Città Nuova

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De las trampas de la pobreza se sale cuando se consigue dar, cuando dentro de una relación se dan las condiciones para poder dar algo a alguien.

Luigino Bruni.

Original italiano publicado en Città Nuova n.10/2019

Este verano tuve la oportunidad de visitar la bellísima catedral de Salerno. A la entrada me encontré con un joven que estaba pidiendo limosna. Espontáneamente le dije: «¿Por qué no cuentas a los turistas algo sobre la iglesia, ya que estás aquí todos los días?». En el momento no me respondió. Cuanto terminé la visita (un poco apresurada) pasé de nuevo junto al muchacho y este me dijo: «Pero si no has visto la cripta... Si no la ves, te pierdes lo más bonito de la iglesia». Después de mi pregunta, él me había seguido con la mirada, había observado mis pasos. 

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Le di las gracias, volví a entrar y visité la cripta, que me dejó sin aliento por su belleza. Cuando salí, le di de nuevo las gracias y una propina. Mientras me despedía, él seguía diciéndome: «En la entrada hay una escultura importante»; «fíjate bien en el portón, fue construido en Constantinopla», y otras cosas acerca de la iglesia que había aprendido escuchando en silencio a los guías que pasaban por el lugar.

Después empecé a pensar: a lo mejor yo he sido la primera persona que le ha pedido algo distinto a este joven, que le ha tomado en serio y le ha invitado a entrar en una lógica de reciprocidad. Imaginaba sus razonamientos: «Este señor desconocido me ha pedido que le informara, no me ha visto solo como un “descarte”, como alguien que solo sabe extender la mano; me ha hecho una pregunta como si fuera una “persona”». En realidad, lo único que yo había hecho era mirar al ser humano que tenía delante, estar atento a la vida que discurría a mi lado y reconocerla tal y como se me presentaba: en el rostro de un joven inmigrante, que yo sentía que era muy diferente a como se mostraba. Comprendí que ese joven era más grande que su petición de limosna. Pero a lo mejor ni siquiera él se acordaba, acostumbrado solo a pedir monedas.

Después pensé en toda la reciprocidad no expresada que hay en nuestras ciudades, y en general en el gran tema de la pobreza y la marginalidad. Lo primero que necesitan las personas para activarse es ser vistas, ser miradas a los ojos. Sin esa mirada de reconocimiento, las personas no se levantan, sobre todo cuando llevan años “sentadas”. Raramente nos levantamos solos. Nos levantamos si, en la relación con alguien, nos damos cuenta de que nosotros también tenemos algo que dar.

Uno de los problemas de la pobreza consiste en pensar que la solución pasa por recibir. Sin embargo, de las trampas de pobreza se sale cuando se consigue dar, cuando dentro de una relación se dan las condiciones para poder dar algo a alguien. La verdadera ayuda que podemos dar a una persona pobre es la posibilidad de sentirse digna de dar algo. Pero nosotros seguimos mirando la mano de quien pide como una mano que solo sabe recibir y nos olvidamos de que esa mano puede dar mucho más de lo que puede recibir.

El esfuerzo de los gobiernos y de las asociaciones en relación con las personas que se encuentran en situación de indigencia debe concentrarse sobre todo en ayudar a estas personas a levantarse para que puedan volver a dar dentro de unas relaciones de reciprocidad. Pero, antes que nada, deben verlas como personas que tienen algo que dar, que no son tan pobres como para no poder dar nada.

Si no hubiera encontrado a ese hombre a la puerta de la iglesia, si entrando en el lugar sagrado no hubiera entendido que en la puerta había algo más sagrado que el templo que iba a visitar (nada hay en la tierra más sagrado que un ser hombre), no habría visto el tesoro de aquella iglesia (la cripta), no habría encontrado a esa persona y no habría escrito este artículo. Pero antes he tenido que verlo. La primera pobreza de los pobres consiste en no ser vistos, en volverse invisibles o en ser vistos solo superficialmente. Nos detenemos ante el envoltorio de su alma. ¡¿Quién sabe cuántas “criptas” preciosas nos perdemos cada día?!

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Original italiano publicado en Città Nuova n.10/2019

Este verano tuve la oportunidad de visitar la bellísima catedral de Salerno. A la entrada me encontré con un joven que estaba pidiendo limosna. Espontáneamente le dije: «¿Por qué no cuentas a los turistas algo sobre la iglesia, ya que estás aquí todos los días?». En el momento no me respondió. Cuanto terminé la visita (un poco apresurada) pasé de nuevo junto al muchacho y este me dijo: «Pero si no has visto la cripta... Si no la ves, te pierdes lo más bonito de la iglesia». Después de mi pregunta, él me había seguido con la mirada, había observado mis pasos. 

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La fuerza de la mirada

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Más allá del mercado - Keynes comprendió que el mundo había cambiado y cambió con él, algo que no sucede con la crisis económica de nuestra generación, ya que todos seguimos enseñando la misma teoría de antes del 2008.

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 28/08/2019

Hoy son muchos los que propugnan una vuelta a la economía de Keynes. La actualidad de Keynes se debe, entre otras cosas, a que fue capaz de darle la vuelta completamente a su teoría económica, cuando la realidad cambió tras la crisis de 1929. Esta gran honestidad intelectual es, ya de por sí, un mensaje muy actual, puesto que cuando se alcanza cierto éxito en determinado ámbito profesional (Keynes en 1930 ya era un economista reconocido) es muy difícil hacer autosubversión y volver a empezar desde cero. 

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En 1930 John Maynard Keynes aún no era “keynesiano”. La crisis económica de 1929 y de los años siguientes hizo volar por los aires toda la construcción teórica anterior. Keynes comprendió que el mundo había cambiado y cambió con él. Eso es algo que no ha sucedido en la crisis económica de nuestra generación, puesto que todos seguimos enseñando la misma teoría de antes del 2008.

Keynes cambió sobre todo su teoría monetaria, en la que era un maestro. Según la teoría de la moneda de Keynes y compañeros, la moneda era una especie de Jano bifronte. Por una parte, se la consideraba como un velo de las transacciones reales, un mero medidor de precios, una reserva de valor y un medio de pago, bien distinto de la producción real. Pero al mismo tiempo, se atribuía a las políticas monetarias y a los tipos de interés sobre el ahorro un gran poder y una gran confianza para superar las crisis. El aumento de la moneda en circulación y la variación de los tipos de interés deberían asegurar el equilibrio automático del sistema económico sin intervenciones externas. Pero la crisis se alargaba y el sistema no resolvía sus problemas. Los mecanismos monetarios no devolvían el equilibrio al empleo y no relanzaban el crecimiento, como tendría que haber ocurrido si hubieran seguido las leyes económicas.

Entonces Keynes tiró a la basura sus teorías anteriores y reescribió una nueva teoría económica a partir de cero, con innovaciones enormes sobre todo en el terreno monetario. Así nació la Teoría General, publicada en 1936. Un gran mensaje de la teoría general de Keynes es la desconfianza en la política monetaria y en la moneda en general, sobre todo en tiempos de verdadera crisis.

Cuando las “expectativas” (gran novedad keynesiana) son pesimistas, la política monetaria es ineficaz. Y cuando son muy negativas – es decir, cuando se cae en la famosa “trampa de la liquidez” – llega a ser incluso nula: los bancos pueden elevar hasta el infinito los tipos de interés, que la gente retiene toda la liquidez que recibe por falta de confianza en el futuro. De ahí su famoso aforisma: «Puedes llevar el caballo a la fuente, pero no puedes obligarlo a beber».

Precisamente sobre la muerte de la confianza en la política monetaria Keynes inventó la política fiscal: si no es posible depender de la liquidez y de la moneda, para salir de la crisis el gobierno debe invertir en gasto público, en carreteras y puentes reales, que no dependen (salvo en mínima parte) de las expectativas de la gente, y de este modo desbloquear el sistema y aumentar el empleo y el PIB.

Con el segundo Keynes, en la macroeconomía y en la política económica entra la incertidumbre en la base de todo el sistema. Esta es la verdadera modernidad: el mundo se ha vuelto muy complejo, las personas con sus emociones y sus vísceras importan mucho; el mundo sencillo y ordenado que conocíamos antes ya no existe, y debemos lidiar verdaderamente con la complejidad.

Cuando se abordan sistemas complejos, siempre es necesario desconfiar de las soluciones simples, como muchas de las ideas que circulan en estos últimos tiempos. Muchos piensan que es posible salir de la crisis económica maniobrando sobre monedas reales o imaginarias: una ilusión contra la que Keynes reaccionó con éxito.

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La lección de Keynes para desbloquear el sistema

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En el sistema económico que hemos producido durante este último siglo, algo está claramente muriendo y algo nuevo asoma por el horizonte.

por Luigino Bruni

publicado en Città Nuova n.7/2012 del 10/4/2012

Ragazzi_al_lavoro_ridLa economía tiene una enorme necesidad de resurrección. Toda resurrección es precedida y preparada por una crisis, por un cambio. No se puede resucitar sin haber muerto antes de algún modo. En el sistema económico que hemos producido durante este último siglo, algo está claramente muriendo y algo nuevo asoma por el horizonte. Pero es necesario tener “ojos de resurrección” para poder verlo y reconocerlo como lo que verdaderamente es: el alba de un nuevo día.

Si tuviéramos ojos de resurrección veríamos, por ejemplo, que Italia y el mundo siguen adelante a pesar de las crisis y las muertes de nuestro tiempo, porque la mayor parte de las personas buscan el bien y lo realizan en la familia, en el trabajo, en las instituciones públicas y siguen realizándolo a pesar de todo. Claro que hay tramposos y malvados, pero son muchos menos de lo que la cultura dominante nos hace creer porque ve mal el mundo.

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Veríamos también a muchos empresarios que aprecian y respetan a sus trabajadores y que, lejos de considerarlos como un coste, los ven como recursos valiosos y socios esenciales para la vida y el desarrollo de sus empresas. También veríamos a muchos trabajadores que trabajan bien porque están convencidos de que el trabajo hay que hacerlo bien con independencia del dinero que se recibe por él y que, por ello, trabajan bien incluso cuando no se les controla, ni se les castiga ni se les aplaude.

