Todos somos herederos de Abel

El árbol de la vida – Una pregunta recorre la historia: “¿Dónde está tu hermano?"

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 16/03/2014

descarga el pdf en español

Logo Albero della vita

Hombre de mi tiempo, sigues siendo el de la piedra y la honda. Te he visto en la carlinga, con las alas del mal y los meridianos de la muerte. Te he visto en la hoguera, en la horca, en la rueda de la tortura. Te he visto, eras tú, con tu ciencia exacta resuelta al exterminio, sin amor, sin Cristo. Sigues matando, como siempre, como mataron los padres, como mataron los animales que te vieron por vez primera. Y esta sangre sigue oliendo igual que la de aquel día en que un hermano le dijo a otro hermano: «Vamos al campo» (Salvatore Quasimodo).

Si el primer homicidio de la historia fue un fratricidio, entonces todo homicidio es un fratricidio. Elohim no abandona al Adam, sino que lo viste con pieles (3,21). El ser humano no abandona el Edén solo, sino en familia. El primer viaje humano a los dolores de la historia no es un vagar en solitario sino un caminar juntos.

Además de las pieles, otro gran regalo para afrontar la noche de los tiempos y los tiempos de la noche es la compañía recíproca durante el viaje. Cuando llega la hora de la desventura o del error, tener la posibilidad de pasar esos momentos junto a alguien, ‘con sus ojos en los nuestros’, es el mendrugo de pan y el sorbo de agua que nos permiten sobrevivir en el desierto, incluido el desierto de la crisis en el trabajo, en la empresa y en la vida.

La desobediencia no anula la bendición pronunciada sobre la creación y sobre el Adam. A la pareja humana se le da un hijo: Caín. También Caín es un don; un futuro homicida no deja de ser hijo. El segundo hijo es Abel. Ambos son trabajadores: Abel es pastor y Caín agricultor. Es posible que la narración se haga eco del conflicto entre los últimos nómadas y los primeros agricultores, que fue ganado por los sedentarios. Ambos ofrecen dones a Dios pero, por motivos que quedan (al menos en parte) en el misterio, a Dios no le agradan los dones de Caín. Caín sufre por esta falta de reconocimiento (“se abatió su rostro”, 4,5) que siente que le corresponde entre otras cosas por su primogenitura, y no consigue dominar esta mezcla de dolor, rabia y envidia. Invita a Abel a salir al campo y allí le mata. Es el gran cambio, el gran silencio de la creación.

La gramática de la trama de dones, obligaciones, expectativas de reciprocidad y pretensiones es esencial en cualquier cosa que digamos sobre la vida humana. La muerte llega como una respuesta ‘horizontal’ a una frustración fraguada en una relación ‘vertical’. El hecho de que Dios no aprecie los dones de Caín no produce una rebelión contra Él (como ocurría en los mitos de la cercana Grecia), sino que desencadena la violencia contra un hermano no culpable. Todos estamos ‘enfermos’ de la necesidad vital de reconocimiento, aprecio y gratitud. Pero la mansedumbre de una vida se construye en el ejercicio diario de evitar el veneno y la malicia con los semejantes (sean estos hermanos o compañeros de trabajo) que parecen recibir más, aunque esta diversidad de trato nos parezca injusta e injustificada. Cuando este ejercicio humano fundamental no se realiza (como ocurre demasiadas veces) vuelve a hacerse presente el ‘delito’ de la fraternidad.

La muerte llega al mundo por la mano de un hermano. Cuando Caín regresa solo del campo, escucha la pregunta “¿Dónde está tu hermano?”. A partir de aquel día esa pregunta ya no saldrá de la historia y será siempre la primera pregunta radical de toda ética y de toda responsabilidad. Caín no es guardián y por ello tampoco responsable (no responde): “No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?” Este capítulo no nos habla sólo del primer fratricidio. A contraluz nos revela también la primera ley de la fraternidad.

