Preguntas desnudas

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Preguntas desnudas/2 – Vanidad en hebreo es «habel»: soplo. Lo que nosotros somos.

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 08/11/2015

Logo QoheletCuando el rey Salomón se sentó en el trono de su realeza, su corazón se enorgulleció al disftutar de su riqueza. La cólera del Señor cayó sobre él. Le quitó el anillo del dedo para que fuera vagabundo y errante por el mundo. Él iba por las ciudades de la tierra de Israel llorando y suplicando.Decía: ‘yo soy Qohélet’, pues su anterior nombre era Salomón.

Targum, Qo 1,12

Toda sabiduría no engañosa es un coro de voces diversas. Una sola voz, por sublime que sea, no es suficiente para expresr la polifonía de la vida.También la sabiduría bíblica es plural, sinfónica, variopinta. 

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Vive de tradiciones diferentes, donde cada una desarrolla una nota única, que sólo puede resonar junto a otras. Si falta una nota, la música se empobrece y se convierte en otra cosa; pierde armonía, belleza y profundidad. Sólo la ideología es monótona, singular, monocolor. El trabajo más difícil, pero esencial, de los que se acercan al texto bíblico con honradez para dejarse tocar y contaminar por él, consiste en mantener juntos el Cantar y Job, Daniel y Qohélet.

Qohélet, con su originalidad y su disonancia, piensa y vive dentro del humanismo bíblico. Es su heredero y continuador. El comienzo del libro dice ya muchas cosas: «Palabras de Qohélet, hijo de David, rey en Jerusalén» (1,1). Qohélet, tal vez un nombre coletivo, pone sus palabras bajo las alas del icono bíblico de la sabiduría: Salomón («hijo de David»). Dice que va a hablar sobre la sabiduría en nombre del rey más sabio de todos. Si este libro ha permanecido dentro del canon hebreo y cristiano es porque los antiguos escribas y rabinos creyeron a su autor, escucharon dentro de aquel canto distinto la sabiduría y la verdad bíblicas.

Salomón y Jerusalén, elegidas como primeras palabras, forman las coordenadas geográficas y culturales del discurso de Qohélet. Estamos dentro de la historia bíblica, en la ciudad santa. En todo texto bíblico el hombre es el adam, y la tierra, el sol, el mar, los ríos, son los de Génesis 1. También para Qohélet, aunque no lo diga porque en su mundo no era necesario decirlo. Pero nosotros debemos saberlo cuando comenzamos a leerlo.

La lectura generativa de cada página de la Biblia es siempre y quizá solamente la primera. El recuerdo debe ir desde el final hasta el principio, no viceversa. Para esperar que esas palabras nos hablen, debemos escucharlas como si fuera la primera vez. Empezando por las más famosas: «Vanidad de vanidades, dice Qohélet, vanidad de vanidades, todo vanidad» (1,1-2).

Nuevos intérpretes del Qohélet siguen proponiendo nuevas traducciones de aquel antiguo y temendo habel habalim, hakkol habel: Vanidad de vanidades, todo vanidad. El otro cantar de los cantares.

Todo es habel: todo es humo, soplo, viento, vapor, desperdicio, absurdo, vacío, nada. Humo de humos, viento de vientos, soplo de soplos, desperdicio de desperdicios, absurdo de absurdos, todo no es más que una infinita nada. Pero para el oyente antiguo del libro del Qohélet, ese habel, antes que cualquier otro significado, sugería un nombre: Abel, la víctima a manos de Caín, el joven muerto en los campos en la primera noche oscura del mundo, cuando la sangre del primer hermano regó el suelo por primera vez.
Abel, cuya vida fue breve, efímera, frágil, inocente y vulnerable, como un soplo y una herida mortal. “Todo es Abel” canta Qohélet. Bajo el sol, la tierra está poblada de infinitos Abel. El mundo está lleno de víctimas, de sangre inocente derramada, de fraternidad transformada en fratricidio. La condición humana es efímera como lo fue la vida de Abel. Es soplo de viento (ruah), y seguiremos vivos mientras ese soplo invisible y delicado esté vivo. El adam de Qohélet no es Caín, sino Abel. Antes de ser pecador, el hombre es un ser efímero y frágil, sujeto a la muerte y a la caducidad.