Veríamos toda la economía civil, social, ética, justa, de comunión, que, al igual que la sal, da sabor a la masa y, al igual que la levadura, no deja que el pan de nuestros mercados sea ácimo. Pero para poder ver el bien que ya existe en la vida civil y económica, hay que ver las cosas y pensarlas desde una cultura de la resurrección, que sepa ver lo que la cultura que está muriendo hoy no es todavía capaz de ver.

Hoy necesitamos personas que sepan ver y reconocer los signos de vida nueva que están realmente presentes en nuestra vida diaria y no sólo los que imaginamos o soñamos. Esta es una forma elevada de caridad civil y, cuando falta, el mundo se convierte en un lugar triste y gris. Cuando es de noche, necesitamos centinelas de la aurora que anuncien la resurrección que todos anhelamos pero no reconocemos, tal vez porque no escuchamos con atención la voz de quien nos llama por nuestro nombre en los jardines de nuestras ciudades.

Necesitamos que sea Pascua en nuestro trabajo; necesitamos dejar de ver el trabajo como un problema para redescubrirlo como una responsabilidad y un trozo de vida. El trabajo humano en las últimas décadas ha sido marginado por un modelo económico centrado en las finanzas especulativas, que prometía riqueza sin trabajo y sin trabajadores y que por ello ha implosionado.

Nunca saldremos de esta crisis sin una resurrección del mundo del trabajo y de los trabajadores. Sobre todo de los jóvenes, que tienen derecho a una cultura de la vida, de la esperanza, de la confianza. Si no hay Pascua para los jóvenes, no puede haber verdadera Pascua para nadie.

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En el sistema económico que hemos producido durante este último siglo, algo está claramente muriendo y algo nuevo asoma por el horizonte.

por Luigino Bruni

publicado en Città Nuova n.7/2012 del 10/4/2012

Ragazzi_al_lavoro_ridLa economía tiene una enorme necesidad de resurrección. Toda resurrección es precedida y preparada por una crisis, por un cambio. No se puede resucitar sin haber muerto antes de algún modo. En el sistema económico que hemos producido durante este último siglo, algo está claramente muriendo y algo nuevo asoma por el horizonte. Pero es necesario tener “ojos de resurrección” para poder verlo y reconocerlo como lo que verdaderamente es: el alba de un nuevo día.

Si tuviéramos ojos de resurrección veríamos, por ejemplo, que Italia y el mundo siguen adelante a pesar de las crisis y las muertes de nuestro tiempo, porque la mayor parte de las personas buscan el bien y lo realizan en la familia, en el trabajo, en las instituciones públicas y siguen realizándolo a pesar de todo. Claro que hay tramposos y malvados, pero son muchos menos de lo que la cultura dominante nos hace creer porque ve mal el mundo.

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Crisis económica y ojos de resurrección

Crisis económica y ojos de resurrección

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Más allá del mercado – Sorprendente encuentro con una asociación que ha hecho suyo uno de los sueños de Chiara Lubich: la Economía de Comunión

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova - Agosto 2018

Costruttori di pace ridFlorencia, 28 de junio, iglesia de San Lorenzo. En los locales del sótano de la iglesia, la asociación Constructores de Paz presenta ante unas 40 personas su recién creada empresa de “comida de calle”. Yo les conocí unos meses antes, cuando me convocaron para hablarme de su interés o más bien de su “pasión” (como les gusta llamarla) por la Economía de Comunión (EdC). Se trata de una asociación creada por jóvenes para responder a las necesidades de otros jóvenes inmigrantes que, una vez que cumplen los 18 años de edad, se encuentran en una situación de grave vulnerabilidad. Primero empezaron acogiéndolos en sus casas, después alquilaron un apartamento y ahora han creado una estructura de acogida en los locales de la parroquia.

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Los miembros de la asociación son trabajadores, dependientes, estudiantes. El presidente, Emmanuel, es un joven italiano de padres africanos. «Encontramos la EdC por casualidad, buscando en Internet economías distintas, -me dice Mauro, uno de ellos- Y de ahí llegamos a Chiara Lubich. La vimos y la escuchamos en algunos vídeos de encuentros de formación. Después, una noche, algunos soñamos con ella a la vez. A uno Chiara le abrazó sin decir nada; a otro le dio respuestas a preguntas sobre Dios y sobre la fe; y a mí - continúa un poco emocionado - me dijo una frase que aún no he comprendido: "tened siempre a Jesús en medio’’».

El encuentro con los Constructores de paz es uno de los acontecimientos más fuertes y verdaderos de estos años. Un grupo de jóvenes, que se ponen a trabajar concretamente para acoger en sus casas a otros jóvenes en una situación difícil, encuentran por su cuenta la EdC y después sueñan juntos con Chiara la misma noche, y ella les dice cosas muy bellas, las mismas que nos ha dicho muchas veces a nosotros pero estamos olvidando, porque estamos olvidando el deseo de cambiar el mundo. La economía de comunión renace hoy (pienso en el Congo, en América Latina y también en Europa) donde hay personas como Emmanuel, Mauro y sus amigos y amigas. Donde hay personas que se ponen de nuevo a acoger a los pobres en sus casas. El primer “mito fundacional” de la EdC es el Trento de la posguerra, cuando en el primer focolar muchas veces comían en la misma mesa “una focolarina y un pobre, una focoloraina y un pobre”. Chiara y sus primeras compañeras nos lo han contado muchas veces. Y en esas ocasiones – contaba – ponían los manteles y los cubiertos mejores, expresando con este gesto sencillo la dignidad y el valor de estos invitados.

Hoy la EdC vive y renace donde hay empresarios y otras personas que siguen acogiendo “en su casa” a las personas que pasan por dificultades, aunque la mesa dispuesta para la fiesta sean los bancos de trabajo de los talleres y los comedores de las empresas. La inclusión comunitaria y productiva sigue siendo el primer paso de toda nueva experiencia de comunión, en cualquier lugar del mundo. «He ido a vivir con los chicos que hemos acogido», me ha contado Emmanuel, porque «no podía decir que somos una familia si no iba a vivir con ellos. La vida renace de la vida, cuando alguien deja el calor de los encuentros y del consumo de espiritualidad, y se pone a caminar al encuentro del otro que espera».

La hospitalidad es una virtud hoy muy amenazada, en una fase en que Occidente ha olvidado sus valores fundacionales y ya no se acuerda de que Isaac, el hijo de la promesa, fue anunciado por tres huéspedes a los que Abraham y Sara acogieron en su tienda nómada.

La nueva empresa de EdC que está naciendo en Florencia creará trabajo para estos huéspedes venidos del mar, porque mientras un joven no trabaje no habrá sido verdaderamente acogido. Pero el trabajo no nace del gobierno ni de las burocracias, sino de aquellos que deciden convertirse en empresarios para responder al grito de las personas de su ciudad. Personas como Emmanuel y Mauro son las que mantendrán viva la EdC. Si nosotros seguimos cómodamente instalados en el confort de nuestras comunidades, los ángeles les visitarán y les llamarán en sueños.

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Luigino Bruni

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El Movimiento de los Focolares, diez años después de la muerte de Chiara Lubich, se ha hecho más consciente de sus límites. Aurora Nicosia habla de ello con el economista Luigino Bruni.

Aurora Nicosia

Publicado en el número Extra de Marzo 2018 de Città Nuova

Movimento dei Focolari CN ridComo experto conocedor de las Organizaciones con Motivación Ideal, ¿cree que hay elementos que puedan llevar a pensar en una crisis del Movimiento de los Focolares?

La crisis es la condición normal de los movimientos y realidades humanas ideales colectivas, porque están en continua evolución, crecen, y la “ropa” que ayer sentaba bien pronto se queda pequeña. Todo depende de cómo se gestione la crisis. Una imagen eficaz para las crisis es la de la semilla, que dentro de la tierra quiere convertirse en planta: fuerza el suelo, empuja, lo agrieta. Pero esto es señal de que la semilla está viva y crece. El Movimiento de los Focolares tiene una fundadora con un talento espiritual y humano enorme, que lo ha guiado con sus primeras compañeras y compañeros durante 60 años, y una espiritualidad desarrollada antes del Concilio y del 68. Es inevitable que tenga que gestionar distintas crisis. Nos lo enseña la historia y el sentido común.

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¿En qué resorte habría que apoyarse para que la crisis se convierta en una oportunidad para crecer?

Las crisis principales son de tipo narrativo, como he tratado de explicar en una reciente serie de artículos que he escrito para el diario italiano Avvenire. También el Movimiento de los Focolares ha sido fundado y han vivido todos estos años gracias a un patrimonio de relatos, historias, florecillas, cantos, que han convertido y alimentado a las generaciones anteriores. Bastaba nombrar algunos de estos relatos para encantar y renovar el encanto de los narradores (“Eran tiempos de guerra y todo se derrumbaba…”). Pero, como ocurre con todos los capitales, también el capital narrativo conoce la obsolescencia en el lenguaje, en las categorías y en los interlocutores. Debemos ser conscientes de que el mensaje del carisma no se agota con sus narraciones. Hoy hacen falta artistas, intelectuales, jóvenes y personas de toda edad y extracción que se atrevan a intentar actualizar el primer capital narrativo, al que hoy le cuesta mucho seguir “encantando” como en los tiempos de Chiara. Cuando la historia que contamos deja de encantar a otros, el primero que se desanima y se desencanta es el narrador.

Hay que tomar como punto de partida las historias fundacionales intentando añadir otras nuevas y contar las mismas historias de una forma un poco distinta. La historia de la Iglesia nos dice que sin la fuerza narrativa de Pablo y de muchos Padres y Doctores después de él, habríamos perdido por el camino las categorías para comprender correctamente los Evangelios. Estas operaciones narrativas esconden algunos peligros. Es posible equivocarse a la hora de elegir qué partes de las primeras historias hay que salvar como núcleo portante del carisma y conservar tal vez las narraciones menos generativas, o las más sensacionales (los franciscanos no “salvaron” la historia de Francisco centrándose en los relatos de los estigmas, sino mediante la fidelidad al Evangelio sine glossa y a la Señora pobreza, y no dejando de besar a los leprosos). ¿O es que alguien piensa que no hace falta actualizar las narraciones y que basta con seguir insistiendo en las antiguas historias?