Caín sigue hablando con Dios, dialogando con él, después del fratricidio. Incluso siendo fratricida, no deja de ser el Adam. La última palabra de Caín es una petición de ayuda para no morir: “Hoy me echas de este suelo… y cualquiera que me encuentre me matará”. Y Dios responde: “Al contrario” y pone una señal a Caín “para que nadie que le encuentre le mate” (4,14-15). No sabemos cuál es la señal de Caín, su símbolo. En todo caso es una señal de vida. Incluso un homicida sigue siendo imagen del Adam (5,3) y de Elohim, de aquel que le ha creado y engendrado. ¡Cuántas madres de hijos convertidos en asesinos habrán apretado contra su pecho una vieja foto de su hijo cuando era niño, para evitar, con esa imagen lejana pero viva, que su hijo muriera por dentro! Un asesino sigue siendo un hijo. Y por ello debe vivir. En cambio, la historia humana no ha respetado la señal de Caín, sino que ha seguido y sigue matándolo, practicando la ley de la venganza de Lamek. “No matarás” es un mandamiento para los hijos de Caín, pero también para los que desearían vengar a Abel. Sólo con la señal de Caín se rompe la lógica del “talión” y se pone en crisis la ley de la justicia de las equivalencias y las venganzas. Una vida negada no se repara con otra muerte, sino con otra vida. De hecho, el capítulo se cierra con un canto a la vida, con otro niño: Set. “Dios –exclama Eva - me ha dado otro hijo en lugar de Abel, porque le mató Caín” (4,25). Y al igual que con Caín comienza una estirpe, también Set, el nuevo Abel, tendrá una descendencia que se entrecruzará siempre con la de Caín. De Caín descenderá Lamek, el primer bígamo y asesino de niños, pero de Set vendrá Noé el justo.

Somos herederos de Caín pero también hijos y herederos de Set. Pero sobre todo somos todos herederos de Abel. El primer hermano asesinado está todavía vivo. Esta es la fuerza de las Escrituras. Cada vez que encontramos, encarnamos y revivimos este capítulo cuarto, podemos y debemos volver a sentir la tentación de Caín, Pero Abel revive verdaderamente con más fuerza en nosotros y en el mundo. La fuerza de eternidad de la Palabra lo resucita una y mil veces.

Abel sigue vivo en las víctimas de la historia, vuelve a vivir cada vez que se da muerte a un inocente, a un humilde, a un no violento. Muere de nuevo y nosotros seguimos sintiendo todo el dolor inocente de esa muerte. Pero sobre todo Abel vuelve a vivir cada vez que elegimos la mansedumbre ante la violencia, nuestra y ajena, y cada vez que preferimos sucumbir como justos antes de convertirnos en asesinos: “Aunque tú uses tu mano para matarme, yo no usaré mi mano para matarte a ti”. Estas son las palabras que en la versión coránica del relato, dirige Abel a Caín cuando intuye que su hermano le va a golpear (Sura 5,28).

La tierra está llena de los ‘lugares de Abel’. Su rescate y su disminución miden el grado de desarrollo humano y espiritual de toda civilización y del mundo en su conjunto. Preguntémonos: ¿en los 2.500 años que nos separan de aquel antiguo capítulo 4 del Génesis, los ‘lugares de Abel’ han aumentado o han disminuido? No es fácil calcularlo. Algunos de estos lugares han sido eliminados pero han nacido otros nuevos: las aceras o los hoteles de cinco estrellas en los que se practican la ‘trata de esclavas’, las salas de juego y las video-loterías, muchos centros de ‘acogida’ de inmigrantes, las celdas de las cárceles de quienes terminan dentro sólo por ser víctimas, los campos de refugiados y de prisioneros en las guerras olvidadas, las fábricas de la muerte donde los niños trabajan para no morir, las casas para ancianos tristes donde se espera en soledad la muerte.

Deberíamos ejercitarnos más para ver el mundo desde la parte de las víctimas, observarlo desde la perspectiva de Abel y desde sus lugares. Visitándolos y amándolos aprenderemos cosas muy distintas de las que ven aquellos que se ponen en la perspectiva de Caín y sus muchos lugares. Por ejemplo, nos daremos cuenta de que no es cierto que Caín sea siempre el vencedor, no es cierto que los violentos y los asesinos ganen siempre. Hay una victoria de Caín pero también hay un triunfo de Abel, el no fratricida. La historia nos habla de violentos que matan y de humildes que sucumben, pero la sangre de Abel es la semilla fecunda de la que han nacido los Noés que han salvado el mundo y vuelven a salvarlo cada día. Este mundo salvado y poblado por los hijos de Set es el mismo mundo salvado donde viven los hijos de Caín, que seguirán golpeando a Abel y recibiendo la ‘señal’ para no morir.

Los comentarios de Luigino Bruni publicados en Avvenire se encuentran en el menú Editoriales Avvenire 


Imprimir   Correo electrónico