La Sabiduría se toca con la mano

La Sabiduría se toca con la mano

Profecía e historia / 7 – El mundo sigue lleno de mujeres en camino, que saben ver y comprender.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 14/07/2019

«Cuando Adán siente que la muerte se acerca, manda a su hijo Set al paraíso terrestre. Set recibe tres ramitas del Árbol de la Vida. Estas ramitas crecen en un árbol maravilloso que resiste el paso del tiempo hasta llegar a Salomón. Olvidado, acaba en el puente sobre el río Cedrón, donde se produce el encuentro entre Salomón y la reina de Saba. La reina predice que su madera está destinada a sostener un día al Mesías en el Gólgota»

Iacopo da Varazze, La leyenda dorada

La visita de la reina de Saba nos desvela la gramática del don y de la relación que tienen las mujeres con la sabiduría.

Si miramos con atención nuestra economía globalizada, descubriremos que las empresas y los mercados están llenos de don y de gratuidad. La economía es un trozo de vida y donde hay vida el don simplemente está presente, siempre mezclado con otros lenguajes. Tal vez no consigamos verlo o no sepamos contarlo, pero el don vive y nutre nuestra vida y nuestra economía cada día. El don acompaña nuestro día a día con su típica belleza y con su ambivalencia, que también está presente en los relatos de la vida de Salomón, que estuvo cuajada de intercambios mercantiles y de dones: «Salomón construyó los dos edificios, el templo y el palacio, durante veinte años, con la ayuda de Jirán, rey de Tiro, que le proporcionó madera de cedro y abeto y todo el oro que quiso. Al terminar, el rey Salomón dio a Jirán veinte villas en la provincia de Galilea» (1 Re 9,10-11). Por el texto ya sabíamos que Salomón, para construir el templo, se había puesto en contacto con Jirán, quien le proporcionó el material especial que necesitaba durante los años de la construcción. La obra duró muchos años y era muy compleja. No era fácil prever todos los costes, imprevistos e incidentes, por lo que era necesaria una relación especial con el proveedor principal, que en el lenguaje bíblico se define como “alianza” (5,26).

En toda alianza – comercial, matrimonial, política e incluso militar – a los elementos de condicionalidad y de intercambio típicamente comerciales (precios, pesos y medidas) se añaden otros registros relacionales, como el del don. Las mismas elecciones lingüísticas del autor nos revelan esta trama, cuando nos muestra la relación entre Jirán y Salomón, claramente marcada por el léxico mercantil y al mismo tiempo salpicada de las palabras típicas del don (“donar”, “dar”). Los contratos son demasiado frágiles como para sustentar nuestras alianzas. Hace falta una cuerda (fides) más fuerte, que solo puede nacer entrelazando los hilos de los contratos con los del don, y viceversa: la gratuidad por sí sola no es suficiente para mantener con vida nuestros pactos.

Junto con los dones, llegan puntuales también sus típicas ambivalencias: «Jirán salió de Tiro a visitar las poblaciones que le daba Salomón, pero no le gustaron, y protestó: “¿Vaya villas que me das, hermano?» (9,12-13). Salomón, en el intercambio con Jirán, le había prometido algunas poblaciones para corresponder a su don, pero evidentemente el contrato no era completo ni la información perfecta. A Jirán no le gusta el regalo. Protesta ante Salomón, que no responde. El episodio termina con la contrariedad de Jirán, sin réplica alguna por parte de Salomón. Con ello tal vez quiera decirnos que no todas las incomprensiones tienen final feliz, ni siquiera en la construcción del templo más bonito. La segunda parte de este capítulo nos sigue desvelando la gramática del don (y muchas cosas más), en uno de los episodios más conocidos de la Biblia: la visita de la reina de Saba. Este relato ha generado multitud de leyendas que han atravesado todo el Medievo europeo y árabe: «La reina de Saba oyó la fama de Salomón y fue a desafiarlo con enigmas. Llegó a Jerusalén con una gran caravana de camellos cargados de perfumes y oro en gran cantidad y piedras preciosas. Entró en el palacio de Salomón y le propuso todo lo que pensaba. Salomón resolvió todas sus consultas; no hubo una cuestión tan oscura que el rey no pudiera resolver» (10,1-3).

Una mujer, una reina, una extranjera, una pagana, visita a Salomón buscando su sabiduría. En el mundo antiguo, resolver enigmas era sinónimo de sabiduría. Los ingredientes son perfectos para suscitar, en el varón antiguo, fascinación y sospecha. Una reina o una “bruja” (según el Testamento de Salomón), una mujer con el pie peludo de cabra o sabia, Sibila o amante de Salomón, con quien tuvo un hijo (Menelik, el padre de los etíopes, según el Kebra Nagast). Distintas tradiciones han colmado los vacíos del relato: el nombre, el país, qué era antes, durante y después del encuentro con Salomón. Muchos nombres se han imaginado para ella: Makeba, Lilith, Upupa, Nicaula, Bilqis. Figura celebrada también en el Islam, aparece en el Corán (Sura 27), en muchas historias musulmanas y en los midrash hebreos. Reina de Saba: quizá Etiopía, quizá Yemen, quizá "reina de Etiopía y de Egipto" (Flavio Josefo). Probablemente de piel oscura, como la representan algunas pinturas medievales (Nicola di Verdun, 1181). Existe una línea que, pasando por el Cantar de los cantares ("negra soy pero hermosa": 1,5), une a la reina de Saba con la tradición de la Virgen negra de Monserrat, Czestochovwa o Einsiedeln. La Biblia solo nos habla de una mujer extranjera sin nombre que va a ver a Salomón para recibir la sabiduría, llevando regalos espléndidos. Un dato esencial y bellísimo enriquece la visión que la Biblia tiene de la mujer: aquí es reina, amante deseosa de sabiduría, generosa y desmesurada dispensadora de dones. Sale de su país atraída por la sabiduría, por otra sabiduría de otro Dios, pero también por la sabiduría de todos. Una vez más, se pone de manifiesto el alma universalista de la Biblia: si la sabiduría es verdadera, debe ser la sabiduría de todos. Ella se pone en camino para conocerla, y por tanto para encontrarla personalmente. Escuchar los relatos o leer un papiro no es suficiente, porque la sabiduría se desvela en los encuentros personales, en los diálogos de corazón a corazón. Con esta mujer extranjera, venida de lejos para honrar y conocer a un rey sabio (en la Edad Media algunos comentaristas vieron en ella incluso en icono y el anuncio de los Reyes Magos), Salomón tuvo un entendimiento especial: “no hubo una cuestión tan oscura que el rey no pudiera resolver”. Los libros de los Reyes no nos hablan de un entendimiento así de profundo con ningún otro hombre, ni rey ni profeta.