Para terminar, otro error muy común y probable consiste en pensar que se está actualizando el capital narrativo cuando en realidad se está escribiendo una historia distinta, más moderna y atractiva, pero que no lleva el ADN del carisma original. En general, este error se manifiesta en la eliminación de las partes más “difíciles” de la primera historia, que son las que más se resienten por el paso del tiempo. Por ejemplo: antes se quería anunciar el Evangelio a los no creyentes y a los fieles de otras religiones, y después se vuelve a dar catequesis en la parroquia. O bien se reduce el carisma a prácticas sencillas y populares – cenas, excursiones, encuentros de autoayuda – que tienen siempre cierto éxito porque responden a necesidades primarias de nuestra dimensión social, pero reducen mucho la originalidad y la novedad del carisma. Todos lo entienden, pero entienden “otra cosa”. Para evitar este error, que ya se está produciendo en parte, habría que monitorizar lo que ocurre hoy, por ejemplo, en la autogestión de las comunidades locales, donde los focolarinos “consagrados” son pocos y delegan aspectos concretos de la gestión, y entender si nos empezamos a parecer demasiado a los grupos parroquiales de oración o asistencia y cada vez menos a las comunidades proféticas de los primeros tiempos. En la Economía de Comunión, que sigo más de cerca, el peligro es real y consiste en convertirla en un grupo de empresarios que quieren realizar una gestión ética y un poco de filantropía. Todos lo entienden, pero la relación con el “sueño” de Chiara es demasiado tenue.

Usted habla con frecuencia del papel de las minorías creativas. ¿Qué tipo de personas las componen y qué pueden hacer en este caso concreto?

El Evangelio y la Biblia hablan muchas veces, tal vez todas, de pequeños grupos que tienen la función de salvar a todos. Noé estaba solo, los profetas no falsos eran muy pocos. Tenemos también las imágenes del pequeño rebaño, la levadura o la sal. Toda la teología bíblica está informada por la imagen del “resto fiel”, que volverá y podrá salvar a todo el pueblo. En los movimientos carismáticos hay una dificultad concreta para reconocer y dar espacio a estas minorías proféticas y en general a los reformadores. Como se identifican plenamente con la dimensión carismática de la sociedad y de la Iglesia, a los movimientos les cuesta entender que como organizaciones son también instituciones (y no solo carismas). Si no hay espacio para la voz carismática interna, se pierde profecía. Pero no faltan, aquí y allá, señales de esperanza, también en los Focolares.

En su opinión, ¿qué parte del carisma que Dios dio a Chiara todavía no se ha expresado y habría que desarrollar?

Hay una fuerte laicidad y una gran universalidad que afloraban de vez en cuando durante la vida de Chiara, pero hoy corren peligro de no expresarse hasta el fondo. El de los Focolares es un movimiento aprobado por la Iglesia católica, donde nació y se desarrolló. Pero no es solo un movimiento católico: en su seno han tenido un papel protagonista también cristianos de otras iglesias, no cristianos y no creyentes. Jesús era hebreo y Lutero al principio era católico. Pero después hemos comprendido que eran también algo más, y sus “movimientos” se han convertido en algo nuevo y distinto de sus comunidades de procedencia. Hay un potencial inmenso por desarrollar. El carisma tiene fuerza para contar de forma distinta y más laica la fe, el cristianismo, la religión y al mismo Dios, si tenemos la fuerza de arriesgar más, de ser más proféticos. Pero aún estamos a tiempo de intentarlo.

¿Qué consejos daría a una persona que ha invertido las mejores energías de su vida creyendo en la “utopía” de Chiara y ahora vive en una fase de desilusión o al menos de reflexión?

Seguir creyendo en la promesa. No ceder al desánimo, al pesimismo, a la melancolía, a la apatía individual y colectiva, tentaciones muy fuertes en estos tiempos de cambio de época. Moisés, el libertador, no entró en la tierra prometida. La vio desde el Monte Nebo y solo vio entrar a los hijos. Toda vocación, si es auténtica, se detiene antes de cruzar el Jordán. La tierra prometida es la tierra de los hijos. Ninguna vida adulta es la realización de las promesas de juventud, porque, si lo fuera, las promesas serían demasiado pequeñas. Del mismo modo que ningún hijo libre es la realización de las esperanzas de los padres. Al mismo tiempo, es necesario entender que el lenguaje, las formas y los modos de esa “utopía” de juventud deben necesariamente “morir” para resucitar. Solo lo que muere puede resucitar. La crisis de la primera utopía es la crisis del paso a la vida adulta. Muchos identifican la infancia con la primera promesa, y dejan la promesa para hacerse adultos. Otros no consiguen o no quieren hacerse adultos por miedo a perder el encanto del primer amor, y permanecen adolescentes toda la vida, donde se encuentran felices y cómodos. Otros – conozco algunos – están intentando, en este tiempo de cambio, hacerse adultos llevando consigo las esperanzas y las utopías de la juventud. Es difícil, pero quien lo logra comienza la fase más bella de la vida, de la vida individual y de la vida de la comunidad.

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El Movimiento de los Focolares, diez años después de la muerte de Chiara Lubich, se ha hecho más consciente de sus límites. Aurora Nicosia habla de ello con el economista Luigino Bruni.

Aurora Nicosia

Publicado en el número Extra de Marzo 2018 de Città Nuova

Movimento dei Focolari CN ridComo experto conocedor de las Organizaciones con Motivación Ideal, ¿cree que hay elementos que puedan llevar a pensar en una crisis del Movimiento de los Focolares?

La crisis es la condición normal de los movimientos y realidades humanas ideales colectivas, porque están en continua evolución, crecen, y la “ropa” que ayer sentaba bien pronto se queda pequeña. Todo depende de cómo se gestione la crisis. Una imagen eficaz para las crisis es la de la semilla, que dentro de la tierra quiere convertirse en planta: fuerza el suelo, empuja, lo agrieta. Pero esto es señal de que la semilla está viva y crece. El Movimiento de los Focolares tiene una fundadora con un talento espiritual y humano enorme, que lo ha guiado con sus primeras compañeras y compañeros durante 60 años, y una espiritualidad desarrollada antes del Concilio y del 68. Es inevitable que tenga que gestionar distintas crisis. Nos lo enseña la historia y el sentido común.

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Bruni: Focolares en busca de nuevas narraciones

Bruni: Focolares en busca de nuevas narraciones

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En estos tiempos de grandes y nuevas migraciones, todos debemos aprender a leer estos fenómenos con las categorías adecuadas y actuar en consecuencia.

Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova (76 KB) nº 11/2017

Cooperazione CN ridEn estos tiempos de grandes y nuevas migraciones, todos debemos aprender a leer estos fenómenos con las categorías adecuadas y actuar en consecuencia. Por lo general, incluso las personas predispuestas hacia el gran valor de la acogida se quedan en la superficie y se detienen demasiado pronto.

Por ejemplo, haciendo referencia a la experiencia de la emigración de nuestros abuelos a Europa o América, decimos que debemos acoger a los inmigrantes porque no hace mucho nosotros también fuimos emigrantes. Citamos la acogida al forastero como un principio de todas las grandes civilizaciones del pasado, escrito en los libros sagrados de las religiones. El huésped es sagrado y hay que acogerle y hacerle los honores.

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Polifemo es condenado por la cultura mítica griega porque en lugar de acoger a sus huéspedes, los devora. En la Biblia, Abraham y Sara acogen en el encinar de Mambré a tres hombres que les anuncian la llegada de Isaac, hijo de la promesa. Esos mismos tres hombres continúan su viaje y llegan a Sodoma, donde en lugar de acogida encuentran muerte y por eso la ciudad se hace maldita. En la Carta a los Hebreos, culmen del Nuevo Testamento, encontramos una de las frases más bellas al respecto: «No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles».

Otras veces, se activan los registros de la compasión y la pietas humana. Nuestro corazón se compadece y se conmueve con las escenas de sufrimiento que rodean muchas experiencias de los inmigrantes. Estos valores, principios y sentimientos son nobles y buenos, pero no son suficientes para crear una cultura compartida y sostenible de la acogida. Las emociones, los recuerdos, los antiguos principios que invocamos son demasiado frágiles y manipulables por la opinión pública, hoy más agresiva, ideológica y miope que nunca. ¿Qué le falta a nuestra narrativa de las migraciones? Le falta el gran principio de la reciprocidad y el mutuo provecho.

Cuando nuestros abuelos llegaron a América o a Bélgica, enriquecieron a aquellos países y, al mismo tiempo, mejoraron ellos mismos y sus familias. No había grandes asociaciones de acogida, pero aquellos emigrantes realizaron auténticos milagros cívicos y económicos simplemente trabajando, haciendo empresas, cooperando con las gentes del lugar por mutuo provecho. Si no vemos a las personas que llegan hasta nosotros como potenciales aliados en el trabajo y en la vida civil, los sentimientos, por buenos que sean, no producirán un vínculo suficientemente robusto ante las inevitables dificultades de toda acogida verdadera. Porque la cuerda de la reciprocidad y el mutuo provecho, además de ser más digna y respetuosa para todos, es mucho más fuerte que la cuerda de los sentimientos, los recuerdos y las emociones.

No deberíamos sentirnos generosos o mejores que las personas que acogemos. Tan solo deberíamos descubrir en el rostro del otro los rasgos de un aliado que puede ayudarnos también a nosotros. Entre otras cosas, el principio de acogida de las sociedades pasadas se basaba también en la racionalidad y el interés a largo plazo: en sociedades que eran en parte nobles y en parte emigrantes, todos podían encontrarse en condiciones de tener que emigrar. Por tanto, poner la ley de la acogida al forastero como piedra angular era “conveniente” para todos: para los otros, para nosotros, para sus hijos y para nuestros hijos. La cooperación da frutos si las personas que cooperan son distintas: sin biodiversidad, la cooperación civil y comercial es pequeña. En un mundo de personas demasiado parecidas, el mercado es de poca ayuda.