En este horizonte de fragilidad, que abraza todas las cosas “bajo el sol”, Qohélet ve también el trabajo humano y su beneficio: «¿Qué beneficio saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?» (1,3). El trabajo (amal) se ve como fatiga, esfuerzo y dolor. ¿Y qué era el trabajo en el Cercano Oriente de hace veintrés siglos sino cansancio y dolor? La primera imagen de los trabajadores que le venía a la mente al lector bíblico era la de los constructores de ladrillos esclavos en Egipto. ¿Y qué es el trabajo verdadero también hoy para la inmensa mayoría de las personas sino, sobre todo, cansancio, esfuerzo y generación de vida a través del dolor? El resto es casi siempre romanticismo y retórica de los que no trabajan y observan el trabajo de los otros desde demasiado lejos.

La palabra que Qohélet pone entre habel y adam es yitron: beneficio. El beneficio es la primera palabra cultural del libro, expresión perfecta de la religión que prometía y promete superar con el éxito económico lo efímero de la condición humana. Estos primeros versos no son una moral sobre los beneficios y sobre la economía. Al elegir beneficio como primera palabra humana, Qohélet nos quiere decir algo importante. Yitron era un término del lenguaje económico de la nueva religión de los comercios y las ganancias fáciles. Para expresar la vanidad de la vida y del trabajo, Qohélet podía haber tomado una palabra del vocabulario moral y teológico. En cambio la toma del comercial, para decirnos que existe un vínculo muy estrecho entre la vanitas y la economía, y para mandar así un mensaje claro a su cultura que, casi como la nuestra, veía en el beneficio y en el dinero la primera cura de la vanidad, la primera seguridad ante la incertidumbre de la vida, la primera señal con la que Dios bendice la vida no vana del justo. La primera vanidad es pensar que el dinero puede eliminar o reducir la vulnerabilidad radical de la vida humana.

Ante la frágil y efímera condición existencial del adam, Qohélet nos muestra el carácter perenne de la adamah, la tierra: «Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir» (1,4-7). 

Dentro de este mundo de las cosas que están y permanecen, el adam siente la insuficiencia de su palabra, de su vista y de su oído: «Todas las palabras están cansadas, y el hombre no sabe hablar. No se sacia nunca el ojo de ver ni el oído de oír» (1,8). La pobreza de la palabra, la vista y el oído es la experiencia de la incapacidad de los seres humanos para expresar la vida, para escuchar verdaderamente los sonidos del mundo. Vemos a través de un cristal opaco. Somos indigentes de palabras, miradas y escuchas, y no accedemos a las cosas más profundas y verdaderas de la vida. Ayer era cierto y hoy lo es aún más: contamos con medios muy poderosos para escribir, oír y ver, pero cuando nos enamoramos, sufrimos o queremos consolar a un amigo, volvemos a sentir la antigua indigencia de Qohélet. Los potentes medios de comunicación no reducen, sino que amplifican, el cansancio de las palabras.

La vida del hombre pasa rápidamente en su miseria de tiempo y de conocimiento. En cambio, la tierra, los ríos y los mares sigue allí, en su misterio y en su tiempo sin tiempo. Aquí Qohélet nos deja entrar un poco en el corazón del hombre antiguo, antes de que la ciencia le explicase el “ciclo del agua”. En el misterio y en el estupor que sentía cuando, sentado a la orilla del río, observaba el curso eterno del agua, o cuando desde una altura miraba al estuario y se preguntaba “¿cómo puede el gran agua del mar alimentar la pequeña fuente de la montaña?” Y mientras veía ríos y mares en su eterno retorno, el hombre antiguo veía morir al viejo y al niño y sentía la fragilidad de su propio soplo que lo habitaba temporalmente y del que no era dueño.

Qohélet llega hasta este tiempo nuestro, lleno de novedades que han alargado la duración de nuestro soplo. Nos habla a nosotros, ebrios de una técnica que quiere hacernos dueños de nuestro último aliento, así como del primer aliento de nuestros hijos. Si conseguimos intuir algo de aquella primera mirada antigua sobre el mundo y sobre nosotros mismos; si volvemos a sentir que nosotros pasamos y la tierra permanece, con sus rocas, montañas y mares, podremos hacer de nuevo las paces con la eternidad y con nuestra finitud. Podremos hacernos más hombres y ser más parte de lo que permanece. El adam es “poco menos que Elohim" (Salmo 8) y, al mismo tiempo, es apenas un vapor. Es el único en el planeta capaz de orar y pensar en el universo pero, ante la fuerza y la eternidad de un macizo o de una cascada, se siente como una caña sacudida por el viento. Todas las ideologías y las enfermedades antropologicas nacen cuando esta ambivalencia se rompe, cuando no logramos mantener juntas nuestra infinita dignidad y nuestra infinita fragilidad. Toda oración no vana se eleva desde un cañaveral bajo un cielo que se cree y se espera que no esté no vacío. 

