Profecía e historia/16 - Una segunda pregunta, a veces, conduce a la respuesta correcta y desatendida.
Luigino Bruni.
Original italiano publicado en Avvenire el 22/09/2019
«El nombre de Elías como ángel es Sandalfón, uno de los más grandes y terribles, cuya tarea consiste en tejer para el Señor coronas de oraciones y en ofrecer sacrificios en el santuario invisible, dado que el Templo solo ha sido destruido en apariencia, pero sigue existiendo».
Louis Ginzberg, Las leyendas de los judíos, VI
La distinción entre verdadera y falsa profecía recorre la Biblia entera. Este relato añade nuevos elementos a la comprensión de la función de los profetas de ayer y de hoy.
La profecía bíblica, aun siendo única, nos ofrece un paradigma para comprender mejor algunos fenómenos decisivos de nuestras sociedades y comunidades. Las formas, los modos y las palabras han cambiado pero hoy los profetas falsos siguen siendo legión. También hay profetas verdaderos que dicen tonterías de buena fe, y profetas honestos que suelen decir palabras verdaderas, aunque no siempre. Sobre todo, hay poderosos que reconocen las palabras verdaderas de los profetas, pero no las escuchan. Y mueren. «Pasaron tres años sin que hubiera guerra entre Siria e Israel. Pero al tercer año, Josafat, rey de Judá, fue a visitar al rey de Israel, y este … preguntó a Josafat: ¿Quieres venir conmigo a la guerra contra Ramot de Galaad? Josafat le contestó: Tú y yo, tu ejército y el mío, tu caballería y la mía, somos uno» (1 Re 22,1-4). Tras el paréntesis (maravilloso) de la viña de Nabot, volvemos al contexto bélico que se inició en el capítulo 20. Josafat, rey de Judá, realiza un viaje político al Norte. Ajab le propone que le acompañe en una guerra para reconquistar los territorios ocupados por los arameos (Ramot de Galaad). Josafat acepta, pero pide a Ajab que consulte antes a los profetas (22,5). Consultar a Dios antes de emprender una campaña militar era una práctica muy frecuente en el mundo antiguo. En ese momento, Israel se encuentra todavía en una zona limítrofe entre el chamanismo arcaico y el profetismo más maduro de los siglos posteriores: «El rey de Israel reunió a los profetas, unos cuatrocientos hombres, y les preguntó: ¿Puedo atacar a Ramot de Galaad o lo dejo? Respondieron: Vete. El Señor se lo entrega al rey» (22,6).
Cuatrocientos profetas de YHWH. Es una cantidad considerable, que recuerda al número de los profetas de Baal (450) degollados por Elías en el monte Carmelo. En la Biblia, los reyes y los poderosos no tienen una relación fácil con los profetas. Necesitan a los verdaderos profetas, pero les temen porque son libres e imprevisibles. La respuesta de los profetas es enteramente favorable a la participación en la guerra: 100% de apoyos. Pero al humanismo bíblico no le gusta la unanimidad. La falta de contraposición no es buena señal, porque Dios habla en la diversidad y en la sinfonía de voces. La monotonía en este tipo de acuerdos casi siempre es señal de un embrollo. Esta unanimidad hace sospechar también a Josafat, que evidentemente tiene más experiencia de la vida y de Dios, y pide otra prueba: «Josafat preguntó: ¿No queda por ahí algún profeta del Señor para consultarle?» (22,7). Ajab responde a Josafat: «Queda todavía uno: Miqueas, hijo de Yimlá … pero yo lo aborrezco, porque no me profetiza cosas buenas, sino desgracias» (22,8). Ajab aborrece a Miqueas. Los reyes detestan a los profetas de desventura (de su desventura) aunque sepan que se trata de profetas verdaderos y honestos. Encontramos aquí un eco de Jeremías, que compartirá la misma suerte de Miqueas. Josafat consigue que Miqueas sea llamado a la corte. El diálogo entre el eunuco y Miqueas es interesante: «El mensajero que había ido a llamar a Miqueas le dijo: … A ver si tu oráculo es como el de ellos y anuncia la victoria. Miqueas replicó: ¡Vive el Señor!, diré lo que el Señor me manda» (22,13-14). Al igual que a muchos colaboradores aduladores, al funcionario no le interesa la verdad; solo quiere hacer lo que le manda su jefe. Se trata de una escena muy común, que en relato sirve para explicitar que Miqueas es un profeta verdadero.
