¡Cuidado con la seducción del becerro de oro!

¡Cuidado con la seducción del becerro de oro!

A renacer se aprende/9 - Las comunidades carismáticas tienen sentido siempre que el evangelio adopte un tono y una apariencia diferentes a las de las otras 'flores' del jardín de la Iglesia y de la humanidad

Luigino Bruni

publicado en Città Nuova el 03/10/2024 - De la revista Città Nuova n. 5/2024

El episodio bíblico del becerro de oro a los pies del monte Sinaí, tiene también algo importante para decir a las comunidades carismáticas en la etapa que sigue a la desaparición de los fundadores. Su mensaje principal tiene que ver con la reducción de la complejidad del carisma originario en algo más manejable, simple y ordinario. El Dios YHWH que se había revelado a Moisés no se veía, no se tocaba, no satisfacía los sentidos, sólo los profetas lo oían: “era solo una voz” (Dt 4:11). Todos los demás pueblos tenían dioses simples, estatuas que todos veían y entendían. El Dios de Israel era diferente, abstracto, altísimo: el pueblo no pudo mantenerse a esa altura y fabricó el becerro, un dios visible y simple, un dios de la fertidilidad (toro) para volverse un pueblo como los otros. Moisés no estaba presente, y en esa ausencia el pueblo redujo YHWH al becerro.

En las comunidades carismáticas o ideales, después de que el fundador – Moisés – desaparece o se ausenta, hay una fuerte atracción por redimensionar y normalizar la primera promesa, por transformar el carisma original en algo comprensible para todo el mundo y para la comunidad misma. De hecho, un movimiento carismático nace envuelto en una verdadera innovación social y espiritual. Esta novedad es evidente para los fundadores y para la primera generación, ninguno la pone en discusión: es su novedad absoluta lo que atrae y convierte. Y así, cuando llega un carisma, llega una crítica, explícita o implícita, a muchas prácticas o ideas religiosas preexistentes, que el nuevo movimiento siente que debe cambiar y abandonar, como parte de su misión profética.

Sin embargo, en las generaciones siguientes hay siempre una enorme dificultad para mantenerse fiel a esa innovación que empieza a aparecer difícil, lejana, demasiado diferente de lo que hacen los otros. Y así, en esta etapa surge una típica tendencia-tentación: volver a las prácticas, experiencias y actividades tradicionales que aquella comunidad carismática quería inicialmente superar. Es complicado mantenerse en la novedad del carisma, que ahora aparece como abstracto, lejano e impracticable por ser muy alto y muy demandante; entonces, en lugar de trabajar para entender las razones de las dificultades surgidas en la puesta en práctica del carisma, se vuelve progresivamente a las antiguas formas que, al principio, el carisma tenía intenciones de superar. Las novedades carismáticas parecen irrealizables, ingenuas, infantiles, y se imita aquello que la Iglesia y la sociedad hacían desde siglos y que a los miembros de la comunidad les resulta novedoso, e incluso es presentado como la terapia para superar la crisis. Alguno empieza a decir: “Con el Evangelio basta: ¿para qué complicarlo con toda la complejidad de una espiritualidad complicada?”. Una tesis que parece perfecta, pero que significaría el fin de las comunidades carismáticas que tienen sentido mientras el evangelio asume un aspecto y un tono distintos a los de las otras “flores” del jardín de la Iglesia y la humanidad.

Pero hay más. Volvamos al episodio bíblico del becerro de oro para entenderlo. Ahí aparece un detalle muy importante, contenido en el nombre que los israelitas dan al becerro: el nombre es YHWH, o sea la identidad especial de su Dios diferente: «Aarón edificó un altar delante del becerro y anunció: - ‘Mañana habrá fiesta en honor de YHWH’» (Exodo 32:4-5). ¿Qué significa esto? El nombre en la Biblia expresa la naturaleza profunda de una realidad. Llamar al becerro dorado con el nombre de YHWH significa cambiar a Dios, sustituirlo con un dios más simple, porque banal. Mientras tengamos clara la distinción entre Dios y el becerro de oro, si empezamos a adorar al ídolo por debilidad, siempre nos podremos convertir y volver a casa. Pero el día en que llamamos al becerro con el nombre de YHWH no hay vuelta atrás, porque no hay ninguna casa a donde volver: la catedral se convirtió en una casa popular. El daño más grande es borrar la distancia entre el carisma y sus sustitutos, hasta hacerlos coincidir.

En general, estas transformaciones son aclamadas y aplaudidas por las comunidades en los tiempos del post-fundador, porque en una etapa que es casi siempre de desorientación, cansancio, pesimismo, pérdida del deseo, depresión espiritual, acedia colectiva, cualquier actividad nueva es vista como preferible al estancamiento – y lo es. Sin embargo, el futuro de los movimientos carismáticos está en lograr evitar que la praxis comunitaria se transforme en algo demasiado diferente a la praxis específica del propio carisma, porque si eso pasa ya no es capaz de atraer ni vocaciones ni jóvenes, y se extingue. Todo evoluciona, incluso en la vida del espíritu, pero no todas las evoluciones son capaces de un buen futuro. Tomar conciencia de esto es ya el comienzo de la cura.

Credits foto: © Jed Villejo su Unsplash


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