En la Biblia encontramos también palabras importantes para las comunidades emigrantes, que tienen que vivir en otro país. El profeta Jeremías escribió una espléndida carta a los deportados en Babilonia. El contexto era muy distinto, pero sus palabras parecen escritas para los emigrantes que van a otro país. Escribía: «Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y comed su fruto; tomad mujeres y engendrad hijos e hijas: casad a vuestros hijos y dad vuestras hijas a maridos… Multiplicaos allí y no mengüéis» (29, 1-6).

Estas palabras nos siguen aturdiendo por su fuerza y su belleza. Edificar casas. Casarse, tener hijos, plantar huertos. En definitiva: amar y trabajar.

Al trabajar florece esa solidaridad-fraternidad verdadera entre trabajadores que hablan lenguas distintas pero saben que pueden entenderse con las manos, con las lágrimas y con el sudor del trabajo.

La amistad con los nuevos inmigrantes puede nacer y renacer si somos capaces de trabajar juntos.

 

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Firmas – Más allá del mercado.
Cuanto más nos adentramos por los senderos de la insaciabilidad, más sentimos la nostalgia de una vida más sostenible, verdadera y solidaria.

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Città Nuova n.10/2017 (191 KB) - Octubre 2017

Diamanti CN ridDurante un reciente viaje a la India, conocí a un economista del Sur de la India que me explicó una de las leyes fundamentales de la economía gandhiana.

Según Mahatma Gandhi, cuando una persona se encuentra ante dos cestos que contienen diferentes cantidades de la misma cosa - el primero 5 unidades y el segundo 4 - por lo general lo mejor es elegir el segundo. Su regla general se basa en preferir menos a más. Cuando se puede, es más inteligente tener menos cosas, vaciarse en lugar de llenarse, utilizar lo esencial y no lo superfluo.

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¿Por qué debo tener 5 cosas si me bastan 4? Para el humanismo gandhiano (es impresionante hasta qué punto Gandhi es el padre de la India y sigue presente en su corazón: en las grandes ciudades, la calle principal está dedicada a él), más no es signo de abundancia sino de desperdicio y por tanto de irracionalidad, de estupidez. Su primera ley económica, que ejerce cierta fascinación sobre nosotros, es exactamente opuesta a la ley que hemos colocado como fundamento del capitalismo occidental y de su teoría económica.

La primera hipótesis de los libros de economía es: “más es mejor que menos”. Se la conoce como “axioma de la no-saciedad” y se corresponde con lo que consideramos una simple e inocua regla de sentido común. Nunca saciados, siempre buscando algo más, siempre insaciables. Todo el sistema comercial y publicitario se basa exactamente en la insaciabilidad de los consumidores. Es mejor llevarse tres y pagar dos. El crecimiento, el PIB y los mercados son el fruto y el desarrollo de este sencillo axioma.

Pero mientras escuchaba a este economista, me preguntaba: ¿cómo sería nuestra economía, nuestro mundo, nuestro planeta, nuestro bienestar, si en lugar de la regla de la no-saciedad hubiéramos seguido la idea gandhiana? ¿Si hubiéramos elegido la sobriedad en lugar del consumismo, reducir en lugar de aumentar, disminuir en lugar de crecer? Habríamos producido menos, habríamos corrido menos rápidamente, tendríamos un planeta menos contaminado. Nos habríamos parecido más a las plantas y a otras criaturas de la tierra, que no conocen la ley de lo superfluo sino únicamente la de lo necesario.

Pero si nos fijamos bien, nos daremos cuenta de que la intuición de Gandhi no está tan alejada de nuestra cultura. Las civilizaciones y las economías pre-capitalistas se parecían más a la economía gandhiana que a nuestra economía actual. Se basaban en pocas leyes pero claras: conformarse con los bienes que se poseían, vivir con templanza (gran virtud cardinal olvidada) y compartir lo superfluo con quien carecía de lo necesario.

Después, en un momento determinado, nació en Europa y más tarde en los Estados Unidos un nuevo espíritu, al que se llamó espíritu del capitalismo, que comenzó a elogiar la acumulación de bienes, la insaciabilidad, la no templanza en el consumo y en la acumulación de dinero. Este espíritu de la economía moderna durante algunos siglos (XVII-XX) estuvo equilibrado por otros espíritus no económicos bien presentes en la sociedad (desde la religión a la escuela y a la política). De este modo, permaneció mucho tiempo sin salir de su ámbito, produciendo incluso buenos frutos, entre otras cosas porque la idea de la abundancia como bendición ya estaba presente en la Biblia.

Mucho más recientemente, el espíritu de la economía y de la empresa ha salido de su seno para ocupar totalmente la política y la escuela, y ahora está entrando incluso en la religión, convirtiéndose en el único espíritu de toda la vida social. La distancia con Gandhi se ha hecho insalvable. Pero precisamente la enorme distancia entre la economía gandhiana y la nuestra la hace especialmente útil y valiosa, porque cuanto más nos adentramos en los senderos de la insaciabilidad, más sentimos la nostalgia de una vida más sostenible, verdadera y solidaria. Cuanto más nos llenamos de cosas, más sentimos la nostalgia de otros bienes. Cuanto más rodeados estamos del desperdicio de alimentos y de todo, más sentimos el grito de quienes no tienen lo necesario y viven, como nuevos Lázaros, buscando en la basura las migajas que caen de nuestras mesas.  

Mientras sintamos nostalgia y, sobre todo, dolor por estos gritos, aún podemos esperar cambiar. En cambio, si la abundancia y la comodidad obturan para siempre el oído del alma, nos convenceremos de que ya no hay pobres, únicamente porque estamos demasiado alejados de ellos para verlos. Y ese será el día más triste.

 

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Firmas – Más allá del mercado.
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Luigino Bruni

Publicado en  pdf Città Nuova n.10/2017 (191 KB) - Octubre 2017

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Los senderos de la insaciabilidad

Los senderos de la insaciabilidad

Firmas – Más allá del mercado. Cuanto más nos adentramos por los senderos de la insaciabilidad, más sentimos la nostalgia de una vida más sostenible, verdadera y solidaria. Luigino Bruni Publicado en  pdf Città Nuova n.10/2017 (191 KB) - Octubre 2017 Durante un reciente viaje a ...
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Firmas – Más allá del mercado

Luigino Bruni

Publicado en Città Nuova nº 09/2017 - Septiembre 2017

Antonio Genovesi ritratto ridEste año se cumplen 250 años de la publicación de las Lecciones de Economía Civil de Antonio Genovesi, el tratado más importante de Economía Civil. Los aniversarios son útiles si permiten mirar hacia atrás para ir adelante, como en el rubgy. Volver a Genovesi le podría permitir a la Europa de hoy ir verdaderamente hacia delante y en la dirección correcta.

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Antonio Genovesi nació el 1 de noviembre de 1713 en Castiglione (hoy Castiglione del Genovesi), un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Salerno (Italia), y murió en Nápoles en 1769. En 1736 fue ordenado sacerdote y al año siguiente se mudó a Nápoles, donde poco después comenzó a enseñar metafísica en la misma universidad donde daba clases Vico.

Debido a algunas acusaciones de herejía, tuvo problemas con las autoridades eclesiásticas de su tiempo y con los teólogos napolitanos, y por eso tuvo que pasar primero a la enseñanza de la lógica (disciplina teológicamente menos controvertida) y después, en 1974, a la economía, convirtiéndose en el primer catedrático de economía de Europa, con una cátedra privada, cerca de Nápoles.

Con respecto a la persona de Genovesi, su ilustre alumno y primer biógrafo, Galanti, escribe: «La Naturaleza, que le había destinado a cosas grandes, además de haberle hecho grande físicamente, guapo de cuerpo y de amable y atractiva figura, le había concedido una salud recia, maneras corteses y elegantes, y un talento tan valioso como singular para comunicar con claridad y gracia sus pensamientos. A estos afortunados atributos hay que añadir una vasta memoria, recto entendimiento y un alma grande; y, lo que es más raro, un genio elevado y distinto al de los sabios corrientes, que no piensan ni razonan si no es sobre las ideas de otros».

El idioma que Genovesi eligió para sus clases fue el italiano, porque, según decía, «escribiré como pienso, y hablaré como se habla entre nosotros, porque quiero que se me entienda, no que se me admire». Fue un incansable educador, difusor entre su pueblo de la técnica y las ciencias modernas, reformador del sistema educativo y un gran profesor. En uno de sus libros escritos “para jóvenes” – los destinatarios de sus tratados – escribía: «Las escuelas tienen que servir para formar cabezas para la República, no gramáticos ni polemistas para los cafés; para formar hombres llenos del sentido de una verdadera y sólida piedad, sentido de la justicia, la honradez y la amistad, para instruir y regir a la ignorante multitud».

Las dificultades que Genovesi encontró en el terreno teológico supusieron un obstáculo para su aluvión de ideas, que tuvo que desviarse hacia un cauce menos controvertido que el de la teología: el de la economía, donde las referencias a Locke y Hume eran menos sospechosas y menos importantes para la salvación de las almas. En sus últimos 15 años de vida, Genovesi se dedicó casi exclusivamente a las materias económicas, donde fue brillante y encontró reconocimiento universal. En el culmen de su actividad de estudioso y profesor, escribió las Lecciones, que son una summa de su pensamiento y de toda la economía civil. Escribía en una carta a un amigo: «Estoy a punto de llevar a la imprenta mis Lecciones de comercio en dos tomos. Encomiendo esta obra a la Divina Providencia. Ya soy viejo y no espero ni pretendo nada de la tierra. Mi finalidad es ver si puedo dejar a mis italianos un poco más iluminados que como los encontré cuando vine, y también un poco más afectos a la virtud, la única que puede ser verdadera madre de todo bien. Es inútil pensar en el arte, el comercio o el gobierno, si no se piensa en reformar la moral. Mientras a los hombres les salga a cuenta ser granujas, no hay que esperar gran cosa de los trabajos metódicos. Tengo ya demasiada experiencia». Muchos son los mensajes de Genovesi y sus Lecciones válidos para la Italia y a la Europa de hoy. Genovesi no temió innovar con respecto a la tradición: lo hizo y asumió su coste.

