Economía colaborativa

Economía colaborativa

Firmas – Más allá del mercado

de Luigino Bruni

Publicado en pdf Città Nuova n.12/2016 (104 KB) diciembre 2016

Sharing Economy ridNo es fácil entender lo que está ocurriendo realmente con el pujante fenómeno de la economía colaborativa o sharing economy. Entre otras cosas, porque esta expresión ampara experiencias muy variadas, a veces incluso demasiado variadas.

Empecemos con una premisa. Si vemos el proceso de desarrollo de la economía de mercado desde una perspectiva de largo plazo, observaremos que la economía colaborativa de hoy es una etapa coherente de la evolución de la relación entre mercado y sociedad. Desde el principio, el mercado creció en sinergia con el ámbito social. Hace un milenio, dos precedentes dieron paso a la economía de mercado en Europa: nuestros antepasados tomaron retazos de vida en común que hasta entonces estaban regidos por normas e instrumentos comunitarios y los pusieron bajo el control de la moneda, y después inventaron nuevas relaciones gracias a los nuevos instrumentos económicos y monetarios. Así, en lugar de seguir tejiendo la ropa para el autoconsumo, en casa o dentro del clan, comenzaron a venderla y comprarla en las plazas. Gracias al comercio de la seda y de las especias, se conocieron personas y pueblos que hasta entonces eran desconocidos, cuando no enemigos. La vía de la seda fue durante siglos un gran camino de colaboración que unió mercaderes y civilizaciones lejanas. La economía de mercado siempre ha vivido de estos lazos entre socialidad y contrato, entre bienes económicos y bienes relacionales, entre moneda y gratuidad. En los últimos dos siglos, los espacios sociales entrelazados con los mercados han crecido mucho, y hoy son verdaderamente muy pocos los lugares a los que no llega el intercambio monetario. El mercado cada vez se extiende más, poniendo precio a actividades que antes realizábamos gratuitamente e inventando continuamente nuevas relaciones de mutuo provecho para responder a nuestras necesidades y deseos.

Lo que ocurre hoy en el planeta de la economía colaborativa debe ser leído en el contexto de este largo camino de Occidente, y de Europa en particular. Si queremos intentar dar una definición sustancial de la economía colaborativa, podríamos decir que es aquella actividad que aúna, si bien en distintas dosis, tres características: a) el mercado convive con cierta dimensión de gratuidad (de tiempo, de energías, de dinero); b) los contratos están entrelazados con los bienes relacionales; c) el intercambio nace de un provecho mutuo explícito e intencionado. La novedad consiste en mantener juntas estas tres dimensiones, pues siempre han existido experiencias con una o dos de estas características. Si atendemos a las experiencias concretas, la primera dimensión (a) es la más difícil de encontrar en la práctica, porque cuando el mercado se junta con la gratuidad tiende a desplazarla, aunque no siempre y no necesariamente es así. 

En su conjunto, debemos estar muy contentos del desarrollo de la economía colaborativa, que está aumentando las ocasiones de encuentro y de reciprocidad en nuestro tiempo, y está haciendo crecer la biodiversidad de formas económicas y cívicas en la sociedad.

Sin embargo, este creciente desarrollo de la economía colaborativa produce también algunos efectos colaterales poco visibles. Pensemos, por ejemplo, en los llamados ‘home restaurant’. Son familias que ofrecen comidas a personas desconocidas a precios inferiores a los de los restaurantes. Si este fenómeno crece, es posible que llegue un día en que nadie nos invite a cenar si no aportamos algo. Aquellos que carecen de recursos económicos se verán muchas veces obligados a quedarse en su casa. Evidentemente estos fenómenos sólo se convierten en socialmente relevantes cuando superan ‘un punto crítico’. Pero, por desgracia, el punto crítico suele superarse sin tener conciencia de ello. Y una vez superado, lo dejamos a nuestras espaldas y ya no lo vemos. Pronto podríamos encontrarnos con que un amigo nos pidiera 20 euros por escucharnos una hora, haciéndonos un descuento del 50% sobre el precio habitual del recién nacido mercado de las escuchas de pago. Si eso ocurriera, habríamos olvidado la antigua verdad de que escuchar a un amigo tiene un valor infinito precisamente porque no tiene precio, porque es impagable.


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