mercados.

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Por otra parte, los protagonistas de nuestra economía saben que la fragilidad emocional de los trabajadores representa, para ellos, un vulnus cada vez mayor. Una fragilidad que viene de la desaparición casi repentina de todo un patrimonio milenario de educación y cultivo de las emociones. Las generaciones pasadas aprendieron a vivir juntas sufrimientos, alegrías y crisis. Y aprendieron a elaborar el luto. La literatura, la piedad popular y la poesía nos enseñaban a sufrir por el dolor ajeno, incluso por el de aquellos a quienes no conocíamos y nunca abrazaríamos. El luto era un acontecimiento total que, en su duración limitada, lo absorbía todo (en mi casa cuando moría un vecino no se ponía la televisión). Esta gestión de las emociones nos enseñó a sufrir por los desconocidos. Pero sin religiones, literatura ni arte sólo se llora por la naturaleza (parientes y amigos íntimos); no se llora por la cultura: por los desconocidos, que nunca son tan desconocidos como para no sentirlos hermanos. Nosotros hemos olvidado esta forma de gestionar las emociones y nos encontramos en una especie de “sábado santo de las emociones”, a la espera de una resurrección.

Una señal de esta emergencia emocional de nuestro capitalismo es la presencia, cada vez más masiva en las empresas, de coaches, consejeros y psicólogos empresariales. La oferta de nuevos másters en “gestión de los recursos emocionales” y “desarrollo de la inteligencia emocional” crece como la espuma. Todo eso nos dice que la crisis emocional es grande y que de ella surgen muchos conflictos relacionales nuevos y un malestar del alma. En el trabajo y en casa.

Los resultados son por ahora más bien decepcionantes, como no podría ser de otro modo, ya que en las empresas se están concentrando, cada vez más, las grandes contradicciones de nuestro tiempo. La fábrica ya no es la “morfología del capitalismo”. Así pues, la empresa no puede ser la que cure la pobreza emocional de sus trabajadores, porque la enfermedad es mucho más amplia que la que se manifiesta dentro de sus límites.

Pensemos, por ejemplo, en el enorme cambio, también laboral, que está generando la evolución de Internet. Muchas relaciones sociales se viven y se gestionan ya en el ambiente de las redes sociales. Interacciones sin cuerpo, donde se intercambian millones de palabras distintas de las que nos decimos o nos diríamos si nos viéramos las caras o nos diéramos la mano. No vemos cómo enrojecen las mejillas, ni cómo se humedecen los ojos o cómo tiembla la voz. Y así, con símbolos (emoticonos) y palabras, decimos otras cosas nuevas y distintas, casi siempre menos responsables y verdaderas.

Dada la importancia que estos nuevos “lugares” tienen para los adolescentes y los jóvenes (ahora ya también para los niños), deberíamos invertir mucho más en la educación de las emociones en la era de Internet. Y deberíamos reflexionar más sobre el hecho de que este ambiente está gestionado por enormes multinacionales con ánimo de lucro. Hablar más y reflexionar más sobre la trivialización de las palabras y los signos. El “corazón” y los “besos” son importantes y hay que gestionarlos con cuidado y con moderación, para que no se conviertan en corazones y besos vacíos, y después no podamos disponer de ellos cuando los necesitemos de verdad para dárselos a alguien de carne y hueso, y sólo a él o a ella.

También en el uso de estos instrumentos, que son una gran bendición, debería aplicarse el principio de subsidiariedad: una palabra enviada a una red social sólo es buena si ayuda (subsidia) a las palabras buenas que nos diremos cuando nos veamos fuera de la red. Aprenderemos de nuevo a trabajar si aprendemos a estar juntos, en alma y cuerpo.

 

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Firmas – Más allá del mercado

de Luigino Bruni

publicado en  pdf Città Nuova n.11/2016 (116 KB) de noviembre 2016

Emozioni a Firenze ridLas grandes empresas de nuestro tiempo cada vez prestan más atención a la gestión de las emociones. Las organizaciones económicas están empezando a darse cuenta, instintivamente, de que estamos inmersos en una profunda transformación antropológica y tratan, como pueden, de encontrar la solución. El capitalismo, debido a su capacidad de anticipar necesidades y deseos, está comprendiendo que en nuestro tiempo hay un océano, de proporciones inéditas e inmensas, hecho de soledad, de escasez de atención y ternura, de carestía de estima y reconocimiento, de necesidad de ser vistos y amados. Y se está preparando para satisfacer también la “demanda” de estos nuevos mercados.

