por Luigino Bruni
publicado en missionline.org el 26/02/2009
Las culturas humanas han experimentado y conocido desde siempre que la líbido del eros y la líbido del dinero son dos fuerzas muy similares: son esenciales para la vida y para el crecimiento de las comunidades pero, si no son administradas y reguladas por instituciones adecuadas y fuertes, hacen que esas mismas comunidades se precipiten en el caos. Lo que vemos en este periodo, con esta grave crisis financiera, económica y moral, no son más que los frutos mortíferos de una economía y unas finanzas dejadas en poder de sus propios impulsos, sin regulación comunitaria y social. Está ocurriendo algo parecido a lo que ocurriría en una comunidad en la que toda la socialidad se jugara únicamente sobre el eros, sin ninguna referencia a la philia y al ágape, con sus instituciones típicas. La libido erótica y la del dinero son pasiones fuertes que hay que educar, administrar y – debemos recordarlo – controlar, viviendo la bellísima virtud de la prudencia individual y colectiva.
Después de esta premisa, quisiera detenerme en tres aspectos de esta crisis.
Primero: La crisis financiera actual está mostrando la radical fragilidad y vulnerabilidad del capitalismo de tercera generación. En el sistema económico tradicional (desde las ciudades medievales hasta la Europa moderna) una crisis como la actual no podría ni siquiera imaginarse. En aquellas economías el consumo se basaba y estaba ligado a la producción real. La renta de los individuos y de los países era un indicador muy importante, porque decía claramente y sin equívocos cuánto una familia y un país podían gastar e invertir. La renta era el límite natural del consumo y del ahorro. La renta no consumida se depositaba a menudo (cuando existían y eran seguros), en bancos donde, gracias al interés que el dinero generaba, el valor del capital no se deterioraba con el paso el tiempo. En aquel mundo, o capitalismo, las crisis económicas (como la del ’29) solo podían darse por una crisis de la economía real (sobre todo quiebras de empresas…), que producían desocupación, y por lo tanto una reducción de la renta real. Este sistema económico tradicional entró en crisis en el siglo XX, con el nacimiento del capitalismo financiero, que cambió radicalmente la naturaleza del sistema económico y de nuestras vidas. Este cambio produjo algunas cosas interesantes, pero a un costo muy alto, ya que dejó un sistema económico tremendamente frágil. John M. Keynes fue el economista que mejor comprendió y denunció proféticamente (en 1936), la naturaleza financiera del nuevo capitalismo y su fragilidad estructural. Un autor al que hoy deberíamos volver a leer y meditar profundamente. Las crisis como esta que estamos viviendo son por lo tanto la regla, no la excepción del capitalismo financiero, sobre todo hoy cuando la globalización amplifica los efectos de las crisis. La inestabilidad y la fragilidad son sólo la otra cara de un modelo de desarrollo que permite que cien dólares de renta real se conviertan en mil o más, sin ninguna relación entre ese dinero y el trabajo humano.
¿Tendremos que acostumbrarnos a las crisis como ésta o todavía más devastadoras? Temo que sí, al menos mientras este capitalismo no evolucione hacia algo distinto. En el corto plazo, sin embargo, sería necesario abrir una reflexión profunda sobre el capitalismo. Una reflexión no sólo económica y financiera, sino también política y cultural; una reflexión global y mundial que hoy está todavía "anclada" en los acuerdos de Bretton Woods de la posguerra. Keynes, que fue uno de los promotores de esos acuerdos, estaba convencido de que, dada la nueva naturaleza del capitalismo, era necesario un nuevo “pacto social”, con nuevas reglas y nuevas instituciones (económicas y políticas) para administrar esta nueva realidad. El FMI y el Banco Mundial son el resultado, muy parcial y en parte traicionado, de aquel pacto. En las últimas décadas algo se ha movido, y a finales de los años noventa en la conciencia cívica global estaba madurando la convicción de que había que regir y gobernar el capitalismo de una forma diferente y más atenta. La Tobin tax y el debate que surgió en torno a ella, desarrolló una función de catalizador de un proceso social que llegó a su culmen con el G8 de Génova en julio de 2001. Después, el 11 de septiembre distrajo durante años la atención de la sociedad civil internacional de los problemas de la nueva arquitectura del capitalismo financiero, para orientarla sobre los temas de seguridad y terrorismo. Hoy nos damos cuenta de que en estos siete años de "distracción" el proceso explotó (¡basta mirar los datos sobre el crecimiento del endeudamiento de la banca en este ultimo decenio!), y de improviso estamos tomando conciencia de que había otra "guerra" y otra "seguridad" no menos graves y urgentes que los controles de pasajeros en los aeropuertos, problemas que se ciernen como amenazas sobre la "post-economía de mercado" de todas las familias del globo. Esta crisis actual nos está diciendo dramáticamente que el "capitalismo financiero" requiere un nuevo Bretton Woods que diseñe la nueva arquitectura del capitalismo de tercera generación, si queremos que estas crisis no hagan implosionar el frágil sistema mundo. Esperemos que esta vez los nuevos acuerdos sean democráticos y que tengan en cuenta seriamente a África, Asia, y Sudamérica.
