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por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n.3 - 2010
Algunas empresas, organizaciones y asociaciones dan publicidad a los eventos que organizan enviando un email a miles de personas. Con un solo clic consiguen llegar a miles de personas,ahorrando tiempo y dinero en relación a los métodos arcaicos de hace años (teléfono, correo …). Sin embargo después muchas veces estos eventos se desarrollan en salas medio vacías, a las que sólo asisten algunos de los miles de contactos. ¿Por qué ocurre esto? Reducir costes no siempre es positivo desde el punto de vista social. Cuando recibimos la misma invitación a una conferencia que cientos de personas, a veces con un encabezamiento anónimo: “distinguido / estimado señor”, somos muy conscientes de que esa invitación apenas ha costado unos segundos de tiempo y esa es una de las razones por la que nos deja indiferentes. En cambio, si recibimos un email personal o, mejor aún, una carta o una llamada telefónica, sabemos que ese mayor coste y esfuerzo que exige esa forma de comunicación es también un signo de un mayor interés por nosotros.
[fulltext] =>Esto es expresión de una tendencia más general en las relaciones humanas. Pensemos, por ejemplo, en la gramática relacional de los regalos. Si cuando recibimos un regalo sabemos que no ha costado mucho (en términos de tiempo y/o dinero), tendemos a no apreciarlo. Este es el principal motivo que explica la existencia de una norma social de alcance universal: no hay que reciclar los regalos para hacer otros “regalos”. Si queremos alcanzar objetivos hay que hacer inversiones. Si queremos que alguien supere la fuerza de inercia que ejerce la televisión de plasma que, “gracias” a mercado nos ofrece cada vez más programas, y salga de noche para participar en un encuentro cultural o espiritual, tenemos que invertir tiempo y esfuerzo. En caso contrario no superaremos la barrera del sonido de nuestra sociedad de consumo y nuestras señales se perderán en el magma de tantas señales que nos llegan superficialmente cada día.
Debemos aprender a recuperar la comunicación cara a cara: reducir el número de llamadas, de emails y de SMS y usar ese tiempo para llamar a la puerta de alguien. Los frutos de esta inversión de tiempo son muy abundantes, entre otras cosas porque en una sociedad cada vez más virtual, el encuentro humano de corazón a corazón se está convirtiendo en un bien escaso y por ello de mayor valor.
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por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n.1/2010La economía civil es una tradición de pensamiento que considera el mercado y la empresa no son el reino del interés individual sino un asunto de reciprocidad y de fraternidad. Solo interpretando así la economía podemos decir que la Economía de Comunión (EdC) es verdadera economía y no una experiencia marginal promovida por algunos empresarios buenos para tapar los agujeros de la economía que cuenta. Es una novedad que no puede encuadrarse en el esquema dualista “con ánimo de lucro” y “sin ánimo de lucro” típico de la tradición capitalista.
Cuando leemos la EdC desde la perspectiva cultural de la economía civil, ésta se convierte en el paradigma de las empresas “proyecto” (que no están a favor ni en contra del beneficio), típicas de la economía civil, en las que los empresarios son constructores de proyectos compartidos, en los que el beneficio es un elemento más.
[fulltext] =>Al mismo tiempo, la EdC y la espiritualidad de la que nació, nos ofrecen también las categorías teóricas para dar contenido a la economía civil: reciprocidad, gratuidad, fraternidad, bienes relaciones. Palabras todas ellas “aprendidas” observando la vida de los empresarios, trabajadores y pobres del proyecto EdC. Así pues, sin la experiencia y la espiritualidad de la EdC probablemente (al menos por mi parte) el contenido teórico de la economía civil sería hoy más pobre y desde luego distinto; sin la elaboración de la economía civil, la EdC tendría menos dignidad científica, sería considerada como una anómala excepción y le faltaría el carácter universal que le da la perspectiva de la economía civil.
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publicado en cittanuova.it el 30-11-2009
Si vamos a visitar a un amigo que ha tenido un accidente y le preguntamos «Qué tal estás?», tal vez nos conteste: «La pierna se está curando, la costilla todavía me duele y el hematoma todavía no se ha absorbido, pero el brazo está bien ». Estas son las condiciones en las que se encuentra la economía, que está tratando de salir de un (grave) accidente. Las partes del “cuerpo” heridas en la caída de septiembre de 2008 fueron sobre todo tres: la estructura financiera, la producción y el empleo. Los datos sobre la crisis y la recuperación son contradictorios, ya que hoy se habla de la pierna, ayer de las costillas y mañana del hematoma.
[fulltext] =>Metáforas aparte, podemos decir que la grave crisis del sector financiero está superada. Hoy ya no existe riesgo de hundimiento del sistema (al menos en el futuro inmediato). La producción real se está activando y dentro de algunos meses es probable que se vuelva a producir con un PIB de signo positivo. El que todavía no se ha curado es el mundo del trabajo y creo que, en términos globales, ya no volveremos a alcanzar los niveles de ocupación anteriores a la crisis. ¿Por qué? En primer lugar porque en las crisis siempre se destruyen activos industriales, algunos de ellos obsoletos, y surgen otros nuevos, en una especie de “destrucción creadora”. Además, con la entrada de nuevos grandes actores en el mercado, los sectores industrialmente maduros del norte del mundo tendrán necesariamente que redimensionarse.
Según algunas estimaciones, en los próximos años la economía tradicional no podrá dar ocupación a más de 2/3 de los trabajadores. ¿Qué se puede hacer? Hay un camino, poco explorado hasta el momento, que consiste en potenciar y desarrollar la capacidad y la vocación productiva de la sociedad civil, la llamada economía civil. Una parte de la sociedad civil y de las familias ya no podrá “buscar” trabajo en las grandes empresas o en el estado, “creadores” de empleo en el modelo tradicional anterior a 2008. Es necesario que la sociedad civil cada vez sea más capaz de crear trabajo por sí misma y no solo en los servicios a las personas sino también en sectores de alto valor añadido y es necesario que lo haga en sinergia con las empresas tradicionales y con las instituciones.
Hay que superar la idea que concibe la economía social o no lucrativa como un sector financiado en gran parte con subvenciones públicas, porque este modelo no puede ser sostenible si es cierto que el estado obtiene riqueza sobre todo mediante los impuestos que gravan la producción de las empresas tradicionales (que cada vez serán menos). Así pues es urgente que la economía civil active con capacidad innovadora riqueza privada y sea capaz de producir ella misma valor añadido.