Las mujeres son capaces de tener una intimidad especial con la sabiduría, que por lo general a muchos hombres les resulta misteriosa. En la Edad Media, los hombres incluso quisieron sustituir esa intimidad sapiencial imaginando otra romántica y erótica. La historia de la espiritualidad y de la mística femenina nos habla de muchas mujeres parecidas a la reina de Saba, capaces de realizar un largo viaje (que a veces coincide con la vida) atraídas únicamente por la sabiduría, seducidas por la fascinación infinita de un diálogo cara a cara con ella, para conocer a un rey distinto, estar con él y hablarle de “todo lo que pensaba”. También hoy los monasterios, los conventos e incluso las familias y las casas están llenas de mujeres capaces de ponerse en camino para encontrar esta sabiduría y estos diálogos. Nosotros no nos damos cuenta, no las comprendemos, a veces las humillamos y ofendemos, pero ellas siguen saliendo, encontrando, dialogando. «Cuando la reina de Saba vio la sabiduría de Salomón, la casa que había construido, los manjares de su mesa, toda la corte sentada a la mesa, los camareros con sus uniformes sirviendo… se quedó asombrada» (10,4-5).

Es importante la descripción de las cosas que llamaron la atención de la reina. Además de la sabiduría, ella vio “los manjares” de su mesa, “la corte sentada” ordenadamente alrededor de la mesa, “los camareros con sus uniformes sirviendo”. La forma de sentarse, de servir y de vestir: es la primera vez que en los libros históricos de la Biblia leemos estos elementos de detalle. Hacía falta una mujer para apreciarlos. Son notas delicadas, que en general los jefes de estado en visita oficial no ven, y se equivocan; porque estos detalles que no se les escapan a muchos ojos femeninos son los que expresan la sabiduría de una comunidad. Los relatos de los viajes que hacen las mujeres son distintos. Ayer igual que hoy, y esperemos que igual que mañana.

«Dijo al rey: ¡Es verdad lo que me contaron en mi país de ti y tu sabiduría! Yo no quería creerlo; pero ahora que he venido y lo veo con mis propios ojos, resulta que no me habían dicho ni la mitad… ¡Dichosas tus mujeres y dichosos los cortesanos que están siempre en tu presencia aprendiendo de tu sabiduría!» (10,6-8).

Las mujeres tienen su propia forma de “tocar para creer”, y tocando ven el doble (“no me habían dicho ni la mitad”). Pero su tocar no es como el de Tomás. Su fe no necesita tocar para creer (el relato evangélico es típico de los varones); las mujeres que no estaban presentes en la casa cuando apareció el Resucitado no necesitaron meter en dedo en la llaga para creer. Las mujeres no necesitan tocar las heridas para creer, saben creer incluso sin tocar y sin ver. Pero la sabiduría deben tocarla con la mano, deben encontrarla. Oír hablar de ella no basta para conocerla. Es necesario ir, ver, oír, hablar y escuchar el propio nombre: “María”, y después responder: "Rabbuni"; conocerse y reconocerse en este encuentro de nombres recíprocamente llamados. Es muy hermosa la conclusión de esta visita admirable: «La reina regaló al rey cuatro mil kilos de oro, gran cantidad de perfumes y piedras preciosas. Nunca llegaron tantos perfumes como los que la reina de Saba regaló al rey Salomón» (10,10). La reina llegó con muchos regalos, una cantidad exagerada. Y se fue con otros tantos regalos: «El rey Salomón regaló a la reina de Saba todo lo que a ella se le antojó, aparte de lo que el mismo rey Salomón, con su esplendidez, le regaló» (10,13).

Ante la sabiduría no cabe otro lenguaje. La Sabiduría solo nace y florece dentro de encuentros de dones excedentes y exagerados. Cuando nos encontramos con la sabiduría, si no damos demasiado, no damos lo suficiente. Por eso, cuando muchos descubren la sabiduría solo pueden entregarle la vida entera. Cuando se marcha Makeba-Lilith-Upupa-Nicaula-Bilqis, con ella se van sus perfumes. Pero podemos volver a olerlos en los que otra mujer derramó, como don excedente y excesivo, sobre los pies de otro Rey; en los aromas que otras mujeres usaron para ungir el cuerpo del crucificado; o en el aceite que un hombre usó en el camino de Jericó para ungir a otro hombre. ¿Quién sabe cuántas reinas de Saba estarán hoy cruzando desiertos y mares, cargadas con otros dones y otros perfumes para nosotros? Pero no tenemos la sabiduría de Salomón para acogerlas.


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