Firmas – Más allá del mercado
Luigino Bruni
Publicado en pdf Città Nuova n.03/2016 (41 KB) - Marzo 2016
Nuestro capitalismo está tomando prestadas de la sociedad civil muchas palabras que tienen capacidad de generar y las está reciclando con ánimo de lucro. Este fenómeno no ha pasado inadvertido para Luc Boltanski y Eve Chiapello, quienes sostienen en su libro “El nuevo espíritu del capitalismo” (Akal) que el moderno “espíritu del capitalismo” consiste en su capacidad para “reciclar” e incorporar las mayores críticas que se le han hecho a lo largo de su historia reciente y convertirlas en los principales factores de cambio e innovación, en vagones de su tren.
Las críticas “sociales” (socialistas, obreras, ambientalistas...) y “estéticas” (las de los intelectuales y artistas), que supusieron la principal reacción al capitalismo en la segunda mitad del siglo XX, en lugar de provocar la caída del capitalismo se han convertido en su punta de lanza, dando paso al nuevo capitalismo de hoy, en el que los principales actores son empresas creadas por jóvenes con culturas y mentalidades muy distintas a las de los capitalistas del siglo pasado. De esta manera, en las grandes empresas cada vez es más frecuente el desarrollo del balance social y medioambiental, la “empresa social”, la atención al bienestar laboral, hasta llegar a los recientes conceptos de “capital simbólico” o incluso “espiritual” de la empresa. En paralelo a la inclusión y transformación de las críticas sociales, este capitalismo ha interiorizado también las críticas “estéticas”, dando vida a una nueva fase creativa. El capitalismo se transforma camaleónicamente, alimentándose de todo lo que encuentra por el camino, como los antiguos imperios, que conquistaban a los pueblos enemigos y englobaban su cultura, su arte y su religión.
Una novedad principal de este espíritu es que ha adoptado, más o menos conscientemente, la metáfora vegetal y ha abandonado la animal. Las plantas, debido a su característica fundamental de estar enclavadas en la tierra, han desarrollado a lo largo de la evolución mecanismos para poder sobrevivir a los ataques de los animales y a los cambios del ambiente. De esta manera, logran sobrevivir incluso aunque se destruya el 80% de su cuerpo.
No tienen una organización jerárquica, se desarrollan en colonias, sin un centro del que dependa la vida del todo. En cambio, los organismos animales viven en base a órganos especializados y la muerte de un órgano vital comporta la muerte del organismo. Las empresas tradicionales, que se desarrollaban en altura y producían una fuerte división funcional del trabajo, se parecían a los animales y por consiguiente eran muy vulnerables cuando faltaba el “centro” (por ejemplo, el empresario). La organización vegetal y en red de las nuevas empresas logra adaptarse mejor a un ambiente cambiante, es más plana y más resistente a la sucesión de directivos y empresarios. Un paradigma muy atractivo y viral.
Por este motivo, entre otros, la cultura de la economía y de la empresa se está convirtiendo en la cultura de nuestra vida cívica. Cada vez hay más ámbitos no económicos que toman prestado el lenguaje del mercado. Ganadores y perdedores, meritocracia, eficiencia, velocidad… son ya términos de la escuela, la sanidad, la cultura y la política, e incluso están ya a las puertas de la Iglesia y las familias.
Estamos asistiendo a una progresiva y silenciosa ocupación del ámbito cívico por parte del económico, sin que opongamos ninguna resistencia cultural, entre otras cosas porque el léxico económico se presenta como una técnica, éticamente neutral y por consiguiente de aplicación universal. La capacidad de discernimiento moral de nuestro tiempo se ha ofuscado y los mejores intelectuales ya se mueven dentro de la cultura dominante y están tan envueltos de su líquido amniótico que no son capaces de verla y criticarla como a un “tú”. Mientras tanto los grandes flujos financieros dominan el mundo.
Hace falta una nueva fase crítica del capitalismo, pero no del capitalismo del siglo XX. Para ello antes hay que entenderlo, estudiarlo, penetrar en sus lógicas e incluso tratar de orientar su gran potencial a la solución de los grandes problemas. Nuestras ciudades siguen pobladas por demasiados pobres y la desigualdad va en aumento. No debemos quedarnos tranquilos.
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