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Si vamos a visitar a un amigo que ha tenido un accidente y le preguntamos «Qué tal estás?», tal vez nos conteste: «La pierna se está curando, la costilla todavía me duele y el hematoma todavía no se ha absorbido, pero el brazo está bien ». Estas son las condiciones en las que se encuentra la economía, que está tratando de salir de un (grave) accidente. Las partes del “cuerpo” heridas en la caída de septiembre de 2008 fueron sobre todo tres: la estructura financiera, la producción y el empleo. Los datos sobre la crisis y la recuperación son contradictorios, ya que hoy se habla de la pierna, ayer de las costillas y mañana del hematoma.
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por Luigino Bruni
publicado el 08/10/2009 en www.cittanuova.it
La economía es una ciencia social que usa con profusión metáforas e imágenes. La primera y una de las más famosa es la de la “mano invisible”, una metáfora con la que el economista Adam Smith explicaba el mercado en el siglo XVIII como un mecanismo que transforma los intereses privados en bien común. Hoy la economía sigue tomando prestadas imágenes del deporte (la competencia como competición deportiva), de la música (el ejecutivo como director de orquesta) y de muchos otros ámbitos. Estas imágenes permiten a los economistas explicar dimensiones de la realidad que no son accesibles al lenguaje de las fórmulas matemáticas y de los balances. Sin embargo, lo cierto es que las metáforas no siempre ayudan, sobre todo cuando la imagen tomada se usa con fines ideológicos y con una excesiva simplificación.
Últimamente aparece, cada vez con mayor frecuencia, la comparación entre el mercado y el tráfico. Una persona sale de casa y se mete en el tráfico porque tiene motivos e intereses personales que le impulsan a hacerlo (trabajo, amigos, ocio…), no por amor a su ciudad o a los demás automovilistas. Pero si el tráfico está bien regulado por instrumentos (semáforos, rotondas y velocímetros), instituciones (policía), infraestructuras y buenas normas, todos consiguen alcanzar su objetivo. Pero para que la viabilidad funcione bien no es suficiente con tener instituciones, instrumentos, controles y normas. Hace falta también una cierta ética del automovilista y un mantenimiento de las carreteras. Cuando este mecanismo se para (como ocurre, por ejemplo, en un atasco), no es conveniente intervenir en los automovilistas para que sean más “buenos”, sino que hay que mejorar las carreteras o sustituir los semáforos por rotondas. Lo mismo ocurre con el mercado: si hay buenos instrumentos e instituciones, reglas y “policías”, “carreteras” amplias y cómodas y respeto de las leyes, todos consiguen alcanzar sus objetivos, dando lugar a un “orden espontáneo” que no necesita ningún plan regulador que fije los precios desde arriba o que regule la oferta y la demanda.
Pero la cosa no acaba aquí. En el tráfico no es oportuno, es incluso desaconsejable, mirar a los ojos a los demás conductores al adelantarles o cuando nos paramos en un semáforo. Para conducir no se exige altruismo, que a veces incluso resulta peligroso (por imprevisible), como ocurre cuando una automovilista “altruista” se queda clavada al ver a una persona anciana cruzar la calle en una zona sin paso de cebra, y es embestida por el coche que viene detrás. Las únicas ocasiones para el altruismo y para mirar a los ojos que el tráfico parece permitir son las que surgen en los momentos de crisis (una maniobra equivocada, un imprevisto) o cuando se hace un favor a quien desea incorporarse al tráfico urbano desde una calle secundaria. En el mercado sucede lo mismo: el anonimato y la impersonalidad funcionan mejor que las relaciones amistosas o familiares. En los negocios no se mira a nadie a la cara: respetar las normas, con el añadido de alguna donación, es lo máximo que se puede pedir a la ética económica en tiempos normales. Solo en tiempos de crisis es necesario hacer algo más.
Pero ¿es eso de lo que se trata en realidad? Me parece que no. La analogía entre mercado y tráfico es oportuna para algunos aspectos pero puede dejar fuera otros muy importantes. Antes que nada, en el tráfico la ética se concreta en otros aspectos mucho más relevantes, que van desde el tipo de coche que compramos (si es o no ecológico) hasta un estilo de conducción responsable y prudente (que no reduce la velocidad solo cuando ve el radar), pasando por la templanza con la que reaccionamos ante una maniobra equivocada de los demás. Y el papel de las instituciones no se agota con el mantenimiento de los semáforos y de los radares, sino que debe promover sistemas de transporte más ecológicos (como el tren), medios públicos o la nueva modalidad de alquiler del vehículo llamada car-sharing en lugar del coche en propiedad.
De igual manera en el mercado, la ética no está principalmente en sonreír al cliente o al compañero, sino en actualizarse profesionalmente, en prepararse antes de mantener una reunión, en no vender la dignidad por la carrera, en la seguridad en el trabajo, en indignarse ante las injusticias.
«Yo quiero a mis pacientes estudiando su ficha clínica antes de la visita », me decía un anciano médico de atención primaria de Milán. Hoy el desafío para aquellos a quienes les importa la ética y los valores consiste en rescatarlos del papel marginal al que están quedando reducidos, como la sonrisa desde la ventanilla del coche, el sms solidario o el 5 por mil en la declaración de la renta. Todas estas cosas son positivas, pero la calidad ética de la vida pública se juega en el uso del 99,5% de la renta, en la solidaridad con el territorio de Abruzzo seis meses después de los sms de emergencia o en la justicia en las relaciones laborales.
Estas crisis que estamos viviendo y las muchas que nos esperan nos muestran que la dimensión ética de las empresas y de los bancos no se mide por el importe que destinan a donaciones filantrópicas, sino por la cultura de su actividad completa. No nos resignemos a una cultura que está transformando los valores en el licor que se toma al final de una opípara cena, que es agradable pero no esencial para la vida.
La ética no es el licor, pero tampoco es el primer plato. Consiste más bien en la forma de preparar y servir la comida. Consiste en la calidad de las relaciones durante la comida, en la atención que se presta a quienes no comen con nosotros, o simplemente no comen porque están excluidos de nuestros opulentos banquetes. Si olvidamos todo esto, pronto los valores se convertirán en simples mercancías, que cada uno podrá comprar a buen precio y consumir según sus preferencias, en una especie de “ética por puntos”, con sus correspondientes academias donde recuperarlos.