Pero también tenía una idea clara de la vocación de la tradición italiana: fue capaz de innovar porque conocía bien el genio de su cultura. La encrucijada que hoy tenemos ante nosotros también es clara: podemos seguir siendo “granujas” o hacernos finalmente cívicos.

 

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Firmas – Más allá del mercado

Luigino Bruni

Publicado en Città Nuova nº 09/2017 - Septiembre 2017

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Necesitamos una economía civil

Necesitamos una economía civil

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Con ocasión de la concesión del Premio Nobel de Economía a Richard H.Thaler, teórico del "Nudge" [empujón], volvemos a publicar un artículo de Luigino Bruni sobre el tema

de Luigino Bruni

publicado en  pdf Città Nuova nº 02/2016 (58 KB) de febrero de 2016

Mosca nel gabinetto ridA pesar de toda la información de que disponemos sobre alimentación, estilos de vida y consecuencias de nuestros comportamientos en el presente y el futuro del planeta, ¿por qué seguimos contaminando con nuestros vehículos y calefacciones, comiendo demasiado y mal, y no realizando suficiente actividad física? Entender por qué no conseguimos renunciar al aire acondicionado y al automóvil privado es relativamente fácil. Es un caso típico donde el beneficio privado (confort) prevalece sobre el beneficio público (calentamiento del planeta).

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Mucho más difícil es entender por qué comemos o bebemos cosas que sabemos que nos hacen daño. En este segundo caso no hay ningún conflicto entre bien privado y bien común, sino simplemente un gran bien individual y social (salud, expectativa de vida, menor coste) al que se antepone un pequeño bien individual (alimentos grasos y dulces) y un mal social (aumento del gasto público). Dicho de otro modo, es más “coherente” el comportamiento de un contaminador informado que el de un obeso informado.

Cada vez sabemos con certeza más cosas sobre el peligro de los azúcares y las grasas, pero luego llegamos a casa cansados, vemos un trozo de tarta y preferimos eso antes que la manzana que está a su lado; un amigo nos invita a su casa y entre una palabra y otra vaciamos el bol de pistachos y cacahuetes.

Los economistas dan distintas explicaciones a estos comportamientos nuestros. Una de las más conocidas en la del nudge (empujoncito). La idea de fondo es sencilla: las personas se comportan mal porque, aun sabiendo que algunas decisiones son equivocadas, no pueden resistir la tentación. Más en general, es como si nuestros gustos y preferencias fueran más “verdaderos” que las decisiones que luego tomamos en las condiciones concretas de nuestra vida, que están contaminadas por el estrés, el cansancio y los errores.

He aquí la solución: complicar artificialmente la elección de las cosas que nos hacen daño. Por ejemplo, pedir a los supermercados que pongan los snacks en las estanterías más altas (y alejadas de la caja), o a los restaurantes que escondan los dulces en la carta del menú, escribiéndolos en letra pequeña o, mejor aún, que los incluyan entre las notas de la última página. Y a los amigos pedirles que pongan los pistachos lejos del sofá, para que consumirlos tenga un mayor coste. No se trata de prohibir productos, sino de hacer más “costoso” el proceso de elección de los bienes más sujetos al efecto “tentación”, de darnos unos a otros un afable empujoncito en las elecciones donde somos más débiles. O bien elegir las “opciones por defecto” que hacen más sencilla la elección menos costosa. Algunos cajeros automáticos, siguiendo esta teoría, han desplazado hacia la derecha la opción “no” a la hora de imprimir el recibo.

Estos “empujoncitos” deberían aplicarse también a sectores éticamente sensibles como los juegos de azar, donde, por el contrario, se practica el “empujoncito al revés”. No hay más que ver dónde se exponen los boletos en los kioskos o en las estaciones de servicio. La primera dificultad para hacer operativas las múltiples recomendaciones del “empujoncito” son los incentivos de las empresas, que maximizan los beneficios vendiendo productos tentadores.

Los estudios presentados en un congreso en Lugano (‘Economics, Health and Happiness’, 14-16 Enero) dan más explicaciones. Una de ellas se refiere al cálculo erróneo del futuro, sobre todo por parte de los jóvenes. Renunciar hoy a un comportamiento equivocado es algo muy evidente y concreto, mientras que la salud de dentro de 20 años está demasiado lejos como para que pueda condicionar seriamente el comportamiento de hoy. Además, tendemos a no tomarnos suficientemente en serio las estadísticas, porque pensamos que somos mejores que la media, que somos únicos y distintos de los demás. Los genes de nuestros padres y los primeros años de vida tienen mucho peso en las elecciones de adultos. Además, el trabajo y la sociedad también juegan un papel importante. Cuando se trabaja mal y/o demasiado, también se come mal. El cuidado de las relaciones está en correlación con el cuidado de uno mismo. Si no revisamos nuestra cultura del trabajo, de las relaciones y del cuidado, seguiremos sabiendo que la verdura es buena y comiendo bocadillos en solitario.

N.d.R. - La foto recoge un genial ejemplo de “empujoncito” instalado en el aeropuerto de Munich, que produce el efecto de mantener los baños masculinos más tiempo limpios. La foto ha sido sugerida por el autor del artículo, asiduo usuario de aeropuertos.

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Con ocasión de la concesión del Premio Nobel de Economía a Richard H.Thaler, teórico del "Nudge" [empujón], volvemos a publicar un artículo de Luigino Bruni sobre el tema

de Luigino Bruni

publicado en  pdf Città Nuova nº 02/2016 (58 KB) de febrero de 2016

Mosca nel gabinetto ridA pesar de toda la información de que disponemos sobre alimentación, estilos de vida y consecuencias de nuestros comportamientos en el presente y el futuro del planeta, ¿por qué seguimos contaminando con nuestros vehículos y calefacciones, comiendo demasiado y mal, y no realizando suficiente actividad física? Entender por qué no conseguimos renunciar al aire acondicionado y al automóvil privado es relativamente fácil. Es un caso típico donde el beneficio privado (confort) prevalece sobre el beneficio público (calentamiento del planeta).

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¿Por qué nos seguimos haciendo daño?

¿Por qué nos seguimos haciendo daño?

Con ocasión de la concesión del Premio Nobel de Economía a Richard H.Thaler, teórico del "Nudge" [empujón], volvemos a publicar un artículo de Luigino Bruni sobre el tema de Luigino Bruni publicado en  pdf Città Nuova nº 02/2016 (58 KB) de febrero de 2016 A pesar de toda la inform...
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Enseña economía política en la Universidad Lumsa de Roma, después de trece años en la Bicocca de Milán. Cada semana comenta algún libro bíblico en el diario “Avvenire”. Personalidad poliédrica, es miembro del Movimiento de los Focolares desde joven, y coordina el proyecto por una Economía de Comunión

por Giulio Meazzini

publicado en Città Nuova - nº 07/2017, julio 2017

¿Quién es Luigino Bruni? Soy esencialmente un economista con vocación humanista. Desde siempre me he ocupado también de historia, ética y filosofía. En economía me interesan sobre toLuigino Bruni CN riddo las ideas, pero éstas se presentan entrelazadas con todo lo demás, como en la vida. Por eso, desde hace tiempo trabajo en temas como la felicidad, el don, los ideales, las pasiones, los carismas y las organizaciones con motivación ideal. De vez en cuando tenemos que ser capaces de volver a empezar en la vida. Acabo de publicar un pequeño libro en italiano titulado "La felicidad es demasiado poco" (Pacini Editore): esto también se puede aplicar a la economía. No podemos pensar que la ciencia económica por sí sola sea suficiente para entender el mundo. La vida es bella porque guarda sorpresas. También en el trabajo. 

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¿La felicidad no es suficiente? Viviendo entendemos que hay otras cosas al menos tan importantes como la felicidad: la dignidad, la verdad sobre uno mismo… Hoy la felicidad, entendida como placer, se ha convertido en la prioridad y por consiguiente… somos infelices. Los seres humanos queremos más: dignidad, libertad, fidelidad, verdad.

Usted afirma que en la base del capitalismo hay una antropología pesimista. ¿Qué futuro le espera a la economía? En el siglo XX teníamos dos modelos de economía. Había un modelo anglosajón, basado en una antropología agustiniana, luterana y calvinista, que veía al ser humano esencialmente orientado hacia la búsqueda de su propio interés personal y en el que el bien común llegaba como efecto no intencionado (recordemos la “mano invisible” de Smith). Y había un segundo modelo, el capitalismo de Italia, Francia, España y Portugal, católico y más comunitario, que proponía una antropología más positiva, basada en las virtudes y en el hombre social. Este modelo producía menos crecimiento pero más alegría de vivir, mientras en el Norte se acumulaba riqueza y se desarrollaba el capitalismo. Ahora, con la globalización, se ha importado también al Sur de Europa este estilo de capitalismo más individualista y solitario, que está entristeciendo la manera de concebir el trabajo y la sociedad misma. En el mundo ha vencido el capitalismo norteamericano y el Sur de Europa sufre las consecuencias.

¿Entonces? En primer lugar, debemos tomar conciencia, hablar de ello, porque cada país tiene una vocación propia a la economía, un genius loci. Con nuestros escasos recursos, estamos tratando de desarrollar la Escuela de Economía Civil (SEC) y otros laboratorios culturales en todo el mundo, sobre todo con jóvenes, pero no debemos engañarnos pensando que el futuro será luminoso.

