Preguntas desnudas/9 – El horizonte de la gratuidad, necesario para no hacer de Dios un fetiche.
de Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 03/01/2016
"En vano ha venido al mundo aquel que, teniendo el raro privilegio de nacer hombre, es incapaz de “realizar” a Dios en esta vida."
Shri Ramakrishna, Buscando a Dios
El universo religioso es el lugar donde se activa la energía más poderosa del espíritu humano, el lugar de los sentimientos y las acciones más altas y nobles. Pero en ese mismo lugar anidan también grandes peligros, como cuando las células sanas de la fe se vuelven locas, nos envenenan el corazón y nos atontan.
La historia y el presente nos ofrecen una reseña infinita de esta inevitable ambivalencia. La Biblia contiene también las curas necesarias para prevenir y sanar las enfermedades que surgen de las religiones y las ideologías. Muchas de estas curas se encuentran en el libro de Qohélet, que sigue sanando y previniendo, como si fuera una vacuna espiritual, si estamos dispuestos a “cargar con él” y a soportar al principio un poco de fiebre.
«Guarda tus pasos cuando vas a la Casa de Dios. Acercarse obediente vale más que el sacrificio de los necios (…) No te precipites a hablar, ni tu corazón se apresure a pronunciar una palabra ante Dios. Pues Dios está en el cielo, pero tú en la tierra; sean por tanto pocas tus palabras» (Qohélet 4,17; 5,1). En su búsqueda, Qohélet no se limita a observar la vanidad de la vida civil “bajo el sol”. En este capítulo nos introduce en el templo de Jerusalén y pasa por el cedazo de su sabiduría el culto, las oraciones y la principal práctica religiosa de su tiempo: los sacrificios. Buscando siempre la vanidad escondida bajo las cosas.
Comienza con una advertencia: “atención”, guarda tus pasos cuando salgas de casa para ir al templo, porque es un lugar lleno de insidias y de trampas. La vida religiosa exige estar en guardia, con atención y cuidado: "shamar". Esta palabra ("shamar") es la misma que usa el Génesis para expresar el mandato de cuidar-custodiar-guardar la tierra que Elohim dirige al Adam (Génesis 2,15). Y es también la misma que usará Caín para no responder a la pregunta de Elohim: «¿Dónde está Abel [Hevel]?», pronunciando la terrible frase: «¿Soy yo acaso el “guardián” de mi hermano?» (Génesis 4,9). El hecho de que la primera palabra de Qohélet sobre la vida religiosa sea el cuidado-"shamar" es muy significativo: si el Adam no quiere convertirse en Caín debe ocuparse de la tierra y del hermano, pero también debe cuidar su relación con Dios. La religión es sobre todo "tener cuidado de que Dios no se convierta en un ídolo", cuidar nuestras palabras, cuidar los lugares, cuidar el corazón. Cuando falta este cuidado, las religiones se transforman progresivamente en cultos idolátricos o en simple necedad, como le gusta decir a Qohélet.
Para Qohélet, cuidar la vida religiosa implica en primer lugar silencio, escucha, ahorro de palabras. Frente a la “maquinaria” religiosa que invita a “llenar” el templo de palabras y sacrificios, Qohélet propone “vaciar”, despejar, liberar el espacio interior y exterior. Las religiones están atravesadas por el diálogo-conflicto entre dos culturas distintas y por lo general opuestas. Una cree que la religión consiste en “producir” palabras, sacrificios, ofrendas y ritos; en poner, añadir, ocupar con cosas el espacio del encuentro con la divinidad. En cambio, la cultura a la que pertenece Qohélet cree que el principal trabajo del creyente, si no el único, consiste en custodiar el espacio de la divinidad, preservándolo de la palabrería, salvándolo de la sangre de los sacrificios de las víctimas; es el arte de quitar, de conservar un lugar libre y no lleno.
La primera cultura tiende, necesariamente, a transformar a Dios en un becerro de oro, porque necesita ver, tocar, sentir a un Dios que cada día se va pareciendo más a las palabras humanas que lo nombran. Por su parte, el peligro de la segunda cultura religiosa consiste en vivir una eterna espera de un Dios que no habla nunca. Qohélet es un gran enemigo de la religión del becerro, porque considera que es mucho más sabio guardar un espacio vacío que llenar un templo de demasiadas cosas como para que en él pueda habitar la verdadera presencia de Elohim. Si no se vacían los lugares de Dios, Dios mismo termina por vaciarse. Si no se reducen las palabras “sobre” Dios, es la palabra “de” Dios la que se marchita. Qohélet prefiere un Dios lejano a un dios demasiado cercano. “Dios está en el cielo, pero tú en la tierra”. Mejor es seguir esperando siempre a Dios que encontrarse cada día con un estúpido ídolo.