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Pero ¿es eso de lo que se trata en realidad? Me parece que no. La analogía entre mercado y tráfico es oportuna para algunos aspectos pero puede dejar fuera otros muy importantes. Antes que nada, en el tráfico la ética se concreta en otros aspectos mucho más relevantes, que van desde el tipo de coche que compramos (si es o no ecológico) hasta un estilo de conducción responsable y prudente (que no reduce la velocidad solo cuando ve el radar), pasando por la templanza con la que reaccionamos ante una maniobra equivocada de los demás. Y el papel de las instituciones no se agota con el mantenimiento de los semáforos y de los radares, sino que debe promover sistemas de transporte más ecológicos (como el tren), medios públicos o la nueva modalidad de alquiler del vehículo llamada car-sharing en lugar del coche en propiedad.
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stdClass Object ( [id] => 17706 [title] => Algo no ha cambiado [alias] => qualcosa-non-e-cambiato-es-es-1 [introtext] =>Entrevista de Chiara Andreola a Luigino Bruni
publicado el 15/09/2009 en www.cittanuova.it
Un año después de la quiebra de Lehman Brothers, el acontecimiento que desencadenó la crisis financiera, vuelven las viejas malas costumbres de los grandes bancos. El mismo Obama lanzaba ayer una dura advertencia al mundo financiero. Sin embargo, a nivel local, algo se mueve. Entrevista al profesor Luigino Bruni, economista en la Universidad Bicocca de Milán.
Una alta ejecutiva de Wells Fargo ha celebrado el primer aniversario de la caída de Lehman Brothers con una suntuosa fiesta en Malibú; los instrumentos financieros “creativos” y los sueldos galácticos de los grandes de las finanzas están de vuelta. ¿Verdaderamente no hemos aprendido nada de todo lo que ha ocurrido?
«Buena pregunta. Parece que no. Por ejemplo Stanley Morgan, un banco rescatado con dinero público, ha dicho que ahora, que vuelve a tener beneficios, ofrece un premio de un millón de dólares a cada uno de sus directivos. Personalmente me parece ofensivo. La manera de llevar las finanzas es parecida a la que existía antes de la crisis. La moraleja ha sido captada a nivel político, pero no ha habido ningún cambio real. Tanto es así que las mismas agencias de rating que tuvieron su parte de responsabilidad en el derrumbe siguen trabajando igual que antes. A este paso el riesgo de otra crisis es concreto ».
[fulltext] =>Sin embargo parece que hay alguna señal de un cambio de mentalidad. En el informe de la comisión Stieglitz-Sen-Fitoussi presentado ayer se sostiene que el Producto Interior Bruto no puede ser el único parámetro para medir el bienestar de un país, sino que hay que considerar también otros como la situación de las familias y la igualdad. Las personas de a pie prestan mayor atención a cómo gastan su dinero… ¿Esto no significa nada?
«Así estaban las cosas al menos al principio, pero ahora ya no. Aunque sí ha cambiado la percepción de la relación entre los ciudadanos y la banca. Hemos asistido a un regreso al territorio, con el crecimiento del crédito cooperativo y de la Banca Etica. Se ha abierto paso la necesidad de tener una relación de confianza, aunque esto signifique dirigirse a una banca más pequeña que tal vez ofrezca condiciones menos ventajosas. Por otra parte, en Italia tenemos una larga tradición en este campo: las cooperativas las inventamos nosotros, extienden sus raíces hasta la Edad Media y hoy cuentan con una difusión capilar sobre todo en el norte. De hecho, el sur ha sufrido más la crisis ».
Esta es una de las grandes diferencias con respecto a los Estados Unidos …
«Dicho de una manera muy sencilla: Europa tiene mil años de historia de capitalismo y los Estados Unidos solo doscientos. La economía es un instinto, como el hambre o el sexo y como tal hay que controlarlo con normas concretas. El modelo europeo es más robusto porque se ha ido formando desde la Edad Media y se ha mostrado más resistente a la caída. Se trata de un modelo distinto de mercado basado en el concepto de economía civil, o sea introducido en la ciudad, en la vida diaria. En cambio, el modelo anglosajón es menos cercano a las personas. Recordemos que Gran Bretaña ha sido el país europeo más golpeado por la caída de los bancos ».
La OCSE ve señales de recuperación en Italia y Obama afirmaba hace unos días que, aunque todavía no está libre de problemas, la economía americana está lejos del abismo. ¿Podemos ser optimistas?
«Los jefes de estado hacen su tarea, que consiste, entre otras cosas, en evitar alarmismos. Sobre todo en economía, el pánico se autorrealiza. Si ellos hacen bien en ser optimistas, yo no lo sería tanto. Todavía no sabemos con certeza cuánto incidirán en las finanzas, por ejemplo, las cantidades impagadas a los bancos por todas las empresas que han cerrado. No creo que sea posible decir cuánto durará todavía la recesión ».
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publicado el 15/09/2009 en www.cittanuova.it
Un año después de la quiebra de Lehman Brothers, el acontecimiento que desencadenó la crisis financiera, vuelven las viejas malas costumbres de los grandes bancos. El mismo Obama lanzaba ayer una dura advertencia al mundo financiero. Sin embargo, a nivel local, algo se mueve. Entrevista al profesor Luigino Bruni, economista en la Universidad Bicocca de Milán.
Una alta ejecutiva de Wells Fargo ha celebrado el primer aniversario de la caída de Lehman Brothers con una suntuosa fiesta en Malibú; los instrumentos financieros “creativos” y los sueldos galácticos de los grandes de las finanzas están de vuelta. ¿Verdaderamente no hemos aprendido nada de todo lo que ha ocurrido?
«Buena pregunta. Parece que no. Por ejemplo Stanley Morgan, un banco rescatado con dinero público, ha dicho que ahora, que vuelve a tener beneficios, ofrece un premio de un millón de dólares a cada uno de sus directivos. Personalmente me parece ofensivo. La manera de llevar las finanzas es parecida a la que existía antes de la crisis. La moraleja ha sido captada a nivel político, pero no ha habido ningún cambio real. Tanto es así que las mismas agencias de rating que tuvieron su parte de responsabilidad en el derrumbe siguen trabajando igual que antes. A este paso el riesgo de otra crisis es concreto ».