Usted ha sido uno de los fundadores de la EdC. ¿Está satisfecho con el impacto que ha tenido en estos 25 años? La EdC la fundó Chiara Lubich, yo tenía 25 años. La idea que entonces tenía, de que en poco tiempo cambiaríamos la economía mundial (junto con otros) no se ha realizado. Pero era el trampolín necesario para iniciar un gran viaje. Hoy el movimiento de la EdC camina junto al de la economía social y la economía civil, iniciativas menos vinculadas al Movimiento de los Focolares, pero con las que comparte muchas de sus ideas y categorías culturales. Hace 25 años las propuestas de la EdC parecían raras o ingenuas. Hoy son muchos los que hablan de ellas, no solo en la Iglesia católica. Es un proceso que sigue adelante de forma encubierta. Ciertamente podríamos ser más incisivos en el mundo de la cultura, con más diálogo, más red, más alianzas.

¿Y en el futuro? En el mundo hay lugares, como Brasil, algunos países de África, Argentina, los Balcanes, Portugal o Filipinas, donde la EdC tiene una vida intensa y vigorosa, gracias a una nueva generación de jóvenes que han tomado en sus manos el movimiento. En Italia, en cambio, aún no hemos conseguido realizar el necesario relevo generacional, aunque el nacimiento de AIPEC ha supuesto un fuerte impulso. En julio se celebra también la primera “Constituyente EdC-jóvenes”, en Loppiano.

¿Y desde el punto de vista cultural? En estos años hemos hecho investigación, junto con Zamagni, Becchetti, Gui, Smerilli, Pelligra, Argiolas y muchos otros, en varios países del mundo. No creo que en Italia exista otro grupo de economistas tan cohesionado y comprometido como este. Hemos lanzado temas como la felicidad, la reciprocidad y los bienes relacionales. En el futuro deberemos buscar una mayor mediación con los sindicatos y las asociaciones empresariales. Pero sobre todo debemos relanzar la dimensión profética. La EdC no es solo economía civil; está fuertemente ligada a la experiencia espiritual de la fundación que le dio Chiara. Esto implica no olvidar a los pobres, estar más en las periferias, en los lugares donde la vida y la economía renacen cada día.

¿Usted se siente profeta? Depende de lo que entendamos con esta palabra. Puesto que he encontrado un carisma y he recibido una vocación de joven, en cierto sentido comparto la misión profética, porque los carismas son la continuación de los profetas en el presente. Para entender un carisma como el de Chiara Lubich o don Giussani, no hay que pensar tanto en los santos como en Isaías, Jeremías y Ezequiel. La dimensión profética atraviesa la humanidad entera y es fundamentalmente laica.

¿Qué hace un profeta? Ve el mundo con una mirada distinta, está habitado por una luz que le permite ver cosas que otros no ven, siempre adoptando la perspectiva de los pobres y de los oprimidos. Así pues, es crítico con los poderosos. De hecho, si no es un falso profeta, siempre acaba mal: Isaías descuartizado, Juan Bautista decapitado. Al crear dificultades a los poderosos, no es escuchado, es marginado. Otra cosa típica de los profetas es la lucha contra la idolatría. Los hombres son naturales portadores de ídolos. El primer ídolo es el yo. El segundo es el dios hecho a imagen del hombre, lo contrario al Dios bíblico. El profeta vacía el mundo de ídolos, lo libera de las ideologías, diciendo: esto no es Dios. Después dice: a lo mejor, si quieres, puedes escuchar una voz que habla en el mundo. Los profetas son muy valiosos, no solo los de la Biblia, sino también muchos contemporáneos nuestros. El mundo está lleno de profecía y de profetas, pero no los reconocemos, nos parece gente estrambótica o maniática.

Cito alguna frase de su libro “Elogio de la autosubversión” (Città Nuova): «La motivación más grande no es el beneficio sino la fraternidad». Sí, la fraternidad y, en general, nuestras grandes pasiones. Las personas no trabajan movidas solo por la ganancia, sino también para ser estimadas y reconocidas por los demás y por ellas mismas. La idea de que al ser humano se le satisface simplemente prometiéndole algo, no funciona; estamos hechos para el infinito. Hay estudios que demuestran que incluso aquellos que piensan en las ganancias interpretan el dinero como un indicador de estima y de éxito. En el pasado a la gente se le estimaba con muchos lenguajes; hoy la única forma es dar dinero. Pero nosotros valemos más que el dinero. También el empresario, cuando comienza, vive su trabajo con pasión: crear una empresa, obtener beneficios, hablar con la gente que trabaja con él. La capacidad de los hombres para realizar acciones colectivas es impresionante. El empresario nace así, pero después a veces se convierte en especulador, se entristece, se olvida de la pasión que le hizo nacer. Debemos partir de una visión positiva del mundo y de la economía y a partir de ahí ver los límites y corregirlos.

«Nuestros hijos solo pueden ser mejores que nosotros si les damos la libertad de poder ser peores que nosotros y traicionar nuestros sueños». Cuando los padres, por preocupación, no ponen a los hijos en condiciones de poder “traicionarles”, les bloquean, no les dejan florecer, les hacen inseguros. Lo mismo puede decirse de todas las relaciones humanas, también de la economía y los carismas. En los movimientos hay siempre temor a que la gente pueda “traicionar” el ideal genuino, pero esto crea personas poco maduras, pequeñas, poco interesantes, porque no son libres de crecer de manera distinta a la debida y por tanto de contradecir las expectativas. A veces tenemos una visión moralista de los carismas, que bloquea a las personas dentro de una ética del “deber ser” que mata el “poder llegar a ser” algo imprevisto y sorprendente.

¿Las asociaciones (religiosas y de otro tipo) impiden la maduración de las personas? No necesariamente. Pero no hay dudad de que cuando un joven siente una vocación, está dispuesto a todo; por lo general no piensa en su futuro, en su trabajo, en su vida. Son sus responsables quienes deben pensar en estas cosas: no deben permitirles llegar vacíos a los 50 años, después de haber consumido y agotado los recursos morales de su juventud. No es fácil unir el desarrollo humano y profesional con la dimensión religiosa de una persona. El peligro está en que los pertenecientes a movimientos carismáticos no superen nunca la adolescencia espiritual. Debe haber un crecimiento humano junto al religioso.

«La crisis de los carismas es la falta de historias capaces de movernos por dentro y juntos». Las comunidades y los movimientos nacen a partir de historias que convierten a miles de personas. Pero después, en un momento determinado, empiezan a vivir del pasado, se bloquean. Por ejemplo, cuando muere el fundador y dejan de ser capaces de añadir nuevas historias a las viejas. Siempre se cuentan las historias de los primeros tiempos y solo esas. Se vive de las rentas. El error consiste en pensar que la única fuente de innovación está en el fundador. Sin embargo, cada persona que llega una comunidad carismática recibe el mismo carisma del fundador, lo lleva dentro desde siempre. Por tanto, hay que animarla a una libertad creativa. Un movimiento permanece vivo si las personas saben repetir los milagros de los primeros tiempos con nuevos hechos y nuevas palabras.

¿Qué le deparará el futuro a Luigino Bruni? Mi gran pasión de siempre es el carisma de la unidad. Pero lo que he entendido, con la vida, es que ninguna persona puede ser contenida por una única realidad, porque hay una dimensión de infinito dentro de cada uno de nosotros. Hoy me gustaría ser 100% focolarino, pero al mismo tiempo también 100% ciudadano, 100% apasionado por los carismas de otros, 100% economista, 100% pacifista, 100% profesor, 100% comprometido contra la pobreza y el juego de azar. Un peligro de los grandes carismas es convertir a las personas en seres unidimensionales; así se apagan. Por el contrario, deberíamos hacer que las personas crezcan en varias dimensiones, que florezcan verdaderamente.

 

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Enseña economía política en la Universidad Lumsa de Roma, después de trece años en la Bicocca de Milán. Cada semana comenta algún libro bíblico en el diario “Avvenire”. Personalidad poliédrica, es miembro del Movimiento de los Focolares desde joven, y coordina el proyecto por una Economía de Comunión

por Giulio Meazzini

publicado en Città Nuova - nº 07/2017, julio 2017

¿Quién es Luigino Bruni? Soy esencialmente un economista con vocación humanista. Desde siempre me he ocupado también de historia, ética y filosofía. En economía me interesan sobre toLuigino Bruni CN riddo las ideas, pero éstas se presentan entrelazadas con todo lo demás, como en la vida. Por eso, desde hace tiempo trabajo en temas como la felicidad, el don, los ideales, las pasiones, los carismas y las organizaciones con motivación ideal. De vez en cuando tenemos que ser capaces de volver a empezar en la vida. Acabo de publicar un pequeño libro en italiano titulado "La felicidad es demasiado poco" (Pacini Editore): esto también se puede aplicar a la economía. No podemos pensar que la ciencia económica por sí sola sea suficiente para entender el mundo. La vida es bella porque guarda sorpresas. También en el trabajo. 

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Entrevista a Luigino Bruni

Entrevista a Luigino Bruni

Enseña economía política en la Universidad Lumsa de Roma, después de trece años en la Bicocca de Milán. Cada semana comenta algún libro bíblico en el diario “Avvenire”. Personalidad poliédrica, es miembro del Movimiento de los Focolares desde joven, y coordina el proyecto por una Economía de Comuni...
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Firmas – Nada domina más nuestro tiempo que la ideología de los negocios. Una ideología que experimenta un enorme éxito porque se presenta como una técnica de alcance universal.

Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova (201 KB) del mes de junio de 2017

Business religione CN ridLa dimensión religiosa del capitalismo no es nueva. Antes de que Max Weber o Carlos Marx nos lo dijeran claramente, cada uno a su manera, a principios del siglo XIX el francés Claude-Henri de Saint-Simon imaginó e hizo realidad una verdadera religión de los empresarios, de los capitalistas y de la ciencia, que tuvo notable éxito y adeptos en toda Europa. En una famosa carta escribía: «La pasada noche escuché estas palabras: “Roma renunciará a la pretensión de ser el centro de mi iglesia; el papa, los cardenales, los obispos y los curas dejarán de hablar en mi nombre… Que sepas que Yo hice que Newton se sentara a mi lado y le confié la dirección de la inteligencia humana y la guía de los habitantes de todos los planetas…

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Cada consejo construirá un templo que albergará un mausoleo en honor de Newton… Cada fiel que resida a menos de un día de camino del tempo bajará una vez al año al mausoleo de Newton. … En los alrededores del templo se construirán laboratorios, talleres y un colegio. Todo lujo estará reservado al templo…”». (Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos, 1803). Saint-Simon fundó una verdadera y nueva religión universal y laica, donde los sumos sacerdotes eran los científicos, los ingenieros y los industriales. Marx lo incluyó entre los autores utópicos. Pero en realidad, si leemos bien sus ideas y su movimiento, deberíamos decir que más que de utopía se trataba de una especie de profecía, si tenemos en cuenta en qué se ha convertido hoy el capitalismo que el autor francés observaba en la primera fase de su desarrollo. Con algunas diferencias: la alianza entre técnica y capital, en tiempos de Saint-Simon todavía incipiente, hoy se ha potenciado y radicalizado, pero sus sacerdotes no han sido los ingenieros ni los productores. Su puesto lo han ocupado los financieros y sobre todo los ejecutivos. En el centro del templo no está el dios-productor sino el dios-consumidor.

