Profecía e historia / 25 – Es de auténtica justicia impedir que el pasado mate el futuro
Luigino Bruni
Original italiano publicado en Avvenire el 24/11/2019
«En tiempos de Ezequías, la serpiente de bronce ya no curaba; es más: hacía daño. Eso es lo que puede ocurrir con los valores del pasado, porque Dios no da garantía alguna a las cosas de las que ha querido servirse en algún momento».
Paolo De Benedetti, Ezechia e il serpente di bronzo.
El arte de toda reforma está en saber qué elementos de los orígenes hay que salvar y cuáles hay que destruir, como hizo el rey Ezequías con el arca y con la serpiente de bronce.
El pasado, los orígenes, las raíces de una historia y de una vida, a menudo son recursos esenciales para saber cómo y por dónde continuar en el presente esa historia y esa vida. Pero a veces, en algunas fases raras y cruciales de las comunidades e instituciones, la referencia a los orígenes puede convertirse en una trampa mortal. Necesitamos discernir los espíritus del pasado a la luz de la experiencia presente, como ocurre a veces en las familias, cuando el sentido de un acontecimiento doloroso vivido por el abuelo se revela, tres generaciones después, en la historia luminosa de un nieto. El pasado está vivo y es vivificante si sabe cambiar, morir y resucitar en el presente. En los acontecimientos humanos, a veces son los frutos los que regeneran las raíces. Por ejemplo, durante los procesos de reforma de las comunidades, instituciones y organizaciones, el origen de una tradición, una regla o un principio no es suficiente para entender su sentido presente y futuro. Hay que mirar al hoy, al uso corriente que se hace de ellos. Cuando en las comunidades y en las instituciones se necesita una reforma ética, hay que saber reconocer qué tradiciones de los orígenes hay que conservar y cuáles hay que olvidar.
El Reino del Norte ha sido conquistado por los asirios. La superpotencia es ahora una amenaza para el Reino del Sur, Judá, y su capital Jerusalén. Mientras tanto, ha ascendido al trono Ezequías: «Hizo lo que el Señor aprueba, igual que su antepasado David» (2 Re 18,3). Finalmente, tras una larga serie de reyes más o menos corruptos e idólatras, llega un rey justo. Su rectitud se manifiesta en la lucha idolátrica y en la afirmación del mono-culto a YHWH, un tema muy querido por el autor de estos libros históricos. «Suprimió las ermitas de los altozanos, destrozó los cipos, rompió las estelas» (18,4). Destruye las ermitas de los altozanos, es decir los altares dedicados a los dioses extranjeros ubicados en lugares altos (las tristemente célebres bamot, odiadas por todos los profetas), que sus predecesores, incluso los mejores, no habían conseguido eliminar, evidentemente porque a la gente le gustaban y los frecuentaba (a los pueblos del Mediterráneo y del Medio Oriente siempre les han gustado los altares, también ahora). Junto con los altares elimina las estelas rituales (massebot) y los cipos sagrados (asere), símbolos de fertilidad asociados a la divinidad femenina Asera/Istar/Astarté, diosa muy venerada y popular en la zona. Sin embargo, el elemento más original de la reforma religiosa de Ezequías es otro: «Trituró la serpiente de bronce que había hecho Moisés» (18,4). El celo religioso de este rey le lleva a destruir una reliquia, un objeto sagrado que se remonta nada menos que hasta Moisés, el icono de la Ley y de la Alianza con YHWH. Posiblemente no haya otro nombre mejor que el de Moisés para evocar sobre la tierra el nombre de YHWH; ningún otro nombre es, como él, símbolo de pureza cultural, de lucha anti-idolátrica (el becerro de oro) y del Dios único, verdadero y distinto. Entonces ¿por qué Ezequías destruye un objeto-documento que evoca directamente la memoria de Moisés y además está relacionado con un episodio importante del Éxodo, que forma parte de la tradición y de la historia de la liberación de Egipto?
La serpiente de bronce hace su aparición durante una crisis de fe del pueblo, que empieza a murmurar y a añorar la buena comida de la esclavitud. Dios les castiga («El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas»). El pueblo pide a Moisés que interceda para obtener el perdón. Moisés lo hace y «el Señor le responde: Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla … Cuando una serpiente mordía a uno, si éste miraba a la serpiente de bronce quedaba sano» (Números 21,6-9). Así pues, Moisés construye la serpiente de bronce obedeciendo una palabra concreta de Dios. La serpiente es “sacramento” de una teofanía y memoria de una etapa importante en la historia de la salvación. Este episodio permanece vivo durante siglos en la tradición hebrea y lo encontramos incluso en el Nuevo Testamento, como una imagen del crucificado: «Como Moisés en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado el Hijo del hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna» (Juan 3,14-15). Y sin embargo Ezequías, rey justo y fiel, decide destruir la serpiente de Moisés, extendiendo su “destrucción creadora” de ídolos a ese objeto bendito, recuerdo y memoria de un episodio de una historia bendita, construido por el profeta más grande y plasmado con sus manos santas. Podemos imaginar el amor y la veneración que sentiría el pueblo hacia ese objeto, cuántas oraciones recitaría la gente sencilla a sus pies en busca de ayuda y de gracias. En efecto, el texto añade: «Los israelitas seguían todavía quemándole incienso; la llamaban Nejustán» (18,4). Es precisamente esa veneración, el hecho de quemarle incienso y darle un nombre, lo que explica su eliminación por parte de Ezequías. Cuando a un objeto se le quema incienso y, sobre todo, cuando se le da un nombre, el objeto deja de ser un símbolo, un memorial, un icono, para convertirse en un ídolo. Con el paso del tiempo, la serpiente de bronce aleja de su significado original y su uso se convierte, de hecho, en idolátrico.