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publicado el 12/08/2009 en www.cittanuova.it
Acabemos de una vez con la visión de Italia como la suma de Norte y Sur. Somos un país complejo, y para interpretarlo hay que tener en cuenta varias dimensiones que nos permiten entenderlo y cuidarlo:
El debate político veraniego en Italia, tal vez debido al clima, a veces asume rasgos originales e incluso paradójicos. A cualquier observador imparcial, por ejemplo, le parecería cuanto menos chocante el contraste que se da entre la reacción preocupada y unánime de la clase política ante los datos del ISTAT sobre la significativa pobreza del sur de Italia y la propuesta, conocida pocos días después, de las “jaulas salariales”, justificada en base al hecho de que la vida en el sur es menos cara. Como si entre la mayor pobreza del sur y los precios más bajos no existiese un vínculo fuerte (no hay que ser profesor de economía para entenderlo, sería suficiente con darse una vuelta por las calles de nuestras ciudades y hablar de verdad con la gente).
Tengo que confesar que estos y otros hechos políticos no menos graves de estos meses veraniegos dejan sin respiración sobre todo a quienes, honestamente, tratan de entender los problemas reales de nuestro país y de resolverlos. La “cuestión meridional” vuelve puntualmente desde hace 150 años al debate político y lo hace siempre como un “problema” que el Norte relaciona con alguna dimensión del “Sur” del país. Las “soluciones” que se proponen son siempre las mismas: el país, y con él el Norte, debe hacer algo más y algo distinto por el Sur, sobre todo destinando con generosidad dinero y recursos.
Mientras sigamos planteando la cuestión Norte-Sur en estos términos, nunca encontraremos una solución eficaz a este problema. Entonces, ¿qué hay que hacer? En primer lugar acabar de una vez con la visión de Italia como la suma de Norte y Sur. Italia es un país complejo y para interpretarlo hay que tener en cuenta varias dimensiones, que nos permiten entenderlo y cuidarlo. Norte y Sur son categorías demasiado gastadas y genéricas como para que resulten hoy de ayuda. Cada región y a veces cada ciudad del “Sur” es distinta. Los problemas de Sicilia son parecidos en algunos aspectos a los de Puglia, pero en otros aspectos se parecen más a los de Cerdeña y en otros a los de Lacio. Si el criterio principal para leer los problemas de la gente del país es estar encima o debajo de Roma, estamos en el camino equivocado. Los análisis tienen que ser más profundos y más serios.
En segundo lugar, el “Sur” de Italia no es un problema, sino un recurso extraordinario de cultura, vida buena, relaciones y también economía. Un recurso –esto es lo importante- que Italia y sus gobiernos no valoran, sobre todo porque no lo entienden y no lo entienden porque no lo aman ni lo aprecian adecuadamente. Mientras los políticos que quieren “ayudar” al Sur no aprendan a conocer y a apreciar de verdad el Sur, cualquier ayuda o maniobra “para” el Sur resultará ineficaz, como saben bien quienes han tratado de ayudar verdaderamente a una persona o a una comunidad. Sin reciprocidad y sin aprecio recíproco no hay desarrollo integral, sino que se alimentan viejas y nuevas enfermedades sociales.
Solamente apreciando y comprendiendo profundamente la vocación de las regiones meridionales, que nunca será una vocación industrial como es (o era) la de Lombardía o Piemonte, Italia encontrará su puesto en el nuevo equilibrio mundial. El desarrollo económico y civil de Italia en el siglo XXI deberá necesariamente pasar por los grandes bienes que se custodian en los pliegues de la cultura mediterránea, bienes que se llaman medio ambiente, calidad de vida, alimentación, relaciones, historia; bienes que son valores y recursos, no problemas. Únicamente cuando seamos conscientes de todo esto, podrán llegar las inversiones en infraestructuras al Sur, inversiones que son de una urgencia extrema. Pero solo después. Si no es así seguiremos equivocándonos y dividiendo a nuestro país.
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publicado en Città Nuova n.14/2009
Algunas encíclicas de los Papas han marcado diferentes cambios de etapa a lo largo de la historia. La Rerum Novarum dio voz a todo un movimiento cultural y social que buscaba respuestas a la crisis planteada por la cuestión social que generó el primer capitalismo industrial. La Quadragesimo Anno supuso, en momentos oscuros para Italia y para Europa, un grito de libertad y fraternidad. Su símbolo, el principio de subsidiaridad, resonó como un programa de liberación ciudadana en aquellos momentos oscuros. La Populorum Progressio, surgida en una fase de protesta social y cultural que denunciaba las limitaciones del capitalismo de segunda generación, representó para toda una generación, la del post-concilio, dentro y fuera de la Iglesia, un manifiesto para el compromiso social, económico y político.
La Caritas in Veritate es otro acontecimiento que jalona la historia actual. La última encíclica de Benedicto XVI debe ser recibida con alegría y esperanza por quienes operan en el ámbito civil, económico o político. La encíclica supone, al mismo tiempo, una continuidad con las enseñanzas sociales de la Iglesia y una importante innovación (sobre la que habrá que reflexionar mucho durante los próximos años).
[fulltext] =>Antes que nada, el papa invita ya desde las primeras líneas de la carta, a superar una de las contraposiciones más radicales de nuestra sociedad: la que se supone que existe entre el ámbito o la lógica del don y de la gratuidad y el ámbito o la lógica del mercado. Esta necesidad de unidad es el corazón del mensaje de la Caritas in veritate y representa un punto de extraordinaria fuerza profética. Nada hay más ausente hoy del debate económico, de los mercados y de las empresas, que la gratuidad. Quienes hablan de gratuidad en economía son tomados por ingenuos, impostores («¿qué habrá detrás?»), y en todo caso peligrosos para el funcionamiento de los mercados y las empresas.
En efecto, por una parte a la gratuidad se la confunde (desnaturalizándola) con lo que no cuesta dinero o con la filantropía. Por la otra, el don se equipara con el regalo o con los artículos promocionales de las empresas. En realidad, tal y como nos recuerda el papa, la gratuidad tiene que ver con la charis, con la gracia y con el ágape, la palabra griega que los latinos tradujeron como caritas para poner aun más de relieve el estrecho vínculo que existe entre el amor cristiano y la charis, la gracia.