Pero aquí está el primer golpe de efecto: Miqueas, cuya fama de profeta de desventura ya conocemos, nos sorprende: «Cuando Miqueas se presentó al rey, este le preguntó: Miqueas, ¿podemos atacar a Ramot de Galaad o lo dejamos? Miqueas le respondió: Id, triunfaréis. El Señor se lo entrega al rey» (22,15). Miqueas le da la misma respuesta que los cuatrocientos profetas, no rompe la unanimidad. Segundo golpe de efecto: Ajab, en lugar de exultar ante la que puede ser la primera profecía “de bien” pronunciada por Miqueas, exclama: «¿Cuántas veces tendré que tomarte juramento de que me dices solo la verdad en nombre del Señor?» (22,16). Es una pregunta extraña e importante. Ajab da muestras de una rara honestidad. Intuye que la palabra de Miqueas no es verdadera, aunque le resulte cómoda. Como veremos, hay poderosos que, aunque no escuchen a los profetas verdaderos, saben reconocer cuándo dicen la verdad. Muchos jefes tienen un olfato especial o un “carisma” de discernimiento, un don que les permite hacer carrera y les hace fascinantes. Este talento de discernimiento de los espíritus muchas veces les permite entender rápidamente a las personas que tienen delante y distinguir a los verdaderos profetas de los falsos. Pero la Biblia nos dice que no basta el talento natural para poner en práctica el contenido de estas palabras verdaderas. Uno de los “pecados” más comunes de las personas con grandes dotes consiste en no seguir la verdad que reconocen. Tal vez sean estos los misteriosos “pecados contra el espíritu” de los que habla el Evangelio. Al mismo tiempo, esta intuición natural puede paradójicamente ayudar al profeta verdadero.
Efectivamente, ante la objeción de Ajab, Miqueas cambia su respuesta y dice la verdad: «Miqueas dijo: Estoy viendo a Israel desparramado por los montes, como ovejas sin pastor» (22,17). Es una clara profecía de paz, contraria a la de los cuatrocientos profetas. No sabemos por qué respondió Miqueas con una mentira a la primera pregunta de Ajab. A lo mejor no creía que Ajab le escucharía y se sentía desmoralizado por ironía o por miedo. Pero la Biblia aquí nos quiere sugerir algo mucho más general e importante para la vida de las organizaciones y comunidades. No nos dice solo que incluso un rey malvado puede hacer una pregunta buena, ni solo que incluso un rey infiel puede ayudar a un profeta a ser fiel a su verdad. Nos dice mucho más. Nos sugiere que si un responsable, en momentos de crisis y de decisiones difíciles, quiere comprender cuál es la decisión correcta, debe desconfiar del consenso unánime y seguir buscando. Si todos están de acuerdo, debe sentirse inquieto y buscar un Miqueas a su alrededor. Después, si por intuición sabe que tiene ante sí un profeta verdadero, no debe conformarse con la primera respuesta, sobre todo si se parece a la de todos los demás, porque puede tratarse de una respuesta falsa de un profeta verdadero. Debe aprender a repetir las preguntas, aun cuando “deteste” a la persona y su respuesta. En estas cosas, repetita iuvant. Jesús tuvo que preguntar tres veces a Pedro si le amaba para obtener una de las respuestas más hermosas acerca de la amistad. Y si esta pregunta doble ha sabido hacerla un rey malvado, también nosotros podemos hacerla.
