La mina de la sabiduría

Un hombre llamado Job/11 – Busquemos el cielo que hay

de Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 24/05/2015

logo GiobbeJob sigue interrogando al cielo. Por mérito suyo, nosotros sabemos que al hombre le es dado transformar la injusticia divina en justicia humana. Hubo una vez, en un lejano país, un hombre legendario, justo y generoso, que, en la soledad y la desesperación, encontró el valor para enfrentarse a Dios. Y obligarle a mirar a su creación.

Elie Wiesel, Personajes bíblicos a través del Midrash

En la historia de las religiones y de los pueblos se despliega una verdadera lucha entre los que aprisionan a Dios dentro de las ideologías y los que tratan de liberarlo. Los profetas pertenecen a la categoría de los libertadores de Dios y tienen como función esencial criticar todos los poderes que en cada época caen la invencible fascinación de usar la religión y las ideologías para fortalecer sus propias posiciones de dominio.

Job es uno de esos ‘profetas’. Más que ningún otro, nos obliga a ir al corazón de los mecanismos del poder, criticando y atacando directamente la idea de Dios construida por las ideologías de su tiempo. Así pues, no se limita a criticar a los poderosos sacerdotes y reyes, sino que, como los grandes profetas de la Biblia, quiere desmontar la idea de Dios que sostiene artificialmente todo el edificio del poder. Su obstinada petición de procesar al Dios ideológico de sus ‘amigos’ es la precondición para liberar la posibilidad de otro Dios.

Cuando, en una comunidad religiosa, Job se eclipsa o enmudece, empiezan a proliferar las respuestas en nombre de Dios y a desaparecer las preguntas a Dios. Pero cuando dejamos de hacer preguntas nuevas y difíciles a Dios, le impedimos que hable a nuestra historia y crezca en ella, le embridamos en categorías abstractas que ya no comprenden las palabras ni los gritos de las víctimas. Los profetas son indispensables porque llaman al hombre a morir y resucitar para liberarse de las idolatrías, y porque obligan a Dios a morir y resucitar para estar a la altura de lo verdaderamente humano.

Al final de los discursos que han dirigido a Job, los tres amigos no han logrado nada. Job está cada vez más convencido de su inocencia y, por tanto, cada vez más decidido a enfrentarse a Dios en un proceso justo, del que espera salir exculpado por un Dios distinto, al que no ve pero sí siente como posible. Las teo-ideologías de sus interlocutores en lugar de acercarle las razones de Dios sólo han reafirmado en él la convicción de su propia justicia. Pero esos diálogos han tenido el gran mérito de dejarnos conocer a Job y su radical revolución religiosa y antropológica. Así, el gran dolor y la infinita desventura que al comienzo parecían una barrera de sufrimiento que ocultaba el horizonte de los hombres y de Dios, poco a poco nos han abierto infinitos espacios más allá, nuevos horizontes del hombre y nuevos horizontes de Dios.

Haciendo de bisagra entre la primera y la segunda parte del libro, encontramos ahora un Himno a la Sabiduría, tal vez un poema preexistente incluido por el autor del libro para romper el ritmo de la narración y dejarnos tomar aliento. Un interludio difícil de descifrar pero rico en poesía, el enésimo regalo de este inmenso libro. “La plata tiene su mina, el oro su crisol”, los hombres exploran “los antros más profundos, las cuevas más lóbregas”, perforan galerías en el subsuelo y para llegar hasta los metales preciosos “se balancean agotados”. El hombre de la técnica usa su inteligencia para dominar el mundo: “Abre canales en las rocas, ojo avizor a todo lo precioso, explora las fuentes de los ríos, y saca a luz lo oculto” (28,1-11). Pero también muestra la ambivalencia de la técnica. Como todo hombre antiguo, el autor del libro de Job está asombrado y admirado por la capacidad desarrollada por los hombres para dominar la materia, las cosas, el mundo. Pero dentro de la técnica ve el peligro, tan escondido como real, del abuso: “La tierra de donde sale el pan está revuelta, abajo, por el fuego. … Aplica el hombre al pedernal su mano, descuaja las montañas de raíz” (28,5.9). La técnica tiene una ley intrínseca que empuja a los hombres a excavar galerías cada vez más profundas, a descuajar las montañas en busca de materiales preciosos, llevando así el hambre a los campesinos que viven en esas tierras, hoy como ayer. Si queremos comprender el mensaje bíblico acerca de la relación entre el hombre y la naturaleza, debemos leer el mandamiento de ‘someter la tierra’ contenido en el Génesis (1,28), junto a este himno del libro de Job, que reconoce el valor del espíritu de la técnica pero distinguiéndolo del espíritu de la sabiduría: “Mas la sabiduría, ¿de dónde viene? ¿cuál es la sede de la Inteligencia?” (28,12). La sabiduría no se extrae de las minas, ni se puede comprar en los mercados canjeándola por metales preciosos: “No se puede cambiar por vaso de oro puro; corales y cristal ni mencionarlos … No la iguala el topacio de Kus, ni con oro puro puede evaluarse” (28,17-19).