La gratuidad es gracia, puesto que es un don no sólo para los destinatarios de los actos de gratuidad, sino también para quienes los realizan, ya que la capacidad de amar gratuitamente siempre es algo que sucede dentro de nosotros y nos sorprende siempre, como cuando somos capaces de volver a empezar después de un gran fracaso o de perdonar verdaderamente errores graves de los demás. Esta es la gratuidad que el mercado capitalista no conoce y que esta encíclica, en cambio, nos invita a poner en el centro de nuestras relaciones económicas, políticas y sociales, allí donde parece imposible, pero donde ya hay muchas personas que la viven, en la economía «civil y de comunión» (n. 46).
Así se comprende la fuerte invitación del papa a superar la distinción entre profit (beneficio) y non-profit (sin ánimo de lucro). No existen ámbitos o sectores para la gratuidad, sino que todas las empresas, cualquiera que sea su forma, están llamadas a la gratuidad, que es la clave de lectura de lo humano. Si una empresa, con o sin ánimo de lucro, no está abierta a la gratuidad no es una actividad humana y por ello no puede dar frutos de humanidad. Y se comprende también el porqué. Benedicto XVI nos recuerda que el beneficio no puede ni debe ser el fin de la empresa, sino solo un elemento más, que ni siquiera es el más importante.
Al relanzar la gratuidad en el ámbito de la economía, la encíclica llama al mercado a descubrir su vocación de encuentro entre personas libres e iguales y lanza una crítica radical al capitalismo (precisamente por ello este término ni siquiera se cita en el texto). Solo salvaremos el mercado y la civilización que conlleva si superamos este capitalismo, hacia una economía civil y de comunión.
Tras la primera encíclica sobre la caridad y la segunda sobre la esperanza, cabría esperar que la tercera tratase de la fe. Y efectivamente así ha sido, ya que solo una visión del hombre, una antropología que cree en la persona hecha a imagen de un Dios comunión, con el made in trinity impreso en su ser, puede recoger la invitación a la gratuidad también en este mundo, en esta economía. En esta apuesta antropológica reside también la esperanza de que la economía que se anuncia deje de ser una utopía (un no lugar), para ser una eutopía (un buen lugar), el lugar de lo humano.
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Algunas encíclicas de los Papas han marcado diferentes cambios de etapa a lo largo de la historia. La Rerum Novarum dio voz a todo un movimiento cultural y social que buscaba respuestas a la crisis planteada por la cuestión social que generó el primer capitalismo industrial. La Quadragesimo Anno supuso, en momentos oscuros para Italia y para Europa, un grito de libertad y fraternidad. Su símbolo, el principio de subsidiaridad, resonó como un programa de liberación ciudadana en aquellos momentos oscuros. La Populorum Progressio, surgida en una fase de protesta social y cultural que denunciaba las limitaciones del capitalismo de segunda generación, representó para toda una generación, la del post-concilio, dentro y fuera de la Iglesia, un manifiesto para el compromiso social, económico y político.
La Caritas in Veritate es otro acontecimiento que jalona la historia actual. La última encíclica de Benedicto XVI debe ser recibida con alegría y esperanza por quienes operan en el ámbito civil, económico o político. La encíclica supone, al mismo tiempo, una continuidad con las enseñanzas sociales de la Iglesia y una importante innovación (sobre la que habrá que reflexionar mucho durante los próximos años).
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Luigino Bruni
publicado en Città Nuova N.08/2009Los emails están contribuyendo, y no poco, al deterioro de las relaciones interpersonales. Para cosas poco importantes los emails son un invento espléndido (información, comunicación, envío de documentos, etc.), pero para mantener relaciones más significativas, sobre todo en el trabajo, los emails se están revelando como un instrumento muy peligroso, sobre todo cuando recurrimos al email para resolver problemas.
Personalmente no recuerdo haber resuelto nunca un problema con un email. Suele ocurrir que cuando alguien nos escribe un email para señalarnos un problema o para expresar una protesta, casi siempre lo interpretamos peyorativamente. Normalmente ese email va seguido de una o varias respuestas que casi siempre empeoran aun más la situación.
[fulltext] =>¿Por qué? Por varios motivos. En primer lugar, la inversión (de tiempo, por ejemplo) necesaria para escribir y enviar un email es muy baja, en comparación con la vieja carta en papel. La tendencia es a ser cada vez más rápidos y a prestar menor atención a los adjetivos y adverbios de los que depende mucho el tono afectivo de cualquier comunicación.
En segundo lugar, cuando escribimos un email decimos cosas para desahogarnos que nunca diríamos en una relación cara a cara – tanto es así que cuando después nos encontramos en el pasillo con el destinatario de uno de estos emails muchas veces nos ruborizamos arrepentidos de haberlo enviado.
Además los emails los leemos en solitario, delante de un PC, en un ambiente que no siempre es positivo.Algunos consejos prácticos:
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- Cuando se escribe un email de reacción ante un problema o de protesta, no enviarlo nunca si haberlo leído antes un par de veces;
- No enviarlo inmediatamente después de escribirlo, dejar pasar algunas horas; seguro que el enfado y la intransigencia habrán disminuido;
- Puesto que sabemos que la interpretación del lector tiende a ser peyorativa, hagamos que las atenciones y precauciones sean abundantes;
- No usar el email cuando hay un problema con una persona; siempre es mejor llamar a la puerta y reunirse con el otro, posiblemente fijando una cita de antemano para prepararse recíprocamente. Es cierto que el coste inicial y el riesgo ante un encuentro personal es mayor que el del email, pero el resultado en términos relacionales es infinitamente mayor;
- Por último, si queremos escribir algo importante a alguien, olvidémonos del email, tomemos el bolígrafo, compremos un sello, vayamos al correo y escribamos una bonita carta. Ese coste será una inversión en una relación.
Editorial
Luigino Bruni
publicado en Città Nuova N.08/2009Los emails están contribuyendo, y no poco, al deterioro de las relaciones interpersonales. Para cosas poco importantes los emails son un invento espléndido (información, comunicación, envío de documentos, etc.), pero para mantener relaciones más significativas, sobre todo en el trabajo, los emails se están revelando como un instrumento muy peligroso, sobre todo cuando recurrimos al email para resolver problemas.
