El vivo afán de la espera

Preguntas desnudas/7 - El Consolador viene en medio del sufrimiento

de Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 20/12/2015

Logo Qohelet"El hombre de hoy no tiene acceso a la seguridad que proporciona la fe, ni tampoco es posible hacérsela accesible. Si se toma estas cosas en serio, él ya sabe que no debe engañarse. Sin embargo, no le está negada la posibilidad de abrirse a la fe. Puede acogerla con todas sus fuerzas y esperar a ver qué le sucede, a ver si en él brota una nueva sinceridad."

Martin Buber, El humanismo hebreo

El libro de Qohélet no es una novela ni un tratado de teología. Más bien parece un diario espiritual y ético. Sus distintos capítulos registran y narran pensamientos, emociones y experiencias de un viajero bajo el sol. Su inconmensurable interés y su fuerza dependen de la sabiduría, la libertad teológica y el valor moral de su autor, que nos sigue hablando desde hace al menos veintitrés siglos.

Eso sólo lo logran los libros verdaderamente grandes. Viajando por la vida con Qohélet nos encontramos con algunas “páginas de diario” que nos sumergen completamente en el humo de la vanitas, pero también con otras donde la alegría del “cántico de los tiempos” nos arroba y conquista, para volver inmediatamente después a otras que nos hacen meditar tristemente sobre la muerte y la caducidad de la vida. Esas páginas son como nosotros, que hoy contemplamos cómo nace un niño y mañana acompañamos a un amigo en su última agonía. Distintos sentimientos, distintas lágrimas, pero la misma vida que fluye. El ritmo de los tiempos es también el ritmo de las páginas de Qohélet.

“También he visto bajo el sol que en la sede del derecho está la iniquidad; y en el sitial del justo, el impío” (Qohélet 3,16). Ante el espectáculo de la injusticia en la tierra, cuando en los tribunales que deberían garantizar la justicia anida la maldad, Qohélet nos dice que “Dios juzgará al justo y al impío, pues hay un tiempo para cada cosa y para toda obra” (3,17). Así añade el “tiempo” de Dios a nuestros tiempos, demasiado desequilibrados y torcidos. Siente dolor por un mundo injusto, por el infinito número de víctimas-Abel que pueblan la tierra. Pero la espera del juicio universal al final de los tiempos no es la respuesta de Qohélet a la iniquidad, porque el mundo “sobre el sol” le queda demasiado lejos y es demasiado inaccesible como para poder ofrecer una respuesta convincente a las injusticias del mundo “bajo el sol”. El juicio de Dios debe producirse aquí, en la tierra. Si de verdad existe el tiempo de la justicia de Elohim, éste debe estar incluido dentro de nuestro tiempo mortal, porque si no es tá dentro de nuestro tiempo, simplemente estará fuera del tiempo y entonces no será útil para mejorar la condición y la justicia de nuestra vida. Los tiempos no humanos no le interesan a Qohélet, ya que si no son humanos sólo pueden ser inhumanos o anti-humanos.

Lo que planeta Qohélet también es un humanismo: le pide a Dios que sea un Dios de vivos y no un Dios de muertos. El Dios bajo el sol, no el Dios en lo alto del cielo. Si no queremos transformar a Elohim en un dios inútil, debemos pedirle que nos dé respuestas aquí y ahora, y sobre todo que se las dé a las víctimas. Como Job, el mejor amigo de Qohélet. Como nosotros, sus amigos de hoy, que hacemos crecer el número de amigos que ha tenido siempre a lo largo de los siglos (aunque tal vez sólo nuestro tiempo pueda empezar a entenderlo verdaderamente).

Qohélet, sorprendiéndonos una vez más, nos dice que una primera justicia bajo el sol se encuentra en la muerte: “Dije también en mi corazón acerca de la conducta de los humanos: sucede así para que Dios los pruebe y les demuestre que son como bestias. Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra; y ambos tienen el mismo aliento [ruah] de vida. En nada aventaja el hombre a la bestia, pues todo es vanidad [hebel]. Todos caminan hacia una misma meta” (3,18-20).Todos morimos, como mueren todas las bestias. A todos nos hermana la común y universal mortalidad. Hermana muerte, hermano lobo, hermana paloma, hermano gusano. En ese polvo de todo y de todos hay una sabiduría, la sabiduría infinita de Salomón: “todos [animales y hombres] han salido del polvo y todos vuelven al polvo” (3,20).

De niños aprendemos a conocer la muerte cuando vemos morir a los animales. En esa edad de la vida, todavía conseguimos sentir en los animales el mismo soplo que habita en nosotros, en los padres y en los amigos. El llanto desesperado ante la muerte de un gato o un pajarillo nos desvela un acceso más profundo a la vida, que de adultos perdemos. Sólo los niños consiguen amar verdaderamente a los animales y sufrir por su dolor. Y tal vez sólo los viejos que tienen la gracia de volverse niños pueden acercarse a ese primer amor. Qohélet nos ayuda a recuperar la mirada de la infancia, a reconocer en el dolor de la tierra nuestro propio dolor. Nos permite escuchar de nuevo el primer soplo de la creación.