Cuando, sentados en los cañaverales de nuestros ríos vaciados también de su misterio, nos alcanza el verso: «Nada nuevo hay bajo el sol» (1,9), únicamente podemos decir con Qohélet: es verdad. «Lo que será, ya fue; lo que se hará, ya se hizo», una frase que tal vez sea el contrapunto del nombre impronunciable y ausente de YHWH: "Soy el que soy y el que será".

Después podemos preguntarnos: ¿En nuestra dimensión existencial, de verdad somos hoy tan distintos del primer Adam? ¿Dónde están las verdaderas novedades con respecto a Eva, Noé y Lamek? Si echamos una mirada de verdad a Siria, al Sinaí, a las estaciones de noche, a Roma, ¿cómo no repetir aquí y ahora: "Todo es un infinito Abel"?. ¿Dónde están las innovaciones en el campo antropológico (el que le interesa a Qohélet)? «¿Hay algo de lo que se pueda decir: ‘Mira, eso sí que es nuevo’?» (1,10). ¿En qué eres distinto de Caín y Abel, hombre de mi tiempo?

Qohélet deja el signo de interrogación abierto en su verso y nosotros no podemos ni queremos eliminarlo. Todo humanismo no vano debe partir de ese signo de interrogación para ponerse a buscar una novedad. La novedad de Abel que vuelve de los campos, esta vez junto a su hermano. La novedad de la fraternidad que resurge del fratricidio. Sin dejar de caminar por las ciudades y por los desiertos hasta ver a los hermanos juntos.

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Preguntas desnudas/2 – Vanidad en hebreo es «habel»: soplo. Lo que nosotros somos.

de Luigino Bruni

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Logo QoheletCuando el rey Salomón se sentó en el trono de su realeza, su corazón se enorgulleció al disftutar de su riqueza. La cólera del Señor cayó sobre él. Le quitó el anillo del dedo para que fuera vagabundo y errante por el mundo. Él iba por las ciudades de la tierra de Israel llorando y suplicando.Decía: ‘yo soy Qohélet’, pues su anterior nombre era Salomón.

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Todo es un infinito Abel

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Preguntas desnudas/1 – Hay un libro en la Biblia en el que hay sitio verdaderamente para todos

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 01/11/2015

Logo QoheletQohélet es un libro ascético, el único libro real y duramente ascético del canon hebreo, a pesar de que no prescribe ayunos ni abstinencias. Sólo Job lo iguala en altura. Pero las espinas de Qohélet, libres de suaves metáforas, se clavan con más fuerza y desmoronan mejor la ciencia mundana. Ahoga un buen número de afanes superfluos, pero no deja que se extinga la llama del conocimiento, aun con todo su escarnio y su enemistad con la transcendencia.

Guido Ceronetti, Qohélet. El que toma la palabra

 Hay libros enormemente valiosos para los momentos de transición individuales y colectivos. Son de gran ayuda para comprender en profundidad la naturaleza de las crisis que vivimos. Dan voz a las emociones, a los sentimientos y a los dolores. Iluminan zonas oscuras a las que sólo palabras más grandes que las nuestras logran dar nombre, llamándolas, iluminándolas.

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Resucitándolas. ¿Cómo podríamos aprender a hablarnos y a mirarnos de nuevo a los ojos después de las guerras y los holocaustos, si no tuviéramos “La Divina Comedia”, “Los Cantos” de Leopardi, “Los Demonios” de Dostoievski, “José y sus hermanos” de Mann, “Los Miserables” de Hugo, “El Extranjero” de Camus o “Si esto es un hombre” de Primo Levi? Estos y otros grandes libros siempre producen el mismo efecto admirable que produjo Esquilo con “Los persas”, haciendo que los atenienses lloraran y se ensimismaran con el dolor de los persas a los que ellos mismos habían derrotado en la batalla. Estos mitos y otros grandes libros reconstruyen lo que la política no puede reconstruir, curan con un beso heridas que parecen incurables, regeneran una nueva fraternidad humana.

Algunos libros, además, son valiosos no sólo durante la edad de las crisis: son esenciales. Cuando un mundo se acaba y todavía no se ve asomar otro nuevo, en los “sábados santos” de la existencia de las personas y de los pueblos, la compañía de unos pocos libros se convierte en el pan de cada día del alma. Qohélet es uno de ellos. Siempre me ha cautivado este libro tan distinto de todos los demás textos bíblicos, únicamente comparable a Job y a algunas páginas de Jeremías, de Isaías, de los Salmos y del Evangelio de Marcos. Un libro cuya lectura puede cambiarnos la vida, puede introducirnos en una fe y en una humanidad nueva y adulta. Qohélet es, con Job y como Job, una profunda y eficaz cura para las dos principales enfermedades de todos los credos religiosos y laicos: la ideología y la búsqueda del fácil consuelo a través de respuestas banales a preguntas difíciles y tremendas.