Entonces Miqueas sigue con su profecía y nos regala un tercer golpe de efecto: «Vi al Señor sentado en su trono. Todo el ejército celeste estaba en pie junto a él, a derecha e izquierda, y el Señor preguntó: ¿Quién podrá engañar a Ajab para que vaya y muera en Ramot de Galaad? Unos proponían una cosa y otros otra. Hasta que se adelantó un espíritu y, puesto en pie ante el Señor, dijo: Yo lo engañaré … Iré y me transformaré en oráculo falso en la boca de todos los profetas» (22,19-23). Miqueas desvela al rey una cosa sorprendente, que nos recuerda la apuesta entre Dios y el “satán” en el prólogo del libro de Job. Los cuatrocientos profetas no son falsos, solo han sido engañados, y quien les ha engañado ha sido uno de los “espíritus” de Dios. ¡Magnífico! Es la primera vez en la Biblia que encontramos profetas engañados por el mismo Dios. El Dios bíblico es complicado. Un espíritu de su corte le pide permiso para engañar a cuatrocientos profetas. Según estos textos arcaicos, dentro del Dios verdadero habitan también espíritu malvados y engañadores. YHWH es más grande que sus espíritus buenos y honestos, que lucharán con Jacob en un vado nocturno, intentarán que Moisés muera al bajar del Sinaí y clavarán a un Hijo en una cruz (“Dios mío, ¿por qué…?”). El Dios bíblico induce a la tentación, ¡y de qué manera! Este episodio nos sigue desvelando nuevos pasajes de la gramática de la profecía. No hay solo dos categorías: verdaderos y falsos. Sabíamos que existen falsos profetas que saben que son falsos y dicen falsedades, y que existen profetas verdaderos que solo dicen verdades. Ahora descubrimos que también existen profetas verdaderos que dicen intencionadamente falsedades (el primero, Miqueas) y otros profetas verdaderos que dicen de buena fe falsedades porque han sido engañados por el mismo Dios. ¡Qué difícil es reconocer a los profetas!
Ajab reconoce a un profeta verdadero, dialoga con él, le ayuda a ser honesto, pero al final no le escucha: «El rey de Israel y Josafat de Judá fueron contra Ramot de Galaad» (22,29). Sabe que la palabra de Miqueas es verdadera, sabe que Dios ha dispuesto que la guerra se perderá. Pero a pesar de todo eso Ajab marcha a la guerra. Ni siquiera la visión del cielo abierto es capaz de convertir a Ajab. Esta desobediencia de Ajab es misteriosa y tremenda porque nos recuerda demasiado de cerca a las nuestras. Sabemos, porque una palabra verdadera nos lo dice, que la acción que estamos comenzando no es la que deberíamos realizar. Pero nosotros tomamos el camino equivocado sabiendo que es equivocado. Sabemos que deberíamos quedarnos en casa y sin embargo nos vamos. Acabamos cuidando cerdos sin levantarnos para volver a casa. Ajab murió en la batalla (22,35). Pero, a pesar de su fracaso, el valor de esa doble pregunta permanece. La Biblia es grande, entre otras cosas, porque sabe darnos palabras de vida engarzadas dentro de palabras de muerte. Antes de morir, Ajab, con esa pregunta tenaz, escribe una línea de luz en su testamento, y nos deja un trozo de verdad en un mar de mentira (¿y si la salvación estuviera en una sola línea verdadera escrita en nuestra vida?).
Esa palabra verdadera le cuesta a Miqueas una bofetada de su “colega” Sedecías, uno de los cuatrocientos, y la cárcel (22,24-27). Como a Jeremías, como a muchos de sus hermanos de ayer, hoy y siempre. Como a Elías, otro profeta solo contra una multitud. Ahora también la palabra verdadera triunfa, aunque Miqueas “muera”. La Biblia deja a Miqueas en la cárcel, le olvida ahí. Tras este diálogo, Miqueas sale de la escena para siempre. Pero un redactor posterior ha querido despedirse de él poniendo en su boca las mismas palabras pronunciadas siglos después por otro Miqueas, el último de los profetas bíblicos. Nosotros también queremos despedirle con estas estupendas palabras: «¡Escuchad, pueblos todos!» (22,19). Escuchemos todos a Miqueas, no olvidemos a tantos profetas verdaderos que son abofeteados y encarcelados solo por ser fieles a una palabra verdadera e incómoda.