Los profetas responden por todos

Los profetas responden por todos

El exilio y la promesa/19 – Especial y plena ante Dios es la solidaridad con la propia comunidad

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 17/03/2019

«Hemos perdido la capacidad de cantar. El hombre en su angustia es un mensajero que ha olvidado el mensaje. La Biblia no es un libro sobre Dios; es un libro sobre el hombre. Desde la perspectiva de la Biblia: ¿quién es el hombre? Un ser puesto en el tormento, pero que tiene los sueños y los diseños de Dios»

Abraham Heschel, ¿Quién es el hombre?

Existe una gran amistad entre el oficio de profeta y el de centinela. A los profetas les gusta mucho la imagen del centinela, que formaba parte de la vida diaria y laica de sus ciudades, y recurren a ella con frecuencia. El canto nocturno del centinela de Isaías (cap.21) es uno de los pasajes más intensos y profundos de toda la Biblia. Los profetas comparten la tarea de los centinelas: su fidelidad absoluta al puesto de guardia, su condición de maestros de la vista y el oído, su saber estar en la frontera entre el interior y el exterior, como guardianes del umbral que separa un reino de otro. La misión del centinela es muy clara: debe tocar el cuerno, avisar, alertar. Solo debe hacer eso, pero si no lo hace las consecuencias son gravísimas. En el centro del drama vocacional de Ezequiel, mientras Jerusalén está cayendo, la figura del centinela retorna: «A ti, hijo de hombre, te he puesto de centinela en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás la alarma de mi parte … Si tú no hablas poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre» (Ezequiel 33,7-9). 

El profeta no debe solo transmitir mensajes al pueblo. Sobre todo en tiempo de crisis, sus advertencias son personalizadas. Debe hablarle tanto al justo como al malvado con mensajes diferenciados. Pero aquí leemos que el centinela se dirige sobre todo a los malvados. La parte principal de su ministerio de salvación es para ellos. Así pues, el profeta es un gran recurso para quienes se encuentra en una situación de error y de pecado. Es un gran amigo suyo. Transmite lo que a menudo resulta una advertencia extrema. Es posible que el malvado no escuche, pero el profeta no se salva si no desempeña hasta el fondo su tarea de mensajero avisador.

Encontramos aquí una categoría decisiva en toda la profecía: la solidaridad entre el profeta y su comunidad. Para entender esta solidaridad, hay que partir de su significado jurídico. Si el profeta no desempeña su tarea, se hace responsable solidario con el impío que no se ha convertido. Es como si el profeta, al responder sí a la llamada, firmase un aval, se convirtiese en un garante que levanta la mano para responder en lugar de su gente y salvarla (Job 17). La vocación, y la respuesta que damos ante ella, es un asunto tremendamente serio, entre otras cosas, por esta responsabilidad civil, penal y espiritual objetiva, que nos invita a reflexionar sobre la relación que existe entre culpa y responsabilidad. Un profeta que no desempeña bien su misión se hace culpable del pecado de otro. En la profecía no hay solo un sufrimiento vicario. Aquí Ezequiel nos dice que el profeta ejerce una función de responsabilidad vicaria: «A ti te pediré cuenta de su sangre». Dios pregunta al profeta por la culpa de otro, y el profeta responde por él (responsabilidad viene de responder). No sabemos bien en qué consiste esa responsabilidad, cuál es el contenido de la pregunta dirigida al profeta incumplidor. Tal vez se parezca a las preguntas que recibimos por los errores y pecados de nuestros hijos, esposos y amigos, a quien no hemos avisado ni cuidado hasta el fondo; o tal vez sea la misma y tremenda pregunta dirigida a Caín: ¿dónde está tu hermano? La misma y única pregunta a la que todo profeta y todo hombre debe responder, antes que nada en su conciencia, y que la vocación profética amplifica y radicaliza para ser signo y mensaje para todos.

Tremenda vocación la del profeta. No puede dejar de hablar y referir lo que oye y ve. Si Ezequiel en sus primeros seis años de misión hubiera dejado de amonestar a su pueblo, habría traicionado su vocación y habría compartido la misma suerte de los malvados por omisión. Aquí se desvela algo esencial también para la dinámica de las comunidades profético-carismáticas. Cuando vemos que alguien pierde el hilo, se extravía y finalmente cae, no sabemos si detrás de esa no-salvación hay algún profeta que no ha tenido el valor o la fuerza de hablarle hasta el final. Tampoco sabemos si se extravía porque todos los profetas han muerto, han huido, han sido expulsados o se han convertido en falsos profetas al no haber resistido desnudos en su puesto de guardia durante los inviernos más fríos.

«El año duodécimo de nuestra deportación, el día cinco del mes décimo, se me presentó un evadido de Jerusalén y me dio esta noticia: “Han destruido la ciudad”. La tarde anterior había venido sobre mí la mano del Señor, y permaneció hasta que el evadido se me presentó por la mañana. Entonces se me abrió la boca y no volví a estar mudo». (33,21-22).