Qohélet se ha escrito para los que quieren salvar su vida de la eterna tentación de la ideología. Los hombres religiosos y sensibles a la acción del espíritu comienzan su historia de fe siguiendo una voz que les llama. Siguen esa voz con otros compañeros y compañeras de viaje y después crean instituciones para guardarla y servirla en la historia. Pero puntualmente llega la invencible tendencia-tentación de no conformarse con la desnudez de esa voz. Alrededor de la primera fe de los padres pronto nace la ideología de los hijos. Así se forman las religiones, donde junto con el grano bueno de la fe se acumula con los años y los siglos la envoltura de la ideología de la fe, que crece y se multiplica a lo largo del tiempo. Y si los profetas y los sabios, cada uno a su manera, no salvaran el grano bueno, la envoltura llegaría a cubrir todo el trigo hasta asfixiarlo. Esta dinámica vale para todos los credos religiosos y laicos, donde, si no son idolátricos, hay profetas y sabios, que son la principal prevención y cura de las ideologías. Con Job y con Qohélet, la tradición sapiencial bíblica alcanza una cima altísima, quizá insuperable, y se convierte en don universal para todas las mujeres y los hombres que intentan proteger su fe de la ideología. La ideología es la muerte de la fe porque toda ideología religiosa es siempre idolatría: la transformación de YHWH en un becerro de oro. Así es como la fe se convierte en ética, en un manual de buena convivencia cívica, en prácticas de piedad, en una colección de falsos consuelos, en religión económica.

Qohélet, junto a Job y como Job, es el gran inquisidor y confutador de la religión retributiva, de esa idea tan radicada en su cultura (y en la nuestra) de que el justo es recompensado con bienes, salud, hijos y providencia, y que el malvado es desgraciado y pobre porque es culpable de una culpa suya o de sus abuelos. Leer el Qohélet desnudos y desarmados es un antídoto contra la nueva y antigua idolatría meritocrática que está invadiendo, sin encontrar resistencia alguna, las empresas, la política, la sociedad civil y ahora también algunos sectores de las iglesias.

Las ideologías son empresas colectivas, pero también son creaciones individuales, pues cada creyente produce su propia ideología que anida en el corazón de la experiencia religiosa. Fe e ideología crecen juntas, entrelazadas, y sólo un trabajo duro y deliberado puede (y debe) de vez en cuando distinguir, separar, introducir la cuchilla en las fibras para cortar, curar y volver a ponerse a la escucha, con docilidad y pobreza.

La producción de falsos (por fáciles) consuelos es el fruto típico de una fe convertida en ideología. Inventamos paraísos artificiales, seguros y claros, en lugar del verdadero paraíso, incierto y misterioso, y generamos ilusiones sólo porque no somos capaces de elaborar las desilusiones que comporta toda fe no vana.

La Biblia, judía y cristiana, ha querido custodiar el Qohélet como uno de sus libros más valiosos, un libro donde no aparece YHWH ni la fe de los patriarcas, donde no se ve la tierra prometida ni la Ley de Moisés. Si Qohélet está dentro de la Biblia, eso quiere decir que en el corazón del humanismo bíblico hay sitio para cualquiera que, como “el que habla en la asamblea” (ese es el significado de Qohélet, el Eclesiastés), le haga a la vida y a la fe las preguntas más extremas, radicales, desnudas y escandalosas. Algunas incluso son tan inconvenientes que los antiguos editores y redactores del texto sintieron la necesidad de enmendarlas.

La presencia del Qohélet en el corazón de la Biblia y de la tradición judeo-cristiana es una herida; para que la lectura de Qohélet sea generativa debemos sentir el dolor, nuestro y del mundo, mientras escuchamos sus palabras. Pero, como muchas heridas fecundas, esta presencia es también una apertura de la Biblia hacia todo hombre y toda mujer que busquen la verdad, también para los que no sientan la necesidad de dar un nombre religioso a su búsqueda. Desde la ventana del Qohélet, el humanismo bíblico sale y llega hasta el último dubitativo ser humano amante y buscador de la verdad. Pero también, a través de esta ventana, la humanidad entera entra en la Biblia y la hace más hermosa, más humana, más verdadera. Con su honesta humanidad, la revisten también con la carne de los que no entendían el libro de Isaías o el Evangelio de Marcos pero entienden y aman al cantor de la vanitas.