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La subsidiariedad en las emociones

La subsidiariedad en las emociones

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Una reflexión sobre el tiempo de la tierra y el sentido de la vida realizada por Luigino Bruni, que se encuentra en los lugares, para él familiares, del terremoto de la pasada noche en el Centro de Italia

Luigino Bruni

publicado en: Città Nuova el 24/08/2016

Amatrice foto Ansa ridEl campanario de la iglesia de Amatrice, que sigue marcando las 3.36, es una imagen fuerte que expresa lo ocurrido esta noche. Ese minuto ha sido el último minuto para muchas víctimas. Un minuto que se recordará para siempre porque quedará grabado en la carne y en el corazón de sus familiares y será recordado por nuestro país, cuya historia reciente es también una serie de relojes detenidos para siempre por la violencia de los hombres o de la tierra.

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Yo también lo recordaré para siempre, porque este grito de la tierra ha llegado hasta la casa de mis padres en Roccafluvione, donde me encontraba de visita, a 20 kilómetros de Arquata del Tronto. Ha sido una larga noche de miedo, de dolor y de pensamientos sobre Amatrice, Arquata, Accumuli, pueblos de mi niñez, vecinos de los pueblos de mis abuelos, a los que iba en verano acompañando a mi padre que trabajaba como vendedor ambulante de pollos. Y más pensamientos, pensamientos que sólo se pueden tener en las noches tremendas.

Pensaba que el tiempo medido hasta las 3.36 por el reloj del campanario, que se había quedado parado, muerto, no era más que una dimensión del tiempo, la que los griegos llamaban kronos, pero que no era más que la superficie, el suelo del tiempo.

En el mundo está el tiempo que gestionamos, domesticamos, construimos y usamos para vivir. Pero por debajo hay otro tiempo: el tiempo de la tierra. Este tiempo no humano, a veces inhumano, gobierna el tiempo de los hombres, de las madres, de los niños. Y pensaba que no somos nosotros los dueños de este otro tiempo, más profundo, abismal y primitivo, que no sigue nuestros pasos y a veces incluso va a contrapié de los que caminan por encima.

Cuando en estas noches tremendas advertimos ese otro tiempo sobre el cual caminamos nosotros y construimos nuestras casas, nace una certeza completamente nueva de que somos “hierba del campo”, regada y alimentada por el cielo, pero también tragada por la tierra. La tierra, la de verdad y no la romántica e ingenua de las ideologías, es a la vez madre y madrastra. El humus genera al homo, pero también lo convierte en polvo, unas veces bien, en el momento propicio, y otras veces mal, demasiado pronto y con demasiado dolor.

El humanismo bíblico lo sabe muy bien y por eso combate contra los cultos paganos de los pueblos cercanos que querían hacer de la tierra y de la naturaleza una divinidad. La fuerza de la tierra siempre ha fascinado a los hombres, que han intentado comprarla con magia y sacrificios.

Y así, mientras trataba en vano de recuperar el sueño, pensaba en los libros tremendos de Job y de Qohélet, que tal vez es en estas noches cuando se entienden. Esos libros nos dicen que ningún Dios, ni siquiera el verdadero, puede controlar la tierra, porque también Él, una vez que entra en la historia humana, es víctima de la misteriosa libertad de su creación.

Ni siquiera Dios puede explicarnos por qué los niños mueren aplastados por las antiguas piedras de nuestros pueblos; y no nos lo puede explicar porque no lo sabe, porque si lo supiera sería un ídolo monstruoso.

Dios, que hoy mira la tierra de las tres “aes” (Arquata, Accumuli, Amatrice), sólo puede hacerse nuestras mismas preguntas, gritar, callar y llorar junto a nosotros.