Uno de los principales motivos por los que se realizaban sacrificios en el templo eran los votos no cumplidos. En la antigüedad era muy frecuente hacer votos y promesas, asumir compromisos con Dios, también en Israel. El juicio de la Biblia sobre ellos es ambivalente. Recordemos el voto “perverso” de Jefté, que le llevó a sacrificar a su hija (Jueces 11). Qohélet dice: «Es mejor no hacer votos que hacerlos y no cumplirlos» (5,3-4). En realidad, el sentido original de estos versículos semíticos nos queda muy lejos, entre otras cosas, porque no hay que excluir retoques de redacción para dulcificar la desnuda crítica de Qohélet al templo y a los sacerdotes. Si queremos expresar más eficazmente la enseñanza de Qohélet sobre los votos y sus correspondientes sacrificios reparadores, podríamos decirlo de la siguiente manera: no hagas votos pues son prácticas estúpidas, pero si insistes en hacerlos, trata de respetarlos. Así al menos no alimentarás el estúpido e idolátrico comercio de sacrificios.
El centro de su mensaje sobre el templo cada vez es más claro. Los votos y los sacrificios son la expresión más popular de la religión comercial y retributiva de su tiempo. Ofreciendo sacrificios y libaciones se entra en una relación económica con la divinidad. Haciendo votos, se ganan “méritos” ante Dios (esta palabra, que ahora quieren hacernos creer que es nueva, es antiquísima). Frente a todas esas prácticas, Qohélet dice: la relación entre los hombres y Dios no es de tipo mercantil, con él no sirve el intercambio de mercado, no apliquemos a la fe la lógica económica porque (este es el punto importante) esta es la religión de los idólatras, la religión de la magia y la superstición en sus múltiples formas. No conocemos la lógica con la que Dios actúa en la historia; pero, dice Qohélet, lo que es seguro es que no se trata de la misma lógica que regula nuestros negocios “bajo el sol”, ya que sería demasiado estúpida.
Esta polémica anti-retributiva, presente también en Job y en buena parte de la tradición profética y sapiencial, es muy valiosa para un pueblo, como el judío, que siempre ha tenido la tentación de interpretar su experiencia con Elohim-YHWH con categorías comerciales, empezando por la misma estructura de la Alianza.
La fe de Israel nace dentro de las culturas mesopotámicas, a las que les resulta normal concebir la religión como una relación de intercambio con un Dios soberano. Las prácticas religiosas, en su arcaico origen, surgen normalmente como prácticas idolátricas de tipo comercial. Las que consiguen evolucionar y emanciparse de sus formas primordiales son las que abandonan progresivamente la lógica del do-ut-des con la divinidad. Gran parte del esfuerzo realizado por el pueblo de Israel está generado por el proceso de liberación de un Dios mercantil, que da gracias e indulgencias a cambio de votos, sacrificios y ofrendas. Sin los profetas, sin Job y sin Qohélet, este proceso habría implosionado y la religión de Israel no habría pasado de ser uno de tantos cultos cananeos. Pero la tentación de la religión “económica” es connatural a todo culto y si no se presta la necesaria atención lo normal es acabar volviendo a los antiguos cultos idolátricos, transformando a Elohim en un Rey hambriento de ofrendas y de declaraciones de sumisión para obtener protección.
Pero así la religión se convierte en una “partida doble” entre el fiel y la divinidad, en la que los sacrificios y los votos son la “moneda” (no solo en sentido metafórico) de este comercio. Es una religión económica que siempre ha tenido (y tiene) muchos adeptos porque es muy fácil, sencillamente estúpida, como dice Qohélet: «los necios hacen sacrificios».
El adepto se siente feliz de poder comprar "méritos" y compensar culpas por medio de simples sacrificios, y los administradores de la religión obtienen mucho provecho económico y control sobre las conciencias alimentando este infame comercio. El episodio de Jesús con los mercaderes del templo (Juan 2,14-16), puesto al comienzo de su vida pública no por casualidad, se entiende mejor a partir de estas páginas de Qohélet. El cristianismo tuvo que luchar mucho en sus comienzos para anunciar una religión que era toda gratuidad. Y cuando deja de luchar vuelve puntualmente el antiguo culto idolátrico. Hace falta mucho trabajo y mucho cuidado para no salirse del horizonte de la gratuidad y volver a caer en el registro de los méritos y las culpas.
De entre la extensa gama de sacrificios en el templo, Qohélet pone el acento en los llamados “pecados involuntarios” o distracciones: «No permitas que tu boca haga de ti un pecador y luego digas ante el sacerdote que fue distracción» (5,5). La creación de la categoría de los pecados involuntarios es genial, comparable a los productos más sofisticados de nuestras finanzas. Se crea una “bolsa” y un “sistema de precios” también para acciones no reales, no buscadas ni queridas. Es el mercado perfecto. Se inventan culpas artificiales para borrarlas después con sacrificios muy reales y costosos. Un mercado con una demanda potencialmente infinita, y con ella también su lucro, gestionado pro el “templo” y sus contables. Qohélet también desenmascara esta gran "vanitas", y nos recuerda, una vez más junto a Job (22,23), que la misericordia también necesita de la verdad: crear culpas “con el fin” de perdonarlas es humo, falsa misericordia.
La existencia de un “lugar sobre el sol” donde las relaciones no estén reguladas por el contrato, la reciprocidad simétrica y el intercambio de mercado, ha sido una precondición esencial para que el comercio y los negocios “bajo el sol” sigan siendo asuntos humanos. Este cielo habitado por la gratuidad es el que nos ha permitido imaginar y realizar economías civiles y buenas democracias. ¿Qué economías y qué democracias seremos capaces de imaginar en la época de la meritocracia y los incentivos sin gratuidad?
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