Qohélet sitúa su discurso en el horizonte de los primeros capítulos del Génesis. Conoce bien el soplo-espíritu inyectado por Elohim en las narices del Adam, el terrestre, dándole la vida (Génesis 2,7). En sus versos resuena la frase “polvo eres y en polvo te convertirás” (Génesis 3,19). Pero el Génesis de Qohélet es distinto. La condición de terrestre del Adam no le hace dominador de los animales ni de las especies vivientes. El Adam de Qohélet es, antes que nada, una criatura como cualquier otra. Sabe que el hombre ha sido creado y es continuamente creado “a imagen y semejanza de Dios”, como algo “muy bello y muy bueno” (1,35). Esto no lo niega ni puede negarlo, pero nos quiere decir otra cosa: antes de ser distintos al resto de la creación, somos iguales a todos los vivientes. Como ellos, somos mortales y vivimos mientras se mantiene vivo el don del soplo. Sólo Dios no muere. El hombre no es Dios porque muere, y su rebelión originaria y perenne es el deseo de negar su propia mortalidad. Esto también está en el Génesis (cap. 3). La naturaleza no es Dios porque muere. Cada serpiente, cada ídolo que nos cautiva, lo hace con la promesa de eliminar la muerte.

Qohélet no sólo reafirma este mensaje profunda y genuinamente bíblico, sino que además encuentra una respuesta a la demanda, suya y nuestra, de justicia. La justicia inscrita en la muerte de todos los animales se convierte en una justicia universal. La vanitas de los grandes, ricos y deshonestos no radica sólo en que mueren igual que las víctimas y los pobres (esto ya nos lo había dicho en el capítulo 2). Hay otra vanitas aún más radical y profunda: mueren como mueren los perros, los insectos y los pájaros. El faraón más poderoso muere como el erizo y la mosca. La diversidad en el lujo de las tumbas y las pirámides no es más que vanidad; es efímera y no aporta nada (2,16). La muerte universal es la primera justicia universal.

Ante este destino cósmico comprendemos mejor por qué la única felicidad posible y verdadera es la que podemos encontrar dentro de la vida, mientras nos habita el único soplo-espíritu que se nos ha dado: “Veo que no hay para el hombre nada mejor que gozarse en sus obras, pues esa es su paga” (3,22). Descubrir la justicia de la muerte, que nos espera a todos los vivientes y a todos del mismo modo, le lleva a Qohélet a elogiar por segunda vez la alegría de las obras humanas, la felicidad del trabajo. Crecemos y envejecemos bien cuando la compañía del dolor y de la muerte hace crecer en nosotros la alegría por la salud y la felicidad por volver a los asuntos ordinarios de la vida.

El canto de Qohélet es un canto crudo y auténtico a la vida, incluso cuando la desprecia, decepcionado por la maldad de las obras de los hombres bajo el sol: “Yo me volví a considerar todas las violencias perpetradas bajo el sol: vi el llanto de los oprimidos, sin tener quien los consuele; la violencia de sus verdugos, sin tener quien los vengue. Felicité a los muertos que ya perecieron, más que a los vivos que aún viven. Más feliz aún que entrambos es aquel que aún no ha existido, que no ha visto la iniquidad que se comete bajo el sol” (4,1-3).

La falta de consuelo de los oprimidos hace dudar a Qohélet de la superioridad de estar en el mundo con respecto a no estar en él. No desperdiciemos ni una pizca de la fuerza y la belleza de este verso de Qohélet: una vida de oprimido sin consuelo es peor que la muerte. Es una condena para los demasiados opresores presentes y un llamamiento para los consoladores ausentes.

Sólo se puede llamar “bienaventurados” a los que lloran si son consolados. El infierno es el lugar de las “bienaventuranzas a medias”: pobres sin Reino, puros que no ven a Dios, mansos sin tierra, afligidos desconsolados...

Al ponerse de parte de los oprimidos, que son tales porque hay opresores (la opresión es una construcción totalmente humana), Qohélet encuentra la fuerza de invocar a un consolador, un “paráclito”. Pero aunque no lo ve, tampoco quiere inventárselo. No hay peor engaño que un consolador inventado para responder a nuestra verdadera demanda de consuelo. Tal vez sólo sea posible clamar y pedir un consuelo no artificial poniendo el corazón en los basureros donde los niños buscan las sobras de nuestra opulencia, en las guerras de los niños soldado, o al lado de las niñas vendidas a los mercaderes del sexo por una miseria desesperada.

Sólo allí podremos desearlo y tal vez vislumbrarlo. Qohélet no cree que el rescate de estas víctimas sin consuelo deba dejarse para el paraíso. Mantiene vivo el dolor de la tierra por la ausencia de un consolador aquí y ahora, y así la espera de su venida no es vana. Si hubiera cedido a la tentación de un consuelo apocalíptico e idolátrico, la Biblia entera habría perdido capacidad de advenimiento. En cambio, sigue haciendo preguntas y resistiendo ante la falta de respuestas. La bondad de las preguntas existenciales se mide por su capacidad de resiliencia en tiempos de carestía de respuestas verdaderas y de opulencia de respuestas falsas.

Si no renovamos esta resistencia y esta esperanza, también la Navidad acabará desvaneciéndose en la vanitas de los centros comerciales y del sentimentalismo de una atmósfera artificial creada con fines de lucro. Para ver de nuevo la estrella de la Navidad en nuestros cielos contaminados es necesario esperarla al lado de las víctimas oprimidas de la tierra y con ellas mirar otra vez en la larga noche hacia oriente. La Navidad más hermosa es la que se espera junto a Qohélet.

Feliz Navidad a todos.

Descarga   pdf artículo en pdf (30 KB)


Imprimir   Correo electrónico