La subsidiariedad en las emociones

La subsidiariedad en las emociones

Firmas – Más allá del mercado

de Luigino Bruni

publicado en  pdf Città Nuova n.11/2016 (116 KB) de noviembre 2016

Emozioni a Firenze ridLas grandes empresas de nuestro tiempo cada vez prestan más atención a la gestión de las emociones. Las organizaciones económicas están empezando a darse cuenta, instintivamente, de que estamos inmersos en una profunda transformación antropológica y tratan, como pueden, de encontrar la solución. El capitalismo, debido a su capacidad de anticipar necesidades y deseos, está comprendiendo que en nuestro tiempo hay un océano, de proporciones inéditas e inmensas, hecho de soledad, de escasez de atención y ternura, de carestía de estima y reconocimiento, de necesidad de ser vistos y amados. Y se está preparando para satisfacer también la “demanda” de estos nuevos mercados.

Por otra parte, los protagonistas de nuestra economía saben que la fragilidad emocional de los trabajadores representa, para ellos, un vulnus cada vez mayor. Una fragilidad que viene de la desaparición casi repentina de todo un patrimonio milenario de educación y cultivo de las emociones. Las generaciones pasadas aprendieron a vivir juntas sufrimientos, alegrías y crisis. Y aprendieron a elaborar el luto. La literatura, la piedad popular y la poesía nos enseñaban a sufrir por el dolor ajeno, incluso por el de aquellos a quienes no conocíamos y nunca abrazaríamos. El luto era un acontecimiento total que, en su duración limitada, lo absorbía todo (en mi casa cuando moría un vecino no se ponía la televisión). Esta gestión de las emociones nos enseñó a sufrir por los desconocidos. Pero sin religiones, literatura ni arte sólo se llora por la naturaleza (parientes y amigos íntimos); no se llora por la cultura: por los desconocidos, que nunca son tan desconocidos como para no sentirlos hermanos. Nosotros hemos olvidado esta forma de gestionar las emociones y nos encontramos en una especie de “sábado santo de las emociones”, a la espera de una resurrección.

Una señal de esta emergencia emocional de nuestro capitalismo es la presencia, cada vez más masiva en las empresas, de coaches, consejeros y psicólogos empresariales. La oferta de nuevos másters en “gestión de los recursos emocionales” y “desarrollo de la inteligencia emocional” crece como la espuma. Todo eso nos dice que la crisis emocional es grande y que de ella surgen muchos conflictos relacionales nuevos y un malestar del alma. En el trabajo y en casa.

Los resultados son por ahora más bien decepcionantes, como no podría ser de otro modo, ya que en las empresas se están concentrando, cada vez más, las grandes contradicciones de nuestro tiempo. La fábrica ya no es la “morfología del capitalismo”. Así pues, la empresa no puede ser la que cure la pobreza emocional de sus trabajadores, porque la enfermedad es mucho más amplia que la que se manifiesta dentro de sus límites.

Pensemos, por ejemplo, en el enorme cambio, también laboral, que está generando la evolución de Internet. Muchas relaciones sociales se viven y se gestionan ya en el ambiente de las redes sociales. Interacciones sin cuerpo, donde se intercambian millones de palabras distintas de las que nos decimos o nos diríamos si nos viéramos las caras o nos diéramos la mano. No vemos cómo enrojecen las mejillas, ni cómo se humedecen los ojos o cómo tiembla la voz. Y así, con símbolos (emoticonos) y palabras, decimos otras cosas nuevas y distintas, casi siempre menos responsables y verdaderas.

Dada la importancia que estos nuevos “lugares” tienen para los adolescentes y los jóvenes (ahora ya también para los niños), deberíamos invertir mucho más en la educación de las emociones en la era de Internet. Y deberíamos reflexionar más sobre el hecho de que este ambiente está gestionado por enormes multinacionales con ánimo de lucro. Hablar más y reflexionar más sobre la trivialización de las palabras y los signos. El “corazón” y los “besos” son importantes y hay que gestionarlos con cuidado y con moderación, para que no se conviertan en corazones y besos vacíos, y después no podamos disponer de ellos cuando los necesitemos de verdad para dárselos a alguien de carne y hueso, y sólo a él o a ella.

También en el uso de estos instrumentos, que son una gran bendición, debería aplicarse el principio de subsidiariedad: una palabra enviada a una red social sólo es buena si ayuda (subsidia) a las palabras buenas que nos diremos cuando nos veamos fuera de la red. Aprenderemos de nuevo a trabajar si aprendemos a estar juntos, en alma y cuerpo.

 


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