En el origen mismo de la serpiente pueden verse elementos arcaicos, limítrofes con las prácticas chamánicas y mágicas. Curar – o intentar curar – un mal utilizando como medium la imagen del mismo mal (el mordisco de la serpiente con la visión de la serpiente) es una expresión de una técnica mágica muy antigua, llamada homeopática (lo parecido se cura con lo parecido). Así pues, la serpiente tiene un origen complicado y en parte híbrido, tal vez aprendido en Egipto, donde estaba muy extendida la práctica de la magia y la adivinación. Sabemos que en la historia antigua de Israel los profetas (Samuel, Ezequiel) seguían conservando restos del profetismo arcaico; la novedad de la profecía bíblica se mezclaba con las prácticas de los adivinos y de los arúspices cananeos, asirios y babilónicos. Por consiguiente, este objeto de Moisés, la serpiente, con el paso del tiempo había sufrido una evolución, y había pasado de ser una reliquia de la liberación, el Sinaí y el Éxodo, a tener vida propia. El vínculo con Moisés, fuerte al principio, había dejado paso a la contaminación con los cultos cananeos. Cuando en el siglo VIII llega Ezequías, la transmutación en ídolo ya se había completado. Este rey fue grande porque tuvo el valor de asociar la serpiente de Moisés con las estelas de Astarté y los altares de los demás dioses paganos. En su pueblo ciertamente encontraría resistencias fuertes, pero si el texto ha querido dejar huella de ese dato incómodo para los redactores (un rey que destruye una reliquia de Moisés) es porque este episodio esconde algo importante para la economía de la historia bíblica, y para nuestra “economía”.
Moisés también había mandado construir el Arca de la Alianza, que en tiempos de Ezequías todavía se guardaba en el templo de Jerusalén. La serpiente de Moisés fue destruida, pero el arca no. Podemos deducir que el arca había mantenido su significado y su uso iniciales, y seguía siendo memoria y sacramento de la Alianza. Según la tradición, contenía las Tablas de la Ley, pero este objeto, a diferencia de la serpiente, no se había convertido en un ídolo. Por tanto, en la reforma religiosa de Ezequías, el arca debía ser conservada para mantener viva la memoria. El arca era un símbolo capaz de hablar de las cosas apropiadas, que unía (sym-ballo) correctamente el presente y el pasado; era una señal que indicaba el camino recto en un tiempo de grandes cambios éticos y espirituales. La serpiente no. Aunque su origen fuera el mismo, su presente no lograba asociarse a un rostro bueno del pasado. En el siglo VIII, el Moisés de la serpiente era distinto del Moisés del arca. Ezequías tuvo suficiente sabiduría e inteligencia para comprenderlo. Estamos ante un acto fundamental, que puede decir muchas cosas en los momentos de reforma y de renovación de las comunidades. En estas fases cruciales, todo depende de saber distinguir la serpiente del arca. Es una operación muy difícil, porque tanto el arca que hay que conservar como la serpiente que hay que destruir han sido creadas por el mismo Moisés; sus orígenes están escritos en los mismos libros sagrados, ambos forman parte de la historia y de las palabras de los profetas. Las comunidades comienzan un lento pero inexorable declive cuando se apegan al origen y no miran al significado corriente de sus propias realidades y personas. No hay que salvar una tradición solo porque haya sido creada por el fundador o por un profeta. Si el origen es óptimo pero el uso se ha convertido en perverso, la única reforma posible pasa por tener el valor de destruir esas tradiciones, objetos, reglas y valores de origen santo, y apartar a las personas que en el origen eran buenas pero después se han perdido por el camino.
La historia de las comunidades y movimientos nos muestra, a este respecto, escenarios generalmente sombríos. Los casos más frecuentes son aquellos en los cuales, absolutizando el origen, las comunidades conservan tanto el arca como la serpiente, y de este modo, con el tiempo, la serpiente devora el arca. Este final es muy frecuente, porque el origen de la serpiente se ha conservado, junto con el arca, en la historia íntima de las comunidades, y su destrucción es interpretada por la mayoría como una traición a la herencia recibida. Probablemente cuando Ezequías comunicó su decisión de destruir la serpiente, no pocos escribas y doctores le recordarían y le leerían el pasaje de las escrituras que narra el milagro de Moisés en el desierto. El rey fue justo porque impidió que el pasado matara el futuro. Sin embargo, otras veces se destruye tanto la serpiente como el arca. Se advierte el peligro de la idolatría, pero no sabiendo o no pudiendo establecer una distinción, se destruye todo el pasado. De este modo, se pierde el contacto con el origen bueno (el arca) y se entra en una muerte lenta, como la de una planta sin raíces. Pero la muerte más infeliz es la que se produce cuando las comunidades, en las reformas, conservan la serpiente y destruyen el arca. En este caso, la muerte se produce mientras se cree seguir con vida, porque la comunidad no se extingue, sino que se transforma en una comunidad de adoradores de la serpiente Nejustán, que cree, a menudo de buena fe, que sigue adorando al mismo Dios de los orígenes. La Biblia, cuando nos narra la historia de Ezequías, nos dice que otro final es posible: salvar el carca y destruir la serpiente. Este es el arte más valioso en todo proceso de reforma, el talento crucial de todo verdadero reformador. Ezequías fue un rey muy amado: «Puso su confianza en el Señor, Dios de Israel, y no tuvo comparación con ninguno de los reyes que hubo en Judá, antes o después de él … Cumplió los mandamientos que el Señor había dado a Moisés» (2 Re 18,5-7). “Cumplió los mandamientos dados a Moisés”, entre otras cosas, porque tuvo la fuerza de destruir su serpiente de bronce mientras conservaba su arca.
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