Las parteras de Egipto/5 - La lógica del castigo y la del trabajo codo con codo
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 07/09/2014
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“Si de verdad sois los mensajeros del Señor, entonces él será juez entre nosotros y el faraón. … Vosotros sois responsables del hedor que extienden por doquier los cadáveres, usados como ladrillos, de los hebreos que no han producido la cantidad exigida. Somos como esa pobre oveja robada por el lobo: el pastor persigue al ladrón, lo aferra e intenta arrancar de sus fauces la desgraciada presa, que de este modo es despedazada por ambos.”
(L. Ginzberg, Las leyendas de los judíos).
La cultura del incentivo se está convirtiendo en la nueva ideología de nuestro tiempo, y está emigrando de las grandes empresas capitalistas a la sanidad, la cultura y la educación. La principal limitación y el mayor peligro de esta cultura del trabajo es una visión empobrecida del ser humano, pensado y descrito como un individuo que trabaja motivado únicamente por recompensas extrínsecas y monetarias; alguien de quien se puede obtener prácticamente cualquier cosa y en cualquier ámbito de la vida, si se le paga adecuadamente.
Gracias a Dios, los hombres y las mujeres somos mucho más ricos y hermosos que esta caricatura. Podemos hacer cosas verdaderamente grandes, pero queremos mucho más que dinero, porque las ‘monedas’ más valiosas son las del reconocimiento, la estima y la gratitud. Cuando nos sentimos estimados y reconocidos, somos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos. Siempre que se nos ‘vea’ y se nos agradezca. La cuestión central de la cultura del incentivo, la más grande y verdadera, es la de la libertad.
“Son holgazanes”. Estas son las palabras con las que el rey de Egipto se dirigió a sus funcionarios después de su encuentro con Moisés y Aarón, cuando le pidieron, en nombre de YHWH, que liberara al pueblo para una celebración de tres días en el desierto: “Son unos perezosos, y por eso claman diciendo: ‘Vamos a ofrecer sacrificios a nuestro Dios’. Que se aumente el trabajo de estos hombres para que estén ocupados en él y no den oído a palabras mentirosas” (5,8-9). Es típico de los imperios considerar a los súbditos holgazanes y perezosos, y hacerles trabajar más para evitar que en los pasadizos del no-trabajo pueda insinuarse el ansia de libertad, el deseo de un Dios distinto al faraón. Para los emperadores, sus trabajadores-súbditos sólo trabajan cuando sienten en la espalda el aguijón de los ‘capataces’. Hoy en muchas regiones del mundo (no en todas) ya no hay emperadores, pero abundan los directivos que multiplican las tareas de los trabajadores y les obligan a esparcirse ‘por todo el país de Egipto’ (5,12) en búsqueda de la ‘paja’ que falta. El estrés y el malestar aumentan en los centros de trabajo, y la mentalidad de que en los campos no se trabaja lo suficiente y que los incentivos no están bien diseñados sigue siendo dominante. Los holgazanes existen, pero no son tantos como parece, porque hay una invencible y científicamente demostrada tendencia a sobrevalorar la holgazanería ajena y a infravalorar la propia.
Dentro de este episodio del Éxodo encontramos engarzada también la primera protesta de ‘directivos’ que aparece en la Biblia: la de los ‘escribas’. Es una de las protestas más hermosas e importantes de toda la Escritura, porque contiene mensajes valiosos para todos los responsables de empresas, instituciones y comunidades de ayer, hoy y mañana.
Los directivos de los campos de trabajo estaban divididos en dos categorías: los ‘capataces’ y los ‘escribas’. Sus distintas y opuestas reacciones ante la orden del faraón de endurecer las condiciones de trabajo del pueblo oprimido nos muestran dos culturas distintas y opuestas de la responsabilidad y de la dirección. Las nuevas condiciones de trabajo y de producción impuestas por el faraón (fabricar los mismos ladrillos que antes pero sin disponer de la paja) no podían ser cumplidas por unos trabajadores que ya estaban sometidos a condiciones extremas (1,14). En cambio, eso es lo que sucedió (5,14). Los capataces, que eran egipcios dependientes del faraón, al no alcanzarse los objetivos de producción, la tomaron con los escribas de los campos de trabajo, que eran hebreos, hermanos de los trabajadores: “A los escribas de los israelitas, que los capataces de Faraón habían puesto al frente de aquellos, se les castigó, diciéndoles: ‘Por qué no habéis hecho, ni ayer ni hoy, la misma cantidad de ladrillos que antes?’” (5,14). En cambio, los escribas no castigaron a su vez a los trabajadores de las fábricas. Como las parteras de Egipto, también estos responsables de los trabajadores eligieron, libre y costosamente, ponerse de parte del pueblo y de la verdad, y desobedecer las órdenes del faraón. Eligieron ser hermanos de los oprimidos, compartiendo su misma suerte. Así, en lugar de ensañarse con sus compañeros, fueron a protestar al faraón: “¿Por qué tratas así a tus siervos? No se da paja a tus siervos y sin embargo nos dicen: ‘haced ladrillos’” (5,15-16). Y, como sigue ocurriendo demasiadas veces, el faraón, ante la protesta leal de los escribas, lo único que hizo fue asociarlos a la haraganería de sus trabajadores: “Haraganes sois, grandes haraganes; por eso decís: ‘Vamos a ofrecer sacrificios a YHWH’. Pues id a trabajar” (5,17-18). En ese momento, “los escribas de los israelitas se vieron en grande aprieto” (5,19).