Han destruido la ciudad. No hace falta decir más. Ezequiel se había quedado mudo, probablemente, durante el asedio de Jerusalén. Ahora comienza una nueva fase de su vida y de la vida del pueblo. Por tanto, la palabra vuelve, aunque ya no será la misma palabra de antes del asedio y de la muerte de su mujer, la «delicia de sus ojos». Las palabras de vida no vuelven, solo pueden resucitar si han sido capaces de morir. Ezequiel seguirá hablando y dirá palabras nuevas, generadas por la muerte de su esposa, de la ciudad santa y de su templo. Su mutismo se interrumpe gracias a la llegada de un prófugo, un fugitivo, un superviviente de una masacre, alguien que huye de una guerra, de una destrucción. También hoy, los mudos pueden encontrar una palabra nueva si les visita un prófugo que, con su mutismo de dolor, les enseñe de nuevo a hablar.

Ezequiel nos regala inmediatamente algunas de estas palabras distintas: «Me dirigió la palabra el Señor: - Hijo de hombre, los moradores de aquellas ruinas de la tierra de Israel andan diciendo: “Si Abraham, que era uno solo, se adueñó de la tierra, ¡cuánto más nosotros, que somos muchos, seremos dueños de la tierra!”» (33,23-25). El primer mensaje de la palabra recuperada es para los supervivientes de Jerusalén, que han sobrevivido a la caída de la ciudad, no han sido deportados por Nabucodonosor y se han quedado entre las ruinas de la ciudad y del templo. Entre ellos empieza a desarrollarse una nueva ideología (la ideología, como la mala hierba, es lo primero que renace de las ruinas). Estos supervivientes piensan que son el nuevo Abraham, a quien YHWH ha dado en posesión la tierra prometida. De este modo, se sienten dueños de las ruinas y verdaderos continuadores de la Alianza. Por consiguiente, consideran a los exiliados malditos y repudiados por Dios (lo que les permite también requisar sus tierras). Los supervivientes se auto atribuyen el estatus de “resto de Israel”, se apropian indebidamente de una categoría profética maravillosa. Ezequiel sigue con su tarea de centinela y pone duramente en tela de juicio su ilusión. Su vida y sus prácticas idolátricas dicen claramente que no son un “resto” sino simples “supervivientes”: «Diles así: Esto dice el Señor: … Convertiré el país en desierto desolado y así terminará su terca soberbia» (33,27-28).

No es tan raro que, después de una gran crisis en una comunidad, un grupo de supervivientes se identifique con el “resto profético” de una nueva tierra prometida. Para ello basta tomar el dato concreto de la supervivencia como punto de partida y transformarlo en dato espiritual y mesiánico. Hemos sobrevivido a la muerte y por tanto somos los legítimos depositarios del carisma auténtico. Ezequiel nos dice aquí que estas operaciones ideológicas son muy peligrosas, y que la legitimación de un grupo de supervivientes solo puede venir del exterior del grupo: es necesario que un profeta verdadero nos unja la cabeza con aceite (gran parte del esfuerzo de las comunidades se centra en saber reconocer a este profeta verdadero, porque los mercados están llenos de falsos untadores de cabezas ya inclinadas).

Mientras Ezequiel critica y refuta las falsas pretensiones de los supervivientes de Jerusalén, tiene una palabra verdadera y severa también para sus compañeros deportados a Babilonia. Después de la caída, la actitud de los exiliados con respecto al profeta ha cambiado radicalmente, debido al cumplimiento de su profecía. La desconfianza, el escarnio y el sarcasmo de los primeros años son sustituidos por un inédito éxito que se traduce en un ir y venir de gente que asiste en masa a sus actuaciones. Una palabra de YHWH le susurra la clave para interpretar correctamente esta primavera: «Y tú, hijo de hombre, tus paisanos andan murmurando de ti al abrigo de los muros y a la puerta de las casas, diciéndose uno a otro: “Vamos a ver qué palabra nos envía el Señor”. Acuden a ti en tropel y mi pueblo se sienta delante de ti; escuchan tus palabras pero no las practican; con la boca dicen lisonjas, pero su ánimo anda tras el negocio» (33,30-31). Con la boca dicen lisonjas, pero su ánimo anda tras el negocio: son simples consumidores de palabras proféticas, entendidas como bienes de confort. Una vez más, la praxis económica es una prueba de la verdad del corazón: ¡qué sorprendente es la dignidad que los profetas atribuyen a la economía!

La voz le sigue hablando: «Eres para ellos coplero de amoríos, de bonita voz y buen tañedor» (33,32). La imagen es preciosa: escuchar los cantos del profeta no difiere de escuchar a cualquier cantarín. Además, este indicio histórico sugiere que los profetas cantaban sus versos, un dato que embellece la ya de por sí estupenda vocación profética en la Biblia. Ezequiel comprende que su éxito depende de aspectos superficiales, cosméticos, triviales. Los profetas deben estar muy atentos a la interpretación de los motivos de sus (breves y raras) etapas de éxito, porque casi siempre se parecen a la que aquí cuenta Ezequiel. Un profeta se extravía si interpreta mal el éxito que alguna vez cosecha. Es un error muy común, sobre todo si tiene una personalidad brillante y muchos talentos, como Ezequiel, y sigue adelante durante mucho tiempo, feliz e ilusionado con su bella voz y su seductora retórica.

A Ezequiel la voz le reveló el engaño. Él la escuchó, la comprendió y después escribió para nosotros, mientras nosotros seguimos cantando y consolándonos con los hosannas equivocados.


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