Incluso un sencillo agradecimiento en el bar esconde valores morales y económicos.
por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova, nº 23/2010 el 10/12/2010
Me invitan a cenar, llevo una botella de buen vino y mi anfitrión me dice: “gracias”. Tomo un café en la estación y después de pagar le digo al camarero: “gracias”. Dos “gracias” pronunciados en contexto aparentemente muy distintos: don y amistad en el primero y contrato y anonimato en el segundo. Y sin embargo usamos la misma palabra. ¿Qué tienen en común estos dos actos? Son encuentros libres entre seres humanos. El “gracias” que le decimos no solo al amigo sino también al camarero, al panadero o al cajero no es sólo fruto de la buena educación o la costumbre, es el reconocimiento de que incluso cuando no hacemos más que cumplir con nuestro deber, en el trabajo siempre hay algo más. Podríamos decir que el trabajo comienza de verdad cuando vamos más allá del deber y ponemos todo nuestro ser al preparar una comida, al apretar un tornillo o al dar una clase.
Trabajamos de verdad cuando delante del Sr. Rossi ponemos Mario, o cuando delante del profesor Bruni ponemos Luigino. Por el contrario, cuando nos detenemos antes de dar ese paso, el trabajo humano se parece demasiado al de la máquina de café. Sin embargo, aquí se produce una paradoja: los trabajadores y los directivos de cualquier empresa saben que el trabajo es verdaderamente tal y da frutos de eficiencia y eficacia cuando excede al deber, cuando es don (como nos recuerda el estupendo último libro de N. Alter, Donner et prendre, La Découverte). Pero las empresas no consiguen, con los instrumentos que tienen a su alcance, reconocer el “plus” del don. Cuando para reconocerlo se usan los incentivos clásicos (dinero) el “plus” se convierte en deber y desaparece. Pero cuando no se hace nada, con el tiempo el “plus” también desaparece, produciendo tristeza y cinismo en el trabajador y peores resultados para la empresa. Esta imposibilidad de reconocer el plus del trabajo es una de las razones por las que, en todos los trabajos, llega una crisis profunda, cuando nos damos cuenta de que hemos dado lo mejor de nosotros a esa organización, pero sin reciprocidad, sin sentir que se reconoce el don de la propia vida, que es siempre más grande que el valor del salario recibido. El arte de dirigir organizaciones consiste, sobre todo hoy, en inventar nuevas maneras de reconocer ese don.