Para entender el innovador alcance de estas palabras debemos tener en cuenta la cultura del tiempo, totalmente impregnada de teología ‘económica’. Para el mundo antiguo del Medio Oriente no había duda de que el oro, la plata, el topacio y las perlas no podían comprar la sabiduría; sin embargo, éstos eran signos inequívocos de la bendición de Dios, de ese mismo Dios del que procede la sabiduría. Lo habitual era pensar que uno no se hace rico sin sabiduría. El espíritu de la riqueza y el de la sabiduría eran considerados uno como espejo del otro. El estúpido no se hace rico, y el que nace rico, si no posee la sabiduría, termina siendo pobre. El ingeniero y el científico tampoco son ‘inteligentes’ sin sabiduría.

En cambio este himno separa la riqueza (y la técnica) de la sabiduría, y al hacerlo se pone de parte de Job, quien nos repite que no existe ninguna relación entre la riqueza y la justicia, puesto que en la tierra hay justos ricos y justos desventurados, y viceversa. El oro y la plata de una persona no dicen nada de su rectitud: Job era justo cuando era rico y sigue siéndolo ahora que es pobre y desgraciado. Los bienes pasan y son mutables, la justicia y la sabiduría son para siempre, y por ello son una inversión mucho más inteligente. Así pues, podríamos leer este interludio como una confirmación y una aprobación de la ‘teología’ de Job y una crítica a las teologías económicas y retributivas de los amigos. Además, este himno a la sabiduría nos recuerda la antigua e importante verdad de que la sabiduría es don, gratuidad, charis, y no una cosa que se pueda comprar con oro ni a través de magos o adivinos. También en esto Elohim-YHWH se distingue de los ídolos, que dan a sus aduladores su ‘sabiduría’ si pagan el precio correspondiente en términos de sacrificios y sumisión. El Dios bíblico no es un ídolo porque no vende la sabiduría sino que la dona libremente. Toda religión retributiva es sustancialmente una religión idolátrica y comercial. Palabras que podrían haber sido pronunciadas también por Job.

Pero el autor (aquí radica el misterio y el interés de este capítulo) nos dice otra cosa distinta, que complica el tema y nos obliga a seguir excavando. Nos dice que la sabiduría es incognoscible e inalcanzable para el hombre: “Sólo Dios distingue su camino, sólo él conoce su lugar” (28,23).

Y aquí se aleja claramente de Job. No todo el libro de Job está a la altura de Job. Debemos salvar las palabras de Job de otras muchas palabras de su libro, incluidas las de Elohim que pronto escucharemos.

Job niega la ley que une la justicia a la riqueza, pero cree que existe, que tiene que existir, una lógica de la sabiduría. El Dios al que él llama y espera no es un contable que asigna los bienes a los hombres en función de sus méritos, ya que sería un Dios tan trivial como los ídolos. Pero tampoco acepta la idea de que no exista ningún vínculo entre justicia y sabiduría: el justo es sabio, aunque sea pobre y desventurado. Las pruebas de esto están en la historia y la vida de todos, donde la sabiduría no coincide con la inteligencia de la técnica, pero donde sí existe una verdadera relación entre rectitud y sabiduría. Conocemos a personas sabias e ignorantes, sabias y pobres, sabias y no muy inteligentes. El homo faber y el homo oeconomicus pueden ser estúpidos y muchas veces lo son. El hombre justo no, porque Dios, si no es un ídolo, debe dar la sabiduría a quien practica la justicia, aunque la practique (como hace Job) negando la justicia de Elohim.

Una persona falsa, inicua, malvada, nunca es sabia. Esta ley no es menos verdadera que la que mueve el sol y las demás estrellas. El hombre inicuo puede esperar tener todos los demás bienes, pero no el de la sabiduría. Job conoce esta ley porque la ve en el mundo, pero sobre todo porque la lleva inscrita en su conciencia. También nosotros la conocemos y la reconocemos fuera y dentro de nosotros mismos (aquí está la esperanza de podernos convertir siempre, tal vez incluso en el último soplo de vida). La mina de la sabiduría existe: se encuentra dentro de nosotros, y para descubrirla sólo hace falta permanecer fieles a la verdad que nos habita. Este es el principal mensaje de Job.

Este himno a la sabiduría contiene una media verdad. Nos recuerda que la sabiduría es un don, pero no nos dice que este don lo recibimos cuando venimos al mundo y que vive dentro de nosotros. Allí es donde podemos encontrar, descubrir, escuchar y seguir la sabiduría. Allí es donde podemos reconocer también la voz de Elohim, una voz que no podríamos reconocer si no estuviera ya dentro de nosotros, quizás tapada o herida. Si el adam ha sido plasmado a imagen de Elohim, la sabiduría divina es también la sabiduría humana. El cielo que hay dentro de nosotros no es distinto al cielo que está sobre nosotros, y cuando se oscurece el cielo interior, también el de arriba se apaga o se llena de ídolos.

El canto de Job es un gran himno a la verdad del ser humano viviente, que es más verdadera que todas sus noches. Si Dios es verdadero, también el hombre lo es, y su recta conciencia no es un autoengaño. Si Dios es sabiduría, también el hombre es sabiduría. Cuando separamos estas dos sabidurías-verdades (como hemos hecho y seguiremos haciendo muchas veces), las religiones se convierten en inútiles, los humanismos se pierden y Job concluye su canto.

 Descarga  pdf artículo en pdf (31 KB)


Imprimir   Correo electrónico