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publicado en Città Nuova N. 07/2009Por fin se ha presentado el plan de la administración USA para sacar a las finanzas y a la economía norteamericana de la crisis. Pocos días antes a todos nos había alegrado el anuncio de Obama de gravar con un impuesto del 90% las fabulosas primas económicas recibidas por los directivos de los grupos aseguradores (en especial AIG) rescatados con el dinero de los ciudadanos de las funestas operaciones de realizadas por ellos mismos.
Sin embargo, a la vista de la intervención de tipo financiero que se acaba de decidir, no me queda más remedio que expresar mi profunda duda, tanto desde el punto de vista de la eficacia como de la equidad. El gobierno norteamericano ha anunciado que el Estado y la Reserva Federal (la FED, el banco central de EEUU) se harán cargo de buena parte de los activos tóxicos de los que en estos momentos están llenas las cajas de los bancos americanos y de todo el mundo. A diferencia de la propuesta de Bush (rechazada por los mercados financieros), en esta nueva operación se quiere que el sector público (Estado y FED) salve las finanzas en colaboración con el mercado, mediante la creación de nuevos fondos que serán comprados por el sector privado en subasta.
[fulltext] =>Se trata de fondos especiales, ya que gracias a la fuerte intervención pública, los compradores obtienen grandes ventajas tanto en términos de rentabilidad como de riesgo (que recae casi por completo sobre el gobierno y la FED).
¿Qué se pretende conseguir con una operación como esta? Curar la enfermedad con el mismo virus que la causó. De hecho, los que mayor partido sacarán de esta operación (de resultado final muy incierto) serán los mismos protagonistas de la crisis (así se explica el entusiasmo de Wall Street). Con toda probabilidad, los primeros que van a participar en estas subastas drogradas serán precisamente los creadores de esos activos tóxicos, que son quienes conocen mejor que nadie su valor efectivo.
Los segundos que van a ganar con esta operación son las agencias de rating que tendrán ingresos extraordinarios por la certificación de los nuevos títulos que se van a emitir. Un excelente premio para quienes se encuentran entre los principales responsables de esta crisis. Tengo que confesar que esta maniobra me sorprende y me preocupa mucho. ¿No se podía haber esperado a primeros de abril para acordar una acción mundial anticrisis durante el G20? Cierto es que Estados Unidos ha desencadenado esta crisis, pero no es menos cierto que no puede salir de ella en solitario.
Muchas personas han depositado una gran esperanza en el presidente Obama. Sin embargo, sus asesores económicos parece que están perfectamente alineados con el pensamiento único del capitalismo financiero. El primer enemigo del que Obama se tendrá que defender es precisamente ese capitalismo especulativo y sin prejuicios que ha crecido durante las dos últimas décadas de neoliberalismo y que sigue en su puesto después de las elecciones políticas.
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publicado en Città Nuova n.4/2009Si alguien quiere explicar a sus hijos la actual crisis y carece de tiempo o de ganas para estudiar los complicados mecanismos financieros, existe otro camino sencillo y eficaz: leer con ellos el capítulo XIV de Las Aventuras de Pinocho, de Collodi. « Cuando ya estaban a mitad del camino, la zorra se detuvo de pronto y dijo a Pinocho: “¿Quieres aumentar tus monedas de oro?” “¿Cómo?” “¿Quieres hacer con solo esas cinco monedas, ciento, mil, dos mil?” “¡Ya lo creo! Pero, ¿de qué modo?”. “De un modo muy sencillo. En vez de ir a tu casa, vente con nosotros” “¿Y adónde vamos?” “Al país de los búhos”. »
[fulltext] =>Pinocho al principio no se cree la promesa y quiere volver a casa, pero el gato y la zorra insisten y le convencen, diciéndole: « "De hoy a mañana, tus cinco monedas se hubieran convertido en dos mil”. “Pero, ¿cómo es posible que se conviertan en tantas?, preguntó Pinocho. Le respondieron: “Sabrás que en el país de los búhos hay un campo extraordinario, al cual llaman todos el Campo de los Milagros. Tú haces un agujero en aquel campo y metes, por ejemplo, una moneda de oro. Tapas después el agujero con tierra, lo riegas con un poco de agua de manantial, echas encima un poquito de sal y ya puedes irte tranquilamente a dormir a tu cama. (…) ¿Sabes lo que encuentras? Pues un hermoso árbol que está tan cargado de oro como las espigas lo están de granos de trigo en el mes de junio” ». Pronto explica el gato esta original operación: «Nosotros no trabajamos por el vil interés; trabajamos sólo por enriquecer a los demás».
Muchos de los protagonistas de la crisis se han comportado igual que el gato y la zorra y muchas familias, bancos centrales y políticos, igual que Pinocho, creyendo en sus promesas sin escuchar al sabio Pepito Grillo: «¡Hijo mío, no te fíes de los que te ofrecen hacerte rico de la noche a la mañana! Generalmente, o son locos o embusteros que tratan de engañar a los demás. Créeme a mí, que te quiero bien: vuélvete a tu casa ».
En esta historia no hay títulos derivados ni estructurados, no hay brokers de Wall Street ni hipotecas subprime (véase el artículo de Ferrucci sobre las finanzas creativas, en su blog), pero este hermoso capítulo de Pinocho encierra dentro de sí todos los elementos básicos y la lógica de lo que hemos vivido. En las finanzas no existen los milagros. La riqueza que crea desarrollo y vida buena es la que nace del trabajo humano.
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publicado en Città Nuova n. 02/2009
Un día, poco antes de Navidad, me coincidieron dos compromisos en dos ciudades distintas, separadas por los Apeninos. Llego la víspera al aeropuerto de Fiumicino, me dirijo a la puerta de embarque y me siento tranquilamente a esperar. Cuando comienza el embarque me doy cuenta de que estaba esperando en la puerta equivocada y de que mi vuelo acaba de salir. Ya no tengo posibilidad de salir hacia Génova. El primer vuelo de la mañana siguiente sale demasiado tarde como para llegar a tiempo. ¿Qué hacer? Llamo a una amiga que tiene un amigo en el aeropuerto y consigo plaza para Milán. Desde allí, gracias a otros dos amigos, consigo llegar a Sestri Levante y finalmente, por la tarde, también a Cremona.