Nada domina más nuestro tiempo que la ideología de los negocios. Una ideología producida y generada en las escuelas de negocios de todo el mundo, que tiene un enorme éxito porque no se presenta como una ideología o una religión (aunque lo sea), sino como una técnica y por consiguiente con alcance universal.

Los mismos instrumentos de dirección se aplican en Dallas y en Nairobi, en Milán y en Siberia, puesto que las técnicas no dependen de la cultura ni del carácter de los pueblos: un automóvil o un lavavajillas funcionan de la misma manera en todo el mundo, con alguna particularidad por lo que respecta a los neumáticos o al anticongelante. Lo mismo ocurre con las multinacionales capitalistas y las comunidades de monjas: se dice que todas son empresas y, si es así, todas son iguales. Bajo el universalismo de la técnica, se transmite una visión determinada del mundo, de la persona (individuo) y de las relaciones sociales. Una visión que, como todas las religiones, tiene sus dogmas. Los principales se llaman meritocracia e incentivos. Con la meritocracia se legitima la desigualdad, porque los talentos no son interpretados como don sino como mérito individual. De este dogma se deriva la idea, cada vez más extendida, de que los pobres carecen de méritos y por tanto son culpables, y si es así no tenemos ninguna obligación moral de socorrerles. Como mucho, podemos pagar a alguna ONG para que se encargue de ellos y no nos molesten. Después, el dogma del incentivo toma como punto de partida el presupuesto de que los seres humanos solo se comprometen si están adecuadamente incentivados con contratos y dinero, pues son incapaces de trabajar bien únicamente pro virtud o deber ético.

En nombre de la técnica, esta ideología-religión-idolatría está entrando en la política, en los colegios, en la sanidad, en las iglesias. Y con ella está ganando terreno una visión pobre y pequeña de la persona, mermada en virtudes y motivaciones intrínsecas. Los seres humanos tienen muchos méritos, muchos más de los que ven y recompensan las empresas.

Ciertamente responden a los incentivos, pero antes responden ante su propia conciencia; responden al honor, al respeto y a la dignidad, incluso en el mundo del trabajo. Mientras sigamos produciendo visiones reduccionistas de los hombres y de las mujeres, seguiremos generando lugares de trabajo y de vida demasiado pequeños para ese animal enfermo de infinito que se llama homo sapiens.

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Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova (201 KB) del mes de junio de 2017

Business religione CN ridLa dimensión religiosa del capitalismo no es nueva. Antes de que Max Weber o Carlos Marx nos lo dijeran claramente, cada uno a su manera, a principios del siglo XIX el francés Claude-Henri de Saint-Simon imaginó e hizo realidad una verdadera religión de los empresarios, de los capitalistas y de la ciencia, que tuvo notable éxito y adeptos en toda Europa. En una famosa carta escribía: «La pasada noche escuché estas palabras: “Roma renunciará a la pretensión de ser el centro de mi iglesia; el papa, los cardenales, los obispos y los curas dejarán de hablar en mi nombre… Que sepas que Yo hice que Newton se sentara a mi lado y le confié la dirección de la inteligencia humana y la guía de los habitantes de todos los planetas…

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La nueva religión del capitalismo

La nueva religión del capitalismo

Firmas – Nada domina más nuestro tiempo que la ideología de los negocios. Una ideología que experimenta un enorme éxito porque se presenta como una técnica de alcance universal. Luigino Bruni Publicado en pdf Città Nuova (201 KB) del mes de junio de 2017 La dimensión religiosa del cap...
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Firmas – Más allá del mercado - La desigualdad natural, típica del mercado capitalista, ha llegado a convertirse en una propiedad moral: la meritocracia

Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova (39 KB) - marzo 2017

Disuguaglianza Lego ridLa desigualdad es la condición natural de los seres humanos (y de muchos animales), puesto que cada uno, cuando viene a la tierra, recibe unos talentos distintos. El gran economista italiano Vilfredo Pareto, a finales del siglo XIX, demostró que la desigualdad de renta responde en todas las sociedades a una ley distributiva parecida, puesto que está vinculada a una inteligencia desigual. Y si es natural, deberíamos aceptar sencillamente la desigualdad como un dato de la naturaleza.

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Sin embargo, el cristianismo, animado por un radical mensaje de fraternidad universal, trató de luchar contra ese dato de la naturaleza e intentó desarticular las desigualdades que se encontraban en la base de las estructuras jerárquicas sagradas de las sociedades antiguas. No obstante, las épocas de igualdad siempre han sido breves o se han limitado a pequeñas comunidades. La gran historia de la Europa cristiana ha sido una historia de desigualdades y de castas, con pocas, aunque luminosas, excepciones. La ley del movimiento de la historia de Occidente permitió generar islas de igualdad y fraternidad dentro de océanos de desigualdad. La modernidad y el iluminismo, al final de un largo y (quizá demasiado) lento proceso de maduración cultural y religiosa, lanzaron una batalla campal contra la desigualdad y dieron paso a una época de conquistas científicas, filosóficas, espirituales, cívicas y económicas inesperadas, extraordinarias, inmensas.

Estos milagros obrados por el Occidente moderno fueron fruto de la batalla contra las desigualdades naturales, a las que no consideraron como un dato inmodificable sino sobre todo como una construcción social. Sin sociedades más igualitarias (no sólo más democráticas, pues no todas las democracias son igualitarias), centenares de millones de hombres y de mujeres que han innovado, inventado y cambiado el mundo se habrían quedado fuera de la política y de la economía. Los momentos más luminosos de la Europa medieval, desde el punto de vista civil, espiritual y económico, se dieron en las fases más igualitarias en las ciudades y en los conventos.

En el siglo XX, esta lucha se aceleró. Produjo monstruos, pero su alma más profunda dio vida al estado social. Permitió que las mujeres pudieran estudiar y trabajar, que los niños no se vieran obligados a trabajar y pudieran todos ir a la escuela, que los ancianos pudieran dejar de trabajar y tener una pensión para vivir con dignidad la última etapa de su vida. Invertimos una gran parte de la riqueza en la creación de estos maravillosos bienes comunes que redujeron las desigualdades. La segunda mitad del siglo XX fue para muchos países europeos una edad de oro de una economía y de una sociedad donde crecieron la inclusión, la igualdad, los derechos, la calidad del trabajo y las libertades, y se redujeron los siervos, los pobres, las castas y los privilegios.

Pero mientras muchos, casi todos, disfrutábamos de los frutos de esta feliz coyuntura histórica, en la trastienda de la economía, de las finanzas y de la política comenzaba una contrarrevolución anti-igualitaria, querida y planificada por las grandes empresas multinacionales y por las escuelas internacionales de negocios. Nada de esto es radicalmente nuevo, casi todo puede explicarse por el retorno cíclico de las ideas y por las reacciones y contra-reacciones. Pero sí que hay una novedad radical y absolutamente infravalorada: el capitalismo, para poder afirmarse como culto universal, obtenerlo todo de sus fieles y alimentar un tren lanzado a velocidades de vértigo, tenía una necesidad absoluta de legitimar moralmente y si es posible espiritualmente los axiomas en los que se basa. Y ha obrado el milagro. La desigualdad natural, típica del mercado capitalista, que las civilizaciones mitigaron artificialmente a través de la política y de las Iglesias, por considerarla moral y socialmente no deseable, en un momento determinado se ha convertido en una propiedad moral: la meritocracia. Simplemente cambiándole el nombre, la desigualdad ha pasado de ser un mal a ser un bien, de ser un vicio a ser una virtud. La meritocracia no es sólo un nombre más atractivo para el viejo elogio de la desigualdad, sino un mecanismo perfecto para amplificarla y exacerbarla, porque le da una apariencia de justicia, al no considerar los talentos naturales como dones sino como méritos. Gracias a la meritocracia, las desigualdades naturales ya no encuentran oposición sino que son elogiadas y premiadas. ¿No habrá llegado la hora de que empecemos por lo menos a tomar conciencia de ello? 

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Firmas – Más allá del mercado - La desigualdad natural, típica del mercado capitalista, ha llegado a convertirse en una propiedad moral: la meritocracia

Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova (39 KB) - marzo 2017

Disuguaglianza Lego ridLa desigualdad es la condición natural de los seres humanos (y de muchos animales), puesto que cada uno, cuando viene a la tierra, recibe unos talentos distintos. El gran economista italiano Vilfredo Pareto, a finales del siglo XIX, demostró que la desigualdad de renta responde en todas las sociedades a una ley distributiva parecida, puesto que está vinculada a una inteligencia desigual. Y si es natural, deberíamos aceptar sencillamente la desigualdad como un dato de la naturaleza.