Y quizá recordarnos con las palabras de la Biblia que todo es vanidad de vanidades; todo es vapor, soplo, viento, niebla, deshecho, nada, efímero. En hebreo vanidad se escribe hebel, la misma palabra con la que se nombra a Abel, el hermano al que dio muerte Caín. Todo es vanidad, todo es un infinito Abel; el mundo está lleno de víctimas. Eso sí lo podemos saber. Lo sabemos y lo olvidamos demasiado pronto. Estas noches y estos días tremendos nos lo recuerdan

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Luigino Bruni

publicado en: Città Nuova el 24/08/2016

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"Después del huracán, un temblor de tierra; pero el Señor no estaba en el terremoto” (1 Re, 19,11)

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Firmas – Más allá del mercado

Luigino Bruni

Publicado en Città Nuova nº 6/2016 – Junio 2016

Favelas San Paolo 01Han pasado 25 años desde que, en mayo de 1991, Chiara Lubich lanzara en Brasil la semilla de la Economía de Comunión (EdC). Entonces yo era un joven recién licenciado en economía y sentí que lo que estaba ocurriendo en Sao Paulo tenía que ver también conmigo. Aún no sabía cómo, pero intuía que yo formaría parte de aquella historia que estaba comenzando. Hoy sé que haber acompañado el desarrollo de aquel “sueño” ha sido un acontecimiento decisivo en mi vida. Mi vida habría sido muy distinta sin aquel encuentro profético entre una mirada de mujer y el pueblo brasileño.

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El muro de Berlín acababa de caer y en aquel mundo y en aquel tiempo la propuesta lanzada por Chiara a los empresarios de compartir sus talentos, sus riquezas y sus beneficios para ocuparse directamente de la pobreza, resonó como una gran innovación, que hizo de la EdC una novedad económica y social importante y de frontera en el ámbito de la responsabilidad social de la empresa, que todavía se encontraba en sus primeros tiempos. No se trataba simplemente, como dijo algún economista (Serge Latouche, por ejemplo), de una reedición del “empresariado católico”. El ADN de aquella semilla llevaba también una idea distinta de la naturaleza de los beneficios y por consiguiente de la empresa, entendida como bien común, en una perspectiva global y mundial (no muy frecuente en aquellos años). Los empresarios se vieron involucrados de este modo en la solución a un problema social de desigualdad.

A Chiara le impresionó el contraste entre las favelas y los rascacielos de la ciudad de Sao Paulo, pero en lugar de lanzar un proyecto social en las periferias de la ciudad o una actividad de captación de fondos, dirigió su invitación a los empresarios, que, como sabemos, no tienen como objetivo primario la creación de beneficios para donarlos fuera de la empresa, porque, cuando las empresas son honradas, no hay muchos beneficios extra y los que hay muchas veces son reinvertidos en la propia empresa. Así pues, la EdC lleva dentro de sí la intuición de que para reducir la pobreza y la desigualdad hay que reformar el capitalismo y, por consiguiente, su institución principal: la empresa. El lenguaje con que se expresó la intuición de Chiara y su primera mediación cultural y económica fueron los que estaban a disposición de la sociedad, de la Iglesia, del pueblo brasileño y del Movimiento de los Focolares.

Pero a 25 años de distancia, el gran reto colectivo que se le plantea a la EdC consiste en expresar las intuiciones clave de 1991 en palabras y categorías capaces de hablar y ser comprendidas en un mundo cultural y socioeconómico que en estos 25 años ha cambiado radicalmente. También la frontera de la responsabilidad social de las empresas y la comprensión de las pobrezas han avanzado mucho con el cambio de milenio. El mundo de la empresa social se ha convertido en un movimiento variado, dinámico y en constante crecimiento. La llamada sharing economy está produciendo en todo el mundo experiencias muy innovadoras.

La reflexión sobre la pobreza y las acciones para aliviarla se han enriquecido, gracias al pensamiento y a la acción de economistas como Amartya Sen o Muhammad Yunus.