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Antes de salir yo había organizado todo confiando en el mercado (aviones, taxi, trenes), pero un despiste hizo que toda mi organización fuese en vano. Si aquel sábado no hubiese tenido amigos, no habría podido atender mis compromisos. Hoy el mercado se presenta como un gran mecanismo de sustitución de la amistad. Gracias al mercado, en nuestra sociedad podemos obtener de los demás las cosas y los servicios que necesitamos sin que los demás sean nuestros amigos o nos quieran. Esta fue la gran intuición que inspiró la obra de los primeros economistas (sobre todo de Adam Smith) y su entusiasmo por la sociedad de mercado, que es una gran empresa cooperativa, que funciona (o parece funcionar) sin necesidad de amor recíproco.En realidad –y mi aventura aérea es prueba de ello-, el mercado es un sustituto de la amistad para cosas que en definitiva son muy sencillas. Pero si la vida se nos complica un poco, en seguida nos damos cuenta de que una vida sin amigos no sólo no nos hace felices (esto ya lo sabemos), sino que tampoco funciona en los momentos importantes. Mientras seamos jóvenes y sanos, mientras dispongamos de bienestar y carezcamos de imprevistos, el mercado es un instrumento útil que hace que nos sintamos casi omnipotentes.
Pero en cuanto llega una enfermedad seria, o la vejez, o la pobreza, o… se pierde el último avión, redescubrimos la verdad que contiene esta hermosa frase de Aristóteles: Nadie quiere vivir sin amigos.
Sobre esto y sobre otras muchas cosas hemos hablado en Aosta, en unas Jornadas sobre Felicidad y Vida cívica. Entre otros participantes, la filósofa americana Martha Nussbaum nos ha recordado una verdad antigua pero muy actual: una vida feliz necesita bienes relacionales, amistad. Sin embargo, esta necesidad hace también que la vida sea frágil, porque nunca podemos saber si los amigos van a responder a nuestro amor o si nos van a dejar, a traicionar, a herir.
Esta tensión vital no tiene cura. La existencia solo florece plenamente si se convive con esta ambivalencia.
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de Luigino Bruni
Publicado en Città Nuova nº. 01/2009Los debates sobre la crisis que aparecen continuamente en los medios de comunicación presentan un escenario con dos únicos actores, que son siempre los mismos: Mercados y Estado. La discusión, tanto sobre el origen de la crisis como sobre sus posibles vías de solución, se mueve siempre entre estos dos polos. Pero pocas veces se pone de relieve que por detrás, por delante y al lado de esta crisis, lo que hay es, sobre todo, una crisis moral, civil, política y antropológica, que afecta a nuestra relación con los bienes y a nuestros estilos de vida.
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Tomemos como ejemplo la insistente invitación a consumir más que invade nuestras casas estos días. Quienes lanzan este tipo de recetas para salir de la crisis, siguen considerando lo que ocurre como una enfermedad interna del sistema económico. Por eso la quieren resolver sin salirse del ámbito de la economía, a lo sumo volviendo a poner en el centro a la economía real (producción y consumo) que había quedado desplazada en estas décadas de borrachera financiera. En realidad las cosas son más complicadas y en buena medida son distintas de como nos las cuentan. Podríamos resumirlo de este modo: el consumo no es la cura, sino la enfermedad. Veamos por qué.
Uno de los principales factores desencadenantes de la crisis fue el llamado “caso de las hipotecas subprime”. Las familias americanas habían llegado a un punto en que ya no consumían lo suficiente (la industria automovilística, por ejemplo, ya había entrado en crisis), así que había que relanzar el consumo. La compra de una casa pareció un buen instrumento, pero había que rebajar los tipos de interés para hacerla posible. Pero con tipos bajos los bancos ganaban poco. Así se produjo la expansión de los mercados de títulos derivados, con tipos de interés artificialmente más altos. Hoy, para salir de esta crisis, se plantean cosas parecidas. Resulta raro y grave que tanto economistas como políticos permanezcan callados y no digan nada: en Estados Unidos los tipos de interés están cerca del 0% y Europa parece seguir el mismo camino. Todo para relanzar una vez más el consumo. Pero de vez en cuando deberíamos recordar que el interés no es sólo un coste para las empresas y las familias endeudadas, sino que también es un ingreso para quienes prestan dinero a esas empresas y familias. Pero, sobre todo, los tipos de interés, en una economía sana, son también un indicador de confianza y de esperanza en el futuro: hoy invierto 100 y mañana espero recibir los frutos de esa inversión. Un tipo de interés cero indica precisamente la ausencia de la confianza y la esperanza que se pretenden “relanzar”. Además ¿quién está dispuesto a prestar dinero a tipo cero? ¿Las familias? ¿El estado? Pero si el estado no consigue vender todos los títulos que emite, la crisis llegaría a ser verdaderamente insostenible.
Entonces ¿podemos hacer algo que sea creíble y sostenible?
Antes que nada hay que relanzar el consumo colectivo y comunitario y reducir el consumo individual. Muchos han acogido con entusiasmo, por ejemplo, la implantación de la “social card”, porque se trata de otro instrumento para relanzar el consumo. Pero a la vez se está reduciendo, y se reducirá aun más, la transferencia de impuestos a las administraciones locales, que se traducirá en una disminución de bienes y servicios públicos, tales como el transporte, la sanidad y la educación (también hay que leer la crisis de la educación desde esta perspectiva). Así pues, el problema no es sólo el consumo, sino el tipo de consumo. Si los transportes y la sanidad disminuyen o empeoran y el trabajo se hace más inestable y precario, el costo para las familias es mucho mayor que los escasos cientos de euros de la social card. Es en las necesidades y en los bienes colectivos donde se juega hoy no solo el relanzamiento de la economía, sino también de la democracia y la ciudadanía.Finalmente, la política económica debe ser más valiente y coherente. En primer lugar hay que recordar la antigua verdad (hoy totalmente olvidada) de que la primera manera, y la más seria, de relanzar el consumo es relanzando la ocupación y el trabajo. Cuando se está desempleado, la invitación al consumo es frustrante y ofende profundamente a las personas.