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Desigualdad y meritocracia

Desigualdad y meritocracia

Firmas – Más allá del mercado - La desigualdad natural, típica del mercado capitalista, ha llegado a convertirse en una propiedad moral: la meritocracia Luigino Bruni Publicado en pdf Città Nuova (39 KB) - marzo 2017 La desigualdad es la condición natural de los seres humanos (y de mu...
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Firmas – Más allá del mercado – Debemos tomarnos en serio la destrucción en masa del capital espiritual de nuestra civilización

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Città Nuova nº 02/2017 (40 KB) - febrero 2017

Preghiera ridEn nuestra tierra, algunos capitales están creciendo y otros se están deteriorando gravemente. El consumo de capitales medioambientales es cada vez más evidente y, aunque con gran retraso, estamos empezando a tomar conciencia colectiva de ello. Pero aún no nos hemos tomado en serio la destrucción en masa del capital espiritual de nuestra civilización. Nuestros hijos crecen más ricos en inglés, internet e información, pero se están empobreciendo drásticamente en vida interior, en capital espiritual. Existe un “efecto invernadero del alma” que nos está asfixiando y el aspecto más grave del mismo es la falta de conciencia pública. Nos estamos acostumbrando progresivamente a vivir dentro del invernadero, con el alma invernada, y ya confundimos las paredes de plástico azul con el cielo.

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En un reciente congreso en Corea, el representante del gobierno del estado de Buthan presentaba su proyecto de utilizar como medida la “felicidad pública” en lugar del PIB. Más allá del proyecto en sí mismo (que presenta algunas sombras), me ha llamado poderosamente la atención que una de las doce dimensiones del bienestar incluidas en el programa fuera la meditación. Ese pueblo ha entendido la importancia de cultivar la vida interior para aumentar el bienestar de la gente, sobre todo de los jóvenes.

Esto los occidentales también lo sabíamos muy bien, pero lo hemos olvidado y borrado en el transcurso de una generación. En un abrir y cerrar de ojos se ha evaporado un inmenso patrimonio ético y espiritual que había dado lugar a la piedad cristiana, a los valores socialistas y a los del risorgimento, herederos del humanismo griego, romano y bíblico. Emborrachados por el consumismo y el bienestar, no nos hemos dado cuenta de que estábamos perdiendo un patrimonio espiritual construido durante milenios y con sangre, y su lugar quedaba simplemente vacío. Así, nuestros adolescentes y jóvenes de hoy disponen de más escolarización, de una cantidad infinita de información y comunicación, pero tienen una profundísima carestía de vida interior, de capacidad para afrontar las crisis, de resiliencia ante el dolor propio y ajeno.

Pensemos en ese capital fundamental para las personas y los pueblos que se llama gratitud. Las generaciones anteriores tenían más posibilidades de expresar la gratitud. El agradecimiento estaba más presente en las relaciones cotidianas, también en las comerciales. En el mercado, que todavía estaba hecho de personas, sabían ver algo más que incentivos en el trabajo de los otros y, por tanto, sabían agradecerlo. Ciertamente existía también una gratitud obligada y equivocada hacia el patrón, pero era mayor la gratitud hacia la naturaleza, los campos, los animales, los padres y los ancianos. Los hijos mostraban su agradecimiento cuidando a los padres cuando dejaban de ser autosuficientes: “honra a tu padre y a tu madre”. Gratitud a Dios, que daba aire a sus vidas y una dimensión nueva a su espacio, aumentando la anchura y la profundidad del horizonte de su cielo.

Todos vemos esta carestía de capital espiritual dentro de las familias, en la escuela, en las empresas. Nuestra generación de adultos todavía es capaz de medir esta pobreza porque, aunque también nosotros consumimos y producimos esta nueva forma de miseria, aún somos capaces de comparar la calidad de nuestra vida interior con la de nuestros padres y abuelos. Quizá seamos la última generación capaz de hacer esta comparación y de entender la diferencia. Nos acordamos de que hablaban en dialecto, no sabían inglés, no eran capaces de escribir muchas palabras, a veces ninguna, pero también nos acordamos de que tenían una gran capacidad para gestionar el sufrimiento, para vivir el luto, para cultivar y cuidar las amistades. Y sobre todo sabían rezar, sabían creer en el paraíso y en los ángeles, sabían morir. Y después, pensamos en nuestros sufrimientos, en nuestros lutos, en nuestros amigos, en nuestras oraciones, en nuestro paraíso vacío y nos sentimos tremendamente empobrecidos.

Los patrimonios son el “don de los padres” (patres munus). Estamos malversando muchos capitales recibidos como don de los padres. Como el hijo pródigo, llevamos años comiendo algarrobas, pero no nos hemos dado cuenta. El siglo XX fue el siglo de Edipo, el hijo que (sin culpa) mató al padre. ¿Podrá el siglo XXI ser el de Telémaco, el hijo que espera el regreso de un padre ausente y sale a buscarlo por el mar?

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Firmas – Más allá del mercado – Debemos tomarnos en serio la destrucción en masa del capital espiritual de nuestra civilización

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Città Nuova nº 02/2017 (40 KB) - febrero 2017

Preghiera ridEn nuestra tierra, algunos capitales están creciendo y otros se están deteriorando gravemente. El consumo de capitales medioambientales es cada vez más evidente y, aunque con gran retraso, estamos empezando a tomar conciencia colectiva de ello. Pero aún no nos hemos tomado en serio la destrucción en masa del capital espiritual de nuestra civilización. Nuestros hijos crecen más ricos en inglés, internet e información, pero se están empobreciendo drásticamente en vida interior, en capital espiritual. Existe un “efecto invernadero del alma” que nos está asfixiando y el aspecto más grave del mismo es la falta de conciencia pública. Nos estamos acostumbrando progresivamente a vivir dentro del invernadero, con el alma invernada, y ya confundimos las paredes de plástico azul con el cielo.

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Edipo y Telémaco

Edipo y Telémaco

Firmas – Más allá del mercado – Debemos tomarnos en serio la destrucción en masa del capital espiritual de nuestra civilización Luigino Bruni Publicado en  pdf Città Nuova nº 02/2017 (40 KB) - febrero 2017 En nuestra tierra, algunos capitales están creciendo y otros se están dete...
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Firmas – Más allá del mercado – Nuestro tiempo sufre por la falta de utopías. Pero los carismas siguen desempeñando la misma función que los profetas bíblicos, siguen indicando una tierra prometida, una ciudad más hermosa.

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Città Nuova n. 01/2017 (26 KB) del mes de enero de 2017

Utopia Carismi CN ridEn 2016, La Utopía, de Tomás Moro ha cumplido 500 años. El libro fue escrito en un momento de gran crisis política y espiritual de Europa. El descubrimiento del nuevo mundo comenzaba a poner en crisis al viejo, que, en medio del esplendor del Renacimiento, mostraba ya los primeros signos de decadencia. Como siempre, la decadencia comienza en el momento álgido del éxito. No es raro que los tiempos de crisis den lugar a grandes esperanzas y a grandes deseos (de-sidera hace referencia a la falta de estrellas y al anhelo por volver a verlas cuando la noche se acerca al final).

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Entre utopía y profecía existe un lazo profundo. Son distintas, pero hermanas. La utopía critica un presente no querido, indicando un lugar lejano e inalcanzable cuya descripción siempre es un proyecto y un programa político para el presente. Los grandes utópicos han mejorado el mundo puesto que han impulsado hacia delante los límites de lo posible a la vez que señalaban lo imposible.

Los profetas bíblicos (y no sólo ellos) no hablan del futuro que le espera al pueblo (exilio, liberación, tierra prometida…) como de un no-lugar, sino como un destino que se cumplirá en el tiempo oportuno. El futuro profético no es menos real que el presente histórico, simplemente es distinto.

Nuestro tiempo sufre por la falta de utopía. La necesitamos mucho porque estamos en un momento de crisis, de paso, de cambio de paradigma y de “mundo”.

Pero los carismas siguen desempeñando hoy la misma función que los profetas bíblicos. Y por consiguiente siguen indicando la tierra prometida, la liberación de los esclavos, el alba de una sociedad de la gratuidad posible. Pero en nuestra época, el tema de los carismas ha quedado demasiado encorsetado dentro de las fronteras de lo “religioso” o de lo “espiritual”. Con ello, olvidamos que el primer don de los carismas ha sido y es civil: una contribución esencial para que la ciudad de todos sea más hermosa. El primer lugar de los carismas son las plazas, las fábricas, los parlamentos, los ministerios; lugares que, sin embargo, dejamos en manos de los técnicos, muchos de los cuales no han conocido nunca las verdaderas pobrezas ni a los pobres. Pero demasiadas veces son los propios carismas los que se auto-encierran en lo sagrado y en lo eclesial, convirtiéndose en profesionales del culto, olvidando su laicidad y aceptando su marginación económica y política. Un mundo sin carismas civiles no conoce la profecía ni la utopía buena. Deja de indicar un “todavía no” para vivir tan solo dentro de un triste “ya”.

Muchos carismas que surgieron alrededor del Concilio Vaticano II, hoy están viviendo una fase delicada y crucial, profundamente vinculada a la muerte de sus fundadores. Los movimientos espirituales y carismáticos, en cierto sentido, “mueren” con la muerte de su fundador. Su cuerpo social está tan vinculado a la persona del fundador que el primer cuerpo muere junto con la persona que encarnó el carisma. Muchos movimientos entran en crisis irreversible porque no logran comprender esta muerte.

Hoy los movimientos espirituales del siglo XX están siguiendo dos caminos distintos: uno conduce hacia el declive, el otro hacia el futuro. Por el primero se adentran aquellos que siguen viviendo el tiempo posterior al fundador como si éste no hubiera muerto.

Su mirada está completamente proyectada hacia el pasado, creen que mantienen la fidelidad al carisma “congelando” o “embalsamando” su cuerpo, para que se conserve durante el mayor tiempo posible. No actualizan radicalmente el lenguaje y los códigos simbólicos, sólo hacen pequeños ajustes al margen.

Pero otras comunidades y movimientos han tomado el segundo camino. Entienden que el único modo de “reencontrar” el carisma muerto con el fundador es aceptar su muerte y esperar una resurrección. Los Evangelios nos dicen que el cuerpo resucitado no es la reanimación del cadáver del viernes santo. El cuerpo es distinto, los discípulos y las mujeres los reconocen por la voz y las heridas. Los carismas, después de los fundadores, resurgen si los reconocemos en las heridas del mundo. Solo a partir de ahí son capaces de hablarnos de nuevo y llamarnos por nuestro nombre.

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La utopía y los carismas

La utopía y los carismas

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