A finales del segundo milenio, compartir los beneficios de las empresas a favor de los pobres y de los jóvenes representaba una innovación en sí misma. Pero si en 2016 seguimos encarnando la propuesta de la EdC con aquellas mismas formas, la propuesta parecerá obsoleta e insuficientemente atractiva, sobre todo para los jóvenes. En un mundo social y económico radicalmente distinto, la EdC está llamada a regenerarse, como está haciendo y como siempre ha hecho para llegar viva a sus “bodas de plata”. Y de bodas se trata, porque cada vez que un carisma logra encarnarse, hay un encuentro esponsal entre cielo y tierra, entre ideal e historia. Bodas como las de Caná, cuando el agua se convirtió en vino porque una mujer vio que la gente se había quedado sin vino, creyó, pidió y obtuvo el milagro. La Economía de Comunión seguirá viviendo y llegará a su 50º cumpleaños y más, si hay mujeres y hombres con una “mirada distinta”, capaces de darse cuenta de lo que le falta a la gente de su tiempo y de pedir el milagro del agua transformada en vino, de los beneficios convertidos en alimento del cuerpo y del corazón. ¡Felicidades, EdC!

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Firmas – Más allá del mercado

Luigino Bruni

Publicado en Città Nuova nº 6/2016 – Junio 2016

Favelas San Paolo 01Han pasado 25 años desde que, en mayo de 1991, Chiara Lubich lanzara en Brasil la semilla de la Economía de Comunión (EdC). Entonces yo era un joven recién licenciado en economía y sentí que lo que estaba ocurriendo en Sao Paulo tenía que ver también conmigo. Aún no sabía cómo, pero intuía que yo formaría parte de aquella historia que estaba comenzando. Hoy sé que haber acompañado el desarrollo de aquel “sueño” ha sido un acontecimiento decisivo en mi vida. Mi vida habría sido muy distinta sin aquel encuentro profético entre una mirada de mujer y el pueblo brasileño.

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La Economía de Comunión cumple 25 años

La Economía de Comunión cumple 25 años

Firmas – Más allá del mercado Luigino Bruni Publicado en Città Nuova nº 6/2016 – Junio 2016 Han pasado 25 años desde que, en mayo de 1991, Chiara Lubich lanzara en Brasil la semilla de la Economía de Comunión (EdC). Entonces yo era un joven recién licenciado en economía y sentí que lo que estaba ocu...
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Firmas – Más allá del mercado

Luigino Bruni

Publicado en   pdf Città Nuova n.03/2016 (41 KB) - Marzo 2016

Green Economy ridNuestro capitalismo está tomando prestadas de la sociedad civil muchas palabras que tienen capacidad de generar y las está reciclando con ánimo de lucro. Este fenómeno no ha pasado inadvertido para Luc Boltanski y Eve Chiapello, quienes sostienen en su libro “El nuevo espíritu del capitalismo” (Akal) que el moderno “espíritu del capitalismo” consiste en su capacidad para “reciclar” e incorporar las mayores críticas que se le han hecho a lo largo de su historia reciente y convertirlas en los principales factores de cambio e innovación, en vagones de su tren.

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Las críticas “sociales” (socialistas, obreras, ambientalistas...) y “estéticas” (las de los intelectuales y artistas), que supusieron la principal reacción al capitalismo en la segunda mitad del siglo XX, en lugar de provocar la caída del capitalismo se han convertido en su punta de lanza, dando paso al nuevo capitalismo de hoy, en el que los principales actores son empresas creadas por jóvenes con culturas y mentalidades muy distintas a las de los capitalistas del siglo pasado. De esta manera, en las grandes empresas cada vez es más frecuente el desarrollo del balance social y medioambiental, la “empresa social”, la atención al bienestar laboral, hasta llegar a los recientes conceptos de “capital simbólico” o incluso “espiritual” de la empresa. En paralelo a la inclusión y transformación de las críticas sociales, este capitalismo ha interiorizado también las críticas “estéticas”, dando vida a una nueva fase creativa. El capitalismo se transforma camaleónicamente, alimentándose de todo lo que encuentra por el camino, como los antiguos imperios, que conquistaban a los pueblos enemigos y englobaban su cultura, su arte y su religión.