Y llegamos así al segundo punto. Con el advenimiento del capitalismo financiero, la naturaleza de la banca y las finanzas ha ido cambiando progresivamente. Cada vez más se han convertido en sujetos especuladores, cuyo objetivo principal es el beneficio (¡y cuanto más, mejor!), perdiendo así día a día la función social que la banca y las finanzas desde siempre habían desempeñado y desempeñan todavía hoy. Las instituciones bancarias y financieras son indispensables para la economía moderna. Como he tenido ocasión de decir también en el Osservatore Romano (28.9.08), la grave enfermedad del capitalismo contemporáneo es la progresiva transformación de los bancos de instituciones en especuladores. El especulador es un sujeto cuyo propósito es maximizar el beneficio. La actividad que desarrolla no tiene ningún valor intrínseco; es sólo un medio para el enriquecimiento de accionistas y ejecutivos. El economista Yunus, Nóbel de la paz, fundador del Grameen Bank, recuerda siempre que en la economía de mercado el acceso al crédito es un derecho fundamental del hombre, porque si no se satisface este derecho, las personas no logran realizar sus propios proyectos y salir de las muchas trampas de la miseria. Si esto es verdad, entonces la banca especuladora debe ser la excepción y no la regla en la economía de mercado, entre otras cosas porque los productos que la banca gestiona son siempre de alto riesgo, y, sobre todo, porque los capitales que ella arriesga son de las familias. Estoy convencido de que una reforma radical que debería surgir de esta crisis, es la transformación de los bancos en instituciones más cercanas a la empresa sin ánimo de lucro que a la empresa especuladora, puesto que la banca es una institución que tiene un vínculo de eficiencia y de economicidad, que debe salvaguardar los intereses de muchos sujetos. No es casualidad que, desde los Montes de Piedad de los franciscanos del siglo XV hasta los bancos cooperativos, la banca siempre se había concebido sin ánimo de lucro, precisamente porque los intereses que debía satisfacer eran muchos. Así pues, las quiebras de estos días nos enseñan que la banca es una institución de gran valor social y de gran responsabilidad, que no puede quedar abandonada al arriesgado juego de la búsqueda de ganancias.
Y finalmente el tercer aspecto. Detrás de esta crisis hay también una crisis moral, que tiene que ver también con nuestra relación con los bienes y nuestro estilo de vida. Endeudarse por encima de nuestras posibilidades reales de renta (en Estados Unidos y cada vez más en todo el mundo opulento), es una forma de doping similar al que tiene presos a los “jugadores de azar” de las finanzas. Endeudarse para el consumo es un acto de alto riesgo, porque mientras que endeudarse para invertir es algo sano y natural, en base a la hipótesis de que si la inversión es buena el valor agregado remunerará también el interés bancario, endeudarse para disfrutar de unas vacaciones exóticas o para tener una casa de lujo puede ser un acto similar al de Pinocho que, siguiendo los consejos del Gato y la Zorra, sembraba dinero esperando verlo un día crecer multiplicado en los árboles. Evidentemente, no quiero negar que, dentro de ciertos límites, el crédito al consumo de las familias pueda ser virtuoso para la economía y para el bien común. Pero es aún más cierto que los bancos que prestan demasiado y a las personas equivocadas son igual de incivilizados que los que prestan demasiado poco a las personas justas. Si los banqueros y los consultores financieros se comportan como el Gato y la Zorra, todos al final vivirán, al revés que en los cuentos, “infelices y descontentos”. Una última consideración. Hay un aspecto importante en toda esta "tempestad" que los medios nunca ponen de relieve. Aquellos que durante estos años han hecho inversiones éticas (en Banca Etica, por ejemplo, o también en muchos bancos cooperativos) hoy se encuentran con un resultado que es, al mismo tiempo, ético, económicamente rentable y muy seguro. Esta crisis está poniendo en tela de juicio el sistema de incentivos y está cambiando los valores en juego, incluso los puramente económicos. Como ha ocurrido muchas veces en la historia, un cambio climático puede determinar la extinción de grandes mamíferos y el desarrollo de organismos más pequeños y ágiles, que en el precedente clima se encontraban en desventaja. Si esta crisis, a pesar de su gravedad y del gran dolor que está causando (el dinero es importante cuando sirve para vivir), sirve para que surja un nuevo pacto social planetario por una economía más ética, amigable y abierta a la gratuidad, entonces habrá sido una “felix culpa”. Si en cambio nos limitamos a ver en nuestras cómodas casas los debates televisivos sobre la crisis, alternando las noticias sobre la caída de bancos con la espera de las colosales ganancias en la lotería, convencidos de que la culpa es solamente de los malos Gato y Zorra de Wall Street o de Piazza Affari, entonces dentro de algunos meses olvidaremos todo, y nos zambulliremos en el doping del consumo. Esperando la siguiente crisis.