Además, no es posible denunciar, por una parte, la cuestión medioambiental y energética y por la otra impulsar el consumo de automóviles o hacer que los transportes públicos sean más escasos y más caros. Una política económica seria debería hoy incentivar el transporte público, hacerlo económico y accesible, cerrar al tráfico el casco histórico de las ciudades, desincentivar el uso del automóvil particular, sobre todo el de gran cilindrada. Se trata de políticas económicas anti-populares, que conllevan un coste y que exigen el compromiso de todos, pero que, precisamente por ello, si se llevan a la práctica, pueden ser sostenibles y serias.En este nuevo año no se trata de consumir necesariamente menos (que también), sino sobre todo de consumir de otra manera: menos cosas y más bienes de ciudadanía, menos consumo privado y más consumo colectivo y público.
Una última nota. Es necesario que también con respecto al consumo empecemos a pensar globalmente. La globalización debería llevarnos a pensar en relanzar el consumo “bueno” en términos globales y no vinculado solo a una nacionalidad. Sin una política mundial que se ocupe del consumo colectivo y público de los países que siguen excluidos, es difícil imaginar una auténtica salida de la crisis. Hoy nos encontramos ante un cambio de época, que no puede quedar sólo en manos del consumo y del ahorro privado, ni sólo en manos de los gobiernos nacionales o regionales. Es necesaria una alianza global y mundial que, después de haber globalizado los costes de la economía global y sus fragilidades, empiece a globalizar los derechos y las oportunidades para todos los ciudadanos del mundo. ¿Es una utopía? No lo creo. Hay que pensarlo, imaginarlo, desearlo y a continuación empezar por nosotros mismos.
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El semanario Vita va a publicar mi “vocabulario de economía civil”, que aparecerá todas las semanas a partir del 9 de enero. La primera palabra será “trabajo”.Pasar del consumo individual al colectivo. Menos cosas y más bienes de ciudadanía.
de Luigino Bruni
Publicado en Città Nuova nº. 01/2009Los debates sobre la crisis que aparecen continuamente en los medios de comunicación presentan un escenario con dos únicos actores, que son siempre los mismos: Mercados y Estado. La discusión, tanto sobre el origen de la crisis como sobre sus posibles vías de solución, se mueve siempre entre estos dos polos. Pero pocas veces se pone de relieve que por detrás, por delante y al lado de esta crisis, lo que hay es, sobre todo, una crisis moral, civil, política y antropológica, que afecta a nuestra relación con los bienes y a nuestros estilos de vida.
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[fulltext] =>Las grandes crisis económicas (como la del 29) sólo podían ocurrir por una crisis de la economía real (quiebras de empresas), que producía desempleo y con él una reducción de los ingresos familiares.
Aquel sistema económico tradicional entró en crisis con el capitalismo financiero, que cambió la naturaleza del sistema económico y de la sociedad. Los bancos y las instituciones financieras han ido progresivamente cambiando su naturaleza, transformándose en especuladores, cuyo objetivo principal es el de conseguir beneficios (cuantos más mejor), olvidando poco a poco la función social que siempre habían desempeñado y siguen desempeñando. Este cambio ha producido algunas cosas útiles, pero a un precio muy alto: la tremenda fragilidad del sistema económico. El primer economista que anunció (en 1936) la nueva naturaleza financiera del capitalismo y su radical fragilidad fue el inglés Keynes, a quien deberíamos volver a leer y meditar.
Así pues, las crisis, como la que estamos viviendo, son la norma y no la excepción en nuestro capitalismo, sobre todo hoy, cuando la globalización amplifica los efectos de la crisis. La inestabilidad y la fragilidad no son más que la otra cara de un modelo de desarrollo que permite que 1.000 dólares de ingresos se conviertan en 5.000, 10.000 o 50.000 sin relación alguna con la economía real ni con el trabajo humano. Deberíamos ir acostumbrándonos a las crisis como esta y otras más devastadoras y prepararnos para limitar los daños, mientras este capitalismo no evolucione hacia algo distinto, más acorde con la persona y el medio ambiente.
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publicado en Città Nuova n. 18/2008He pasado unos días de vacaciones en Sicilia.
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Al volver a casa, pregunté a un señor cómo podía ir a pie al aeropuerto. Este señor, en vez de contestarme, tomó su automóvil y me llevó al aeropuerto (¡que estaba a 15 kilómetros!).Poco acostumbrado a estos gestos, desde que vivo a caballo entre Roma y Milán, acepté entre asombrado y agradecido, reflexionando conmigo mismo acerca del altruismo y la reciprocidad. Cuando supo que no era de Trapani, se desvió por el centro con el único objetivo de enseñarme los tesoros de su ciudad: iglesias, monumentos, el órgano más antiguo de Europa… Hablaba de ellos como si se tratara del patrimonio familiar. ¿Por qué habrá gastado este señor media hora de su tiempo para llevarme al aeropuerto y enseñarme el centro histórico?
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Podría haber muchas explicaciones, pero la que hoy me parece más auténtica está en sus cromosomas: ese hombre lleva inscrita en su ADN una cultura de la acogida y la hospitalidad que le ha llevado a ver en mí a un individuo parecido al comerciante cartaginés o al marino árabe a quienes sus abuelos acogieron y tal vez dieron hospitalidad en sus casas. Esto se llama cultura.
Estoy convencido de que el futuro próximo, también el futuro económico, del sur de Italia y de la zona mediterránea, pasará por la transformación de ese patrimonio cultural en recurso para el desarrollo.
Hoy se habla mucho de turismo relacional, ya que el mercado se ha dado cuenta de que la gente, cuando va de vacaciones o cuando viaja en busca de arte y cultura, no pide sólo lugares bonitos y museos; quiere también construir relaciones auténticas con la gente que conoce al hacer turismo. No se conforma con frías prestaciones comerciales, sino que desea también bienes relacionales. El problema surge cuando nos damos cuenta de que las relaciones auténticas son como el valor: o se tiene o no se tiene.
En los cursos de formación para el turismo relacional se puede aprender a ser educados, amables, atentos y a poner a la persona en el primer lugar. Pero ese toque humano genuino de un hotelero o del dueño de una casa rural, hecho de simpatía y espontaneidad (fruto de siglos de cultura), no se puede aprender en ningún curso del municipio o la provincia. Es en este frente cultural donde la globalización encuentra (por suerte) su límite: se puede globalizar la técnica pero no el hecho de nacer y crecer en las islas Egadi.
Regresé a casa feliz, porque mientras haya alguien dispuesto a gastar su tiempo para hablar de sus monumentos con un forastero, hay esperanza para el Bel Paese.Luigino Bruni
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