Una novedad principal de este espíritu es que ha adoptado, más o menos conscientemente, la metáfora vegetal y ha abandonado la animal. Las plantas, debido a su característica fundamental de estar enclavadas en la tierra, han desarrollado a lo largo de la evolución mecanismos para poder sobrevivir a los ataques de los animales y a los cambios del ambiente. De esta manera, logran sobrevivir incluso aunque se destruya el 80% de su cuerpo.

No tienen una organización jerárquica, se desarrollan en colonias, sin un centro del que dependa la vida del todo. En cambio, los organismos animales viven en base a órganos especializados y la muerte de un órgano vital comporta la muerte del organismo. Las empresas tradicionales, que se desarrollaban en altura y producían una fuerte división funcional del trabajo, se parecían a los animales y por consiguiente eran muy vulnerables cuando faltaba el “centro” (por ejemplo, el empresario). La organización vegetal y en red de las nuevas empresas logra adaptarse mejor a un ambiente cambiante, es más plana y más resistente a la sucesión de directivos y empresarios. Un paradigma muy atractivo y viral.

Por este motivo, entre otros, la cultura de la economía y de la empresa se está convirtiendo en la cultura de nuestra vida cívica. Cada vez hay más ámbitos no económicos que toman prestado el lenguaje del mercado. Ganadores y perdedores, meritocracia, eficiencia, velocidad… son ya términos de la escuela, la sanidad, la cultura y la política, e incluso están ya a las puertas de la Iglesia y las familias.

Estamos asistiendo a una progresiva y silenciosa ocupación del ámbito cívico por parte del económico, sin que opongamos ninguna resistencia cultural, entre otras cosas porque el léxico económico se presenta como una técnica, éticamente neutral y por consiguiente de aplicación universal. La capacidad de discernimiento moral de nuestro tiempo se ha ofuscado y los mejores intelectuales ya se mueven dentro de la cultura dominante y están tan envueltos de su líquido amniótico que no son capaces de verla y criticarla como a un “tú”. Mientras tanto los grandes flujos financieros dominan el mundo.

Hace falta una nueva fase crítica del capitalismo, pero no del capitalismo del siglo XX. Para ello antes hay que entenderlo, estudiarlo, penetrar en sus lógicas e incluso tratar de orientar su gran potencial a la solución de los grandes problemas. Nuestras ciudades siguen pobladas por demasiados pobres y la desigualdad va en aumento. No debemos quedarnos tranquilos.

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Firmas – Más allá del mercado

Luigino Bruni

Publicado en   pdf Città Nuova n.03/2016 (41 KB) - Marzo 2016

Green Economy ridNuestro capitalismo está tomando prestadas de la sociedad civil muchas palabras que tienen capacidad de generar y las está reciclando con ánimo de lucro. Este fenómeno no ha pasado inadvertido para Luc Boltanski y Eve Chiapello, quienes sostienen en su libro “El nuevo espíritu del capitalismo” (Akal) que el moderno “espíritu del capitalismo” consiste en su capacidad para “reciclar” e incorporar las mayores críticas que se le han hecho a lo largo de su historia reciente y convertirlas en los principales factores de cambio e innovación, en vagones de su tren.

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Firmas – Más allá del mercado

de Luigino Bruni

publicado en  pdf Città Nuova nº 01/2016 (57 KB) del 10/01/2016

Democrazia economica ridLa economía de mercado ha producido auténticos milagros, pero hoy debe cambiar si quiere salvarse. Ha permitido que personas desconocidas se encontraran de forma pacífica y constructiva, se conocieran y se “hablaran” intercambiando cosas. Ha llenado el mundo de colores, con una infinidad de bienes. Ha ampliado la biodiversidad cultural. Ha multiplicado la riqueza, potenciando al máximo la libertad y la creatividad de los individuos. Ha dado lugar a la mayor cooperación de la historia humana.

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Detrás de los actos más sencillos que realizamos en nuestras ciudades, como encender la luz de la habitación o comprar un helado, se encuentra la cooperación implícita de miles, a veces millones de personas, que trabajan para nosotros sin saberlo ni quererlo.