El libro del Qohélet fue escrito en Israel durante la conquista griega, cuando un gran imperio estaba imponiendo su lengua y su cultura. Algunos intelectuales hebreos estaban fascinados por aquel nuevo mundo y sus valores de búsqueda de felicidad, beneficio, bellos cuerpos, placer y juventud. Pero entre sus contemporáneos no faltaban quienes veían en esta “globalización” la crisis profunda de la cultura de Israel. Qohélet era uno de estos últimos, y por eso la lectura de su libro es una meditación muy útil y tal vez necesaria para los que hoy, en una nueva era de globalización y uniformización de los valores, quieren pensar en profundidad la naturaleza del nuevo mundo y sus dogmas. Qohélet es un compañero de viaje inestimable para cualquiera que trate de ver de forma no ideológica y despiadada los dogmas y los cultos engañadores de los imperios que llegan para dominarnos. La gran fuerza de este antiguo libro está en su capacidad única para ver en su desnudez lo nuevo y lo fascinante, sin ceder ni un centímetro moral a la necesidad de consuelo ante el mundo tal como es. El antiguo autor anónimo tuvo la fuerza y el valor ético y espiritual de plantear preguntas radicales a su mundo en crisis, que logran hablar con una fuerza y una profundidad inmensas también hoy, también a nosotros. Despierta en nosotros el deseo de pensar sin miedo y con valor en nuestros propios imperios y en el sometimiento a los ídolos del placer y del dinero.

Qohélet es un guía leal en la edificación de una vida adulta, no ideológica, verdadera; un amigo incómodo y a veces desconcertante, que nos ama porque no nos suelta hasta que no intentamos responder a sus preguntas dolorosas y liberadoras.

Cuando llega el día (¡ay de nosotros si no llega!) en el que se cae el velo de la primera fe y la vida se desvela, todo lo que había constituido la trama de nuestra experiencia espiritual e ideal parece una comedia o una tragedia. Los compañeros de ayer se convierten sólo en actores o máscaras de un guión escrito por nadie, una obra de teatro del absurdo, con nosotros en el papel protagonista. De repente nos encontramos solos en un teatro vacío, con las escenografías desmontadas y arriadas. Ese día, dramático y estupendo, siempre se abren dos posibilidades. Podemos empezar a escribir nosotros, esta vez intencionadamente, un guión para una nueva comedia-tragedia. Así transformamos ese teatro, que hasta ayer nos parecía la verdadera vida, en nuestra única nueva vida. El teatro se convierte en la vida. No aguatamos la desnudez del palco vacío y desolado y nos convertimos en escritores, directores y actores de nuestra comedia. Negamos y rehuimos la realidad y para sobrevivir entramos voluntariamente en nuestro Show de Truman. La segunda posibilidad consiste en el deseo de comenzar por fin la vida espiritual: salimos del teatro, nos ponemos a caminar por las calles del mundo y empezamos a buscar una nueva fe dentro de los dolores y las alegrías verdaderas de la gente verdadera que nos rodea.

Descubrimos a Job, los Salmos, y empezamos a dejarnos leer y cantar por ellos. Y después, algunas veces, encontramos a Qohélet y con el barro de su verdadera nada empezamos a formar los ladrillos con los que construir nuestra nueva casa. Qohélet no nos guía en la construcción de una catedral, simplemente nos hace constructores de la casa de los hombres que ya no quieren vivir dentro de una ficción consolatoria. Una casa sobria y sin ídolos, donde un día, tal vez, podamos también aprender a rezar.

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Preguntas desnudas/1 – Hay un libro en la Biblia en el que hay sitio verdaderamente para todos

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 01/11/2015

Logo QoheletQohélet es un libro ascético, el único libro real y duramente ascético del canon hebreo, a pesar de que no prescribe ayunos ni abstinencias. Sólo Job lo iguala en altura. Pero las espinas de Qohélet, libres de suaves metáforas, se clavan con más fuerza y desmoronan mejor la ciencia mundana. Ahoga un buen número de afanes superfluos, pero no deja que se extinga la llama del conocimiento, aun con todo su escarnio y su enemistad con la transcendencia.

Guido Ceronetti, Qohélet. El que toma la palabra

 Hay libros enormemente valiosos para los momentos de transición individuales y colectivos. Son de gran ayuda para comprender en profundidad la naturaleza de las crisis que vivimos. Dan voz a las emociones, a los sentimientos y a los dolores. Iluminan zonas oscuras a las que sólo palabras más grandes que las nuestras logran dar nombre, llamándolas, iluminándolas.

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Buscando a los buscadores de la verdad

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