Cambiemos el gobierno de las empresas y de los bancos

Cambiemos el gobierno de las empresas y de los bancos

Firmas – Más allá del mercado

de Luigino Bruni

publicado en  pdf Città Nuova nº 01/2016 (57 KB) del 10/01/2016

Democrazia economica ridLa economía de mercado ha producido auténticos milagros, pero hoy debe cambiar si quiere salvarse. Ha permitido que personas desconocidas se encontraran de forma pacífica y constructiva, se conocieran y se “hablaran” intercambiando cosas. Ha llenado el mundo de colores, con una infinidad de bienes. Ha ampliado la biodiversidad cultural. Ha multiplicado la riqueza, potenciando al máximo la libertad y la creatividad de los individuos. Ha dado lugar a la mayor cooperación de la historia humana.

Detrás de los actos más sencillos que realizamos en nuestras ciudades, como encender la luz de la habitación o comprar un helado, se encuentra la cooperación implícita de miles, a veces millones de personas, que trabajan para nosotros sin saberlo ni quererlo.

Llevaba meses viendo en la calle vendedores que ofrecían unos utensilios largos a los turistas, hasta que un día entendí que eran alargadores para hacerse “selfies”. El mercado satisface nuestras necesidades un segundo después de que las hayamos detectado o, a veces, incluso un segundo antes.

Este lado luminoso de la economía de mercado todos lo ven. Pero también hay lados oscuros o negros. Por ejemplo, el negocio de las armas en todas las guerras alimentadas e inducidas por los intereses económicos de los gobiernos y de las industrias occidentales. No debemos olvidar esto mientras lloramos por París, Beirut y Siria, y por los hijos de otros, que han muerto bajo unas armas fabricadas al lado de nuestras casas, con nuestro silencio.

El mercado no logra corregir sus peores efectos colaterales. Sabe corregir pequeños daños, pero no los grandes. Sin estados, instituciones y sociedad civil que obliguen a las empresas a reducir las emisiones nocivas para el medio ambiente, a reconocer derechos a los trabajadores, a no esconder los defectos (casi) invisibles de sus productos, las empresas únicamente implementarían aquellas prácticas que tienen una traducción inmediata en el aumento de los beneficios, puesto que son fácilmente reconocibles por los clientes y útiles para su reputación. No cabe duda de que en el mercado hay algunos empresarios y ejecutivos que atribuyen un valor intrínseco a la legalidad y a la ética. Pero en una economía globalizada, donde los fondos de inversión y los grandes bancos son propietarios de muchas empresas, cada vez resulta más difícil encontrar un rostro humano y una conciencia detrás de las decisiones.

Por eso, las democracias modernas desde siempre asignan a las instituciones la tarea de controlar y regular la actuación de las empresas. El verdadero mercado no ha sido nunca sólo mercado, sino un entramado de actores, de controladores y controlados.

Pero esta división de tareas sobre la que hemos construido nuestras democracias en los dos siglos pasados hoy está en una profunda crisis. Ya no podemos aceptar que las empresas actúen respondiendo sólo a sus propietarios y a los consumidores y que la ley las regule y controle. Las empresas, y sobre todo las instituciones financieras, se han hecho demasiado grandes, ricas, globales y poderosas como para pensar que es posible controlarlas desde fuera y al final.

Hace falta un cambio interno radical: las instituciones deben usar la fuerza que todavía tienen para pedir a las grandes empresas y a los bancos globales que cambien su gobierno. No deben seguir siendo gestionadas por consejos de administración elegidos únicamente por sus propietarios. Se han convertido en demasiado importantes para la vida de todos, por lo que los trabajadores, la sociedad civil y representantes independientes de los intereses de los más pobres, deben entran en sus Consejos de Administración y tener voz y voto en las decisiones ordinarias de gobierno.

En todas las grandes empresas y bancos debe existir un “comité ético” independiente con poderes efectivos. La economía se ha hecho demasiado importante como para dejarla sólo en manos de los economistas, financieros y accionistas. Ni siquiera son suficientes los consumidores, “votando con la cartera”. Hay demasiadas personas condicionadas por las decisiones de las empresas, que no “votan” porque son pobres o están demasiado lejos.

Y porque hay industrias (como las de las armas o los juegos de azar) donde los que protestan no pueden votar porque no compran. La economía de mercado y la democracia no se salvarán sin una verdadera democracia económica.


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