Llevaba meses viendo en la calle vendedores que ofrecían unos utensilios largos a los turistas, hasta que un día entendí que eran alargadores para hacerse “selfies”. El mercado satisface nuestras necesidades un segundo después de que las hayamos detectado o, a veces, incluso un segundo antes.

Este lado luminoso de la economía de mercado todos lo ven. Pero también hay lados oscuros o negros. Por ejemplo, el negocio de las armas en todas las guerras alimentadas e inducidas por los intereses económicos de los gobiernos y de las industrias occidentales. No debemos olvidar esto mientras lloramos por París, Beirut y Siria, y por los hijos de otros, que han muerto bajo unas armas fabricadas al lado de nuestras casas, con nuestro silencio.

El mercado no logra corregir sus peores efectos colaterales. Sabe corregir pequeños daños, pero no los grandes. Sin estados, instituciones y sociedad civil que obliguen a las empresas a reducir las emisiones nocivas para el medio ambiente, a reconocer derechos a los trabajadores, a no esconder los defectos (casi) invisibles de sus productos, las empresas únicamente implementarían aquellas prácticas que tienen una traducción inmediata en el aumento de los beneficios, puesto que son fácilmente reconocibles por los clientes y útiles para su reputación. No cabe duda de que en el mercado hay algunos empresarios y ejecutivos que atribuyen un valor intrínseco a la legalidad y a la ética. Pero en una economía globalizada, donde los fondos de inversión y los grandes bancos son propietarios de muchas empresas, cada vez resulta más difícil encontrar un rostro humano y una conciencia detrás de las decisiones.

Por eso, las democracias modernas desde siempre asignan a las instituciones la tarea de controlar y regular la actuación de las empresas. El verdadero mercado no ha sido nunca sólo mercado, sino un entramado de actores, de controladores y controlados.

Pero esta división de tareas sobre la que hemos construido nuestras democracias en los dos siglos pasados hoy está en una profunda crisis. Ya no podemos aceptar que las empresas actúen respondiendo sólo a sus propietarios y a los consumidores y que la ley las regule y controle. Las empresas, y sobre todo las instituciones financieras, se han hecho demasiado grandes, ricas, globales y poderosas como para pensar que es posible controlarlas desde fuera y al final.

Hace falta un cambio interno radical: las instituciones deben usar la fuerza que todavía tienen para pedir a las grandes empresas y a los bancos globales que cambien su gobierno. No deben seguir siendo gestionadas por consejos de administración elegidos únicamente por sus propietarios. Se han convertido en demasiado importantes para la vida de todos, por lo que los trabajadores, la sociedad civil y representantes independientes de los intereses de los más pobres, deben entran en sus Consejos de Administración y tener voz y voto en las decisiones ordinarias de gobierno.

En todas las grandes empresas y bancos debe existir un “comité ético” independiente con poderes efectivos. La economía se ha hecho demasiado importante como para dejarla sólo en manos de los economistas, financieros y accionistas. Ni siquiera son suficientes los consumidores, “votando con la cartera”. Hay demasiadas personas condicionadas por las decisiones de las empresas, que no “votan” porque son pobres o están demasiado lejos.

Y porque hay industrias (como las de las armas o los juegos de azar) donde los que protestan no pueden votar porque no compran. La economía de mercado y la democracia no se salvarán sin una verdadera democracia económica.

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Firmas – Más allá del mercado

de Luigino Bruni

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Democrazia economica ridLa economía de mercado ha producido auténticos milagros, pero hoy debe cambiar si quiere salvarse. Ha permitido que personas desconocidas se encontraran de forma pacífica y constructiva, se conocieran y se “hablaran” intercambiando cosas. Ha llenado el mundo de colores, con una infinidad de bienes. Ha ampliado la biodiversidad cultural. Ha multiplicado la riqueza, potenciando al máximo la libertad y la creatividad de los individuos. Ha dado lugar a la mayor cooperación de la historia humana.