Este es muchas veces el ‘gran aprieto’ en el que se encuentran aquellos que, por ser leales con los débiles, incumplen las órdenes de los poderosos y se ven acusados también ellos de indignos y holgazanes. Ningún mediador, ningún directivo, es un buen responsable de equipo si no está dispuesto a arriesgarse a que le asocien con el vicio que los jefes atribuyen a las personas a las que defienden, a ser ‘castigado’ con ellos y como ellos. Fuera de esta lógica solidaria y responsable, sólo quedan los mercenarios, que, a diferencia del ‘buen pastor’, no dan la vida por sus ovejas y no comparten su misma suerte. Cargar sobre uno mismo los ‘castigos’ sin descargarlos sobre los que nos han sido confiados es, entre otras cosas, una gran y bella imagen de la vocación de toda paternidad verdadera, ya sea natural o espiritual.
Ni siquiera después del fracaso de su protesta al faraón, los escribas fueron a desquitarse con los trabajadores. Siguieron ejerciendo su lealtad y se encararon directamente con Moisés y Aarón. Fueron a su encuentro con palabras fuertes: “¿Por qué nos habéis hecho odiosos a Faraón y a sus siervos y habéis puesto la espada en sus manos para matarnos?” (5,21).
Moisés se tomó muy en serio ese grito duro y leal de los escribas y vivió la primera crisis de su misión en Egipto. Pero sobre todo, tras esta escucha tuvo un nuevo encuentro con la voz que le había llamado. La lealtad, costosa y fraterna, de los encargados de la obra, produjo una nueva teofanía, un nuevo encuentro con su Dios, una nueva vocación: “Moisés se volvió a YHWH y dijo: ‘Señor, ¿por qué maltratas a este pueblo? ¿Por qué me has enviado?” (5,22). Y Dios le habló, le llamó de nuevo: “‘Yo soy YHWH. … Os introduciré en la tierra que he jurado dar a Abraham, a Isaac y a Jacob, y os la daré en herencia. Yo, YHWH” (6,1-8).
No podemos saber hasta dónde puede llegar un acto de verdadera lealtad, ni qué puede suceder en nuestros ‘campos’ si desobedecemos las órdenes equivocadas de los faraones y permanecemos fieles a la verdad y a la dignidad de los que trabajan con nosotros. A veces esta fidelidad puede abrir de par en par el techo de nuestras oficinas y de nuestros pabellones para ver de nuevo en el cielo el arco iris de Noé. Esta lealtad es la que hace posible que entre los directivos y sus trabajadores se genere esa relación que algunos llaman fraternidad, que, cuando nace de esta lealtad silenciosa y costosa, carece de cualquier pátina moralista y retórica. Nos hacemos verdaderos hermanos y hermanas de los que trabajan a nuestro cargo cuando ponemos nuestras espaldas entre ellos y las órdenes equivocadas de los faraones.
Si aquellos escribas no hubieran llegado hasta el fondo en su proceso de protesta leal, si, por miedo o por respeto, se hubieran detenido tan sólo un paso antes de llegar hasta Moisés y de Aarón, el cielo no se habría abierto y YWHW no habría renovado su promesa. Muchos actos de verdadera lealtad no producen todos sus frutos porque no llegan hasta el final del proceso.El reto más difícil que tienen que superar quienes responden a una vocación y aceptan desempeñar una tarea de liberación, es seguir creyendo en la verdad de su vocación, de la tarea recibida, de la promesa y de la voz. Sobre todo cuando ven cómo aumenta el sufrimiento de aquellos a quienes deberían amar y liberar, cuando el pueblo al que deberían sacar de los trabajos forzados empeora sus condiciones y el dolor inocente aumenta. Estas pruebas son siempre muy dolorosas y aparecen sobre todo (aunque no exclusivamente) en las primeras fases del proceso de liberación. Sólo es posible salir de ellas y reemprender el camino si se repite de nuevo el primer milagro del monte Horeb, si volvemos a sentirnos llamados por nuestro nombre. Un milagro que puede ser un regalo de la lealtad del otro, de su amor o de su protesta, que muchas veces son la misma cosa.
En nuestras empresas y organizaciones siguen conviviendo los ‘capataces’ al lado de los ‘escribas’. Los directivos que ‘castigan’ a sus empleados, dispuestos a todo con tal de satisfacer cualquier petición de los jefes, al lado de los responsables que prefieren ser ‘castigados’ antes de dejar de ser leales a sus compañeros. Muchos empiezan de escribas y con el tiempo se transforman (tal vez debido a las decepciones o a la infelicidad) en capataces, pero no es raro que ocurra también el proceso inverso. Todos lo vemos cada día. Pero no olvidemos que si muchos trabajadores no mueren bajo el peso de imposibles producciones de ladrillos es porque en medio de nosotros hay muchos herederos de los leales escribas de Egipto, ciertamente más de los que somos capaces de reconocer a nuestro alrededor.
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