Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n. 02/2009
Un día, poco antes de Navidad, me coincidieron dos compromisos en dos ciudades distintas, separadas por los Apeninos. Llego la víspera al aeropuerto de Fiumicino, me dirijo a la puerta de embarque y me siento tranquilamente a esperar. Cuando comienza el embarque me doy cuenta de que estaba esperando en la puerta equivocada y de que mi vuelo acaba de salir. Ya no tengo posibilidad de salir hacia Génova. El primer vuelo de la mañana siguiente sale demasiado tarde como para llegar a tiempo. ¿Qué hacer? Llamo a una amiga que tiene un amigo en el aeropuerto y consigo plaza para Milán. Desde allí, gracias a otros dos amigos, consigo llegar a Sestri Levante y finalmente, por la tarde, también a Cremona.
Antes de salir yo había organizado todo confiando en el mercado (aviones, taxi, trenes), pero un despiste hizo que toda mi organización fuese en vano. Si aquel sábado no hubiese tenido amigos, no habría podido atender mis compromisos. Hoy el mercado se presenta como un gran mecanismo de sustitución de la amistad. Gracias al mercado, en nuestra sociedad podemos obtener de los demás las cosas y los servicios que necesitamos sin que los demás sean nuestros amigos o nos quieran. Esta fue la gran intuición que inspiró la obra de los primeros economistas (sobre todo de Adam Smith) y su entusiasmo por la sociedad de mercado, que es una gran empresa cooperativa, que funciona (o parece funcionar) sin necesidad de amor recíproco.
En realidad –y mi aventura aérea es prueba de ello-, el mercado es un sustituto de la amistad para cosas que en definitiva son muy sencillas. Pero si la vida se nos complica un poco, en seguida nos damos cuenta de que una vida sin amigos no sólo no nos hace felices (esto ya lo sabemos), sino que tampoco funciona en los momentos importantes. Mientras seamos jóvenes y sanos, mientras dispongamos de bienestar y carezcamos de imprevistos, el mercado es un instrumento útil que hace que nos sintamos casi omnipotentes.
Pero en cuanto llega una enfermedad seria, o la vejez, o la pobreza, o… se pierde el último avión, redescubrimos la verdad que contiene esta hermosa frase de Aristóteles: Nadie quiere vivir sin amigos.
Sobre esto y sobre otras muchas cosas hemos hablado en Aosta, en unas Jornadas sobre Felicidad y Vida cívica. Entre otros participantes, la filósofa americana Martha Nussbaum nos ha recordado una verdad antigua pero muy actual: una vida feliz necesita bienes relacionales, amistad. Sin embargo, esta necesidad hace también que la vida sea frágil, porque nunca podemos saber si los amigos van a responder a nuestro amor o si nos van a dejar, a traicionar, a herir.
Esta tensión vital no tiene cura. La existencia solo florece plenamente si se convive con esta ambivalencia.