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Cambiemos el gobierno de las empresas y de los bancos

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Firmas – Más allá del mercado

de Luigino Bruni

publicado en  pdf Città Nuova (63 KB) nº. 23/24 del 10-25/12/2015

Incentivi ridUna característica que marca el comienzo de este tercer milenio es la rápida y enérgica ampliación de la esfera económica. La economía, paso a paso, de sector en sector, está ocupando la política, la sanidad, la educación… y dentro de poco tal vez llegue incluso a ocupar las iglesias. De este modo, los valores y las virtudes de la economía se están convirtiendo, si no en los únicos, sí en los principales valores y virtudes de toda la vida social. La eficiencia, el mérito, la innovación y la lógica del coste-beneficio son ya las únicas palabras “serias” de nuestro mundo.

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En el siglo XX era la política la que ofrecía un paradigma de vida buena a todos los demás ámbitos. Los valores y las virtudes de la democracia eran los faros de civilización a los que se solía mirar para gestionar las fábricas y la sociedad civil. La economía era esencialmente un lugar de esfuerzo y explotación de los trabajadores que había que humanizar gracias a la participación, a los sindicatos y a los derechos.

En un par de décadas, la economía y la empresa han pasado de ser imagen de la lucha de clases a ser lugares de excelencia humana. Cualquiera que hoy quiera crear buenas organizaciones, partidos, hospitales o escuelas, se fija en los principios que han guiado a las grandes empresas y trata de importarlos. La familia quizá aún logra salvarse, pero ya empiezan a verse cursos de gestión familiar impartidos por consultoras globales. Por su parte, las universidades (católicas y pontificias) ya hace tiempo que organizan cursos de gestión para párrocos y monjas, impartidos por las multinacionales de la consultoría.

Detrás de esta migración de los valores económicos se esconden algunos retos muy delicados y peligrosos. Pensemos en la ideología de los incentivos. Nos estamos convenciendo, sin oponer resistencia, de que los seres humanos son capaces de darlo todo si son adecuadamente pagados y controlados. Si el departamento de personal es bastante bueno y cuenta con consultores suficientemente preparados, puede diseñar contratos e incentivos perfectos, capaces de obtener de las personas todo lo que la empresa necesita. Si están bien pagados y bien controlados, los hombres y ahora también las mujeres son perfectamente domesticables. Esta idea no es nueva (tiene por lo menos un siglo), pero cuando había ideales sociales vivos y activos, se la combatía con fuerza y no se la dejaba salir del ámbito puro y duro de los negocios (altas finanzas y grandes multinacionales…).

En esta edad nuestra de crepúsculo de los dioses y los ideales, la ideología del incentivo ha encontrado las puertas abiertas y está llenando nuestro vacío de pensamiento. El truco que hace que esta ideología neo-directiva sea tan simpática y caiga tan bien, es que se presenta disfrazada de libertad y positividad: el incentivo es un contrato que se firma libremente, se dice. En realidad, si se mira bien, detrás de esta ideología hay una visión muy pesimista del individuo, según la cual un hombre es incapaz de bien si no se le guía desde fuera, con la zanahoria y el palo.

La invasión de la lógica económica está produciendo grandes cambios culturales, casi todos venenosos. Pensemos en los vientres de alquiler o en el mercado de órganos. Si la lógica de los incentivos y la racionalidad económica se convierten en los únicos valores buenos de la vida social, ¿por qué hemos de criticar a los que venden (y a los que compran) un riñón, o a los que compran (y venden) su cuerpo para “producir” un niño “propiedad” de otros? Es el bonito mercado. Es libertad, consenso, provecho recíproco. Pero por desgracia dentro del caballo de Troya de los incentivos se esconde una vuelta a la esclavitud. También en el Génesis encontramos a Agar, que engendra un hijo (Ismael) por cuenta de Sara y Abraham. Pero no olvidemos que Agar era una esclava. La humanidad ha superado la era de la esclavitud y ha sido capaz, con inmenso dolor, de comenzar la era de las mujeres y los hombres libres. No la malvendamos por el “plato de lentejas” de los incentivos. La dignidad humana no está en venta, no todos los bienes son mercancías, no todos los bienes tienen un mercado. Sólo seguiremos siendo humanos mientras nuestros hijos y los de los demás no tengan un precio de mercado. La felicidad que prometen estos “contratos” es falsa. Debemos buscar otra felicidad.

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